LA RIOJA, 1926



Artículos de Manuel García Sesma, publicados en el periódico LA RIOJA, 1926.

APRECIACIONES

1.- Una mujer sin importancia, I. (Año XXXVIII. Nº 11979. Domingo, 18 de abril de 1926).
2.- Una mujer sin importancia, II. (Nº 11980. Martes, 20 de abril de 1926).
3.- Una mujer sin importancia, III. (Nº 11984. Sábado, 24 de abril de 1926).
4.- Tierra y Libertad. (Nº 11990. Sábado, 1 de mayo de 1926).
5.- “Sullarita”, Revista de Marcelino Domingo. (Nº 11997. Domingo, 9 de mayo de 1926).
6.- Elogio de los felinos  (Nº 11999. Miércoles, 12 de mayo de 1926).
7.- El amor en la música. (Nº 12004. Martes, 18 de mayor de 1926).
8.- La leyenda negra, I. (Nº 12011. Miércoles, 26 de mayo de 1926).
9.- La leyenda negra, II. (Nº 12015. Domingo, 30 de mayor de 1926).
10.- La leyenda negra, III. (Nº 12020. Sábado, 5 de junio de 1926).
11.- Wagner y el amor. (Nº 12021. Domingo, 6 de junio de 1926).
12.- El infanticidio. (Nº 12026. Sábado, 12 de junio de 1926).
13.- El caso de Abd-el-Krim. (Nª 12038. Sábado, 26 de junio de 1926).
14.- Don Juan y Bernard Shaw, I. (Nº 12043. Viernes, 2 de julio de 1926).
15.- Don Juan y Bernard Shaw, II. (Nº 12045. Domingo, 4 de julio de 1926).
16.- Don Juan y Bernard Shaw, III. (Nº 12048. Jueves, 8 de julio de 1926).
17.- ¿Qué es la virtud?. (Nº 12056. Sábado, 17 de julio de 1926).
18.- Gallarza y el patriotismo chico. (Nº 12057. Domingo, 18 de julio de 1926).
19.- Cabellos largos y cabellos cortos. (Nº 12059. Miércoles, 21 de julio de 1926).
20.- El Humor de Don Pío. (Nº 12063. Domingo, 25 de julio de 1926).
21.- La ola roja. (Firmado con el nombre de Sara Insua). (Nº 12075. Domingo, 8 de agosto de 1926).
22.- Yo, Schopenhauer y las mujeres. (Nª 12075. Domingo, 8 de agosto de 1926).
23.- La mendicidad infantil. (Nº 12081. Domingo, 15 de agosto de 1926).
24.- Feminismo. (Nª 12082. Martes, 17 de agosto de 1926).
25.- La mujer moderna. (Nº 12088. Martes, 24 de agosto, de 1926).
26.- De Rodolfo Valentino a Juan Pablo Richter. (Nº 12094. Martes, 31 de agosto de 1926).
27.- El pudor y la coquetería. (Nº 12106. Martes, 14 de septiembre de 1926).



WAGNER Y EL AMOR

Nº. 12021. Domingo, 6 de junio de 1926.

Como promesa es deuda que obliga, vamos hoy a ocuparnos de Wagner presentándole como intérprete artístico admirable del sentimiento amoroso.
Además lo hicimos ya separadamente con Beethoven, y nos parece que Wagner no se merece menos.  No se crea por esto que tratamos de entablar la cuestión de la superioridad. En modo alguno. Nos declaramos incompetentes para ello: aparte de que –a nuestro corto entender– es una cuestión sencillamente insoluble.
Por una razón muy obvia: que Wagner y Beethoven son dos genios completamente distintos.  Distintos como hombres y como artistas.  Me parece que lo único en que convienen es en que los dos son alemanes y músicos eminentísimos.  Por lo demás Beethoven, hijo de familia humilde, de carácter rudo, pero apacible, solterón resignado y virtuoso, de vida quieta y tranquila, aunque algo amargada por su sordera y sus amores incomprendidos, es el reverso de Wagner, nacido en el seno de una familia acomodada, estudiante de Filosofía en Leipzig, literato y poeta, conspirador y revolucionario, fugitivo de Alemania y expulsado de Suiza, enamorado sucesivamente de la actriz Minna Planner en los comienzos de su carrera, a la que dejó en 1859 por Matilde Wesendok, como abandonó más tarde a ésta (1866) por la célebre Cosima, hija de Liszt y de su antigua amante la condesa de Agoult (Daniel Sterne), la cual (Cosima) para casarse con Wagner, hubo de separarse con Hans de Bulow.
Del mismo modo, el arte de Beethoven es completamente distinto del arte wagneriano. Beethoven es el genio de la música sinfónica. Wagner de la dramática. Y no es que Beethoven desconociera la segunda, como tampoco ignoró Wagner la primera.  Ejemplos: la ópera Fidelio y la overtura de Los maestros cantores. Queremos decir tan solo que la música propiamente beethoveniana es la sinfónica (sonatas, sinfonías, cuartetos, fantasías), y la wagneriana, la dramática (las óperas y el oratorio de Parsifal).
Con esto, ni que decir tiene que, así como Beethoven no podía menos de echar mano de las diversas formas sinfónicas para interpretar musicalmente el sentimiento amoroso, Wagner hubo de emplear al mismo objeto los moldes de la música dramática.
En tres obras ha abordado especialmente el tema interesante del amor: en Los Maestros cantores, en Tristán e Iseo, y en El anillo de los Nibelungos.
(Hacemos caso omiso de la ópera Se prohibe amar o La novicia de Palermo, estrenada sin éxito en 1836, por pertenecer a sus comienzos musicales, cuando Wagner estaba lejos todavía de llegar a la plenitud de su desarrollo artístico y a la creación de la música del porvenir).
De Los maestros cantores puede decirse, bajo nuestro peculiar punto de vista, que es una paráfrasis del sentimiento amoroso; pues, si bien es cierto que la intención wagneriana es muy distinta, tampoco puede negarse que el máximo interés dramático se reconcentra, en todos los actos, alrededor de la silueta de Eva, y lo constituye la descripción de los amores de Walther y la hermosa hija de Pogner, (la pintura de la pasión de Hans Sachs en la escena tercera del segundo acto también es un episodio digno de ser anotado), desde el diálogo amoroso en la iglesia de Santa Catalina en el primero, a los tres cuplés de la canción en do de Walther en el último.
Con todo, resulta mucho más interesante y psicológico el drama musical Tristán e Iseo que, aunque tomado de una leyenda céltica, es la cristalización en música de una tragedia familiar: es decir, el apasionamiento de Wagner por Matilde Wesendonck, y su ruptura con la actriz Minma Lanner.  En efecto, la inquietud y la angustia de Iseo, el amor de Tristan, el deseo y la esperanza de Brangana, la solicitud de Kurwenal, la desconfianza y el espionaje de Melot, las quejas del rey Marke, símbolo del honor no son sino la encarnación dramática de los diversos sentimientos que agitaban el alma del artista. La pasión, descrita felizmente en todo caso, alcanza sus más brillantes expresiones en el dúo de amor del segundo acto y sobre todo, en aquella escena final del último en que Iseo, muerto ya Tristán, replica a Marke, y desde la bemol que ha representado siempre al amor, sube hacia la luz, hasta sí mayor, presentando completo el tema del amor en la muerte, en expansión melódica admirable y en subida triunfal desbordante de pasión y de lirismo...
Sin embargo, “Tristan e Iseo” todavía está distante de la superior inspiración de “La Walkyria” y de “Siegfried“, las dos obras de Tetralogía en que Wagner ha tratado especialmente el tema del amor. Es sencillamente emocionante, con emoción intensa y ascendente, todo el primer acto de “La Walkyria”; desde el principio, cuando Sigmundo, en una noche de tormenta, se refugia en la cabaña de Hunding, cuya mujer le reconforta hasta el final, cuando Siglinda, loca de amor, cae en brazos de Sigmundo, luego que arrancó la espada que hundió en un fresno Wotta...
Don Joaquin Turina escribe (Enciclopedia abreviada de música, t. II, cap. IX): “La música de este acto es quizá de las páginas más sublimes de Wagner”.
A pesar de todo, como interpretación sentimental, en nada desmerece al lado de “La Walkyria” la música de Siegfried”, sobre todo al final del tercer acto, cuando el heróico hijo de Siglinda sube hasta la roca de fuego de Brunhilda, y la despierta con un beso.  El tema del amor aparece incontinenti en una espléndida melodía. Los dos jóvenes se miran, se interrogan. Brunhilda se resiste y no quiere perder su dignidad de diosa, pero por fin, se entrega al héroe, gritando con inmensa alegría: “¡Perezca él, Walhalla!”
Se arroja luego en brazos de Siegfried y ambos prorrumpen en esta exclamación apasionada: “¡Mientras luzca el amor dulce será la muerte!”

