INVESTIGACIONES
HISTÓRICAS SOBRE FITERO
VOLUMEN I
Manuel García Sesma
Tudela, 1986
A la memoria de mis padres,
Elías García Gómara (1874-1925)
y Juliana Sesma Aguirrebeitia (1875-1970)
y de mi hermano Florencio (1904-1974)
Este
libro no es un manual de Historia de Fitero, más o menos superficial, siguiendo
el método cronológico y jerarquizante tradicional, sino una serie de estudios
históricos sobre temas concretos e importantes, relativos a la vida de los
fiteranos, a través de los siglos. Se trata de saber cómo vivieron nuestros
antepasados, qué trabajos realizaron, qué obstáculos tuvieron que vencer y cómo
el poblado incipiente de la segunda mitad del siglo XV se ha convertido en la
Villa moderna y progresista del siglo XX.
A
pesar de la longitud de algunos capítulos, no nos lisonjeamos de haber hecho un
estudio exhaustivo de ninguno, pues todos son susceptibles de ampliaciones
ulteriores. Pero nosotros, a nuestros 84 años, no podíamos desarrollarlos más,
so pena de alargar desmesuradamente estas investigaciones. Dejamos su
continuación a otros más jóvenes.
A
pesar de todo, ocupan una extensión considerable, y por lo mismo, y además, en
vista de la carestía editorial, nos hemos visto obligados a publicarlas en dos
volúmenes, incluyendo en el primero 13 temas. El resto lo insertaremos en otro
tomo.
Una
vez más, testimoniamos nuestro agradecimiento a cuantos vecinos nos han
proporcionado informaciones que venían al caso, a todos nuestros suscriptores y
al M. I. Ayuntamiento de Fitero, presidido por el Alcalde, Don Carmelo Aliaga
Hernández.
El Autor
INDICE
PROLOGO
CAPITULO I
LOS BALNEARIOS TERMALES.
Edad
Antigua: época romana.
Edad
Media: Arabes y Cistercienses.
Edad
Moderna: siglos XVI y XVII.
La
curación de Ana Sanz.
Sistema
de arriendos.
La
renovación del siglo XVIII.
Primeros
análisis.
Arrendatarios
y bañeros.
EI
siglo XIX.
Ultimo
período monástico.
Los
Baños Viejos en 1846.
Fama
internacional de los Baños de Fitero.
Erección
de los Baños Nuevos.
Su
edificio primitivo.
Primitivos
servicios y tarifas de los Baños Nuevos.
Análisis
de sus aguas.
Constitución
de los BAÑOS DE FITERO, S.A..
Modernización
de los Baños Nuevos en 1910‑1911.
Tarifas
de los Baños Nuevos en aquella época.
Su
servidumbre.
Nuevas
reformas y tarifas de los Baños Viejos.
Nuevas
obras de remodelación de los Baños Nuevos.
Bañistas
célebres.
Propiedades
terapéuticas y aplicaciones de las aguas de los Balnearios.
Empleados
de los Balnearios.
NOTAS
CAPITULO II
INVESTIGACIONES DEMOGRAFICAS
La
población: sus orígenes y evolución desde el siglo XV.
Población
de hecho y de derecho.
Población
relativa.
Natalidad,
nupcialidad y mortalidad, desde el siglo XVII.
Caserío
y calles en los siglos XVI y XVII.
En los
siglos XVIII y XIX.
En el
siglo XX.
Inauguración
de 12 calles nuevas.
La
nueva Casa Consistorial y el embellecimiento del Paseo de San Raimundo .
Restauración
de las cubiertas de la iglesia.
NOTAS.
CAPITULO III
LA TENENCIA DE LA TIERRA
Antecedentes
medievales.
La
tenencia de la tierra desde 1482 a 1584.
La
Escritura censal del regadío de 1584.
La
Escritura de Transacción de 1628.
Las
Tablas de Ezpeleta.
Las
desamortizaciones del siglo XIX.
La
desamortización bonapartista y la ocupación francesa de Fitero.
