POEMAS SERIOS

POEMAS SERIOS


MÉXICO, TEHUACÁN, CHERNAVACA, CHUPANGUIO, PUEBLA, FITERO

1951-1974

Manuel García Sesma


ÍNDICE.

I.- La sinfonía fantástica.
II.- Abraham el leñador.
III.- Los cuadernos de Ana Magdalena.
IV.- La última victoria de San Martín.
V.- El espectro de la Rosa.
VI.- Interrogación al destino.
VII.- El sueño de una noche de verano.
VIII.- Venganza insurgente.
IX.- La Cuarta Sinfonía de Beethoven.
X.- Cuando baila una española.
X.- La copla de tragabuches.
XII.- Constancia Gladkoska.
XIII..- Las cadenas de Navarra.
XIV.- El Réquiem de Mozart.
XV.- La farruca de José María.
XVI.- La serenata de Chubert.
XVII.- Sueño de amor.
XVIII.- El tesoro de Nuestra Señora de París.
XIX.- La alfombrilla de la Toglioni.
XX.- El sexteto de Agade.
XXI.- La bacante de California.
XXII.- La muerte del cisne.
XXIII.- La amazona de Bolivia.
XXIV.- El Himno Austriaco.
XXV.- El amor y la muerte.
XXVI.- Palabra de Honor.
XXVII.- Los dientes de Santa Apolonia.
XXVIII.- Córdoba.
XXIX.- El reuma del Rey Panchito.
XXX.- Noviazgo dramático.
XXXI.- Raimundo de Fitero. (Publicado en el "Poemario Fiterano".)
XXXII.- Los encierros de Pamplona.
XXXIII.- Momento musical.
XXXIV.- Loterías.
XXXV.- Tristán e Isolda.
XXXVI.- El pintor del Can-Can.
XXXVII.- La sinfonía patética.
XXXVIII.- El castillo de Tudejen. (Publicado en el "Poemario Fiterano".)
XXXIX.- Simón Bolívar.
XL.- La bailarina mecánica.
XLI.- María Rafols.
XLII.- Jarabe tapatío.
XLIII.- Los maitines de Poverello.
XLIV.- La sonata patética.
XLV.- La madre Bescos.
XLVI.- La muerte de Pola.
XLVII.- La vengadora de su honra.
XLVIII.- El joyero de Walada. Publicado en el ("Poemario Fiterano".)
XLIX.- Ingelborga.
L.- La infanta del Balneario.


LA SINFONÍA FANTÁSTICA


París. Noche de Septiembre.
En el Teatro Odeón,
una juventud brillante
deliraba de emoción.

Eran los mozos románticos,
que pronto iban a triunfar,
con Musset, Hugo y Berlioz,
con Delacroix y Nerval.

Y vibraban ante el "Hámlet"
de una compañía inglesa,
en la que Harriet Smithson
hacía el papel de Ofelia:

una Ofelia escultural
de grandes ojos azules,
de maravillosos brazos,
cabello blondo y voz dulce.

Ante tal aparición,
Berlioz cayó fulminado,
como el Saulo de la Biblia
en la ruta de Damasco,

inspirándole la actriz
la volcánica pasión,
que por la bella Julieta
Romeo antaño sintió.

Mas... ¿cómo escalar el cielo
en que brillaba la diva,
un estudiante de música,
perdido en una boardilla..?

Cuatro noches por París,
erró como loco o ciego,
hasta que pudo exclamar
Saulo: "Ya veo".

Y vio que el camino recto
para alcanzar a Enriqueta
era el triunfo fulminante
en su artística carrera.

Así, pues, a conquistarlo
se lanzó con frenesí,
resuelto a forzar las puertas
del brillante porvenir.

Y pronto la diva hermosa
hablar oyó de aquel mozo,
convertido por su amor
en compositor famoso,

pues no pasaron tres años,
sin que en la Francia romántica,
triunfara rotundamente
su "Sinfonía Fantástica".

¿Y qué otra cosa, en el fondo,
es esta composición,
sino la expresión sinfónica
de la pasión de Berlioz...?

¿Qué otro lazo misterioso
une sus partes dispares,
sino el reflejo melódico
de la silueta de Harriet..?



Sin embargo, al estrenarse
en una tarde invernal,
ya Berlioz a otra hermosura
presto estaba a desposar.

Más, ¡ay!, que Camille Moke,
bella de sentido práctico,
finalmente prefirió
a un fabricante de pianos.


Entonces Héctor Berlioz
se casó con la actriz trágica
que años atrás le inspirara
la "Sinfonía Fantástica":

error fatal, porque suelen
las Julietas de la escena
resultar en el hogar
muy mediocres compañeras.


¿Fue tal vez el cuarto tiempo,
llamado "Marcha al Suplicio",
un presentimiento oscuro
de su amoroso destino..?


¡Quién sabe! Lo cierto es
que su vida conyugal
fue para los dos un fiasco
material y espiritual;


y aunque en parte consolóse
Berlioz con María Recio,
ya siempre vivió aplastado
por las ruinas de sus sueños.

En cuanto a la pobre Harriet,
su destino aun fue peor,
pagando un precio cruel,
por su torpe incomprensión.

Enferma y abandonada,
la Ofelia otrora triunfante
murió sola y paralítica
en la cima de Montmartre.

Sin embargo.., todavía
ronda a las almas románticas
su espectro, cuando resuena
la "Sinfonía Fantástica"...

México, 14 de Marzo de 1955.


2

ABRAHAM EL LEÑADOR

Un barracón ferial. Nueva Orleans.
En él, unos señores bien vestidos
revistaban, con ojo comercial,
a una recua de negros ateridos.

Con un pequeño látigo en la mano,
señalaba el negrero a los clientes
los músculos de aquellos desgraciados,
subastados como si fueran bueyes.

‑ ¡"Pero aquí está la joya de mi cuadra...",
agregó con brutal satisfacción,
empujando desnuda a una mulata,
linda y tierna, lo mismo que una flor.

‑ "Es doncella, señores. ¡A pujar!
‑ Noventa dólares. Ciento seis... Doscientos…"
Y un viejo, con perfil de alcaraván,
se quedó con la "joya" del negrero.

Un joven leñador que presenciaba
casualmente la odiosa compra‑venta,
abandonó asqueado la barraca,
cual si fuera un cubil de inmundas fieras.

Y se dijo a sí mismo que, si, un día,
él pudiese acabar con tal infamia,
ni siquiera un segundo dudaría


en barrer tal basura de su patria.

Se llamaba Abraham, y era un gigante
recién desembarcado en la ciudad,
a la que desde Indiana, un traficante
lo enviara con carga comercial.

Nacido en una choza, el pobre mozo
era flacucho, feo y desgarbado;
pero tenía un corazón hermoso,
al par que un intelecto despojado;

y obligado a ganarse la pitanza,
en las rudas faenas campesinas,
igual cortaba troncos con el hacha,
que araba o conducía una almadía.

Hasta que, al cabo de otros avatares,
‑albañil, carpintero y empleado,
agrimensor, cartero y comerciante
logró hacer la carrera de abogado.

Mas, para entonces, al joven Abraham,
debido a su honradez y a su talento,
de Illinois el voto popular
llevado había ya a su parlamento.

Y en el propio Congreso de la Unión
no tardó muchos años en  entrar
erigiéndose en firme defensor
de la justicia y de la libertad.

Opúsose a la guerra contra México
al que quitaron medio territorio
y asumió la defensa de los negros
cuyo modo de vida era un oprobio.

A la sazón, pasaba su país
por la más grave situación política,
debida a la actitud torpe y hostil
del Sur reaccionario y esclavista,

pues el rudo señor meridional,
por seguir explotando a esclavos negros,
estaba decidido a destrozar
la gran obra de Washington y Jéfferson.

Pero entonces fue electo Presidente
Abraham, el antiguo leñador,
el cual salvó  a la Unión de una vil muerte
y a negros y mulatos libertó.

Un cuatrienio de luchas fratricidas
costó la noble y justiciera empresa;
pero, al fin, la bandera anti-esclavista
logró ondear en toda Norteamérica.

Sin embargo, al antiguo mocetón
de la barraca de Nueva Orleans,
de su inmortal labor de redención
no le fue permitido disfrutar,

pues, a poco, un Viernes Santo, Lincoln
asesinado fue por un fanático.
Mas, gracias a su acción y sacrificio,
América no tuvo más esclavos.

México, 20 de marzo de 1956.


Lincoln fue atacado mortalmente, en su palco del teatro de Washington, por el actor sudista John Wilkes Booth, la noche del 14 de abril, Viernes Santo de 1865, muriendo a las 7 de la mañana del sábado.


3

LOS CUADERNOS
DE ANA MAGDALENA

En una iglesia de Hamburgo,
la de Santa Catalina,
por curiosidad entró
un día una jovencita.

El templo estaba desierto,
mas sus espaciosas naves
llenaba Juan Sebastián
de armonías celestiales.

Extasiada la muchacha
se quedo, ante aquel concierto,
como si hubiera escuchado


a los ángeles del cielo.

Mas cuando Bach terminó
y se asomó a la tribuna,
corrió, cual si hubiera visto
una aparición diabluna.

¿Sorpresa…? ¿Miedo…? ¿Pudor…?
Un año después, a Bach
la joven de nuevo halló,
bajo el techo paternal,

pues su padre, trompetista
en el Ducado de Weissenfels,
era admirador y amigo
del Kapellmeister de Koethen.

Al verse, inmediatamente
los dos se reconocieron:
la muchacha asustadiza
y el organista hechicero.

Y a petición del trompeta,
Bach se sentó al clavecín
y acompañó a la doncella,
soprano de voz gentil.

Viendo a Bach tocar, la joven
soñaba: ¡Qué gran artista!
¡Con qué placer a su lado
me pasaría la vida!

Y Bach pensaba a su vez:
¡Qué interesante muchacha!
‑ Oh!, cuánto me agradaría,
si me amase, desposarla!

Y Ana Magdalena Wülken,
con el gran compositor,
sin terminar aquel año,
venturosa se casó.

Jamás hubo matrimonio
más unido y más dichoso,
pues ambos eran artistas,
honrados y laboriosos.

Y una prueba emocionante
de su dicha conyugal
son los celebres "Cuadernos
de Ana Magdalena Bach":

Inestimables tesoros
de música y Poesía,
palpitantes de belleza,
de fe, de amor y de vida.

¡Con qué emoción Magdalena
cantaba aquella canción,
que en su Cuaderno,
Bach un día le escribió:

"Cuando la Muerte me llame,
iré a su encuentro tranquilo,
si cierran mis ojos yertos
tus dedos finos y tibios."

Casi seis lustros duró
aquella alianza fecunda,
que dio al mundo larga prole
y la música más pura.

Y aunque no siempre la suerte
fue propicia a la pareja,
jamás turbó su armonía
ninguna desavenencia.

Un año antes de morir,
Juan Sebastián quedó ciego,
mas continuó sin descanso
revisando y componiendo.

Y ya en su lecho de muerte,
dictó  el coral religioso,
que empieza: "Señor, Dios mío,
aquí estoy ante tu trono."

Expiró, oyendo a los suyos
cantar en torno, y gemir,
el coral conmovedor:
"Todos debemos morir."

Y el voto que a Magdalena
expresara en otro tiempo,


se cumplió al pie de la letra,
en su tránsito sereno:

"Cuando la muerte me llame,
iré a su encuentro tranquilo,
si cierran mis ojos yertos
tus dedos finos y tibios."


México, 3 de Septiembre de 1954


4


El sol incendiaba la  hermosa bahía.
Era una mañana de fines de Julio.
Guayaquil vibraba de luz y alegría,
y acogía al héroe, con gritos de júbilo.

San Martín, cargado con los verdes lauros
de Maipú, los Andes, Pisco, San Lorenzo,
Chacabuco y Lima, debajo los arcos
ornados, de flores, saludaba al pueblo.

Bolívar, vestido de gran uniforme
y dándole escolta su Estado Mayor,
le salió al encuentro entre aclamaciones
y ambos se abrazaron con honda emoción.

Fue un abrazo histórico, porque jamás antes
habíanse visto ni a verse volvieron,
juntos solo entonces fulgiendo sus sables
de libertadores de hombres y pueblos.

En la recepción que enseguida dióse,
una linda joven, de angélico rostro,
ciñó su cabeza de auténtico héroe,
con una corona de laurel de oro.

Mas ni un asistente sospechó siquiera
que, en aquella casa y a las pocas horas,
el noble guerrero iba por América
a ganar su última y mayor victoria.

Cuando al fin vacióse el salón de honor,
se encerraron solos los dos generales
para discutir de la situación
política y bélica de aquellos instantes.

Pero no llegaron a un entendimiento.
Sus miras privadas eran muy distintas;
y ni en el problema siquiera guerrero,
acordar pudieron sus puntos de vista.

San Martín entonces, con su juicio agudo,
previendo los riesgos de estas divergencias,
dedujo que estaba sobrando allí uno
y sacrificóse por el bien de América.

Con que al otro día, silenciosamente,
dejó Guayaquil con rumbo hacia el Sur,
renunciando a poco memorablemente
al Protectorado del rico Perú.

Y renunció a todo: posición, honores,
mando, compañeros, profesión, fortuna,
amor, salud, gloria.., hasta a su buen nombre,
sobre el que escupieron babosas inmundas.

En Chile, de paso para la Argentina,
supo ya de olvidos, penuria y desaires,
mientras que su joven esposa moría
de tristeza y sola, allá, en Buenos Aires.

Reuniendo entonces sus magros recursos
recogió a su hija y se fue a Europa,
juntos condenándose a un destierro oscuro,
que mostraba el temple de su alma heróica.

Y duró este exilio veinticinco años,
no muriendo antes de pena y miseria,
porque, ¡oh ironía!, un banquero hispano
le dono una finca, a orillas del Sena.

Hasta que fallóle su gran corazón
y expiró en los brazos de su hija amada,
siendo su suprema recomendación
la de trasladarlo un día a su Patria.

Y allá, en Buenos Aires, descansan, velados,
por todos los Santos de la Catedral,


los restos del héroe argentino máximo
de la Independencia de América Austral.

México, 25 de Septiembre de 1955


5

EL ESPECTRO DE LA ROSA

Una habitación de ensueño.
Tonos blanco, azul y rosa.
Nocturno primaveral
de flores y mariposas.

Envuelta en la ténue nube
de su vestido de noche
feliz, de su primer baile,
volvía una linda joven.

Asomábase al balcón
miraba al cielo un instante,
besaba luego una rosa
y la prendía en su talle.

Soñadora y soñolienta,
sentábase en una silla
y unos segundos después,
el sueño la sorprendía

Entonces por la ventana,
como caído del cielo
en la estancia penetraba
un maravilloso espectro.

Era un gentil bailarín,
a los acordes alegres
de la "Invitación al vals"
de Karl María Von Weber.

(De la durmiente al oído
susurraba una voz suave:
"Soy el alma de la rosa,
que llevabas en el baile.")

Y aquel etéreo intruso
seguidamente iniciaba
una danza pantomímica,
en torno de la muchacha.

La contemplaba extasiado,
se acercaba, sonreía,
daba saltos deliciosos,
se arrodillaba y se erguía.

Parecía desearla
y querer tomarla en brazos;
pero una fuerza secreta
se oponía a su contacto.

Hasta que al fin la durmiente,
con semblante de sonámbula,
se incorporaba despacio
y en sus brazos se arrojaba.

Y ambos, al compás del vals,
en un torbellino aéreo
giraban cual las estrellas,
en la pista de los cielos.

Luego, con gran suavidad,
el espectro a la doncella
depositaba en su silla,
mirándola con terneza.

Y reanudaba el baile,
que con un beso sellaba,
desapareciendo al punto
de un salto por lo ventana.
...................................

Duraba el lindo ballet
tan solo quince minutos,
provocando, al terminar,
un entusiasta tumulto.

Y es que en él Vátzlav Nijinsky,
con Tamara Karsavina,
hacía una creación
de auténtica maravilla.

Ni en "El Pájaro de fuego"
ni en "Scherezade" y "Petruchka"
ni aún en "La siesta del fauno",
rayó nunca a más altura.