Final bello y romántico de la tercera obra de la Tetralogía...


DON JUAN Y BERNARD SHAW

Nº. 12043. Viernes, 2 de julio de 1926

Manuel García Sesma
I
Cuando en 1903 Bernard Shaw sacó a luz pública su Hombre y Superhombre, el revuelo que se armó seguidamente en los círculos intelectuales fue mayúsculo.
No pudo menos de ser así. Porque hay que convenir en que la célebre comedia del genial dramaturgo irlandés es una obra que desconcierta al más pintado.
Como que choca violentamente con todas las ideas admitidas sin discusión, durante siglos, precisamente respecto de un asunto de los que más han apasionado a la humanidad de todas épocas: el problema sexual.
Y con esto, dicho queda cuál sea el argumento de la comedia de Shaw: la cuestión eterna de la atracción de los sexos.
Específicamente, Hombre y Superhombre es una obra que versa sobre Don Juan. Pero no sencillamente una obra más. En modo alguno. El donjuanismo de Shaw nada tiene que ver con el donjuanismo tradicional. Lo arrumba, con tremenda brutalidad, “a la trastera de los anacronismos y las supersticiones”.
La comedia del pensador socialista encierra una filosofía sexual completamente nueva, esto no quiere decir precisamente original, toda vez que las ideas de Shaw proceden en gran parte de la filosofía de los autores de Así hablaba Zaratustra y El mundo como Voluntad y como Representación.
Hombre y superhombre representa la última evolución de la conciencia masculina enfrente del problema sexual.
¡Y qué cuestión tan gigantesca! Ni el don Juan de Tirso, ni el de Molière, ni el de Byron, ni el de Mozart, ni el de Zorrilla, reconocerían seguramente al don Juan de Bernard Shaw...
John Tanner no es el libertino tradicional, arrogante y escéptico, al margen del convencionalismo social y ético: es un libertario que ha leído a Schopenhauer y a Nietzsche, que ha estudiado a Westermarck y hasta ha escrito un Manual del revolucionario, emparentado, aunque lejanamente con el Catecismo de Bakunin.
El Don Juan del siglo XX no se dedica, como el de antaño, a burlar a las doncellas. El donjuanismo ya no se confunde con el casanovismo.
¡Quién lo diría! El Burlador de Sevilla ha venido a transformarse de calavera en filósofo, de espadachín, en reformador.
Don Juan ha reflexionado una vez sobre sus burlas e inopinadamente ha descubierto una moral en su propia, escandalosa inmoralidad.  El pobrecito se ha dado, por fin cuenta de su papel equívoco en la comedia amorosa: ha pasado del airoso de cazador al bochornoso de presa. Y en vez de recabar su libertad de acción para entregarse sin freno a sus instintos, ahora la propugna fieramente para contrarrestarlos y desvelarlos...
En las lucha de los sexos, Don Juan ya no es el vencedor, sino el vencido. No es el hombre el que conquista a la mujer, sino al contrario.
De este modo, el donjuanismo se ha invertido. Don Juan ha cambiado, por decirlo así, de sexo; y ahí están esas mujeres ibsenianas, afirmando paladinamente su propia individualidad, en vez de contentarse con el papel de comparsa en un espectáculo moral.
De la vieja personalidad del romántico Don Juan ya no queda más que su escepticismo –algo más agudizado– y su celo por la libertad. Sólo que ésta se ha tornado de arma ofensiva en defensiva: de espada en escudo.
En fin de cuentas, su postura respecto del matrimonio no ha cambiado: Don Juan continúa siendo enemigo declarado de las nupcias...
A pesar de todo, no cabe duda alguna que John Tanner es más racional que el buen Tenorio. (Y tomamos la palabra racional en el sentido del ser inteligente que se guía más bien por las inspiraciones de la razón que por los impulsos del instinto.)
Ahora, ¿el donjuanismo de Shaw es filosóficamente preferible al donjuanismo tradicional?

¿Cuál de los dos se acerca más a la verdad sexual?


Nº 17
¿QUÉ ES LA VIRTUD?

Nº 12056. Sábado, 17 de Julio de 1926.

Como de costumbre, la Academia de la Historia ha anunciado, hace unos días (“Gaceta” del día 30 de junio), la convocatoria para adjudicar el premio a la Virtud, correspondiente al presente año.
Dicho premio es una modesta fundación de don Fermín Caballero, consistente en la cantidad de mil pesetas que la entidad citada confiere todos los años a la persona de quien constaren debidamente más actos virtuosos realizados durante ellos.
Las propuestas, como es lógico, no pueden ser elevadas por los propios interesados, sino por otra persona. Aquellas las hará el peticionario por escrito y bajo firma, anotando las circunstancias que hacen acreedor al premio a su recomendado, con los comprobantes e indicaciones que conduzcan al mejor esclarecimiento de los hechos.
Bajo el punto de vista económico, el premio a la Virtud no tiene, como se ve, importancia alguna.
         Con todo, se la encuentro yo muy grande bajo el punto de vista educativo y ético.
¿Qué es la virtud?... He aquí una pregunta que ha traído de cabeza a los mejores pensadores de la Humanidad de todos tiempos.
Y después de tantos siglos como lleva el mundo de existencia, aún no se han puesto de acuerdo los hombres para dar una contestación definitiva.
La ciencia del bien y del mal es la más antigua, las más estudiada, la más discutida, y sin embargo, objetivamente, la más incierta. Abrid un tratado de Filosofía moral y tropezaréis al punto con la más variada heterogeneidad de pareceres.
La ley civil es la regla de lo injusto y de lo justo, de lo bueno y de lo malo –os dirá un discípulo de Hobbes.
No tal es la voluntad de Dios –replicará un puffendorfiano.
Tampoco es la opinión de la sociedad –dirá un sectario de Banet.
¡Mentira! –intervendrá un utilitarista a los Benthan. –El interés personal es la verdadera norma ética.
Ca: el interés social –rectificará un solidario a lo Payot.
Un discípulo de epicuro os dirá únicamente: el bien es el placer, y el mal, el dolor.
Un ácrata a lo Bakunin declarará: es moral lo que fomenta la revolución e inmoral, lo que la entorpece.
¿Qué habláis de reglas morales? –interrumpirá un adepto de Arturo Schopenhauer. -No hay regla alguna moral, porque no hay leyes ni deberes que se puedan imponer a una libre voluntad.
Y, en fin, un hedonista a lo Fourier, os aconsejará con desvergüenza: Dad rienda suelta y plena satisfacción a las pasiones. He aquí la verdadera norma ética.
¿Puede darse más variedad de opiniones y de escuelas?
Lo malo del caso no es precisamente que los filósofos no se entiendan entre sí; que no lleguen a un acuerdo en la concepción de la moral, y la virtud, ni aun que las nieguen rotunda y audazmente. Lo deplorable es que sus contiendas y sus libros trasciendan y extravíen a las indoctas muchedumbres que necesitan normas fijas, indiscutibles, terminantes, porque no tienen su inteligencia ni tiempo para pensar por cuenta propia.
Por eso toda dirección ética práctica, toda profesión explícita, racional, detallada de fe moral merece mis simpatías
¿Qué es la virtud?
Si la adjudicación del premio Caballero hubiera sido encargada a una Academia de filósofos aún estaría por conferirse el primero. Después de tantos siglos de contienda, toda la ciencia moral de tan famosos pensadores ha venido a resumirse en la histórica exclamación del viejo estoico romano: “¡ Oh virtud, no eres más que un bello nombre!”
Más don Fermín Caballero tuvo buen cuidado de aclarar lo que entendía por virtud.
Por fortuna, y pese a las cavilaciones de los filósofos, la conciencia de un hombre honrado basta para distinguir el bien del mal, para erigir la barrera que separa en cada caso el vicio de la virtud.
Dejemos la palabra al fundador: “El premio a la Virtud será adjudicado a la persona de quien consten más actos virtuosos, ya salvando náufragos, apagando incendios o exponiendo de otra manera su vida por la Humanidad, o ya mejor, al que, luchando con escaseces y adversidades, se distinga en el silencio del orden doméstico como ejemplar laudable por la abnegación y el amor a sus semejantes y por el esmero en el cumplimiento de los deberes con la familia y la sociedad, llamando apenas la atención de algunas almas sublimes como la suya”.
Es decir, que salvar a un naufrago, apagar un incendio, exponer la vida por los demás, cumplir los deberes familiares y sociales, el sacrificio, la abnegación, etc., son actos virtuosos.
         ¿No es esto?
Completamente de acuerdo.

