Jacques Issorel


Tres poetas de la arena: 

Manuel García Sesma, 

Celso Amieva,

Manuel Pérez Valiente[1]
Por Jacques Issorel
Universidad de Perpignan 
Los miles de turistas que cada verano pisan las playas de Argelès, Saint-Cyprien y del Barcarès, apreciando la caricia del sol y la finura de la arena, no sospechan que, hace un poco más de sesenta años, en esas mismas playas, vivieron, sufrieron, y en no pocos casos murieron, 450.000 refugiados republicanos españoles. Esos hombres y mujeres habían huido de su patria ante el avance de las tropas franquistas y, tras días, y a veces semanas, de durísima caminata esperaban encontrar en el país vecino, Francia, un refugio y un alivio, por lo menos provisional. Para la mayor parte de ellos al éxodo iba a suceder otra tragedia : el destierro y el internamiento en campos de concentración montados a toda prisa, en los cuales muchos refugiados vivirían hasta tres años.
Entre aquellos refugiados estaban tres hombres, tres poetas : un navarro, un asturiano y un andaluz. Los tres tuvieron la fuerza moral de escribir poesía en tan dolorosas circunstancias, a no ser que fuera la poesía la que les ayudó a sobrevivir. Son Manuel García Sesma, Celso Amieva (seudónimo de José María Álvarez Posada) y Manuel Pérez Valiente.
Sus obras poéticas respectivas están en estrecha relación con el momento histórico que vivían entonces España, Francia y Europa entera. En varias composiciones de dos de los tres poetas se oye el eco de lo que sucedía fuera de los campos en que estaban encerrados[2]. Por eso, nos parece útil parar mientes brevemente en el contexto, europeo primero, local después, de aquellos años 1939-1945.
Europa, España, Francia : 1936-1945
El 18 de julio de 1936 empieza la guerra civil española. Unos meses antes, en Francia, sale de las elecciones legislativas un gobierno de Frente popular, dirigido por el socialista Léon Blum. En Alemania Hitler desempeña las funciones de canciller desde 1933. El 23 de marzo de ese mismo año el parlamento alemán le otorga los plenos poderes por cuatro años y, al año siguiente, un plebiscito lo proclama Reichfürher. Es entonces patente que Europa se dirige hacia la guerra. La ocupación militar de Renania en 1936, el Anschluss, o sea, la anexión de Austria al Reich, seguido de los acuerdos de Munich, desastrosos para las democracias occidentales, señalan las etapas del inexorable caminar hacia una contienda, europea primero, mundial después. Estalla el 1 de setiembre de 1939, cuando las tropas alemanas invaden Polonia.
En España, a principios del año 1939, tras dos años y medio de guerra, el campo republicano se encuentra en una situación desesperada. Los nacionalistas, ya dueños de gran parte del territorio nacional, lanzan en marzo del 38 una ofensiva hacia el Mediterráneo y llegan a Vinaroz el 15 de abril, cortando en dos la zona controlada por los republicanos. El 14 de enero de 1939 cae Tarragona y, cuando el 26, las tropas nacionalistas entran en Barcelona, ya ha empezado el éxodo de los republicanos hacia la frontera francesa.
Los primeros refugiados cruzan la frontera el 27 de enero. Al principio el gobierno francés, dirigido por el radical socialista Édouard Daladier, solo deja pasar a los heridos, las mujeres y los niños, pero, ante la marea humana que se presenta en la frontera, y quecada día va aumentando, no tiene más remedio que dejar que pasen también los hombres. Entre ellos hay muchos soldados que son inmediatamente desarmados por la guardia móvil.
Los refugiados llegan hambrientos, agotados por el frío y por muchos días de marcha por carreteras a veces bombardeadas por la aviación nacionalista. Entre el 27 de enero y el 10 de febrero penetran en el departamento del Pirineo Oriental 450.000 personas[3]. Entran por Puig Cerdà, Camprodón, Port Bou y sobre todo por La Junquera. En el lado francés la falta de preparación es casi total. Las autoridades desbordadas no encuentran al principio más solución que agrupar a los refugiados en las inmediaciones de los pueblos en recintos rodeados de alambradas y vigilados día y noche por la guardia móvil y soldados senegaleses.
Hombres, mujeres, niños, ancianos, heridos, mutilados, acorralados como animales, sobreviven en condiciones sanitarias pésimas, expuestos al frío y a la intemperie. A estos primeros campamentos de emergencia suceden poco después los campos de concentración establecidos en las playas de Argelès, Saint Cyprien y del Barcarès. La situación de los refugiados en dichos campos – después púdicamentre rebautizados « camps d’hébergement » – es desastrosa : antes de que se construyan barracas de madera, tienen que dormir al aire libre y cavar agujeros en la arena para resguardarse del frío y de la terrible tramontana. En Argelès 100.000 personas se apiñan en un rectángulo de 550 metros por 260. La falta de higiene, la subalimentación, la malnutrición provocan enfermedades como la tiña, la tuberculosis, el tifus. El 60 % de los refugiados sufre de disentería. De ahí la mortalidad elevada : entre 5.000 y 14.600 muertos, según las fuentes.
Algunos refugiados consiguen la autorización de emigrar a México o a la U.R.S.S., unos 50.000 se alistan en el ejército francés, otros pueden salir de los campos gracias a un contrato de trabajo, algunos, muy comprometidos politícamente, son entregados a Hitler después del armisticio (17 de junio de 1940) firmado por el mariscal Pétain y deportados a Alemania. Entre los que permanecen en los campos muchos son enrolados en las C.T.E. (Compañías de Trabajadores Extranjeros) donde tienen que trabajar, primero al servicio de la Francia de Vichy y después, a partir del final de 1942 y hasta la derrota de Hitler en 1945, al servicio de los alemanes.
Tras ese rapidísimo recorrido histórico vamos a abordar ahora el objeto de esta charla, o sea, la poesía que en tan penosas circunstancias escribieron Manuel García Sesma, Celso Amieva y Manuel Valiente. Procederemos de la manera siguiente : primero presentaré a cada uno de los tres poetas, a continuación describiré sus respectivos poemarios y, por fin, trataré de analizar el contenido de los mismos.
Tres hombres, tres poetas
Empecemos por Manuel García Sesma. En 1936 tenía treinta y cuatro años. Vivía en Madrid donde se ganaba la vida dando clases de diversas asignaturas en colegios privados. Al mismo tiempo cursaba Filología clásica en la Universidad central. Hizo la guerra en la artillería, tomando parte en la defensa de Madrid y luchando en otros frentes, antes de cruzar la frontera por Port Bou el 9 de febrero de 1939 y ser recluido primero en el campo de concentración de Saint-Cyprien y después en el de Gurs (Pirineo Atlántico). En enero de 1940 fue enrolado a la fuerza en una Compañía de Trabajadores Extranjeros, de la que se evadió en junio. Pero fue detenido en Burdeos y llevado al campo de Argelès. De allí salió a los cuatro meses, enrolado otra vez en una Compañía de Trabajadores Extranjeros. Más adelante tuvo que trabajar para los alemanes en la base submarina de Lorient (Bretaña), hasta que consiguió evadirse en julio de 1943. Sobrevivió como pudo durante casi dos años y tras numerosos avatares se afincó, al final de la guerra, en Saumur donde obtuvo un puesto de profesor de español. Dos años después, en 1947, se trasladó a México. Allí estuvo hasta 1973, año en que volvió a Fitero, donde murió en 1991.
José María Álvarez Posada, o sea, Celso Amieva, era más joven que García Sesma. Tenía veinticinco años cuando estalló la guerra civil. Había dejado su Asturias natal, vivía en Madrid y formaba parte de las Juventudes Socialistas Unificadas. Fue voluntario en el Primer Regimiento. Durante la guerra conoció a Miguel Hernández[4]. Gravemente herido en la primavera de 1937, fue declarado inútil para el servicio activo y ejerció de maestro en Lérida y Torreserona. Pasó la frontera el 6 de febrero de 1939 y, el mismo día, ingresó en el campo de Argelès. En este campo y en el del Barcarès estuvo hasta el 14 de noviembre de 1942[5], momento en que se incorporó a un maquis de la región vecina del Aude para luchar con otros resistentes españoles contra el ocupante alemán hasta 1945[6]. Terminada la guerra, trabajó en varios lugares de Francia hasta que, en 1953, se trasladó a México. Murió en 1988 en Moscú, donde trabajaba en la agencia Novosti desde 1969.
También vivía en Madrid en 1936 Manuel Pérez Valiente. Oriundo de Morón de la Frontera (provincia de Sevilla) era escultor y pintor de formación. Al estallar la guerra tenía veintiocho años. Luchó en el frente de Somosierra antes de ser gravemente herido en la columna vertebral. Pasó la frontera el 10 de febrero de 1939 y fue ingresado en varios hospitales[7], antes de ser enviado a los campos de concentración de Bram, de Argelès y de Saint Cyprien[8], de donde pudo salir el 11 de noviembre de 1942 gracias a la ayuda de Henri Frère, pintor como él y profesor de español en Perpiñán, a quien había conocido en Madrid antes de la guerra civil. Desde entonces vivió en Perpiñán y alrededores, adquiriendo su labor artística cada vez más fama. Fue cofundador de la Fundación Antonio Machado de Collioure en 1977, desempeñando con fervor e inagotable energía las funciones de secretario general. Murió en 1991.
Tres poemarios
De los veintitrés « Poemas de campos de concentración y de trabajo » que compuso Manuel García Sesma en 1939 y 1940 solo se conservan nueve[9]. Cuatro fueron escritos en Saint-Cyprien entre febrero y abril de 1939, dos en Gurs entre noviembre de 1939 y enero de 1940 y tres en Argelès en setiembre y octubre de 1940. Los demás textos, o sea, catorce, cuyo título figura en la « Relación de los poemas de guerra », establecida por Jesús Bozal Alfaro, han desaparecido[10]. En cinco de los nueve textos que se conservan el poeta habla en primera persona del singular o del plural. Con el ‘nosotros’ expresa su solidaridad con los compañeros que ayer compartieron su lucha y hoy su infortunio. El ‘yo’ traduce la hondura del sufrimiento físico :
Desfallezco. Me muero.
Ya no resisto más.
Se me apodera el hambre;
y es un hambre letal[11].

