Tres poetas de la arena:
Manuel García Sesma,
Celso
Amieva,
Por Jacques Issorel
Universidad de Perpignan
Los
miles de turistas que cada verano pisan las playas de Argelès, Saint-Cyprien y
del Barcarès, apreciando la caricia del sol y la finura de la arena, no
sospechan que, hace un poco más de sesenta años, en esas mismas playas,
vivieron, sufrieron, y en no pocos casos murieron, 450.000 refugiados
republicanos españoles. Esos hombres y mujeres habían huido de su patria ante
el avance de las tropas franquistas y, tras días, y a veces semanas, de
durísima caminata esperaban encontrar en el país vecino, Francia, un refugio y
un alivio, por lo menos provisional. Para la mayor parte de ellos al éxodo iba
a suceder otra tragedia : el destierro y el internamiento en campos de
concentración montados a toda prisa, en los cuales muchos refugiados vivirían
hasta tres años.
Entre aquellos refugiados estaban tres hombres, tres poetas : un
navarro, un asturiano y un andaluz. Los tres tuvieron la fuerza moral de
escribir poesía en tan dolorosas circunstancias, a no ser que fuera la poesía
la que les ayudó a sobrevivir. Son Manuel García Sesma, Celso Amieva (seudónimo
de José María Álvarez Posada) y Manuel Pérez Valiente.
Sus obras poéticas respectivas están en
estrecha relación con el momento histórico que vivían entonces España, Francia
y Europa entera. En varias composiciones de dos de los tres poetas se oye el
eco de lo que sucedía fuera de los campos en que estaban encerrados[2].
Por eso, nos parece útil parar mientes brevemente en el contexto, europeo
primero, local después, de aquellos años 1939-1945.
Europa,
España, Francia : 1936-1945
El 18 de julio de 1936 empieza la guerra civil española. Unos meses
antes, en Francia, sale de las elecciones legislativas un gobierno de Frente
popular, dirigido por el socialista Léon Blum. En Alemania Hitler desempeña las
funciones de canciller desde 1933. El 23 de marzo de ese mismo año el
parlamento alemán le otorga los plenos poderes por cuatro años y, al año
siguiente, un plebiscito lo proclama Reichfürher.
Es entonces patente que Europa se dirige hacia la guerra. La ocupación militar
de Renania en 1936, el Anschluss, o
sea, la anexión de Austria al Reich,
seguido de los acuerdos de Munich, desastrosos para las democracias
occidentales, señalan las etapas del inexorable caminar hacia una contienda,
europea primero, mundial después. Estalla el 1 de setiembre de 1939, cuando las
tropas alemanas invaden Polonia.
En España, a principios del año 1939, tras dos años y medio de guerra,
el campo republicano se encuentra en una situación desesperada. Los
nacionalistas, ya dueños de gran parte del territorio nacional, lanzan en marzo
del 38 una ofensiva hacia el Mediterráneo y llegan a Vinaroz el 15 de abril,
cortando en dos la zona controlada por los republicanos. El 14 de enero de 1939
cae Tarragona y, cuando el 26, las tropas nacionalistas entran en Barcelona, ya
ha empezado el éxodo de los republicanos hacia la frontera francesa.
Los primeros refugiados cruzan la frontera el 27 de enero. Al principio
el gobierno francés, dirigido por el radical socialista Édouard Daladier, solo
deja pasar a los heridos, las mujeres y los niños, pero, ante la marea humana
que se presenta en la frontera, y quecada día va aumentando, no tiene más
remedio que dejar que pasen también los hombres. Entre ellos hay muchos
soldados que son inmediatamente desarmados por la guardia móvil.
Los refugiados llegan hambrientos, agotados por el frío y por muchos
días de marcha por carreteras a veces bombardeadas por la aviación
nacionalista. Entre el 27 de enero y el 10 de febrero penetran en el
departamento del Pirineo Oriental 450.000 personas[3].
Entran por Puig Cerdà, Camprodón, Port Bou y sobre todo por La Junquera. En el
lado francés la falta de preparación es casi total. Las autoridades desbordadas
no encuentran al principio más solución que agrupar a los refugiados en las
inmediaciones de los pueblos en recintos rodeados de alambradas y vigilados día
y noche por la guardia móvil y soldados senegaleses.
Hombres, mujeres, niños, ancianos, heridos, mutilados, acorralados como
animales, sobreviven en condiciones sanitarias pésimas, expuestos al frío y a
la intemperie. A estos primeros campamentos de emergencia suceden poco después
los campos de concentración establecidos en las playas de Argelès, Saint
Cyprien y del Barcarès. La situación de los refugiados en dichos campos –
después púdicamentre rebautizados « camps d’hébergement » – es
desastrosa : antes de que se construyan barracas de madera, tienen que
dormir al aire libre y cavar agujeros en la arena para resguardarse del frío y
de la terrible tramontana. En Argelès 100.000 personas se apiñan en un
rectángulo de 550 metros por 260. La falta de higiene, la subalimentación, la
malnutrición provocan enfermedades como la tiña, la tuberculosis, el tifus. El
60 % de los refugiados sufre de disentería. De ahí la mortalidad elevada :
entre 5.000 y 14.600 muertos, según las fuentes.
Algunos refugiados consiguen la autorización de emigrar a México o a la
U.R.S.S., unos 50.000 se alistan en el ejército francés, otros pueden salir de
los campos gracias a un contrato de trabajo, algunos, muy comprometidos
politícamente, son entregados a Hitler después del armisticio (17 de junio de
1940) firmado por el mariscal Pétain y deportados a Alemania. Entre los que
permanecen en los campos muchos son enrolados en las C.T.E. (Compañías de
Trabajadores Extranjeros) donde tienen que trabajar, primero al servicio de la
Francia de Vichy y después, a partir del final de 1942 y hasta la derrota de
Hitler en 1945, al servicio de los alemanes.
Tras
ese rapidísimo recorrido histórico vamos a abordar ahora el objeto de esta
charla, o sea, la poesía que en tan penosas circunstancias escribieron Manuel
García Sesma, Celso Amieva y Manuel Valiente. Procederemos de la manera
siguiente : primero presentaré a cada uno de los tres poetas, a
continuación describiré sus respectivos poemarios y, por fin, trataré de
analizar el contenido de los mismos.
