Artículos de Manuel García Sesma, publicados en el periódico LA RIOJA, 1926.
APRECIACIONES
1.- Una mujer sin
importancia, I. (Año XXXVIII. Nº 11979. Domingo, 18 de abril de 1926).
2.- Una mujer sin
importancia, II. (Nº 11980. Martes, 20 de abril de 1926).
3.- Una mujer sin
importancia, III. (Nº 11984. Sábado, 24 de abril de 1926).
4.- Tierra y Libertad. (Nº 11990. Sábado, 1 de
mayo de 1926).
5.- “Sullarita”, Revista de
Marcelino Domingo. (Nº 11997. Domingo, 9 de mayo de 1926).
6.- Elogio de los felinos (Nº 11999.
Miércoles, 12 de mayo de 1926).
7.- El amor en la música. (Nº 12004. Martes, 18 de
mayor de 1926).
8.- La leyenda negra, I. (Nº 12011. Miércoles, 26 de
mayo de 1926).
9.- La leyenda negra, II. (Nº 12015. Domingo, 30 de
mayor de 1926).
10.- La leyenda negra, III. (Nº 12020. Sábado, 5 de
junio de 1926).
11.- Wagner y el amor. (Nº 12021. Domingo, 6 de
junio de 1926).
12.- El infanticidio. (Nº 12026. Sábado, 12 de
junio de 1926).
13.- El caso de Abd-el-Krim. (Nª 12038. Sábado, 26 de
junio de 1926).
14.-
Don Juan y Bernard Shaw, I. (Nº
12043. Viernes,
2 de julio de 1926).
15.- Don Juan y Bernard
Shaw, II.
(Nº 12045. Domingo, 4 de julio de 1926).
16.-
Don Juan y Bernard Shaw, III. (Nº 12048. Jueves, 8 de
julio de 1926).
17.- ¿Qué es la virtud?. (Nº 12056. Sábado, 17 de
julio de 1926).
18.- Gallarza y el
patriotismo chico. (Nº 12057. Domingo, 18 de julio de 1926).
19.- Cabellos largos y
cabellos cortos. (Nº 12059. Miércoles, 21 de julio de 1926).
20.- El Humor de Don Pío. (Nº 12063. Domingo, 25 de
julio de 1926).
21.- La ola roja. (Firmado con el nombre de
Sara Insua). (Nº 12075. Domingo, 8 de agosto de 1926).
22.- Yo, Schopenhauer y las
mujeres.
(Nª 12075. Domingo, 8 de agosto de 1926).
23.- La mendicidad infantil. (Nº 12081. Domingo, 15 de
agosto de 1926).
24.- Feminismo. (Nª 12082. Martes, 17 de
agosto de 1926).
25.- La mujer moderna. (Nº 12088. Martes, 24 de
agosto, de 1926).
26.- De Rodolfo Valentino a
Juan Pablo Richter. (Nº 12094. Martes, 31 de agosto de 1926).
27.- El pudor y la
coquetería.
(Nº 12106. Martes, 14 de septiembre de 1926).
DON JUAN Y BERNARD SHAW
WAGNER Y EL AMOR
Nº.
12021. Domingo, 6 de junio de 1926.
Como promesa es deuda que
obliga, vamos hoy a ocuparnos de Wagner presentándole como intérprete artístico
admirable del sentimiento amoroso.
Además lo hicimos ya
separadamente con Beethoven, y nos parece que Wagner no se merece menos. No se crea por esto que tratamos de entablar
la cuestión de la superioridad. En modo alguno. Nos declaramos incompetentes
para ello: aparte de que –a nuestro corto entender– es una cuestión sencillamente
insoluble.
Por una razón muy obvia:
que Wagner y Beethoven son dos genios completamente distintos. Distintos como hombres y como artistas. Me parece que lo único en que convienen es en
que los dos son alemanes y músicos eminentísimos. Por lo demás Beethoven, hijo de familia
humilde, de carácter rudo, pero apacible, solterón resignado y virtuoso, de
vida quieta y tranquila, aunque algo amargada por su sordera y sus amores
incomprendidos, es el reverso de Wagner, nacido en el seno de una familia acomodada,
estudiante de Filosofía en Leipzig, literato y poeta, conspirador y
revolucionario, fugitivo de Alemania y expulsado de Suiza, enamorado
sucesivamente de la actriz Minna Planner en los comienzos de su carrera, a la
que dejó en 1859 por Matilde Wesendok, como abandonó más tarde a ésta (1866)
por la célebre Cosima, hija de Liszt y de su antigua amante la condesa de
Agoult (Daniel Sterne), la cual (Cosima) para casarse con Wagner, hubo de
separarse con Hans de Bulow.
Del mismo modo, el arte
de Beethoven es completamente distinto del arte wagneriano. Beethoven es el
genio de la música sinfónica. Wagner de la dramática. Y no es que Beethoven
desconociera la segunda, como tampoco ignoró Wagner la primera. Ejemplos: la ópera Fidelio y la overtura de Los maestros
cantores. Queremos decir tan solo que la música propiamente beethoveniana
es la sinfónica (sonatas, sinfonías, cuartetos, fantasías), y la wagneriana, la
dramática (las óperas y el oratorio de Parsifal).
Con esto, ni que decir tiene que, así como Beethoven
no podía menos de echar mano de las diversas formas sinfónicas para interpretar
musicalmente el sentimiento amoroso, Wagner hubo de emplear al mismo objeto los
moldes de la música dramática.
En tres obras ha abordado
especialmente el tema interesante del amor: en Los Maestros cantores, en Tristán
e Iseo, y en El anillo de los
Nibelungos.
(Hacemos caso omiso de la
ópera Se prohibe amar o La novicia de Palermo, estrenada sin
éxito en 1836, por pertenecer a sus comienzos musicales, cuando Wagner estaba
lejos todavía de llegar a la plenitud de su desarrollo artístico y a la
creación de la música del porvenir).
De Los maestros cantores puede decirse, bajo nuestro peculiar punto de
vista, que es una paráfrasis del sentimiento amoroso; pues, si bien es cierto
que la intención wagneriana es muy distinta, tampoco puede negarse que el
máximo interés dramático se reconcentra, en todos los actos, alrededor de la
silueta de Eva, y lo constituye la descripción de los amores de Walther y la
hermosa hija de Pogner, (la pintura de la pasión de Hans Sachs en la escena
tercera del segundo acto también es un episodio digno de ser anotado), desde el
diálogo amoroso en la iglesia de Santa Catalina en el primero, a los tres
cuplés de la canción en do de Walther en el último.
Con todo, resulta mucho
más interesante y psicológico el drama musical Tristán e Iseo que, aunque tomado de una leyenda céltica, es la
cristalización en música de una tragedia familiar: es decir, el apasionamiento
de Wagner por Matilde Wesendonck, y su ruptura con la actriz Minma Lanner. En efecto, la inquietud y la angustia de Iseo,
el amor de Tristan, el deseo y la esperanza de Brangana, la solicitud de
Kurwenal, la desconfianza y el espionaje de Melot, las quejas del rey Marke,
símbolo del honor no son sino la encarnación dramática de los diversos
sentimientos que agitaban el alma del artista. La pasión, descrita felizmente
en todo caso, alcanza sus más brillantes expresiones en el dúo de amor del
segundo acto y sobre todo, en aquella escena final del último en que Iseo,
muerto ya Tristán, replica a Marke, y desde la bemol que ha representado
siempre al amor, sube hacia la luz, hasta sí mayor, presentando completo el
tema del amor en la muerte, en expansión melódica admirable y en subida
triunfal desbordante de pasión y de lirismo...