También sirve en la expresión del dolor moral. Así, cuando el poeta encuentra en el campo de Gurs al que fue « oficial bravío » y « luchador romántico » y no es ahora sino un mutilado « arrastrando en silencio [sus] insignias de sangre » no tiene valor para acercarse a él :
Te miré. Me quedé petrificado.
Mis ojos contuvieron una lágrima.
Quise correr a estrecharte en mis brazos,
Con toda la ternura de mi alma.
Mas… no pude[12].

En los textos escritos en primera persona como en aquellos en que recurre a la segunda[13] o a la tercera[14], el propósito de García Sesma es restituir la realidad vivida con la máxima fidelidad. La polimetría y la irregularidad de las rimas acentúan el carácter de urgencia de esa poesía testimonial, ora narrativa, ora descriptiva. De ahí el tono prosaico de los poemas y la ausencia de figuras retóricas :
Hace ya nueve días que no como caliente,
que duermo a la intemperie y bebo agua salada
y, por toda pitanza, me arrojan los franceses
un pequeño mendrugo de pan, cada jornada[15].

Tan solo en dos poemas florecen metáforas. Son aquellos cuyo tema es la fiesta. Uno se titula « Pasodoble de Gurs » ; el otro, « Fiesta en el Canigó », ofrece una visión lírica de la famosa montaña catalana, cuya cumbre y faldas acaban de engalanar las primeras nieves del otoño :
El Canigó está en fiesta :
el Canigó está de gala.
Sus cumbres son una feria
de novias endomingadas :
faldas de tul y zafiros,
mantillas de encaje y plata :
estampas arrobadoras
de hermosas Inmaculadas.
La plana rosellonesa
las contempla, arrodillada,
y Jacinto Verdaguer
les recita una plegaria[16].

Los poemas que Manuel García Sesma escribió en los campos de concentración nunca vieron la luz reunidos en un libro[17] y ésta es la diferencia más visible entre su poesía de cautiverio y la de Manuel Valiente y Celso Amieva, quienes publicaron sus obras, respectivamente en 1949 (Perpiñán) y 1960 (México).
La almohada de arena de Celso Amieva consta de treinta poemas de extensión muy variable : el más corto tiene cuatro versos[18], el más largo… doscientos doce[19]. El orden en que están dispuestos traduce la esperanza del poeta de salir un día del infierno de los campos y de volver a la tierra amada. El primero saca a escena a un « loco » tejiendo « una corona de alambre de / púas » a Antonio Machado, de cuya muerte en Collioure acaba de enterarse[20]. En cambio, en el último da rienda suelta a la fantasía para imaginar el retorno a España :
En España, a mi vuelta,
buscaré mi postura esfumada a la orilla del mar,
mi canción extinguida en el fondo del valle,
mi sonrisa en el sol que me venga a besar.

Cogeré un azadón a la puerta de casa ;
cavaré un hoyo en tierra, grande tal como yo,
para hacer el entierro del dolor del destierro,
para desenterrar aquel antiguo amor.