Tres hombres, tres poetas
Empecemos por Manuel García Sesma. En
1936 tenía treinta y cuatro años. Vivía en Madrid donde se ganaba la vida dando
clases de diversas asignaturas en colegios privados. Al mismo tiempo cursaba
Filología clásica en la Universidad central. Hizo la guerra en la artillería, tomando
parte en la defensa de Madrid y luchando en otros frentes, antes de cruzar la
frontera por Port Bou el 9 de febrero de 1939 y ser recluido primero en el
campo de concentración de Saint-Cyprien y después en el de Gurs (Pirineo
Atlántico). En enero de 1940 fue enrolado a la fuerza en una Compañía de
Trabajadores Extranjeros, de la que se evadió en junio. Pero fue detenido en
Burdeos y llevado al campo de Argelès. De allí salió a los cuatro meses,
enrolado otra vez en una Compañía de Trabajadores Extranjeros. Más adelante
tuvo que trabajar para los alemanes en la base submarina de Lorient (Bretaña),
hasta que consiguió evadirse en julio de 1943. Sobrevivió como pudo durante
casi dos años y tras numerosos avatares se afincó, al final de la guerra, en
Saumur donde obtuvo un puesto de profesor de español. Dos años después, en
1947, se trasladó a México. Allí estuvo hasta 1973, año en que volvió a Fitero,
donde murió en 1991.
José
María Álvarez Posada, o sea, Celso Amieva, era más joven que García Sesma.
Tenía veinticinco años cuando estalló la guerra civil. Había dejado su Asturias
natal, vivía en Madrid y formaba parte de las Juventudes Socialistas
Unificadas. Fue voluntario en el Primer Regimiento. Durante la guerra conoció a
Miguel Hernández[4].
Gravemente herido en la primavera de 1937, fue declarado inútil para el
servicio activo y ejerció de maestro en Lérida y Torreserona. Pasó la frontera
el 6 de febrero de 1939 y, el mismo día, ingresó en el campo de Argelès. En
este campo y en el del Barcarès estuvo hasta el 14 de noviembre de 1942[5],
momento en que se incorporó a un maquis
de la región vecina del Aude para luchar con otros resistentes españoles contra
el ocupante alemán hasta 1945[6].
Terminada la guerra, trabajó en varios lugares de Francia hasta que, en 1953,
se trasladó a México. Murió en 1988 en Moscú, donde trabajaba en la agencia
Novosti desde 1969.
También vivía en Madrid en 1936 Manuel Pérez
Valiente. Oriundo de Morón de la Frontera (provincia de Sevilla) era escultor y
pintor de formación. Al estallar la guerra tenía veintiocho años. Luchó en el
frente de Somosierra antes de ser gravemente herido en la columna vertebral.
Pasó la frontera el 10 de febrero de 1939 y fue ingresado en varios hospitales[7],
antes de ser enviado a los campos de concentración de Bram, de Argelès y de
Saint Cyprien[8],
de donde pudo salir el 11 de noviembre de 1942 gracias a la ayuda de Henri
Frère, pintor como él y profesor de español en Perpiñán, a quien había conocido
en Madrid antes de la guerra civil. Desde entonces vivió en Perpiñán y
alrededores, adquiriendo su labor artística cada vez más fama. Fue cofundador
de la Fundación Antonio Machado de Collioure en 1977, desempeñando con fervor e
inagotable energía las funciones de secretario general. Murió en 1991.
Tres
poemarios
De los veintitrés « Poemas de campos de concentración y de
trabajo » que compuso Manuel García Sesma en 1939 y 1940 solo se conservan
nueve[9].
Cuatro fueron escritos en Saint-Cyprien entre febrero y abril de 1939, dos en
Gurs entre noviembre de 1939 y enero de 1940 y tres en Argelès en setiembre y
octubre de 1940. Los demás textos, o sea, catorce, cuyo título figura en la
« Relación de los poemas de guerra », establecida por Jesús Bozal
Alfaro, han desaparecido[10].
En cinco de los nueve textos que se conservan el poeta habla en primera persona
del singular o del plural. Con el ‘nosotros’ expresa su solidaridad con los
compañeros que ayer compartieron su lucha y hoy su infortunio. El ‘yo’ traduce
la hondura del sufrimiento físico :
Desfallezco.
Me muero.
Ya no resisto más.
Se me apodera el hambre;
y es un hambre letal[11].
También sirve en la expresión del dolor moral. Así, cuando el poeta
encuentra en el campo de Gurs al que fue « oficial bravío » y
« luchador romántico » y no es ahora sino un mutilado « arrastrando
en silencio [sus] insignias de sangre » no tiene valor para acercarse a
él :
Te
miré. Me quedé petrificado.
Mis ojos contuvieron una lágrima.
Quise correr a estrecharte en mis brazos,
Con toda la ternura de mi alma.
En
los textos escritos en primera persona como en aquellos en que recurre a la
segunda[13]
o a la tercera[14],
el propósito de García Sesma es restituir la realidad vivida con la máxima
fidelidad. La polimetría y la irregularidad de las rimas acentúan el carácter
de urgencia de esa poesía testimonial, ora narrativa, ora descriptiva. De ahí
el tono prosaico de los poemas y la ausencia de figuras retóricas :
Hace
ya nueve días que no como caliente,
que duermo a la intemperie y bebo agua salada
y, por toda pitanza, me arrojan los franceses
un pequeño mendrugo de pan, cada jornada[15].
Tan solo en dos poemas florecen metáforas. Son aquellos cuyo tema es la
fiesta. Uno se titula « Pasodoble de Gurs » ; el otro,
« Fiesta en el Canigó », ofrece una visión lírica de la famosa
montaña catalana, cuya cumbre y faldas acaban de engalanar las primeras nieves
del otoño :
El
Canigó está en fiesta :
el Canigó está de gala.
Sus cumbres son una feria
de novias endomingadas :
faldas de tul y zafiros,
mantillas de encaje y plata :
estampas arrobadoras
de hermosas Inmaculadas.
La plana rosellonesa
las contempla, arrodillada,
y Jacinto Verdaguer
les recita una plegaria[16].
Los poemas que Manuel García Sesma escribió en los campos de
concentración nunca vieron la luz reunidos en un libro[17]
y ésta es la diferencia más visible entre su poesía de cautiverio y la de
Manuel Valiente y Celso Amieva, quienes publicaron sus obras, respectivamente
en 1949 (Perpiñán) y 1960 (México).
La almohada de arena de Celso Amieva consta de treinta poemas de extensión muy
variable : el más corto tiene cuatro versos[18],
el más largo… doscientos doce[19].
El orden en que están dispuestos traduce la esperanza del poeta de salir un día
del infierno de los campos y de volver a la tierra amada. El primero saca a
escena a un « loco » tejiendo « una corona de alambre de /
púas » a Antonio Machado, de cuya muerte en Collioure acaba de enterarse[20].
En cambio, en el último da rienda suelta a la fantasía para imaginar el retorno
a España :
En
España, a mi vuelta,
buscaré mi postura esfumada a la orilla del mar,
mi canción extinguida en el fondo del valle,
mi sonrisa en el sol que me venga a besar.
Cogeré
un azadón a la puerta de casa ;
cavaré un hoyo en tierra, grande tal como yo,
para hacer el entierro del dolor del destierro,
para desenterrar aquel antiguo amor.