Sin embargo, “Tristan e Iseo” todavía está distante de
la superior inspiración de “La Walkyria” y de “Siegfried“, las dos obras de Tetralogía
en que Wagner ha tratado especialmente el tema del amor. Es sencillamente
emocionante, con emoción intensa y ascendente, todo el primer acto de “La Walkyria”; desde el principio, cuando
Sigmundo, en una noche de tormenta, se refugia en la cabaña de Hunding, cuya
mujer le reconforta hasta el final, cuando Siglinda, loca de amor, cae en brazos
de Sigmundo, luego que arrancó la espada que hundió en un fresno Wotta...
Don Joaquin Turina
escribe (Enciclopedia abreviada de música, t. II, cap. IX): “La música de este acto es quizá de las
páginas más sublimes de Wagner”.
A pesar de todo, como interpretación
sentimental, en nada desmerece al lado de “La
Walkyria” la música de Siegfried”, sobre todo al final del tercer acto,
cuando el heróico hijo de Siglinda sube hasta la roca de fuego de Brunhilda, y
la despierta con un beso. El tema del
amor aparece incontinenti en una espléndida melodía. Los dos jóvenes se miran,
se interrogan. Brunhilda se resiste y no quiere perder su dignidad de diosa,
pero por fin, se entrega al héroe, gritando con inmensa alegría: “¡Perezca él,
Walhalla!”
Se arroja luego en brazos
de Siegfried y ambos prorrumpen en esta exclamación apasionada: “¡Mientras luzca el amor dulce será la muerte!”
Final bello y romántico
de la tercera obra de la Tetralogía...
DON JUAN Y BERNARD SHAW
Nº. 12043. Viernes, 2 de julio de 1926
Manuel García Sesma
I
Cuando en 1903 Bernard Shaw sacó a luz pública su Hombre y Superhombre, el revuelo que se armó seguidamente en los círculos intelectuales fue mayúsculo.
No pudo menos de ser así. Porque hay que convenir en que la célebre comedia del genial dramaturgo irlandés es una obra que desconcierta al más pintado.
Como que choca violentamente con todas las ideas admitidas sin discusión, durante siglos, precisamente respecto de un asunto de los que más han apasionado a la humanidad de todas épocas: el problema sexual.
Y con esto, dicho queda cuál sea el argumento de la comedia de Shaw: la cuestión eterna de la atracción de los sexos.
Específicamente, Hombre y Superhombre es una obra que versa sobre Don Juan. Pero no sencillamente una obra más. En modo alguno. El donjuanismo de Shaw nada tiene que ver con el donjuanismo tradicional. Lo arrumba, con tremenda brutalidad, “a la trastera de los anacronismos y las supersticiones”.
La comedia del pensador socialista encierra una filosofía sexual completamente nueva, esto no quiere decir precisamente original, toda vez que las ideas de Shaw proceden en gran parte de la filosofía de los autores de Así hablaba Zaratustra y El mundo como Voluntad y como Representación.
Hombre y superhombre representa la última evolución de la conciencia masculina enfrente del problema sexual.
¡Y qué cuestión tan gigantesca! Ni el don Juan de Tirso, ni el de Molière, ni el de Byron, ni el de Mozart, ni el de Zorrilla, reconocerían seguramente al don Juan de Bernard Shaw...
John Tanner no es el libertino tradicional, arrogante y escéptico, al margen del convencionalismo social y ético: es un libertario que ha leído a Schopenhauer y a Nietzsche, que ha estudiado a Westermarck y hasta ha escrito un Manual del revolucionario, emparentado, aunque lejanamente con el Catecismo de Bakunin.
El Don Juan del siglo XX no se dedica, como el de antaño, a burlar a las doncellas. El donjuanismo ya no se confunde con el casanovismo.
¡Quién lo diría! El Burlador de Sevilla ha venido a transformarse de calavera en filósofo, de espadachín, en reformador.
Don Juan ha reflexionado una vez sobre sus burlas e inopinadamente ha descubierto una moral en su propia, escandalosa inmoralidad. El pobrecito se ha dado, por fin cuenta de su papel equívoco en la comedia amorosa: ha pasado del airoso de cazador al bochornoso de presa. Y en vez de recabar su libertad de acción para entregarse sin freno a sus instintos, ahora la propugna fieramente para contrarrestarlos y desvelarlos...
En las lucha de los sexos, Don Juan ya no es el vencedor, sino el vencido. No es el hombre el que conquista a la mujer, sino al contrario.
De este modo, el donjuanismo se ha invertido. Don Juan ha cambiado, por decirlo así, de sexo; y ahí están esas mujeres ibsenianas, afirmando paladinamente su propia individualidad, en vez de contentarse con el papel de comparsa en un espectáculo moral.
De la vieja personalidad del romántico Don Juan ya no queda más que su escepticismo –algo más agudizado– y su celo por la libertad. Sólo que ésta se ha tornado de arma ofensiva en defensiva: de espada en escudo.
En fin de cuentas, su postura respecto del matrimonio no ha cambiado: Don Juan continúa siendo enemigo declarado de las nupcias...
A pesar de todo, no cabe duda alguna que John Tanner es más racional que el buen Tenorio. (Y tomamos la palabra racional en el sentido del ser inteligente que se guía más bien por las inspiraciones de la razón que por los impulsos del instinto.)
Ahora, ¿el donjuanismo de Shaw es filosóficamente preferible al donjuanismo tradicional?
¿Cuál de los dos se acerca más a la verdad sexual?
Nº
17
Nº
17
¿QUÉ ES LA VIRTUD?
Nº 12056. Sábado, 17 de Julio de 1926.
Como de costumbre, la
Academia de la Historia ha anunciado, hace unos días (“Gaceta” del día 30 de
junio), la convocatoria para adjudicar el premio a la Virtud, correspondiente
al presente año.
Dicho premio es una
modesta fundación de don Fermín Caballero, consistente en la cantidad de mil
pesetas que la entidad citada confiere todos los años a la persona de quien
constaren debidamente más actos virtuosos realizados durante ellos.
Las propuestas, como es lógico, no
pueden ser elevadas por los propios interesados, sino por otra persona.
Aquellas las hará el peticionario por escrito y bajo firma, anotando las
circunstancias que hacen acreedor al premio a su recomendado, con los
comprobantes e indicaciones que conduzcan al mejor esclarecimiento de los
hechos.
Bajo el punto de vista
económico, el premio a la Virtud no tiene, como se ve, importancia alguna.
Con
todo, se la encuentro yo muy grande bajo el punto de vista educativo y ético.
¿Qué es la virtud?... He
aquí una pregunta que ha traído de cabeza a los mejores pensadores de la
Humanidad de todos tiempos.
Y después de tantos
siglos como lleva el mundo de existencia, aún no se han puesto de acuerdo los
hombres para dar una contestación definitiva.
La ciencia del bien y del
mal es la más antigua, las más estudiada, la más discutida, y sin embargo,
objetivamente, la más incierta. Abrid un tratado de Filosofía moral y
tropezaréis al punto con la más variada heterogeneidad de pareceres.
La ley civil es la regla
de lo injusto y de lo justo, de lo bueno y de lo malo –os dirá un discípulo de
Hobbes.
No tal es la voluntad de
Dios –replicará un puffendorfiano.
Tampoco es la opinión de
la sociedad –dirá un sectario de Banet.
¡Mentira! –intervendrá un
utilitarista a los Benthan. –El interés personal es la verdadera norma ética.
Ca: el interés social –rectificará
un solidario a lo Payot.
Un discípulo de epicuro
os dirá únicamente: el bien es el placer, y el mal, el dolor.
Un ácrata a lo Bakunin
declarará: es moral lo que fomenta la revolución e inmoral, lo que la
entorpece.
¿Qué habláis de reglas
morales? –interrumpirá un adepto de Arturo Schopenhauer. -No hay regla alguna
moral, porque no hay leyes ni deberes que se puedan imponer a una libre
voluntad.
Y, en fin, un hedonista a
lo Fourier, os aconsejará con desvergüenza: Dad rienda suelta y plena
satisfacción a las pasiones. He aquí la verdadera norma ética.
¿Puede darse más variedad
de opiniones y de escuelas?