La
desamortización constitucionalista.
La
desamortización progresista.
Los
censos monacales.
Redención
de los Censos menudos.
Los
Censos de Barbería.
Reparto
de la Dehesa de Ormiñén.
NOTAS.
CAPITULO IV
CULTIVADORES Y CULTIVOS DE ANTAÑO Y HOGAÑO
Cultivadores
primitivos.
Terrenos
cultivados primitivamente.
Utillaje
agrícola.
Fertilizantes.
Cultivos
seculares.
La vid.
Prohibición
de plantar más viñas.
Plantación
obligatoria de viñas.
Dos
plagas americanas: el mildeu y la filoxera.
Precios,
impuestos y bodegas.
El
olivo.
Los
cereales.
El
Vínculo de Trigo.
Eras,
molinos y hornos de pan cocer.
Hortalizas.
Tres
cultivos revolucionarios: la patata, la remolacha azucarera y el espárrago.
Fruticultura.
Alameda
y bosque.
Cultivos
desaparecidos.
Estadística
agrícola fiterana de I967.
Precios
al consumidor en I973.
NOTAS.
CAPITULO V
LOS CEMENTERIOS
Los
cementerios antiguos: de la Morería, de Tudején, de Peñahitero y de la Iglesia.
.
Tarifas
de entierros y sepulturas en los siglos XVII y XVIII.
EI
Camposanto actual.
NOTAS.
CAPITULO VI
AREAS, APEROS Y AMOJONAMIENTOS DEL TERRITORIO.
Areas
antiguas.
Apeo de
Alfonso X.
Apeo de
Feloaga.
Extensión
máxima en la época abacial.
Extensión
actual.
NOTAS.
CAPITULO VII
INVESTIGACIONES HIDROGRAFICAS
Los
riegos de Fitero en la Edad Media: presas y acequias.
Repartimientos
de las aguas del río Alhama entre los pueblos de su cuenca .
Las
aguas de riego en las donaciones y confirmaciones reales hechas al Monasterio.
Convenios
del Monasterio sobre las aguas de riego.
Los
riegos de Fitero en la Edad Moderna.
EI
regadío de Valdelafuente.
La
Acequia y regadío de Cascajos.
EI
fracasado convenio de 1603 sobre Abatores.
Convenios
con Cervera sobre la presa de Cascajos: de 1652, 1688.1731,1796, 1805 y 1850.
Reparaciones
y reconstrucciones de la misma.
Ampliación
del regadío de Cascajos.
La
Acequia y regadío de Abatores.
La
Fuente de Hospinete: sus pilones y regadíos.
Convenios
con Cintruénigo sobre presas y aguas: de 1574, 1783, 1818, 1848 y 1868.
Tentativas
de desviación de las aguas del Baño Viejo.
Las
heleras.
La
Nevera de los Frailes.
EI Pozo
del Sueño.
Riadas
y barrancadas.
Los
Pozos públicos.
La
Fuente del Obispo.
Los
Terreros.
La traída
de agua del Moncayo y la instalación de agua potable a domicilio.
La
Planta distribuidora de la Nava.
EI
Pantano y la Planta purificadora del Olmillo.
Reformas
del mismo.
La
cementación de las acequias de riego.
El
Sindicato de Riegos: sus antecedentes.
Los
regadores primitivos.
Las
juntas de los términos.
La
Comunidad de Regantes .
Estado
actual del Sindicato.
NOTAS.
CAPITULO VIII
ORIGENES Y
EVOLUCION DEL MUNICIPIO.
Epoca
abacial: Orígenes del Municipio.
Las
Ordenanzas municipales de I524.
La Insaculación.
EI
período "liberal" de 1630‑1670.
Actividades
administrativas civiles.
Los
impuestos municipales de I801.
La
jurisdicción criminal.
NOTAS.
Epoca
civil: la transición.
La
liquidación de los bienes del Monasterio.
La
Administración municipal desde 1836 a 1900.
La
estructuración del Ayuntamiento Constitucional.