Y rellenaré el hoyo, apisonando tierra.
Y he de bailar encima, y todo alrededor[21].

Abundan en los poemas las referencias a España y a aquellos que mejor la simbolizan : los escritores. Son tres : Cervantes, Antonio Machado, Federico García Lorca. A Cervantes le dedica una «Epístola a Miguel de Cervantes, soldado español cautivo en Argel, de Celso Amieva, soldado español cautivo en Argelès», en la que establece un doble paralelo: uno entre el cautiverio del autor del Quijote y el suyo, jugando sutilmente con la casi homofonía Argel-Argelès, otro entre los dos traidores, Juan Blanco y Juan Corrons[22]. A Antonio Machado le reserva un puesto de honor : el primer poema del libro, titulado « Corona de espinas » del que hemos hablado un poco más arriba. También rinde homenaje a Federico García Lorca componiendo « Romance de la Guardia Móvil francesa », una parodia muy lograda de uno de los más famosos poemas del Romancero gitano, « Romance de la Guardia Civil española »[23]. Como García Sesma en « Pasodoble de Gurs », Celso Amieva, en trece de los treinta poemas, se evade en el espacio y en el tiempo mediante la creación poética. Su pensamiento va hacia seres y paisajes de Asturias, hacia el pasado y hacia el futuro.
Esa apertura se manifiesta también a través de la gran variedad métrica y estrófica observable en La almohada de arena : romances, endechas, tercerillas, tercetos encadenados, cuartetos alejandrinos, quintetos, con una mayoría, sin embargo, de poemas libres[24].
En cambio, Arena y viento de Manuel Valiente se compone únicamente de romances. Son quince poemas sin más horizonte que el campo de concentración, el mar y el cielo. Si en los textos de Celso Amieva abundan referencias a lugares lejanos, a personas vivas o muertas[25], a acontecimientos históricos[26], en Arena y viento toda la visión del poeta se concentra en los diversos elementos que constituyen el universo del refugiado : la arena que pisa, la barraca donde duerme, la alambrada y el mar que lo aprisionan, el viento que lo azota. En ese entorno inhóspito se sitúan los quince romances.
Los hombres que viven allí no tienen rostro, ni más existencia que su angustia y sufrimiento. Son seres arrancados a su pasado, siluetas designadas ora por su nombre y apellido[27], ora por su nombre[28], y a veces ni siquiera. Solo son « abuelito »[29], « padre » « hijo pequeño »[30]. Los refugiados reclusos se han convertido en hombres « sin contornos »[31] que, bajo el efecto del dolor, ven su abanico de recuerdos replegarse hasta reducirse a un recuerdo único, lancinante, obsesionante : un huerto, el sol, el mapa de España. En « Romance noctámbulo » Pedro Jiménez dice :
Yo tenía un huerto mío
y ya no tengo ni casa[32].

El poema titulado « Nostalgia » empieza con estos versos :
Llevo hasta el alma clavada
en un recuerdo de sol,
de ese sol de nuestra España[33].

Y « Juan Antonio » con estos :
Del color de verde oliva
viene el pobre Juan Antonio
con la cabeza en un punto
y un gran mapa entre los ojos[34].

La ausencia de verbos en tiempo futuro es el signo de que tampoco tienen futuro esos hombres. Solo tienen el que se inventan soñando, conscientes de que « los sueños sueños son » :
No te apures, abuelito,
que haremos si nos parece
carreteras por los mares
con pedazos de papeles,
que el barco que está esperando
la grande noche de gente
es el barco que no pasa
por los caminos de siempre[35].

La única evasión posible es mental. Es la que permite la creación poética. El poeta se define a sí mismo como « bandido de nubes » :
Yo soy bandido de nubes
y robo los horizontes
para hacer muecas de fuego
y dolores de altavoces.

………………………
Si yo no fuera bandido
de nubes y de horizontes,
en un rincón de madera
hubiera perdido el nombre
aguardando y aguardando
el día que tú conoces[36].

De esa rebelión nace el poema, nace el libro, lo mismo que nacen los quince grabados en madera que hizo Manuel Valiente con herramientas de fortuna y madera recuperada en la playa y en el campo de concentración. Esos grabados, así como las letras floridas y las viñetas, de una sobriedad expresiva en consonancia con los romances, adornan las ediciones de Arena y viento [37].
Los poemas de Manuel García Sesma son de fácil acceso para el lector. Los de Celso Amieva, por la distancia que toma no pocas veces el poeta con la realidad que contemplan sus ojos, reclaman más concentración. La poesía de Manuel Valiente es de índole distinta. Ofrece un gran número de imágenes insólitas y muchas veces inconexas. Por ejemplo, cuando los refugiados ven, a través de las alambradas, acercarse al campo un vehículo, adivinan que en él vienen nuevos refugiados para ser internados :
Por la carretera llegan
los cuatro de ruedas grises,
de sol y playa vacíos,
llenos de gente que insiste ;
¡ Pero dónde van ustedes
los de los barcos posibles !
Cabezas rotas y locos
de desvaríos felices
¿ no ven que la carretera
aquí se queda y no sigue ?[38]

Del referente el poeta nos entrega trozos, destellos, reflejos. Entre ellos deja intervalos vacíos que nos toca rellenar. El texto no cobra sentido sin nuestra colaboración de lector. Valiente nos obliga a ser lector-autor, o sea, a reunir los elementos dispersos, los pedazos de imágenes y sensaciones a partir de los cuales reconstruimos la totalidad del poema. Nos transmite ambientes, esboza instantes, concentra en un solo verso horas, meses de espera, nos entrega gérmenes cuyo desarrollo está a cargo nuestro. El agotamiento, el desamparo, el lento pasar de los días, la angustia, la desesperanza, todos los sentimientos del poeta cuando vivió una escena como la que evocan los versos citados más arriba, se infiltran en nosotros. No leemos, sino que vivimos el poema.
Tras esa breve presentación de los tres libros que nos ocupan, vamos a tratar ahora de adentrarnos más en su contenido, insistiendo en la percepción de una misma realidad que tiene cada uno de los tres poetas, sea ésta de índole material o moral.
Poesía en la arena
No es de extrañar que el mismo campo de concentración, donde esos hombres pasaron meses y años de su vida, sea tema recurrente en su poesía. El campo, es decir, la arena, las alambradas, las barracas, el mar, el viento. Cuatro versos le bastan a Manuel Valiente para describir el paisaje que se le ofrece a la vista :
Arena, arena, arena,
alambres sobre la playa.
El mar como verde almendra
enseña su boca amarga[39].