Lo malo del caso no es
precisamente que los filósofos no se entiendan entre sí; que no lleguen a un
acuerdo en la concepción de la moral, y la virtud, ni aun que las nieguen
rotunda y audazmente. Lo deplorable es que sus contiendas y sus libros trasciendan
y extravíen a las indoctas muchedumbres que necesitan normas fijas,
indiscutibles, terminantes, porque no tienen su inteligencia ni tiempo para
pensar por cuenta propia.
Por eso toda dirección
ética práctica, toda profesión explícita, racional, detallada de fe moral
merece mis simpatías
¿Qué es la virtud?
Si la adjudicación del
premio Caballero hubiera sido encargada a una Academia de filósofos aún estaría
por conferirse el primero. Después de tantos siglos de contienda, toda la
ciencia moral de tan famosos pensadores ha venido a resumirse en la histórica
exclamación del viejo estoico romano: “¡ Oh virtud, no eres más que un bello
nombre!”
Más don Fermín Caballero
tuvo buen cuidado de aclarar lo que entendía por virtud.
Por fortuna, y pese a las
cavilaciones de los filósofos, la conciencia de un hombre honrado basta para
distinguir el bien del mal, para erigir la barrera que separa en cada caso el
vicio de la virtud.
Dejemos la palabra al
fundador: “El premio a la Virtud será
adjudicado a la persona de quien consten más actos virtuosos, ya salvando
náufragos, apagando incendios o exponiendo de otra manera su vida por la
Humanidad, o ya mejor, al que, luchando con escaseces y adversidades, se
distinga en el silencio del orden doméstico como ejemplar laudable por la
abnegación y el amor a sus semejantes y por el esmero en el cumplimiento de los
deberes con la familia y la sociedad, llamando apenas la atención de algunas
almas sublimes como la suya”.
Es decir, que salvar a un
naufrago, apagar un incendio, exponer la vida por los demás, cumplir los
deberes familiares y sociales, el sacrificio, la abnegación, etc., son actos
virtuosos.
¿No
es esto?
Completamente de acuerdo.
Prefiero la simplicidad
moral empírica de un hombre honrado a la ética especulativa de todos los
filósofos del globo.
18
GALLARZA Y EL PATRIOTISMO CHICO.
Nº 12057. Domingo, 18 de julio de 1926
Sea cualquiera el
concepto que se tenga del patriotismo por antonomasia, del patriotismo de la
nación o patriotismo grande, lo que nadie niega, lo que ninguno discute, es el
llamado patriotismo chico, el culto al pueblo natal, el cariño a la tierruca, a
la pequeña patria que nos vio nacer. Este sentimiento es tan natural, tan
espontáneo, como el amor a nuestros padres, a nuestros hermanos, a nuestros
parientes, el apego a nuestra casa, a nuestros muebles, el cariño a nuestros
animales domésticos...
Contra este hecho
afectivo se estrellan todas las cavilaciones del humanitarismo.
Tratándose de su pueblo,
no hay ningún antipatriota. El hombre que en un momento dado de su vida, hubo
de abandonar su patria chica, tal vez hastiado, aburrido, quizá perseguido
encarnizadamente por sus convecinos, vuelve, al cabo de los años a pasar en él
el resto de sus días... ¿Por qué así...?
Yo no sé qué poderoso
imán, qué fuerza de atracción tienen las cosas de la tierruca que no se
libertan de ella ni los espíritus más rebeldes...
Victor Hugo ha escrito a
este propósito “Los Miserables”.
“Mientras uno vive en su país natal cree que le son indiferentes las
calles; que las ventanas, las puertas y los tejados nada significan; que los
árboles son como los demás; que las casas cuyo umbral no se traspasa, nos son
inútiles; que el suelo que se pisa es solamente de piedra...Pero cuando se ha
abandonado la patria, se conoce que aquellas calles nos son queridas; que nos
hacen falta aquellas ventanas, aquellas puertas y aquellos techos; que aquellos
árboles nos son necesarios; que, en aquellas casas cuyo umbral no se
traspasaba, deseamos entrar todos los días, y que el desterrado dejó en aquel
suelo la piedra que pisaba su sangre y su corazón...”
Corolario de esta postura
sentimental afectiva es el celo por el engrandecimiento y el bienestar de
nuestro pueblo, y el entusiasmo desbordante por nuestras glorias y por cuanto
signifique motivo reconocido de satisfacción y de legítimo orgullo colectivo.
La prosperidad, el talento, los triunfos de un convecino, los
reputamos siempre como propios. Hablamos de nuestra industria, nuestro
comercio, nuestros campos, nuestros artistas, nuestros sabios, como de algo
personal, de algo muy propio... Es el lenguaje del comunismo espiritual de la
fraternidad y del amor, el más bello de los comunismos.
Se repite con frecuencia
que nemo propheta est in patria sua, queriendo dar a entender
con esta frase que nuestro pueblo es siempre el más refractario o reconocer
nuestros merecimientos.
Inexacto. Le pasa lo
mismo que a las mujeres de los grandes hombres: que, acostumbrados a tratar al
hombre, no aciertan a descubrir de ordinario, por sí mismas, el mérito del
sabio o del artista. Esa es la verdadera explicación.
Más cuando un pueblo ha
descubierto el mérito de alguno de sus hijos, ninguno otro le iguala en
devoción y en entusiasmo. ¿Quién más que una madre va a querer a los pedazos
vivientes de sus entrañas...?
Manila, Barcelona, los
demás pueblos habrán hecho al capitán Gallarza recibimientos imponentes,
fastuosos, entusiastas...
Pero acogida tan cordial, tan efusiva, tan sincera – si bien
no sea tan aparatosa– como Logroño, nadie.
Y con razón.
El capitán Gallarza es a
la hora de ahora el orgullo más legítimo y la gloria más excelsa de la Rioja.
Es el símbolo más recio y
más brillante de su brillante patria chica...
CABELLOS
LARGOS Y CABELLOS CORTOS
Nº 19
CABELLOS
LARGOS Y CABELLOS CORTOS
Nº 12509. Miércoles, 21 de Julio de 1926
A mi estimado compañero Ángel Villar y... a todas las bellas logroñesas
que aún no han capitulado con la moda corta.
-
Amigo
Sesma: ¿Qué te parece la moda del cabello corto...?
-
Vaya
preguntita, mi querido: ¿Tu sabes en el compromiso que me pones? Esta vez me matan las mujeres.
Pero, en fin, como yo
alardeo de independencia y sangre fría, una vez puesto en el disparadero, voy a
decir, lisamente, lo que opino sobre el asunto.
Pues estimo, por de
pronto, que la mujer es muy dueña de componerse el cabello como le dé la real
gana. Corto o largo, con patillas o con tirabuzones, a la garçonne o a la Luis
XIII, teñido de oro como de color de tomate, lo mismo si se afeita el cogote,
totalmente, que si se deja una corona como un fraile capuchino, la mujer está
en el uso de su perfectísimo derecho...
A mi me hace mucha gracia
la postura de esos hombres que creen que las mujeres, para vestirse y
componerse, han de tomar antes de ellos el oportuno consejo. Señor mío, ¿acaso
nosotros les consultamos a ellas para partirnos la cara o depararnos la
perilla? Seamos razonables.
La mujer puede vestirse y
arreglarse como se le antoje. Claro está que semejante libertad, no puede ser
ilimitada. La condicionan, en primer término los postulados de la Moral. Ahora
que la Moral me resulta un artefacto tan elástico como las ligas de goma o la
piel de una lombriz...
Y en segundo, la colisión
con el derecho de un tercero. Porque una mujer casada estará –no lo niego– en
su derecho de arreglarse como quiera. Pero el marido ¿no tendrá también derecho
a que su señora no lo ponga en evidencia y en ridículo con cierta clase de
toilettes e indumentarias...?
Y en esta colisión de
derechos, cuál debe prevalecer...