EI
establecimiento del nuevo juzgado.
EI
Registro civil.
Los
Censos electorales.
Los
Catastros.
Situación
económica del Municipio.
La
Milicia Nacional y los Voluntarios de la Libertad.
La
Guardia Civil.
La
Ordenanzas Municipales de I894.
NOTAS.
CAPITULO IX
ESCUELAS Y MAESTROS
Epoca
abacial: Escuelas y maestros de los siglos XVI y XVII .
Del
siglo XVIII.
Las
Maestras de niñas.
Epoca
Civil: Las Escuelas Municipales del siglo XIX.
La
Escuelas de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana.
Siglo XX.
La
Agrupación Escolar Mixta.
Academias
de Bachillerato Elemental.
La
renovación escolar de la Enseñanza General Básica (E.G.B.).
Personal
docente del siglo XX.
La
Biblioteca Pública.
NOTAS.
CAPITULO X
INVESTICACIONES INDUSTRIALES.
Siglos
XVI y XVII: Industrias de la alimentación y de la construcción.
Siglo
XVIII: Manufacturas de hilados y tejidos.
Siglo
XIX y 1ª mitad del XX: fábricas de jabón, harina, chocolates, yesos, alcoholes,
etc.
Tres
cooperativas importantes: la Sociedad de Cosecheros de Vinos de Fitero, la
Bodega Cooperativa San Raimundo Abad y el Trujal‑Cooperativa Nuestra Señora de
la Barda
La
década industrial de los años 60: EL JUNCAL, I.N.I.T.E.S A., ALABASTROS HERNA y
ALABASTROS MADRID, FITEX, S.A.L.
CAPITULO XI
EL ARTESANADO
Los
artesanos de los siglos XVI, XVII y XVIII: sus gremios.
Las
Cofradías gremiales.
Los
artesanos industriales del siglo XX.
Maestros
artesanos sobresalientes de los siglos pretéritos.
NOTAS.
CAPITULO XII
LA GANADERIA
Los
ganados del Monasterio.
Los carneramientos.
La Escritura de 1692.
Ganaderos fiteranos de los siglos XVI y XVII.
Bienes ganaderiles del Monasterio en 1835.
La ganadería del pueblo desde el siglo XVIII.
El Guache.
La Dula.
Los arriendos de las yerbas.
NOTAS.
CAPITULO
XIII.
INVESTIGACIONES
COMERCIALES
EI comercio
en el Abadengo.
Monopolios
y arriendos.
El comercio
abacial.
Compra‑venta
de fincas rústicas y urbanas: sus gravámenes.
EI comercio
civil en la época abacial.
Compra-venta de fincas rústicas y urbanas: sus
gravámenes.
Precios de la época abacial.
Salarios de la época abacial .
CAPÍTULO I
LOS BALNEARIOS TERMALES
EDAD ANTIGUA: ÉPOCA ROMANA
Las
aguas termales de Fitero fueron ya seguramente conocidas y utilizadas de alguna
manera, aunque no fuese precisamente terapéutica, por los primitivos habitantes
celtibéricos de la Peña del Saco, hace unos dos mil quinientos años. ¿Cómo no
las iban a conocer, estando tan cerca, aunque solo fuese por el calor que
irradiaba su suelo y el vapor que producían sus emanaciones? Así, pues, su
descubrimiento y uso se remontan, cuando menos, al siglo V antes de Jesucristo.
