POEMAS
SERIOS
MÉXICO, TEHUACÁN, CHERNAVACA, CHUPANGUIO, PUEBLA, FITERO
1951-1974
Manuel García Sesma
ÍNDICE.
I.- La sinfonía fantástica.
II.- Abraham el leñador.
III.- Los cuadernos de Ana
Magdalena.
IV.- La última victoria de
San Martín.
V.- El espectro de la Rosa.
VI.- Interrogación al
destino.
VII.- El sueño de una noche
de verano.
VIII.- Venganza insurgente.
IX.- La Cuarta Sinfonía de
Beethoven.
X.- Cuando baila una
española.
X.- La copla de tragabuches.
XII.- Constancia Gladkoska.
XIII..- Las cadenas de
Navarra.
XIV.- El Réquiem de Mozart.
XV.- La farruca de José
María.
XVI.- La serenata de
Chubert.
XVII.- Sueño de amor.
XVIII.- El tesoro de Nuestra
Señora de París.
XIX.- La alfombrilla de la
Toglioni.
XX.- El sexteto de Agade.
XXI.- La bacante de
California.
XXII.- La muerte del cisne.
XXIII.- La amazona de
Bolivia.
XXIV.- El Himno Austriaco.
XXV.- El amor y la muerte.
XXVI.- Palabra de Honor.
XXVII.- Los dientes de Santa
Apolonia.
XXVIII.- Córdoba.
XXIX.- El reuma del Rey
Panchito.
XXX.- Noviazgo dramático.
XXXI.- Raimundo de Fitero.
(Publicado en el "Poemario Fiterano".)
XXXII.- Los encierros de
Pamplona.
XXXIII.- Momento musical.
XXXIV.- Loterías.
XXXV.- Tristán e Isolda.
XXXVI.- El pintor del
Can-Can.
XXXVII.- La sinfonía
patética.
XXXVIII.- El castillo de
Tudejen. (Publicado en el "Poemario Fiterano".)
XXXIX.- Simón Bolívar.
XL.- La bailarina mecánica.
XLI.- María Rafols.
XLII.- Jarabe tapatío.
XLIII.- Los maitines de
Poverello.
XLIV.- La sonata patética.
XLV.- La madre Bescos.
XLVI.- La muerte de Pola.
XLVII.- La vengadora de su
honra.
XLVIII.- El joyero de
Walada. Publicado en el ("Poemario Fiterano".)
XLIX.- Ingelborga.
L.- La infanta del
Balneario.
LA SINFONÍA FANTÁSTICA
París. Noche de Septiembre.
En el Teatro Odeón,
una juventud brillante
deliraba de emoción.
Eran los mozos románticos,
que pronto iban a triunfar,
con Musset, Hugo y Berlioz,
con Delacroix y Nerval.
Y vibraban ante el "Hámlet"
de una compañía inglesa,
en la que Harriet Smithson
hacía el papel de Ofelia:
una Ofelia escultural
de grandes ojos azules,
de maravillosos brazos,
cabello blondo y voz dulce.
Ante tal aparición,
Berlioz cayó fulminado,
como el Saulo de la Biblia
en la ruta de Damasco,
inspirándole la actriz
la volcánica pasión,
que por la bella Julieta
Romeo antaño sintió.
Mas... ¿cómo escalar el
cielo
en que brillaba la diva,
un estudiante de música,
perdido en una boardilla..?
Cuatro noches por París,
erró como loco o ciego,
hasta que pudo exclamar
Saulo: "Ya veo".
Y vio que el camino recto
para alcanzar a Enriqueta
era el triunfo fulminante
en su artística carrera.
Así, pues, a conquistarlo
se lanzó con frenesí,
resuelto a forzar las
puertas
del brillante porvenir.
Y pronto la diva hermosa
hablar oyó de aquel mozo,
convertido por su amor
en compositor famoso,
pues no pasaron tres años,
sin que en la Francia
romántica,
triunfara rotundamente
su "Sinfonía Fantástica".
¿Y qué otra cosa, en el
fondo,
es esta composición,
sino la expresión sinfónica
de la pasión de Berlioz...?
¿Qué otro lazo misterioso
une sus partes dispares,
sino el reflejo melódico
de la silueta de Harriet..?
Sin embargo, al estrenarse
en una tarde invernal,
ya Berlioz a otra hermosura
presto estaba a desposar.
Más, ¡ay!, que Camille Moke,
bella de sentido práctico,
finalmente prefirió
a un fabricante de pianos.
Entonces Héctor Berlioz
se casó con la actriz
trágica
que años atrás le inspirara
la "Sinfonía Fantástica":
error fatal, porque suelen
las Julietas de la escena
resultar en el hogar
muy mediocres compañeras.
¿Fue tal vez el cuarto
tiempo,
llamado "Marcha al Suplicio",
un presentimiento oscuro
de su amoroso destino..?
¡Quién sabe! Lo cierto es
que su vida conyugal
fue para los dos un fiasco
material y espiritual;
y aunque en parte consolóse
Berlioz con María Recio,
ya siempre vivió aplastado
por las ruinas de sus
sueños.
En cuanto a la pobre Harriet,
su destino aun fue peor,
pagando un precio cruel,
por su torpe incomprensión.
Enferma y abandonada,
la Ofelia otrora triunfante
murió sola y paralítica
en la cima de Montmartre.
Sin embargo.., todavía
ronda a las almas románticas
su espectro, cuando resuena
la "Sinfonía Fantástica"...
México, 14 de Marzo de 1955.
2
ABRAHAM EL LEÑADOR
Un barracón ferial. Nueva
Orleans.
En él, unos señores bien
vestidos
revistaban, con ojo
comercial,
a una recua de negros
ateridos.
Con un pequeño látigo en la
mano,
señalaba el negrero a los
clientes
los músculos de aquellos
desgraciados,
subastados como si fueran
bueyes.
‑ ¡"Pero aquí está la
joya de mi cuadra...",
agregó con brutal
satisfacción,
empujando desnuda a una
mulata,
linda y tierna, lo mismo que
una flor.
‑ "Es doncella,
señores. ¡A pujar!
‑ Noventa dólares. Ciento
seis... Doscientos…"
Y un viejo, con perfil de
alcaraván,
se quedó con la "joya"
del negrero.
Un joven leñador que
presenciaba
casualmente la odiosa compra‑venta,
abandonó asqueado la
barraca,
cual si fuera un cubil de
inmundas fieras.
Y se dijo a sí mismo que,
si, un día,
él pudiese acabar con tal
infamia,
ni siquiera un segundo
dudaría
en barrer tal basura de su
patria.
Se llamaba Abraham, y era un
gigante
recién desembarcado en la
ciudad,
a la que desde Indiana, un
traficante
lo enviara con carga
comercial.
Nacido en una choza, el
pobre mozo
era flacucho, feo y
desgarbado;
pero tenía un corazón
hermoso,
al par que un intelecto
despojado;
y obligado a ganarse la
pitanza,
en las rudas faenas
campesinas,
igual cortaba troncos con el
hacha,
que araba o conducía una
almadía.
Hasta que, al cabo de otros
avatares,
‑albañil, carpintero y
empleado,
agrimensor, cartero y
comerciante
logró hacer la carrera de
abogado.
Mas, para entonces, al joven
Abraham,
debido a su honradez y a su
talento,
de Illinois el voto popular
llevado había ya a su
parlamento.
Y en el propio Congreso de la
Unión
no tardó muchos años en entrar
erigiéndose en firme
defensor
de la justicia y de la
libertad.
Opúsose a la guerra contra
México
al que quitaron medio
territorio
y asumió la defensa de los
negros
cuyo modo de vida era un
oprobio.
A la sazón, pasaba su país
por la más grave situación
política,
debida a la actitud torpe y
hostil
del Sur reaccionario y
esclavista,
pues el rudo señor
meridional,
por seguir explotando a
esclavos negros,
estaba decidido a destrozar
la gran obra de Washington y
Jéfferson.
Pero entonces fue electo
Presidente
Abraham, el antiguo leñador,
el cual salvó a la Unión de una vil muerte
y a negros y mulatos
libertó.
Un cuatrienio de luchas
fratricidas
costó la noble y justiciera
empresa;
pero, al fin, la bandera
anti-esclavista
logró ondear en toda
Norteamérica.
Sin embargo, al antiguo
mocetón
de la barraca de Nueva Orleans,
de su inmortal labor de
redención
no le fue permitido
disfrutar,
pues, a poco, un Viernes
Santo, Lincoln
asesinado fue por un
fanático.
Mas, gracias a su acción y
sacrificio,
América no tuvo más
esclavos.
México, 20 de marzo de 1956.
Lincoln fue atacado
mortalmente, en su palco del teatro de Washington, por el actor sudista John
Wilkes Booth, la noche del 14 de abril, Viernes Santo de 1865, muriendo a las 7
de la mañana del sábado.
3
LOS CUADERNOS
DE ANA MAGDALENA
En una iglesia de Hamburgo,
la de Santa Catalina,
por curiosidad entró
un día una jovencita.
El templo estaba desierto,
mas sus espaciosas naves
llenaba Juan Sebastián
de armonías celestiales.
Extasiada la muchacha
se quedo, ante aquel
concierto,
como si hubiera escuchado
a los ángeles del cielo.
Mas cuando Bach terminó
y se asomó a la tribuna,
corrió, cual si hubiera
visto
una aparición diabluna.
¿Sorpresa…? ¿Miedo…? ¿Pudor…?
Un año después, a Bach
la joven de nuevo halló,
bajo el techo paternal,
pues su padre, trompetista
en el Ducado de Weissenfels,
era admirador y amigo
del Kapellmeister de
Koethen.
Al verse, inmediatamente
los dos se reconocieron:
la muchacha asustadiza
y el organista hechicero.
Y a petición del trompeta,
Bach se sentó al clavecín
y acompañó a la doncella,
soprano de voz gentil.
Viendo a Bach tocar, la
joven
soñaba: ¡Qué gran artista!
¡Con qué placer a su lado
me pasaría la vida!
Y Bach pensaba a su vez:
¡Qué interesante muchacha!
‑ Oh!, cuánto me agradaría,
si me amase, desposarla!
Y Ana Magdalena Wülken,
con el gran compositor,
sin terminar aquel año,
venturosa se casó.
Jamás hubo matrimonio
más unido y más dichoso,
pues ambos eran artistas,
honrados y laboriosos.
Y una prueba emocionante
de su dicha conyugal
son los celebres "Cuadernos
de Ana Magdalena Bach":
Inestimables tesoros
de música y Poesía,
palpitantes de belleza,
de fe, de amor y de vida.
¡Con qué emoción Magdalena
cantaba aquella canción,
que en su Cuaderno,
Bach un día le escribió:
"Cuando la Muerte me
llame,
iré a su encuentro
tranquilo,
si cierran mis ojos yertos
tus dedos finos y
tibios."
Casi seis lustros duró
aquella alianza fecunda,
que dio al mundo larga prole
y la música más pura.
Y aunque no siempre la
suerte
fue propicia a la pareja,
jamás turbó su armonía
ninguna desavenencia.
Un año antes de morir,
Juan Sebastián quedó ciego,
mas continuó sin descanso
revisando y componiendo.
Y ya en su lecho de muerte,
dictó el coral religioso,
que empieza: "Señor,
Dios mío,
aquí estoy ante tu
trono."
Expiró, oyendo a los suyos
cantar en torno, y gemir,
el coral conmovedor:
"Todos debemos
morir."
Y el voto que a Magdalena
expresara en otro tiempo,
se cumplió al pie de la
letra,
en su tránsito sereno:
"Cuando la muerte me
llame,
iré a su encuentro
tranquilo,
si cierran mis ojos yertos
tus dedos finos y
tibios."
México, 3 de Septiembre de 1954
4
El sol incendiaba la hermosa bahía.
Era una mañana de fines de
Julio.
Guayaquil vibraba de luz y
alegría,
y acogía al héroe, con
gritos de júbilo.
San Martín, cargado con los
verdes lauros
de Maipú, los Andes, Pisco,
San Lorenzo,
Chacabuco y Lima, debajo los
arcos
ornados, de flores, saludaba
al pueblo.
Bolívar, vestido de gran
uniforme
y dándole escolta su Estado
Mayor,
le salió al encuentro entre
aclamaciones
y ambos se abrazaron con
honda emoción.
Fue un abrazo histórico,
porque jamás antes
habíanse visto ni a verse
volvieron,
juntos solo entonces
fulgiendo sus sables
de libertadores de hombres y
pueblos.
En la recepción que
enseguida dióse,
una linda joven, de angélico
rostro,
ciñó su cabeza de auténtico
héroe,
con una corona de laurel de
oro.
Mas ni un asistente sospechó
siquiera
que, en aquella casa y a las
pocas horas,
el noble guerrero iba por
América
a ganar su última y mayor
victoria.
Cuando al fin vacióse el
salón de honor,
se encerraron solos los dos
generales
para discutir de la
situación
política y bélica de
aquellos instantes.
Pero no llegaron a un
entendimiento.
Sus miras privadas eran muy
distintas;
y ni en el problema siquiera
guerrero,
acordar pudieron sus puntos
de vista.
San Martín entonces, con su
juicio agudo,
previendo los riesgos de
estas divergencias,
dedujo que estaba sobrando
allí uno
y sacrificóse por el bien de
América.
Con que al otro día,
silenciosamente,
dejó Guayaquil con rumbo
hacia el Sur,
renunciando a poco
memorablemente
al Protectorado del rico
Perú.
Y renunció a todo: posición,
honores,
mando, compañeros,
profesión, fortuna,
amor, salud, gloria.., hasta
a su buen nombre,
sobre el que escupieron
babosas inmundas.
En Chile, de paso para la
Argentina,
supo ya de olvidos, penuria
y desaires,
mientras que su joven esposa
moría
de tristeza y sola, allá, en
Buenos Aires.
Reuniendo entonces sus
magros recursos
recogió a su hija y se fue a
Europa,
juntos condenándose a un
destierro oscuro,
que mostraba el temple de su
alma heróica.
Y duró este exilio
veinticinco años,
no muriendo antes de pena y
miseria,
porque, ¡oh ironía!, un
banquero hispano
le dono una finca, a orillas
del Sena.
Hasta que fallóle su gran
corazón
y expiró en los brazos de su
hija amada,
siendo su suprema recomendación
la de trasladarlo un día a
su Patria.
Y allá, en Buenos Aires,
descansan, velados,
por todos los Santos de la
Catedral,
los restos del héroe
argentino máximo
de la Independencia de
América Austral.
México, 25 de Septiembre de 1955
5
EL ESPECTRO DE LA ROSA
Una habitación de ensueño.
Tonos blanco, azul y rosa.
Nocturno primaveral
de flores y mariposas.
Envuelta en la ténue nube
de su vestido de noche
feliz, de su primer baile,
volvía una linda joven.
Asomábase al balcón
miraba al cielo un instante,
besaba luego una rosa
y la prendía en su talle.
Soñadora y soñolienta,
sentábase en una silla
y unos segundos después,
el sueño la sorprendía
Entonces por la ventana,
como caído del cielo
en la estancia penetraba
un maravilloso espectro.
Era un gentil bailarín,
a los acordes alegres
de la "Invitación al vals"
de Karl María Von Weber.
(De la durmiente al oído
susurraba una voz suave:
"Soy el alma de la
rosa,
que llevabas en el
baile.")
Y aquel etéreo intruso
seguidamente iniciaba
una danza pantomímica,
en torno de la muchacha.
La contemplaba extasiado,
se acercaba, sonreía,
daba saltos deliciosos,
se arrodillaba y se erguía.
Parecía desearla
y querer tomarla en brazos;
pero una fuerza secreta
se oponía a su contacto.
Hasta que al fin la durmiente,
con semblante de sonámbula,
se incorporaba despacio
y en sus brazos se arrojaba.
Y ambos, al compás del vals,
en un torbellino aéreo
giraban cual las estrellas,
en la pista de los cielos.
Luego, con gran suavidad,
el espectro a la doncella
depositaba en su silla,
mirándola con terneza.
Y reanudaba el baile,
que con un beso sellaba,
desapareciendo al punto
de un salto por lo ventana.
...................................
Duraba el lindo ballet
tan solo quince minutos,
provocando, al terminar,
un entusiasta tumulto.
Y es que en él Vátzlav
Nijinsky,
con Tamara Karsavina,
hacía una creación
de auténtica maravilla.