Prefiero la simplicidad moral empírica de un hombre honrado a la ética especulativa de todos los filósofos del globo.



18

GALLARZA Y EL PATRIOTISMO CHICO.

Nº 12057. Domingo, 18 de julio de 1926

Sea cualquiera el concepto que se tenga del patriotismo por antonomasia, del patriotismo de la nación o patriotismo grande, lo que nadie niega, lo que ninguno discute, es el llamado patriotismo chico, el culto al pueblo natal, el cariño a la tierruca, a la pequeña patria que nos vio nacer. Este sentimiento es tan natural, tan espontáneo, como el amor a nuestros padres, a nuestros hermanos, a nuestros parientes, el apego a nuestra casa, a nuestros muebles, el cariño a nuestros animales domésticos...
Contra este hecho afectivo se estrellan todas las cavilaciones del humanitarismo.
Tratándose de su pueblo, no hay ningún antipatriota. El hombre que en un momento dado de su vida, hubo de abandonar su patria chica, tal vez hastiado, aburrido, quizá perseguido encarnizadamente por sus convecinos, vuelve, al cabo de los años a pasar en él el resto de sus días... ¿Por qué así...?
Yo no sé qué poderoso imán, qué fuerza de atracción tienen las cosas de la tierruca que no se libertan de ella ni los espíritus más rebeldes...
Victor Hugo ha escrito a este propósito “Los Miserables”.
Mientras uno vive en su país natal cree que le son indiferentes las calles; que las ventanas, las puertas y los tejados nada significan; que los árboles son como los demás; que las casas cuyo umbral no se traspasa, nos son inútiles; que el suelo que se pisa es solamente de piedra...Pero cuando se ha abandonado la patria, se conoce que aquellas calles nos son queridas; que nos hacen falta aquellas ventanas, aquellas puertas y aquellos techos; que aquellos árboles nos son necesarios; que, en aquellas casas cuyo umbral no se traspasaba, deseamos entrar todos los días, y que el desterrado dejó en aquel suelo la piedra que pisaba su sangre y su corazón...”
Corolario de esta postura sentimental afectiva es el celo por el engrandecimiento y el bienestar de nuestro pueblo, y el entusiasmo desbordante por nuestras glorias y por cuanto signifique motivo reconocido de satisfacción y de legítimo orgullo colectivo.
            La prosperidad, el talento, los triunfos de un convecino, los reputamos siempre como propios. Hablamos de nuestra industria, nuestro comercio, nuestros campos, nuestros artistas, nuestros sabios, como de algo personal, de algo muy propio... Es el lenguaje del comunismo espiritual de la fraternidad y del amor, el más bello de los comunismos.
Se repite con frecuencia que nemo propheta est in patria sua, queriendo dar a entender con esta frase que nuestro pueblo es siempre el más refractario o reconocer nuestros merecimientos.
Inexacto. Le pasa lo mismo que a las mujeres de los grandes hombres: que, acostumbrados a tratar al hombre, no aciertan a descubrir de ordinario, por sí mismas, el mérito del sabio o del artista. Esa es la verdadera explicación.
Más cuando un pueblo ha descubierto el mérito de alguno de sus hijos, ninguno otro le iguala en devoción y en entusiasmo. ¿Quién más que una madre va a querer a los pedazos vivientes de sus entrañas...?
Manila, Barcelona, los demás pueblos habrán hecho al capitán Gallarza recibimientos imponentes, fastuosos, entusiastas...
                Pero acogida tan cordial, tan efusiva, tan sincera – si bien no sea tan aparatosa– como Logroño, nadie.
Y con razón.
El capitán Gallarza es a la hora de ahora el orgullo más legítimo y la gloria más excelsa de la Rioja.

Es el símbolo más recio y más brillante de su brillante patria chica...


Nº 19
CABELLOS LARGOS Y CABELLOS CORTOS

Nº 12509. Miércoles, 21 de Julio de 1926

A mi estimado compañero Ángel Villar y... a todas las bellas logroñesas que aún no han capitulado con la moda corta.