Y
rellenaré el hoyo, apisonando tierra.
Y he de bailar encima,
y todo alrededor[21].
Abundan
en los poemas las referencias a España y a aquellos que mejor la simbolizan :
los escritores. Son tres : Cervantes, Antonio Machado, Federico García
Lorca. A Cervantes le dedica una «Epístola a Miguel de Cervantes, soldado
español cautivo en Argel, de Celso Amieva, soldado español cautivo en Argelès»,
en la que establece un doble paralelo: uno entre el cautiverio del autor del Quijote y el suyo, jugando sutilmente
con la casi homofonía Argel-Argelès, otro entre los dos traidores, Juan Blanco
y Juan Corrons[22]. A Antonio Machado le reserva un puesto de honor : el primer
poema del libro, titulado « Corona de espinas » del que hemos hablado
un poco más arriba. También rinde homenaje a Federico García Lorca componiendo
« Romance de la Guardia Móvil francesa », una parodia muy lograda de
uno de los más famosos poemas del
Romancero gitano, « Romance de la Guardia Civil española »[23].
Como García Sesma en « Pasodoble de Gurs », Celso Amieva, en trece de
los treinta poemas, se evade en el espacio y en el tiempo mediante la creación
poética. Su pensamiento va hacia seres y paisajes de Asturias, hacia el pasado
y hacia el futuro.
Esa
apertura se manifiesta también a través de la gran variedad métrica y estrófica
observable en La almohada de arena :
romances, endechas, tercerillas, tercetos encadenados, cuartetos alejandrinos,
quintetos, con una mayoría, sin embargo, de poemas libres[24].
En cambio, Arena y viento de
Manuel Valiente se compone únicamente de romances. Son quince poemas sin más
horizonte que el campo de concentración, el mar y el cielo. Si en los textos de
Celso Amieva abundan referencias a lugares lejanos, a personas vivas o muertas[25],
a acontecimientos históricos[26],
en Arena y viento toda la visión del
poeta se concentra en los diversos elementos que constituyen el universo del
refugiado : la arena que pisa, la barraca donde duerme, la alambrada y el
mar que lo aprisionan, el viento que lo azota. En ese entorno inhóspito se
sitúan los quince romances.
Los hombres que viven allí no tienen rostro, ni más existencia que su
angustia y sufrimiento. Son seres arrancados a su pasado, siluetas designadas
ora por su nombre y apellido[27],
ora por su nombre[28],
y a veces ni siquiera. Solo son « abuelito »[29],
« padre » « hijo pequeño »[30].
Los refugiados reclusos se han convertido en hombres « sin
contornos »[31]
que, bajo el efecto del dolor, ven su abanico de recuerdos replegarse hasta
reducirse a un recuerdo único, lancinante, obsesionante : un huerto, el
sol, el mapa de España. En « Romance noctámbulo » Pedro Jiménez
dice :
Yo
tenía un huerto mío
y ya no tengo ni casa[32].
El
poema titulado « Nostalgia » empieza con estos versos :
Llevo
hasta el alma clavada
en un recuerdo de sol,
de ese sol de nuestra España[33].
Y « Juan Antonio » con estos :
Del
color de verde oliva
viene el pobre Juan Antonio
con la cabeza en un punto
y un gran mapa entre los ojos[34].
La
ausencia de verbos en tiempo futuro es el signo de que tampoco tienen futuro
esos hombres. Solo tienen el que se inventan soñando, conscientes de que
« los sueños sueños son » :
No
te apures, abuelito,
que haremos si nos parece
carreteras por los mares
con pedazos de papeles,
que el barco que está esperando
la grande noche de gente
es el barco que no pasa
por los caminos de siempre[35].
La
única evasión posible es mental. Es la que permite la creación poética. El
poeta se define a sí mismo como « bandido de nubes » :
Yo
soy bandido de nubes
y robo los horizontes
para hacer muecas de fuego
y dolores de altavoces.
………………………
Si
yo no fuera bandido
de nubes y de horizontes,
en un rincón de madera
hubiera perdido el nombre
aguardando y aguardando
el día que tú conoces[36].
De esa rebelión nace el poema, nace el libro, lo mismo que nacen los
quince grabados en madera que hizo Manuel Valiente con herramientas de fortuna
y madera recuperada en la playa y en el campo de concentración. Esos grabados,
así como las letras floridas y las viñetas, de una sobriedad expresiva en
consonancia con los romances, adornan las ediciones de Arena y viento [37].
Los poemas de Manuel García Sesma son de fácil acceso para el lector.
Los de Celso Amieva, por la distancia que toma no pocas veces el poeta con la
realidad que contemplan sus ojos, reclaman más concentración. La poesía de Manuel
Valiente es de índole distinta. Ofrece un gran número de imágenes insólitas y
muchas veces inconexas. Por ejemplo, cuando los refugiados ven, a través de las
alambradas, acercarse al campo un vehículo, adivinan que en él vienen nuevos
refugiados para ser internados :
Por
la carretera llegan
los cuatro de ruedas grises,
de sol y playa vacíos,
llenos de gente que insiste ;
¡ Pero dónde van ustedes
los de los barcos posibles !
Cabezas rotas y locos
de desvaríos felices
¿ no ven que la carretera
aquí se queda y no sigue ?[38]
Del referente el poeta nos entrega trozos, destellos, reflejos. Entre
ellos deja intervalos vacíos que nos toca rellenar. El texto no cobra sentido
sin nuestra colaboración de lector. Valiente nos obliga a ser lector-autor, o
sea, a reunir los elementos dispersos, los pedazos de imágenes y sensaciones a
partir de los cuales reconstruimos la totalidad del poema. Nos transmite
ambientes, esboza instantes, concentra en un solo verso horas, meses de espera,
nos entrega gérmenes cuyo desarrollo está a cargo nuestro. El agotamiento, el
desamparo, el lento pasar de los días, la angustia, la desesperanza, todos los
sentimientos del poeta cuando vivió una escena como la que evocan los versos
citados más arriba, se infiltran en nosotros. No leemos, sino que vivimos el
poema.
Tras esa breve presentación de los tres libros que nos ocupan, vamos a
tratar ahora de adentrarnos más en su contenido, insistiendo en la percepción
de una misma realidad que tiene cada uno de los tres poetas, sea ésta de índole
material o moral.
Poesía en la arena
No es de extrañar que el mismo campo de concentración, donde esos
hombres pasaron meses y años de su vida, sea tema recurrente en su poesía. El
campo, es decir, la arena, las alambradas, las barracas, el mar, el viento.
Cuatro versos le bastan a Manuel Valiente para describir el paisaje que se le
ofrece a la vista :
Arena,
arena, arena,
alambres sobre la playa.
El mar como verde almendra
enseña su boca amarga[39].