Ni en "El Pájaro de fuego"
ni en "Scherezade" y "Petruchka"
ni aún en "La siesta del fauno",
rayó nunca a más altura.
¿Presintió acaso Nijinsky
que "El Espectro de la Rosa"
la imagen de su carrera
sería, brillante y corta...?
Nacido para bailar,
cual para volar el ave,
un día sintió el artista
que también era de carne.
¿Por qué resignarse, pues,
al simple papel de espectro,
renunciando a la belleza
que encendía sus deseos...?
Y hallándose en Buenos
aires,
en mil novecientos trece,
unióse a Rómola Pulszky,
el día diez de Septiembre.
Cuando Serguei de Diáguilev,
su director, se enteró,
sufrió un síncope en el acto
y después lo fulmino.
¡Cómo! El Ángel de la Danza,
en todo el mundo aclamado,
¿también caía sin alas,
de una mujer en los
brazos..?
Y allí empezó la tragedia
del maravilloso artista,
a quien sus penas y nervios
desbarataron la vida.
Un día, ante sus amigos,
se puso a bailar la guerra
y al final se desplomó,
víctima de la demencia.
¡Triste sino! Cuando había
íntegramente triunfado,
se vio del arte y la vida
para siempre desterrado..!
Tenía veintiocho abriles;
y diez tan solo su gloria:
¡la gloria breve del vals
de "El Espectro de la Rosa..."!
Tehuacán, 29 de Mayo de 1957
VII
EL SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO
Por al poético parque
de la mansión de un
banquero,
se paseaba en Berlín,
una noche, Félix
Méndelssohn.
Era entonces un Apolo
de facciones orientales,
de cabellera ondulada,
boca fina y ojos grandes;
y su espíritu, un parterre,
do las Gracias y las Musas
cultivaban con esmero
las florecillas más pulcras.
Con el dibujo y las lenguas,
la equitación y la danza,
la actividad alternaba
musical y literaria;
y lector de Williams
Shakespeare,
ídolo de los románticos,
de leer venía "El Sueño
de una noche de verano".
Un fulgor de plenilunio
ponía plata en los árboles,
esponjados por la brisa
de tibiezas estivales;
y del salón de columnas,
que al jardín florido daba,
llegaban las melodías,
que Fanny al piano
arrancaba.
De repente, alucinado
por el mágico nocturno,
la imaginación de Félix
de Shakespeare animó el
mundo:
y a Oberón vio con sus
genios,
a Titania con sus hadas,
a Puck con su flor de amor
y a Bóttom con carátula.
Y al otro día, inspirado
por esta visión nocturna,
a componer comenzó
su popular obertura.
Bien pronto la terminó,
de una hermosa dama al
piano,
logrando hacerse inmortal,
a los diecisiete años.
Lo que no sospechó el joven,
cuando escribía sus notas,
es que diseñaba el símbolo
de su vida y de sus obras;
pues su existencia triunfal,
cual su arte delicado
¿no fueron acaso el sueño
de una noche de verano..?
Nunca a un mortal prodigó
más bienes, la Providencia,
pues le dio genio, fortuna,
renombre, amor y belleza.
Mas correspondió a sus
dones,
siguiendo este lema excelso:
"Todo lo que debe
hacerse,
debe ser siempre bien
hecho".
Ya de niño, fue un prodigio,
que en el piano improvisaba,
componía lindas fugas
y a Goethe maravillaba;
y a los veinte, consagróse
como director de orquesta,
triunfando en la Filarmónica
de la capital inglesa.
Viajó por Francia e Italia,
por Austria, Inglaterra y
Suiza,
libando ansioso doquiera
melódicas ambrosías:
la "Sinfonía italiana",
la obertura de "Ruy Blas",
la "Sinfonía escocesa"
y "La Gruta de Fingal".
Y fue profeta en su patria,
pese al popular decir,
disputándoselo Dresde,
Düsseldorf, Leipzig, Berlín.
Honrándolo el Rey de Prusia
y el Monarca de Sajonia,
y hasta cantó para él
la joven Reina Victoria.
Y gozó de las delicias
del más venturoso amor,
en los brazos conyugales
de Cecilia Jeanrenaud.
¿Pues quién, si no, le
inspiró
la inmortal "Marcha nupcial",
que a los novios que se
casan,
acompaña hasta el final.
Pero un día.., de repente,
su hermana Fanny murió,
quebrando el vital resorte
del tierno compositor.
Y se lo llevó la muerte,
¡a los treinta y ocho años!
Su vida, pues, ¿no fue el
sueño
de una noche de verano..?
México, 15 de Junio de 1955
8
VENGANZA INSURGENTE
Estado de Veracruz.
Medellín. Mes de Septiembre.
Año segundo y sangriento
de la Epopeya Insurgente.
Por los campos mexicanos,
trotaba loca la Muerte,
segando vidas humanas,
como si segara mieses.
En su cuartel general,
don Nicolás Bravo, jefe
de la comarca jarocha,
leía este parte urgente:
- "Su padre fue
agarrotado
en México, el día trece.
A todos los prisioneros
fusile inmediatamente."
Se lo enviaba Morelos,
que al padre de aquel
valiente,
don Leonardo, vio en
Cuauhtla
batirse heróicamente.
Mas cogido prisionero
a poco, de un modo aleve,
Calleja lo llevó a México,
do fue sentenciado a muerte.
Con todo, el Virrey Venegas
el indulto concederle
ofreció, si abandonaba
su hijo el campo rebelde.
pero éste, tamaña oferta
- que era muy bien de
temerse
fuera tan solo una trampa -,
rechazó espartanamente.
En vano entonces Morelos
propuso, más indulgente;
su canje por ochocientos
prisioneros y rehenes;
pues Venegas no accedió
a propuesta tan clemente,
e hizo a don Leonardo
morir como un delincuente.
Por lo cual, su joven hijo
la orden recibió urgente
de lavar aquella mancha
sangrienta, sangrientamente.
Y trescientos prisioneros
de dos acciones recientes
en espera de la muerte.
El Padre Sotomayor,
eclesiástico insurgente,
se encargó de prepararlos
a morir cristianamente.
Y apenas el sol salió,
en la mañana siguiente,
formaron todas las tropas
el cuadro, a tambor
batiente.
Dentro de él, los condenados
con el sudor en sus frentes,
de pie la muerte esperaban,
dando cara a los piquetes;
cuando don Nicolás Bravo,
con marcialidad solemne,
penetró en medio del cuadro
y les habló de esta suerte:
- "Españoles: yo no soy
el que os condena a muerte,
sino el Virrey, que a mi
padre
agarrotó el día trece.
Por su vida, vuestras vidas
y quinientas más, en trueque
se le habían ofrecido;
pero rehusó inclemente.
Y pues vuestra ejecución
aprobó tácitamente,
ayer, de llevarla a cabo
la orden recibí urgente.
Mas.... yo no tengo los
fieros
instintos de vuestros jefes,
a los que ni edad ni sexo
consideración merecen.
Defiendo la libertad
de mi Patria noblemente
y solo empuño las armas
para hacerla grande y
fuerte.
Así, pues, para vengar
a mi padre dignamente,
vida y libertad os doy.
Marchad adonde
quisiérais."
.............................................
Un clamoreo entusiasta
acogió la arenga breve.
En el aire saludaron
los fusiles y machetes.
Y ante el rasgo generoso
de aquel auténtico héroe,
los indultados se unieron
a sus aguerridas huestes.
Aquella mañana, en México,
brilló el sol más que otras
veces,
porque fue el día más bello
de la Epopeya Insurgente.
Tahuacán, 27 de Mayo de 1955
IX
LA CUARTA SINFONÍA DE BEETHOVEN
En las torres de Viena daban
diez campanadas.
Era una noche tibia de un
domingo de Mayo;
y en el salón tranquilo de
"El Pájaro de plata",
Beethoven se encontraba
sentado frente al piano.
La Luna apacentaba su rebaño
de estrellas
por las frescas orillas del
Danubio en silencio
y el perfume embriagante de
las rosas y hortensias
aspiraban ansiosos los
balcones abiertos.
A través del espejo de ornamentos
dorados,
el artista observaba a sus
amables huéspedes,
en tanto acariciaban sus
dedos el teclado,
inundando la estancia de
armonías celestes.
En sus amplias butacas de
rojo terciopelo,
la Condesa de Brunszwick y
el viejo capellán
daban de vez en cuando
ligeros cabeceos,
Teresita soñaba y meditaba
Franz.
Teresita de Brunszwick era
una dama joven
de la nobleza húngara, culta
y apasionada,
a quien daba lecciones de
música Beethoven
y que del gran maestro
enamorada estaba.
El emotivo artista se había
dado cuenta
de la pasión que en ella
había despertado,
y con toda su alma, de la
amable doncella,
a su vez, sin quererlo,
habíase prendado.
Mas no lo demostraba,
porque, a la par que tímido,
era un varón altivo,
consciente de su genio,
que inferior no estimaba a
cualesquiera títulos
de toda la nobleza que
brillaba en su tiempo.
Y su bella discípula que así
lo comprendía,
y que más cada día lo
admiraba y amaba,
oyendo aquella noche sus
suaves melodías,
suspiraba: "¡Dios
mío", ¿cuándo se me declara..?"
Y cual si sus anhelos de
pronto adivinase,
Beethoven tomó un aire de
gran solemnidad,
y a interpretar se puso la
canción insinuante
del Cuaderno segundo de
Magdalena Bach:
"Si el corazón me
ofreces, hazlo secretamente.
No le pidas palabras al amor
que me inspiras:
que en el fondo del alma
nuestra pasión flamée
y en él depositemos nuestra
dicha infinita".
En el espejo entonces sus
ojos se encontraron.
Sus corazones dieron un
vuelco de emoción.
En las sombras nocturnas,
sus almas se besaron
y una lágrima el iris de
Teresa empañó.
Un relámpago súbito de
inspiración sublime
iluminó el cerebro del
portentoso artista,
y en él, a bosquejarse, como
el perfil de un cisne,
empezó incontinenti la
Cuarta Sinfonía.
En la paz del romántico
parque de Martonvásár
y a la luz de los ojos
radiantes de Teresa,
compuso el bello adagio que
canta la esperanza,
el amor y la efímera
felicidad terrena.
Con todo, ni uno ni otra
pudieron en su vida,
por causas misteriosas, esa
dicha alcanzar;
mas legaron al mundo su
inmortal Sinfonía,
gemela de la "Carta a
la Amada Inmortal".
México, 10 de Septiembre de 1954.
X
CUANDO BAILA UNA ESPAÑOLA
Cuando baila una española,
es igual que el sol levante,
que irradia luz, alegría
y calor a todas partes.
Es lo mismo que un
relámpago,
serpiente fugaz de fuego,
que deslumbra y estremece
entre la gloria del trueno.
Es, en fin, como un volcán,
lanzando hacia las estrellas
una lluvia de rubíes,
que la noche obscura
incendian.
Cuando baila una española,
es igual que Salomé,
al Tetrarca galileo
rindiendo humilde a sus
pies.
En Córdoba bailó Zahra
ante Abderramán Tercero
y el Califa le erigió
el Versalles del medievo.
Lola Montes, una vez,
bailó ante el Rey de Baviera
y revoluciono el reino
y Luis perdió su diadema.
Y Ana Delgado lo hizo
en presencia de un Rajá, (1)
y escaló enseguida el trono
de un Estado del Penjab.
Cuando baila una española,
es lo mismo que una Musa,
que arrebata a los ingenios,
a la vez que los fecunda.
A una gitana bailar
vio següidillas Cervantes
y una Novela Ejemplar
inmortalizó su arte.
A París, con sus boleros,
Petra Cámara hechizó,
y la celebró Gautier
y la pintó Chassériau;
y cuando Lola Serral
allí se exhibió, a su vez,
Manet hizo su retrato
y la cantó Baudelaire.
Cuando baila una española,
es lo mismo que Afrodita,
que hace perder la cabeza
a los hombres que la miran.
Por las majas dieciochescas
de los bailes de candil,
andaban a navajazos
los manolos de Madrid.
La Hermanita San Sulpicio,
con un baile en Marmolejo,
volvió loco a Ceferino,
quien la sacó del convento.
Y por Carmen la gitana,
"bailaora" de
tronío,
el brigadier Don José
se convirtió en un bandido.
Cuando baila una española,
es lo mismo que Eurídice,
cuyo amor inspiró a Orfeo
los acentos más sublimes.
Miguel Glinka en Zaragoza
vio bailar a unas doncellas
y a poco escribió las notas
de su "Jota
aragonesa".
Por Pastora Imperio, Falla
compuso la maravilla
del ballet de "El Amor brujo",
que inmortalizó Argentina.
E inspirados por las danzas
del recio pueblo español,
escribieron obras célebres
Liszt, Ravel, Rimsky y Laló.
Cuando baila una española,
Apolo, Orfeo, Afrodita,
Salomé y las Nueve Musas
la contemplan con envidia.
Y hasta de la misma gloria,
a escondidas de San Pedro,
se escapan los serafines,
para admirar su salero.
(1) El Rajá de Kapurtala,
con quien se casó.
México, 25 de Enero de 1956.
XI
LA COPLA DE TRAGABUCHES
Era Joselito Ulloa
un gitano de solera
vecino de Ronda, perla
de las sierras malagueñas.
Lo llamaban Tragabuches,
mote de herencia paterna;
y fue un torero notable
de la época goyesca.
Pedro Romero lo había
iniciado en la carrera,
viendo en él a un joven
bravo,
con pundonor y destreza.
Mas no parece que el mozo
naciera con buena estrella,
pues su alternativa fue
una sangrienta tragedia.
De Salamanca en la plaza,
que es donde la recibiera,
fue muerto Gaspar Romero,
la tarde en que se la diera.
¿No era un funesto presagio
para un torero que
empieza..?
Sobre él pesaba sin duda
alguna maldición negra.
Ulloa estaba casado
con una gitana bella,
a quien cariñosamente
llamaba siempre su
"Nena":
la cual no era solamente
una magnífica hembra,
sino además
"cantaora"
de pura esencia flamenca,
siendo ello un doble motivo
para que el torero viera
solamente por los ojos,
grandes y negros de aquélla.
Mas ¡ay! que el que solo ve
por unas pupilas bellas,
acaba por fin perdiendo
los ojos y la cabeza.
El año Catorce, Málaga,
para celebrar la vuelta
del Rey Don Fernando
Séptimo,
organizó grandes fiestas.
No podían las corridas
de toros faltar en ellas,
y Panchón y Tragabuches
formaron la cartelera.
Por lo que Pepito Ulloa,
jinete en jaca ligera,
salió de Ronda la víspera,
despedido por la
"Nena".
¡Cuántas lágrimas vertieron
los grandes ojos de ésta..!
¿Y si lo mataba un toro
en la plaza malagueña..?
Mas no; que antes sobre él
obró la maldición negra.
Entre las sombras nocturnas,
iba trotando su bestia.
De pronto, ésta tropezó
contra un árbol con
violencia,
y desmontó a Tragabuches,
arojándolo por tierra.
El porrrazo fue tan grande
y sus heridas tan serias,
que hubo de volver a Ronda
y renunciar a la fiesta.
Las dos de la madrugada
serían, cuando a su puerta
llamó Ulloa varias veces,
sin que obtuviese respuesta.
Mas, al fin, con un candil
en la mano, abrió la
"Nena",
dibujándose en su rostro
el terror y la sorpresa.
Subió Ulloa a la cocina,
y de sed ardiente presa,
se dirigió a una tinaja,
para sacar agua fresca.
Pero no bien levantó
la tapadera, -¡oh sorpresa!-
vio que surgía del fondo
una juvenil cabeza.
Era de Pepe el Listillo,
acólito de una iglesia
vecina y amante oculto
de la casquivana hembra.
La reacción del torero
fue instantánea y
sangrienta,
pues lo degolló allí mismo
con una faca tremenda.
Y a continuación, cogió
por la cintura a la
"Nena",
arrojándola a la calle,
donde quedó al punto muerta.
Aterrado por su crimen,
que era de horca la pena,
montó enseguida en su jaca,
internándose en la sierra.
Y allí ingresó en la
cuadrilla
de los Siete Niños de Ecija,
llegando a ser el bandido
más criminal de la época.
Entonces -dicen- compuso
la popular copla aceda,
que le inspiró la traición
de su idolatrada
"Nena":
"Una mujer fue la causa
de mi perdición primera.
No hay perdición en el
mundo,
que por mujeres no
venga..."