¿Presintió acaso Nijinsky
que "El Espectro de la Rosa"
la imagen de su carrera
sería, brillante y corta...?

Nacido para bailar,
cual para volar el ave,
un día sintió el artista
que también era de carne.

¿Por qué resignarse, pues,
al simple papel de espectro,
renunciando a la belleza
que encendía sus deseos...?

Y hallándose en Buenos aires,
en mil novecientos trece,
unióse a Rómola Pulszky,
el día diez de Septiembre.

Cuando Serguei de Diáguilev,
su director, se enteró,
sufrió un síncope en el acto
y después lo fulmino.

¡Cómo! El Ángel de la Danza,
en todo el mundo aclamado,
¿también caía sin alas,
de una mujer en los brazos..?

Y allí empezó la tragedia
del maravilloso artista,
a quien sus penas y nervios
desbarataron la vida.

Un día, ante sus amigos,
se puso a bailar la guerra
y al final se desplomó,
víctima de la demencia.

¡Triste sino! Cuando había
íntegramente triunfado,
se vio del arte y la vida
para siempre desterrado..!
Tenía veintiocho abriles;
y diez tan solo su gloria:
¡la gloria breve del vals
de "El Espectro de la Rosa..."!

Tehuacán, 29 de Mayo de 1957


VII

EL SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO

Por al poético parque
de la mansión de un banquero,
se paseaba  en Berlín,
una noche, Félix Méndelssohn.

Era entonces un Apolo
de facciones orientales,
de cabellera ondulada, 
boca fina y ojos grandes;

y su espíritu, un parterre,
do las Gracias y las Musas
cultivaban con esmero
las florecillas más pulcras.

Con el dibujo y las lenguas,
la equitación y la danza,
la actividad alternaba
musical y literaria;

y lector de Williams Shakespeare,
ídolo de los románticos,
de leer venía "El Sueño
de una noche de verano".

Un fulgor de plenilunio
ponía plata en los árboles,
esponjados por la brisa
de tibiezas estivales;



y del salón de columnas,
que al jardín florido daba,
llegaban las melodías,
que Fanny al piano arrancaba.

De repente, alucinado
por el mágico nocturno,
la imaginación de Félix
de Shakespeare animó el mundo:

y a Oberón vio con sus genios,
a Titania con sus hadas,
a Puck con su flor de amor
y a Bóttom con carátula.

Y al otro día, inspirado
por esta visión nocturna,
a componer comenzó
su popular obertura.

Bien pronto la terminó,
de una hermosa dama al piano,
logrando hacerse inmortal,
a los diecisiete años.

Lo que no sospechó el joven,
cuando escribía sus notas,
es que diseñaba el símbolo
de su vida y de sus obras;

pues su existencia triunfal,
cual su arte delicado
¿no fueron acaso el sueño
de una noche de verano..?

Nunca a un mortal prodigó

más bienes, la Providencia,
pues le dio genio, fortuna,
renombre, amor y belleza.

Mas correspondió a sus dones,
siguiendo este lema excelso:
"Todo lo que debe hacerse,
debe ser siempre bien hecho".

Ya de niño, fue un prodigio,
que en el piano improvisaba,
componía lindas fugas
y a Goethe maravillaba;

y a los veinte, consagróse
como director de orquesta,
triunfando en la Filarmónica
de la capital inglesa.

Viajó por Francia e Italia,
por Austria, Inglaterra y Suiza,
libando ansioso doquiera
melódicas ambrosías:

la "Sinfonía italiana",
la obertura de "Ruy Blas",
la "Sinfonía escocesa"
y "La Gruta de Fingal".

Y fue profeta en su patria,
pese al popular decir,
disputándoselo Dresde,
Düsseldorf, Leipzig, Berlín.

Honrándolo el Rey de Prusia
y el Monarca de Sajonia,
y hasta cantó para él
la joven Reina Victoria.

Y gozó de las delicias
del más venturoso amor,
en los brazos conyugales
de Cecilia Jeanrenaud.

¿Pues quién, si no, le inspiró
la inmortal "Marcha nupcial",
que a los novios que se casan,
acompaña hasta el final.

Pero un día.., de repente,
su hermana Fanny murió,
quebrando el vital resorte
del tierno compositor.

Y se lo llevó la muerte,
¡a los treinta y ocho años!
Su vida, pues, ¿no fue el sueño
de una noche de verano..?

México, 15 de Junio de 1955


8

VENGANZA INSURGENTE

Estado de Veracruz.
Medellín. Mes de Septiembre.
Año segundo y sangriento
de la Epopeya Insurgente.
Por los campos mexicanos,
trotaba loca la Muerte,
segando vidas humanas,
como si segara mieses.
En su cuartel general,
don Nicolás Bravo, jefe
de la comarca jarocha,
leía este parte urgente:
- "Su padre fue agarrotado
en México, el día trece.
A todos los prisioneros
fusile inmediatamente."
Se lo enviaba Morelos,
que al padre de aquel valiente,
don Leonardo, vio en Cuauhtla
batirse heróicamente.
Mas cogido prisionero
a poco, de un modo aleve,
Calleja lo llevó a México,
do fue sentenciado a muerte.
Con todo, el Virrey Venegas
el indulto concederle
ofreció, si abandonaba
su hijo el campo rebelde.
pero éste, tamaña oferta
- que era muy bien de temerse
fuera tan solo una trampa -,
rechazó espartanamente.
En vano entonces Morelos

propuso, más indulgente;
su canje por ochocientos
prisioneros y rehenes;
pues Venegas no accedió
a propuesta tan clemente,
e hizo a don Leonardo
morir como un delincuente.
Por lo cual, su joven hijo
la orden recibió urgente
de lavar aquella mancha
sangrienta, sangrientamente.
Y trescientos prisioneros
de dos acciones recientes
en espera de la muerte.
El Padre Sotomayor,
eclesiástico insurgente,
se encargó de prepararlos
a morir cristianamente.
Y apenas el sol salió,
en la mañana siguiente,
formaron todas las tropas
el cuadro, a tambor batiente.
Dentro de él, los condenados
con el sudor en sus frentes,
de pie la muerte esperaban,
dando cara a los piquetes;
cuando don Nicolás Bravo,
con marcialidad solemne,
penetró en medio del cuadro
y les habló de esta suerte:
- "Españoles: yo no soy
el que os condena a muerte,
sino el Virrey, que a mi padre
agarrotó el día trece.
Por su vida, vuestras vidas
y quinientas más, en trueque
se le habían ofrecido;
pero rehusó inclemente.
Y pues vuestra ejecución
aprobó tácitamente,
ayer, de llevarla a cabo
la orden recibí urgente.
Mas.... yo no tengo los fieros
instintos de vuestros jefes,
a los que ni edad ni sexo
consideración merecen.
Defiendo la libertad
de mi Patria noblemente
y solo empuño las armas
para hacerla grande y fuerte.
Así, pues, para vengar
a mi padre dignamente,
vida y libertad os doy.
Marchad adonde quisiérais."
.............................................

Un clamoreo entusiasta
acogió la arenga breve.
En el aire saludaron
los fusiles y machetes.
Y ante el rasgo generoso
de aquel auténtico héroe,
los indultados se unieron
a sus aguerridas huestes.
Aquella mañana, en México,
brilló el sol más que otras veces,
porque fue el día más bello
de la Epopeya Insurgente.

Tahuacán, 27 de Mayo de 1955


IX

LA CUARTA SINFONÍA DE BEETHOVEN

En las torres de Viena daban diez campanadas.
Era una noche tibia de un domingo de Mayo;
y en el salón tranquilo de "El Pájaro de plata",
Beethoven se encontraba sentado frente al piano.

La Luna apacentaba su rebaño de estrellas
por las frescas orillas del Danubio en silencio
y el perfume embriagante de las rosas y hortensias
aspiraban ansiosos los balcones abiertos.

A través del espejo de ornamentos dorados,
el artista observaba a sus amables huéspedes,
en tanto acariciaban sus dedos el teclado,
inundando la estancia de armonías celestes.


En sus amplias butacas de rojo terciopelo,
la Condesa de Brunszwick y el viejo capellán
daban de vez en cuando ligeros cabeceos,
Teresita soñaba y meditaba Franz.

Teresita de Brunszwick era una dama joven
de la nobleza húngara, culta y apasionada,
a quien daba lecciones de música Beethoven
y que del gran maestro enamorada estaba.

El emotivo artista se había dado cuenta
de la pasión que en ella había despertado,
y con toda su alma, de la amable doncella,
a su vez, sin quererlo, habíase prendado.

Mas no lo demostraba, porque, a la par que tímido,
era un varón altivo, consciente de su genio,
que inferior no estimaba a cualesquiera títulos
de toda la nobleza que brillaba en su tiempo.

Y su bella discípula que así lo comprendía,
y que más cada día lo admiraba y amaba,
oyendo aquella noche sus suaves melodías,
suspiraba: "¡Dios mío", ¿cuándo se me declara..?"

Y cual si sus anhelos de pronto adivinase,
Beethoven tomó un aire de gran solemnidad,
y a interpretar se puso la canción insinuante
del Cuaderno segundo de Magdalena Bach:

"Si el corazón me ofreces, hazlo secretamente.
No le pidas palabras al amor que me inspiras:
que en el fondo del alma nuestra pasión flamée
y en él depositemos nuestra dicha infinita".

En el espejo entonces sus ojos se encontraron.
Sus corazones dieron un vuelco de emoción.
En las sombras nocturnas, sus almas se besaron
y una lágrima el iris de Teresa empañó.

Un relámpago súbito de inspiración sublime
iluminó el cerebro del portentoso artista,
y en él, a bosquejarse, como el perfil de un cisne,
empezó incontinenti la Cuarta Sinfonía.

En la paz del romántico parque de Martonvásár
y a la luz de los ojos radiantes de Teresa,
compuso el bello adagio que canta la esperanza,
el amor y la efímera felicidad terrena.

Con todo, ni uno ni otra pudieron en su vida,
por causas misteriosas, esa dicha alcanzar;
mas legaron al mundo su inmortal Sinfonía,
gemela de la "Carta a la Amada Inmortal".

México, 10 de Septiembre de 1954.


X

CUANDO BAILA UNA ESPAÑOLA

Cuando baila una española,
es igual que el sol levante,
que irradia luz, alegría
y calor a todas partes.

Es lo mismo que un relámpago,
serpiente fugaz de fuego,
que deslumbra y estremece
entre la gloria del trueno.

Es, en fin, como un volcán,
lanzando hacia las estrellas
una lluvia de rubíes,
que la noche obscura incendian.

Cuando baila una española,
es igual que Salomé,
al Tetrarca galileo
rindiendo humilde a sus pies.

En Córdoba bailó Zahra
ante Abderramán Tercero
y el Califa le erigió
el Versalles del medievo.


Lola Montes, una vez,
bailó ante el Rey de Baviera
y revoluciono el reino
y Luis perdió su diadema.

Y Ana Delgado lo hizo
en presencia de un Rajá, (1)
y escaló enseguida el trono
de un Estado del Penjab.

Cuando baila una española,
es lo mismo que una Musa,
que arrebata a los ingenios,
a la vez que los fecunda.

A una gitana bailar
vio següidillas Cervantes
y una Novela Ejemplar
inmortalizó su arte.

A París, con sus boleros,
Petra Cámara hechizó,
y la celebró Gautier
y la pintó Chassériau;

y cuando Lola Serral
allí se exhibió, a su vez,
Manet hizo su retrato
y la cantó Baudelaire.

Cuando baila una española,
es lo mismo que Afrodita,
que hace perder la cabeza
a los hombres que la miran.

Por las majas dieciochescas
de los bailes de candil,
andaban a navajazos
los manolos de Madrid.

La Hermanita San Sulpicio,
con un baile en Marmolejo,
volvió loco a Ceferino,
quien la sacó del convento.

Y por Carmen la gitana,
"bailaora" de tronío,
el brigadier Don José
se convirtió en un bandido.

Cuando baila una española,
es lo mismo que Eurídice,
cuyo amor inspiró a Orfeo
los acentos más sublimes.

Miguel Glinka en Zaragoza
vio bailar a unas doncellas
y a poco escribió las notas
de su "Jota aragonesa".

Por Pastora Imperio, Falla
compuso la maravilla
del ballet de "El Amor brujo",
que inmortalizó Argentina.

E inspirados por las danzas
del recio pueblo español,
escribieron obras célebres
Liszt, Ravel, Rimsky y Laló.

Cuando baila una española,
Apolo, Orfeo, Afrodita,
Salomé y las Nueve Musas
la contemplan con envidia.

Y hasta de la misma gloria,
a escondidas de San Pedro,
se escapan los serafines,
para admirar su salero.

(1) El Rajá de Kapurtala, con quien se casó.


México, 25 de Enero de 1956.


XI

LA COPLA DE TRAGABUCHES

Era Joselito Ulloa
un gitano de solera
vecino de Ronda, perla
de las sierras malagueñas.
Lo llamaban Tragabuches,
mote de herencia paterna;
y fue un torero notable
de la época goyesca.
Pedro Romero lo había
iniciado en la carrera,
viendo en él a un joven bravo,


con pundonor y destreza.
Mas  no parece que el mozo
naciera con buena estrella,
pues su alternativa fue
una sangrienta tragedia.
De Salamanca en la plaza,
que es donde la recibiera,
fue muerto Gaspar Romero,
la tarde en que se la diera.
¿No era un funesto presagio
para un torero que empieza..?
Sobre él pesaba sin duda
alguna maldición negra.
Ulloa estaba casado
con una gitana bella,
a quien cariñosamente
llamaba siempre su "Nena":
la cual no era solamente
una magnífica hembra,
sino además "cantaora"
de pura esencia flamenca,
siendo ello un doble motivo
para que el torero viera
solamente por los ojos,  
grandes y negros de aquélla.
Mas ¡ay! que el que solo ve
por unas pupilas bellas,
acaba por fin perdiendo
los ojos y la cabeza.

El año Catorce, Málaga,
para celebrar la vuelta
del Rey Don Fernando Séptimo,
organizó grandes fiestas.
No podían las corridas
de toros faltar en ellas,
y Panchón y Tragabuches
formaron la cartelera.
Por lo que Pepito Ulloa,
jinete en jaca ligera,
salió de Ronda la víspera,
despedido por la "Nena".
¡Cuántas lágrimas vertieron
los grandes ojos de ésta..!
¿Y si lo mataba un toro
en la plaza malagueña..?
Mas no; que antes sobre él
obró la maldición negra.
Entre las sombras nocturnas,
iba trotando su bestia.
De pronto, ésta tropezó
contra un árbol con violencia,
y desmontó a Tragabuches,
arojándolo por tierra.
El porrrazo fue tan grande
y sus heridas tan serias,
que hubo de volver a Ronda
y renunciar a la fiesta.
Las dos de la madrugada
serían, cuando a su puerta
llamó Ulloa varias veces,
sin que obtuviese respuesta.
Mas, al fin, con un candil
en la mano, abrió la "Nena",
dibujándose en su rostro
el terror y la sorpresa.
Subió Ulloa a la cocina,
y de sed ardiente presa,
se dirigió a una tinaja,
para sacar agua fresca.
Pero no bien levantó
la tapadera, -¡oh sorpresa!-
vio que surgía del fondo
una juvenil cabeza.
Era de Pepe el Listillo,
acólito de una iglesia
vecina y amante oculto
de la casquivana hembra.
La reacción del torero
fue instantánea y sangrienta,
pues lo degolló allí mismo
con una faca tremenda.
Y a continuación, cogió
por la cintura a la "Nena",
arrojándola a la calle,
donde quedó al punto muerta.
Aterrado por su crimen,
que era de horca la pena,
montó enseguida en su jaca,
internándose en la sierra.
Y allí ingresó en la cuadrilla
de los Siete Niños de Ecija,
llegando a ser el bandido
más criminal de la época.
Entonces -dicen- compuso
la popular copla aceda,
que le inspiró la traición
de su idolatrada "Nena":


"Una mujer fue la causa
de mi perdición primera.
No hay perdición en el mundo,
que por mujeres no venga..."