A esa arena, símbolo de esterilidad, donde los pies se hunden
desesperadamente, le dedica un poema entero. Se titula… « Arena ».
Significativamente lo coloca al final del libro, en signo de su
desesperanza :
Todo
es arena.
Lo que entra en la cabeza
y lo que sale.
Todo es arena.
La luz es arena que alumbra.
El fuego es arena.
El dolor es arena que arranca.
Y la arena tiene manos,
y pies ;
y anda
y golpea.
Y todo lo que como es arena.
Y el día es arena[40].
En el universo deprimente del campo hasta llega a perder el poeta su
sustancia humana y a convertirse, cuerpo y alma, en arena. Los versos del
poema, cada vez más breves, más escuetos, terminan siendo una palabra que se
repite sin fin… sin fin, como la misma arena :
Yo soy arena,
y tú, y él,
y el guardia.
Por eso no callo
ni hablo,
porque soy arena,
y mi alma no existe,
ni mi dolor,
ni el tuyo,
ni el de él.
Todo es arena,
arena,
arena,
arena[41].
Las alambradas son de dos tipos. Unas son de hierro agudo y rodean el
campo. En ellas se hiere la espalda el pobre Antonio Portales, al intentar
evadirse :
Mi
amigo Antonio Portales
se enganchó en las alambradas ;
El pobre salvó su pelo
a costas de sus espaldas[42].
Las otras no, por menos visibles, son menos hirientes. Está hablando un
refugiado llamado Antonio, tal vez Antonio Portales :
¿No
ves que están las barracas
vacías de convivencia ?
¿No ves que se pasa el tiempo
sin que la gente se entienda ?
Cómo quieres que no salga
a dar el grito de alerta
y a decirle ¡ Compañeros !
¿ Pues qué alambradas son estas ?
…………………………………..
La que está fuera del todo
ni me asusta ni me aterra.
las alambradas que temo
entre nosotros se encuentran[43].
Los refugiados duermen en barracas de tablas, agrupadas en islotes, y
tan monótonamente alineadas en la playa que al campo del Barcarès Celso Amieva
lo llama « Nuestra Señora de la Simetría » y lo describe así :
Barcarès
es el hombre « standard »
en la barraca « standard »
del islote « standard »
con ración « standard »
y disciplina « standard »[44].
El viento también, o mejor dicho los vientos, forman parte del entorno
de los refugiados. Uno de ellos se llama la tramontana. Es un viento violento,
procedente del noroeste, muy frío en invierno, que sopla a menudo en la llanura
del Rosellón.
En
los Pirineos, aúllan ferozmente las lobas en celo
de la tramontana desatada y brava[45],
escribe Manuel García Sesma, mientras Celso Amieva y Manuel Valiente le
dedican cada uno al temible viento un poema entero. En el « Romance de la
tramontana » de Celso Amieva se repite, tan insistente como el viento, el
breve estribillo :
Por
el campo de Argelès
la tramontana anda suelta[46].
El poeta personifica a la tramontana traduciendo con una larga serie de
verbos sugestivos el insoportable ruido que hace al meterse entre las tablas
mal ajustadas de las barracas :
Va
de barraca en barraca
llamando a todas las puertas.
Corre, grita, silba, aúlla,
ruge y empuja y golpea
y arrebata y amontona,
vuelca, derriba, dispersa,
hiela, tunde, resquebraja,
azota, mata y entierra,
hace y deshace a través
de toda la noche negra.
………………………
Enloquecida y rabiosa,
tramontana prisionera
brama, solloza, rechina,
plañe, amenaza, blasfema,
injuria, demanda, gruñe,
maldice, conmina, impreca[47].
Cuando en altamar hay tempestad, sopla en la costa rosellonesa otro
viento, venido del mar. Manuel Valiente, igual que Celso Amieva con la
tramontana, lo personifica, imaginando, entre ese viento marino y un refugiado
llamado Pedro, un encarnizado combate singular. El poema ofrece dos niveles de
lectura. Por una parte, asistimos al enfrentamiento físico entre Pedro que sale
de su barraca y el viento que le impide avanzar :
Pedro
saliendo a la playa
y él que venía del mar,
se dieron de cara a cara
y él dijo : No pasarás.
En
eso de que no paso
tenemos algo que hablar,
repuso Pedro, orgulloso,
al viento, viejo tenaz.
La
media tarde sería.
Testigos : barraca y mar[48].
Por otra parte, podemos ver en esa lucha entre Pedro y el viento la del
refugiado contra la adversidad. El poeta confiere a Pedro valor de símbolo de
un grupo humano – los refugiados republicanos –, al que todos han abandonado,
que lo ha perdido todo, y que, a pesar de ello, está decidido a hacer frente y
a luchar. Podemos incluso elevar esa « Lucha contra el viento » a un
plano aún más general y ver en ella la lucha del hombre contra el destino.
A menudo símbolo de libertad y aventura en la poesía, el mar solo ofrece
a los refugiados « una visión repugnante de inmensas letrinas », en
palabras de Manuel García Sesma[49].
Para Manuel Valiente el mar es un elemento del paisaje tan hostil como la arena
y la alambrada. A esa infinita barrera líquida que se interpone entre los
cautivos y la libertad la pinta como un animal agresivo y amenazador :
El
mar que gruñe furioso
no quiere bromas con nadie
y llena de olas la playa
buscando lucha y combate[50].
Los campos de concentración estaban vigilados por la llamada guardia
republicana móvil, un cuerpo de gendarmería que existió en Francia hasta 1955.
Manuel García Sesma no alude a ella en sus poemas. Manuel Valiente la menciona
una sola vez cuando el refugiado Pedro Jiménez pide a los guardias una
irrisoria libertad :
Señores,
monzius gendarmes,
tranquilidad de la Francia.
Me quieren dejar ustedes
sembrar el viento en la playa[51].
En cambio, la guardia móvil es protagonista del largo « Romance de
la Guardia Móvil francesa » del que hemos hablado más arriba. En este
romance, lo mismo que en « Corona de espinas », donde los llama
« crustáceos faltos de sal »[52],
destaca la inhumanidad y codicia de los hombres encargados de vigilar a los
refugiados :
Roban
si quieren robar
y ocultan en la guerrera
una triste antología
de relojes de pulsera[53].
En la memoria de Celso Amieva y en la de Manuel García Sesma resuenan
las palabras, tantas veces oídas, cuando, rodeados de guardias móviles y de
soldados senegaleses, los refugiados caminaban desde la frontera hasta la playa
de Argelès :
Carretera
adelante,
desde Cerbère hasta Argelès
como Ahasvero a Cristo
tú me ordenas andar, guardia francés,
sin piedad para mi desgracia,
para las llagas de mis pies[54].