A esa arena, símbolo de esterilidad, donde los pies se hunden desesperadamente, le dedica un poema entero. Se titula… « Arena ». Significativamente lo coloca al final del libro, en signo de su desesperanza :
Todo es arena.
Lo que entra en la cabeza
y lo que sale.
Todo es arena.
La luz es arena que alumbra.
El fuego es arena.
El dolor es arena que arranca.
Y la arena tiene manos,
y pies ;
y anda
y golpea.
Y todo lo que como es arena.
Y el día es arena[40].

En el universo deprimente del campo hasta llega a perder el poeta su sustancia humana y a convertirse, cuerpo y alma, en arena. Los versos del poema, cada vez más breves, más escuetos, terminan siendo una palabra que se repite sin fin… sin fin, como la misma arena :
Yo soy arena,
y tú, y él,
y el guardia.
Por eso no callo
ni hablo,
porque soy arena,
y mi alma no existe,
ni mi dolor,
ni el tuyo,
ni el de él.

Todo es arena,
arena,
arena,
arena[41].

Las alambradas son de dos tipos. Unas son de hierro agudo y rodean el campo. En ellas se hiere la espalda el pobre Antonio Portales, al intentar evadirse :
Mi amigo Antonio Portales
se enganchó en las alambradas ;
El pobre salvó su pelo
a costas de sus espaldas[42].

Las otras no, por menos visibles, son menos hirientes. Está hablando un refugiado llamado Antonio, tal vez Antonio Portales :
¿No ves que están las barracas
vacías de convivencia ?
¿No ves que se pasa el tiempo
sin que la gente se entienda ?
Cómo quieres que no salga
a dar el grito de alerta
y a decirle ¡ Compañeros !
¿ Pues qué alambradas son estas ?
…………………………………..
La que está fuera del todo
ni me asusta ni me aterra.
las alambradas que temo
entre nosotros se encuentran[43].

Los refugiados duermen en barracas de tablas, agrupadas en islotes, y tan monótonamente alineadas en la playa que al campo del Barcarès Celso Amieva lo llama « Nuestra Señora de la Simetría » y lo describe así :
Barcarès es el hombre « standard »
en la barraca « standard »
del islote « standard »
con ración « standard »
y disciplina « standard »[44].

El viento también, o mejor dicho los vientos, forman parte del entorno de los refugiados. Uno de ellos se llama la tramontana. Es un viento violento, procedente del noroeste, muy frío en invierno, que sopla a menudo en la llanura del Rosellón.
En los Pirineos, aúllan ferozmente las lobas en celo
de la tramontana desatada y brava[45],

escribe Manuel García Sesma, mientras Celso Amieva y Manuel Valiente le dedican cada uno al temible viento un poema entero. En el « Romance de la tramontana » de Celso Amieva se repite, tan insistente como el viento, el breve estribillo :
Por el campo de Argelès
la tramontana anda suelta[46].

El poeta personifica a la tramontana traduciendo con una larga serie de verbos sugestivos el insoportable ruido que hace al meterse entre las tablas mal ajustadas de las barracas :
Va de barraca en barraca
llamando a todas las puertas.
Corre, grita, silba, aúlla,
ruge y empuja y golpea
y arrebata y amontona,
vuelca, derriba, dispersa,
hiela, tunde, resquebraja,
azota, mata y entierra,
hace y deshace a través
de toda la noche negra.
………………………
Enloquecida y rabiosa,
tramontana prisionera
brama, solloza, rechina,
plañe, amenaza, blasfema,
injuria, demanda, gruñe,
maldice, conmina, impreca[47].

Cuando en altamar hay tempestad, sopla en la costa rosellonesa otro viento, venido del mar. Manuel Valiente, igual que Celso Amieva con la tramontana, lo personifica, imaginando, entre ese viento marino y un refugiado llamado Pedro, un encarnizado combate singular. El poema ofrece dos niveles de lectura. Por una parte, asistimos al enfrentamiento físico entre Pedro que sale de su barraca y el viento que le impide avanzar :
Pedro saliendo a la playa
y él que venía del mar,
se dieron de cara a cara
y él dijo : No pasarás.

En eso de que no paso
tenemos algo que hablar,
repuso Pedro, orgulloso,
al viento, viejo tenaz.

La media tarde sería.
Testigos : barraca y mar[48].

Por otra parte, podemos ver en esa lucha entre Pedro y el viento la del refugiado contra la adversidad. El poeta confiere a Pedro valor de símbolo de un grupo humano – los refugiados republicanos –, al que todos han abandonado, que lo ha perdido todo, y que, a pesar de ello, está decidido a hacer frente y a luchar. Podemos incluso elevar esa « Lucha contra el viento » a un plano aún más general y ver en ella la lucha del hombre contra el destino.
A menudo símbolo de libertad y aventura en la poesía, el mar solo ofrece a los refugiados « una visión repugnante de inmensas letrinas », en palabras de Manuel García Sesma[49]. Para Manuel Valiente el mar es un elemento del paisaje tan hostil como la arena y la alambrada. A esa infinita barrera líquida que se interpone entre los cautivos y la libertad la pinta como un animal agresivo y amenazador :
El mar que gruñe furioso
no quiere bromas con nadie
y llena de olas la playa
buscando lucha y combate[50].

Los campos de concentración estaban vigilados por la llamada guardia republicana móvil, un cuerpo de gendarmería que existió en Francia hasta 1955. Manuel García Sesma no alude a ella en sus poemas. Manuel Valiente la menciona una sola vez cuando el refugiado Pedro Jiménez pide a los guardias una irrisoria libertad :
Señores, monzius gendarmes,
tranquilidad de la Francia.
Me quieren dejar ustedes
sembrar el viento en la playa[51].

En cambio, la guardia móvil es protagonista del largo « Romance de la Guardia Móvil francesa » del que hemos hablado más arriba. En este romance, lo mismo que en « Corona de espinas », donde los llama « crustáceos faltos de sal »[52], destaca la inhumanidad y codicia de los hombres encargados de vigilar a los refugiados :
Roban si quieren robar
y ocultan en la guerrera
una triste antología
de relojes de pulsera[53].

En la memoria de Celso Amieva y en la de Manuel García Sesma resuenan las palabras, tantas veces oídas, cuando, rodeados de guardias móviles y de soldados senegaleses, los refugiados caminaban desde la frontera hasta la playa de Argelès :
Carretera adelante,
desde Cerbère hasta Argelès
como Ahasvero a Cristo
tú me ordenas andar, guardia francés,
sin piedad para mi desgracia,
para las llagas de mis pies[54].