México, 29 de Septiembre de 1955


XII

CONSTANCIA GLADKOVSKA   

Mes de Abril. Noche de ópera.
Los palcos y las lunetas
del Teatro de Varsovia
brillaban igual que estrellas:

casacas multicolores,
manguitos de cibelina,
oro, encajes y diamantes
y faldas de crinolina.

Un silencio religioso
reinaba en la sala llena,
subyugada por el canto
de una graciosa sirena.

Era su debut. Muy pocos
conocían a esta diosa.
Chopin preguntó, en voz baja:
"¿Quién es...?" ‑ "Constancia Gladkovska."

Y enfocando sus gemelos,
la aprisiono entre sus lentes,
para admirar los encantos
de su juventud fulgente:

Nieve y nácar en la piel,
fuego y seda en los cabellos,
claveles en la boquita
y en los ojazos, los cielos.

Por primera vez, Chopin
sintió una extraña emoción:
la emoción perturbadora,
que causa el primer amor.

Ni los viajes ni los éxitos
siguientes en Viena y Praga,
Téplitz y Dresde, borraron
de su memoria, a Constancia.

La amaba, sí. Mas no osando
a la joven declarárselo,
confesó su amor secreto
a su confidente, el piano.

Y por entonces, compuso
su Concierto en fa menor
y el Vals tres, opus setenta,
que le dictó el corazón.

¡Con qué entusiasmo tocaba
estas dos obras amables,
evocando de su musa
la deslumbradora imagen!

Como era al fin de esperar,
su timidez superando,
Chopin declaró a Constancia
su amor sincero y romántico.

Y en novios se convirtieron,
ebrios de felicidad,
la diva joven y bella
y el compositor genial.

Toda Varsovia, encantada,
vio tan ideal unión:
de la juventud y el genio
con la gracia y el amor.

Una vez, organizaron
un concierto que hizo época:
el último que Chopin
ofrendó a su amada tierra.

El tocó magistralmente
su Concierto en mi menor;
y ella, adornada de rosas
y más hermosa que el sol,

interpretó de Rossini
la cavatina gentil,
que comienza: "¡Oh!, cuantas lágrimas
he derramado por ti!"



Semanas después, Chopin
al extranjero marchó,
jurando antes a Constancia
ardiente y eterno amor.

Pero... ¡no volvió jamás!,
porque lejos de Varsovia,
otro amor en adelante
lo retuvo: el de la gloria.

Y Constancia, al entibiarse
con la ausencia aquel idilio,
cansada, al fin de esperar,
tomo a otro por marido.

Mas nunca pudo olvidar
su primera y gran pasión,
aunque fue madre y esposa,
que a los suyos hizo honor.

Y cuentan que, anciana y ciega,
se sentaba frente al piano
y a menudo interpretaba
su antiguo canto nostálgico:

del concierto con Chopin
la cavatina  gentil,
que empezaba: "¡Oh!, cuantas lágrimas
he derramado por ti.."

México, 20 de Agosto de 1954



XIII

LAS CADENAS DE NAVARRA

Año mil doscientos doce.
Julio. Calor infernal.
Una conmoción profunda
sacude la Cristiandad.
La secular guerra a muerte
entre la Cruz y el Islám,
igual que antaño en Poitiers,
se halla en un punto crucial.
Medio millón de almohades
en Sierra Morena están
afilando sus alfanges
para un asalto mortal.
El fanático En Nasir,
como otrora Abderramán,
ha resuelto a los cristianos
de una vez aniquilar;
y en los campos de Castilla,
con la bendición papal,
se ha formado otra Cruzada
contra el infiel musulmán.
En las Navas de Tolosa
se va el destino a jugar:
nombre oscuro que en la historia
para siempre va a brillar.
Es el día dieciséis.
Del alba a la claridad,
las tropas de entrambos bandos
sus filas formadas están.
Una inmensa Media Luna
dibujan las del Islám;
y una gran Cruz, las cristianas,
que no son ni la mitad.
Mas ¡qué importa!, ya su número
mucho menor suplirá,
de su fe y de su valor
el hervor emocional.
Desde una loma, En Nasir
se dispone a presenciar
la descomunal batalla
que, a su señal, va a empezar.
Su precioso manto verde
fulge a la luz matinal,
como las perlas y el oro
que ornan la tienda imperial.
A sus pies, tiene un escudo,
y a su lado, un alazán;
en una mano, el alfanje,
y en otra mano, el Korán.
Diez mil negros, diez mil picas
un férreo valladar
y en la línea tres mil camellos
formándole guardia están.
En cambio, entre los cristianos,
se ve a los Reyes marchar
al frente de sus mesnadas,
dispuestos la vida a dar.
El centro y la retaguardia
Alfonso mandando va;
Pedro y Sancho, las dos alas,
que acaban de desplegar;


y don Diego López de Haro,
valeroso capitán,
la vanguardia, que impaciente
se muestra por atacar.
Ya en ambos campos resuenan
el clarín y el atabal:
ya a la batalla se arrojan
los dos, con ímpetu igual.
Ciento sesenta mil moros,
en una carga inicial,
logran abrir una brecha
en la hueste trirreinal;
y en vano el bravo don Diego
la intenta al punto cerrar
con sus centauros, que irrumpen
con fuero de tempestad.
Un segundo asalto infiel
consigue también quebrar
la segunda ala cristiana,
que comienza a flaquear.
La situación es dramática.
Es el peligro, mortal.
Cerca del Rey de Castilla,
los moros penetran ya.
- "Muramos aquí, Arzobispo"-
se oye al Monarca exclamar.
Mas don Rodrigo replica:
-"Morir, no; sino triunfar".
Y arrojándose con furia
en medio del musulmán,
consiguen cambiar el curso
del combate desigual.
Tras el pendón que tremola
el canónigo Pascual,
se ve ahora a los cristiano
todo, a su paso, arrollar.
Nada resiste a su ímpetu
de desatado huracán:
que a infantes y a caballeros
precipitan por igual.
Con el ruido de las armas,
y el polvo, y fuego solar,
se mezcla de los caídos
el griterío mortal;
y sobre los albornoces,
que sembrando el suelo van,
corre la sangre a torrentes,
como un rojo manantial.
Ya del cristiano en la lid
el triunfo al alcance está;
ya del moro convertido
en degüello general.
Pero todavía intacto
queda el vasto valladar
de negros, picas, cadenas
y camellos del Sultán.
En vano cien caballeros
quieren saltarlo o quebrar:
que sus briosos corceles
en él a estrellarse van.
Hasta que al fin los navarros,
con su empuje proverbial
logran romper aquel tenso
cerco de carne y metal.
Detrás del Rey Sancho el Fuerte,
se les ve en tromba llegar
a la tienda de En Nasir,
quien la fuga emprendió ya.
Y ellos son, con su bravura,
los que fuerzan el final
de aquel épico combate,
que salva a la Cristiandad.
Por lo mismo, con orgullo,
en su escudo secular
Navarra, así como España
en su emblema nacional,
ostentan unas cadenas
y una esmeralda central,
que recuerdan la famoso
victoria del Muradal.

México, 20 de Noviembre de 1954


XIV

EL RÉQUIEM DE MOZART

Era el mes de Julio. Una inmensa estola
de ocaso y tormenta envolvía a Viena
cuando a la modesta vivienda de Mozart
llamó un mensajero de negra librea.

Y una carta anónima entregó al artista
en la que le hacían el extraño encargo
de escribir de Réquiem, en breve, una Misa,
indicando el precio y fijando un plazo.



Siempre en la penuria, el músico excelso
pidió cien ducados. Y días más tarde,
el torvo emisario volvió con el precio,
tenaz rehusando identificarse.

Era el mayordomo de un título innoble,
que aspiraba, ingenuo, a la fama eterna,
comprando sus obras a músicos pobres,
para brillar luego como autor de ellas.

Y en efecto, el Conde Von Walsegg de Stuppach,
‑que era el aristócrata, carente de escrúpulos-
estreno más tarde, cual creación suya,
la última obra del glorioso músico.

Mas Wolfgang, de muerte ya entonces herido
y ajeno del noble a la baja intriga,
vio en su encargo lúgubre, un secreto aviso
de que estaba próximo el fin de sus días.

Y tan convencido llegó a estar de ello,
que un día a su esposa, dijo con tristeza:
‑ "Yo creo, Constanza, que estoy escribiendo
este extraño Réquiem para mis exequias..."

Pero en este punto, Mozart se engañó.
En sus funerales no se oyó su Réquiem,
porque, antes, la Parca su vida cortó,
una noche horrible de invierno y de nieve.

No había cumplido los treinta y seis años;
mas compuesto había centenares de obras.
Era generoso, sencillo y honrado,
y ante todo, un genio, de la Tierra gloria.

Una ayuda de otoño, después del esfuerzo
que "La Flauta Mágica" costo al débil Wolfgang,
exhausto de fuerzas, se tendió en el lecho,
a esperar sereno su postrera hora.

La esperó, escribiendo su Réquiem grandioso,
que, por fin, no pudo terminado ver
y que acabó luego, cumpliendo sus votos,
el joven Franz Süssmayr, su alumno más fiel.

Pocas horas antes de entregar su alma,
aún la partitura se puso a cantar;
mas del "Lacrymosa", su voz sofocada
por la muerte próxima, no pudo pasar.

Su entierro fue pobre. Nadie, ni un amigo
acompañó a Mozart hasta el cementerio;
y solo su perro, con tristes ladridos,
dio al artista egregio el adiós eterno.

Más piadosa acaso, la Naturaleza
lloró su temprana desaparición,
desatando airada terrible tormenta,
mientras su patético entierro duró.

Cuando fue más tarde su doliente viuda
a orar por su alma, en el cementerio
nadie decir pudo: "Aquí está su tumba"
y nunca se supo donde yace el genio.

 ¡Qué importa! Su arte jamás morirá;
y en tanto la Tierra ruede por el éter,
los hombres sensibles se emocionarán,
oyendo "Las Bodas", "La Flauta" y el "Réquiem".

México 2 de Agosto de 1954

XV

LA FARRUCA DE JOSÉ MARÍA

Se celebraba en Andújar,
a la puerta de una quinta,
un gran banquete de bodas
de familias campesinas;
y transcurría el convite,
del Guadalquivir a orillas,
alegremente, entre bromas,
flores y caras bonitas,
cuando del soto inmediato,
montado en jaca garrida,
surgió repentinamente
un airoso caballista.
El notario andujareño,
que a la fiesta concurría,
palideció como un muerto,


de aquel jinete a la vista,
mientras que el novio, solícito,
se levantó de su silla
y fue a invitar al extraño
a agregarse a la comida.
-"Quién es…?- preguntaron todos.
Y uno que lo conocía,
arrojó como una bomba
su nombre: "José María".
Y en efecto, con el novio,
hacia ellos ya venía
el bandido más famoso
que España entonces tenía.
Todos se sobrecogieron
de "El Tempranillo" a la vista,
pensando que nada bueno
presagiaba su visita.
¿No buscaría al Notario,
que, ha poco, encargado había
a un colono suyo dar
veneno a José María…?
Mas al ver los comensales
la exquisita cortesía,
con que a todos saludó,
dieron de lado a sus cuitas;
excepto, es claro, el Notario,
que entrar creyó en la agonía,
cuando entre él y la novia,
se sentó José María.
Pero éste ocupóse solo
de su linda vecinita,
prodigándole correcto
las atenciones más finas.
Cuando sirvieron el vino
más selecto: el de Montilla,
la novia mojó sus labios
en su copa cristalina;
y en prueba, como es costumbre,
de particular estima,
ofreciósela al bandido,
con una amable sonrisa.
Este, emocionado, dióle
las gracias más efusivas,
prometiendo en adelante
en lo que fuese servirla.
-"Si es así - dijo a su oído
la avisada casadita -,
voy a pedirle una gracia."
- "La que usted quiera, mi vida".
-"Que olvide las intenciones
con que ha venido a esta quinta
y permita que mi boda
termine en paz y alegría.
¿"Me comprende...?" - " Comprendido.
Se lo probaré enseguida."
Y hacia el Notario volviéndose,
le dijo con ironía:
-"Yo no esperaba que usted
digiriera esta comida...
Pero ya no le hará daño.
Dé las gracias a esta niña".
Y sirviéndole una copa,
agrególe con malicia:
-"No tiene ningún veneno.
Beba usted a salud mía."
La fiesta se prolongó,
con coplas, baile y montilla,
hasta el ocaso, encantando
a todos José María.
Por fin, brindó a la casada,
a guisa de despedida,
una farruca vibrante
y una valiosa sortija.
Y saltó sobre una mesa,
do bordó con maestría
aquella danza andaluza,
flor de la flamenquería.
En el aire, con sus brazos,
arabescos describía,
mientras que sus pies tronaban
cascadas de melodías.
Y una ovación subrayó
su gracia y su gallardía,
finas como el terciopelo
de su rica chaquetilla.
A continuación, de todos
se despidió entre sonrisas,
dando la mano a los hombres
y abrazando a las mocitas.
Y enseguida volvió al monte,
sobre su jaca garrida,
mientras que los migueletes
en busca suya venían.
Alguien les había dicho
que se encontraba en la quinta.
Pero todos declararon
no haberlo visto en su vida.
Sin embargo, las mujeres,


enamoradas perdidas
del apuestos "bailaor"
de la farruca magnífica,
siguieron por mucho tiempo
evocando en sus vigilias,
la estampa del bandolero
más galán de Andalucía.

México, 4 de Octubre de 1955


XVII

SUEÑO DE AMOR

Expiraba el primer cuarto de siglo,
cuando todas las damas de París
interpelaban a sus conocidos:
-"¿Han oído tocar al "petit Liszt"..?

Niño aún, pero ya famoso artista,
lo colmaban, después de oír su Érard,
la Duquesa de Berry, de caricias;
de juguetes, el Duque de Orleans.

Y al transformarse en un gallardo joven
y crecer a igual ritmo su talento,
automáticamente convirtióse
en el ídolo de todo el bello sexo.

Las señoritas de la aristocracia
se disputaban entre sí el honor
de recibir lecciones en su casa
de aquel genial y apuesto profesor.

Un día, Carolina de Saint-Cricq,
la hija del Ministro de Comercio,
a tomar comenzó también de Liszt
las obligadas clases de tecleo.

La joven era linda y soñadora,
ornando sus dos iris color malva,
igual que dos violetas melancólicas,
el jardín ovalado de su cara.

Y Liszt era un volcán de sentimientos,
presto a estallar en llamas rubicundas,
cuando sentía cerca el aleteo
de una tierna libélula errabunda.

Al principio, las clases no duraban
más que la sola hora convenida,
y en ellas solamente se trataba
de técnica de piano y de armonía.

Mas pronto a prolongarse comenzaron,
haciendo caso omiso del reloj,
con las blancas y negras alternando
los poemas cerúleos de amor.

De modo que, sin darse cuenta de ello,
entre rimas, acordes y suspiros,
sus corazones vírgenes cayeron
heridos por las flechas de Cupido.

¡Con qué impaciencia tras de los cristales,
cada tarde espiaba Carolina
la llegada de Franz, siempre impecable,
con su casaca azul y su chalina!

Y con qué inspiración improvisaba
en su piano, el precoz compositor,
sobre los versos que ella subrayaba,
delatando a su ingenuo corazón!

La indulgente Condesa de Saint-Cricq
no tardó en darse cuenta del idilio,
estimando que un genio como Liszt
era para su hija un buen partido.

Y admiradora ardiente del muchacho,
su música y su amor por Carolina
fueron, en su desgracia, un suave bálsamo,
que alivió, en parte, sus postreros días,

pues enferma incurable, hacía tiempo,
murió en breve, rogándole a sus esposo,
que no veía bien aquel flirteo:
- "Si se aman, dejadlos ser dichosos."

Pero un día en que la lección de piano
se alargó hasta las doce de la noche,
el Conde de Saint-Cricq dijo al muchacho:
- "Monsieur Liszt, se acabaron las lecciones."