A las duras condiciones de internamiento se añade el hambre. Tal es el
título que da Manuel García Sesma a uno de sus poemas en el que describe con
realismo los efectos que produce en su organismo :
Hiede
mi boca ociosa como una alcantarilla,
como un motor maltrecho jadean mis pulmones,
mi piel amarillea como una hoja caída
y en mi pecho negrean todas las maldiciones.
Las piernas me flaquean, la vista se me nubla.
……………………………………………….
Tengo envidia del galgo que, al menos, roe un hueso.
Yo solo mascar puedo, en este campo inmundo,
los piojos que me arranco del pubis y del pecho[55].
Su indignación y rebelión se hacen aún más vehementes cuando contempla
la inmensa multitud de refugiados acorralados en la playa de
Saint-Cyprien :
Cien
mil hombres bravos,
………………………….
hunden su osamenta de canes sarnosos,
comidos de hambre y de piojos,
en la húmeda arena costera
de este horrible ángulo del Mediterráneo[56].
Tanto como físico, el sufrimiento es
moral. Manuel Valiente recurre a la imagen del puñal para
expresar ese dolor que, por la noche, en el silencio del campo dormido, se hace
aún más punzante:
¡
Me duele la blanca luna !
¡ Me duele la noche clara !
Me duele el pecho vacío
de luces inesperadas.
Los cuatro puñales llevo
con cuatro puños de gala
clavados ya para siempre
enmedio enmedio del alba[57].
El dolor de los refugiados es también ver que mientras las horas, los
días, los meses van pasando, perdura su situación de exiliados :
Grano
a grano, el reloj de arena
en la playa del Mediterráneo
rodeada de alambre espinoso
y azotada por viento inhumano,
a fuerza de marcar las horas,
años, más años fue marcando :
un año, dos años,
tres años, casi cuatro años[58].
Tiempo detenido, paisaje deprimente, esperanza nula : ese universo
kafkiano lo compara Celso Amieva con un « casillero de arena / para
aburrirse y desesperarse / geométricamente »[59].
Los refugiados padecen una enfermedad moral a la que pronto dan el nombre de
‘arenosis’, título elegido por Celso Amieva para uno de sus poemas. Consiste en
una mezcla de depresión, desesperanza y nostalgia. La nostalgia no podía estar
ausente en la poesía de aquellos tres poetas a quienes bastaba con dirigir la
mirada hacia las montañas que se alzan a poca distancia de los campos de
Argelès y de Saint Cyprien para divisar la frontera.
El 8 de julio de 1939, tras cinco meses pasados en el campo de
Saint-Cyprien, Manuel García Sesma fue trasladado al campo de Gurs[60].
Se celebró allí, el 24 de noviembre del mismo año, una velada musical. La
música de pasodobles que resonó aquella noche transportó al poeta fiterano a
otro tiempo y a otra tierra :
Pasodoble
castizo español,
en el campo fangoso de Gurs:
fuga alegre de mi corazón,
en potro de luz,
hacia el bello jardín de ilusión
de la vieja Iberia,
de mi amada tierra,
paraíso de oro, de grana y de azul[61].
Sin embargo, pasada la exaltación provocada por la alegre música de los
pasodobles, la nostalgia se apodera de los corazones :
Nostalgia
vibrante de España,
clavada lo mismo que un puñal de acero,
– daga del destierro –,
en lo más profundo de nuestras entrañas[62].
Diez de los treinta poemas del libro de Celso Amieva son poemas
dictados por la nostalgia, el deseo de volver a ver a la mujer amada y de pisar
otra vez la tierra asturiana[63].
En ninguno como en « Sombra » ese deseo se tiñe de tanta angustia y
gravedad :
Lo
mismo que una sombra
que ha perdido su cuerpo,
busca que te rebusca,
a los remansos del tiempo viejo
he de volver un día,
caminando en silencio.
Mas
las gentes al verme
se apartarán con miedo.
Y
mi sombra, despacio,
en busca de su cuerpo,
por los bosques de otrora
se fundirá en silencio
con las sombras inmóviles
de los árboles viejos[64].
Uno de los romances de Arena y
viento se titula « Nostalgia ». En él el poeta habla en primera
persona evocando paralelamente el recuerdo de la tarde de febrero en que pasó
la frontera y el país perdido. El sol velado de aquella « triste tarde de
febrero » se opone en su memoria al sol ardiente de su Andalucía :
Llevo
hasta el alma clavada
en un recuerdo de sol
de ese sol de nuestra España
que con penas dije adiós.
…………………………
Hoy escucho y ni conozco
el acento de mi voz,
porque todo es ya en mi vida
el recuerdo de ese sol,
de ese sol que no hace un año
con angustias dije adiós[65].
Para Celso Amieva y Manuel Valiente el recuerdo de España trae consigo
el de un personaje literario emblemático : Don Quijote de la Mancha. En el
poema « Aquí está el español… » Celso Amieva asimila el republicano
español, vencido pero siempre dispuesto a luchar, al glorioso personaje de
Cervantes :
Si
ya Argel vio a Cervantes cinco años cautivo,
hoy Don Quijote en Argelès lo está.
……………………………………
Don Quijote en la playa – la de su vencimiento –
aún por vencido no se da.
Aquí está, pues, el español. Aún.
Puro, químicamnte puro en su hispanidad[66].
Para Manuel Valiente Don Quijote no solo es un modelo y un ejemplo,
sino también un padre, más aún el Padre de los españoles. « Padre
Nuestro », primer poema del libro Arena
y viento es una versión pagano-literaria del Padrenuestro. Se divide en
seis cuartetas. La cuarta dice :
Padre
D. Quijote,
excelso y cabal,
líbranos de vida
sin un ideal[67].
El recuerdo del intrépido caballero andante, desfacedor de entuertos,
nutre el orgullo que sienten esos hombres, esos poetas, humillados por la
derrota y el cautiverio : el orgullo de ser republicano español, de
pertenecer a una comunidad que, pese a todo, no ha perdido su ideal de justicia
y de libertad. En los tres poemarios se oye a la misma voz clamar en los
arenales de Argelès, Saint-Cyprien y del Barcarès. Así es como Manuel García
Sesma exalta a esa:
Raza
de gentes que aceptan
ser, en el destierro, parias,
antes que esclavos sumisos,
en el seno de su patria :
gentes que han perdido todo,
menos su honra sin tacha[68].
Celso Amieva olvida un instante los sufrimientos de la vida cotidiana y
en un arrebato patriótico de soberbia afirma :
Aquí
está el español aún,
a solas con su verdad.
Lejos de España, mas no importa.
Está España donde él está.
Aquí está el español aún,
hiel en el pecho y en la boca sal,
acorralado en playas extranjeras[69].
En cuanto a Manuel Valiente, solo toca el tema una vez, pero con
extraordinaria intensidad : al final del romance « La desgracia llegó »,
donde rinde homenaje a un refugiado que acaba de morir, le dirige al difunto
este admirable responso, tan breve como profundo :
Hombre
español, más que hombre[70].