A las duras condiciones de internamiento se añade el hambre. Tal es el título que da Manuel García Sesma a uno de sus poemas en el que describe con realismo los efectos que produce en su organismo :
Hiede mi boca ociosa como una alcantarilla,
como un motor maltrecho jadean mis pulmones,
mi piel amarillea como una hoja caída
y en mi pecho negrean todas las maldiciones.
Las piernas me flaquean, la vista se me nubla.
……………………………………………….
Tengo envidia del galgo que, al menos, roe un hueso.
Yo solo mascar puedo, en este campo inmundo,
los piojos que me arranco del pubis y del pecho[55].

Su indignación y rebelión se hacen aún más vehementes cuando contempla la inmensa multitud de refugiados acorralados en la playa de Saint-Cyprien :
Cien mil hombres bravos,
………………………….
hunden su osamenta de canes sarnosos,
comidos de hambre y de piojos,
en la húmeda arena costera
de este horrible ángulo del Mediterráneo[56].

Tanto como físico, el sufrimiento es moral. Manuel Valiente recurre a la imagen del puñal para expresar ese dolor que, por la noche, en el silencio del campo dormido, se hace aún más punzante:
¡ Me duele la blanca luna !
¡ Me duele la noche clara !
Me duele el pecho vacío
de luces inesperadas.
Los cuatro puñales llevo
con cuatro puños de gala
clavados ya para siempre
enmedio enmedio del alba[57].

El dolor de los refugiados es también ver que mientras las horas, los días, los meses van pasando, perdura su situación de exiliados :
Grano a grano, el reloj de arena
en la playa del Mediterráneo
rodeada de alambre espinoso
y azotada por viento inhumano,
a fuerza de marcar las horas,
años, más años fue marcando :
un año, dos años,
tres años, casi cuatro años[58].

Tiempo detenido, paisaje deprimente, esperanza nula : ese universo kafkiano lo compara Celso Amieva con un « casillero de arena / para aburrirse y desesperarse / geométricamente »[59]. Los refugiados padecen una enfermedad moral a la que pronto dan el nombre de ‘arenosis’, título elegido por Celso Amieva para uno de sus poemas. Consiste en una mezcla de depresión, desesperanza y nostalgia. La nostalgia no podía estar ausente en la poesía de aquellos tres poetas a quienes bastaba con dirigir la mirada hacia las montañas que se alzan a poca distancia de los campos de Argelès y de Saint Cyprien para divisar la frontera.
El 8 de julio de 1939, tras cinco meses pasados en el campo de Saint-Cyprien, Manuel García Sesma fue trasladado al campo de Gurs[60]. Se celebró allí, el 24 de noviembre del mismo año, una velada musical. La música de pasodobles que resonó aquella noche transportó al poeta fiterano a otro tiempo y a otra tierra :
Pasodoble castizo español,
en el campo fangoso de Gurs:
fuga alegre de mi corazón,
en potro de luz,
hacia el bello jardín de ilusión
de la vieja Iberia,
de mi amada tierra,
paraíso de oro, de grana y de azul[61].

Sin embargo, pasada la exaltación provocada por la alegre música de los pasodobles, la nostalgia se apodera de los corazones :
Nostalgia vibrante de España,
clavada lo mismo que un puñal de acero,
– daga del destierro –,
en lo más profundo de nuestras entrañas[62].

Diez de los treinta poemas del libro de Celso Amieva son poemas dictados por la nostalgia, el deseo de volver a ver a la mujer amada y de pisar otra vez la tierra asturiana[63]. En ninguno como en « Sombra » ese deseo se tiñe de tanta angustia y gravedad :
Lo mismo que una sombra
que ha perdido su cuerpo,
busca que te rebusca,
a los remansos del tiempo viejo
he de volver un día,
caminando en silencio.

Mas las gentes al verme
se apartarán con miedo.

Y mi sombra, despacio,
en busca de su cuerpo,
por los bosques de otrora
se fundirá en silencio
con las sombras inmóviles
de los árboles viejos[64].

Uno de los romances de Arena y viento se titula « Nostalgia ». En él el poeta habla en primera persona evocando paralelamente el recuerdo de la tarde de febrero en que pasó la frontera y el país perdido. El sol velado de aquella « triste tarde de febrero » se opone en su memoria al sol ardiente de su Andalucía :
Llevo hasta el alma clavada
en un recuerdo de sol
de ese sol de nuestra España
que con penas dije adiós.
…………………………
Hoy escucho y ni conozco
el acento de mi voz,
porque todo es ya en mi vida
el recuerdo de ese sol,
de ese sol que no hace un año
con angustias dije adiós[65].

Para Celso Amieva y Manuel Valiente el recuerdo de España trae consigo el de un personaje literario emblemático : Don Quijote de la Mancha. En el poema « Aquí está el español… » Celso Amieva asimila el republicano español, vencido pero siempre dispuesto a luchar, al glorioso personaje de Cervantes :
Si ya Argel vio a Cervantes cinco años cautivo,
hoy Don Quijote en Argelès lo está.
……………………………………
Don Quijote en la playa – la de su vencimiento –
aún por vencido no se da.
Aquí está, pues, el español. Aún.
Puro, químicamnte puro en su hispanidad[66].

Para Manuel Valiente Don Quijote no solo es un modelo y un ejemplo, sino también un padre, más aún el Padre de los españoles. « Padre Nuestro », primer poema del libro Arena y viento es una versión pagano-literaria del Padrenuestro. Se divide en seis cuartetas. La cuarta dice :
Padre D. Quijote,
excelso y cabal,
líbranos de vida
sin un ideal[67].

El recuerdo del intrépido caballero andante, desfacedor de entuertos, nutre el orgullo que sienten esos hombres, esos poetas, humillados por la derrota y el cautiverio : el orgullo de ser republicano español, de pertenecer a una comunidad que, pese a todo, no ha perdido su ideal de justicia y de libertad. En los tres poemarios se oye a la misma voz clamar en los arenales de Argelès, Saint-Cyprien y del Barcarès. Así es como Manuel García Sesma exalta a esa:
Raza de gentes que aceptan
ser, en el destierro, parias,
antes que esclavos sumisos,
en el seno de su patria :
gentes que han perdido todo,
menos su honra sin tacha[68].

Celso Amieva olvida un instante los sufrimientos de la vida cotidiana y en un arrebato patriótico de soberbia afirma :
Aquí está el español aún,
a solas con su verdad.
Lejos de España, mas no importa.
Está España donde él está.
Aquí está el español aún,
hiel en el pecho y en la boca sal,
acorralado en playas extranjeras[69].