Hace varias semanas, fue
muy comentado, en todas partes, la hazaña de un marido de Alicante que hablando
de vuelta a casa, que su señora se había cortado el pelo a la garçonne; le
afeitó bárbaramente por si mismo, absolutamente toda la cabeza. Por lo visto, al irascible esposo la sorpresa
le produjo el mismo efecto que si le hubieran puesto un sombrero con dos astas,
y no gastó más tiempo que agarrar seguidamente la navaja.
Si el hecho ocurre en un
país americano, no le arriendo las ganancias al marido. Denunciado aquí al
Juzgado, ¿qué hubieran fallado los Tribunales españoles…? Hubiera sido curioso
conocer esa sentencia.
Mas la cuestión del pelo
largo y pelo corto no es precisamente de libertad o de derecho. Se debate más bien en el terreno de la
Higiene y, sobre todo, en el terreno de la Estética.
En igualdad de
condiciones profilácticas, quiero decir, de cuidados de toilette, ¿es más
higiénica la melena vergonzante, el pelo cortado a la garçonne y el pescuezo
rasurado, que la larga y abundante cabellera...? Eso está por demostrarse
todavía.
Por de pronto, no faltan
ilustres médicos que han denunciado los peligros de las nucas afeitadas, los
cuales, como es lógico no existen para las que llevan el pelo largo.
Más no quiero insistir
sobre este punto, porque soy un profano en la materia.
De todas suertes –dirán
las cortas– lo que no puede negarse es que el cabello recortado es más cómodo
que el largo...
¡Ah! ¿sí...? Ya lo creo.
También a mi me sería más cómodo, en estas noches que tanto calor hacer, salir
al Espolón con taparrabos, y no embutido en el uniforme de artillero...
¡Vaya una gracia!
¿Desde cuando acá la
comodidad individual tiene la pretensión de ser norma suprema de conducta?
Más vengamos al aspecto
más importante el de la Estética.
¿Cuál de las dos formas
favorece más a la mujer: el pelo corto, o el largo, la melena o la cabellera?
En general, la cabellera.
Indiscutiblemente.
Un cabello largo y
abundante, bien peinado y arreglado, favorece, o al menos, no cae mal
absolutamente a ninguna. En cambio, el
pelo corto y la nuca rasurada, de cada mil mujeres, solo favorece a cinco. Las
otras novecientas noventa y cinco están horribles; como el hombre a quien
pelaran las cejas y le dejaran medio bigote y media barba.
Hay para reír un rato
largo con la visión pintoresca de tantos esperpentos capitales como desfilan
actualmente por las calles...
Muchas voces, al ver
elegantes bustos desfigurados brutalmente por la navaja y las tijeras, pienso,
con cierta amargura, si las mujeres del día no habían perdido totalmente la
cabeza...
Queridas mías: andáis muy
equivocadas.
El hombre, en general, ha
preferido, prefiere y preferirá siempre el pelo largo.
Porque es más bello.
Porque es más femenino.
Una larga y abundante
cabellera ha sido, es y será siempre el adorno más hermoso de la mujer.
La mujer ideal, la mujer
tipo de belleza –la Venus de Milo, la Concepción de Murillo, la Gioconda de
Vinci, la Magdalena de Guido Reni... ha sido vista por los artistas de todas
épocas, con el triunfo rutilante de espléndida cabellera.
Cuando la diosa de la
hermosura se presenta disfrazada a Eneas en el libro I de la Eneida Virgille,
no la describe con el pelo recortado a la garçonne, sino lanzando a los vientos
su brillante cabellera.
Namque humeris de
(...) habilere suspenderat arcun
“Venastrix, dederatque coman diffrudere ventis.-
(Versus
322-23)
Carmen, Lola, María
Teresa, que todavía os atrevéis a lucir públicamente vuestras trenzas, vuestros
tirabuzones, vuestras roscas no claudiquéis en modo alguno con la moda.
Sois las representantes
del clasicismo estético femenino.
Nº 20
EL HUMOR DE DON PÍO
Nº 12063. Domingo, 25 de julio de 1926
Hará unos quince meses,
por lo menos, que en “Heraldo de Aragón”
leí un artículo de Darío Pérez, titulado “La
piqueta de Baroja”, y unos cuatro, por lo mucho, que en la “La Voz” de Madrid, leí otro de Roberto
Castrovido, con el título de “Las cosas
de don Pío”. Ambos se referían al mismo asunto: la labor demoledora que, en
broma o en serio, está llevando a cabo en la novela, sobre todo, el ilustre
escritor vasco, don Pío Baroja.
Por cierto que ninguno de
los dos articulistas puede ser sospechoso de parcialidad contra don Pío; pues
los dos, como Baroja, son republicanos anticlericales, y su ideología tiene
otros muchos puntos de afinidad y de contacto.
Excitada mi curiosidad
por los artículos de referencia, quise corroborar por mí mismo sus asertos, y a
fe mía que la prueba me ha salido satisfactoria.
Ahora, la impresión
personal que he sacado es la de que a Baroja no se le debe considerar
precisamente como a un autor disolvente. Para un lector culto, consciente, don
Pío no demuele absolutamente nada. Regocija: eso es todo. Demasiado se
trasluce, a través de sus críticas acerbas, de sus terribles insultos, de sus
salidas de todo, el gesto irónico del humorista.
A mi la agresividad de
don Pío me resulta algo así como las rabietas de los chicos y de las mujeres.
En vez de molestarme, me divierten.
Yo opino que Baroja es un
buen hombre, que tiene un humor de los demonios y nada más. Lo que pasa es que
su humor lo canaliza de ordinario por la agresión satírica, y ésta molesta
naturalmente a los que se empeñan en tomarlo en serio.
Porque don Pío tiene la
manía pintoresca de meterse desaforadamente con todo bicho viviente. Artistas,
sabios, políticos, industriales, costumbres, instituciones, la aristocracia, la
democracia, la religión, la ciencia, todo es objeto de burla para el humorista
vasco.
Don Pío no perdona a
nada, ni a nadie. Es implacable. Ni en el cielo, ni en la tierra, ni en los
infiernos deja títere con cabeza. Bagaria, el genial caricaturista, le dijo un
día a Baroja: “El porvenir de usted es el
aeroplano. Tendría usted que andar por el aire, preguntándose para bajar a
tierra. ¿Donde habrá un sitio por ahí del que yo no haya hablado mal?”
Por meterse, se ha metido
hasta con el santo Cristo de Limpias del que escribe, con volteriana
socarronería, que no sólo mueve los ojos, sino hasta bailará el tango argentino
si les conviene a los curas.
Cabalmente, este punto
del anticlericalismo, es una de las cosas que parece tomar en serio el
novelista vascongado, pues no pierde coyuntura para alardear de heterodoxia.
Don Pío halla motivos de
burla hasta en la muerte. A este propósito, nos cuenta, entre otras anécdotas,
que, cuando mataron en Madrid a Canalejas, un vendedor de periódicos le decía a
otro: “¿Eh, tú, ninchi, han sacado el
fiambre?”, y la gente reía.
Don Pío las suele tomar
principalmente con las celebridades de todas épocas. A los hombres más ilustres
los maltrata despiadadamente. Pereda le parece un señor ramplón y vulgar.
Balzac es un almanaquegothista. Diógenes el Cínico, un chusco que trabaja para
la galería. Juan Pablo Richter, una especie de paquidermo cabriolero y
científico. Núñez de Arce le parece hueco y enfático. Maetherlinck, un
chapucero espiritista. Rabelais es un hombre de mal gusto, cínico y amigo de
porquerías. Wells es un gran talento, pero sin gracia, desagradable y con unas
intenciones de enano. El arte de Thackeray le parece como esas estampas
inglesas saturadas de realidad, de mediocridad y antipatía. Hauptman y Inderman
le hacen un efecto repugnante. Blasco Ibáñez, no le interesa absolutamente
nada. Pedro Corominas es un pedante pesado cuyos pensamientos están como
nadando en grasa, Xenius, un snob sin gracia ni ligereza. El Zaratustra de Nietzsche
le parece de quincallería. El teatro de Echegaray le disgusta. La obra de
Benavente la refuta sepulcral. Heine es un petulante, Marcel Prévost, un pobre
hombre vulgar. Taine y Menéndez Pelayo son mezquinos y miopes. Cánovas es un
vacuo e infatuado. Prim se parece a un bandolero. Letamendi, como Unamuno, es
un juglar de la frase, un hombre de genio verbalista. Gabriel Alomar no escribe
más que brillantes flatulencias. Campoamor era un buen hombre que componía
versitos de pastelería...