Pero
no queda ninguna constancia documental ni monumental, que lo acrediten. En
cambio, está comprobado que fueron utilizadas por los romanos, cuando en el
siglo II antes de J. C., se apoderaron de este territorio. Ellos fueron
seguramente los que construyeron los baños primitivos, los cuales así como los
de Tiermas y Arnedillo, fueron conocidos con el nombre de Thermae Vasconiae, por hallarse en el país de los Vascones. Nos
referimos, claro está, a las aguas de los Baños Viejos o Primitivos, pues las
de los Nuevos fueron ya alumbradas, hacia el decenio de los años 40 del siglo
XIX. En 1861, el ilustrado Médico-Director de los Baños Primitivos, Dr. Tomás
Lletget y Caylá, descubrió, mediante unas considerables excavaciones realizadas
al Oeste del establecimiento y al pie del cerro que se halla a su derecha, los
restos de un edificio singular de la época romana, cuyo plano fue levantado por
el director de la Escuela de Bellas Artes de Zaragoza, D. Eustasio Medina. Era
un cuadrilongo de 21,10 m. de largo por 11,90 m. de ancho, que encerraba tres
semicírculos: uno grande, en el centro, y dos pequeños, a los lados, enlazados
por una pared de 0,50 m. de espesor; y un vestíbulo, sostenido por 4 columnas,
cuyos asientos se pudieron señalar, y de las cuales se conservaban, algo
deteriorados, un capitel y un pedestal. El capitel fue recogido y llevado al
Museo Arqueológico de Pamplona por D. Juan B. Altadill. De entre los escombros
que se extrajeron al practicar las excavaciones, salieron muchos trozos de
ánforas, barros saguntinos, vasos lacrimatorios, un stilo y 5 medallas de la época
romana.
La primera que se encontró, salió de una urna
cineraria y ostentaba en el anverso la cabeza desnuda de Augusto, dentro de una
láurea y la inscripción abreviada C. V. I. CELS. AVGVST. (es decir, COLONIA
VICTRIX JULIA CELSA – AUGUSTVS) y en el reverso, un buey que tenía encima la
inscripción L. CORN. TAERRN.; en el pecho, II, VIR; y debajo, M. JVN. HISPAN
(esto es, LUCIUS CORNELIUS TERRENUS; DUUMVIR MARCUS JUNIUS HISPANUS). Se trata
de una medalla rarísima.
La 2ª medalla era, por el contrario, muy vulgar y
ostentaba en el anverso, a la izquierda, la cabeza laureada de Tiberio, con la
inscripción TI. CAESAR, DIV. AVG. F. AVGVSTVS (esto es, TIBERIUS CAESAR, DIVI
AVGVUSTI FILIVS AVGUSTVS); y en el reverso, un buey con las inscripciones
MVNICIP. Y CASCANTVM encima y debajo respectivamente (es decir, MUNICIPIUM
CASCANTUM).
La 3ª medalla también era del Municipio de Cascante
y más notable y rara que la anterior, a causa, sobre todo, de su contramarca o
sobresello, que ha sido diversamente interpretada.
La 4ª medalla era del Municipio de Tarazona
(TVRIASO); mostraba en el anverso, la cabeza laureada de Augusto y, en el
reverso, una corona de encina, con sendos contornos inscritos en ambas caras.
Finalmente la 5ª medalla estaba tan borrosa y
deteriorada que no fue posible identificarla, aunque, por su aspecto, debía ser
celtíbera[i].
Del hallazgo de estas medallas se deduce que las
Termas primitivas de Fitero fueron usadas por los romanos, al menos, desde la
época del emperador Augusto; o sea, de 20 a 25 años antes de la era cristiana.
Posteriormente descubrimientos de pozos de aquel tiempo, al ensanchar el
edificio del Balneario Viejo, han dejado fuera de toda duda que se trataba de
unas Termas romanas.
Las primeras obras que debieron realizarse, fueron
la construcción de “la galería o mina que conduce las aguas minero-medicinales
a la falda del Oeste del monte denominado Peña del Baño, desviándolas del curso
que antes debieron seguir. Esta galería, abierta a través de una durísima masa
silicuosa, tiene 65,44 metros de longitud, 1.76 metros de altura y 0.78 metros
de anchura, y conserva en todas sus paredes, las huellas de los instrumentos
que se emplearon para abrirla. En su fondo, hay una especie de rotonda bastante
capaz, cuyas paredes y suelo están formados por conglomerado cuarzosos, pero
menos compacto y aún disgregado en algunos puntos, lo cual facilita la salida
de las aguas que brotan allí con ruido, parte de abajo arriba, a la manera de
un pozo artesiano, y parte de las paredes[ii]”.