México, 29 de Septiembre de 1955
XII
CONSTANCIA GLADKOVSKA
Mes de Abril. Noche de
ópera.
Los palcos y las lunetas
del Teatro de Varsovia
brillaban igual que
estrellas:
casacas multicolores,
manguitos de cibelina,
oro, encajes y diamantes
y faldas de crinolina.
Un silencio religioso
reinaba en la sala llena,
subyugada por el canto
de una graciosa sirena.
Era su debut. Muy pocos
conocían a esta diosa.
Chopin preguntó, en voz
baja:
"¿Quién es...?" ‑
"Constancia Gladkovska."
Y enfocando sus gemelos,
la aprisiono entre sus
lentes,
para admirar los encantos
de su juventud fulgente:
Nieve y nácar en la piel,
fuego y seda en los
cabellos,
claveles en la boquita
y en los ojazos, los cielos.
Por primera vez, Chopin
sintió una extraña emoción:
la emoción perturbadora,
que causa el primer amor.
Ni los viajes ni los éxitos
siguientes en Viena y Praga,
Téplitz y Dresde, borraron
de su memoria, a Constancia.
La amaba, sí. Mas no osando
a la joven declarárselo,
confesó su amor secreto
a su confidente, el piano.
Y por entonces, compuso
su Concierto en fa menor
y el Vals tres, opus
setenta,
que le dictó el corazón.
¡Con qué entusiasmo tocaba
estas dos obras amables,
evocando de su musa
la deslumbradora imagen!
Como era al fin de esperar,
su timidez superando,
Chopin declaró a Constancia
su amor sincero y romántico.
Y en novios se convirtieron,
ebrios de felicidad,
la diva joven y bella
y el compositor genial.
Toda Varsovia, encantada,
vio tan ideal unión:
de la juventud y el genio
con la gracia y el amor.
Una vez, organizaron
un concierto que hizo época:
el último que Chopin
ofrendó a su amada tierra.
El tocó magistralmente
su Concierto en mi menor;
y ella, adornada de rosas
y más hermosa que el sol,
interpretó de Rossini
la cavatina gentil,
que comienza: "¡Oh!,
cuantas lágrimas
he derramado por ti!"
Semanas después, Chopin
al extranjero marchó,
jurando antes a Constancia
ardiente y eterno amor.
Pero... ¡no volvió jamás!,
porque lejos de Varsovia,
otro amor en adelante
lo retuvo: el de la gloria.
Y Constancia, al entibiarse
con la ausencia aquel
idilio,
cansada, al fin de esperar,
tomo a otro por marido.
Mas nunca pudo olvidar
su primera y gran pasión,
aunque fue madre y esposa,
que a los suyos hizo honor.
Y cuentan que, anciana y
ciega,
se sentaba frente al piano
y a menudo interpretaba
su antiguo canto nostálgico:
del concierto con Chopin
la cavatina gentil,
que empezaba: "¡Oh!,
cuantas lágrimas
he derramado por ti.."
México, 20 de Agosto de 1954
XIII
LAS CADENAS DE NAVARRA
Año mil doscientos doce.
Julio. Calor infernal.
Una conmoción profunda
sacude la Cristiandad.
La secular guerra a muerte
entre la Cruz y el Islám,
igual que antaño en
Poitiers,
se halla en un punto
crucial.
Medio millón de almohades
en Sierra Morena están
afilando sus alfanges
para un asalto mortal.
El fanático En Nasir,
como otrora Abderramán,
ha resuelto a los cristianos
de una vez aniquilar;
y en los campos de Castilla,
con la bendición papal,
se ha formado otra Cruzada
contra el infiel musulmán.
En las Navas de Tolosa
se va el destino a jugar:
nombre oscuro que en la
historia
para siempre va a brillar.
Es el día dieciséis.
Del alba a la claridad,
las tropas de entrambos
bandos
sus filas formadas están.
Una inmensa Media Luna
dibujan las del Islám;
y una gran Cruz, las
cristianas,
que no son ni la mitad.
Mas ¡qué importa!, ya su
número
mucho menor suplirá,
de su fe y de su valor
el hervor emocional.
Desde una loma, En Nasir
se dispone a presenciar
la descomunal batalla
que, a su señal, va a
empezar.
Su precioso manto verde
fulge a la luz matinal,
como las perlas y el oro
que ornan la tienda
imperial.
A sus pies, tiene un escudo,
y a su lado, un alazán;
en una mano, el alfanje,
y en otra mano, el Korán.
Diez mil negros, diez mil
picas
un férreo valladar
y en la línea tres mil
camellos
formándole guardia están.
En cambio, entre los
cristianos,
se ve a los Reyes marchar
al frente de sus mesnadas,
dispuestos la vida a dar.
El centro y la retaguardia
Alfonso mandando va;
Pedro y Sancho, las dos
alas,
que acaban de desplegar;
y don Diego López de Haro,
valeroso capitán,
la vanguardia, que
impaciente
se muestra por atacar.
Ya en ambos campos resuenan
el clarín y el atabal:
ya a la batalla se arrojan
los dos, con ímpetu igual.
Ciento sesenta mil moros,
en una carga inicial,
logran abrir una brecha
en la hueste trirreinal;
y en vano el bravo don Diego
la intenta al punto cerrar
con sus centauros, que
irrumpen
con fuero de tempestad.
Un segundo asalto infiel
consigue también quebrar
la segunda ala cristiana,
que comienza a flaquear.
La situación es dramática.
Es el peligro, mortal.
Cerca del Rey de Castilla,
los moros penetran ya.
- "Muramos aquí,
Arzobispo"-
se oye al Monarca exclamar.
Mas don Rodrigo replica:
-"Morir, no; sino
triunfar".
Y arrojándose con furia
en medio del musulmán,
consiguen cambiar el curso
del combate desigual.
Tras el pendón que tremola
el canónigo Pascual,
se ve ahora a los cristiano
todo, a su paso, arrollar.
Nada resiste a su ímpetu
de desatado huracán:
que a infantes y a
caballeros
precipitan por igual.
Con el ruido de las armas,
y el polvo, y fuego solar,
se mezcla de los caídos
el griterío mortal;
y sobre los albornoces,
que sembrando el suelo van,
corre la sangre a torrentes,
como un rojo manantial.
Ya del cristiano en la lid
el triunfo al alcance está;
ya del moro convertido
en degüello general.
Pero todavía intacto
queda el vasto valladar
de negros, picas, cadenas
y camellos del Sultán.
En vano cien caballeros
quieren saltarlo o quebrar:
que sus briosos corceles
en él a estrellarse van.
Hasta que al fin los
navarros,
con su empuje proverbial
logran romper aquel tenso
cerco de carne y metal.
Detrás del Rey Sancho el Fuerte,
se les ve en tromba llegar
a la tienda de En Nasir,
quien la fuga emprendió ya.
Y ellos son, con su bravura,
los que fuerzan el final
de aquel épico combate,
que salva a la Cristiandad.
Por lo mismo, con orgullo,
en su escudo secular
Navarra, así como España
en su emblema nacional,
ostentan unas cadenas
y una esmeralda central,
que recuerdan la famoso
victoria del Muradal.
México, 20 de Noviembre de 1954
XIV
EL RÉQUIEM DE MOZART
Era el mes de Julio. Una
inmensa estola
de ocaso y tormenta envolvía
a Viena
cuando a la modesta vivienda
de Mozart
llamó un mensajero de negra
librea.
Y una carta anónima entregó
al artista
en la que le hacían el
extraño encargo
de escribir de Réquiem, en
breve, una Misa,
indicando el precio y
fijando un plazo.
Siempre en la penuria, el
músico excelso
pidió cien ducados. Y días
más tarde,
el torvo emisario volvió con
el precio,
tenaz rehusando
identificarse.
Era el mayordomo de un
título innoble,
que aspiraba, ingenuo, a la
fama eterna,
comprando sus obras a
músicos pobres,
para brillar luego como
autor de ellas.
Y en efecto, el Conde Von
Walsegg de Stuppach,
‑que era el aristócrata,
carente de escrúpulos-
estreno más tarde, cual
creación suya,
la última obra del glorioso
músico.
Mas Wolfgang, de muerte ya
entonces herido
y ajeno del noble a la baja
intriga,
vio en su encargo lúgubre,
un secreto aviso
de que estaba próximo el fin
de sus días.
Y tan convencido llegó a
estar de ello,
que un día a su esposa, dijo
con tristeza:
‑ "Yo creo, Constanza,
que estoy escribiendo
este extraño Réquiem para
mis exequias..."
Pero en este punto, Mozart
se engañó.
En sus funerales no se oyó
su Réquiem,
porque, antes, la Parca su
vida cortó,
una noche horrible de
invierno y de nieve.
No había cumplido los treinta
y seis años;
mas compuesto había
centenares de obras.
Era generoso, sencillo y
honrado,
y ante todo, un genio, de la
Tierra gloria.
Una ayuda de otoño, después
del esfuerzo
que "La Flauta Mágica" costo al débil
Wolfgang,
exhausto de fuerzas, se tendió
en el lecho,
a esperar sereno su postrera
hora.
La esperó, escribiendo su
Réquiem grandioso,
que, por fin, no pudo
terminado ver
y que acabó luego,
cumpliendo sus votos,
el joven Franz Süssmayr, su
alumno más fiel.
Pocas horas antes de
entregar su alma,
aún la partitura se puso a
cantar;
mas del "Lacrymosa", su voz sofocada
por la muerte próxima, no
pudo pasar.
Su entierro fue pobre. Nadie,
ni un amigo
acompañó a Mozart hasta el
cementerio;
y solo su perro, con tristes
ladridos,
dio al artista egregio el
adiós eterno.
Más piadosa acaso, la
Naturaleza
lloró su temprana
desaparición,
desatando airada terrible
tormenta,
mientras su patético
entierro duró.
Cuando fue más tarde su
doliente viuda
a orar por su alma, en el
cementerio
nadie decir pudo: "Aquí
está su tumba"
y nunca se supo donde yace
el genio.
¡Qué importa! Su arte jamás morirá;
y en tanto la Tierra ruede
por el éter,
los hombres sensibles se
emocionarán,
oyendo "Las Bodas", "La Flauta" y el "Réquiem".
México 2 de Agosto de 1954
XV
LA FARRUCA DE JOSÉ MARÍA
Se celebraba en Andújar,
a la puerta de una quinta,
un gran banquete de bodas
de familias campesinas;
y transcurría el convite,
del Guadalquivir a orillas,
alegremente, entre bromas,
flores y caras bonitas,
cuando del soto inmediato,
montado en jaca garrida,
surgió repentinamente
un airoso caballista.
El notario andujareño,
que a la fiesta concurría,
palideció como un muerto,
de aquel jinete a la vista,
mientras que el novio,
solícito,
se levantó de su silla
y fue a invitar al extraño
a agregarse a la comida.
-"Quién es…?-
preguntaron todos.
Y uno que lo conocía,
arrojó como una bomba
su nombre: "José
María".
Y en efecto, con el novio,
hacia ellos ya venía
el bandido más famoso
que España entonces tenía.
Todos se sobrecogieron
de "El Tempranillo"
a la vista,
pensando que nada bueno
presagiaba su visita.
¿No buscaría al Notario,
que, ha poco, encargado
había
a un colono suyo dar
veneno a José María…?
Mas al ver los comensales
la exquisita cortesía,
con que a todos saludó,
dieron de lado a sus cuitas;
excepto, es claro, el
Notario,
que entrar creyó en la
agonía,
cuando entre él y la novia,
se sentó José María.
Pero éste ocupóse solo
de su linda vecinita,
prodigándole correcto
las atenciones más finas.
Cuando sirvieron el vino
más selecto: el de Montilla,
la novia mojó sus labios
en su copa cristalina;
y en prueba, como es
costumbre,
de particular estima,
ofreciósela al bandido,
con una amable sonrisa.
Este, emocionado, dióle
las gracias más efusivas,
prometiendo en adelante
en lo que fuese servirla.
-"Si es así - dijo a su
oído
la avisada casadita -,
voy a pedirle una
gracia."
- "La que usted quiera,
mi vida".
-"Que olvide las
intenciones
con que ha venido a esta
quinta
y permita que mi boda
termine en paz y alegría.
¿"Me comprende...?"
- " Comprendido.
Se lo probaré
enseguida."
Y hacia el Notario
volviéndose,
le dijo con ironía:
-"Yo no esperaba que
usted
digiriera esta comida...
Pero ya no le hará daño.
Dé las gracias a esta
niña".
Y sirviéndole una copa,
agrególe con malicia:
-"No tiene ningún
veneno.
Beba usted a salud
mía."
La fiesta se prolongó,
con coplas, baile y
montilla,
hasta el ocaso, encantando
a todos José María.
Por fin, brindó a la casada,
a guisa de despedida,
una farruca vibrante
y una valiosa sortija.
Y saltó sobre una mesa,
do bordó con maestría
aquella danza andaluza,
flor de la flamenquería.
En el aire, con sus brazos,
arabescos describía,
mientras que sus pies
tronaban
cascadas de melodías.
Y una ovación subrayó
su gracia y su gallardía,
finas como el terciopelo
de su rica chaquetilla.
A continuación, de todos
se despidió entre sonrisas,
dando la mano a los hombres
y abrazando a las mocitas.
Y enseguida volvió al monte,
sobre su jaca garrida,
mientras que los migueletes
en busca suya venían.
Alguien les había dicho
que se encontraba en la
quinta.
Pero todos declararon
no haberlo visto en su vida.
Sin embargo, las mujeres,
enamoradas perdidas
del apuestos
"bailaor"
de la farruca magnífica,
siguieron por mucho tiempo
evocando en sus vigilias,
la estampa del bandolero
más galán de Andalucía.
México, 4 de Octubre de 1955
XVII
SUEÑO DE AMOR
Expiraba el primer cuarto de
siglo,
cuando todas las damas de
París
interpelaban a sus
conocidos:
-"¿Han oído tocar al
"petit Liszt"..?
Niño aún, pero ya famoso
artista,
lo colmaban, después de oír
su Érard,
la Duquesa de Berry, de
caricias;
de juguetes, el Duque de
Orleans.
Y al transformarse en un
gallardo joven
y crecer a igual ritmo su
talento,
automáticamente convirtióse
en el ídolo de todo el bello
sexo.
Las señoritas de la
aristocracia
se disputaban entre sí el
honor
de recibir lecciones en su
casa
de aquel genial y apuesto
profesor.
Un día, Carolina de
Saint-Cricq,
la hija del Ministro de
Comercio,
a tomar comenzó también de
Liszt
las obligadas clases de
tecleo.
La joven era linda y
soñadora,
ornando sus dos iris color
malva,
igual que dos violetas
melancólicas,
el jardín ovalado de su
cara.
Y Liszt era un volcán de
sentimientos,
presto a estallar en llamas
rubicundas,
cuando sentía cerca el
aleteo
de una tierna libélula
errabunda.
Al principio, las clases no
duraban
más que la sola hora
convenida,
y en ellas solamente se
trataba
de técnica de piano y de
armonía.
Mas pronto a prolongarse
comenzaron,
haciendo caso omiso del
reloj,
con las blancas y negras
alternando
los poemas cerúleos de amor.
De modo que, sin darse
cuenta de ello,
entre rimas, acordes y
suspiros,
sus corazones vírgenes
cayeron
heridos por las flechas de
Cupido.
¡Con qué impaciencia tras de
los cristales,
cada tarde espiaba Carolina
la llegada de Franz, siempre
impecable,
con su casaca azul y su
chalina!
Y con qué inspiración
improvisaba
en su piano, el precoz
compositor,
sobre los versos que ella
subrayaba,
delatando a su ingenuo
corazón!
La indulgente Condesa de
Saint-Cricq
no tardó en darse cuenta del
idilio,
estimando que un genio como
Liszt
era para su hija un buen
partido.
Y admiradora ardiente del
muchacho,
su música y su amor por
Carolina
fueron, en su desgracia, un
suave bálsamo,
que alivió, en parte, sus
postreros días,
pues enferma incurable,
hacía tiempo,
murió en breve, rogándole a
sus esposo,
que no veía bien aquel
flirteo:
- "Si se aman, dejadlos
ser dichosos."
Pero un día en que la
lección de piano
se alargó hasta las doce de
la noche,
el Conde de Saint-Cricq dijo
al muchacho:
- "Monsieur Liszt, se
acabaron las lecciones."