Y allí acabó también aquel idilio,
más puro que el de Pablo y de Virginia,
cuyo corte brutal puso en peligro
las vidas de Franz Liszt y Carolina,


XVIII

EL TESORO DE NUESTRA SEÑORA DE PARÍS

Hace ya muchos años que, en plena primavera,
cuando París florece lo mismo que un jardín
y la "Cité" revive, besada por el Sena,
a ver "Nuestra Señora", por primera vez, fui.
Las dos torres gemelas contemplaban sus gracias
en el espejo claro de las aguas del río
y desde su cornisa, los bíblicos Monarcas
daban la bienvenida al visitante pío.

Por la policromía de sus vanos de ojivas,
se filtraban los rayos del sol hasta las naves,
que, a la sazón, llenaba de graves melodías,
por sus seis mil gargantas, el órgano gigante.

Yo no sé cuanto tiempo anduve contemplando
aquella maravilla del arte medieval,
sagrado bosque gótico de magníficos arcos,
filigranas de piedra y joyas de cristal.

Cuando por fin saciéme de admirar sus columnas,
sus capillas, su ábside, su púlpito y su coro,
el Voto de Luis Trece y de D´Harcourt la tumba,
pasé a la sacristía, do se guarda el Tesoro.

Un guía señalaba a un grupo de turistas
las joyas y reliquias de mayor relumbrón:
un busto de San Luis, la Corona de Espinas,
el manto del Gran Corso y un cáliz teutón.

Mas ninguna de ellas atrajo mis miradas,
como otras que aquel guía desdeñó de señalar:
el birrete empolvado, una vieja sotana,
unos guantes usados y una cruz pectoral.

Debajo había un nombre: DENIS-AUGUSTE AFFRE.
Y una bala. Su vista turbó mi alma al punto.
Recordé las batallas, de París en las calles,
en el Cuarenta y ocho, a finales de Junio.

La Segunda República que el pueblo estableciera,
de asestar acababa un rudo golpe al pueblo,
cerrando los Talleres Nacionales, que fueran
el sostén, hasta entonces, de millares de obreros.

A continuación, éstos se habían sublevado,


y en la Plaza de Italia, Bastilla, el Panteón,
el "faubourg" San Antonio y en varios otros barrios,
el fusil crepitaba y tronaba el cañón.

La lucha era terrible.  Desde hacía tres días,
obreros y soldados caían a millares,
y para poner coto a tal carnicería,
hizo su gesto histórico el Arzobispo Affre.

Era Monseñor Affre un ejemplar prelado
que, fiel a las doctrinas del divino Jesús,
había, por divisa de su pontificado,
adoptado este lema: "La fuerza, en la virtud".

Su corazón sensible de cristiano y patriota
conmovióse al estruendo de la revolución
y haciendo el holocausto de su propia persona,
a salvar su rebaño salió, cual buen pastor.

Marchó, pues, decidido, al "faubourg" San Antonio,
subió a una barricada y desde allí a exhortar
se puso a los dos bandos, sereno, inerme y solo,
al inmediato cese de aquella mortandad.

Paró al instante el fuego ante su gesto bravo;
y todos lo escuchaban, con asombro y respeto,
cuando una bala aleve, que disparó un soldado,
hiriólo mortalmente, derribando su cuerpo.

En su sangre bañado cayó el noble Arzobispo.
No tuvo ni un reproche para el salvaje ataque,
y exclamó únicamente: "¡Que mi sangre, oh Dios mío,
sea la postrimera que en París se derrame!"

Y en memoria del héroe, conserva una vitrina
su ropa ensangrentada por la bala fatal,
que es para mi la joya mas venerable y rica,
que posee el Tesoro de la gran Catedral.

Tehuacán, Viernes Santo, 8 de Abril de 1955


XIX

LA ALFOMBRILLA DE LA TOGLIONI

Cual las estrellas fugaces,
son las bailarinas célebres:
fulguran unos instantes
y se eclipsan para siempre.

¿Quién aun recuerda hoy,
‑fuera de algún erudito‑,
el nombre de la Taglioni,
gloria del romanticismo..?

Y sin embargo, en su tiempo,
la danzante prodigiosa,
por su arte incomparable,
tuvo a sus pies a Europa.

Poetas, reyes, banqueros,
aristócratas y artistas
besaban sus finas manos
y sus ballets aplaudían.

Herold, Aubor y Rossini
le dedicaban bailables;
Lamy,  el lindo tutú;
y Banville, madrigales.

Y las damas del gran mundo
imitaban sus vestidos,
sus alhajas y peinados,
sus gestos y hasta su tipo.

La pintaban Herd y Scheffer;
la loaban Heine y Hugo;
Viena, Londres y París
la recibían en triunfo:

y llevaba una existencia
brillante de soberana,
desposada con un Conde
y por doquier aclamada.

María fue la que impuso
el baile sobre las puntas


y la faldita de gasa,
color de rosa y de luna.

Y ella fue quien renovó
completamente el ballet,
rompiendo sus viejos cánones
y solemne rigidez.

No era hermosa; mas su gracia,
ligereza y distinción
transformábanla en la escena
en ángel,  hada y flor.

Cuando bailaba "La Silfide"
con sus alitas de nácar,
el público hipnotizado
a los cielos transportaba;

y en "El lago de 1as hadas"
y en "La hija del Danubio",
triunfaba sobre los cisnes,
en la pompa del crepúsculo

Como la willis de nieve
de la leyenda bohemia,
era el hada danzarina,
hermana de las estrellas.

Una anécdota nos pinta
el encanto que su arte
hasta en los hombres
más groseros e ignorantes.

Dirigiéndose hacia Rusia,
en la frontera alemana,
la diligencia en que iba
fue cierta vez asaltada.

Y como era de rigor,
los galantes bandoleros
de su peso aligeraron
a viajeras y a viajeros.

Mas, mientras amontonaban
el botín considerable,
María Sofía tuvo
una idea formidable.

En el suelo desplegó
una alfombrilla olvidada
y allí se puso a bailar
una de sus lindas danzas.

Atraídos los ladrones,
se acercaron hasta ella,
contemplándola extasiados
y al concluir, aplaudiéndola.

Y entonces el tosco jefe
de aquellos facinerosos
se adelantó hacia María,
hablándole de este modo:

"Señorita, os felicito.
Sois una artista admirable.
Os devuelvo vuestras cosas
y dignaos excusarme.

Tan solo quedarme quiero, 
si es que no os oponéis,
con esa fina alfombrilla,  
que pisáis con vuestros pies.

Será un bonito recuerdo. 
¿Puedo tomarla... ? ‑ Encantada!"
Y a la artista devolvieron
dinero, ropa y alhajas.

Por su parte, e1 bandolero
recogió aquella alfombrilla
y la usó como almohada
hasta el final de sus días. 


México, 21 de Marzo de 1956



XXII



El frío y el silencio contristaban las calles.
Era una noche gélida de finales de Enero,
tiritando debajo de sus bellos encajes
la recia Santa Gúdula y el fino Ayuntamiento.

Sin embargo, en la céntrica Plaza de la Moneda,
un estacionamiento desusado de coches
indicaba que parte del pueblo de Bruselas
desafiado había el rigor de la noche.

Y en efecto, en la sala del Teatro Real,
que honraban los Monarcas Alberto e Isabel,
un público elegante, denso y espiritual
se había congregado para ver el Ballet.

Era un Ballet famoso al que daba prestancia
una gran bailarina de universal renombre,
salida de las aulas de la escuela de Danza,
que antaño de los Zares sostuviera la Corte.

Cuando el turno tocó de la interpretación
al celebrado numero de"La Muerte del Cisne",
ocurrió un episodio que al mundo conmovió,
por su significado y su grandeza simple.

Apagadas las luces, la Orquesta, con sordina,
le pieza de Saint‑Saens a interpretar se puso,
mientras que lentamente el telón ascendió,
ante la escena sola, revestida de luto.

Al punto, un proyector trazó en el escenario
un misterioso círculo de luz opalescente;
y al verlo, la asamblea, de un impulso espontáneo,


se levantó en silencio, con los Reyes al frente.

Pasaban los segundos, proseguía la  orquesta
y el circulo inquietante continuaba desierto.
¿Dónde estaba Ana Pávlova, la bailarina egregia,
que debía animarlo en aquellos momentos..?

Bajo un palio enlutado, con adornos de plata,
vestida con un traje de brocado de oro,
a la sazón yacía, recién muerta, en la Haya,
en la capilla ardiente del Hospital Católico.

Una enfermedad rápida había despegado
para siempre del mundo sus finos pies ligeros:
sus pies que de puntillas habíanlo cruzado,
entre muestras unánimes de admiración y afecto.

Y por eso, Ana Pavlova no brilló aquella noche
bajo la luna pálida que alumbraba la escena,
en tanto que Bruselas, cual de su tumba al borde,
en pie  la recordaba, con respeto y con pena

El legendario Cisne había esta vez muerto
definitivamente. Y cuentan que en su tránsito,
sus piernas agitado había unos momentos,
como, al morir el ave, lo hacía en el teatro.

Se evaporó lo mismo que el olor de una rosa.
Se extinguió como el brillo del sol crepuscular.
Mas revivirá siempre, del mundo en la memoria,
al compás de la música inmortal de Saint‑Saëns.

México, 30 de Junio de 1958


XXIII

LA   AMAZONA  DE BOLIVIA

Según rece una leyenda,
transmitida por Homero,
una vez en Capadocia
hubo el más extraño reino

Era un pueblo gobernado
por mujeres belicosas,
conocidas comúnmente
con el nombre de Amazonas.

Y la misma ''Ilíada'' canta
el valor de una de ellas,
que murió a manos de Aquiles,
llamada Pentesilea.

Siglos después, por el temple
de las hembras de su zona,
al mayor río de América
se le llamó el Amazonas,

pues los primeros viajeros
que a sus riberas llegaron,
observaron que luchaban,
igual que bravos soldados.

Tal tradición belicosa,
que ya se había perdido,
reanudóse a comienzos
del décimo nono siglo.

Mas ya no fue en el Brasil,
sino en tierras alto‑peruanas,
cuando medio Continente
por su libertad luchaba.

Un puñado de mujeres
hizo allí tales proezas,
que parecen ser mas bien
episodios de leyenda,

destacándose entre todas,
por su astucia y valentía,
doña Juana Azurduy, esposa
del comandante Padilla.

Chuquisaca y Santa Cruz
fueron mil veces testigos


de su audacia en los ataques
al ejército enemigo,

brillando como relámpagos
su dormán rojo y su sable,
en sus cargas a caballos
nimbadas de polvo y sangre.

En el Cerro de la Plata,
una vez arrebató
al alférez realista
la bandera bicolor;

y otra vez, en El Villar,
hizo al coronel La Hera
fracasar en un ataque,
con un golpe por sorpresa.

En fin, distinguióse tanto
por su arrojo y su valer,
que el Gobierno le dio el grado
de Teniente Coronel.

Ante este acoso, Tacón,
jefe de los realistas,
puso en pie dos divisiones,
para extirpar las guerrillas;

y el coronel Aguilera,
una tarde en El Villar,
sorprendió a los dos Padilla,
con una carga brutal.

Presto, Preona; Tarvita,
Quilaquila y Tocofamba
fueron otros escenarios
de sus guerreras hazañas.

Mas se defendieron ambos,
lo mismo que unos leones,
cayendo muerto el marido,
a disparos y a mandobles.

Sin embargo, doña Juana,
sin que herida gravemente,
abrióse paso a sablazos
y pudo evitar la muerte.

Confundiéndola con otra,
en la refriega caída,
decapitaron a ésta,
con el valiente Padilla;

y sus cabezas sangrantes
el vencedor clavó juntas,
como un trofeo, a la entrada
del pueblo de la Laguna.

Mas no abatió tal tragedia
los bríos de doña Juana,
que no tardó en rehacer
sus bravas huestes diezmadas

Y continuó sin descanso
sus combates de guerrillas,
hasta que al fin pudo ver
emancipada a Bolivia.

Por eso, brilla su nombre,
como una estela de luz,
en la historia libertaria
de la América del Sur.

¿Hizo acaso más en Troya
la reina Pentesilea,
que Homero inmortalizó
en su celebre epopeya..?

México, 24 de Octubre de 1955.


XXIV


El Oeste de Viena de pronto amotinóse.
Los hombres, exaltados, gritaban: "¡A las armas!"
Y a su copista Elssler, José Haydn ordenole
- "Baje usted a la calle a ver qué es lo que pasa".

- "Señor, son los franceses -volvió diciendo Elssler-,
que llegaron de Schoenbrunn y amagan nuestro barrio".


Y de Tharreau, en efecto, la vanguardia valiente
por María Hilf misma, ya entraba galopante.

Al cabo de un cuatrienio, Napoleón volvía
de nuevo, presuroso, sus armas contra Viena,
atacando a su débil guarnición sorprendida,
con la tropas selectas de Lannes y Massena.

Mas no se acobardaron por ello los vieneses;
y a las intimaciones de rendición sin lucha,
respondieron lanzando, desde la plaza fuerte,
contra los invasores, de metralla una lluvia.

Tharreau mismo, que pudo tomar los arrabales
del Poniente, sin sangre, con Conroux y Colbert,
sintió pronto la suya, de su rasgada carne
brotar, ante los muros del reducto vienés.

Napoleón entonces cambió el dispositivo.
El Canal del Danubio forzó por el Oriente,
y Doudet, junto al Lusthaus -un pequeño castillo-,
construyó en unas horas, su cabeza de puente.

En puntos estratégicos del Prater y la Landstrasse,
potentes baterías pronto instaladas fueron,
y del once de Mayo en la noche radiante,
sufrió la Ciudadela terrible bombardeo.

El incendio alumbraba los muertos y las ruinas;
en el aire tronaba sin cesar el cañón;
y antes que ser copada, la guarnición batida
abandonó la plaza, y Viena se rindió.

El trece Bonaparte entró triunfante en ella,
entre el hostil silencio del pueblo desarmado,
que mordía sus puños de rabia y de vergüenza,
al verse nuevamente vencido y humillado.

Pero el vienés, sin duda, al que más afectó
la ocupación francesa de su ciudad amada,
fue José Haydn, el viejo y gran compositor,
que, a la sazón, su larga carrera terminaba.

Vestido a antigua usanza -con coleta, casaca
camisa, chorreras y pantalón de seda-,
a partir de aquel día, las horas se pasaba,
tocando el Himno austriaco, en señal de protesta.

Mas una vez..., no pudo dar fin al "Gott erhalte",
le saludó en tudesco y a su piano sentándose,
cantó, con voz magnífica, una inspirada aria.

Era... ¡el aria que Uriel canta en "La Creación"!;
y conmovido Haydn por tan fino homenaje,
al ignoto enemigo de su patria abrazó,
con la efusión sincera de un indulgente padre.

Una vieja leyenda dice, que el cisne canta
cuando siente en su pecho que pronto va a morirse;
y para José Haydn, el musical patriarca,
su obra, el Himno austriaco, el canto fue del cisne;

pues el último día de Mayo, falleció,
y a rendir a su genio de admiración tributo,
fueron muchos guerreros del gran Emperador,
cuya gloria ruidosa no opacó la del músico.

México, 6 de junio de 1955.


XXV


Tarde hermosa de Marzo. Orto de primavera.
En camino hacia Francia, por la ruta del mar.
El Canal de la Mancha es una perla inmensa,
que irradia mil fulgores, bajo el fuego solar.



Ni una nube en el cielo ni otra nave en las aguas.
Perdido en los desiertos del azul infinito,
el "Sussex" marcha solo, confiado y sin armas,
cargado con el fardo de inquietantes destinos.

Descansando en cubierta con su mujer Amparo,
sueña Enrique Granados con el sol de la gloria,
mientras la brisa juega con los dorados dados
y un abanico argenteo la proa abre en las olas.

Aun tiembla en los oídos del exquisito artista
el eco de su triunfo  rotundo en Nueva York,
donde de sus "goyescas" las bellas melodías
han cantado un magnifical al folklore español.

El torero, la maja, el fandango, el pelele,
la España dieciochesca de los cuadros de Goya
otra vez han cruzado los mares triunfalmente,
en alas de su música colorista y graciosa.

Y con ella, el retablo vistoso y provincial,
gaita, chistu y guitarra, que en sus "Danzas" suspiran,
y el gracejo y pasiones del alma popular,
que vibra en sus "Canciones" y lindas "Tonadillas".