-         Amigo Sesma: ¿Qué te parece la moda del cabello corto...?
-         Vaya preguntita, mi querido: ¿Tu sabes en el compromiso que me pones?  Esta vez me matan las mujeres.
Pero, en fin, como yo alardeo de independencia y sangre fría, una vez puesto en el disparadero, voy a decir, lisamente, lo que opino sobre el asunto.
Pues estimo, por de pronto, que la mujer es muy dueña de componerse el cabello como le dé la real gana. Corto o largo, con patillas o con tirabuzones, a la garçonne o a la Luis XIII, teñido de oro como de color de tomate, lo mismo si se afeita el cogote, totalmente, que si se deja una corona como un fraile capuchino, la mujer está en el uso de su perfectísimo derecho...
A mi me hace mucha gracia la postura de esos hombres que creen que las mujeres, para vestirse y componerse, han de tomar antes de ellos el oportuno consejo. Señor mío, ¿acaso nosotros les consultamos a ellas para partirnos la cara o depararnos la perilla? Seamos razonables.
La mujer puede vestirse y arreglarse como se le antoje. Claro está que semejante libertad, no puede ser ilimitada. La condicionan, en primer término los postulados de la Moral. Ahora que la Moral me resulta un artefacto tan elástico como las ligas de goma o la piel de una lombriz...
Y en segundo, la colisión con el derecho de un tercero. Porque una mujer casada estará –no lo niego– en su derecho de arreglarse como quiera. Pero el marido ¿no tendrá también derecho a que su señora no lo ponga en evidencia y en ridículo con cierta clase de toilettes e indumentarias...?
Y en esta colisión de derechos, cuál debe prevalecer...
Hace varias semanas, fue muy comentado, en todas partes, la hazaña de un marido de Alicante que hablando de vuelta a casa, que su señora se había cortado el pelo a la garçonne; le afeitó bárbaramente por si mismo, absolutamente toda la cabeza.  Por lo visto, al irascible esposo la sorpresa le produjo el mismo efecto que si le hubieran puesto un sombrero con dos astas, y no gastó más tiempo que agarrar seguidamente la navaja.
Si el hecho ocurre en un país americano, no le arriendo las ganancias al marido. Denunciado aquí al Juzgado, ¿qué hubieran fallado los Tribunales españoles…? Hubiera sido curioso conocer esa sentencia.
Mas la cuestión del pelo largo y pelo corto no es precisamente de libertad o de derecho.  Se debate más bien en el terreno de la Higiene y, sobre todo, en el terreno de la Estética.
En igualdad de condiciones profilácticas, quiero decir, de cuidados de toilette, ¿es más higiénica la melena vergonzante, el pelo cortado a la garçonne y el pescuezo rasurado, que la larga y abundante cabellera...? Eso está por demostrarse todavía.
Por de pronto, no faltan ilustres médicos que han denunciado los peligros de las nucas afeitadas, los cuales, como es lógico no existen para las que llevan el pelo largo.
Más no quiero insistir sobre este punto, porque soy un profano en la materia.
De todas suertes –dirán las cortas– lo que no puede negarse es que el cabello recortado es más cómodo que el largo...
¡Ah! ¿sí...? Ya lo creo. También a mi me sería más cómodo, en estas noches que tanto calor hacer, salir al Espolón con taparrabos, y no embutido en el uniforme de artillero...
¡Vaya una gracia!
¿Desde cuando acá la comodidad individual tiene la pretensión de ser norma suprema de conducta?
Más vengamos al aspecto más importante el de la Estética.
¿Cuál de las dos formas favorece más a la mujer: el pelo corto, o el largo, la melena o la cabellera?
En general, la cabellera. Indiscutiblemente.
Un cabello largo y abundante, bien peinado y arreglado, favorece, o al menos, no cae mal absolutamente a ninguna.  En cambio, el pelo corto y la nuca rasurada, de cada mil mujeres, solo favorece a cinco. Las otras novecientas noventa y cinco están horribles; como el hombre a quien pelaran las cejas y le dejaran medio bigote y media barba.
Hay para reír un rato largo con la visión pintoresca de tantos esperpentos capitales como desfilan actualmente por las calles...
Muchas voces, al ver elegantes bustos desfigurados brutalmente por la navaja y las tijeras, pienso, con cierta amargura, si las mujeres del día no habían perdido totalmente la cabeza...
Queridas mías: andáis muy equivocadas.
El hombre, en general, ha preferido, prefiere y preferirá siempre el pelo largo.

Porque es más bello.
Porque es más femenino.
Una larga y abundante cabellera ha sido, es y será siempre el adorno más hermoso de la mujer.
La mujer ideal, la mujer tipo de belleza –la Venus de Milo, la Concepción de Murillo, la Gioconda de Vinci, la Magdalena de Guido Reni... ha sido vista por los artistas de todas épocas, con el triunfo rutilante de espléndida cabellera.
Cuando la diosa de la hermosura se presenta disfrazada a Eneas en el libro I de la Eneida Virgille, no la describe con el pelo recortado a la garçonne, sino lanzando a los vientos su brillante cabellera.
Namque humeris de  (...) habilere suspenderat arcun
“Venastrix, dederatque coman diffrudere ventis.-
(Versus 322-23)
Carmen, Lola, María Teresa, que todavía os atrevéis a lucir públicamente vuestras trenzas, vuestros tirabuzones, vuestras roscas no claudiquéis en modo alguno con la moda.

Sois las representantes del clasicismo estético femenino.


Nº 20

EL HUMOR DE DON PÍO

Nº 12063. Domingo, 25 de julio de 1926

Hará unos quince meses, por lo menos, que en “Heraldo de Aragón” leí un artículo de Darío Pérez, titulado “La piqueta de Baroja”, y unos cuatro, por lo mucho, que en la “La Voz” de Madrid, leí otro de Roberto Castrovido, con el título de “Las cosas de don Pío”. Ambos se referían al mismo asunto: la labor demoledora que, en broma o en serio, está llevando a cabo en la novela, sobre todo, el ilustre escritor vasco, don Pío Baroja.
Por cierto que ninguno de los dos articulistas puede ser sospechoso de parcialidad contra don Pío; pues los dos, como Baroja, son republicanos anticlericales, y su ideología tiene otros muchos puntos de afinidad y de contacto.
Excitada mi curiosidad por los artículos de referencia, quise corroborar por mí mismo sus asertos, y a fe mía que la prueba me ha salido satisfactoria.
Ahora, la impresión personal que he sacado es la de que a Baroja no se le debe considerar precisamente como a un autor disolvente. Para un lector culto, consciente, don Pío no demuele absolutamente nada. Regocija: eso es todo. Demasiado se trasluce, a través de sus críticas acerbas, de sus terribles insultos, de sus salidas de todo, el gesto irónico del humorista.
A mi la agresividad de don Pío me resulta algo así como las rabietas de los chicos y de las mujeres. En vez de molestarme, me divierten.
Yo opino que Baroja es un buen hombre, que tiene un humor de los demonios y nada más. Lo que pasa es que su humor lo canaliza de ordinario por la agresión satírica, y ésta molesta naturalmente a los que se empeñan en tomarlo en serio.
Porque don Pío tiene la manía pintoresca de meterse desaforadamente con todo bicho viviente. Artistas, sabios, políticos, industriales, costumbres, instituciones, la aristocracia, la democracia, la religión, la ciencia, todo es objeto de burla para el humorista vasco.
Don Pío no perdona a nada, ni a nadie. Es implacable. Ni en el cielo, ni en la tierra, ni en los infiernos deja títere con cabeza. Bagaria, el genial caricaturista, le dijo un día a Baroja: “El porvenir de usted es el aeroplano. Tendría usted que andar por el aire, preguntándose para bajar a tierra. ¿Donde habrá un sitio por ahí del que yo no haya hablado mal?”
Por meterse, se ha metido hasta con el santo Cristo de Limpias del que escribe, con volteriana socarronería, que no sólo mueve los ojos, sino hasta bailará el tango argentino si les conviene a los curas.
Cabalmente, este punto del anticlericalismo, es una de las cosas que parece tomar en serio el novelista vascongado, pues no pierde coyuntura para alardear de heterodoxia.
Don Pío halla motivos de burla hasta en la muerte. A este propósito, nos cuenta, entre otras anécdotas, que, cuando mataron en Madrid a Canalejas, un vendedor de periódicos le decía a otro: “¿Eh, tú, ninchi, han sacado el fiambre?”, y la gente reía.
Don Pío las suele tomar principalmente con las celebridades de todas épocas. A los hombres más ilustres los maltrata despiadadamente. Pereda le parece un señor ramplón y vulgar. Balzac es un almanaquegothista. Diógenes el Cínico, un chusco que trabaja para la galería. Juan Pablo Richter, una especie de paquidermo cabriolero y científico. Núñez de Arce le parece hueco y enfático. Maetherlinck, un chapucero espiritista. Rabelais es un hombre de mal gusto, cínico y amigo de porquerías. Wells es un gran talento, pero sin gracia, desagradable y con unas intenciones de enano. El arte de Thackeray le parece como esas estampas inglesas saturadas de realidad, de mediocridad y antipatía. Hauptman y Inderman le hacen un efecto repugnante. Blasco Ibáñez, no le interesa absolutamente nada. Pedro Corominas es un pedante pesado cuyos pensamientos están como nadando en grasa, Xenius, un snob sin gracia ni ligereza. El Zaratustra de Nietzsche le parece de quincallería. El teatro de Echegaray le disgusta. La obra de Benavente la refuta sepulcral. Heine es un petulante, Marcel Prévost, un pobre hombre vulgar. Taine y Menéndez Pelayo son mezquinos y miopes. Cánovas es un vacuo e infatuado. Prim se parece a un bandolero. Letamendi, como Unamuno, es un juglar de la frase, un hombre de genio verbalista. Gabriel Alomar no escribe más que brillantes flatulencias. Campoamor era un buen hombre que componía versitos de pastelería...
Y así va maltratando a todo el mundo.
Bueno: pues, cuando se mete a censurarse a los pueblos, tampoco se anda con chiquitas. De sus mismos paisanos, los vascos, nos dice que son cerriles, incultos, hipócritas, como pueblos dominados por beatas y por clérigos. En Guipúzcoa –añade– hay más bajeza que en los demás pueblos de España.
Pues ¿y cuando se mete con las clases? Contra la burguesía arremete de una manera despiadada. Políticos, abogados, periodistas, comerciantes, burócratas... ¡cómo los pone!
En mi vida he leído una sátira más sangrienta que la balada de los buenos burgueses de La caverna del humorismo. En el mismo libro dice que, en una sociedad bien organizada, don Jaime de Borbón, el duque de Alba y el conde de Romanones se cepillarían sus botas con su cepillito y su salivita, y añade: “Respecto a esos chulitos de la aristocracia española, y de esas estúpidas vacas grasientas que los acompañan en su automóvil, y que no sirve más que para hacer estiércol, si fuera un tirano, a los unos, les mandaría a picar piedra en la carretera, y a las otras, al lavadero.”
(Me figuro que Baroja no tendrá muchos lectores entre duquesitos y marquesas).