Y allí acabó también aquel
idilio,
más puro que el de Pablo y
de Virginia,
cuyo corte brutal puso en
peligro
las vidas de Franz Liszt y
Carolina,
XVIII
EL TESORO DE NUESTRA SEÑORA DE PARÍS
Hace ya muchos años que, en
plena primavera,
cuando París florece lo
mismo que un jardín
y la "Cité" revive, besada por el Sena,
a ver "Nuestra Señora", por primera vez,
fui.
Las dos torres gemelas
contemplaban sus gracias
en el espejo claro de las
aguas del río
y desde su cornisa, los
bíblicos Monarcas
daban la bienvenida al
visitante pío.
Por la policromía de sus
vanos de ojivas,
se filtraban los rayos del
sol hasta las naves,
que, a la sazón, llenaba de
graves melodías,
por sus seis mil gargantas,
el órgano gigante.
Yo no sé cuanto tiempo anduve
contemplando
aquella maravilla del arte
medieval,
sagrado bosque gótico de
magníficos arcos,
filigranas de piedra y joyas
de cristal.
Cuando por fin saciéme de
admirar sus columnas,
sus capillas, su ábside, su
púlpito y su coro,
el Voto de Luis Trece y de
D´Harcourt la tumba,
pasé a la sacristía, do se
guarda el Tesoro.
Un guía señalaba a un grupo
de turistas
las joyas y reliquias de
mayor relumbrón:
un busto de San Luis, la
Corona de Espinas,
el manto del Gran Corso y un
cáliz teutón.
Mas ninguna de ellas atrajo
mis miradas,
como otras que aquel guía
desdeñó de señalar:
el birrete empolvado, una
vieja sotana,
unos guantes usados y una
cruz pectoral.
Debajo había un nombre:
DENIS-AUGUSTE AFFRE.
Y una bala. Su vista turbó
mi alma al punto.
Recordé las batallas, de
París en las calles,
en el Cuarenta y ocho, a
finales de Junio.
La Segunda República que el
pueblo estableciera,
de asestar acababa un rudo
golpe al pueblo,
cerrando los Talleres
Nacionales, que fueran
el sostén, hasta entonces,
de millares de obreros.
A continuación, éstos se
habían sublevado,
y en la Plaza de Italia,
Bastilla, el Panteón,
el "faubourg" San
Antonio y en varios otros barrios,
el fusil crepitaba y tronaba
el cañón.
La lucha era terrible. Desde hacía tres días,
obreros y soldados caían a
millares,
y para poner coto a tal
carnicería,
hizo su gesto histórico el
Arzobispo Affre.
Era Monseñor Affre un
ejemplar prelado
que, fiel a las doctrinas
del divino Jesús,
había, por divisa de su
pontificado,
adoptado este lema: "La
fuerza, en la virtud".
Su corazón sensible de
cristiano y patriota
conmovióse al estruendo de
la revolución
y haciendo el holocausto de
su propia persona,
a salvar su rebaño salió,
cual buen pastor.
Marchó, pues, decidido, al
"faubourg" San Antonio,
subió a una barricada y
desde allí a exhortar
se puso a los dos bandos,
sereno, inerme y solo,
al inmediato cese de aquella
mortandad.
Paró al instante el fuego
ante su gesto bravo;
y todos lo escuchaban, con
asombro y respeto,
cuando una bala aleve, que
disparó un soldado,
hiriólo mortalmente,
derribando su cuerpo.
En su sangre bañado cayó el
noble Arzobispo.
No tuvo ni un reproche para
el salvaje ataque,
y exclamó únicamente:
"¡Que mi sangre, oh Dios mío,
sea la postrimera que en
París se derrame!"
Y en memoria del héroe,
conserva una vitrina
su ropa ensangrentada por la
bala fatal,
que es para mi la joya mas
venerable y rica,
que posee el Tesoro de la
gran Catedral.
Tehuacán, Viernes Santo, 8 de Abril de 1955
XIX
LA ALFOMBRILLA DE LA TOGLIONI
Cual las estrellas fugaces,
son las bailarinas célebres:
fulguran unos instantes
y se eclipsan para siempre.
¿Quién aun recuerda hoy,
‑fuera de algún erudito‑,
el nombre de la Taglioni,
gloria del romanticismo..?
Y sin embargo, en su tiempo,
la danzante prodigiosa,
por su arte incomparable,
tuvo a sus pies a Europa.
Poetas, reyes, banqueros,
aristócratas y artistas
besaban sus finas manos
y sus ballets aplaudían.
Herold, Aubor y Rossini
le dedicaban bailables;
Lamy, el lindo tutú;
y Banville, madrigales.
Y las damas del gran mundo
imitaban sus vestidos,
sus alhajas y peinados,
sus gestos y hasta su tipo.
La pintaban Herd y Scheffer;
la loaban Heine y Hugo;
Viena, Londres y París
la recibían en triunfo:
y llevaba una existencia
brillante de soberana,
desposada con un Conde
y por doquier aclamada.
María fue la que impuso
el baile sobre las puntas
y la faldita de gasa,
color de rosa y de luna.
Y ella fue quien renovó
completamente el ballet,
rompiendo sus viejos cánones
y solemne rigidez.
No era hermosa; mas su gracia,
ligereza y distinción
transformábanla en la escena
en ángel, hada y flor.
Cuando bailaba "La Silfide"
con sus alitas de nácar,
el público hipnotizado
a los cielos transportaba;
y en "El lago de 1as hadas"
y en "La hija del Danubio",
triunfaba sobre los cisnes,
en la pompa del crepúsculo
Como la willis de nieve
de la leyenda bohemia,
era el hada danzarina,
hermana de las estrellas.
Una anécdota nos pinta
el encanto que su arte
hasta en los hombres
más groseros e ignorantes.
Dirigiéndose hacia Rusia,
en la frontera alemana,
la diligencia en que iba
fue cierta vez asaltada.
Y como era de rigor,
los galantes bandoleros
de su peso aligeraron
a viajeras y a viajeros.
Mas, mientras amontonaban
el botín considerable,
María Sofía tuvo
una idea formidable.
En el suelo desplegó
una alfombrilla olvidada
y allí se puso a bailar
una de sus lindas danzas.
Atraídos los ladrones,
se acercaron hasta ella,
contemplándola extasiados
y al concluir,
aplaudiéndola.
Y entonces el tosco jefe
de aquellos facinerosos
se adelantó hacia María,
hablándole de este modo:
"Señorita, os felicito.
Sois una artista admirable.
Os devuelvo vuestras cosas
y dignaos excusarme.
Tan solo quedarme
quiero,
si es que no os oponéis,
con esa fina
alfombrilla,
que pisáis con vuestros
pies.
Será un bonito
recuerdo.
¿Puedo tomarla... ? ‑
Encantada!"
Y a la artista devolvieron
dinero, ropa y alhajas.
Por su parte, e1 bandolero
recogió aquella alfombrilla
y la usó como almohada
hasta el final de sus
días.
México, 21 de Marzo de 1956
XXII
El frío y el silencio
contristaban las calles.
Era una noche gélida de
finales de Enero,
tiritando debajo de sus
bellos encajes
la recia Santa Gúdula y el
fino Ayuntamiento.
Sin embargo, en la céntrica
Plaza de la Moneda,
un estacionamiento desusado
de coches
indicaba que parte del
pueblo de Bruselas
desafiado había el rigor de
la noche.
Y en efecto, en la sala del
Teatro Real,
que honraban los Monarcas
Alberto e Isabel,
un público elegante, denso y
espiritual
se había congregado para ver
el Ballet.
Era un Ballet famoso al que
daba prestancia
una gran bailarina de
universal renombre,
salida de las aulas de la
escuela de Danza,
que antaño de los Zares
sostuviera la Corte.
Cuando el turno tocó de la
interpretación
al celebrado numero de"La Muerte del Cisne",
ocurrió un episodio que al
mundo conmovió,
por su significado y su
grandeza simple.
Apagadas las luces, la
Orquesta, con sordina,
le pieza de Saint‑Saens a
interpretar se puso,
mientras que lentamente el
telón ascendió,
ante la escena sola,
revestida de luto.
Al punto, un proyector trazó
en el escenario
un misterioso círculo de luz
opalescente;
y al verlo, la asamblea, de
un impulso espontáneo,
se levantó en silencio, con
los Reyes al frente.
Pasaban los segundos,
proseguía la orquesta
y el circulo inquietante
continuaba desierto.
¿Dónde estaba Ana Pávlova,
la bailarina egregia,
que debía animarlo en
aquellos momentos..?
Bajo un palio enlutado, con
adornos de plata,
vestida con un traje de
brocado de oro,
a la sazón yacía, recién
muerta, en la Haya,
en la capilla ardiente del
Hospital Católico.
Una enfermedad rápida había
despegado
para siempre del mundo sus
finos pies ligeros:
sus pies que de puntillas
habíanlo cruzado,
entre muestras unánimes de
admiración y afecto.
Y por eso, Ana Pavlova no
brilló aquella noche
bajo la luna pálida que
alumbraba la escena,
en tanto que Bruselas, cual
de su tumba al borde,
en pie la recordaba, con respeto y con pena
El legendario Cisne había
esta vez muerto
definitivamente. Y cuentan
que en su tránsito,
sus piernas agitado había
unos momentos,
como, al morir el ave, lo
hacía en el teatro.
Se evaporó lo mismo que el
olor de una rosa.
Se extinguió como el brillo
del sol crepuscular.
Mas revivirá siempre, del
mundo en la memoria,
al compás de la música
inmortal de Saint‑Saëns.
México, 30 de Junio de 1958
XXIII
LA
AMAZONA DE BOLIVIA
Según rece una leyenda,
transmitida por Homero,
una vez en Capadocia
hubo el más extraño reino
Era un pueblo gobernado
por mujeres belicosas,
conocidas comúnmente
con el nombre de Amazonas.
Y la misma ''Ilíada'' canta
el valor de una de ellas,
que murió a manos de
Aquiles,
llamada Pentesilea.
Siglos después, por el temple
de las hembras de su zona,
al mayor río de América
se le llamó el Amazonas,
pues los primeros viajeros
que a sus riberas llegaron,
observaron que luchaban,
igual que bravos soldados.
Tal tradición belicosa,
que ya se había perdido,
reanudóse a comienzos
del décimo nono siglo.
Mas ya no fue en el Brasil,
sino en tierras alto‑peruanas,
cuando medio Continente
por su libertad luchaba.
Un puñado de mujeres
hizo allí tales proezas,
que parecen ser mas bien
episodios de leyenda,
destacándose entre todas,
por su astucia y valentía,
doña Juana Azurduy, esposa
del comandante Padilla.
Chuquisaca y Santa Cruz
fueron mil veces testigos
de su audacia en los ataques
al ejército enemigo,
brillando como relámpagos
su dormán rojo y su sable,
en sus cargas a caballos
nimbadas de polvo y sangre.
En el Cerro de la Plata,
una vez arrebató
al alférez realista
la bandera bicolor;
y otra vez, en El Villar,
hizo al coronel La Hera
fracasar en un ataque,
con un golpe por sorpresa.
En fin, distinguióse tanto
por su arrojo y su valer,
que el Gobierno le dio el
grado
de Teniente Coronel.
Ante este acoso, Tacón,
jefe de los realistas,
puso en pie dos divisiones,
para extirpar las
guerrillas;
y el coronel Aguilera,
una tarde en El Villar,
sorprendió a los dos
Padilla,
con una carga brutal.
Presto, Preona; Tarvita,
Quilaquila y Tocofamba
fueron otros escenarios
de sus guerreras hazañas.
Mas se defendieron ambos,
lo mismo que unos leones,
cayendo muerto el marido,
a disparos y a mandobles.
Sin embargo, doña Juana,
sin que herida gravemente,
abrióse paso a sablazos
y pudo evitar la muerte.
Confundiéndola con otra,
en la refriega caída,
decapitaron a ésta,
con el valiente Padilla;
y sus cabezas sangrantes
el vencedor clavó juntas,
como un trofeo, a la entrada
del pueblo de la Laguna.
Mas no abatió tal tragedia
los bríos de doña Juana,
que no tardó en rehacer
sus bravas huestes diezmadas
Y continuó sin descanso
sus combates de guerrillas,
hasta que al fin pudo ver
emancipada a Bolivia.
Por eso, brilla su nombre,
como una estela de luz,
en la historia libertaria
de la América del Sur.
¿Hizo acaso más en Troya
la reina Pentesilea,
que Homero inmortalizó
en su celebre epopeya..?
México, 24 de Octubre de 1955.
XXIV
El Oeste de Viena de pronto
amotinóse.
Los hombres, exaltados,
gritaban: "¡A las armas!"
Y a su copista Elssler, José
Haydn ordenole
- "Baje usted a la
calle a ver qué es lo que pasa".
- "Señor, son los
franceses -volvió diciendo Elssler-,
que llegaron de Schoenbrunn
y amagan nuestro barrio".
Y de Tharreau, en efecto, la
vanguardia valiente
por María Hilf misma, ya
entraba galopante.
Al cabo de un cuatrienio,
Napoleón volvía
de nuevo, presuroso, sus
armas contra Viena,
atacando a su débil
guarnición sorprendida,
con la tropas selectas de Lannes
y Massena.
Mas no se acobardaron por
ello los vieneses;
y a las intimaciones de
rendición sin lucha,
respondieron lanzando, desde
la plaza fuerte,
contra los invasores, de
metralla una lluvia.
Tharreau mismo, que pudo
tomar los arrabales
del Poniente, sin sangre,
con Conroux y Colbert,
sintió pronto la suya, de su
rasgada carne
brotar, ante los muros del
reducto vienés.
Napoleón entonces cambió el
dispositivo.
El Canal del Danubio forzó
por el Oriente,
y Doudet, junto al Lusthaus
-un pequeño castillo-,
construyó en unas horas, su
cabeza de puente.
En puntos estratégicos del Prater
y la Landstrasse,
potentes baterías pronto
instaladas fueron,
y del once de Mayo en la
noche radiante,
sufrió la Ciudadela terrible
bombardeo.
El incendio alumbraba los
muertos y las ruinas;
en el aire tronaba sin cesar
el cañón;
y antes que ser copada, la
guarnición batida
abandonó la plaza, y Viena
se rindió.
El trece Bonaparte entró
triunfante en ella,
entre el hostil silencio del
pueblo desarmado,
que mordía sus puños de
rabia y de vergüenza,
al verse nuevamente vencido
y humillado.
Pero el vienés, sin duda, al
que más afectó
la ocupación francesa de su
ciudad amada,
fue José Haydn, el viejo y
gran compositor,
que, a la sazón, su larga
carrera terminaba.
Vestido a antigua usanza -con
coleta, casaca
camisa, chorreras y pantalón
de seda-,
a partir de aquel día, las
horas se pasaba,
tocando el Himno austriaco,
en señal de protesta.
Mas una vez..., no pudo dar
fin al "Gott erhalte",
le saludó en tudesco y a su
piano sentándose,
cantó, con voz magnífica,
una inspirada aria.
Era... ¡el aria que Uriel
canta en "La Creación"!;
y conmovido Haydn por tan
fino homenaje,
al ignoto enemigo de su
patria abrazó,
con la efusión sincera de un
indulgente padre.
Una vieja leyenda dice, que
el cisne canta
cuando siente en su pecho
que pronto va a morirse;
y para José Haydn, el
musical patriarca,
su obra, el Himno austriaco,
el canto fue del cisne;
pues el último día de Mayo,
falleció,
y a rendir a su genio de
admiración tributo,
fueron muchos guerreros del
gran Emperador,
cuya gloria ruidosa no opacó
la del músico.
México, 6 de junio de 1955.
XXV
Tarde hermosa de Marzo. Orto
de primavera.
En camino hacia Francia, por
la ruta del mar.
El Canal de la Mancha es una
perla inmensa,
que irradia mil fulgores,
bajo el fuego solar.
Ni una nube en el cielo ni
otra nave en las aguas.
Perdido en los desiertos del
azul infinito,
el "Sussex" marcha
solo, confiado y sin armas,
cargado con el fardo de
inquietantes destinos.
Descansando en cubierta con
su mujer Amparo,
sueña Enrique Granados con
el sol de la gloria,
mientras la brisa juega con
los dorados dados
y un abanico argenteo la
proa abre en las olas.
Aun tiembla en los oídos del
exquisito artista
el eco de su triunfo rotundo en Nueva York,
donde de sus
"goyescas" las bellas melodías
han cantado un magnifical al
folklore español.