* *
Manuel García Sesma, Celso
Amieva, Manuel Valiente : tres hombres, tres poetas, arrancados a su
tierra, a sus familias, a sus amigos por una guerra cruenta, a quienes el
destino reunió en las playas del exilio, antes de lanzarlos a los tres hacia
otros horizontes. Cada uno con su estilo propio nos brinda en los poemas que
acabamos de comentar brevemente una bella lección de hombría. Cada uno merece
nuestra admiración por la fuerza moral que demostró, revelándose capaz de crear
a pesar del hambre, del frío o del calor excesivos, de la suciedad, de la
promiscuidad. En un momento en que todo lo tenían en contra, supieron, como
Pedro en el romance de Valiente « Lucha contra el viento », sacar de
tripas corazón y sublimar la dura experiencia cotidiana para crear a partir de
ella la belleza del poema. Hubieran podido contentarse con hacer de sus
libretas meros exutorios de su pena y rabia. Hicieron más. Su desesperanza, su
dolor de cada hora, de cada día, los espiritualizaron, transformando en belleza
artística la triste realidad que sus ojos contemplaban en una playa cercada de
alambres de espino. Al escribir poesía en semejantes condiciones, realizaron la
operación misteriosa de que habla Baudelaire : del barro hacer oro[71].
De la arena ellos hicieron oro, hicieron poesía.
_____
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____
* Texto de la
conferencia pronunciada en Fitero el 4 de julio de 2002, con motivo del I Congreso Fiterano (Fitero, un lugar en la historia. Primer
Centenario Manuel García Sesma, 1902-2002).
[1] Cuando publicó Arena y viento
en 1949, Manuel Pérez Valiente adoptó el seudónimo de Juan de Pena. Sin
embargo, nos parece artificial no designarlo por su nombre, dado que utilizó
dicho seudónimo únicamente en esa ocasión y que siempre firmó sus demás
producciones artísticas (escultura y pintura) Valiente, acompañando muchas
veces su segundo apellido con el diminutivo de Manolo. Así lo llamaban en
Perpiñán sus amigos y admiradores. No ocurre lo mismo con José María Álvarez
Posada, quien siempre firmó sus numerosos libros de prosa y poesía con el
seudónimo de Celso Amieva.
[2] Manuel García Sesma y Celso Amieva.
[3] El censo de 1936 arroja las cifras siguientes : Perpiñán, 72.207
habitantes ; departamento del Pirineo Oriental (4.143 kms2), 233.300 habitantes. El
número total de los refugiados equivale, pues, a seis veces la población del
Perpiñán y dos veces la de todo el departamento (fuentes : Gran Geografia comarcal de Catalunyà, t.
XIV, 1985, pp. 30-31 y Jean Sagnes (ed.), Le
Pays catalan, t. II, Pau, Société nouvelle d’éditions régionales, 1985, p.
772).
[4] « Allí [en el cuartel de la calle de San Bernardo, en Madrid]
conocí a Miguel Hernández. ¡ Qué persona Miguel ! Era el encargado del
periódico Choque ; en él se
publicaron algunos maravillosos poemas, escritos con aquella fuerza terrible de
expresión que Miguel Hernández tenía. En la brigada éramos tres poetas :
Miguel Hernández, Antonio Aparicio y modestamente yo », J. Carlos
Villaverde Amieva, « Una conversación con Celso Amieva », en Homenaje a Celso Amieva, Llanes, 14 de
agosto de 1985, p. 22.
[5] « Tres años, nueve meses, una semana y un día duró exactamente mi
cautiverio. Ni dictada la condena por un juez meticuloso », Celso Amieva, Poeta en la arena, México, Ecuador 0° 0’ 0’’, 1964, p. 40.
[6] Véase Celso Amieva, Asturianos
en el destierro (Francia), Gijón, Ayalga, 1977, pp. 169-181 (cap. 7,
« El maquis »).
[7] Sucesivamente Perpiñán, Carcassone y Lézignan.
[8] « En octubre de 1940 cerraron el campo de Bram y nos trasladaron
en tren a Elne y de allí a pie hasta el campo de Argelès. Llegamos pocos días
después de las inundaciones en toda la región y en las barracas adonde nos
llevaron teníamos el agua hasta la mitad de la rodilla, no podía uno ni
sentarse ni dormir. Solo tenía una mantita ligera para protegerme de la humedad
y del frío. Era una barraca en chapa, entraba la arena por todas partes, con la
tramontana, las chapas volaban con el viento. Era peligroso hasta salir de la
barraca. Aquel ambiente pudo conmigo ; caí en un estado como de medio
muerto, deprimido, desesperado, en una depresión profunda que me dio por
encerrarme en la barraca durante más de dos meses. Me curé, descargando mi pena
verso a verso en mi poema “Ensueño de embarracamiento” [inédito] y salí a la
calle para ver la luz y a mis amigos. Por la mañana temprano cogí un cubo y me
fui a la bomba del agua, me desnudé completamente y me dije : o me muero o
me salvo y me vacié el cubo lleno de agua helada sobre mi cuerpo y me
resucité », Manuel Valiente, « Éxodos », Crisol, n° 7, noviembre de 1987, p. 53.
[9] En la Memoria resumida sobre la
actividad literaria de Manuel García Sesma que nos comunicó amablemente
Jesús Bozal Alfaro aparecen también 53 títulos de poemas escritos en francés
durante los años de estancia del poeta en Francia.
[10] Los manuscritos de Manuel García Sesma se conservan en el Archivo
Municipal de Fitero.
[11] « Hambre », p. 45. Todas las indicaciones de páginas remiten
a las ediciones de las obras de Manuel García Sesma, Celso Amieva y Manuel
Valiente descritas en la bibliografía, al final del presente trabajo.
[12] « Dolor », p. 54.
[13] « Sonrisa », « Elegía a la caída de Madrid », pp.
49-51.
[14] « Sevillanas », « Fiesta en el Canigó »,
« Amor de madre », pp. 56-59.
[15] « Hambre », p. 45.
[16] « Fiesta en el Canigó », p. 58.
[17] Autor de un gran número de obras en verso y en prosa, redactadas tanto
en español como en francés, Manuel García Sesma sólo publicó un libro de
poemas. Se trata de Poemario fiterano,
Pamplona, Gráficas Iruña, 1969, 300 p., que consta de 60 composiciones en verso
y un apéndice de 135 páginas en prosa.
[18] « Argelès », p. 22.
[19] « Romance de la Guardia Civil francesa », p. 8.
[20] « Corona de espinas », p. 6.
[21] « El gran fardo », p. 57.