Nos haríamos interminables, si fuéramos a sacar a colación todas las infinitas humoradas que ha estampado Baroja en sus obras.
Para concluir, solo me resta hacer constar que, en medio de todo, a mi el humor de don Pío, francamente, se me hace simpático.
Y no precisamente, bajo el aspecto extrínseco de la maledicencia, de echar pestes de todo el mundo –lo que siempre acarrea sus disgustos-, sino bajo el intrínseco de estado de conciencia, como postura espiritual, escéptica y burlona, enfrente de la gran farsa mundana.
         A la vida y a los hombres hay que tomarlos a guasa. ¿Cómo tomar en serio la imbecilidad humana? Sería para morirse. Demócrito fue el más sagaz de los filósofos. Lo más práctico es la carcajada. Con esto y con lo estrictamente indispensable de tolerancia externa, para guardar correctamente las apariencias, se marcha divinamente.
Lo mejor es conducirse, como lo haríamos, llegado el caso, ante una procesión religiosa de fetiches: descubrirse solemnemente, si  era preciso y reírse y despreciar interiormente a los sagrados monigotes...

Los fetiches humanos, los diosecillos de carne y hueso son más ridículos y despreciables, que los idolejos de barro o de madera...


Nº 21

LA OLA ROJA

Nº 12075. Domingo, 8 de agosto de 1926

SARA INSUA

De nuevo se exacerba el crimen pasional. ¿Pasional? Está mal dicho, es el crimen estúpido, salvaje, brutal e inconsciente. Quizá ofendo, a los brutos y a los salvajes al objetivar, estos actos violentos, que sólo ejecuta el único animal que dotó de razón el Ser Supremo. Porque ni los brutos ni los salvajes, matan movidos por un sentimiento de despecho o de desdén hacia ellos. No comprenden estas sutilezas del amor propio o celo mal entendidos. Son más nobles, porque sólo matan cuando se defienden o cuando el hambre los impulsa contra la víctima que debe satisfacerla.
Solo al hombre está reservada esa prerrogativa cruel de matar por jactancia o por celo.  ¿Y con qué derecho lo hace? ¿No es libre la mujer de rechazar todo obsequio varonil que no entre en su corazón? ¿Qué más vale el hombre que la mujer? ¿No son antagónicos cuando no quieren unirse, cuando la onda simpática no va del uno a la otra? Cierto que son de la misma especie.  Que solo se diferencian en la condición sexual.  Pero en los demás son iguales, con una ventaja a favor de la mujer.  Que ésta es más sensible, más fina, más generosa, más tierna y más abnegada.  Es también más tímida, más débil, más delicada que el hombre. Luchando con él, siempre es vencida. Lo contrario constituye una excepción rarísima, que apenas se da en la vida.
Y, seguramente, comprendiéndolo así el hombre se ha abrogado el privilegio de matar. ¡Valiente hazaña!... De matar al ser inerme, que no tiene energías para defenderse, que se aterra y pierde el instinto de conservación tan pronto como la rabia o el celo loco enfurecen al asesino. Es más fácil matar a una mujer que a un hombre. Entre sí se respetan los hombres y sólo van al choque cuando se han persuadido, cada uno, de que pueden vencer. Pero a la mujer, la hieren con toda premeditación, con la más (...) alevosía, seguros de su triunfo sangriento. ¿Qué es para ellos una mujer? Una muñeca que puede romperse. Algo que consideran como de su pertenencia, de que pueden usar y abusar. El viejo concepto masculino que se manifiesta en un valor mínimo de la mujer, en la inapreciación de sus méritos, de sus virtudes y de su utilidad social. El concepto que destierra en Oriente a la mujer al serrallo. En Grecia al “ginecco”. En Roma al hogar inviolable, en el que sólo ordena y hace justicia un déspota, que por ironía se hace llamar “pater familias”. En la Edad Media al convento o a la reclusión perpetua en el castillo feudal. Este concepto histórico, del desprecio del hombre por la mujer no termina nunca, y parece revestir la calidad eviterna de una sentencia infernal.
Contra tan bárbaro concepto ha protestado siempre el buen sentido; el sentido de la igualdad y de la justicia, y ha levantado voces y armado brazos femeninos que han castigado, en determinados momentos, al hombre, al hombre que no se sacia nunca de ofender, humillar y martirizar a la mujer. Dalila y Judit, aunque influenciadas por elementos raciales y políticos son unas vengadoras de la mujer. Destruyen, con su bella acción la fuerza no contenida y el orgullo aniquilador.
Contra ese mezquino y falso concepto han iniciado, hace medio siglo, en todo el mundo civilizado, el movimiento feminista que pretende, con razón sobrada, que la mujer sea libre como el hombre, señora de sus acciones y responsable de sus actos, sin intervención de éste en cuanto parezca arbitraria, injusta y degradante. Ese movimiento marcha y bien se advierte que cada día con mayor velocidad, porque la mujer, en todos los sectores sociales demuestra poseer tanta capacidad mental y tanta seguridad de su orientación honrada y digna como el hombre. Sin embargo, el feminismo creciente y consolador no impide la acción violenta del hombre contra la mujer, si en él hablan el celo y el deseo o surge el atavismo pretérito. La ola roja no se detiene.  No ya salpica las clases bajas que por su educación y analfabetismo son materia apropiada para cualquier exceso; las burguesas, las denominadas cultas, las que no tienen excusa que las disculpe en sus procederes homicidas, van envueltas en ella.
Y si no veamos. En Almería un señorito, estudiante para mayor agravación del acto, dispara dos tiros contra una señorita. Ambos pertenecen a la buena sociedad; a ese núcleo en que se consolidan las más puras virtudes ciudadanas, es connatural la moderación y del cual brotan los gobernantes de la patria. ¿Motivo del hecho? Que la señorita no ha querido sostener relaciones con el homicida y baila con otros señoritos.  En Grado (Asturias), un joven, maestro de Academia de un Liceo, que venía requiriendo de amores a una señorita, intenta sacarla de un baile, y porque ella se resiste a salir, él se exaspera y le infiere una puñalada de la que resulta gravísimamente herida.  En Fornelos de Montes (Pontevedra); porque Emérita Corral se niega a casarse con José Garrido, éste la espera en la oscuridad de la noche y de regreso a su casa, acompañada de su madre, dispara contra ella cinco tiros que la dejan moribunda.
Esto dicen todos los periódicos. Yo no cambio ni añado una palabra.  Pero dicen bastante. Dicen que toda la campaña feminista resulta inútil contra la barbarie del hombre, y que el amor toma formas diferentes en el corazón de éste, según el temperamento de que se halle dotado.  Otelo, quintaesencia de la raza africana, mata, aunque por una causa en cierto modo justificada.  Werther, si bien correspondido, por no mancillar la pureza de la mujer adorada, se da la muerte. En Otelo percíbese la influencia de la ola roja de su pasión irracional. En el amante de Carlota palpita la abnegación sublime de un espíritu sutilizado, que sabe donde empieza y acaba su derecho.
Pero en estos nuevos matadores de mujeres, ¿qué se ve? Algo horrible, algo que espanta, algo que nos hace temer que nunca, que jamás, que en todos los tiempos por venir, dejará de ser la mujer una víctima de los salvajes deseos del hombre. Las campañas feministas, en este sentido serán infructuosas; las durezas de la ley cayendo sobre los homicidas, inútiles. El hombre matará siempre que se sienta desdeñado. Y no pensará en ningún instante que la mujer es dueña de su corazón y que nadie, sin su consentimiento, puede entrar en el santuario de su alma. Que si el hombre es hombre y tiene derechos, la mujer es mujer y también los tiene absolutos, sagrados. Que el amor no se alcanza con la fuerza sino con la devoción, con la asiduidad, con el desinterés, con la bondad, con la obligación (...) al ser amado. El amor violento es histórico y es arcaico y ninguna mujer lo acepta sin revelarse contra él.  Deberíamos las mujeres reunirnos en una asamblea magna, cuyo fin no fuese otro que pedir mayor castigo que el que la ley señala para estos matadores cobardes. Pero tal procedimiento no lo considero viable, dudo de que alcanzase su efectividad final. Mientras haya hombres que se dejen arrastrar por el instinto de la bestia, la mujer no tendrá garantías de vida. Será siempre la obsesión trágica de aquél.
Nada nos salvará si nosotras mismas no reaccionamos contra la coquetería y la frivolidad y alentamos con sonrisas equívocas las audacias de los Tenorios profesionales. Si supiésemos ser austeras y no mirásemos en el hombre sino al esposo y amigo futuro, tal vez esta roja ola no llegase a envolvernos más.
¡Mediten un poco las mujeres. Dense cuenta de lo que son y de lo que deben ser. Y pregúntense si ellas no contribuyen un poco a la realización de esos crímenes!
De todos modos, ¡qué grado de incultura revela!
¡Pobres mujeres! Al concluir el primer tercio del siglo XX estamos tan sin amparo como en los días de Sesostris.