El torero, la maja, el
fandango, el pelele,
la España dieciochesca de
los cuadros de Goya
otra vez han cruzado los
mares triunfalmente,
en alas de su música
colorista y graciosa.
Y con ella, el retablo
vistoso y provincial,
gaita, chistu y guitarra,
que en sus "Danzas"
suspiran,
y el gracejo y pasiones del
alma popular,
que vibra en sus "Canciones" y lindas "Tonadillas".
Al fin, su triunfo artístico
asegurado se halla.
Ya tiene acceso libre al
alcázar de Apolo
y del brazo de Albéniz y de
Manuel de Falla,
va a entrar incontinente por
sus puertas de oro.
Sin embargo..., en sus
obras, una angustia secreta
aletea, lo mismo que un
pájaro siniestro.
¿Qué presagian las notas de
su "Elegía eterna",
de "El amor y la muerte" y el "Himno de los muertos"...?
Son las tres de la tarde. El
capitán del barco
el tranquilo horizonte otea
atentamente,
cuando a estribor descubre
el curso acelerado
de un monstruo de la guerra,
portador de la muerte.
En vano al punto ordena una
pronta maniobra,
para esquivar el golpe del
torpedo asesino;
el proyectil alcanza
plenamente a la proa,
que instantáneamente se
hunde en el abismo.
Decenas de personas mueren
en un instante,
víctimas inocentes de la
explosión brutal,
mientras el "Sussex"
trunco queda en peligro grave
de hundirse totalmente en el
seno del mar.
Una madre aterrada lanza a
su hijo al agua
y en seguida se tira de
cabeza tras él,
mientras que enloquecido, en
los botes y balsas,
gran parte del pasaje
arrójase en tropel.
En el tumulto y pánico de la
trágica escena,
Granados pierde a Amparo y
salta a su jangada.
Ya está a salvo. ¿Y su esposa...? Mira y la ve allí cerca,
desesperadamente luchando
con las aguas.
Entonces el artista, veloz,
al mar se arroja,
nadando virilmente para
prestarle auxilio;
pero no bien la alcanza,
cuando una fiera ola
a los dos, abrazados,
sepulta en el abismo.
Y... nunca más se supo del
autor de "Goyescas",
de las que el cuadro último,
llamado "Amor y Muerte",
¿no fue un presentimiento de
la horrible tragedia,
que puso un fin patético a
su existencia ardiente...?
México, 16 de Julio de 1954
XXVI
PALABRA DE HONOR
Se liquidaba en Querétaro
a principios del verano
del año Sesenta y siete,
el Imperio Mexicano.
Por un Consejo de Guerra,
a muerte ya sentenciado,
su ejecución esperaba
un eminente soldado:
Don Severo del Castillo,
general ilustre y bravo,
que de Estado Mayor jefe
fuera con Maximiliano.
Y esta noche era la víspera
del día en que fusilado
debía ser, cual lo fue
el blondo Príncipe
austriaco.
Recluido en un cuartel,
su custodia estaba a cargo
del liberal Carlos Fuero,
su antiguo subordinado.
Y huelga decir que Fuero,
en momentos tan dramáticos,
solo tenía atenciones
para su ex-jefe estimado.
- "Lo que siento
únicamente,
dijo Don Severo a Carlos,
es morir sin arreglar
ciertos asuntos
privados".
- "Mi general, si usted
quiere,
replicó el interpelado,
puede a la ciudad salir
libremente y
ultimarlos."
-"¿De veras, Carlitos…?
- Sí.
Tan solo le pido, es claro,
que para el toque de diana,
haya al cuartel
regresado."
- "Palabra de honor,
Carlitos.
Que Dios te premie este
rasgo."
Y embozándose en su capa,
desapareció del cuarto.
A poco, el general Rocha
aparecía en el atrio
del cuartel, por ser
entonces
jefe de día en Querétaro.
Y del oficial de guardia
suponer el embarazo
se puede, al notificarle
la ausencia del condenado.
Don Sostenes, al oírlo,
se quedó petrificado.
¿Es que la razón había
perdido su amigo Carlos..?
Fuero entretanto dormía
tranquilamente en su cuarto,
cuando las voces de Rocha
vinieron a despertarlo.
"- Pero ¿ qué has
hecho, Carlitos…?
- "Lo sé. Pero volverá.
No estoy loco ni borracho.
Y lo hará, porque de honor
su palabra me ha
empeñado."
- "Y si no ocurriera así..?"
- Pues nada, repuso Carlos:
que me fusilen a mí
y asunto solucionado.
Con que déjame dormir
y... márchate sin cuidado:
que antes del toque de
diana,
lo verás en este
cuarto."
No se quedó tan tranquilo
Don Sostenes como Carlos,
y toda la noche anduvo
a las guardias alertando.
Por supuesto, en el cuartel
todos ya por descontado
daban que no volvería
a su encierro el
sentenciado;
pues ¿podía ser tan loco,
que no se pusiese a salvo,
sabiendo que de otro modo,
iba a ser ejecutado...?
Mas he aquí que hacia el
alba,
siempre en su capa embozado,
se presentó don Severo,
con firme y sereno ánimo.
Nadie creía a sus ojos,
al verlo entrar por el
patio;
y con emoción profunda,
Rocha y Fuero lo abrazaron.
Entonces Rocha a Escobedo
dio cuenta de lo pasado,
y el fusilamiento fue,
por el momento, aplazado.
Comunicóse al Gobierno
aquel magnífico rasgo,
y por fin, el general
fue por Juárez indultado.
¡Digno y bello desenlace
del caballeresco caso!
¿No merecía vivir
un hombre tan noble y
bravo..?
Cuernavaca, 16 de Septiembre de 1955.
XXVII
LOS DIENTES DE SANTA APOLONIA
Fue Santa Apolonia una
hermosa virgen,
que, en Alejandria, vivía
dichosa,
cuando lanzó Decio su edicto
terrible
contra los cristianos,
súbditos de Roma.
En aquel entonces, era
Alejandría
el principal foco cultural del
mundo,
y el conflicto eterno de
ideologías,
más que en parte alguna, era
allí agudo.
Gracias a Panteno, Clemente
y Orígenes,
la causa de Cristo la urbe
ganaba,
y por eso, en ella, la
oficial sévice,
mas que en otros puntos, se
cebó inhumana.
Una de sus víctimas fue
Santa Apolonia,
a la que arrancaron sus níveos
dientes,
antes que su cuerpo de nácar
y rosa
fuese devorado por llamas
crueles.
El valor heróico de que, en su martirio,
la joven cristiana dio tan
grandes pruebas,
motivó que, al triunfo del catolicismo,
su culto, en la iglesia,
popular se hiciera.
Sujetando un diente con unas
tenazas,
cual se ve en los cuadros de
Luini y Crayer,
invocada era contra la
odontalgia,
en todos los templos, por el
pueblo fiel.
Como no existían por
aquellas fechas,
sulfas, inyecciones, algodón
ni pinzas,
era poco el crédito de los
sacamuelas
y los odontópatas a ella
acudían.
Tan famosa se hizo que un
Nuncio del Papa,
que por Europa entera viajó,
afirmó haber visto dientes
de la Santa
en cada parroquia por la que
pasó.
Al volver, al Papa notificó
presto
la extraña abundancia de
tales reliquias,
ordenando el cuerdo Vicario,
en secreto
que a Roma, cuanto antes,
fuesen remitidas.
Y de todas partes de la
Cristiandad,
llegaron molares que Santa
Apolonia,
que a un almacén viejo iban
a parar,
silenciosamente y sin
ceremonias.
Mudo de sorpresa quedó el
Santo Padre
contemplando un día aquel
cosechón,
y un abad barbudo, malicioso
y suave
dio al Sumo Pontífice esta
explicación:
- "Es que un lego
simple de un cenobio egipcio,
de la Santa un diente sembró
en el jardín
y multiplicóse, ¡oh raro
prodigio!,
igual que los granos de
trigo y maíz..."
México, 7 de Abril de 1954.
XXVIII
CORDOBA
Había cumplido los dieciocho
Abriles
Sus ojos brillaban como dos
luceros,
y tenía un rostro sereno de
virgen,
como la Fuensanta de Julio
Romero.
Vivía en el barrio de la
Catedral.
Sus balcones daban al
Guadalquivir,
y en su patio moro de altura
de cal,
lucían la rosa, el clavel,
la lis.
Su alma poética moraba en
los campos
de ensueño, que crea la
ilusión alada.
Más ¡ay!, que sus días
estaban contados...
La tuberculosis su cuerpo
minaba.
Tendida en su lecho de
cubierta rosa
con flores y libros sobre la
mesilla,
mataba del día las horas
monótonas,
leyendo a Valera o al Duque
de Rivas;
o viendo a la tibia
corriente del río
besar en los ojos al puente
Romano,
o a la mole pétrea del viejo
Castillo
clavar sus almenas en el
cielo claro.
Contiguo al balcón silente
volaba,
cubierto de un verde mantón
de Manila,
el piano en que antaño la
joven tocaba
las obras de Albéniz sobre
Andalucía.
Y al caer la tarde -hora en
que
a los pobres tísicos
atormenta más‑,
pulsaba las teclas su madre
doliente,
para distraerla de su ardor
letal.
‑"Mamá, toca "Córdoba"‑ pedía a menudo
la tuberculosa en ultimo
grado.
Y la infeliz madre tocaba el
nocturno
de Isaac Albéniz,
conteniendo el llanto.
Al resplandor pálido del
farol del techo,
sus notas sonaban igual que
una honda
y hermosa elegía al pasado
bello
de la joven tísica, al par
que de Córdoba
Y por la retina de la pobre
enferma,
pasaban los sitios en que
fue feliz,
cuando reflejaba su esbelta
silueta
el brillante espejo del
Guadalquivir.
Afuera, la luna derramaba
lágrimas
sobre los menguados restos
de esplendor
de la en otro tiempo famosa
Sultana,
madre de Walada, Al‑Hákem e
Ibn-Roschd.
¿Qué se había hecho de sus
mil mezquitas,
sus seis mil palacios y
hermosas escuelas. .?
¿Dónde estaba Azahara con
sus maravillas:
las fuentes de azogue, los
techos de perlas..?
Un día, la joven, al fin,
falleció;
y mientras su cuerpo cubrían
de rosas,
por la vez postrera que su
madre tocó,
en obsequio suyo, el
nocturno "Córdoba".
Más tarde, sus padres un
viaje emprendieron
para dar a Albéniz sus
gracias rendidas,
por aquellos ratos de dulce
consuelo,
que proporcionara su arte a
su tía.
Y el célebre artista se
emociono tanto
que ya ningún triunfo lo
impresiono nunca,
como aquella joven de
dieciocho años,
que murió escuchando su
inspirada música.
Pasó mucho tiempo. Y un día
en París,
donde por entonces vivía y
triunfaba,
por viejas dolencias vencido
y febril,
Albéniz se hallaba clavado
en la cama.
Era el año nueve. Y al igual
que antaño
a la desdichada joven
cordobesa,
otra mujer buena, sentada
ante el piano,
consolaba a Albéniz, en su
muerte lenta;
cuando presentándose, sin duda,
a su mente
la imagen borrosa de aquella
española,
suplicó a su amiga, con aire
solemne:
"‑Por favor, Madame:
interprete "Córdoba"....
México, 20 de Julio de I955
XXIX
EL REUMA DEL REY PANCHITO
A los Baños de Fitero
ha llegado el Rey Panchito,
porque aseguran que sufre
de un raro reumatismo.
Con la pompa que conviene
a un personaje real,
le han recibido la Villa
y el Viejo Baño Termal.
Venía en una carroza,
tirada por alazanes
y seguido de una escolta
de guardias y chambelanes.
Y en su brillante cortejo
se hallaban su capellán,
su secretario, su médico
y un capitán general.
¡Qué guapo estaba el monarca
de pelo y barba rizados,
vestido con la elegancia
del "dandy" más
refinado!
Las mujeres lo miraban,
rendidas de admiración
y gritaban ¡Viva el Rey!
de la Real Marcha al son.
Y el Rey Panchito halagado
les sonreía al pasar
y hasta se puso un clavel
de una rubia, en el ojal.
Jamás en el pueblo viose
tanto título del Reino
ni se habló más en la Prensa
de los Baños de Fitero.
Sin embargo, en el pasillo
que el Rey ocupa en el Baño,
no hay apenas movimiento
y reina un silencio extraño.
Los servidores reales,
con sus brillantes casacas,
se deslizan de puntillas,
lo mismo que los fantasmas.
¿Por qué tanta precaución
y tanto comedimiento..?
¿Qué misteriosa dolencia
aqueja al real enfermo...?
Dicen que el Rey en su
cámara
recluido permanece
y que se queja a menudo
de dolores en la frente.
Mas un periodista garrulo
se ha atrevido asegurar
que no es su causa el reuma,
sino una afección moral.
¿Qué tendrá, pues, Don
Panchito,
el de la barba rizada,
del pelo en caracolitos
y de la voz atiplada..?
En Madrid y El Escorial,
en El Pardo y Aranjuez,
entretanto se divierte
la joven Reina Isabel.
Su arrogancia y su belleza
de manola coronada
triunfan en todas las
fiestas
y paradas cortesanas.
Y va siempre en compañía
de su "General Bonito",
como llaman las chismosas
al general Serranito.
Lo cual, en verdad, no tiene
nada de particular,
porque Serrano es el jefe
de su Palacio Real.
Mas dicen las malas lenguas
que él es la causa eficiente
del raro reumatismo
que siente el Rey en la
frente.
¿Será verdad tal historia..?
Yo no la paso a creer,
pues no hay mujer en el
Reino
más devota que Isabel.
¡Pobrecito Rey Panchito,
el de la barba rizada,
del pelo en caracolitos
y de la voz atiplada!
Ya de Fitero se fue
tan malo como al llegar,
porque su mal no se cura
con baños de agua termal.
Chupanguio, 4 de Abril de 1953
En el pasillo llamado del
Salón, situado en el primer piso del Balneario Viejo de Fitero, y frente a la
puerta de acceso a la escalera principal, existe una placa de mármol
negro, de 46 centímetros de largo por 25
de ancho, en la que se lee en letras de oro: EN ESTE PASILLO SE HOSPEDO EL REY FRANCISCO DE ASIS. Don Francisco
de Asís, o el Rey Don Panchito, fue el marido de la Reina Isabel II. Sus notorias desventuras conyugales, en las
que jugó un papel importante el general Francisco Serrano y Domínguez, Duque de
la Torre, alimentaron la crónica escandalosa del siglo pasado, durante más de
veinte años. Don Francisco de Asís acabó
por separarse de la Reina en 1870.
XXX
NOVIAZGO DRAMÁTICO
Una vez, en Leipzig durante
el estío,
a instalarse vino de Wieck
en la casa,
un doncel hermoso, cultivado
y fino,
que sentía el genio bullir
en su alma.
Era Robert Schumann, que
soñaba entonces
con ser un artista famoso
del piano
y tomar quería diarias
lecciones
del mas afamado maestro
germano.
Friedrich Wieck tenía una
linda hija,
‑se llamaba Clara. Su edad,
nueve años-
la cual destacaba ya como
pianista,
hechizando a Robert con sus
sabias manos.
Y un cariño mutuo germinó.
en sus almas,
ingenuo preludio del célebre
idilio,
iniciado un día en que fue a
besarla
y le objetó ella: "Cuando haya crecido."
Mas pronto Clarita devino
una joven,
doquiera aclamada como concertista,
en tanto ascendía la fama de
Robert
por sus bellas obras y sus
finas críticas.
Y una noche en que ella,
palmatoria en mano,
despedía al joven, cabe la
escalera,
éste murmuróle:
"Clarita, te amo",
y besó sus labios con pasión
sincera.
Entonces la joven ya no
protestó,
y pronto de Schumann
convirtióse en novia,
iniciando un drama de amor y
dolor,
de los más famosos que
cuenta la Historia.
Pues herr Friedrich Wieck se
opuso al enlace,
y a los novios hizo, con
saña brutal,
cinco largos años, una guerra
infame,
al fin terminada por un
Tribunal.
¿Por qué...? No se sabe. Mas
no bien se dio
cuenta del noviazgo de Robert
y Clara,
a su hija a Dresde al punto
envió,
con aquel tratando de
incomunicarla.
Vanamente entonces a Wieck
pidió Schumann,
para demostrarle sus miras
honestas,
la mano de Clara, pues
graves injurias
al noble mancebo le dio por
respuesta.