[22] Epígrafe del poema : « Como Juan Blanco, español cautivo en
Argel, traicionó y delató a Cervantes en el cautiverio, el español Corrons,
internado en Argelès, traicionó a sus compatriotas. Representante oficial del
Cónsul de Franco en Perpignan, vivía en el campo, dentro de una barraca de
privilegio, haciendo propaganda para repatriar refugiados. En el campo recibía
visitas del Cónsul, pero murió en la arena, antes de recobrar la libertad y
gozar la recompensa de Judas », p. 39.
[23] En este romance Celso Amieva retoma versos y fórmulas del romance
lorquiano para contar el saqueo de las barracas llevado a cabo por la Guardia
Móvil, bajo la dirección del mismo Prefecto, con el fin de encontrar el oro que
supuestamente esconden los refugiados en el campo. El poema no tarda en cobrar
un cariz fantástico, pues detrás del Prefecto viene… la Prefecta, « Santa
Genoveva / y van los tres Reyes magos, / la cruz de fuego en la cuerna : /
Herriot, Daladier y Blum / – carroña, estiércol y mierda –», p. 11.
[24] Son catorce los poemas libres.
[25] Por orden de aparición en el poemario : Antonio Machado, Federico
García Lorca, Chamberlain, Eden, Durruti, Manuel Álvarez, Javier Bueno, Don
Juan [de Borbón], Cervantes, Manuela Vargas, Hitler.
[26] Armisticio de junio 1940 (« El día del armisticio », p. 30),
bombardeos de Londres (« Londres 1940 », p. 33), ocupación de la
Francia Libre por los alemanes en noviembre de 1942 (« Noviembre
1942 »).
[27] Pedro Jiménez, Antonio Portales (« Romance noctámbulo », pp.
25-26). Todas las citas de Arena y viento
remiten a la tercera edición (Perpiñán, 1986).
[28] Manolo, Manolillo (« Ella y yo », pp. 51-52), Juan
(« Ya llegan », p. 54), Juan Antonio (« Juan Antonio », p.
76).
[29] « Abuelito », p. 20 ;
[30] « La desgracia llegó », p. 58.
[31] « Juan Antonio », p. 80.
[32] « Romance noctámbulo », p. 20.
[33] « Nostalgia », p. 32.
[34] « Juan Antonio », p. 54.
[35] « Abuelito », p. 18.
[36] « ¿Qué soy ? », pp. 14-16.
[37] « Las maderas grabadas, ilustraciones de iniciales y adornos de
finales de artículos (sic) lo fueron
con los medios de aquel entonces en el campo por el mismo autor » (Colofón
de la primera y la segunda edición). En la tercera edición (Perpiñán, 1986) se
conservan los quince grabados y desaparecen las letras floridas y las viñetas.
[38] « Ya llegan », p. 38.
[39] « Romance noctámbulo », p. 20. En el mismo poema :
« Arena, arena, arena, / alambradas y barracas », p. 22.
[40] « Arena », p. 60.
[41] Id., p. 62.
[42] « Romance noctámbulo », p. 20.
[43] « ¿ Qué alambradas son estas ? », p. 28 y p. 30. En la
pregunta que da título al poema posiblemente un recuerdo de un verso del famoso
romance de Abenámar : « ¿ Qué castillos son aquellos ? ».
En la p. 30 de la tercera edición (Perpiñán, 1986) faltan los versos
28-30 : « ¿ Pues qué alambradas son estas ? / No poner lindes de
espinos / entre la gente que alienta. »
[44] « De Argelès al Barcarès », p. 20. El poema lleva la fecha
de « Mayo 1939 ».
[45] Manuel García Sesma, « Nocturno de Saint-Cyprien », p. 47.
[46] « Romance de la tramontana », p. 24.
[47] Id., pp. 24 y 26.
[48] « Lucha contra el viento », p. 46.
[49] « Nocturno de Saint-Cyprien », p. 47.
[50] « La desgracia llegó », p. 44.
[51] « Romance noctámbulo », p. 20.
[52] « Corona de espinas », p. 7.
[53] « Romance de la Guardia Móvil francesa », p. 10.
[54] « Allez, allez ! », p. 23. También la última estrofa
del poema « Sevillana », que Manuel García Sesma dedica al
trompetista Antonio F. Pompa : « ¿ Que el hambre le asesta terribles
cornadas ? / ¿ Que el negro lo acosa con su “Allez, allez” ? / El
trompeta alegre, como un cascabel, / burlón, le contesta con su
sevillana : / ¡ Viva Sevilla, y ¡ olé - ¡ Viva Triana ! »,
p. 57.
[55] « Hambre », pp. 45 y 46.
[56] « Nocturno de Saint-Cyprien », p. 47.
[57] « Cuatro puñales », p. 50.
[58] « Noviembre 1942 », p. 48. La imagen del reloj de arena se
repite en el poema « Arenosis » : « El desesperante reloj
de arena del exilio », p. 15.
[59] « De Argelès al Barcarès », p. 20.
[60] « [El campo de Gurs], llamado el « Campo de los
vascos » estaba bastante bien organizado, sobre todo la parte Norte,
reservada a los Brigadistas Internacionales, en la que hicieron paseos y
jardines, levantaron estatuas y abrieron cantinas. […] En Gurs también había un
Barracón de Cultura, un Hospital general, una Banda de música, coros, etc. y
seguimos publicando el B.I.P.E. [Boletín de Información de los Profesionales
de la Enseñanza]. Su mayor inconveniente era la abundancia de una mala
compañía: las ratas », Manuel García Sesma, « Autobiografía »,
p. 4. Véase una reproducción facsímil del n° 1 del B.I.P.E en Jean-Claude Villegas (ed.), Plages d’exil. Les camps de réfugiés espagnols en France – 1939,
pp. 66-90. Sobre la vida cultural en los campos de refugiados, véase en este
mismo libro los artículos de Serge Salaún, « Éducation et culture dans les
camps de réfugiés », pp. 117-124, y Jean-Claude Villegas, « La
culture des sables : presse et édition dans les camps de réfugiés », pp.
133-140.
[61] « Pasodoble de Gurs », p. 52.
[62] Ibid.
[63] « ¿ Existe todavía ? », « Abrid mi carne con el
hierro », « Era la misma… », « Balada de la Peña
Benzúa », « Voces », « El macuto », « Besos a un
retrato », « Retorno », « La sombra », « El gran
fardo ».
[64] « La sombra », p. 56.
[65] « Nostalgia », pp. 32 y 34.
[66] « Aquí
está el español… », p. 29. En otro poema, titulado « El
macuto », el poeta imagina un diálogo entre un republicano español y
alguien que lo ve pasar con su macuto al hombro : « – Español y
refugiado / a cuestas con tu macuto : / en ti del gran Don Quijote / la
firme raza saludo. / – Don Quijote va conmigo. / Armado y, por hoy,
oculto », p. 51.
[67] « Padre Nuestro », p. 12.