Nº 22

YO, SCHOPENHAUER Y LAS MUJERES

Nº 12075. Domingo, 8 de agosto de 1926

Voy a molestar un poco a las mujeres.
Un amigo que presume de conquistador me decía hace tres noches que, para llamar la atención de una muchacha, para iniciar su conquista, no hay que usar el incensario, sino el látigo. Si le decís a una chica que es bonita, que está jamón en dulce o con patata frita..., sonreirá a lo sumo, y nada más. Está tan gastado el disco... En cambio, si le decís que es más fea que una rata, que vais a llamar al punto a un barrendero para que la recoja con la escoba, su amor propio la obligará a daros la cara y... ya habéis conseguido lo que queríais.
Yo no sé hasta qué punto dará buen resultado este sistema. Mas de tener razón mi amigo, estoy seguro de haber hoy más conquistas que Julio Cesar o Alejandro el Grande...
Porque estoy dispuesto a escribir pestes de todo el sexo femenino...
Sin saber por qué, tengo hoy un genio que no hay quien me aguante.  Necesito descargar contra alguien. Y elijo a las mujeres.
Ahora, que no pienso atacarlas por mi cuenta. Eso no. Me falta el valor indispensable. Lo confieso. Me gustan tanto...
Así, que voy a hacerlo por cuenta de un tercero.
Es un tercero de un tal Schopenhauer, un alemán celebérrimo, que tal vez les suene a ustedes como autor de la sobada frase: “Las mujeres son unos bichos con los cabellos largos y las ideas cortas”; frase que yo rectifico de la siguiente manera: “Las mujeres son unos... seres (eso de bichos es muy duro) con los cabellos cortos y las ideas largas.” ¡Oh, algunas las tienen kilométricas...!
Ya se deja entender por tal noticia que el buen germano no debió ser precisamente un ferviente apologista de la mujer, sino al contrario.
Para hacerles un retrato de este tipo a grandes rasgos desde luego, he de decirles que Schopenhauer era un filósofo personalísimo y que su filosofía, esencialmente pesimista, es más enrevesada que su apellido. Creo que fue un soltero impenitente, y, según cuentan, tenía muy malas pulgas. Mudaba de patronas como de camisa, y una vez le rompió un brazo a su patrón y se fue encima sin pagarle el pupilaje, nada más porque le oyó hablar algo fuerte en su antecámara.
Tenía cosas la mar de raras. Por ejemplo: las monedas de oro las escondía en el tintero y en vez de rasurarse como Dios manda, se quemaba la barba con una especie de infiernillo.
Pues bien, este demonio de tío, escribió un libro muy célebre: “El amor, las mujeres y la muerte”, en que no trataba solamente de estos temas, sino también de política, de Religión, de Moral, de Arte, y de otra porción de cosas. Y acaba con esta nota patriótica: “En previsión de mi muerte, hago esta declaración: Desprecio a la nación alemana a causa de su necedad infinita, y me avergüenzo de pertenecer a ella.”

En cambio, los españoles le eran simpáticos.
Con semejante desparpajo, puesto a denigrar a las mujeres, ya pueden figurarse como las pone. Este filósofo extraño que preconiza la moral de la compasión, las maltrata sin piedad alguna.
Vamos, sino, a concederle la palabra:
Las mujeres permanecen toda su vida niños grandes, una especie de intermedio entre el niño y el hombre.
El disimulo es nato en la mujer, lo mismo en la más aguda que en la más torpe. Es en ella tan natural su uso en todas las ocasiones, como en un animal atacado el defenderse al punto con sus armas naturales. De este defecto fundamental y de sus consecuencias nacen la falsía, la infidelidad, la traición, la ingratitud, etc. Las mujeres perjuran ante los tribunales con mucha más frecuencia que los hombres, y sería cuestión de saber si debe admitírselas a prestar juramento.
Los hombres son naturalmente indiferentes entre sí; las mujeres son enemigas por naturaleza. Esto debe depender de que el “odium figulinum”, la rivalidad, que está restringida en los hombres a los de cada oficio, abarca en las mujeres a toda la especie, porque todas ellas no tienen más que un mismo oficio y un mismo negocio (atrapar a un hombre y vivir a sus expensas).  Basta que se encuentren en la calle, para que crucen sus miradas de güelfos y gibelines.
En el fondo de su corazón, las mujeres se imaginan que los hombres han venido al mundo para ganar dinero y las mujeres para gastarlo. Y lo que contribuye a confirmarlas en semejante convicción, es que el marido les da el dinero y las encarga de los gastos de la casa.