Y hasta amenazóle con
matarlo un día,
si a Clara a hurtadillas
seguía tratando,
obligando a entrambos a una
triste y fría
devolución mutua de su epistolario.
Duró esta ruptura setenta
semanas,
de las que el artista
compuso en la fiebre,
el agudo grito de angustia
hacia Clara,
que es su Fantasía, opus diecisiete.
En secreto, empero, por
correspondencia,
el idilio roto, por fin,
anudóse,
y un día a Wieck Clara le
dijo resuelta
que solo sería la esposa de
Robert.
Entonces la lucha, con mayor
encono,
empezó de nuevo con el terco
anciano,
al que, decididos esta vez a
todo,
a los Tribunales los novios
llevaron.
Cuando se enteró, perdió la
cabeza.
Lanzó contra Schumann un
libelo vil,
y hasta de su hija, con
innobles tretas,
la triunfal carrera trató de
obstruir.
El triste proceso duró trece
meses;
y ni en las audiencias tuvo
Wieck recato.
Pero en contra suya fallaron
los jueces
y los prometidos, al fin, se
casaron.
Su unión fue dichosa. Mas...
aquella lucha
los nervios de Schumann
destrozado había,
y otros sinsabores y su
labor ruda
pusieron un trágico final a
su vida.
Perdió la razón y se arrojó
al Rhin;
y aunque fue salvado por
unos marinos,
dos años después, murió el
infeliz,
en un manicomio, un día de
estío.
México, 14 de Julio de 1955.
XXXII
LOS ENCIERROS DE PAMPLONA
Pamplona. Los Sanfermines.
Mañanas claras de Julio.
Un sol, que a inflamar
comienza
a sus gentes y sus muros.
Do Rotxapea a Estafeta,
un rumor de multitud,
semejante al que provoca
el avance de un alud:
algarabía festiva
de un pueblo bravo y
ardiente,
que expresa su regocijo,
con la fuerza de un
torrente.
Balcones engalanados
con racimos de bellezas,
mas dulces
y embriagadoras
que el vino de la Ribera.
Semientornadas, las puertas;
cerradas, las bocacalles;
y en medio de la calzada,
el mocerío vibrante:
horizonte de pañuelos
y ceñidas fajas rojas,
que estallan en el espacio,
como un campo de amapolas.
Bullicio. Nerviosidad.
Miradas como saetas,
que se clavan sobre todo
en las forasteras bellas..
Piropos como relámpagos,
que deslumbran las pupilas
y encienden los corazones
y labios de las mocitas.
Cantos, pitos, chistularis,
"riaus, riaus"
ensordecedores,
botas de vino en el aire
y rondas de bailadores.
Toda el ansia de gozar,
reprimida un año entero,
estallando
incontenible,
como un surtidor de fuego.
De pronto, el trueno de alerta
de un potente cohetón,
que se eleva hacia las nubes,
como un vibrante pregón.
Estremecimiento súbito
de todos los corazones;
repliegue hacia las aceras
y gritos en los
balcones.
‑"¡Los toros!" ‑Y
es un clamor
de innumerables gargantas,
a cuyo eco retiemblan
la Ciudadela y el Arga.
‑"¡Los toros! " ‑Y
es una tromba,
que por las calles irrumpe,
y en la que mozos y fieras
se acosan y se confunden:
una tromba arrolladora
de alegría y de emoción,
que pone tensos los nervios
y acelera el corazón.
Sustos, porrazos, carreras,
cencerreo de cabestros,
alaridos de mujeres
y arremetidas de cuernos.
Mozos, que por asombrar
a las bellas de un balcón,
caen y son sumergidos
por el fugaz aluvión.
Otros, que, al verse
alcanzados,
de bruces al suelo se echan
o escalan igual que ardillas
de las ventanas las rejas.
Un astado, rezagado
a la vuelta de una esquina,
fascinado por los ojos
de una hermosa navarrica.
Y un ebrio, que se le
acerca,
en su inconsciencia febril,
para ofrecerle galante
su porrón de chacolí.
En la puerta de la Plaza,
una montaña de cuerpos
caídos, por la que saltan
los toros y los cabestros;
Y dentro, el continuo acoso
de las vacas emboladas
por miles de improvisados
toreros de una mañana.
Volteretas en el aire,
cabriolas en las barreras,
regocijo en los tendidos
y hervor de sangre en la
arena.
Y allá arriba, en el
empíreo,
el patrono San Fermín,
a Pamplona bendiciendo
al compás del tamboril.
Inenarrable espectáculo
y estampa brava y fantástica
de un pueblo noble y
valiente,
como el pueblo de Navarra.
XXXIII
MOMENTO MUSICAL
Un castillo en la campiña.
Zélesz. Hungría. Verano.
Carolina de Esterházy
y Franz Schubert, frente al piano.
La belleza y el talento,
reunidos por el arte
e interpretando juntos
melodías inmortales.
El sol poniente de Agosto
suspiraba en los espejos
y una bandada de pájaros
retozaba en los cerezos.
Tenía la Condesita
solo diecinueve años
y era una tierna doncella
de nieve, de miel y nardos.
Cantaba con sentimiento,
buscaba el piano con gusto
y amaba la poesía,
la pintura y el dibujo.
Franz la había conocido
allí, seis años atrás,
iniciándola en el piano
y en arte de cantar.
Mas la chiquilla de ayer
habíase transformado
con el tiempo, en una joven
de penetrantes encantos.
Y Schubert, que era sensible
a las gracias femeninas,
a la sazón, junto a ella,
era dichoso y sufría.
Era feliz, por amarla
con platónica pasión;
e infeliz, porque sabía
lo imposible de su amor.
¿Pues cómo soñar siquiera
con correspondencia alguna,
sabiéndose feo, tímido
y sin ninguna fortuna…?
En cambio, el humilde músico
andaba siempre pendiente
de los menores caprichos
de aquella musa de nieve.
Por ella compuso entonces
diversas piezas de canto
y varias composiciones
para piano, a cuatro manos.
Y algunos de los "Momentos
musicales" del artista
¿no conservan el perfume
de Zélesz y Carolina...?
¡Con qué arrobo la
escuchaba,
cuando cantaba sus
"lieder",
dándoles vida y sentido,
con su bella voz de tiple!
¡Y con qué viva emoción
a su vera se sentaba,
para ejecutar los dos
al piano sus bellas Marchas!
De buena gana, al final,
tomado habría sus manos,
y exclamado entre dos besos:
- "Carolina, yo la
amo".
Mas su pasión escondía
en el fondo de su pecho,
y sus miradas ardientes,
detrás de sus espejuelos.
Una tarde, sin embargo,
en que se quejó su alumna
de que no le dedicase
jamás una pieza suya,
Franz le dio con emoción
esta explicación cortés:
- "¿Para qué…?, si
cuanto escribo
inspirado es por usted...?
‑ ¿Comprendió la Condesita
tan fina declaración..?
¿Correspondió de algún modo
a su recatado amor..?
Tal vez. Mas... en todo
caso,
acabó por desposar
a un altivo caballero
de la nobleza imperial.
Con todo.., si sobrevive
todavía su recuerdo,
es tan solo porque en Zélesz,
la amó Schubert un momento.
Tehuacán, 3I de Mayo de I957
XXXIII
MOMENTO MUSICAL
Un castillo en la campiña.
Zélesz. Hungría. Verano.
Carolina de Esterházy
y Franz Schubert, frente al piano.
La belleza y el talento,
reunidos por el arte
e interpretando juntos
melodías inmortales.
El sol poniente de Agosto
suspiraba en los espejos
y una bandada de pájaros
retozaba en los cerezos.
Tenía la Condesita
solo diecinueve años
y era una tierna doncella
de nieve, de miel y nardos.
Cantaba con sentimiento,
buscaba el piano con gusto
y amaba la poesía,
la pintura y el dibujo.
Franz la había conocido
allí, seis años atrás,
iniciándola en el piano
y en arte de cantar.
Mas la chiquilla de ayer
habíase transformado
con el tiempo, en una joven
de penetrantes encantos.
Y Schubert, que era sensible
a las gracias femeninas,
a la sazón, junto a ella,
era dichoso y sufría.
Era feliz, por amarla
con platónica pasión;
e infeliz, porque sabía
lo imposible de su amor.
¿Pues cómo soñar siquiera
con correspondencia alguna,
sabiéndose feo, tímido
y sin ninguna fortuna…?
En cambio, el humilde músico
andaba siempre pendiente
de los menores caprichos
de aquella musa de nieve.
Por ella compuso entonces
diversas piezas de canto
y varias composiciones
para piano, a cuatro manos.
Y algunos de los "Momentos
musicales" del artista
¿no conservan el perfume
de Zélesz y Carolina...?
¡Con qué arrobo la
escuchaba,
cuando cantaba sus
"lieder",
dándoles vida y sentido,
con su bella voz de tiple!
¡Y con qué viva emoción
a su vera se sentaba,
para ejecutar los dos
al piano sus bellas Marchas!
De buena gana, al final,
tomado habría sus manos,
y exclamado entre dos besos:
- "Carolina, yo la
amo".
Mas su pasión escondía
en el fondo de su pecho,
y sus miradas ardientes,
detrás de sus espejuelos.
Una tarde, sin embargo,
en que se quejó su alumna
de que no le dedicase
jamás una pieza suya,
Franz le dio con emoción
esta explicación cortés:
- "¿Para qué…?, si
cuanto escribo
inspirado es por usted...?
‑ ¿Comprendió la Condesita
tan fina declaración..?
¿Correspondió de algún modo
a su recatado amor..?
Tal vez. Mas... en todo
caso,
acabó por desposar
a un altivo caballero
de la nobleza imperial.
Con todo.., si sobrevive
todavía su recuerdo,
es tan solo porque en Zélesz,
la amó Schubert un momento.
Tehuacán, 3I de Mayo de I957
XXXIV
LOTERÍAS
La fiesta de Dolores
Es una contradicción.
Pero ¿es que hay gozo en el mundo,
Que no implique algún
dolor..?
"Dolores", honda
elegía
De Federico Balart:
Dolor hecho poesía
Por mujer que se hizo amar.
¿No será por ser su fiesta
La Semana de Pasión,
Que las Lolas suelen ser
Mujeres de recio amor..?
Lola de Valencia hechizó a
Manet
Y Lolita Montes cautivó a Franz Liszt.
¿Que tendrán las Lolas para
enloquecer
a grandes artistas con tal
frenesí...?
Por las gracias de una Lola
que escondió su corazón,
comenzó a escribir "Doloras"
Don Ramón de Campoamor.
Y por otra desdeñosa,
que de Larra sorbió el seso,
éste de un pistoletazo
se fue al reino de los
muertos.
La Lola se fue a los
puertos,
al decir de los Machado.
Y por sus ojazos negros,
perdió el rumbo mas de un
barco.
Ni Ribera ni Giorgione
ni Morales ni Verrochio
pintaron una Dolores,
como otra que yo conozco.
Quien te bautizó Dolores,
no supo lo que se hacía.
si yo te rebautizara,
te llamaría Alegría.
La Dolores de la Jota
dicen que hacía favores.
¿Pero qué valen las coplas
que hacen los murmuradores..?
La Virgen de las Dolores
es la de mi preferencias
que por infaustos amores,
soy como Ella un alma en
pena.
¡Ay Dolores!, preciosa
anforita
de mieles y esencias
a mi todos se me acabarían,
si tu me quisieras.
Puebla, 25 de julio de 1960
XXXV
TRISTÁN E ISOLDA
Zurich. "El
Asilo". Una gran ventana
sobre el azul lago y los
blancos Alpes.
Junto a ella su genio
piensa, escribe y ama.
Vive en el exilio. Es
Ricardo Wagner.
Un volcán de ideas y de
melodías
hierve en su cerebro de artista y filósofo.
Y desde el Walhalla, las
bravas Walkirias
a seguir lo animan su
combate heroico.
Del oscurantismo las Furias
siniestras
en vano su arte asfixiar
pretenden.
Ni "El Buque Fantasma" arría
bandera
ni el coro de Tannhäuser
viril enmudece.
Una noble dama sostiene al
Titán
proscrito y aislado, en su
excelso empeño.
Es Joven, bonita, rica,
espiritual,
y artista. Se trata de
Matilde Wesendonck.
Su marido y ella, discretos
Mecenas,
que el genio de Wagner
comprenden y admiran,
le han proporcionado la
linda vivienda,
en la que prosigue su labor
magnífica.
Y allí es donde empieza el drama grandioso
de amor y de muerte, que es
"Tristan e Isolda",
y que a convertirse va,
dentro de poco,
en el drama oculto de su
vida propia.
¡Con qué emoción llega cada
tarde Wagner
a la villa regia que Matilde
habita
y ejecuta al piano los
densos compases
que Narke o Isolda o Tristan le inspiran!
Cual Brunhilda a Wotan, lo
escuchan la dama.
Bien pronto comulgan en la
misma Estética:
y Richard le escribe un
"Album sonata"
y musicaliza sus obras
poéticas.
Nutrida por gustos y anhelos
comunes,
se hace cada día su amistad
más íntima;
y como las alas de un blanco
querube,
a la vez sus almas se elevan
y vibran.
Mas... son mujer y hombre;
no seres celestes.
La amistad se aloja cerca
del amor.
Y sin pretenderlo,
insensiblemente,
su amistad deviene profunda
pasión.
Pero nada ocurre que a
escándalo mueva.
No es su idilio, enredo
prosaico o vil.
Y no hay adulterio, divorcio
o tragedia,
sino un desenlace sublime y
viril.
Viendo el imposible de una
unión basada
en la alevosía y en la deserción,
los nobles amantes dan fin a
su drama
con un gesto estoico: la
reunificación.
Y un buen día, Wagner,
silenciosamente,
abandona Zurich y se va a
Venecia.
Y se marcha solo, pues inhábilmente
precipita todo su esposa
indiscreta.
Y allí, y en Lucerna, con el
alma rota,
el resto compone tan
conmovedor
del grandioso drama de
"Tristan e Isolda",
que era el propio drama de
su corazón.
México, 8 de octubre de I954
XXXVI
El "Moulin
Rouge". París.
Fines del pasado siglo.
El paraíso nocturno
del mundo dorado y frívolo.
Taponazos de champaña,
risas de lindas mujeres,
batallas de serpertinas,
flores y sones alegres.
Por la pista cocursante,
daban vueltas las parejas,
entre nubes de confettis
y entre oleaje de sedas.
Y en los elegantes palcos,
viejos sátiros con guantes
se esparcen con las ninfas
perfumadas de Montmartre.
Al llegar la media noche,
una exaltación frenética
ponía en tensión los nervios
de la turba de etiqueta.
Era el fuego del Can-Can,
a cuyo nombre de escándalo
se santiguaban las viejas,
como si fuera el del diablo.
Valentín "le Désossé"
y "la Goulue", felina,
irrumpían con estrépito
en el centro de la pista;
y tras ellos, las cuadrillas
de hermosísimas bacantes,
sus piernas con medias
negras
danzando al aire
triunfantes.
Palmas, risas, gritos,
saltos,
y remolinos de enaguas
subrayaban el estruendo
de la epiléptica danza,
en tanto que en un rincón,
dormitaba Belzebú,
arrullado por la orquesta
de su compadre Dufour.
Mas no todos retozaban
en aquella bacanal,
do exhalaban sus perfumes
todas las flores del mal.
Sentado frente a una mesa
entre aquella muchedumbre,
un artista solitario
bebía y tomaba apuntes.
Era Toulouse-Lautrec,
un hombrecillo estrambótico,
con medio cuerpo de genio
y medio cuerpo de monstruo.
Siendo niño, en Lamalou,
quebróse un día las piernas
y ya solo fue un enano,
que marchaba a duras penas.
Y si es verdad que tenía
salud, dinero y talento,
¿de qué le servía todo,
con aquel grotesco
aspecto..?
Ni las grisetas humildes
del "Ely" y del
"Mirlitón"
querían vender sus gracias
a aquel horrible señor.
Amargado, el aristócrata
se refugió en la pintura,
preparando su desquite
contra su mala fortuna.
¿Lo rechazaba la vida..?
¿Repugnaba a las mujeres...?
Pues un día a una y otras
rendiría a sus pinceles.
Y en pintor se convirtió
de bailes, tabernas, circos,
velódromos y teatros,
hipódromos y garitos.
Jockeys , ciclistas,
payasos,
bailarinas y cantantes
fueron por él retratados
en sus cuadros inmortales.
Y pronto la miel gustó
de la popularidad,
al asombrar a París
con su cartel del Can‑Can.