Al fin, su triunfo artístico asegurado se halla.
Ya tiene acceso libre al alcázar de Apolo
y del brazo de Albéniz y de Manuel de Falla,
va a entrar incontinente por sus puertas de oro.

Sin embargo..., en sus obras, una angustia secreta
aletea, lo mismo que un pájaro siniestro.
¿Qué presagian las notas de su "Elegía eterna",
de "El amor y la muerte" y el "Himno de los muertos"...?

Son las tres de la tarde. El capitán del barco
el tranquilo horizonte otea atentamente,
cuando a estribor descubre el curso acelerado
de un monstruo de la guerra, portador de la muerte.

En vano al punto ordena una pronta maniobra,
para esquivar el golpe del torpedo asesino;
el proyectil alcanza plenamente a la proa,
que instantáneamente se hunde en el abismo.

Decenas de personas mueren en un instante,
víctimas inocentes de la explosión brutal,
mientras el "Sussex" trunco queda en peligro grave
de hundirse totalmente en el seno del mar.

Una madre aterrada lanza a su hijo al agua
y en seguida se tira de cabeza tras él,
mientras que enloquecido, en los botes y balsas,
gran parte del pasaje arrójase en tropel.

En el tumulto y pánico de la trágica escena,
Granados pierde a Amparo y salta a su jangada.
Ya está a salvo.  ¿Y su esposa...? Mira y la ve allí cerca,
desesperadamente luchando con las aguas.

Entonces el artista, veloz, al mar se arroja,
nadando virilmente para prestarle auxilio;
pero no bien la alcanza, cuando una fiera ola
a los dos, abrazados, sepulta en el abismo.

Y... nunca más se supo del autor de "Goyescas",
de las que el cuadro último, llamado "Amor y Muerte",
¿no fue un presentimiento de la horrible tragedia,
que puso un fin patético a su existencia ardiente...?

México, 16 de Julio de 1954


XXVI

PALABRA DE HONOR

Se liquidaba en Querétaro
a principios del verano
del año Sesenta y siete,
el Imperio Mexicano.
Por un Consejo de Guerra,
a muerte ya sentenciado,
su ejecución esperaba
un eminente soldado:
Don Severo del Castillo,
general ilustre y bravo,
que de Estado Mayor jefe
fuera con Maximiliano.
Y esta noche era la víspera
del día en que fusilado
debía ser, cual lo fue
el blondo Príncipe austriaco.
Recluido en un cuartel,
su custodia estaba a cargo
del liberal Carlos Fuero,
su antiguo subordinado.
Y huelga decir que Fuero,
en momentos tan dramáticos,
solo tenía atenciones
para su ex-jefe estimado.
- "Lo que siento únicamente,
dijo Don Severo a Carlos,
es morir sin arreglar
ciertos asuntos privados".
- "Mi general, si usted quiere,
replicó el interpelado,
puede a la ciudad salir
libremente y ultimarlos."
-"¿De veras, Carlitos…? - Sí.
Tan solo le pido, es claro,
que para el toque de diana,
haya al cuartel regresado."
- "Palabra de honor, Carlitos.
Que Dios te premie este rasgo."
Y embozándose en su capa,
desapareció del cuarto.
A poco, el general Rocha
aparecía en el atrio
del cuartel, por ser entonces
jefe de día en Querétaro.
Y del oficial de guardia
suponer el embarazo
se puede, al notificarle
la ausencia del condenado.
Don Sostenes, al oírlo,
se quedó petrificado.
¿Es que la razón había
perdido su amigo Carlos..?
Fuero entretanto dormía
tranquilamente en su cuarto,
cuando las voces de Rocha
vinieron a despertarlo.
"- Pero ¿ qué has hecho, Carlitos…?
- "Lo sé. Pero volverá.
No estoy loco ni borracho.
Y lo hará, porque de honor
su palabra me ha empeñado."
- "Y si no ocurriera así..?"
- Pues nada, repuso Carlos:
que me fusilen a mí
y asunto solucionado.
Con que déjame dormir
y... márchate sin cuidado:
que antes del toque de diana,
lo verás en este cuarto."
No se quedó tan tranquilo
Don Sostenes como Carlos,
y toda la noche anduvo
a las guardias alertando.
Por supuesto, en el cuartel
todos ya por descontado
daban que no volvería
a su encierro el sentenciado;
pues ¿podía ser tan loco,
que no se pusiese a salvo,
sabiendo que de otro modo,
iba a ser ejecutado...?
Mas he aquí que hacia el alba,
siempre en su capa embozado,
se presentó don Severo,
con firme y sereno ánimo.
Nadie creía a sus ojos,
al verlo entrar por el patio;
y con emoción profunda,
Rocha y Fuero lo abrazaron.
Entonces Rocha a Escobedo


dio cuenta de lo pasado,
y el fusilamiento fue,
por el momento, aplazado.
Comunicóse al Gobierno
aquel magnífico rasgo,
y por fin, el general
fue por Juárez indultado.
¡Digno y bello desenlace
del caballeresco caso!
¿No merecía vivir
un hombre tan noble y bravo..?

Cuernavaca, 16 de Septiembre de 1955.



XXVII

LOS DIENTES DE SANTA APOLONIA

Fue Santa Apolonia una hermosa virgen,
que, en Alejandria, vivía dichosa,
cuando lanzó Decio su edicto terrible
contra los cristianos, súbditos de Roma.

En aquel entonces, era Alejandría
el principal foco cultural del mundo,
y el conflicto eterno de ideologías,
más que en parte alguna, era allí agudo.

Gracias a Panteno, Clemente y Orígenes,
la causa de Cristo la urbe ganaba,
y por eso, en ella, la oficial sévice,
mas que en otros puntos, se cebó inhumana.

Una de sus víctimas fue Santa Apolonia,
a la que arrancaron sus níveos dientes,
antes que su cuerpo de nácar y rosa
fuese devorado por llamas crueles.

El  valor heróico de que, en su martirio,
la joven cristiana dio tan grandes pruebas,
motivó que, al triunfo del catolicismo,
su culto, en la iglesia, popular se hiciera.

Sujetando un diente con unas tenazas,
cual se ve en los cuadros de Luini y Crayer,
invocada era contra la odontalgia,
en todos los templos, por el pueblo fiel.

Como no existían por aquellas fechas,
sulfas, inyecciones, algodón ni pinzas,
era poco el crédito de los sacamuelas
y los odontópatas a ella acudían.

Tan famosa se hizo que un Nuncio del Papa,
que por Europa entera viajó,
afirmó haber visto dientes de la Santa
en cada parroquia por la que pasó.

Al volver, al Papa notificó presto
la extraña abundancia de tales reliquias,
ordenando el cuerdo Vicario, en secreto
que a Roma, cuanto antes, fuesen remitidas.

Y de todas partes de la Cristiandad,
llegaron molares que Santa Apolonia,
que a un almacén viejo iban a parar,
silenciosamente y sin ceremonias.

Mudo de sorpresa quedó el Santo Padre
contemplando un día aquel cosechón,
y un abad barbudo, malicioso y suave
dio al Sumo Pontífice esta explicación:

- "Es que un lego simple de un cenobio egipcio,
de la Santa un diente sembró en el jardín
y multiplicóse, ¡oh raro prodigio!,
igual que los granos de trigo y maíz..."


México, 7 de Abril de 1954.


XXVIII

CORDOBA

Había cumplido los dieciocho Abriles
Sus ojos brillaban como dos luceros,
y tenía un rostro sereno de virgen,
como la Fuensanta de Julio Romero.

Vivía en el barrio de la Catedral.
Sus balcones daban al Guadalquivir,
y en su patio moro de altura de cal,
lucían la rosa, el clavel, la lis.



Su alma poética moraba en los campos
de ensueño, que crea la ilusión alada.
Más ¡ay!, que sus días estaban contados...
La tuberculosis su cuerpo minaba.

Tendida en su lecho de cubierta rosa
con flores y libros sobre la mesilla,
mataba del día las horas monótonas,
leyendo a Valera o al Duque de Rivas;

o viendo a la tibia corriente del río
besar en los ojos al puente Romano,
o a la mole pétrea del viejo Castillo
clavar sus almenas en el cielo claro.

Contiguo al balcón silente volaba,
cubierto de un verde mantón de Manila,
el piano en que antaño la joven tocaba
las obras de Albéniz sobre Andalucía.

Y al caer la tarde -hora en que
a los pobres tísicos atormenta más‑,
pulsaba las teclas su madre doliente,
para distraerla de su ardor letal.

‑"Mamá, toca "Córdoba"‑ pedía a menudo
la tuberculosa en ultimo grado.
Y la infeliz madre tocaba el nocturno
de Isaac Albéniz, conteniendo el llanto.

Al resplandor pálido del farol del techo,
sus notas sonaban igual que una honda
y hermosa elegía al pasado bello
de la joven tísica, al par que de Córdoba

Y por la retina de la pobre enferma,
pasaban los sitios en que fue feliz,
cuando reflejaba su esbelta silueta
el brillante espejo del Guadalquivir.

Afuera, la luna derramaba lágrimas
sobre los menguados restos de esplendor
de la en otro tiempo famosa Sultana,
madre de Walada, Al‑Hákem e Ibn-Roschd.

¿Qué se había hecho de sus mil mezquitas,
sus seis mil palacios y hermosas escuelas. .?
¿Dónde estaba Azahara con sus maravillas:
las fuentes de azogue, los techos de perlas..?
Un día, la joven, al fin, falleció;
y mientras su cuerpo cubrían de rosas,
por la vez postrera que su madre tocó,
en obsequio suyo, el nocturno "Córdoba".

Más tarde, sus padres un viaje emprendieron
para dar a Albéniz sus gracias rendidas,
por aquellos ratos de dulce consuelo,
que proporcionara su arte a su tía.

Y el célebre artista se emociono tanto
que ya ningún triunfo lo impresiono nunca,
como aquella joven de dieciocho años,
que murió escuchando su inspirada música.

Pasó mucho tiempo. Y un día en París,
donde por entonces vivía y triunfaba,
por viejas dolencias vencido y febril,
Albéniz se hallaba clavado en la cama.

Era el año nueve. Y al igual que antaño
a la desdichada joven cordobesa,
otra mujer buena, sentada ante el piano,
consolaba a Albéniz, en su muerte lenta;

cuando presentándose, sin duda, a su mente
la imagen borrosa de aquella española,
suplicó a su amiga, con aire solemne:
"‑Por favor, Madame: interprete "Córdoba"....

México, 20 de Julio de I955



XXIX

EL REUMA DEL REY PANCHITO

A los Baños de Fitero
ha llegado el Rey Panchito,
porque aseguran que sufre
de un raro reumatismo.

Con la pompa que conviene
a un personaje real,
le han recibido la Villa
y el Viejo Baño Termal.



Venía en una carroza,
tirada por alazanes
y seguido de una escolta
de guardias y chambelanes.

Y en su brillante cortejo
se hallaban su capellán,
su secretario, su médico
y un capitán general.

¡Qué guapo estaba el monarca
de pelo y barba rizados,
vestido con la elegancia
del "dandy" más refinado!

Las mujeres lo miraban,
rendidas de admiración
y gritaban ¡Viva el Rey!
de la Real Marcha al son.

Y el Rey Panchito halagado
les sonreía al pasar
y hasta se puso un clavel
de una rubia, en el ojal.

Jamás en el pueblo viose
tanto título del Reino
ni se habló más en la Prensa
de los Baños de Fitero.

Sin embargo, en el pasillo
que el Rey ocupa en el Baño,
no hay apenas movimiento
y reina un silencio extraño.

Los servidores reales,
con sus brillantes casacas,
se deslizan de puntillas,
lo mismo que los fantasmas.

¿Por qué tanta precaución
y tanto comedimiento..?
¿Qué misteriosa dolencia
aqueja al real enfermo...?

Dicen que el Rey en su cámara
recluido permanece
y que se queja a menudo
de dolores en la frente.
Mas un periodista garrulo
se ha atrevido asegurar
que no es su causa el reuma,
sino una afección moral.

¿Qué tendrá, pues, Don Panchito,
el de la barba rizada,
del pelo en caracolitos
y de la voz atiplada..?

En Madrid y El Escorial,
en El Pardo y Aranjuez,
entretanto se divierte
la joven Reina Isabel.

Su arrogancia y su belleza
de manola coronada
triunfan en todas las fiestas
y paradas cortesanas.

Y va siempre en compañía
de su "General Bonito",
como llaman las chismosas
al general Serranito.

Lo cual, en verdad, no tiene
nada de particular,
porque Serrano es el jefe
de su Palacio Real.

Mas dicen las malas lenguas
que él es la causa eficiente
del raro reumatismo
que siente el Rey en la frente.

¿Será verdad tal historia..?
Yo no la paso a creer,
pues no hay mujer en el Reino
más devota que Isabel.

¡Pobrecito Rey Panchito,
el de la barba rizada,
del pelo en caracolitos
y de la voz atiplada!

Ya de Fitero se fue
tan malo como al llegar,
porque su mal no se cura
con baños de agua termal.



Chupanguio, 4 de Abril de 1953


En el pasillo llamado del Salón, situado en el primer piso del Balneario Viejo de Fitero, y frente a la puerta de acceso a la escalera principal, existe una placa de mármol negro,  de 46 centímetros de largo por 25 de ancho, en la que se lee en letras de oro: EN ESTE PASILLO SE HOSPEDO EL REY FRANCISCO DE ASIS. Don Francisco de Asís, o el Rey Don Panchito, fue el marido de la Reina Isabel II.  Sus notorias desventuras conyugales, en las que jugó un papel importante el general Francisco Serrano y Domínguez, Duque de la Torre, alimentaron la crónica escandalosa del siglo pasado, durante más de veinte años.  Don Francisco de Asís acabó por separarse de la Reina en 1870.

XXX

NOVIAZGO DRAMÁTICO

Una vez, en Leipzig durante el estío,
a instalarse vino de Wieck en la casa,
un doncel hermoso, cultivado y fino,
que sentía el genio bullir en su alma.

Era Robert Schumann, que soñaba entonces
con ser un artista famoso del piano
y tomar quería diarias lecciones
del mas afamado maestro germano.

Friedrich Wieck tenía una linda hija,
‑se llamaba Clara. Su edad, nueve años-
la cual destacaba ya como pianista,
hechizando a Robert con sus sabias manos.

Y un cariño mutuo germinó. en sus almas,
ingenuo preludio del célebre idilio,
iniciado un día en que fue a besarla
y le objetó ella: "Cuando haya crecido."

Mas pronto Clarita devino una joven,
doquiera aclamada como concertista,
en tanto ascendía la fama de Robert
por sus bellas obras y sus finas críticas.

Y una noche en que ella, palmatoria en mano,
despedía al joven, cabe la escalera,
éste murmuróle: "Clarita, te amo",
y besó sus labios con pasión sincera.

Entonces la joven ya no protestó,
y pronto de Schumann convirtióse en novia,
iniciando un drama de amor y dolor,
de los más famosos que cuenta la Historia.

Pues herr Friedrich Wieck se opuso al enlace,
y a los novios hizo, con saña brutal,
cinco largos años, una guerra infame,
al fin terminada por un Tribunal.

¿Por qué...? No se sabe. Mas no bien se dio
cuenta del noviazgo de Robert y Clara,
a su hija a Dresde al punto envió,
con aquel tratando de incomunicarla.

Vanamente entonces a Wieck pidió Schumann,
para demostrarle sus miras honestas,
la mano de Clara, pues graves injurias
al noble mancebo le dio por respuesta.

Y hasta amenazóle con matarlo un día,
si a Clara a hurtadillas seguía tratando,
obligando a entrambos a una triste y fría
devolución mutua de su epistolario.

Duró esta ruptura setenta semanas,
de las que el artista compuso en la fiebre,
el agudo grito de angustia hacia Clara,
que es su Fantasía, opus diecisiete.

En secreto, empero, por correspondencia,
el idilio roto, por fin, anudóse,
y un día a Wieck Clara le dijo resuelta
que solo sería la esposa de Robert.