EDAD MEDIA: ÁRABES Y CISTERCIENSES
Después de los romanos, utilizaron las aguas
termales de Fitero los árabes, que también eran muy aficionados a los baños. No
cabe duda alguna, pues en 1870, se conservaban todavía “tres baños de
construcción caprichosa y bella, aunque tosca”[iii]
hechos por ellos. Pero ya no se conservan, porque, según el Dr. Mozota Vicente,
“fueron envueltos, al construir las actuales estufas locales”[iv],
en el primer cuarto del siglo actual.
Reconquistada la Ribera de Navarra por AlfonsO I el
Batallador, al final del 2º decenio del siglo XII, el castillo y los Baños de
Tudején –así llamados entonces por estar situados dentro del territorio de esta
villa-pasaron a poder de los cristianos; y al morir este Monarca en 1134, los
legó a la iglesia de Santiago de Galicia. Pero su testamento no fue respetado
por nadie y aprovechándose de la debilidad de Ramiro II el Monje, que había
sucedido al Batallador en Navarra y Aragón, Alfonso VII de Castilla se apoderó
de Tudején. Los dos documentos más antiguos en que se nombran los Baños de
Tudején, fueron expedidos precisamente por este Monarca.
El 1º data del 15 de octubre de 1146, fecha en que
Alfonso VII el Emperador y su mujer Doña Berenguela donaron a la iglesia de
Santa María de Niencebas y a su abad, Raimundo y sucesores, “totam illam meam Sernan de Ceruera et mee
que est supra illa balnea de Tudeioin”; es decir, toda aquella serna más de
Cervera que está más allá de los Baños de Tudején[v].
El 2º documento es una confirmación de la donación
anterior, hecha por el mismo Emperador, el 2 de junio de 1153 “de tota illa
serna quam habeo super balneos de Tudejún”; o sea, de toda aquella serna que
tengo más allá de los Baños de Tudejen[vi].
Nótese bien que dice “balneos”, baños, y no simplemente “agua”, lo que indica que ya
entonces existía un edificio termal, heredado de los moros, con varios pozos
para los bañistas.
Lo confirma otro documento de 1155, relativo a la
venta de una pieza de tierra, hecha por Pedro Sanz y su mujer María al abad de
Castellón, Raimundo, en el que se consigna que dicho pedazo “haber termino ex oriente aqua de Baineo”;
es decir, confina por el oriente, con el agua del Baño[vii].
El caso, pues, no ofrece dudas.
Los Baños de Tudején fueron donados a perpetuidad a
la iglesia de Santa María de Castellón (o de Fitero) y a su abad, Raimundo y
sucesores, por el Rey, Sancho III de Castilla, con el consentimiento de su
padre, el Emperador, por carta firmada en Toledo, el 15 de abril de 1157. En
ella no se nombra expresamente a los Baños, como en los documentos del “castro quod uocitant Tudegun…, cum suis
terminis et pertinentiis, scilicet, terris, montibus et uallibus, pratis,
pascuis, ingressibus et regressibus, aquis, riuis et fontnus, arboreis et
uineis, etc.”; es decir, el castillo que llaman de Tudején…, con sus términos
y pertenencias; a saber, tierras, montes y valles, entradas y salidas, aguas,
ríos y fuentes, árboles y viñas, etc[viii].
Esta donación fue confirmada al abad Guillermo,
sucesor de San Raimundo, por Alfonos VIII de Castilla, en carta del 10 de
agosto de 1168.
En el Apeo de los términos de Tudején y Niencebas,
que mandó hacer Alfonso X de Castilla, el 6 de enero de 1254, no se nombra
tampoco expresamente a los Baños, sino a l´agoa
calient, que bajaba de los mismos al río Alhama[ix].