Todo el mundo abrió sus
puertas
al maravilloso enano:
Sarah Bernhardt, Oscar
Wilde,
Clemenceau y Misia Natanson.
Y May Milton, Jane Avril
y las artistas mas celebres
se exhibieron con Lautrec,
en music‑halls y en
hoteles.
Mas la gloria no curó
su terrible tara física,
que siguió siendo el verdugo
implacable de su vida.
Y en parte para olvidarla,
se refugió en el alcohol,
que, en la fuerza de la
edad,
al sepulcro lo llevó;
expirando en el Castillo
familiar de Malromé,
a los treinta y siete años,
lo mismo que Rafael.
Mas, en vez de las Madonas,
cantan su gloria inmortal,
las aspas del "Moulin Rouge"
y las divas del Can‑Can...
México, 21 de Junio de 1957
XXXVII
LA SINFONÍA
PATÉTICA
Otoño en el Tirol. Paisaje azul y plata.
En el castillo Itter, hacían sobremesa
Sapellnikoff, Tchaikovsky, la ilustre
castellana,
un critico francés y una diva tudesca.
Estaban conversando de un escritor danés,
que, a veces, el castillo visitaba en verano,
cuando cortó su diálogo el valet muniqués,
que ofrecía a los huéspedes el correo diario.
Tchaikovsky tomó el suyo. Palideció de
pronto.
Sofía Ménter dijo: "¿Malas noticias,
Pedro..?"
‑"No, Madame ‑ repuso, con apagado tono.
Se trata de un mensaje del reino do los
muertos".
Era de Fanny Dürbach, su antigua institutriz,
a quien creía extinta, hacía cuatro lustros,
y que volver a verlo, en su ilusión senil,
quería, como a un hijo, que va a dejar el
mundo.
¿Presentimiento oscuro ? Tal vez. En todo
caso,
como si obedeciese a una voz de ultratumba,
a Montbéliart el músico encamino sus pasos,
para pasar con Fanny su Nochenueva última.
¡Con qué emoción Tchaikovsky abrazó a la
ancianita,
que en Wotkinsk encantara los años de su
infancia
y que el son do la música de Mozart, lo
acogía,
tocada por su antigua sonreía mecánica!
Cual un cofre de sándalo de olvidados
recuerdos,
abrióse ante el artista el remoto pasado:
sus padres, sus hermanos, el poblado minero,
sus juegos y sus versos loando a Juana de
Arco.
"Mon Pierre ‑exclamó Fanny, mostrándole
una arqueta.
Aquí guardo las cartas de tu mamá infeliz.
¿Reconoces sus trazos…? Fíjate bien en ésta.
Me la escribió temblando poco antes de
morir."
Y los ojos del músico se nublaron de
lágrimas,
recordando la hermosa e inquietante figura
de aquella madre amada, cuya muerte
enigmática
le infligiera, aun púber, la herida más
profunda.
En aquel
tiempo, el cólera diezmaba a la ciudad,
y Alejandra Andréevna, consciente del
peligro,
bebió un vaso de agua sin esterilizar
y murió horriblemente, en un plazo brevísimo.
¿Quiso así liberarse de su eterna tristeza
de mujer fracasada en su vida interior..?
Es lo que contemplando su carta postrimera,
pensó su hijo, enfermo de idéntica afección.
Aquella fría noche, que la nieve cubría,
vio en sueños a su madre, llamándolo a su
lado.
Despertó, y en la bruma de la semi‑vigilia,
concibió su respuesta al llamamiento extraño:
la Sexta Sinfonía, cuyo allegro muy vivo
¿no es una galopada del corcel de la Muerte
hacia el Más Allá lóbrego; y el final, un
gemido
del que agoniza solo, murmurando su
Réquiem..?
Terminada en Agosto la hermosa partitura,
Una noche de otoño celebróse su estreno.
Mas el
vulgo profano no descubrió la oculta
emoción de aquel triste y genial testamento.
Y unos días después, con Modesto almorzando,
Tchaikovsky pidió al fámulo un vaso de agua
fría.
-"No lo tomes. Hay cólera-, le conjuró
su hermano.
Mas hizo caso
omiso y lo apuró enseguida.
Pocas horas mas tarde, el morbo le atacó;
y al cabo de tres días de agonía violenta,
a la cita patética el artista acudió,
que le diera su madre, Alejandra
Andrévena....
México, 2 de
Septiembre de 1955.
X L
LA BAILARINA
MECÁNICA
A Luisita le han traído
los Reyes Magos de Oriente
una espléndida muñeca
de seda, de rosa y nieve.
Es una bailirinita
mecánica
de ballet,
que danza con la alegría
de un sonoro cascabel.
Tiene los ojos azules,
y de oro, los cabellos;
y lleva un tutú de espuma,
ceñido a su frágil cuerpo.
A su tipo estilizado
une la gracia y belleza
de aquellas fina tanagras
de la antigüedad helénica.
Y bien resultar podría,
si se animara su boca,
una Thamar Karsaniva
o una Alicia Markova.
Baila al ritmo sincopado
de una cajita
de música,
un aire de Shostakóvich,
de los pies sobre las puntas.
Y con rigidez de autómata,
mueve sus brazos y piernas
y dobla su cinturita
y hace deliciosas muecas.
Luisita salta de gozo,
al verla iniciar su baile,
lanzando ligeramente
sus piernecitas al aire.
Mas la invade el desencanto,
cuando, su cuerda acabada,
se queda inmóvil y rígida,
como una pequeña estatua.
- Mamá, ¿mas por qué se cansa
tan prontito la muñeca..?
- Hijita, no es que se canse.
Es que se acaba su cuerda.
- ¿Y es necesaria la cuerda,
para ponerse a bailar…?
- Desde luego, pues sin ella
ninguno baila jamás.
- Pues yo no la tengo y bailo.
¿O es que yo no me la veo…?
- Así es.
Todas las niñas
tienen dos dentro del pecho.
Son dos cuerdas invisibles,
que están en el corazón.
- ¿Y cuáles son, madrecita...?
- La alegría y el amor.
Tehuacán, 19 de
septiembre de 1954.
XLI
Mil ochocientos ocho. Zaragoza. Los sitios.
Día 15 de junio. Las huestes invasoras
atacan por el Carmen, Santa Engracia, el
Portillo
y sufren la primera y sangrienta derrota.
Lefebvre olvidó ya la lección espartana
que la Convención diera en sus épicos días:
la de que no es fácil subyugar por las armas
a un pueblo decidido a dar antes su vida.
Verdier, que asume el mando, obstínase en
lograrlo,
arrojando a los barrios un diluvio de bombas;
mas, cuando sus soldados se lanzan al asalto,
son también rechazados por los bravos
patriotas.
Es el día glorioso en que inmortalizóse,
del Portillo en la brecha, disparando un
cañón,
caídos sus sirvientes, una intrépida joven,
Agustina llamada, con razón, de Aragón.
El sitio, empero, sigue y tras los bombardeos
de principios de agosto, dos columnas
francesas
penetran hasta el Coso, luchando a sangre y
fuego,
por clavar en las torres del Pilar sus
banderas.
Mas tampoco lo logran, pues, del Ebro en el
puente,
Tornos, con un cañón, la desbandada impide,
y soldados, civiles, muchachos y mujeres
se baten en las calles, con coraje sublime.
Lefebvre, Bazancourt y Verdier son heridos.
Esta vez, los franceses sufren más de mil
bajas;
y, al saber de Bailén el revés inaudito,
levanta el enemigo el sitio de la plaza.
Este doble fracaso que entusiasma a Europa,
constituye una afrenta para Napoleón,
que, en noviembre, en España, se presenta en
persona,
a dirigir la lucha contra el pueblo español.
Y comienza el Segundo Sitio de la ciudad,
que a Moncey no se rinde y que Junot no
abate,
encargándose entonces del ataque final,
el 26 de enero, el Mariscal Juan Lannes.
Esta vez, la defensa es más encarnizada.
Se disputan las calles y casas palmo a palmo;
luchan mozos, ancianos y hasta tiernas
muchachas,
mientras su ciudad arde por los cuatro
costados.
Y por si fuera poco este cuadro de horrores,
el hambre y la epidemia se ceban en sus
filas,
todavía agravando la diaria hecatombe
de los bravos que caen entre llamas y ruinas.
Zaragoza agoniza, envuelta en proyectiles;
de escombros, de cadáveres y armas es un
montón;
y frente a la pistola del Comisario Plique,
Palafox, encamado, firma la rendición.
La historia ha recogido los nombres de los
héroes
que más se distinguieron en la gesta
preclara:
Palafox, Agustina, Sas, Cardo, el Tío Jorge,
San Genis, Ric, San-March, Bogiero, Azlor y
Gasca.
Mas se olvida, a menudo, el de una heroína,
que no empuñó un cuchillo ni hizo ningún
disparo,
sino que dedicóse a auxiliar a las víctimas,
con caridad sublime: el de María Rafols.
Sus puestos de combate contra la muerte
fueron
el Hospital de Gracia y la Misericordia,
las casas de la Audiencia y la Lonja, en que,
a cientos,
entraban los heridos, oliendo a sangre y
pólvora.
Allí se amontonaban en jergones de paja,
y, a falta de alimentos, de ropa y medicinas,
María y sus Hermanas sus tocas se rasgaban,
los vendaban con ellas y su pan les cedían.
Y, al no quedar ya nada que llevarse a la
boca,
María presentóse ante el Mariscal Lannes,
logrando que le diesen del sitiador las
sobras,
para los que morían, a su lado, de hambre.
En el terrible asalto al Hospital de Gracia,
por doquier se fugaron, espantados, los
locos;
y María, arrostrando la lluvia de metralla,
solícita, en su busca marchóse y recogiólos.
La plaza ya rendida, el Mariscal triunfante
celebró en un palacio: el del Conde de
Sástago,
un banquete rumboso, que dio a sus oficiales
y a la menguada recua de los afrancesados.
Y allí irrumpió María, postrándose ante Lannes,
quien preguntóle atónito: "Hermana, ¿qué
desea..?"
- "La gracia del indulto -le dijo
suplicante-
para los condenados a la última pena."
-"Concedida"- repuso al punto el
Mariscal;
y gracias al arrojo de la humilde monjita,
de inmediato obtuvieron la vida y libertad
los que, ante un pelotón, pronto a perderlas
iban.
La ocupación francesa prolongó los vejámenes,
la miseria y el hambre, durante varios años.
Murieron doce Hermanas, mas se salvó la
Madre,
que a los presos y enfermos siguió siempre auxiliando.
Facilitó la fuga a más de un prisionero
y, a punto estuvo, un día, de morir fusilada,
por uno, oculto dentro del carro de los
muertos,
que, burlando a la guardia, libertar
esperaba.
Terminada la guerra, sus trabajos, María,
de caridad heróica prosiguió de continuo,
a cambio recibiendo la paga inmerecida
de las persecuciones, la cárcel y el exilio.
Al fin, sus luchas, penas y achaques de la
edad
dejaron paralítico totalmente su cuerpo,
tan solo conservando su lucidez mental
y su palabra santa, hasta el postrer momento.
- "Veo - dijo, al morir - mucha gente de
blanco.."
¿Fueron las albas tocas de sus futuras hijas,
por doquier inclinadas ante el dolor humano,
de las almas y cuerpos vendando las
heridas..?
Más probable es que fueran angelicales coros,
que a recibir su alma mandó Nuestro Señor,
ante quien nada valen los que vencen al
prójimo,
sino los que lo aman y alivian su dolor.
Fitero,Residencia San Raimundo,
22 de febrero
de 1974.
XLIII
LOS MAITINES
DEL POVERELLO
Placía a Francisco todo lo que es bello.
Gozaba cantando, como un trovador,
las nobles hazañas de los caballeros
y las más románticas historias de amor.
Y, por tal motivo, al joven rapsoda
las gentes llamaban al "Rey de los
versos",
sin sospechar nadie que a mayores cosas
destinado estaba por el Rey del cielo.
Una noche clara de un día de Mayo,
entonaba el joven sus lindas canciones,
cuando, de repente, quebróse su canto,
igual que un relámpago sobre el horizonte.
Su rostro sereno tornóse muy pálido;
muda, en un instante, se quedó su lengua;
clavando en lo alto sus ojos extáticos,
como hipnotizado por alguna estrella.
Y los que a Francisco vieron con sorpresa,
repentina víctima de tan conmoción,
pensaron que alguna doncella traviesa
lo había hechizado, con filtros de amor.
Mas era distinto el santo secreto
de aquel misterioso súbito encanto,
que a convertir iba al "Rey de los
versos"
en un gran apóstol, como antaño a Saulo;
pues vio, si, en efecto a una fina virgen
destacarse, inmóvil, entre las estrellas,
tan conmovedora, discreta y humilde,
que todo por ella, Francisco lo diera.
Mas... no era doncella de humanos amores;
no ornaba sus sienes diadema floral,
ni brindaba goces ternuras u honores,
en ningún fantástico palacio real;
solamente al joven poeta ofrecía
servirle de guía y llevarlo al cielo,
por la senda estrecha de abrojos y espinas,
que pisara un día Jesús Nazareno.
¿Quién era tal virgen....? La Dama Pobreza,
la cual de tal suerte hechizó al mancebo,
que renunció este a su rica hacienda,
para convertirse en el Poverello.
Y dio, por seguirla, sus propios vestidos;
y solo y descalzo, por doquier anduvo,
el bien derramando, como Jesucristo,
y las maravillas cantando del mundo;
pues enamorado del mar y las rosas,
las nubes, los pájaros, las tierras y los
vientos,
la hermandad divina de todas las cosas
veía en el Padre común de los Cielos.
Y cantó en sus himnos al Hermano Sol,
cuyos rayos áureos la tierra fecundan;
y a la Hermana Agua, que en un surtidor
lanza hacia el empíreo su plegaria húmeda.
Y cantó a las aves pintadas y alegres
que de Dios, piando, la proclaman;
y al Hermano Lobo y a la Hermana Nieve,
que acoge en invierno la Hermana Montaña.
Y un alba purísima de la primavera,
bajo el baldaquino de un almendro en flor,
oyóle, extasiada, la Naturaleza
cantar maitines a Nuestro Señor...
México D. F.,
15 de julio de 1963.
XLIV
Londres. Catorce de Abril.
Rasgando el tul de la bruma,
las carteleras lanzaban
el nombre de Clara Schumann.
Esa
noche, en Inglaterra,
por primera vez actuaba
ante un público selecto,
la gran pianista alemana.
Y una enorme expectación
había por ver de cerca
a la celebre mujer
de novelesca existencia:
la niña linda y precoz,
que antes de los doce años,
encantaba ya a los públicos,
con sus conciertos de piano:
la novia amante y romántica,
que, en defensa de su amor,
sostuvo un pleito ruidoso,
con su propio genitor;
la esposa ejemplar y fuerte,
cuyo marido genial
perdiera súbitamente
la razón, dos años ha;
y en fin, la
madre abnegada,
que, con callado heroísmo,
sacaba sola adelante
a sus numerosos hijos.
De boca en boca corría
aquella insólita historia,
en espera del concierto
que daba la Filarmónica.
Mas ¿tomaría en él parte..?
No era seguro, pues Clara
recibió aquel mismo día
una dramática carta.
En ella, Brahms le anunciaba
el deshaucio y final próximo
de su infortunado cónyuge,
recluso en un sanatorio;
y cual si hubiese caído
sobre su cabeza un rayo,
la artista sintió que todo
se derrumbaba a su lado.
¿Qué hacer..?
Angustiada y sola,
en un extraño país,
no sabía si quedarse
o bien al punto partir.
Pero ¿cómo desairar,
a aquel público melómano,
que había agotado ya
las plazas del espectáculo..?
Y... ¡ cómo dar un concierto
en aquel estado de alma,
con el corazón deshecho
y con los ojos en lágrimas..?
Acordóse de sus hijos,
logró por fin serenarse
y en aras del bien de aquéllos,
decidió sacrificarse.
Al avanzar en la noche,
hermosa y grave hacia el piano,
ninguno sospechó el drama
que acongojaba su ánimo.
Y el programa interpretó
con honda emoción ética,
desbordada especialmente
en la Sonata Patética.
Tan grande su triunfo fue
que, contra su voluntad,
días más tarde, un segundo
concierto tuvo que dar.
Y luego marchó a Alemania,
donde su esposo demente
avanzaba en las tinieblas,
lentamente hacia la Muerte.