Y así va maltratando a todo
el mundo.
Bueno: pues, cuando se
mete a censurarse a los pueblos, tampoco se anda con chiquitas. De sus mismos
paisanos, los vascos, nos dice que son cerriles, incultos, hipócritas, como
pueblos dominados por beatas y por clérigos. En Guipúzcoa –añade– hay más
bajeza que en los demás pueblos de España.
Pues ¿y cuando se mete
con las clases? Contra la burguesía arremete de una manera despiadada.
Políticos, abogados, periodistas, comerciantes, burócratas... ¡cómo los pone!
En mi vida he
leído una sátira más sangrienta que la balada de los buenos burgueses de La caverna del humorismo. En el mismo
libro dice que, en una sociedad bien organizada, don Jaime de Borbón, el duque
de Alba y el conde de Romanones se cepillarían sus botas con su cepillito y su
salivita, y añade: “Respecto a esos
chulitos de la aristocracia española, y de esas estúpidas vacas grasientas que
los acompañan en su automóvil, y que no sirve más que para hacer estiércol, si
fuera un tirano, a los unos, les mandaría a picar piedra en la carretera, y a
las otras, al lavadero.”
(Me figuro que Baroja no
tendrá muchos lectores entre duquesitos y marquesas).
Nos haríamos
interminables, si fuéramos a sacar a colación todas las infinitas humoradas que
ha estampado Baroja en sus obras.
Para concluir, solo me
resta hacer constar que, en medio de todo, a mi el humor de don Pío,
francamente, se me hace simpático.
Y no precisamente, bajo
el aspecto extrínseco de la maledicencia, de echar pestes de todo el mundo –lo
que siempre acarrea sus disgustos-, sino bajo el intrínseco de estado de
conciencia, como postura espiritual, escéptica y burlona, enfrente de la gran
farsa mundana.
A
la vida y a los hombres hay que tomarlos a guasa. ¿Cómo tomar en serio la
imbecilidad humana? Sería para morirse. Demócrito fue el más sagaz de los
filósofos. Lo más práctico es la carcajada. Con esto y con lo estrictamente
indispensable de tolerancia externa, para guardar correctamente las
apariencias, se marcha divinamente.
Lo mejor es conducirse,
como lo haríamos, llegado el caso, ante una procesión religiosa de fetiches:
descubrirse solemnemente, si era preciso
y reírse y despreciar interiormente a los sagrados monigotes...
Los fetiches humanos, los
diosecillos de carne y hueso son más ridículos y despreciables, que los idolejos
de barro o de madera...
Nº 21
LA OLA ROJA
Nº 12075. Domingo, 8 de agosto de 1926
SARA INSUA
De nuevo se exacerba el
crimen pasional. ¿Pasional? Está mal dicho, es el crimen estúpido, salvaje,
brutal e inconsciente. Quizá ofendo, a los brutos y a los salvajes al
objetivar, estos actos violentos, que sólo ejecuta el único animal que dotó de
razón el Ser Supremo. Porque ni los brutos ni los salvajes, matan movidos por
un sentimiento de despecho o de desdén hacia ellos. No comprenden estas
sutilezas del amor propio o celo mal entendidos. Son más nobles, porque sólo
matan cuando se defienden o cuando el hambre los impulsa contra la víctima que
debe satisfacerla.
Solo al hombre está
reservada esa prerrogativa cruel de matar por jactancia o por celo. ¿Y con qué derecho lo hace? ¿No es libre la
mujer de rechazar todo obsequio varonil que no entre en su corazón? ¿Qué más
vale el hombre que la mujer? ¿No son antagónicos cuando no quieren unirse,
cuando la onda simpática no va del uno a la otra? Cierto que son de la misma
especie. Que solo se diferencian en la
condición sexual. Pero en los demás son
iguales, con una ventaja a favor de la mujer.
Que ésta es más sensible, más fina, más generosa, más tierna y más
abnegada. Es también más tímida, más
débil, más delicada que el hombre. Luchando con él, siempre es vencida. Lo
contrario constituye una excepción rarísima, que apenas se da en la vida.
Y, seguramente,
comprendiéndolo así el hombre se ha abrogado el privilegio de matar. ¡Valiente
hazaña!... De matar al ser inerme, que no tiene energías para defenderse, que
se aterra y pierde el instinto de conservación tan pronto como la rabia o el celo
loco enfurecen al asesino. Es más fácil matar a una mujer que a un hombre.
Entre sí se respetan los hombres y sólo van al choque cuando se han persuadido,
cada uno, de que pueden vencer. Pero a la mujer, la hieren con toda
premeditación, con la más (...) alevosía, seguros de su triunfo sangriento.
¿Qué es para ellos una mujer? Una muñeca que puede romperse. Algo que
consideran como de su pertenencia, de que pueden usar y abusar. El viejo
concepto masculino que se manifiesta en un valor mínimo de la mujer, en la
inapreciación de sus méritos, de sus virtudes y de su utilidad social. El
concepto que destierra en Oriente a la mujer al serrallo. En Grecia al “ginecco”. En Roma al hogar inviolable,
en el que sólo ordena y hace justicia un déspota, que por ironía se hace llamar
“pater familias”. En la Edad Media al
convento o a la reclusión perpetua en el castillo feudal. Este concepto histórico,
del desprecio del hombre por la mujer no termina nunca, y parece revestir la
calidad eviterna de una sentencia infernal.
Contra tan bárbaro
concepto ha protestado siempre el buen sentido; el sentido de la igualdad y de
la justicia, y ha levantado voces y armado brazos femeninos que han castigado,
en determinados momentos, al hombre, al hombre que no se sacia nunca de
ofender, humillar y martirizar a la mujer. Dalila y Judit, aunque influenciadas
por elementos raciales y políticos son unas vengadoras de la mujer. Destruyen,
con su bella acción la fuerza no contenida y el orgullo aniquilador.
Contra ese mezquino y
falso concepto han iniciado, hace medio siglo, en todo el mundo civilizado, el
movimiento feminista que pretende, con razón sobrada, que la mujer sea libre
como el hombre, señora de sus acciones y responsable de sus actos, sin
intervención de éste en cuanto parezca arbitraria, injusta y degradante. Ese
movimiento marcha y bien se advierte que cada día con mayor velocidad, porque
la mujer, en todos los sectores sociales demuestra poseer tanta capacidad
mental y tanta seguridad de su orientación honrada y digna como el hombre. Sin
embargo, el feminismo creciente y consolador no impide la acción violenta del
hombre contra la mujer, si en él hablan el celo y el deseo o surge el atavismo
pretérito. La ola roja no se detiene. No
ya salpica las clases bajas que por su educación y analfabetismo son materia
apropiada para cualquier exceso; las burguesas, las denominadas cultas, las que
no tienen excusa que las disculpe en sus procederes homicidas, van envueltas en
ella.
Y si no veamos. En
Almería un señorito, estudiante para mayor agravación del acto, dispara dos
tiros contra una señorita. Ambos pertenecen a la buena sociedad; a ese núcleo
en que se consolidan las más puras virtudes ciudadanas, es connatural la
moderación y del cual brotan los gobernantes de la patria. ¿Motivo del hecho?