Excusado es decir que los Baños termales de Tudején
fueron visitados por cuantos reyes medievales vinieron al Castillo o al
Monasterio, en aquellos tiempos; a saber, Alfonso I el Batallador de Aragón y
Navarra; Alfonso VII, Sancho III, Alfonso VIII y otros Reyes de Castilla; el
Conde Ramón Berenguer IV de Barcelona; y por García Ramírez, Sancho VI, Sancho
VII y otros Reyes de Navarra.
¿Qué fue de los Baños de Fiterro, en los siglos XII,
XIV y XV? Poco sabemos en concreto, salvo que los llamaba “aguas caldas de
Tudején” y que, desde luego, continuaron siendo utilizados por los reumáticos y
otros enfermos. Ya a principios de la Edad Moderna, fueron conocidos con el
nombre de Pozos de San Valentín,
antiguo patrono de la iglesia parroquial de Tudején, después de la Reconquista,
cuyo antropónimo suplantó al topónimo de Tudején, al desaparecer la villa y el
castillo de este nombre.
EDAD MODERNA SIGLOS XVI Y
XVII
Los
comienzos del siglo XVI no pudieron ser más desastrosos para los Baños, pues,
en 1507, unas cuadrillas de Alfaro, cuyos vecinos andaban a menudo a la greña
con los fiteranos, "quemaron y derrocaron hasta los cimientos las casas
de los Baños de Fitero, con parte de la iglesia dellos[x]".
Por supuesto, fueron reedificadas posteriormente, durante la misma centuria, y
unas curaciones sensacionales ocurridas en ellos en 1598 les dieron una
notoriedad extraordinaria. El suceso consta en tres escrituras notariales del
Archivo de Protocolos de Tudela (A.P.T.), que figuran en el Protocolo de aquel
año, del escribano del Monasterio y de la Villa de Fitero, D. Miguel de Urquizu
y Uterga, con el título de Autos
de los milagros de San Pedro del Baño.
De su
contexto se deducen, por de pronto, seis noticias importantes: 1) que, a la
sazón, la casa de los Baños era bastante modesta, así como su clientela,
reducida a ocho bañistas; 2) que tenía una pequeña iglesia adyacente, dedicada
a San Pedro Apóstol; 3) que la toma de los baños se hacía ya por novenas:
costumbre introducida sin duda por los monjes del Monasterio, que eran sus
dueños, a imitación de las novenas de la Virgen y de los Santos, pues no existe
ninguna razón hidroterapéutica, para que se tomen los baños exactamente,
durante nueve días seguidos, y no durante ocho, diez o quince; 4) que, al
frente del pequeño establecimiento, no estaba entonces ningún médico ni
administrador, sino un simple bañero casado, el cual se encargaba con su mujer,
de atender a los bañistas de ambos sexos, asistiéndolos en la toma de los baños
y suministrándoles "recados"; es decir, leña, utensilios de cocina,
los comestibles que les encargaban y algunos otros efectos, pues el Balneario
no tenía entonces fonda, y los bañistas comían ordinariamente por su cuenta; 5)
que la temporada de los baños o bañada comprendía entonces, por lo menos,
parte de los meses de junio y julio; y 6) que el encargado de los Baños era, a
la sazón, un matrimonio fiterano, formado por Pedro
Navarro y Ana de San Juan, los cuales fueron precisamente los que, dos años
después, salvaron la vida y adoptaron a un pobre niño, nacido allí de
incógnito, el cual llegaría a ser, con el tiempo, Virrey y Capitán General de
la Nueva España y Arzobispo electo de México: Don Juan de Palafox y Mendoza.