Entonces la lucha, con mayor encono,
empezó de nuevo con el terco anciano,
al que, decididos esta vez a todo,
a los Tribunales los novios llevaron.



Cuando se enteró, perdió la cabeza.
Lanzó contra Schumann un libelo vil,
y hasta de su hija, con innobles tretas,
la triunfal carrera trató de obstruir.

El triste proceso duró trece meses;
y ni en las audiencias tuvo Wieck recato.
Pero en contra suya fallaron los jueces
y los prometidos, al fin, se casaron.

Su unión fue dichosa. Mas... aquella lucha
los nervios de Schumann destrozado había,
y otros sinsabores y su labor ruda
pusieron un trágico final a su vida.

Perdió la razón y se arrojó al Rhin;
y aunque fue salvado por unos marinos,
dos años después, murió el infeliz,
en un manicomio, un día de estío.

México, 14 de Julio de 1955.


XXXII

LOS ENCIERROS DE PAMPLONA

Pamplona. Los Sanfermines.
Mañanas claras de Julio.
Un sol, que a inflamar comienza
a sus gentes y sus muros.

Do Rotxapea a Estafeta,
un rumor de multitud,  
semejante al que provoca
el avance de un alud: 

algarabía  festiva
de un pueblo bravo y ardiente,
que expresa  su regocijo,
con la fuerza de un torrente.

Balcones engalanados
con racimos de bellezas,
mas  dulces  y embriagadoras
que  el vino de la Ribera.

Semientornadas, las puertas;
cerradas, las bocacalles;
y en medio de la calzada,
el  mocerío vibrante:

horizonte de pañuelos
y ceñidas fajas rojas,
que estallan en el espacio,
como un campo de amapolas.

Bullicio. Nerviosidad.
Miradas  como saetas,
que se clavan  sobre todo
en las forasteras bellas..

Piropos como relámpagos,
que deslumbran las pupilas
y encienden los corazones
y labios de las mocitas.

Cantos, pitos, chistularis,
"riaus, riaus" ensordecedores,
botas de vino en el aire
y rondas de bailadores.

Toda el ansia de gozar,
reprimida un año entero,
estallando incontenible,   
como un surtidor de fuego.

De pronto,  el trueno de alerta
de un potente cohetón,
que se eleva hacia  las nubes,
como un vibrante pregón.  

Estremecimiento súbito
de todos los corazones;
repliegue hacia las aceras
y gritos en los balcones. 

‑"¡Los toros!" ‑Y es un clamor
de innumerables  gargantas,
a cuyo eco retiemblan
la Ciudadela y el Arga.

‑"¡Los toros! " ‑Y es una tromba,
que por las calles irrumpe,
y en la que mozos y fieras
se acosan y se confunden:

una tromba arrolladora


de alegría  y de emoción,
que pone tensos los nervios
y acelera el corazón.

Sustos, porrazos, carreras,
cencerreo de cabestros,
alaridos de mujeres
y arremetidas de cuernos.

Mozos, que por asombrar
a las bellas de un balcón,
caen y son sumergidos
por el fugaz aluvión.

Otros, que, al verse alcanzados,
de bruces al suelo se echan
o escalan igual que ardillas
de las ventanas las rejas.

Un astado, rezagado
a la vuelta de una esquina,
fascinado por los ojos
de una hermosa navarrica.

Y un ebrio, que se le acerca,
en su inconsciencia febril,
para ofrecerle galante
su porrón de chacolí.

En la puerta de la Plaza,
una montaña de cuerpos
caídos, por la que saltan
los toros y los cabestros;

Y dentro, el continuo acoso
de las vacas emboladas
por miles de improvisados
toreros de una mañana.

Volteretas en el aire,
cabriolas en las barreras,
regocijo en los tendidos
y hervor de sangre en la arena.

Y allá arriba, en el empíreo,
el patrono San Fermín,
a Pamplona bendiciendo
al compás del tamboril.

Inenarrable espectáculo
y estampa brava y fantástica
de un pueblo noble y valiente,
como el pueblo de Navarra.


XXXIII

MOMENTO MUSICAL

Un castillo en la campiña.
Zélesz. Hungría. Verano.
Carolina de Esterházy
y Franz  Schubert, frente al piano.

La  belleza y el talento,
reunidos por el arte
e interpretando juntos
melodías inmortales.       

El sol poniente de Agosto
suspiraba en los espejos
y una bandada de pájaros
retozaba en los cerezos.

Tenía la Condesita
solo diecinueve años
y era una tierna doncella
de nieve, de miel y nardos.

Cantaba  con sentimiento,
buscaba el piano con gusto
y amaba la poesía,
la  pintura y el dibujo.

Franz la había  conocido
allí, seis años atrás,
iniciándola en el piano
y en  arte de cantar.

Mas la chiquilla de ayer
habíase  transformado
con el tiempo, en una joven
de penetrantes encantos.

Y Schubert, que era sensible
a las gracias femeninas,
a la sazón, junto a ella,
era dichoso y sufría.



Era feliz, por amarla
con platónica pasión;
e infeliz, porque sabía
lo imposible de su amor.

¿Pues cómo soñar siquiera
con correspondencia alguna,
sabiéndose feo, tímido
y sin ninguna fortuna…?

En cambio, el humilde músico
andaba siempre pendiente
de los menores caprichos
de aquella musa de nieve.

Por ella compuso entonces
diversas piezas de canto
y varias composiciones
para piano, a cuatro manos.

Y algunos de los "Momentos
musicales" del artista
¿no conservan el perfume
de Zélesz y Carolina...?

¡Con qué arrobo la escuchaba,
cuando cantaba sus "lieder",
dándoles vida y sentido,
con su bella voz de tiple!

¡Y con qué viva emoción
a su vera se sentaba,
para ejecutar los dos
al piano sus bellas Marchas!

De buena gana, al final,
tomado habría sus manos,
y exclamado entre dos besos:
- "Carolina, yo la amo".

Mas su pasión escondía
en el fondo de su pecho,
y sus miradas ardientes,
detrás de sus espejuelos.

Una tarde, sin embargo,
en que se quejó su alumna
de que no le dedicase
jamás una pieza suya,

Franz le dio con emoción
esta explicación cortés:
- "¿Para qué…?, si cuanto escribo
inspirado es por usted...?

‑ ¿Comprendió la Condesita
tan fina declaración..?
¿Correspondió de algún modo
a su recatado amor..?

Tal vez. Mas... en todo caso,
acabó por desposar
a un altivo caballero
de la nobleza imperial.

Con  todo.., si sobrevive
todavía su recuerdo,
es tan solo porque en Zélesz,
la amó Schubert un momento.

Tehuacán, 3I de Mayo de I957



XXXIII

MOMENTO MUSICAL

Un castillo en la campiña.
Zélesz. Hungría. Verano.
Carolina de Esterházy
y Franz  Schubert, frente al piano.

La  belleza y el talento,
reunidos por el arte
e interpretando juntos
melodías inmortales.       

El sol poniente de Agosto
suspiraba en los espejos
y una bandada de pájaros
retozaba en los cerezos.

Tenía la Condesita
solo diecinueve años
y era una tierna doncella
de nieve, de miel y nardos.

Cantaba  con sentimiento,
buscaba el piano con gusto
y amaba la poesía,
la  pintura y el dibujo.

Franz la había  conocido
allí, seis años atrás,
iniciándola en el piano
y en  arte de cantar.

Mas la chiquilla de ayer
habíase  transformado
con el tiempo, en una joven
de penetrantes encantos.

Y Schubert, que era sensible
a las gracias femeninas,
a la sazón, junto a ella,
era dichoso y sufría.



Era feliz, por amarla
con platónica pasión;
e infeliz, porque sabía
lo imposible de su amor.

¿Pues cómo soñar siquiera
con correspondencia alguna,
sabiéndose feo, tímido
y sin ninguna fortuna…?

En cambio, el humilde músico
andaba siempre pendiente
de los menores caprichos
de aquella musa de nieve.

Por ella compuso entonces
diversas piezas de canto
y varias composiciones
para piano, a cuatro manos.

Y algunos de los "Momentos
musicales" del artista
¿no conservan el perfume
de Zélesz y Carolina...?

¡Con qué arrobo la escuchaba,
cuando cantaba sus "lieder",
dándoles vida y sentido,
con su bella voz de tiple!

¡Y con qué viva emoción
a su vera se sentaba,
para ejecutar los dos
al piano sus bellas Marchas!

De buena gana, al final,
tomado habría sus manos,
y exclamado entre dos besos:
- "Carolina, yo la amo".

Mas su pasión escondía
en el fondo de su pecho,
y sus miradas ardientes,
detrás de sus espejuelos.

Una tarde, sin embargo,
en que se quejó su alumna
de que no le dedicase
jamás una pieza suya,

Franz le dio con emoción
esta explicación cortés:
- "¿Para qué…?, si cuanto escribo
inspirado es por usted...?

‑ ¿Comprendió la Condesita
tan fina declaración..?
¿Correspondió de algún modo
a su recatado amor..?

Tal vez. Mas... en todo caso,
acabó por desposar
a un altivo caballero
de la nobleza imperial.

Con  todo.., si sobrevive
todavía su recuerdo,
es tan solo porque en Zélesz,
la amó Schubert un momento.

Tehuacán, 3I de Mayo de I957


XXXIV

LOTERÍAS

La fiesta de Dolores
Es una contradicción.
Pero  ¿es que hay gozo en el mundo,
Que no implique algún dolor..?

"Dolores", honda elegía
De Federico Balart:
Dolor hecho poesía
Por mujer que se hizo amar.

¿No será por ser su fiesta
La Semana de Pasión,
Que las Lolas suelen ser
Mujeres de recio amor..?

Lola de Valencia hechizó a Manet
Y Lolita Montes  cautivó a Franz Liszt.
¿Que tendrán las Lolas para enloquecer
a grandes artistas con tal frenesí...?

Por las gracias de una Lola
que escondió su corazón,
comenzó a escribir "Doloras"


Don Ramón de Campoamor.  

Y por otra desdeñosa,
que de Larra sorbió el seso,
éste de un pistoletazo
se fue al reino de los muertos.

La Lola se fue a los puertos,
al decir de los Machado.
Y por sus ojazos negros,
perdió el rumbo mas de un barco.

Ni Ribera ni Giorgione
ni Morales ni Verrochio
pintaron una Dolores,
como otra que yo conozco.

Quien te bautizó Dolores,
no supo lo que se hacía.
si yo te rebautizara,
te llamaría Alegría.

La Dolores de la Jota
dicen que hacía favores.
¿Pero qué valen las coplas
que hacen los murmuradores..?

La Virgen de las Dolores
es la de mi preferencias
que por infaustos amores,
soy como Ella un alma en pena.

¡Ay Dolores!, preciosa anforita
de mieles y esencias
a mi todos se me acabarían,
si tu me quisieras.

Puebla, 25 de julio de 1960


XXXV

TRISTÁN E ISOLDA

Zurich. "El Asilo". Una gran ventana
sobre el azul lago y los blancos Alpes.
Junto a ella su genio piensa, escribe y ama.
Vive en el exilio. Es Ricardo Wagner.

Un volcán de ideas y de melodías 
hierve en  su cerebro de artista y filósofo.
Y desde el Walhalla, las bravas Walkirias
a seguir lo animan su combate heroico.

Del oscurantismo las Furias siniestras
en vano su arte asfixiar pretenden.
Ni "El Buque Fantasma" arría bandera    
ni el coro de Tannhäuser viril enmudece.

Una noble dama sostiene al Titán
proscrito y aislado, en su excelso empeño.
Es Joven, bonita, rica, espiritual,
y artista. Se trata de Matilde Wesendonck. 

Su marido y ella, discretos Mecenas,
que el genio de Wagner comprenden y admiran,
le han proporcionado la linda vivienda,
en la que prosigue su labor magnífica.

Y allí  es donde empieza el drama grandioso
de amor y de muerte, que es "Tristan e Isolda",
y que a convertirse va, dentro de poco,
en el drama oculto de su vida propia.

¡Con qué emoción llega cada tarde Wagner
a la villa regia que Matilde habita
y ejecuta al piano los densos  compases
que Narke o  Isolda o Tristan le inspiran!

Cual Brunhilda a Wotan, lo escuchan la  dama.
Bien pronto comulgan en la misma Estética:
y Richard le escribe un "Album sonata"
y musicaliza sus obras poéticas.

Nutrida por gustos y anhelos comunes,
se hace cada día su amistad más íntima;
y como las alas de un blanco querube,
a la vez sus almas se elevan y vibran.

Mas... son mujer y hombre; no seres celestes.
La amistad se aloja cerca del amor.
Y sin pretenderlo, insensiblemente,
su amistad deviene profunda pasión.

Pero nada ocurre que a escándalo mueva.


No es su idilio, enredo prosaico o vil.
Y no hay adulterio, divorcio o tragedia,
sino un desenlace sublime y viril.

Viendo el imposible de una unión basada
en la alevosía  y en la deserción,
los nobles amantes dan fin a su drama
con un gesto estoico: la reunificación.

Y un buen día, Wagner, silenciosamente,
abandona Zurich y se va a Venecia.
Y se marcha solo, pues inhábilmente
precipita todo su esposa indiscreta.

Y allí, y en Lucerna, con el alma rota,
el resto compone tan conmovedor
del grandioso drama de "Tristan e Isolda",
que era el propio drama de su corazón.

México, 8 de octubre de I954

XXXVI


El  "Moulin Rouge". París.
Fines del pasado siglo.
El paraíso nocturno
del mundo dorado y frívolo.

Taponazos de champaña,
risas de lindas mujeres,
batallas de serpertinas,
flores y sones alegres.

Por la pista cocursante,
daban vueltas las parejas,
entre nubes de confettis
y entre oleaje de sedas.

Y en los elegantes palcos,
viejos sátiros con guantes
se esparcen con las ninfas
perfumadas de Montmartre.

Al llegar la media noche,
una exaltación frenética
ponía en tensión los nervios
de la turba de etiqueta.

Era el fuego del Can-Can,
a cuyo nombre de escándalo
se santiguaban las viejas,
como si fuera el del diablo.

Valentín "le Désossé"
y "la Goulue", felina,
irrumpían con estrépito
en el centro de la pista;

y tras ellos, las cuadrillas
de hermosísimas bacantes,
sus piernas con medias negras
danzando al aire triunfantes.

Palmas, risas, gritos, saltos,
y remolinos de enaguas
subrayaban el estruendo
de la epiléptica danza,

en tanto que en un rincón,
dormitaba Belzebú,
arrullado por la orquesta
de su compadre Dufour.

Mas no todos retozaban
en aquella bacanal,
do exhalaban sus perfumes
todas las flores del mal.

Sentado frente a una mesa
entre aquella muchedumbre,
un artista solitario
bebía y tomaba apuntes.

Era Toulouse-Lautrec,
un hombrecillo estrambótico,
con medio cuerpo de genio
y medio cuerpo de monstruo.

Siendo niño, en Lamalou,
quebróse un día las piernas
y ya solo fue un enano,
que marchaba a duras penas.

Y si es verdad que tenía
salud, dinero y talento,
¿de qué le servía todo,
con aquel grotesco aspecto..?



Ni las grisetas humildes
del "Ely" y del "Mirlitón"
querían vender sus gracias
a aquel horrible señor.

Amargado, el aristócrata
se refugió en la pintura,
preparando su desquite
contra su mala fortuna.

¿Lo rechazaba la vida..?
¿Repugnaba a las mujeres...?
Pues un día a una y otras
rendiría a sus pinceles.

Y en pintor se convirtió
de bailes, tabernas, circos,
velódromos y teatros,
hipódromos y garitos.

Jockeys , ciclistas, payasos,
bailarinas y cantantes
fueron por él retratados
en sus cuadros inmortales.

Y pronto la miel gustó
de la popularidad,
al asombrar a París
con su cartel del Can‑Can.

Todo el mundo abrió sus puertas
al maravilloso enano:
Sarah Bernhardt, Oscar Wilde,
Clemenceau y Misia Natanson.

Y May Milton, Jane Avril 
y las artistas  mas celebres
se exhibieron con Lautrec,
en music‑halls y en hoteles. 