Que la señorita no ha querido sostener relaciones con el homicida y baila con
otros señoritos. En Grado (Asturias), un
joven, maestro de Academia de un Liceo, que venía requiriendo de amores a una
señorita, intenta sacarla de un baile, y porque ella se resiste a salir, él se
exaspera y le infiere una puñalada de la que resulta gravísimamente
herida. En Fornelos de Montes (Pontevedra);
porque Emérita Corral se niega a casarse con José Garrido, éste la espera en la
oscuridad de la noche y de regreso a su casa, acompañada de su madre, dispara
contra ella cinco tiros que la dejan moribunda.
Esto dicen todos los
periódicos. Yo no cambio ni añado una palabra.
Pero dicen bastante. Dicen que toda la campaña feminista resulta inútil
contra la barbarie del hombre, y que el amor toma formas diferentes en el
corazón de éste, según el temperamento de que se halle dotado. Otelo, quintaesencia de la raza africana,
mata, aunque por una causa en cierto modo justificada. Werther, si bien correspondido, por no
mancillar la pureza de la mujer adorada, se da la muerte. En Otelo percíbese la
influencia de la ola roja de su pasión irracional. En el amante de Carlota
palpita la abnegación sublime de un espíritu sutilizado, que sabe donde empieza
y acaba su derecho.
Pero en estos nuevos
matadores de mujeres, ¿qué se ve? Algo horrible, algo que espanta, algo que nos
hace temer que nunca, que jamás, que en todos los tiempos por venir, dejará de
ser la mujer una víctima de los salvajes deseos del hombre. Las campañas
feministas, en este sentido serán infructuosas; las durezas de la ley cayendo
sobre los homicidas, inútiles. El hombre matará siempre que se sienta
desdeñado. Y no pensará en ningún instante que la mujer es dueña de su corazón
y que nadie, sin su consentimiento, puede entrar en el santuario de su alma.
Que si el hombre es hombre y tiene derechos, la mujer es mujer y también los
tiene absolutos, sagrados. Que el amor no se alcanza con la fuerza sino con la
devoción, con la asiduidad, con el desinterés, con la bondad, con la obligación
(...) al ser amado. El amor violento es histórico y es arcaico y ninguna mujer
lo acepta sin revelarse contra él.
Deberíamos las mujeres reunirnos en una asamblea magna, cuyo fin no
fuese otro que pedir mayor castigo que el que la ley señala para estos
matadores cobardes. Pero tal procedimiento no lo considero viable, dudo de que
alcanzase su efectividad final. Mientras haya hombres que se dejen arrastrar
por el instinto de la bestia, la mujer no tendrá garantías de vida. Será
siempre la obsesión trágica de aquél.
Nada nos salvará si
nosotras mismas no reaccionamos contra la coquetería y la frivolidad y
alentamos con sonrisas equívocas las audacias de los Tenorios profesionales. Si
supiésemos ser austeras y no mirásemos en el hombre sino al esposo y amigo
futuro, tal vez esta roja ola no llegase a envolvernos más.
¡Mediten un poco las
mujeres. Dense cuenta de lo que son y de lo que deben ser. Y pregúntense si
ellas no contribuyen un poco a la realización de esos crímenes!
De todos modos, ¡qué
grado de incultura revela!
¡Pobres mujeres! Al
concluir el primer tercio del siglo XX estamos tan sin amparo como en los días
de Sesostris.
Nº 22
YO, SCHOPENHAUER Y LAS MUJERES
Nº 12075. Domingo, 8 de agosto de 1926
Voy a molestar un poco a
las mujeres.
Un amigo que presume de
conquistador me decía hace tres noches que, para llamar la atención de una
muchacha, para iniciar su conquista, no hay que usar el incensario, sino el
látigo. Si le decís a una chica que es bonita, que está jamón en dulce o con
patata frita..., sonreirá a lo sumo, y nada más. Está tan gastado el disco...
En cambio, si le decís que es más fea que una rata, que vais a llamar al punto
a un barrendero para que la recoja con la escoba, su amor propio la obligará a
daros la cara y... ya habéis conseguido lo que queríais.
Yo no sé hasta qué punto
dará buen resultado este sistema. Mas de tener razón mi amigo, estoy seguro de
haber hoy más conquistas que Julio Cesar o Alejandro el Grande...
Porque estoy dispuesto a
escribir pestes de todo el sexo femenino...
Sin saber por qué, tengo
hoy un genio que no hay quien me aguante.
Necesito descargar contra alguien. Y elijo a las mujeres.
Ahora, que no pienso
atacarlas por mi cuenta. Eso no. Me falta el valor indispensable. Lo confieso.
Me gustan tanto...
Así, que voy a hacerlo
por cuenta de un tercero.
Es un tercero de un tal
Schopenhauer, un alemán celebérrimo, que tal vez les suene a ustedes como autor
de la sobada frase: “Las mujeres son unos
bichos con los cabellos largos y las ideas cortas”; frase que yo rectifico
de la siguiente manera: “Las mujeres son
unos... seres (eso de bichos es muy duro) con los cabellos cortos y las ideas
largas.” ¡Oh, algunas las tienen kilométricas...!
Ya se deja entender por
tal noticia que el buen germano no debió ser precisamente un ferviente
apologista de la mujer, sino al contrario.
Para hacerles un retrato
de este tipo a grandes rasgos desde luego, he de decirles que Schopenhauer era
un filósofo personalísimo y que su filosofía, esencialmente pesimista, es más
enrevesada que su apellido. Creo que fue un soltero impenitente, y, según
cuentan, tenía muy malas pulgas. Mudaba de patronas como de camisa, y una vez
le rompió un brazo a su patrón y se fue encima sin pagarle el pupilaje, nada
más porque le oyó hablar algo fuerte en su antecámara.
Tenía cosas la mar de
raras. Por ejemplo: las monedas de oro las escondía en el tintero y en vez de rasurarse
como Dios manda, se quemaba la barba con una especie de infiernillo.
Pues bien, este demonio
de tío, escribió un libro muy célebre: “El
amor, las mujeres y la muerte”, en que no trataba solamente de estos temas,
sino también de política, de Religión, de Moral, de Arte, y de otra porción de
cosas. Y acaba con esta nota patriótica: “En
previsión de mi muerte, hago esta declaración: Desprecio a la nación alemana a
causa de su necedad infinita, y me avergüenzo de pertenecer a ella.”
En cambio, los españoles
le eran simpáticos.
Con semejante desparpajo,
puesto a denigrar a las mujeres, ya pueden figurarse como las pone. Este
filósofo extraño que preconiza la moral de la compasión, las maltrata sin
piedad alguna.
Vamos, sino, a concederle
la palabra:
“Las mujeres permanecen toda su vida niños grandes, una especie de
intermedio entre el niño y el hombre.
El disimulo es nato en la mujer, lo mismo en la más aguda que
en la más torpe. Es en ella tan natural su uso en todas las ocasiones, como en
un animal atacado el defenderse al punto con sus armas naturales. De este
defecto fundamental y de sus consecuencias nacen la falsía, la infidelidad, la
traición, la ingratitud, etc. Las mujeres perjuran ante los tribunales con
mucha más frecuencia que los hombres, y sería cuestión de saber si debe
admitírselas a prestar juramento.
Los hombres son naturalmente indiferentes entre sí; las
mujeres son enemigas por naturaleza. Esto debe depender de que el “odium
figulinum”, la rivalidad, que está restringida en los hombres a los de cada
oficio, abarca en las mujeres a toda la especie, porque todas ellas no tienen
más que un mismo oficio y un mismo negocio (atrapar a un hombre y vivir a sus
expensas). Basta que se encuentren en la
calle, para que crucen sus miradas de güelfos y gibelines.
En el fondo de su corazón, las mujeres se imaginan que los
hombres han venido al mundo para ganar dinero y las mujeres para gastarlo. Y lo
que contribuye a confirmarlas en semejante convicción, es que el marido les da
el dinero y las encarga de los gastos de la casa.