En cuanto a Manuel Valiente, solo toca el tema una vez, pero con extraordinaria intensidad : al final del romance « La desgracia llegó », donde rinde homenaje a un refugiado que acaba de morir, le dirige al difunto este admirable responso, tan breve como profundo :
Hombre español, más que hombre[70].
                                                         *      *
Manuel García Sesma, Celso Amieva, Manuel Valiente : tres hombres, tres poetas, arrancados a su tierra, a sus familias, a sus amigos por una guerra cruenta, a quienes el destino reunió en las playas del exilio, antes de lanzarlos a los tres hacia otros horizontes. Cada uno con su estilo propio nos brinda en los poemas que acabamos de comentar brevemente una bella lección de hombría. Cada uno merece nuestra admiración por la fuerza moral que demostró, revelándose capaz de crear a pesar del hambre, del frío o del calor excesivos, de la suciedad, de la promiscuidad. En un momento en que todo lo tenían en contra, supieron, como Pedro en el romance de Valiente « Lucha contra el viento », sacar de tripas corazón y sublimar la dura experiencia cotidiana para crear a partir de ella la belleza del poema. Hubieran podido contentarse con hacer de sus libretas meros exutorios de su pena y rabia. Hicieron más. Su desesperanza, su dolor de cada hora, de cada día, los espiritualizaron, transformando en belleza artística la triste realidad que sus ojos contemplaban en una playa cercada de alambres de espino. Al escribir poesía en semejantes condiciones, realizaron la operación misteriosa de que habla Baudelaire : del barro hacer oro[71]. De la arena ellos hicieron oro, hicieron poesía.
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Bibliografía
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WINGEATE PIKE, David, ¡Vae Victis ! Los republicanos españoles refugiados en Francia          1939-1944, París, Ruedo Ibérico, 1969, 140 p.
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* Texto de la conferencia pronunciada en Fitero el 4 de julio de 2002, con motivo del I Congreso Fiterano (Fitero, un lugar en la historia. Primer Centenario Manuel García Sesma, 1902-2002).
[1] Cuando publicó Arena y viento en 1949, Manuel Pérez Valiente adoptó el seudónimo de Juan de Pena. Sin embargo, nos parece artificial no designarlo por su nombre, dado que utilizó dicho seudónimo únicamente en esa ocasión y que siempre firmó sus demás producciones artísticas (escultura y pintura) Valiente, acompañando muchas veces su segundo apellido con el diminutivo de Manolo. Así lo llamaban en Perpiñán sus amigos y admiradores. No ocurre lo mismo con José María Álvarez Posada, quien siempre firmó sus numerosos libros de prosa y poesía con el seudónimo de Celso Amieva.
[2] Manuel García Sesma y Celso Amieva.
[3] El censo de 1936 arroja las cifras siguientes : Perpiñán, 72.207 habitantes ; departamento del Pirineo Oriental (4.143 kms2), 233.300 habitantes. El número total de los refugiados equivale, pues, a seis veces la población del Perpiñán y dos veces la de todo el departamento (fuentes : Gran Geografia comarcal de Catalunyà, t. XIV, 1985, pp. 30-31 y Jean Sagnes (ed.), Le Pays catalan, t. II, Pau, Société nouvelle d’éditions régionales, 1985, p. 772).
[4] « Allí [en el cuartel de la calle de San Bernardo, en Madrid] conocí a Miguel Hernández. ¡ Qué persona Miguel ! Era el encargado del periódico Choque ; en él se publicaron algunos maravillosos poemas, escritos con aquella fuerza terrible de expresión que Miguel Hernández tenía. En la brigada éramos tres poetas : Miguel Hernández, Antonio Aparicio y modestamente yo », J. Carlos Villaverde Amieva, « Una conversación con Celso Amieva », en Homenaje a Celso Amieva, Llanes, 14 de agosto de 1985, p. 22.
[5] « Tres años, nueve meses, una semana y un día duró exactamente mi cautiverio. Ni dictada la condena por un juez meticuloso », Celso Amieva, Poeta en la arena, México, Ecuador 0° 0’ 0’’, 1964, p. 40.
[6] Véase Celso Amieva, Asturianos en el destierro (Francia), Gijón, Ayalga, 1977, pp. 169-181 (cap. 7, « El maquis »).
[7] Sucesivamente Perpiñán, Carcassone y Lézignan.
[8] « En octubre de 1940 cerraron el campo de Bram y nos trasladaron en tren a Elne y de allí a pie hasta el campo de Argelès. Llegamos pocos días después de las inundaciones en toda la región y en las barracas adonde nos llevaron teníamos el agua hasta la mitad de la rodilla, no podía uno ni sentarse ni dormir. Solo tenía una mantita ligera para protegerme de la humedad y del frío. Era una barraca en chapa, entraba la arena por todas partes, con la tramontana, las chapas volaban con el viento. Era peligroso hasta salir de la barraca. Aquel ambiente pudo conmigo ; caí en un estado como de medio muerto, deprimido, desesperado, en una depresión profunda que me dio por encerrarme en la barraca durante más de dos meses. Me curé, descargando mi pena verso a verso en mi poema “Ensueño de embarracamiento” [inédito] y salí a la calle para ver la luz y a mis amigos. Por la mañana temprano cogí un cubo y me fui a la bomba del agua, me desnudé completamente y me dije : o me muero o me salvo y me vacié el cubo lleno de agua helada sobre mi cuerpo y me resucité », Manuel Valiente, « Éxodos », Crisol, n° 7, noviembre de 1987, p. 53.
[9] En la Memoria resumida sobre la actividad literaria de Manuel García Sesma que nos comunicó amablemente Jesús Bozal Alfaro aparecen también 53 títulos de poemas escritos en francés durante los años de estancia del poeta en Francia.
[10] Los manuscritos de Manuel García Sesma se conservan en el Archivo Municipal de Fitero.
[11] « Hambre », p. 45. Todas las indicaciones de páginas remiten a las ediciones de las obras de Manuel García Sesma, Celso Amieva y Manuel Valiente descritas en la bibliografía, al final del presente trabajo.
[12] « Dolor », p. 54.
[13] « Sonrisa », « Elegía a la caída de Madrid », pp. 49-51.
[14] « Sevillanas », « Fiesta en el Canigó », « Amor de madre », pp. 56-59.
[15] « Hambre », p. 45.
[16] « Fiesta en el Canigó », p. 58.
[17] Autor de un gran número de obras en verso y en prosa, redactadas tanto en español como en francés, Manuel García Sesma sólo publicó un libro de poemas. Se trata de Poemario fiterano, Pamplona, Gráficas Iruña, 1969, 300 p., que consta de 60 composiciones en verso y un apéndice de 135 páginas en prosa.
[18] « Argelès », p. 22.
[19] « Romance de la Guardia Civil francesa », p. 8.
[20] « Corona de espinas », p. 6.
[21] « El gran fardo », p. 57.