Mas la gloria no curó
su terrible tara física,
que siguió siendo el verdugo
implacable de su vida.

Y en parte para olvidarla,
se refugió en el alcohol,
que, en la fuerza de la edad,
al sepulcro lo llevó;
expirando en el Castillo
familiar de Malromé,
a los treinta y siete años,
lo mismo que Rafael.

Mas, en vez de las Madonas,
cantan su gloria inmortal,
las aspas del "Moulin Rouge"
y las divas del Can‑Can...

México, 21 de Junio de 1957


XXXVII


LA SINFONÍA PATÉTICA

Otoño en el Tirol. Paisaje azul y plata.
En el castillo Itter, hacían sobremesa
Sapellnikoff, Tchaikovsky, la ilustre castellana,
un critico francés y una diva tudesca.

Estaban conversando de un escritor danés,
que, a veces, el castillo visitaba en verano,
cuando cortó su diálogo el valet muniqués,
que ofrecía a los huéspedes el correo diario.

Tchaikovsky tomó el suyo. Palideció de pronto.
Sofía Ménter dijo: "¿Malas noticias, Pedro..?"
‑"No, Madame ‑ repuso, con apagado tono.
Se trata de un mensaje del reino do los muertos".

Era de Fanny Dürbach, su antigua institutriz,
a quien creía extinta, hacía  cuatro lustros,
y que volver a verlo, en su ilusión senil,
quería, como a un hijo, que va a dejar el mundo.

¿Presentimiento oscuro ? Tal vez. En todo caso,
como si obedeciese a una voz de ultratumba,
a Montbéliart el músico encamino sus pasos,
para pasar con  Fanny su Nochenueva última.

¡Con qué emoción Tchaikovsky abrazó a la ancianita,
que en Wotkinsk encantara los años de su infancia
y que el son do la música de Mozart, lo acogía,
tocada por su antigua sonreía mecánica!

Cual un cofre de sándalo de olvidados recuerdos,
abrióse ante el artista el remoto pasado:
sus padres, sus hermanos, el poblado minero,
sus juegos y sus versos loando a Juana de Arco.

"Mon Pierre ‑exclamó Fanny, mostrándole una  arqueta.
Aquí guardo las cartas de tu mamá infeliz.
¿Reconoces sus trazos…? Fíjate bien en ésta.
Me la escribió temblando poco antes de morir."

Y los ojos del músico se nublaron de lágrimas,
recordando la hermosa e inquietante figura
de aquella madre amada, cuya muerte enigmática
le infligiera, aun púber, la herida más profunda.

En aquel  tiempo, el cólera diezmaba a la ciudad,
y Alejandra Andréevna, consciente del peligro,


bebió un vaso de agua sin esterilizar
y murió horriblemente, en un plazo brevísimo.

¿Quiso así liberarse de su eterna tristeza
de mujer fracasada en su vida interior..?
Es lo que contemplando su carta postrimera,
pensó su hijo, enfermo de idéntica afección.

Aquella fría noche, que la nieve cubría,
vio en sueños a su madre, llamándolo a su lado.
Despertó, y en la bruma de la semi‑vigilia,
concibió su respuesta al llamamiento extraño:

la Sexta Sinfonía, cuyo allegro muy vivo
¿no es una galopada del corcel de la Muerte
hacia el Más Allá lóbrego; y el final, un gemido
del que agoniza solo, murmurando su Réquiem..?

Terminada en Agosto la hermosa partitura,
Una noche de otoño celebróse  su estreno.
Mas el  vulgo profano no descubrió la oculta
emoción de aquel triste y genial testamento.

Y unos días después, con Modesto almorzando,
Tchaikovsky pidió al fámulo un vaso de agua fría.
-"No lo tomes. Hay cólera-, le conjuró su hermano.
Mas hizo caso  omiso y  lo apuró enseguida.

Pocas horas mas tarde, el morbo le atacó;
y al cabo de tres días de agonía violenta,
a la cita patética el artista acudió,
que le diera su madre, Alejandra Andrévena....

México, 2 de Septiembre de 1955.



X L

LA BAILARINA MECÁNICA

A Luisita le han traído
los Reyes Magos de Oriente
una espléndida muñeca
de seda, de rosa y nieve.

Es una bailirinita
mecánica  de ballet,
que danza con la alegría 
de un sonoro cascabel.

Tiene los ojos azules,
y de oro, los cabellos;
y lleva un tutú de espuma,
ceñido a su frágil cuerpo.

A su tipo estilizado
une la gracia y belleza
de aquellas fina tanagras
de la antigüedad helénica.

Y bien resultar podría,
si se animara su boca,
una Thamar Karsaniva
o una Alicia Markova. 

Baila al ritmo sincopado 
de una cajita  de música,
un aire de Shostakóvich,
de los pies sobre las puntas.

Y con rigidez de autómata,
mueve sus brazos y piernas
y dobla su cinturita
y hace deliciosas muecas.

Luisita salta de gozo,
al verla iniciar su baile,
lanzando ligeramente
sus piernecitas al aire.

Mas la invade el desencanto,
cuando, su cuerda acabada,
se queda inmóvil y rígida,
como una pequeña estatua.

- Mamá, ¿mas por qué se cansa
tan prontito la muñeca..?
- Hijita, no es que se canse.
Es que se acaba su cuerda.

- ¿Y es necesaria la cuerda,
para ponerse a bailar…?
- Desde luego, pues sin ella
ninguno baila jamás.

- Pues yo no la tengo y bailo.
¿O es que yo no me la veo…?
- Así es.  Todas las niñas
tienen dos dentro del pecho.

Son dos cuerdas invisibles,
que están en el corazón.
- ¿Y cuáles son, madrecita...?
- La alegría y el amor.

Tehuacán, 19 de septiembre de 1954.



XLI


Mil ochocientos ocho. Zaragoza. Los sitios.
Día 15 de junio.  Las huestes invasoras
atacan por el Carmen, Santa Engracia, el Portillo
y sufren la primera y sangrienta derrota.

Lefebvre olvidó ya la lección espartana
que la Convención diera en sus épicos días:
la de que no es fácil subyugar por las armas
a un pueblo decidido a dar antes su vida.

Verdier, que asume el mando, obstínase en lograrlo,
arrojando a los barrios un diluvio de bombas;
mas, cuando sus soldados se lanzan al asalto,
son también rechazados por los bravos patriotas.

Es el día glorioso en que inmortalizóse,
del Portillo en la brecha, disparando un cañón,
caídos sus sirvientes, una intrépida joven,
Agustina llamada,  con razón, de Aragón.

El sitio, empero, sigue y tras los bombardeos
de principios de agosto, dos columnas francesas
penetran hasta el Coso, luchando a sangre y fuego,
por clavar en las torres del Pilar sus banderas.



Mas tampoco lo logran, pues, del Ebro en el puente,
Tornos, con un cañón, la desbandada impide,
y soldados, civiles, muchachos y mujeres
se baten en las calles, con coraje sublime.

Lefebvre, Bazancourt y Verdier son heridos.
Esta vez, los franceses sufren más de mil bajas;
y, al saber de Bailén el revés inaudito,
levanta el enemigo el sitio de la plaza.

Este doble fracaso que entusiasma a Europa,
constituye una afrenta para Napoleón,
que, en noviembre, en España, se presenta en persona,
a dirigir la lucha contra el pueblo español.

Y comienza el Segundo Sitio de la ciudad,
que a Moncey no se rinde y que Junot no abate,
encargándose entonces del ataque final,
el 26 de enero, el Mariscal Juan Lannes.

Esta vez, la defensa es más encarnizada.
Se disputan las calles y casas palmo a palmo;
luchan mozos, ancianos y hasta tiernas muchachas,
mientras su ciudad arde por los cuatro costados.

Y por si fuera poco este cuadro de horrores,
el hambre y la epidemia se ceban en sus filas,
todavía agravando la diaria hecatombe
de los bravos que caen entre llamas y ruinas.

Zaragoza agoniza, envuelta en proyectiles;
de escombros, de cadáveres y armas es un montón;
y frente a la pistola del Comisario Plique,
Palafox, encamado, firma la rendición.

La historia ha recogido los nombres de los héroes
que más se distinguieron en la gesta preclara:
Palafox, Agustina, Sas, Cardo, el Tío Jorge,
San Genis, Ric, San-March, Bogiero, Azlor y Gasca.

Mas se olvida, a menudo, el de una heroína,
que no empuñó un cuchillo ni hizo ningún disparo,
sino que dedicóse a auxiliar a las víctimas,
con caridad sublime: el de María Rafols.

Sus puestos de combate contra la muerte fueron
el Hospital de Gracia y la Misericordia,
las casas de la Audiencia y la Lonja, en que, a cientos,
entraban los heridos, oliendo a sangre y pólvora.

Allí se amontonaban en jergones de paja,
y, a falta de alimentos, de ropa y medicinas,
María y sus Hermanas sus tocas se rasgaban,
los vendaban con ellas y su pan les cedían.

Y, al no quedar ya nada que llevarse a la boca,
María presentóse ante el Mariscal Lannes,
logrando que le diesen del sitiador las sobras,
para los que morían, a su lado, de hambre.

En el terrible asalto al Hospital de Gracia,
por doquier se fugaron, espantados, los locos;
y María, arrostrando la lluvia de metralla,
solícita, en su busca marchóse y recogiólos.

La plaza ya rendida, el Mariscal triunfante
celebró en un palacio: el del Conde de Sástago,
un banquete rumboso, que dio a sus oficiales
y a la menguada recua de los afrancesados.

Y allí irrumpió María, postrándose ante Lannes,
quien preguntóle atónito: "Hermana, ¿qué desea..?"
- "La gracia del indulto -le dijo suplicante-
para los condenados a la última pena."

-"Concedida"- repuso al punto el Mariscal;
y gracias al arrojo de la humilde monjita,
de inmediato obtuvieron la vida y libertad
los que, ante un pelotón, pronto a perderlas iban.

La ocupación francesa prolongó los vejámenes,
la miseria y el hambre, durante varios años.
Murieron doce Hermanas, mas se salvó la Madre,
que a los presos y enfermos siguió siempre auxiliando.

Facilitó la fuga a más de un prisionero
y, a punto estuvo, un día, de morir fusilada,
por uno, oculto dentro del carro de los muertos,
que, burlando a la guardia, libertar esperaba.

Terminada la guerra, sus trabajos, María,
de caridad heróica prosiguió de continuo,
a cambio recibiendo la paga inmerecida
de las persecuciones, la cárcel y el exilio.

Al fin, sus luchas, penas y achaques de la edad
dejaron paralítico totalmente su cuerpo,
tan solo conservando su lucidez mental
y su palabra santa, hasta el postrer momento.

- "Veo - dijo, al morir - mucha gente de blanco.."
¿Fueron las albas tocas de sus futuras hijas,
por doquier inclinadas ante el dolor humano,
de las almas y cuerpos vendando las heridas..?

Más probable es que fueran angelicales coros,
que a recibir su alma mandó Nuestro Señor,
ante quien nada valen los que vencen al prójimo,
sino los que lo aman y alivian su dolor.

Fitero,Residencia  San Raimundo,
22 de febrero de 1974.


XLIII

LOS MAITINES DEL POVERELLO

Placía a Francisco todo lo que es bello.
Gozaba cantando, como un trovador,
las nobles hazañas de los caballeros
y las más románticas historias de amor.

Y, por tal motivo, al joven rapsoda
las gentes llamaban al "Rey de los versos",
sin sospechar nadie que a mayores cosas
destinado estaba por el Rey del cielo.

Una noche clara de un día de Mayo,
entonaba el joven sus lindas canciones,
cuando, de repente, quebróse su canto,
igual que un relámpago sobre el horizonte.

Su rostro sereno tornóse muy pálido;
muda, en un instante, se quedó su lengua;
clavando en lo alto sus ojos extáticos,
como hipnotizado por alguna estrella.

Y los que a Francisco vieron con sorpresa,
repentina víctima de tan conmoción,
pensaron que alguna doncella traviesa
lo había hechizado, con filtros de amor.

Mas era distinto el santo secreto
de aquel misterioso súbito encanto,
que a convertir iba al "Rey de los versos"
en un gran apóstol, como antaño a Saulo;

pues vio, si, en efecto a una fina virgen
destacarse, inmóvil, entre las estrellas,
tan conmovedora, discreta y humilde,
que todo por ella, Francisco lo diera.



Mas... no era doncella de humanos amores;
no ornaba sus sienes diadema floral,
ni brindaba goces ternuras u honores,
en ningún fantástico palacio real;

solamente al joven poeta ofrecía
servirle de guía y llevarlo al cielo,
por la senda estrecha de abrojos y espinas,
que pisara un día Jesús Nazareno.

¿Quién era tal virgen....? La Dama Pobreza,
la cual de tal suerte hechizó al mancebo,
que renunció este a su rica hacienda,
para convertirse en el Poverello.

Y dio, por seguirla, sus propios vestidos;
y solo y descalzo, por doquier anduvo,
el bien derramando, como Jesucristo,
y las maravillas cantando del mundo;

pues enamorado del mar y las rosas,
las nubes, los pájaros, las tierras y los vientos,
la hermandad divina de todas las cosas
veía en el Padre común de los Cielos.

Y cantó en sus himnos al Hermano Sol,
cuyos rayos áureos la tierra fecundan;
y a la Hermana Agua, que en un surtidor
lanza hacia el empíreo su plegaria húmeda.

Y cantó a las aves pintadas y alegres
que de Dios, piando, la proclaman;
y al Hermano Lobo y a la Hermana Nieve,
que acoge en invierno la Hermana Montaña.

Y un alba purísima de la primavera,
bajo el baldaquino de un almendro en flor,
oyóle, extasiada, la Naturaleza
cantar maitines a Nuestro Señor...

México D. F., 15 de julio de 1963.


XLIV


Londres. Catorce de Abril.
Rasgando el tul de la bruma,
las carteleras lanzaban
el nombre de Clara Schumann.

Esa  noche, en Inglaterra,
por primera vez actuaba
ante un público selecto,
la gran pianista alemana.

Y una enorme expectación
había por ver de cerca
a la celebre mujer
de novelesca existencia:

la niña linda y precoz,
que antes de los doce años,
encantaba ya a los públicos,
con sus conciertos de piano:

la novia amante y romántica,
que, en defensa de su amor,
sostuvo un pleito ruidoso,
con su propio genitor; 

la esposa ejemplar y fuerte,
cuyo marido genial
perdiera súbitamente
la razón, dos años ha;

y en fin, la  madre abnegada,
que, con callado heroísmo,
sacaba sola adelante
a sus numerosos hijos.

De boca en boca corría
aquella insólita  historia,
en espera del concierto
que daba la Filarmónica.

Mas ¿tomaría en él parte..?
No era seguro, pues Clara
recibió aquel mismo día
una dramática carta.

En ella, Brahms le anunciaba
el deshaucio y final próximo
de su infortunado cónyuge,


recluso en un sanatorio;

y cual si hubiese caído
sobre su cabeza un rayo,
la artista sintió que todo
se derrumbaba a su lado.

¿Qué hacer..?  Angustiada y sola,
en un extraño país,
no sabía si quedarse
o bien al punto partir.

Pero ¿cómo desairar,
a aquel público melómano,
que había agotado ya
las plazas del espectáculo..?

Y... ¡ cómo dar un concierto
en aquel estado de alma,
con el corazón deshecho
y con los ojos en lágrimas..?

Acordóse de sus hijos,
logró por fin serenarse
y en aras del bien de aquéllos,
decidió sacrificarse.

Al avanzar en la noche,
hermosa y grave hacia el piano,
ninguno sospechó el drama
que acongojaba su ánimo.

Y el programa interpretó
con honda emoción ética,
desbordada especialmente
en la Sonata Patética.

Tan grande su triunfo fue
que, contra su voluntad,
días más tarde, un segundo
concierto tuvo que dar.

Y luego marchó a Alemania,
donde su esposo demente
avanzaba en las tinieblas,
lentamente hacia la Muerte.

Cuentan que dos días antes,
en la postrera entrevista,
reconocióla un instante,
exclamando: "¡Clara mía!"