La moral secreta, inconfesa y hasta inconsciente, pero
innata, de las mujeres consiste en esto: “Tenemos fundado derecho a engañar a
quienes se imaginan que proveyendo económicamente a nuestra subsistencia,
pueden confiscar en provecho suyo los derechos de la especie.”
Las mujeres son el “sexus
sequior”, el sexo segundo, desde todos puntos de vista, hecho para estar a un
lado y en segundo término. Cierto que se deben tener consideraciones a su
debilidad; pero es ridículo rendirles pleitesía.
Preciso ha sido que el
entendimiento del hombre se obscureciese por el amor para llamar bello a ese
sexo de (...), estrechos hombros, anchas caderas y piernas cortas. Toda su
belleza reside en el instinto del amor que nos empuja a ellas. En vez de
llamarle bello, hubiera sido más justo llamarle inestético.
Las mujeres no tienen el
sentimiento ni la inteligencia de la música, así como tampoco de la poesía y de
las artes plásticas. En ellas todo es pura imitación, puro pretexto, pura
afectación explotada por su deseo de agradar... ¿Qué puede esperarse de las
mujeres, si se reflexiona que en el mundo entero no ha podido producir este
sexo un solo genio verdaderamente grande, ni una obra completa y original en
las bellas artes, ni un solo trabajo de valor duradero, sea en lo que fuere?
Excepciones aisladas y parciales, no cambian las cosas en nada: tomadas en
conjunto, las mujeres son y serán siempre las nulidades más cabales e
incurables.
La mujer en Occidente, lo
que se llama “la señora”, se
encuentra en una posición completamente falsa. Porque la mujer no está formada
en modo alguno para inspirar veneración, ni para llevar la cabeza más alta que
el hombre, ni para tener iguales derechos que éste. Lo que se llama propiamente la dama europea
es una especie de ser que no debiera existir. No debería haber en el mundo más
que mujeres de interior, aplicadas a los quehaceres domésticos, y jóvenes
solteras aspirantes a ser lo que aquéllas, que se formasen, no en la
arrogancia, sino en el trabajo y en la sumisión.
Es inútil disputar acerca
de la poligamia, puesto que de hecho existe en todas partes y sólo se trata de
organizarla. ¿Dónde se encuentran verdaderos monógamos? Todos, al menos durante
algún tiempo, y la mayoría casi siempre, vivimos en la poligamia. Si todo
hombre tiene necesidad de varias mujeres, justo es que sea libre y hasta que se
le obligue a cargar con varias mujeres. Estas quedarán de ese modo reducidas a
su verdadero papel, que es el de ser subordinado, y se verá desaparecer de este
mundo la “dama”, ese monstruo de la civilización europea y de la estolidez
germano-cristiana, con sus ridículas pretensiones al respeto y al honor.
¡Afuera las señoras...!
Así escribe Schopenhauer,
el que se quemaba la barba con un infiernillo.
Nº 23
LA MENDICIDAD INFANTIL
12081. Domingo, 15 de agosto de 1926
La mendicidad de los niños es
vergüenza y oprobio de España.
G. Martínez Sierra, Feminismo, p. 111.
Paseando ayer tarde por Vara
de Rey, un pobre niño harapiento, sucio, escuálido, enfermizo, como de unos
cinco años, me salió al paso en la acera, pidiéndome con insistencia una
limosna. La vista de aquel mísero alfeñique, la humildad de su tono suplicante,
eran como para excitar la compasión del corazón más duro. Y en efecto, me
compadecí del pobre niño; pero... no le di un céntimo. Así. Tuve el valor
suficiente para triunfar de la tentación de echarme mano al bolsillo y darle
una perra chica. Fue un rasgo de caridad y buen sentido. Me jacto de él.
-
¡Cómo...!
¿Un rasgo de caridad no desprenderse de cinco céntimos para socorrer a un niño
hambriento..?
Sí, terminantemente, sí.
Cuando en la calle se os
acerque un niño, pidiendo una limosna “por
amor de Dios” yo os pido que, por amor de Dios, no se la deis. ¡Aunque la
vista del infeliz os parta el alma, aunque tengáis que cerrar los ojos o volver
la cara para no caer en la tentación de alargarle una moneda! Por caridad, no
se la deis.
Eso sí: despedidlo
siempre con suavidad y ternura. No le socorráis; pero no le maltratéis. No
uséis de los modales de bandido con que, sin duda para hacer gracia –una gracia
de caníbal– a las señoritas que acompañaba vi tratar poco ha, en el Espolón, a
un infantil mendigo por uno de esos repulsivos niños pera, a quien, con mucho
gusto, hubiera hundido mi sable en su cabeza...
¿Creéis que el inocente
retoño de un gitano es menos respetable que el vástago de un rey...? Pues no lo
es.
Lo repito: no deis
limosna a los niños: no deis nunca limosna de dinero a niño alguno, porque los
niños que piden limosna son víctima generalmente de la más inicua de las
explotaciones, y dándoles unos céntimos, aumentáis el provecho de quienes los
explotan y os hacéis cómplices del repugnante crimen que con ellos se está
cometiendo...
Esas pobres criaturas,
arrojadas al arroyo entre harapos y miserias, a implorar la caridad del
transeunte, no os tienden sus inocentes manecitas para que remediéis sus
propias hambres o sus fríos. Lejos, a
cubierto de los ardores del estío y las heladas del invierno, escondido como un
chacal en su guarida, está el vampiro que se come esas limosnas, el alquilador
infame, el vagabundo criminal y presidiable que los esquilma y los degrada...
Porque la inmensa mayoría
de estos niños no son hijos obedientes y sumisos que salen a pediros
cordialmente el trozo de pan bendito que
ha de matar el hambre de sus padres impedidos y sus famélicos hermanitos...
¡Oh, si así fuese, sería un crimen el negárselo!
Pero no; la mayor parte
de las veces no es así. Son criaturas ajenas, alquiladas, robadas a sus
familias por hampones sin conciencia, húngaros, gitanos, haraganes errabundos
que no quieren trabajar y que prefieren explotar inicuamente la horrible
industria de la mendicidad infantil.
Cuando, a la noche, se
presenten esos pequeños Cristos hambrientos, fatigados, doloridos, a la vista
de sus verdugos, si han tenido la suerte de recoger durante el día las monedas
que les señalaran de antemano, recibirán por tal recompensa algún mendrugo de
pan encanecido y un pedazo de saco destrozado para dormir sobre el estiércol...
¡Quién sabe si aún en el
sueño encontrarán reposo! ¡Quién sabe si, a media noche el criminal que los
explota, cuando vuelva de la taberna babeando de borracho, no turbará su sueño
todavía, despertándolos brutalmente a pescozones y a blasfemias...!
¡Oh, lectores míos, estas
no son fantasías, sino tragedias palpitantes y vivientes!
Los martirios a que se
somete a esos infelices, rebasan la delincuencia y la brutalidad ordinarias. Yo
he visto, en noche helada de enero, a uno de esos pobrecitos acurrucados en el
quicio de una puerta, con el frío en sus huesos, el hambre en su estómago, la
fiebre en su frente, la desesperación en su alma, llorar amargamente, aterrado
por la idea de presentarse a su verdugo sin un céntimo..
¡Qué espectáculos más
desgarradores y terribles!
¡Desdichadas criaturas,
entregadas a los instintos criminales de vividores avarientos y desalmados:
sois los seres más desgraciados de la tierra!
¡Y yo os rehúso todavía,
os niego la perra chica que malgasto en cualquier cosa...!
Por caridad, lectores
míos, no deis un céntimo a los niños mendicantes.
¿Queréis socorrer
cristianamente a una de esas criaturas? Es muy fácil. Si tiene hambre y estáis
cerca de una panadería, hacedla entrar a ella, compradle un panecillo y que se
lo coma en vuestra presencia. Así habréis dado de comer al hambriento.