[22] Epígrafe del poema : « Como Juan Blanco, español cautivo en Argel, traicionó y delató a Cervantes en el cautiverio, el español Corrons, internado en Argelès, traicionó a sus compatriotas. Representante oficial del Cónsul de Franco en Perpignan, vivía en el campo, dentro de una barraca de privilegio, haciendo propaganda para repatriar refugiados. En el campo recibía visitas del Cónsul, pero murió en la arena, antes de recobrar la libertad y gozar la recompensa de Judas », p. 39.
[23] En este romance Celso Amieva retoma versos y fórmulas del romance lorquiano para contar el saqueo de las barracas llevado a cabo por la Guardia Móvil, bajo la dirección del mismo Prefecto, con el fin de encontrar el oro que supuestamente esconden los refugiados en el campo. El poema no tarda en cobrar un cariz fantástico, pues detrás del Prefecto viene… la Prefecta, « Santa Genoveva / y van los tres Reyes magos, / la cruz de fuego en la cuerna : / Herriot, Daladier y Blum / – carroña, estiércol y mierda –», p. 11.
[24] Son catorce los poemas libres.
[25] Por orden de aparición en el poemario : Antonio Machado, Federico García Lorca, Chamberlain, Eden, Durruti, Manuel Álvarez, Javier Bueno, Don Juan [de Borbón], Cervantes, Manuela Vargas, Hitler.
[26] Armisticio de junio 1940 (« El día del armisticio », p. 30), bombardeos de Londres (« Londres 1940 », p. 33), ocupación de la Francia Libre por los alemanes en noviembre de 1942 (« Noviembre 1942 »).
[27] Pedro Jiménez, Antonio Portales (« Romance noctámbulo », pp. 25-26). Todas las citas de Arena y viento remiten a la tercera edición (Perpiñán, 1986).
[28] Manolo, Manolillo (« Ella y yo », pp. 51-52), Juan (« Ya llegan », p. 54), Juan Antonio (« Juan Antonio », p. 76).
[29] « Abuelito », p. 20 ;
[30] « La desgracia llegó », p. 58.
[31] « Juan Antonio », p. 80.
[32] « Romance noctámbulo », p. 20.
[33] « Nostalgia », p. 32.
[34] « Juan Antonio », p. 54.
[35] « Abuelito », p. 18.
[36] « ¿Qué soy ? », pp. 14-16.
[37] « Las maderas grabadas, ilustraciones de iniciales y adornos de finales de artículos (sic) lo fueron con los medios de aquel entonces en el campo por el mismo autor » (Colofón de la primera y la segunda edición). En la tercera edición (Perpiñán, 1986) se conservan los quince grabados y desaparecen las letras floridas y las viñetas.
[38] « Ya llegan », p. 38.
[39] « Romance noctámbulo », p. 20. En el mismo poema : « Arena, arena, arena, / alambradas y barracas », p. 22.
[40] « Arena », p. 60.
[41] Id., p. 62.
[42] « Romance noctámbulo », p. 20.
[43] « ¿ Qué alambradas son estas ? », p. 28 y p. 30. En la pregunta que da título al poema posiblemente un recuerdo de un verso del famoso romance de Abenámar : « ¿ Qué castillos son aquellos ? ». En la p. 30 de la tercera edición (Perpiñán, 1986) faltan los versos 28-30 : « ¿ Pues qué alambradas son estas ? / No poner lindes de espinos / entre la gente que alienta. »
[44] « De Argelès al Barcarès », p. 20. El poema lleva la fecha de « Mayo 1939 ».
[45] Manuel García Sesma, « Nocturno de Saint-Cyprien », p. 47.
[46] « Romance de la tramontana », p. 24.
[47] Id., pp. 24 y 26.
[48] « Lucha contra el viento », p. 46.
[49] « Nocturno de Saint-Cyprien », p. 47.
[50] « La desgracia llegó », p. 44.
[51] « Romance noctámbulo », p. 20.
[52] « Corona de espinas », p. 7.
[53] « Romance de la Guardia Móvil francesa », p. 10.
[54] « Allez, allez ! », p. 23. También la última estrofa del poema « Sevillana », que Manuel García Sesma dedica al trompetista Antonio F. Pompa : « ¿ Que el hambre le asesta terribles cornadas ? / ¿ Que el negro lo acosa con su “Allez, allez” ? / El trompeta alegre, como un cascabel, / burlón, le contesta con su sevillana : / ¡ Viva Sevilla, y ¡ olé - ¡ Viva Triana ! », p. 57.
[55] « Hambre », pp. 45 y 46.
[56] « Nocturno de Saint-Cyprien », p. 47.
[57] « Cuatro puñales », p. 50.
[58] « Noviembre 1942 », p. 48. La imagen del reloj de arena se repite en el poema « Arenosis » : « El desesperante reloj de arena del exilio », p. 15.
[59] « De Argelès al Barcarès », p. 20.
[60] « [El campo de Gurs], llamado el « Campo de los vascos » estaba bastante bien organizado, sobre todo la parte Norte, reservada a los Brigadistas Internacionales, en la que hicieron paseos y jardines, levantaron estatuas y abrieron cantinas. […] En Gurs también había un Barracón de Cultura, un Hospital general, una Banda de música, coros, etc. y seguimos publicando el B.I.P.E. [Boletín de Información de los Profesionales de la Enseñanza]. Su mayor inconveniente era la abundancia de una mala compañía: las ratas », Manuel García Sesma, « Autobiografía », p. 4. Véase una reproducción facsímil del n° 1 del B.I.P.E en Jean-Claude Villegas (ed.), Plages d’exil. Les camps de réfugiés espagnols en France – 1939, pp. 66-90. Sobre la vida cultural en los campos de refugiados, véase en este mismo libro los artículos de Serge Salaún, « Éducation et culture dans les camps de réfugiés », pp. 117-124, y Jean-Claude Villegas, « La culture des sables : presse et édition dans les camps de réfugiés », pp. 133-140.
[61] « Pasodoble de Gurs », p. 52.
[62] Ibid.
[63] « ¿ Existe todavía ? », « Abrid mi carne con el hierro », « Era la misma… », « Balada de la Peña Benzúa », « Voces », « El macuto », « Besos a un retrato », « Retorno », « La sombra », « El gran fardo ».
[64] « La sombra », p. 56.
[65] « Nostalgia », pp. 32 y 34.
[66] « Aquí está el español… », p. 29. En otro poema, titulado « El macuto », el poeta imagina un diálogo entre un republicano español y alguien que lo ve pasar con su macuto al hombro : « – Español y refugiado / a cuestas con tu macuto : / en ti del gran Don Quijote / la firme raza saludo. / – Don Quijote va conmigo. / Armado y, por hoy, oculto », p. 51.
[67] « Padre Nuestro », p. 12.
[68] « Fiesta en el Canigó », pp. 58-59. El poema « Pasodoble de Gurs », al que nos hemos referido ya, termina con estos versos llenos de soberbia y énfasis : « Pasodoble castizo español, / en el campo fangoso de Gurs : / Carcajada de bravos de humor, / que se ríen de su esclavitud, / porque saben que ningún tirano, / ni propio ni extraño, / jamás consiguió convertir en un manso borrego, / al fiero, indomable y soberbio / León español… », p. 53.
[69] « Aquí está el español… », p. 29.
[70] « La desgracia llegó », p. 44.
[71] « Tu m’as donné ta boue et j’en ai fait de l’or », (‘Me diste tu oro y lo convertí en oro’), [Projet d’un épilogue pour l’édition de 1861 de Les Fleurs du mal], Œuvres complètes, t. II, édition présentée et annotée par Claude Pichois, Paris, Gallimard, Bibliothèque de La Pléiade, 1975, p. 192.