La moral secreta, inconfesa y hasta inconsciente, pero innata, de las mujeres consiste en esto: “Tenemos fundado derecho a engañar a quienes se imaginan que proveyendo económicamente a nuestra subsistencia, pueden confiscar en provecho suyo los derechos de la especie.”
Las mujeres son el “sexus sequior”, el sexo segundo, desde todos puntos de vista, hecho para estar a un lado y en segundo término. Cierto que se deben tener consideraciones a su debilidad; pero es ridículo rendirles pleitesía.
Preciso ha sido que el entendimiento del hombre se obscureciese por el amor para llamar bello a ese sexo de (...), estrechos hombros, anchas caderas y piernas cortas. Toda su belleza reside en el instinto del amor que nos empuja a ellas. En vez de llamarle bello, hubiera sido más justo llamarle inestético.
Las mujeres no tienen el sentimiento ni la inteligencia de la música, así como tampoco de la poesía y de las artes plásticas. En ellas todo es pura imitación, puro pretexto, pura afectación explotada por su deseo de agradar... ¿Qué puede esperarse de las mujeres, si se reflexiona que en el mundo entero no ha podido producir este sexo un solo genio verdaderamente grande, ni una obra completa y original en las bellas artes, ni un solo trabajo de valor duradero, sea en lo que fuere? Excepciones aisladas y parciales, no cambian las cosas en nada: tomadas en conjunto, las mujeres son y serán siempre las nulidades más cabales e incurables.
La mujer en Occidente, lo que se llama “la señora”, se encuentra en una posición completamente falsa. Porque la mujer no está formada en modo alguno para inspirar veneración, ni para llevar la cabeza más alta que el hombre, ni para tener iguales derechos que éste.  Lo que se llama propiamente la dama europea es una especie de ser que no debiera existir. No debería haber en el mundo más que mujeres de interior, aplicadas a los quehaceres domésticos, y jóvenes solteras aspirantes a ser lo que aquéllas, que se formasen, no en la arrogancia, sino en el trabajo y en la sumisión.
Es inútil disputar acerca de la poligamia, puesto que de hecho existe en todas partes y sólo se trata de organizarla. ¿Dónde se encuentran verdaderos monógamos? Todos, al menos durante algún tiempo, y la mayoría casi siempre, vivimos en la poligamia. Si todo hombre tiene necesidad de varias mujeres, justo es que sea libre y hasta que se le obligue a cargar con varias mujeres. Estas quedarán de ese modo reducidas a su verdadero papel, que es el de ser subordinado, y se verá desaparecer de este mundo la “dama”, ese monstruo de la civilización europea y de la estolidez germano-cristiana, con sus ridículas pretensiones al respeto y al honor.
¡Afuera las señoras...!
Así escribe Schopenhauer, el que se quemaba la barba con un infiernillo.


Nº 23

LA MENDICIDAD INFANTIL

12081. Domingo, 15 de agosto de 1926

La mendicidad de los niños es vergüenza y oprobio de España.
G. Martínez Sierra, Feminismo, p. 111.

Paseando ayer tarde por Vara de Rey, un pobre niño harapiento, sucio, escuálido, enfermizo, como de unos cinco años, me salió al paso en la acera, pidiéndome con insistencia una limosna. La vista de aquel mísero alfeñique, la humildad de su tono suplicante, eran como para excitar la compasión del corazón más duro. Y en efecto, me compadecí del pobre niño; pero... no le di un céntimo. Así. Tuve el valor suficiente para triunfar de la tentación de echarme mano al bolsillo y darle una perra chica. Fue un rasgo de caridad y buen sentido. Me jacto de él.
-         ¡Cómo...! ¿Un rasgo de caridad no desprenderse de cinco céntimos para socorrer a un niño hambriento..?
Sí, terminantemente, sí.
Cuando en la calle se os acerque un niño, pidiendo una limosna “por amor de Dios” yo os pido que, por amor de Dios, no se la deis. ¡Aunque la vista del infeliz os parta el alma, aunque tengáis que cerrar los ojos o volver la cara para no caer en la tentación de alargarle una moneda! Por caridad, no se la deis.
Eso sí: despedidlo siempre con suavidad y ternura. No le socorráis; pero no le maltratéis. No uséis de los modales de bandido con que, sin duda para hacer gracia –una gracia de caníbal– a las señoritas que acompañaba vi tratar poco ha, en el Espolón, a un infantil mendigo por uno de esos repulsivos niños pera, a quien, con mucho gusto, hubiera hundido mi sable en su cabeza...
¿Creéis que el inocente retoño de un gitano es menos respetable que el vástago de un rey...? Pues no lo es.
Lo repito: no deis limosna a los niños: no deis nunca limosna de dinero a niño alguno, porque los niños que piden limosna son víctima generalmente de la más inicua de las explotaciones, y dándoles unos céntimos, aumentáis el provecho de quienes los explotan y os hacéis cómplices del repugnante crimen que con ellos se está cometiendo...
Esas pobres criaturas, arrojadas al arroyo entre harapos y miserias, a implorar la caridad del transeunte, no os tienden sus inocentes manecitas para que remediéis sus propias hambres o sus fríos.  Lejos, a cubierto de los ardores del estío y las heladas del invierno, escondido como un chacal en su guarida, está el vampiro que se come esas limosnas, el alquilador infame, el vagabundo criminal y presidiable que los esquilma y los degrada...
Porque la inmensa mayoría de estos niños no son hijos obedientes y sumisos que salen a pediros cordialmente el trozo de pan  bendito que ha de matar el hambre de sus padres impedidos y sus famélicos hermanitos... ¡Oh, si así fuese, sería un crimen el negárselo!
Pero no; la mayor parte de las veces no es así. Son criaturas ajenas, alquiladas, robadas a sus familias por hampones sin conciencia, húngaros, gitanos, haraganes errabundos que no quieren trabajar y que prefieren explotar inicuamente la horrible industria de la mendicidad infantil.
Cuando, a la noche, se presenten esos pequeños Cristos hambrientos, fatigados, doloridos, a la vista de sus verdugos, si han tenido la suerte de recoger durante el día las monedas que les señalaran de antemano, recibirán por tal recompensa algún mendrugo de pan encanecido y un pedazo de saco destrozado para dormir sobre el estiércol...
¡Quién sabe si aún en el sueño encontrarán reposo! ¡Quién sabe si, a media noche el criminal que los explota, cuando vuelva de la taberna babeando de borracho, no turbará su sueño todavía, despertándolos brutalmente a pescozones y a blasfemias...!