Si la veis rota y sucia,
cogedla con valor de vuestra mano, llevadla a vuestra casa, lavadla y dadle
abrigo. De esta suerte habréis vestido al desnudo.
Pero no le deis un
céntimo. Nunca jamás.
Con esa calderilla
repartida neciamente y otra poca añadida con cordura, podéis remediar, cada
semana o cada mes, una desgracia cierta, que nunca ha de faltar a vuestro lado.
Favoreced las
instituciones de Beneficencia, las Conferencias de San Vicente de Paúl, el Pan
de los pobres, la gota de Leche, la Cantina escolar y otras análogas.
Más no deis una perra
chica al pobre niño que mendiga por las calles.
La mendicidad infantil es,
de ordinario, un negocio de bandidos. ¡Arruinadlo con la caridad bien
entendida!
Es además un delito -
¡delito horrendo! – de lesa Humanidad.
El niño que hoy vaya por
las calles, demandando una limosna, sin acudir a una escuela, sin aprender un
oficio, sin recibir noción alguna de Moral, de Religión, de elemental Cultura,
abierta su alma solamente a la canallería del arroyo, si mañana, por su
desgracia llega a hombre, será, no lo dudéis, un ser inútil, peligroso, y de
seguro, fatalmente, criminal.
Ya lo dijo elocuentemente
Víctor Hugo: “El crimen del hombre
empieza en la vagancia del niño...”
Nº 24
FEMINISMO
12082. Martes, 17 de agosto de 1926
¿Quién no ha oído hablar
del ilustre comediógrafo Gregorio Martínez, pintor de “Mamá” y “Canción de cuna”,
de “El ama de la casa” y “Madrigal...” Nadie, o casi nadie. Porque
Martínez Sierra es, a la hora presente, uno de los valores más positivos del
teatro español contemporáneo.
Empero si conoce todo el
mundo al ilustre comediógrafo, no así al “feminista”
militante, al generoso defensor de los derechos de la mujer, al reforzado
paladín de ese gran movimiento espiritual que preconiza la (...) del bello
sexo.
Hace unos días, le
hablaba a mis lectores de aquel terrible adversario de las señoras: Arthur
Schopenhauer. Hoy me complazco en presentarles a uno de sus mejores abogados:
el señor Martínez Sierra.
Ya para sincerarme de la
humorada del otro día, me cumple hacer constar que entre el filósofo germano y
el escritor español, mis preferencias – ideológicas y estéticas– se las lleva
siempre el autor de “Navidad”.
Martínez Sierra no es un
feminista “diletanti”. No se cuida de defender a las mujeres por “sport”, por
pasatiempo, como podría dedicarse a cazar ciervos o a la cría de canarios.
Martínez Sierra es un feminista convencido. Es un apóstol que no pierde ocasión
de hacer prosélitos y que no desdeña ningún medio de propagar sus ideales.
La tribuna y la Prensa,
el teatro y el libro conocen el feminismo del autor de “La pasión...” Un feminismo simpático, sano, decente, equitativo,
castizo, sin radicalismos de la extrema izquierda, ni timideces de la derecha
extrema.
Martínez Sierra no va por
ahí predicando la nivelación absoluta de los sexos. Nada de eso. Quiere la
igualdad de derechos y deberes, hasta donde ésta es posible. Reclama el
desarrollo integral, pleno, de la personalidad de la mujer. Reivindica su
derecho a la instrucción, al trabajo, a la colaboración política y social.
Lo que pretende es acabar
con ese estado bochornoso de inferioridad y esclavitud en que la leyes, las
costumbres, la soberbia y la rutina mantienen a la mitad más numerosa y más
bella de la Humanidad respecto de la otra media...
Y todo ello sin menoscabo
de la “feminidad”, sin perjuicio de la misión esencial de la mujer: la misión
de esposa y madre.
Al contrario, en nombre y
como corolario de esta misión.
“El hombre –escribe en un hermoso capítulo, titulado “Maternidad”,
págs. 78 y 79– piensa que, para ser
madre, la mujer no necesita saber nada, ni tener personalidad civil ni política
de ninguna clase. La mujer “feminista” piensa, por el contrario, que para
cumplir sus deberes de madre como es debido, necesita cultura completa e
independencia...”
Y está cargada de razón.
Porque ¿qué es educar a un hijo? ¡Hacer de él un hombre! ¿Qué necesita la
mujer, que tiene en sus manos la formación de esa maravilla, el alma sana
dentro del cuerpo sano de una criatura? Necesita, en primer lugar, darse cuenta
de cuál es su misión. Necesita cultura,
es decir, desenvolvimiento físico, intelectual y moral; ha de tener salud y ha
de saber lo que se hace y cómo lo hace. Necesita, si ha de ser maestra de sus
hijos, autoridad, responsabilidad y libertad. Necesita, si ha de ser capaz de
formar un hombre, tener la plena conciencia y el pleno goce de sus derechos
humanos.
Lealmente, ¿creéis que la
mujer en general, y especialmente la española, dentro de la situación
humillante que le otorga la ley y la costumbre, está en condiciones de cumplir
su misión?”.
No; no lo creemos.
Y en tanto se prolongue
esa bochornosa situación, mientras la mujer siga sumida, por un lado, en la más
crasa ignorancia, y sólo sepa barrer, zurzir un pantalón y guisar un puchero de
patatas (la mujer de clase humilde), a bordar, escribir amor con hache y
“fusilar” en el piano los cuplés de “El
Cine” (la señorita de las clases media y alta); en tanto, por otro lado,
continúe esa monstruosidad jurídica que la considera igual al hombre ante el
Código Penal e inferior ante el civil, y aquél siga teniendo toda clase de
derechos, la patria potestad, la administración de bienes, la facultad de
legislar, de..y.. (....) la mujer no pueda, ni ser testigo en los testamentos,
a no ser en caso de epidemia, ni está capacitada ordinariamente para contratar,
ni pueda formar parte del Consejo de familia, al pertenecer a una Cámara de
Comercio, ni salir en defensa de su propia fortuna en concurso de acreedores,
ni reclamar el derecho de educar, corregir, disponer del porvenir de sus hijos
y del usufructo de sus bienes, y su honor se defienda por la ley con una flojedad
que es un escarnio y se prohíba la investigación de la paternidad, y siga
reglamentado el genocidio; mientras la mujer –decimos– continúe en este plano
de inferioridad jurídica y cultural, no hay que esperar que cumpla (porque no
puede cumplirla), su sagrada misión de esposa y madre de una manera
satisfactoria.
Por eso, elevar el nivel
intelectual de la mujer, como previa preparación para capacitarla y disponerla
al pleno goce de toda clase de derechos...... hé aquí la tarea y el programa
del feminismo militante.
Es la misma tesis del
señor Martínez Sierra. Su libro “Feminismo,
Feminidad, Españolismos” –al que pertenecen las frases antes transcritas–
no pide otra cosa: cultura y acción.
Es un libro que deben
conocer todas las mujeres. La biblioteca del Ateneo Riojano lo ha adquirido
recientemente. ¿Será inútil que lo recomiende a mis lectoras? Les aseguro que es más ameno que una novela.
Más ameno y ... de bastante más enjundia y más provecho. Porque todo él está
cuajado de enseñanzas saludables y ejemplos edificantes. Lo que hacen y
significan en todo el mundo las mujeres organizadas se relata extensamente en
un apéndice. En la cuestión del
sufragio, sobre todo, está documentadísimo. Hay que ver cómo las defiende en
éste punto. ¿Y los capítulos que dedica a la caridad, a la moda, a la
maternidad, a la guerra y a las costumbres domésticas de la mujer? Son
exquisitos.
Quisiera despertar la
afición de las mujeres a esta clase de lecturas. Deben caer en la cuenta de que sólo por la
ilustración, adquiriendo conciencia plena de sus derechos y deberes, han de
operar, en todo caso, su emancipación.
La
ignorancia es sinónimo de esclavitud.
Saber es libertad.
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