Cuentan que dos días antes,
en la postrera entrevista,
reconocióla un instante,
exclamando: "¡Clara mía!"
Y suya continuó siendo,
cuatro décadas de viuda,
consagradas a los hijos
y a la música de Schumann.
Hasta
que a unirse volvió
para siempre con su esposo,
en el sepulcro de Bonn,
que conserva sus despojos.
Mientras
descendía a él,
un día de primavera,
se oyeron ecos lejanos
de la
"Sonata Patética..."
México , 24 de
Marzo de I955
El primer concierto a que se
refiere el poema, fue dado por Clara Schumann, el 14 de abril de 1856; y tres
meses y medio después, el 29 de julio del mismo año, murió su esposo. Solo tenía
46 años. Ella falleció, a su vez, en 1896, a los 77 años de edad.
XLV
A la puerta de su casas, en un pueblito de
Huesca,
se hallaba, un día, una niña, llamada Pabla
Bescós;
y una mendiga andrajosa le extendió su mano
diestra,
pidiéndole una limosna, por el amor del
Señor.
Era la niña espigada y de pupilas celestes.
Tenía un carácter dulce, sensible, ingenuo y
amable,
y al fijarse en los harapos de aquella pobre
indigente,
apiadóse y entrególe un vestido de su madre.
Este rasgo compasivo de la tierna muchachita,
realizado en el acto, con gran
naturalidad,
era un presagio elocuente de que sería su
vida
un acabado modelo de amor y de caridad.
Así, pués, no es de extrañar que, cuando a
los trece años,
hizo en Panzano ‑su pueblo‑,la Primera
Comunión,
resolviese, como fruto de aquel trascendental
paso,
ingresar en un convento, para consagrarse a
Dios.
Pero ¿en cuál..? En el de Casbas ‑fue su
primer pensamiento-
un convento de clausura de bernardas de allí cerca.
Mas sobre Pabla tenía el Señor otros
proyectos
y la llevo a las Hermanas de la Caridad de
Huesca.
Allí no había clausura, sino puertas siempre
abiertas
al dolor y a la miseria de enfermos y
desvalidos,
servidos
por religiosas que las más rudas faenas
alternaban, cada día, con 109 oficios
divinos.
Pero Pablita era débil; y ¿podría soportar
aquella vida penosa de trabajo y de
oración..?
Las buenas monjas de Huesca lo tenían que
pensar
y no accedieron ,de pronto, de Pabla a la
pretensión.
Por fin, a los veinte años, tras varios meses
de prueba,
ingresó como novicia en el Hospital de
Gracia,
demostrando
en Zaragoza con su piedad y eficiencia,
que tenía cualidades para ser valiosa
Hermana.
Una etapa ascensional para su
Congregación,
hasta entonces estancada por circunstancias
adversas
iba de inmediato a abrir la Madre Pabla
Bescos,
con su voluntad de acción ,con su fe y con su
firmeza.
La "Segunda Fundadora" con razón la
denominan,
por la obra gigantesca que iniciara desde
entones,
logrando la aprobación de la Curia
Pontificia,
la autogestión y el derecho de hacer nuevas
Fundaciones.
Más de medio centenar consiguió llevar a
cabo,
rompiendo el estrecho cerco del recinto
aragonés,
en clínicas, hospitales y colegios
instalando
a sus Hijas, que afluyeron, numerosas, por
doquier.
Y aparecieron las "Anas" en Madrid
y en Barcelona,
en Algemesí, Valencia, Estella,
Garrapinillos,
en Forcall, Lerín, Mendavia, Utiel, Barbarín,
Vitoria,
Pedernales, Cabo Blanco, en Maracaibo y
Trujillo.
Lo milagroso del caso de la emprendedora
Madre
es que su salud precaria la atormentó de
continuo,
agravando aún más allá sus dolencias
corporales,
con ayunos, disciplinas, cadenillas y
cilicios.
Mas la
sostuvo sin duda la Divina Providencia,
que desde la tierna infancia, su favor le
dispensó,
y contra viento y marea, enfermedades y
penas,
hasta una edad avanzada, su existencia
prolongó.
Su devoción principal fue el Corazón de
Jesús,
que no dejó de inculcar a todos, mientras
vivió,
pues es la imagen más dulce de quien murió en
una cruz,
por el amor de los hombres, que su sangre
redimió.
Reelegida sin cesar por el voto de sus
Hijas,
rigió la Congregación treinta y cuatro años
seguidos;
y expiró de ochenta y uno, serena y sin
agonía,
como el justo que ve abrirse las puertas del
Paraíso.
Escogía para ella los más bajos menesteres,
cuidando, de preferencia, a los enfermos más
graves
y, atacada muchas veces por la fatiga y la
fiebre,
las soportaba, en silencio, con magnífico
coraje.
La discreción nos obliga a callar un acto
heróico
que hiciera con una enferma de una llaga
purulenta.
Solo los Santos que aspiran a estar muy cerca
del trono
del Señor, pueden hacerse a sí mismos tal
violencia.
Su gran personalidad y eminentes cualidades
que mostró ya de novicia, sin obstar su
juventud,
la llevaron, de profesa, a los puestos
responsables,
propios de la madurez, aliada con la virtud.
Tenía veintitrés años, cuando se le encomendó
la dirección de la Sala de la Virgen del
Pilar;
y solo un año después, al Hospicio ya pasó,
encargada del Ropero y de la Guardia escolar.
A los cuatro de profesa, se la nombró
Superiora
del Hospital de Alcañiz, donde pronto abrió
una escuela
gratuita de niñas pobres y otro colegio de
cuota
para muchachas mayores de las familias
burguesas.
Allí, el año 85, le sorprendió la invasión
del cólera morbo asiático que cubrió a España
de luto;
y con sus bravas Hermanas, la madre Bescós
luchó,
brazo a brazo con la muerte, al borde de los
sepulcros.
A los cuarenta y un años, se le dio el
difícil cargo
de Maestra de Novicias; y, al cabo de solo un
trienio,
sin descargarla del mismo, por su dinamismo y
tacto,
de Ecónoma General se le cursó el
nombramiento.
Finalmente fue elegida Superiora General,
el año 94. Tenía cuarenta y seis;
de modo que, en veinticinco, sin ambición
personal,
llegado había a la cumbre, por su virtud y
valer.
"Descanse en paz", murmuramos,
cuando un semejante muere;
y así descansa sin duda Madre Pabla, junto a
Dios;
mas seguro es que, en el cielo, le pide
constantemente
por las Hijas que en la tierra forman su
Congregación.
Fitero, 9 de
julio de 1974.
XLVI
Al suplicio va la Pola,
con la frente bien erguida,
pues entrando está en la Historia,
con el limbo de heroína.
Sus finos cabellos negros
ondean a la brisilla
matinal, cual la bandera
del Libertador Bolívar;
y sus pupilas morenas
del sol a los rayos, brillan,
como los sables desnudos
que en Casanare fulminan.
Encuadernada a su novio,
¡con qué majestad camina,
al frente de los patriotas,
que van a entregar sus vidas!
Las calles de Bogotá
destilan piedad e ira:
ira contra los verdugos
y piedad para sus víctimas.
Pero el implacable Samano
solo percibe las filas
de sus soldados en armas,
que la carrera vigilan;
y no
sospecha siquiera
que
aquella tierna mocita
pueda mellar en su carne
sus bayonetas altivas.
Mas hasta
los veteranos,
que sin recelo la miran,
sienten la vaga amenaza
de su indomable energía,
pues ven en ella la imagen
de la insurrección bravía,
que reclama en toda América
la independencia política.
Una sed abrasadora
a la Pola martiriza;
y un oficial compasivo
le da un vaso de agua fría.
Mas lo rechaza en el acto,
con esta frase incisiva:
- "Ni agua, yo, de los verdugos,
quiero de la Patria mía."
Y continúa serena,
de luto toda vestida,
al encuentro de la muerte,
que va a darle inmortal vida.
Ya a la Plaza Mayor llega
la fúnebre comitiva,
con tambores que redoblan
y fusiles que se erizan;
y el piquete del "Numancia"
toma posición en línea
frente al sitio en el que va
a ejecutar a las víctimas.
Un monje reza las últimas
plegarias de la agonía,
mientras que a sus compañeros
la Pola, intrépida, anima.
Por última vez, le ofrecen
el salvarle aún la vida,
si delata a los patriotas,
que en la capital conspiran.
Mas la valiente doncella
responde con ironía:
- "Los conoceréis bien pronto,
cuando llegue aquí Bolívar..."
Y dirigiéndose al pueblo,
que consternado la mira,
- "No lloréis por mí -les dice-,
pues me voy a mejor vida.
Llorad más bien por la Patria,
en la esclavitud sumida;
y alzaos todos unánimes
contra tantas injusticias..."
Un redoble de tambores
corta su arenga encendida:
que siempre es muy peligroso
el lenguaje de las víctimas.
Y rechazando la venda
con que a velarle la vista
se aprestan, se tapa el rostro
con su saya negra y fina.
Entonces, con letras de oro,
aparece en su basquiña
bordado un "¡Viva la Patria!",
que a todo el pueblo electriza.
Y antes que explote su cólera,
el piquete se da prisa
a preparar sus fusiles
y afinar la puntería.
Una descarga cerrada
abate a las nueve víctimas;
y junto a su novio amado,
la brava doncella expira.
Mas su sangre es una enseña,
que a la insurrección incita.
Colombia deviene libre,
y la Pola, su heroína.
México, 19 de
Octubre de 1955.
XLVII
Según cuentan las crónicas peruanas,
en tiempos del Virrey Toledo y Leyva,
en Lima florecía una muchacha,
tan rica en hermosura como en rentas.
Doña Claudia Orriarun ‑pues este nombre
llevaba la bellísima criolla‑,
tenía una legión de admiradores,
que soñaban con ella a todas horas.
Mas nuestra señorita, que cumplidos
los veinticuatro Abriles ya tenía,
insensible a los dardos de Cupido,
de ningún
pretendiente caso hacía.
Hasta que un Jueves Santo, por la tarde,
haciendo su visita a las iglesias,
a pesar de su dueña y de su paje,
perdió su corazón y su cabeza.
Es el caso que entró en Santo Domingo
a rezar al Divino Sacramento,
precisamente en el instante mismo,
en que el Virrey salía de aquel templo.
Curiosa, se detuvo Doña Claudia
a contemplar la regia comitiva,
junto a la pila bautismal de plata,
orgullo de la iglesia dominica;
cuando de pronto se inclino ante ella
un jefe de la escolta virreinal,
brindándole un ramito de verbena,
empapado en el líquido lustral.
Fue cosa de un instante; mas la flor,
el saludo gentil del caballero
y su honda mirada de pasión
al corazón de Claudia conmovieron.
Tanto así fue que a poco comenzaron
el capitán Manrique y la doncella
a interpretar a dúo el viejo canto
de amor, fidelidad y dicha eterna
La promesa formal de matrimonio
acabó de rendir a doña Claudia,
que tan solo esperaba que a su novio
los papeles de España le enviaran.
Pero... nunca llegaron, pues el joven
pensaba a la Metrópoli volver
y llevar al altar allá, en la Corte
a una hermosa sobrina del Virrey.
Cansada de la espera, doña Claudia
las cuentas ajustó a su Capitán,
que, al ver su posición amenazada,
prefirió la ciudad abandonar.
Y se fue a Potosí, donde le dieron
el mando de una fuerza en formación;
que iría, al acabar su adiestramiento,
a Tucumán, en plan de guarnición.
En Potosí corría por entonces
la plata, como el agua por el río,
y nuestro Capitán pronto engolfóse
en su ambiente maléfico de vicio.
Una noche, en el juego, la escarcela
de vaciarle acababan por completo,
cuando ofrecióle un joven otra llena,
que asimismo perdió en pocos momentos.
- "Caballero -le dijo-: Muchas gracias.
¿Dónde y cuándo os veré para pagaos...?
- "Plaza del Regocijo. Yo, hacia el
alba,
allí os esperaré el próximo sábado".
Y alli acudió, en efecto, el Capitán,
al mismo tiempo que su acreedor,
el cual le dijo: "A fe que sois puntual
para pagar las deudas, gran señor..."
‑"En ello va mi honor de
caballero."
‑ "¿Y no lo va también en respetar
vuestros mas religiosos juramentos..?
‑"¿ Qué decís…? El insulto
retirad".
‑"Lo mantengo." Y sacaron las
espadas.
El deudor recibió un golpe mortal;
y exclamó el otro: "¿ Os acordáis de
Claudia..?
¡Tu vida por mi honra, Capitán !"
México, 10 de
Octubre de 1955
XLIX
Una leyenda sueca asegura que en Bolm,
hubo un feroz guerrero, ganador de una
espada,
sobre la cual pesaba la extraña maldición
de matar siempre a alguien, al ser
desenvainada.
El guerrero era Árngrim, y su espada,
Tyrfinga.
Tenía doce hijos y todos asimismo
en guerras y saqueos ocupaban sus días,
siendo doquiera odiados, a la vez que
temidos.
De su fuerza orgullosos, los doce hermanos
fieros
a su alcance creían tener todas las cosas;
y un día, en una fiesta, Hiorvardo, uno de
ellos,
juró conquistar pronto a la hermosa
Ingelborga.
Ingelborga era hija del Monarca de Suecia
y vivía en Upsala con su progenitor,
siendo el mejor adorno de aquella Corte
austera,
por su virtud, belleza y noble corazón.
Su figura imponía igual que los Kungshögar
(1)
En sus ojos brillaba la claridad del Fyris,
y su cuerpo era un ramo de lises y violetas,
que embriagaban el alma del anciano Rey
Ingvi.
Con que un día de Mayo, en la Corte de
Upsala,
los arrogantes hijos de Arngrim irrumpieron,
exponiendo Hiorvardo al discreto Monarca
el temerario voto que en Bolm había hecho.
Atónita la Corte se quedó al escucharlo
y ver que reclamaba inmediata respuesta,
cuando el valiente Hiálmar, hasta el real
estrado
se acercó y al Monarca le habló de esta
manera:
"Señor, tu bien conoces mis valiosos
servicios,
y pues amo a tu hija, dámela por esposa.
Creo que de su mano soy yo mucho más digno
que ese guerrero bárbaro de fama
criminosa."
El cauto Rey repuso: "Puesto que sois
los dos
mozos nobles y bravos, que Ingelborga
decida."
- "Pues bien, yo elijo a Hiálmar -la
joven declaró-,
ya que sus bellas prendas me son bien
conocidas."
- "Está bien, Ingelborga, - dijo
Angántir con aire
de despecho y de cólera. Ya veo que lo amas.
Pero tú y yo, Hiálmar, en la isla de Samse,
el verano que viene, nos veremos las
caras..."
Era el temible Angántir el mayor de los hijos
de Arngrim, y heredero de su mortal Tyrfinga.
Pero no arredró a Hiálmar el brutal desafío,
y a la de la Princesa, a poco, unió su vida.
Su unión fue venturosa. Mas... duró poco tiempo,
pues al vencerse el plazo marcado por
Ángantir,
Hiálmar con Órvar-Odd y doscientos guerreros,
se embarcó para Samse, en la playa de
Agnáfit.
Y operó el maleficio de la espada Tyrfinga,
que, al salir de su vaina, provocaba la
muerte,
en Samse desatando feroz carnicería,
que enrojeció desangre sus aguas y su césped;
pues todos sucumbieron, con sola una
excepción:
los guerreros de Hiálmar, a manos de los
Árngrim;
once de los hermanos, a manos de Orevar-Odd;
y en un duelo terrible, por fin, Hiálmar y
Angántir.
Con Hiálmar solo a bordo, Ósvar-Odd volvió a
Suecia;
dejó el cadáver frío en la regia antecámara,
y del Rey a la vista, solemne puso en tierra
el yelmo del occiso y su cota rajada.
Enseguida a la Corte los detalles contó
de la sangrienta lucha en la isla de Samse,
entregando a Ingelborga, así que concluyó,
el anillo que Hialmar le encargara expirante.
Ella tomó el anillo sin pronunciar palabra
y desplomóse muerta en el sillón real.
Órvar la cogió en brazos, abandono la sala
y en los de su marido la fue a depositar.
Y en la enlutada Upsala, con pomposa
liturgia,
los marmóreos cuerpos de Hiálmar e Ingelborga
fueron luego encerrados en una misma tumba,
igual que los famosos amantes de Verona.
México, 8 de
Abril de 1956
(1) Léase: Kungsjégar.
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