FERNANDO VILLALÓN,
por JACQUES ISSOREL
(Sevilla, Espuela de Plata, 2011, 208 p.)

Jesús Bozal Alfaro

“Fernando Villalón, la pica y la pluma”, conforman el retrato de un escritor excepcional. Muchos han sido los estudiosos que se han acercado a su vida y a su obra para destacar su contrastada categoría humana y literaria. Sin embargo, el “manotazo de silencio” recibido tras su muerte (1930), como escribe Manuel Halcón, hace necesaria una reivindicación permanente. En ese incansable empeño, el profesor Jacques Issorel ha publicado este libro.
Antológico, en cada una de sus partes, el profesor Issorel, autor del libro, trata de dar al lector referencias exactas de un personaje apasionado por la vida y la escritura: una biografía de ganadero tal y como Villalón hubiera esperado, y un estudio de su obra con mirada de experto y generosidad de lector militante y comprometido.
El título, Fernando Villalón, la pica y la pluma, parece una evocación: un nombre propio y dos objetos/símbolos, que nos enseñan, como primeros detalles, las dos realidades de la vida del personaje: el oficio de ganadero y el oficio de escritor. Dos etapas diferentes, marcadas cada una de ellas por uno de estos símbolos; o, si se prefiere, dos metáforas paralelas que conviven en comunión perfecta y resumen una vida entera.
La portada contiene, además, el índice completo del libro: perfil comentado a modo de biografía; retrato breve de su paso por el mundo de la ganadería; estudio serio, riguroso, exacto, virtuoso de alguna manera, de sus tres libros publicados y papeles póstumos; antología mimada, rica en color y melodía; y, en fin, extensa bibliografía con todos los registros disponibles. ¿Por qué –cabría preguntarse- una bibliografía tan completa? Para que el lector sepa, nos atrevemos a responder nosotros, que la obra de Fernando Villalón brilla, sin remedio, como diría Max Aub, de la inteligencia, gracias a todos aquellos que han estudiado y valorado todos sus matices.
Desde el principio, el autor insiste: “Vigencia y actualidad de su obra”, “signo esperanzador”, “interés”, en España y en otros países,… Jacques Issorel parece querer encaminarnos constantemente hacia el mismo futuro esperanzador: “Pero ya hablarán por ti cumplidamente las trompetas cuellilargas de la Fama.” (Manuel Halcón).
La vida de adulto de Fernando Villalón, contada por el profesor Issorel, transcurre entre compras y ventas de cortijos, casas, toros, y luego nos habla de la escritura, la publicación de parte de su obra, el conocimiento de personajes de su generación, la angustia “por la imposibilidad material de dedicarme de lleno, integralmente a la literatura” (carta a Mauricio Bacarisse). Vida dual, complementaria, entre la pluma y la pica, entre la ruina y el éxito. Todo hecho con pasión, con generosidad. Y, al final, inexorablemente, “la Fama”: “Porque solo la creación apasionada –escribiría Juan de Mairena- triunfa del olvido.”
Del Villalón ganadero, el profesor Issorel destaca la pasión con la que vive la lucha del torero y el toro; el hombre y la naturaleza; la sabiduría de ambos y la lucha desigual a favor del primero. José María de Cossío (1944) entendió perfectamente el pensamiento del escritor: “Para Villalón el toro era animal casi sagrado, y en la lucha de la plaza debía ser vencido, no humillado.” Y fue precisamente su pretensión de equilibrio toro/torero lo que le llevó a la ruina, pues las figuras del momento, Juan Belmonte, Joselito, prefirieron otros toros. Su fracaso en los negocios le llevaría a volcarse en la literatura. Una obra, de extraordinaria calidad, que se conserva tan vigente como el primer día. Y éste es precisamente el objetivo del profesor Issorel proponiéndonos con humildad y orgullo este libro. Bastaría con deleitarse con su estudio riguroso y emocionado, milimétricamente definido, en homenaje al escritor español. Pero su pretensión va más allá: mostrar la brillantez de su conjunto, para que se haga justicia con cada uno de sus textos, y que las nuevas generaciones de estudiosos y lectores recojan el testigo y sigan profundizando en su conocimiento. No se puede decir más, insinuar más, proclamar más, explicar mejor una obra literaria: “Todo suena a auténtico” (Andalucía la Baja); “una nueva manera de escribir Andalucía” (La Toriada); “búsqueda de la memoria del pueblo andaluz” (Romances del 800);… Por esa razón, hasta la selección de textos responde a una devoción intelectual contrastada. Desde los primeros versos de “El pozo de la cañada” -en “Andalucía la Baja”-, hasta su impresionante “Kaos”, cada verso, cada estrofa, cada poema, elegidos antológicamente, son un ejemplo continuado de preciosidad, exactitud, encanto, brío, esfuerzo consumado, acierto y poesía de las grandes, digna de la generación del 27, en la que Villalón tiene su asiento, de la Andalucía eterna, alejada del costumbrismo, reflejo del pueblo que la habitó siempre, “sabio y digno”, tal el pueblo soriano para Machado. ¡Un paseo lírico por Andalucía, por el mundo entero, con música de Sevillanas!

En fin, haber querido recoger en un libro completo todas las entradas, registros, que nombran, uno por uno, a todo Fernando Villalón, no es sino otro reconocimiento más a la trascendencia de esta obra. Villalón no es un escritor, un poeta, un personaje del pasado, sino, como Machado, el cantor que nos descubre, al leer sus versos, lo maravilloso del espacio y del tiempo “contemplados” durante toda una vida. Y eso solo lo consiguen siempre –de ahí la insistencia del profesor Issorel- los elegidos. Entre ellos, Fernando Villalón. 

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