¡Oh, lectores míos, estas no son fantasías, sino tragedias palpitantes y vivientes!
Los martirios a que se somete a esos infelices, rebasan la delincuencia y la brutalidad ordinarias. Yo he visto, en noche helada de enero, a uno de esos pobrecitos acurrucados en el quicio de una puerta, con el frío en sus huesos, el hambre en su estómago, la fiebre en su frente, la desesperación en su alma, llorar amargamente, aterrado por la idea de presentarse a su verdugo sin un céntimo..
¡Qué espectáculos más desgarradores y terribles!
¡Desdichadas criaturas, entregadas a los instintos criminales de vividores avarientos y desalmados: sois los seres más desgraciados de la tierra!
¡Y yo os rehúso todavía, os niego la perra chica que malgasto en cualquier cosa...!
Por caridad, lectores míos, no deis un céntimo a los niños mendicantes.
¿Queréis socorrer cristianamente a una de esas criaturas? Es muy fácil. Si tiene hambre y estáis cerca de una panadería, hacedla entrar a ella, compradle un panecillo y que se lo coma en vuestra presencia. Así habréis dado de comer al hambriento.
Si la veis rota y sucia, cogedla con valor de vuestra mano, llevadla a vuestra casa, lavadla y dadle abrigo. De esta suerte habréis vestido al desnudo.
Pero no le deis un céntimo. Nunca jamás.
Con esa calderilla repartida neciamente y otra poca añadida con cordura, podéis remediar, cada semana o cada mes, una desgracia cierta, que nunca ha de faltar a vuestro lado.
Favoreced las instituciones de Beneficencia, las Conferencias de San Vicente de Paúl, el Pan de los pobres, la gota de Leche, la Cantina escolar y otras análogas.
Más no deis una perra chica al pobre niño que mendiga por las calles.
La mendicidad infantil es, de ordinario, un negocio de bandidos. ¡Arruinadlo con la caridad bien entendida!
Es además un delito - ¡delito horrendo! – de lesa Humanidad.
El niño que hoy vaya por las calles, demandando una limosna, sin acudir a una escuela, sin aprender un oficio, sin recibir noción alguna de Moral, de Religión, de elemental Cultura, abierta su alma solamente a la canallería del arroyo, si mañana, por su desgracia llega a hombre, será, no lo dudéis, un ser inútil, peligroso, y de seguro, fatalmente, criminal.
Ya lo dijo elocuentemente Víctor Hugo: “El crimen del hombre empieza en la vagancia del niño...”

Nº 24 
FEMINISMO

12082. Martes, 17 de agosto de 1926

¿Quién no ha oído hablar del ilustre comediógrafo Gregorio Martínez, pintor de “Mamá” y “Canción de cuna”, de “El ama de la casa” y “Madrigal...” Nadie, o casi nadie. Porque Martínez Sierra es, a la hora presente, uno de los valores más positivos del teatro español contemporáneo.
Empero si conoce todo el mundo al ilustre comediógrafo, no así al “feminista” militante, al generoso defensor de los derechos de la mujer, al reforzado paladín de ese gran movimiento espiritual que preconiza la (...) del bello sexo.
Hace unos días, le hablaba a mis lectores de aquel terrible adversario de las señoras: Arthur Schopenhauer. Hoy me complazco en presentarles a uno de sus mejores abogados: el señor Martínez Sierra.
Ya para sincerarme de la humorada del otro día, me cumple hacer constar que entre el filósofo germano y el escritor español, mis preferencias – ideológicas y estéticas– se las lleva siempre el autor de “Navidad”.
Martínez Sierra no es un feminista “diletanti”. No se cuida de defender a las mujeres por “sport”, por pasatiempo, como podría dedicarse a cazar ciervos o a la cría de canarios. Martínez Sierra es un feminista convencido. Es un apóstol que no pierde ocasión de hacer prosélitos y que no desdeña ningún medio de propagar sus ideales.
La tribuna y la Prensa, el teatro y el libro conocen el feminismo del autor de “La pasión...” Un feminismo simpático, sano, decente, equitativo, castizo, sin radicalismos de la extrema izquierda, ni timideces de la derecha extrema.
Martínez Sierra no va por ahí predicando la nivelación absoluta de los sexos. Nada de eso. Quiere la igualdad de derechos y deberes, hasta donde ésta es posible. Reclama el desarrollo integral, pleno, de la personalidad de la mujer. Reivindica su derecho a la instrucción, al trabajo, a la colaboración política y social.

Lo que pretende es acabar con ese estado bochornoso de inferioridad y esclavitud en que la leyes, las costumbres, la soberbia y la rutina mantienen a la mitad más numerosa y más bella de la Humanidad respecto de la otra media...
Y todo ello sin menoscabo de la “feminidad”, sin perjuicio de la misión esencial de la mujer: la misión de esposa y madre.
Al contrario, en nombre y como corolario de esta misión.
El hombre –escribe en un hermoso capítulo, titulado “Maternidad”, págs. 78 y 79– piensa que, para ser madre, la mujer no necesita saber nada, ni tener personalidad civil ni política de ninguna clase. La mujer “feminista” piensa, por el contrario, que para cumplir sus deberes de madre como es debido, necesita cultura completa e independencia...”
Y está cargada de razón. Porque ¿qué es educar a un hijo? ¡Hacer de él un hombre! ¿Qué necesita la mujer, que tiene en sus manos la formación de esa maravilla, el alma sana dentro del cuerpo sano de una criatura? Necesita, en primer lugar, darse cuenta de cuál es su misión.  Necesita cultura, es decir, desenvolvimiento físico, intelectual y moral; ha de tener salud y ha de saber lo que se hace y cómo lo hace. Necesita, si ha de ser maestra de sus hijos, autoridad, responsabilidad y libertad. Necesita, si ha de ser capaz de formar un hombre, tener la plena conciencia y el pleno goce de sus derechos humanos.
Lealmente, ¿creéis que la mujer en general, y especialmente la española, dentro de la situación humillante que le otorga la ley y la costumbre, está en condiciones de cumplir su misión?”.
No; no lo creemos.
Y en tanto se prolongue esa bochornosa situación, mientras la mujer siga sumida, por un lado, en la más crasa ignorancia, y sólo sepa barrer, zurzir un pantalón y guisar un puchero de patatas (la mujer de clase humilde), a bordar, escribir amor con hache y “fusilar” en el piano los cuplés de “El Cine” (la señorita de las clases media y alta); en tanto, por otro lado, continúe esa monstruosidad jurídica que la considera igual al hombre ante el Código Penal e inferior ante el civil, y aquél siga teniendo toda clase de derechos, la patria potestad, la administración de bienes, la facultad de legislar, de..y.. (....) la mujer no pueda, ni ser testigo en los testamentos, a no ser en caso de epidemia, ni está capacitada ordinariamente para contratar, ni pueda formar parte del Consejo de familia, al pertenecer a una Cámara de Comercio, ni salir en defensa de su propia fortuna en concurso de acreedores, ni reclamar el derecho de educar, corregir, disponer del porvenir de sus hijos y del usufructo de sus bienes, y su honor se defienda por la ley con una flojedad que es un escarnio y se prohíba la investigación de la paternidad, y siga reglamentado el genocidio; mientras la mujer –decimos– continúe en este plano de inferioridad jurídica y cultural, no hay que esperar que cumpla (porque no puede cumplirla), su sagrada misión de esposa y madre de una manera satisfactoria.
Por eso, elevar el nivel intelectual de la mujer, como previa preparación para capacitarla y disponerla al pleno goce de toda clase de derechos...... hé aquí la tarea y el programa del feminismo militante.
Es la misma tesis del señor Martínez Sierra.  Su libroFeminismo, Feminidad, Españolismos” –al que pertenecen las frases antes transcritas– no pide otra cosa: cultura y acción.
Es un libro que deben conocer todas las mujeres. La biblioteca del Ateneo Riojano lo ha adquirido recientemente. ¿Será inútil que lo recomiende a mis lectoras?  Les aseguro que es más ameno que una novela. Más ameno y ... de bastante más enjundia y más provecho. Porque todo él está cuajado de enseñanzas saludables y ejemplos edificantes. Lo que hacen y significan en todo el mundo las mujeres organizadas se relata extensamente en un apéndice.  En la cuestión del sufragio, sobre todo, está documentadísimo. Hay que ver cómo las defiende en éste punto. ¿Y los capítulos que dedica a la caridad, a la moda, a la maternidad, a la guerra y a las costumbres domésticas de la mujer? Son exquisitos.
Quisiera despertar la afición de las mujeres a esta clase de lecturas.  Deben caer en la cuenta de que sólo por la ilustración, adquiriendo conciencia plena de sus derechos y deberes, han de operar, en todo caso, su emancipación.

         La ignorancia es sinónimo de esclavitud.  Saber es libertad.

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