Y suya continuó siendo,
cuatro décadas  de viuda,
consagradas a los hijos
y a la música de Schumann.

Hasta  que a unirse volvió
para siempre con su esposo,
en el sepulcro de Bonn,
que conserva sus despojos.

Mientras  descendía a él,
un día de primavera,
se oyeron ecos lejanos
de la  "Sonata Patética..."

México , 24 de Marzo de I955


El primer concierto a que se refiere el poema, fue dado por Clara Schumann, el 14 de abril de 1856; y tres meses y medio después, el 29 de julio del mismo año, murió su esposo. Solo tenía 46 años. Ella falleció, a su vez, en 1896, a los 77 años de edad.


XLV


A la puerta de su casas, en un pueblito de Huesca,
se hallaba, un día, una niña, llamada Pabla Bescós;
y una mendiga andrajosa le extendió su mano diestra,
pidiéndole una limosna, por el amor del Señor.

Era la niña espigada y de pupilas celestes.
Tenía un carácter dulce, sensible, ingenuo y amable,
y al fijarse en los harapos de aquella pobre indigente,
apiadóse y entrególe un vestido de su madre.

Este rasgo compasivo de la tierna muchachita,
realizado en el acto, con gran naturalidad, 
era un presagio elocuente de que sería su vida
un acabado modelo de amor y de caridad.

Así, pués, no es de extrañar que, cuando a los trece años,
hizo en Panzano ‑su pueblo‑,la Primera Comunión,
resolviese, como fruto de aquel trascendental paso,
ingresar en un convento, para consagrarse a Dios.

Pero ¿en cuál..? En el de Casbas ‑fue su primer pensamiento-
un convento de clausura  de bernardas de allí cerca.
Mas sobre Pabla tenía el Señor otros proyectos
y la llevo a las Hermanas de la Caridad de Huesca. 



Allí no había clausura, sino puertas siempre abiertas
al dolor y a la miseria de enfermos y desvalidos,
servidos  por religiosas que las más rudas faenas
alternaban, cada día, con 109 oficios divinos.

Pero Pablita era débil; y ¿podría soportar
aquella vida penosa de trabajo y de oración..?
Las buenas monjas de Huesca lo tenían que pensar
y no accedieron ,de pronto, de Pabla a la pretensión.

Por fin, a los veinte años, tras varios meses de prueba,
ingresó como novicia en el Hospital de Gracia, 
demostrando  en Zaragoza con su piedad y eficiencia,
que tenía cualidades para ser valiosa Hermana. 

Una etapa ascensional para su Congregación, 
hasta entonces estancada por circunstancias adversas
iba de inmediato a abrir la Madre Pabla Bescos,
con su voluntad de acción ,con su fe y con su firmeza.

La "Segunda Fundadora" con razón la denominan,
por la obra gigantesca que iniciara desde entones,
logrando la aprobación de la Curia Pontificia,
la autogestión y el derecho de hacer nuevas Fundaciones.

Más de medio centenar consiguió llevar a cabo, 
rompiendo el estrecho cerco del recinto aragonés, 
en clínicas, hospitales y colegios instalando 
a sus Hijas, que afluyeron, numerosas, por doquier.

Y aparecieron las "Anas" en Madrid y en Barcelona,
en Algemesí, Valencia, Estella, Garrapinillos,
en Forcall, Lerín, Mendavia, Utiel, Barbarín, Vitoria,
Pedernales, Cabo Blanco, en Maracaibo y Trujillo.

Lo milagroso del caso de la emprendedora Madre  
es que su salud precaria la atormentó de continuo, 
agravando aún más allá sus dolencias corporales,
con ayunos, disciplinas, cadenillas y cilicios.

Mas  la sostuvo sin  duda la Divina  Providencia,
que desde la tierna infancia, su favor le dispensó, 
y contra viento y marea, enfermedades y penas,
hasta una edad avanzada, su existencia prolongó.

Su devoción principal fue el Corazón de Jesús,
que no dejó de inculcar a todos, mientras vivió,
pues es la imagen más dulce de quien murió en una cruz,
por el amor de los hombres, que su sangre redimió.

Reelegida sin cesar por el voto de sus Hijas,  
rigió la Congregación treinta y cuatro años seguidos;
y expiró de ochenta y uno, serena y sin agonía,
como el justo que ve abrirse las puertas del Paraíso.  

Escogía para ella los más bajos menesteres,
cuidando, de preferencia, a los enfermos más graves
y, atacada muchas veces por la fatiga y la fiebre,
las soportaba, en silencio, con magnífico coraje.

La discreción nos obliga a callar un acto heróico
que hiciera con una enferma de una llaga purulenta.
Solo los Santos que aspiran a estar muy cerca del trono
del Señor, pueden hacerse a sí mismos tal violencia.

Su gran personalidad y eminentes cualidades
que mostró ya de novicia, sin obstar su juventud,
la llevaron, de profesa, a los puestos responsables,
propios de la madurez, aliada con la virtud.

Tenía veintitrés años, cuando se le encomendó
la dirección de la Sala de la Virgen del Pilar;
y solo un año después, al Hospicio ya pasó,
encargada del Ropero y de la Guardia escolar.

A los cuatro de profesa, se la nombró Superiora
del Hospital de Alcañiz, donde pronto abrió una escuela
gratuita de niñas pobres y otro colegio de cuota
para muchachas mayores de las familias burguesas.

Allí, el año 85, le sorprendió la invasión
del cólera morbo asiático que cubrió a España de luto;
y con sus bravas Hermanas, la madre Bescós luchó,
brazo a brazo con la muerte, al borde de los sepulcros.

A los cuarenta y un años, se le dio el difícil cargo
de Maestra de Novicias; y, al cabo de solo un trienio,
sin descargarla del mismo, por su dinamismo y tacto,
de Ecónoma General se le cursó el nombramiento.

Finalmente fue elegida Superiora General,
el año 94. Tenía cuarenta y seis;
de modo que, en veinticinco, sin ambición personal,
llegado había a la cumbre, por su virtud y valer.

"Descanse en paz", murmuramos, cuando un semejante muere;
y así descansa sin duda Madre Pabla, junto a Dios;
mas seguro es que, en el cielo, le pide constantemente
por las Hijas que en la tierra forman su Congregación.

Fitero, 9 de julio de 1974.


XLVI


Al suplicio va la Pola,
con la frente bien erguida,
pues entrando está en la Historia,
con el limbo de heroína.
Sus finos cabellos negros
ondean a la brisilla
matinal, cual la bandera
del Libertador Bolívar;
y sus pupilas morenas
del sol a los rayos, brillan,
como los sables desnudos
que en Casanare fulminan.
Encuadernada a su novio,
¡con qué majestad camina,
al frente de los patriotas,
que van a entregar sus vidas!
Las calles de Bogotá
destilan piedad e ira:
ira contra los verdugos
y piedad para sus víctimas.
Pero el implacable Samano
solo percibe las filas
de sus soldados en armas,
que la carrera vigilan;


 y no sospecha siquiera
 que aquella tierna mocita
pueda mellar en su carne
sus bayonetas altivas.
Mas hasta  los veteranos,
que sin recelo la miran,
sienten la vaga amenaza
de su indomable energía,
pues ven en ella la imagen
de la insurrección  bravía,
que reclama en toda América
la independencia política. 

Una sed abrasadora
a la Pola martiriza;
y un oficial compasivo
le da un vaso de agua fría.
Mas lo rechaza en el acto,
con esta frase incisiva:
- "Ni agua, yo, de los verdugos,
quiero de la Patria mía."
Y continúa serena,
de luto toda vestida,
al encuentro de la muerte,
que va a darle inmortal vida.
Ya a la Plaza Mayor llega
la fúnebre comitiva,
con tambores que redoblan
y fusiles que se erizan;
y el piquete del "Numancia"
toma posición en línea
frente al sitio en el que va
a ejecutar a las víctimas.
Un monje reza las últimas
plegarias de la agonía,
mientras que a sus compañeros
la Pola, intrépida, anima.
Por última vez, le ofrecen
el salvarle aún la vida,
si delata a los patriotas,
que en la capital conspiran.
Mas la valiente doncella
responde con ironía:
- "Los conoceréis bien pronto,
cuando llegue aquí Bolívar..."
Y dirigiéndose al pueblo,
que consternado la mira,
- "No lloréis por mí -les dice-,
pues me voy a mejor vida.
Llorad más bien por la Patria,
en la esclavitud sumida;
y alzaos todos unánimes
contra tantas injusticias..."
Un redoble de tambores
corta su arenga encendida:
que siempre es muy peligroso
el lenguaje de las víctimas.
Y rechazando la venda
con que a velarle la vista
se aprestan, se tapa el rostro
con su saya negra y fina.
Entonces, con letras de oro,
aparece en su basquiña
bordado un "¡Viva la Patria!",
que a todo el pueblo electriza.
Y antes que explote su cólera,
el piquete se da prisa
a preparar sus fusiles
y afinar la puntería.
Una descarga cerrada
abate a las nueve víctimas;
y junto a su novio amado,
la brava doncella expira.
Mas su sangre es una enseña,
que a la insurrección incita.
Colombia deviene libre,
y la Pola, su heroína.

México, 19 de Octubre de 1955.


XLVII



Según cuentan las crónicas peruanas,
en tiempos del Virrey Toledo y Leyva,
en Lima florecía una muchacha,
tan rica en hermosura como en rentas.

Doña Claudia Orriarun ‑pues este nombre
llevaba la bellísima  criolla‑,
tenía una legión de admiradores,
que soñaban con ella a todas horas.

Mas nuestra señorita, que cumplidos
los veinticuatro Abriles ya tenía,


insensible a los dardos de Cupido,
de ningún  pretendiente caso hacía.

Hasta que un Jueves Santo, por la tarde,
haciendo su visita a las iglesias,
a pesar de su dueña y de su paje,
perdió su corazón y su cabeza.

Es el caso que entró en Santo Domingo
a rezar al Divino Sacramento,
precisamente en el instante mismo,
en que el Virrey salía de aquel templo.

Curiosa, se detuvo Doña Claudia
a contemplar la regia comitiva,
junto a la pila bautismal de plata,
orgullo de la iglesia dominica;

cuando de pronto se inclino ante ella
un jefe de la escolta virreinal,
brindándole un ramito de verbena,
empapado en el líquido lustral.

Fue cosa de un instante; mas la flor,
el saludo gentil del caballero
y su honda mirada de pasión
al corazón de Claudia conmovieron. 

Tanto así fue que a poco comenzaron
el capitán Manrique y la doncella
a interpretar a dúo el viejo canto 
de amor, fidelidad  y dicha eterna

La promesa formal  de matrimonio
acabó de rendir a doña Claudia,
que tan solo esperaba que a su novio
los papeles de España le enviaran.

Pero... nunca llegaron, pues el joven
pensaba a la Metrópoli volver
y llevar al altar allá, en la Corte
a una hermosa sobrina del Virrey.

Cansada de la espera, doña Claudia
las cuentas ajustó a su Capitán,
que, al ver su posición amenazada,
prefirió la ciudad abandonar.

Y se fue a Potosí, donde le dieron
el mando de una fuerza en formación;
que iría, al acabar su adiestramiento,
a Tucumán, en plan de guarnición.

En Potosí corría por entonces
la plata, como el agua por el río,
y nuestro Capitán pronto engolfóse
en su ambiente maléfico de vicio.

Una noche, en el juego, la escarcela
de vaciarle acababan por completo,
cuando ofrecióle un joven otra llena,
que asimismo perdió en pocos momentos.  

- "Caballero -le dijo-: Muchas gracias.
¿Dónde y cuándo os veré para pagaos...?
- "Plaza del Regocijo. Yo, hacia el alba,
allí os esperaré el próximo sábado".

Y alli acudió, en efecto, el Capitán,
al mismo tiempo que su acreedor,
el cual le dijo: "A fe que sois puntual
para pagar las deudas, gran señor..."

‑"En ello va mi honor de caballero."
‑ "¿Y no lo va también en respetar
vuestros mas religiosos juramentos..?
‑"¿ Qué decís…? El insulto retirad". 

‑"Lo mantengo." Y sacaron las espadas.
El deudor recibió un golpe mortal;
y exclamó el otro: "¿ Os acordáis de Claudia..?
¡Tu vida por mi honra, Capitán !"

México, 10 de Octubre de 1955


XLIX


Una leyenda sueca asegura que en Bolm,
hubo un feroz guerrero, ganador de una espada,
sobre la cual pesaba la extraña maldición
de matar siempre a alguien, al ser desenvainada.

El guerrero era Árngrim, y su espada, Tyrfinga.
Tenía doce hijos y todos asimismo
en guerras y saqueos ocupaban sus días,
siendo doquiera odiados, a la vez que temidos.



De su fuerza orgullosos, los doce hermanos fieros
a su alcance creían tener todas las cosas;
y un día, en una fiesta, Hiorvardo, uno de ellos,
juró conquistar pronto a la hermosa Ingelborga.

Ingelborga era hija del Monarca de Suecia
y vivía en Upsala con su progenitor,
siendo el mejor adorno de aquella Corte austera,
por su virtud, belleza y noble corazón.

Su figura imponía igual que los Kungshögar (1)
En sus ojos brillaba la claridad del Fyris,
y su cuerpo era un ramo de lises y violetas,
que embriagaban el alma del anciano Rey Ingvi.

Con que un día de Mayo, en la Corte de Upsala,
los arrogantes hijos de Arngrim irrumpieron,
exponiendo Hiorvardo al discreto Monarca
el temerario voto que en Bolm había hecho.

Atónita la Corte se quedó al escucharlo
y ver que reclamaba inmediata respuesta,
cuando el valiente Hiálmar, hasta el real estrado
se acercó y al Monarca le habló de esta manera:

"Señor, tu bien conoces mis valiosos servicios,
y pues amo a tu hija, dámela por esposa.
Creo que de su mano soy yo mucho más digno
que ese guerrero bárbaro de fama criminosa."

El cauto Rey repuso: "Puesto que sois los dos
mozos nobles y bravos, que Ingelborga decida."
- "Pues bien, yo elijo a Hiálmar -la joven declaró-,
ya que sus bellas prendas me son bien conocidas."

- "Está bien, Ingelborga, - dijo Angántir con aire
de despecho y de cólera. Ya veo que lo amas.
Pero tú y yo, Hiálmar, en la isla de Samse,
el verano que viene, nos veremos las caras..."

Era el temible Angántir el mayor de los hijos
de Arngrim, y heredero de su mortal Tyrfinga.
Pero no arredró a Hiálmar el brutal desafío,
y a la de la Princesa, a poco, unió su vida.

Su unión fue venturosa.  Mas... duró poco tiempo,
pues al vencerse el plazo marcado por Ángantir,
Hiálmar con Órvar-Odd y doscientos guerreros,
se embarcó para Samse, en la playa de Agnáfit.

Y operó el maleficio de la espada Tyrfinga,
que, al salir de su vaina, provocaba la muerte,
en Samse desatando feroz carnicería,
que enrojeció desangre sus aguas y su césped;

pues todos sucumbieron, con sola una excepción:
los guerreros de Hiálmar, a manos de los Árngrim;
once de los hermanos, a manos de Orevar-Odd;
y en un duelo terrible, por fin, Hiálmar y Angántir.

Con Hiálmar solo a bordo, Ósvar-Odd volvió a Suecia;
dejó el cadáver frío en la regia antecámara,
y del Rey a la vista, solemne puso en tierra
el yelmo del occiso y su cota rajada.

Enseguida a la Corte los detalles contó
de la sangrienta lucha en la isla de Samse,
entregando a Ingelborga,  así que concluyó,
el anillo que Hialmar le encargara expirante.

Ella tomó el anillo sin pronunciar palabra
y desplomóse muerta en el sillón real.
Órvar la cogió en brazos, abandono la sala
y en los de su marido la fue a depositar.

Y en la enlutada Upsala, con pomposa liturgia,
los marmóreos cuerpos de Hiálmar e Ingelborga
fueron luego encerrados en una misma tumba,
igual que los famosos amantes de Verona.

México, 8 de Abril de 1956


(1) Léase: Kungsjégar.

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