[68] « Fiesta en el Canigó », pp. 58-59. El poema
« Pasodoble de Gurs », al que nos hemos referido ya, termina con
estos versos llenos de soberbia y énfasis : « Pasodoble castizo
español, / en el campo fangoso de Gurs : / Carcajada de bravos de humor, /
que se ríen de su esclavitud, / porque saben que ningún tirano, / ni propio ni
extraño, / jamás consiguió convertir en un manso borrego, / al fiero, indomable
y soberbio / León español… », p. 53.
[69] « Aquí está el español… », p. 29.
[70] « La desgracia llegó », p. 44.
[71] « Tu m’as donné ta boue et j’en ai fait de l’or », (‘Me
diste tu oro y lo convertí en oro’), [Projet d’un épilogue pour l’édition de
1861 de Les Fleurs du mal], Œuvres complètes, t. II, édition
présentée et annotée par Claude Pichois, Paris, Gallimard, Bibliothèque de La
Pléiade, 1975, p. 192.
FERNANDO VILLALÓN,
por JACQUES ISSOREL
(Sevilla, Espuela de Plata, 2011, 208 p.)
Jesús Bozal Alfaro
“Fernando Villalón, la pica y la pluma”, conforman el retrato de un escritor excepcional. Muchos
han sido los estudiosos que se han acercado a su vida y a su obra para destacar
su contrastada categoría humana y literaria. Sin embargo, el “manotazo de
silencio” recibido tras su muerte (1930), como escribe Manuel Halcón, hace
necesaria una reivindicación permanente. En ese incansable empeño, el profesor
Jacques Issorel ha publicado este libro.
Antológico, en cada una de sus
partes, el profesor Issorel, autor del libro, trata de dar al lector
referencias exactas de un personaje apasionado por la vida y la escritura: una biografía
de ganadero tal y como Villalón hubiera esperado, y un estudio de su obra con
mirada de experto y generosidad de lector militante y comprometido.
El título, Fernando Villalón, la pica y la pluma, parece una evocación: un
nombre propio y dos objetos/símbolos, que nos enseñan, como primeros detalles, las
dos realidades de la vida del personaje: el oficio de ganadero y el oficio de
escritor. Dos etapas diferentes, marcadas cada una de ellas por uno de estos símbolos;
o, si se prefiere, dos metáforas paralelas que conviven en comunión perfecta y
resumen una vida entera.
La portada contiene, además, el
índice completo del libro: perfil comentado a modo de biografía; retrato breve
de su paso por el mundo de la ganadería; estudio serio, riguroso, exacto,
virtuoso de alguna manera, de sus tres libros publicados y papeles póstumos; antología
mimada, rica en color y melodía; y, en fin, extensa bibliografía con todos los
registros disponibles. ¿Por qué –cabría preguntarse- una bibliografía tan
completa? Para que el lector sepa, nos atrevemos a responder nosotros, que la obra
de Fernando Villalón brilla, sin remedio, como diría Max Aub, de la
inteligencia, gracias a todos aquellos que han estudiado y valorado todos sus matices.
Desde el principio, el autor insiste:
“Vigencia y actualidad de su obra”, “signo esperanzador”, “interés”, en España
y en otros países,… Jacques Issorel parece querer encaminarnos constantemente
hacia el mismo futuro esperanzador: “Pero ya hablarán por ti cumplidamente las
trompetas cuellilargas de la Fama.” (Manuel Halcón).
La vida de adulto de Fernando
Villalón, contada por el profesor Issorel, transcurre entre compras y ventas de
cortijos, casas, toros, y luego nos habla de la escritura, la publicación de
parte de su obra, el conocimiento de personajes de su generación, la angustia
“por la imposibilidad material de dedicarme de lleno, integralmente a la
literatura” (carta a Mauricio Bacarisse). Vida dual, complementaria, entre la
pluma y la pica, entre la ruina y el éxito. Todo hecho con pasión, con
generosidad. Y, al final, inexorablemente, “la Fama”: “Porque solo la creación
apasionada –escribiría Juan de Mairena- triunfa del olvido.”
Del Villalón ganadero, el profesor
Issorel destaca la pasión con la que vive la lucha del torero y el toro; el
hombre y la naturaleza; la sabiduría de ambos y la lucha desigual a favor del
primero. José María de Cossío (1944) entendió perfectamente el pensamiento del
escritor: “Para Villalón el toro era animal casi sagrado, y en la lucha de la
plaza debía ser vencido, no humillado.” Y fue precisamente su pretensión de
equilibrio toro/torero lo que le llevó a la ruina, pues las figuras del
momento, Juan Belmonte, Joselito, prefirieron otros toros. Su fracaso en los
negocios le llevaría a volcarse en la literatura. Una obra, de extraordinaria
calidad, que se conserva tan vigente como el primer día. Y éste es precisamente
el objetivo del profesor Issorel proponiéndonos con humildad y orgullo este
libro. Bastaría con deleitarse con su estudio riguroso y emocionado,
milimétricamente definido, en homenaje al escritor español. Pero su pretensión va
más allá: mostrar la brillantez de su conjunto, para que se haga justicia con
cada uno de sus textos, y que las nuevas generaciones de estudiosos y lectores recojan
el testigo y sigan profundizando en su conocimiento. No se puede decir más,
insinuar más, proclamar más, explicar mejor una obra literaria: “Todo suena a
auténtico” (Andalucía la Baja); “una nueva manera de escribir Andalucía” (La
Toriada); “búsqueda de la memoria del pueblo andaluz” (Romances del 800);… Por
esa razón, hasta la selección de textos responde a una devoción intelectual
contrastada. Desde los primeros versos de “El pozo de la cañada” -en “Andalucía
la Baja”-, hasta su impresionante “Kaos”, cada verso, cada estrofa, cada poema,
elegidos antológicamente, son un ejemplo continuado de preciosidad, exactitud,
encanto, brío, esfuerzo consumado, acierto y poesía de las grandes, digna de la
generación del 27, en la que Villalón tiene su asiento, de la Andalucía eterna,
alejada del costumbrismo, reflejo del pueblo que la habitó siempre, “sabio y
digno”, tal el pueblo soriano para Machado. ¡Un paseo lírico por Andalucía, por
el mundo entero, con música de Sevillanas!
En fin, haber querido recoger en un
libro completo todas las entradas, registros, que nombran, uno por uno, a todo Fernando
Villalón, no es sino otro reconocimiento más a la trascendencia de esta obra.
Villalón no es un escritor, un poeta, un personaje del pasado, sino, como
Machado, el cantor que nos descubre, al leer sus versos, lo maravilloso del
espacio y del tiempo “contemplados” durante toda una vida. Y eso solo lo
consiguen siempre –de ahí la insistencia del profesor Issorel- los elegidos.
Entre ellos, Fernando Villalón.
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