LA CURACIÓN DE ANA SANZ
La segunda escritura es
una relación detallada de dichas curaciones, firmada por Pedro Navarro, Miguel
López, Juan García, el Lic. Pedro Gómez Calderón, abogado y regidor de Fitero,
el Dr. Sebastián Tomás, médico de Fitero (natural de Magallón), Francisco de
Aybar y Pedro de Arellano, cirujano de Fitero (natural de Arnedo). Como
testigos presenciales, declararon "Pedro Navarro y Ana deSan Juan, su
mujer, que residen y dan recado en los dichos Baños", y los siguientes bañistas: Miguel
López, Juan García y Juan de Villarroya, vecinos de Ateca, en el Reino de
Aragón; Fr. Pedro de Pablo, monje de Veruela; Catalina Navarro, Francisco de
Aybar e Isabel López, vecinos de Corella, "que todos los sobredichos han venido a curarse de diferentes
enfermedades, en los dichos Baños". Su declaración unánime fue que una
doncella de 18 años y medio, llamada Ana Sanz, hija de Juan Sanz y de Ana
López, vecinos de la Villa de Cintruénigo, llegó a los Baños, el 24 de junio de
dicho año, "a curarse de las
piernas y brazo izquierdo y todo el lado que tenía baldado y paralítico, sin
ningún género de movimiento ni sentimiento, pegada la pierna arriba, encogidos
los nervios, de suerte que, con dos palmos, no podía llegar a tocar en
tierra".
Pues
bien, la víspera de San Pedro, 23 de junio, habiendo entrado Ana Sanz, a las
siete de la tarde, "con sus muletas, a la iglesia de San
Pedro, que está pegada a los dichos Baños" y habiéndose arrimado a la
grada del altar, en el que estaba el Santo, "súbitamente sufrió un desmayo, cayendo en tierra sobre la
grada", y estuvo sin sentido un cuarto de hora, al cabo del cual "se levantó sin muleta, cojeando un poquito y llegó a la puerta de
la dicha iglesia y vino luego sin parar al altar, y a la vuelta, no cojeaba
cosa ninguna". Pero, de momento, no se le curó también el brazo, el
cual continuó paralítico e insensible, hasta el punto de que le picaban con
alfileres y no lo sentía. Pues bien, el 2 de julio siguiente, por la mañana,
entró en la misma iglesia a rezar a San Pedro y "le dio un desmayo como el primero, del que cayó de la misma suerte
y estuvo sin sentido medio cuarto de hora, y, al cabo de él, dijo la dicha Ana
Sanz: Suéltenme el delantal que lo tengo pegado para detener el brazo... y en
soltándolo, extendió las dos manos y los brazos, sin impedimento alguno, y las
puso sobre el altar juntas, cobrando súbitamente el sentimiento y movimiento
del brazo que antes tenía perdido".
La visitaron, a
continuación, el médico y el cirujano de Fitero "y la hallaron sana y de todo punto buena". El auto afirma que "evidentemente se vio haber curado milagrosamente, por intercesión
del glorioso Apóstol San Pedro, porque, aunque había entrado tres o cuatro
veces en el baño, no se había hallado con mejora ninguna y naturalmente ni el
baño ni otra medicina artificial de las que, en semejantes enfermedades, se
acostumbran a aplicar, no podía darle tan súbita y repentina sanidad[xi]".
Esta
interpretación milagrera tiene escaso valor, pues, casos, como el de Ana Sanz,
se han repetido posteriormente muchas veces, tanto en los Baños Viejos como en
los Nuevos, fuera de sus capillas. Téngase en cuenta que la Medicina, en el
siglo XVI, estaba atrasadísima y que la hidroterapia era puramente empírica,
sin ningún fundamento científico, pues de desconocía la composición química de
las aguas termales y sus especialidades curativas.
¿Hasta
cuando estuvo encargado el citado Pedro Navarro de los Baños Viejos?...
SISTEMAS DE ARRIENDOS
Al
parecer, el primer arrendatario fue Juan de Peña, en 150 ducados anuales, renovándosele
el contrato, por otro trienio en la
misma cantidad, al vencer el primero en 1629[xii].
En el mismo siglo se quedaron con el arriendo, entre otros, Juan Domínguez en
1640; Pedro Jiménez González, en 1651 y 1656; Domingo Agreda, en 1660; Pedro
Andrés, en 1668; Pedro Pití, en 1671 y Juan Jiménez Rupérez, en 1674 y 1677. En
el contrato de 1656, se estipulaba, entre otras condiciones, el pago de 126
ducados anuales –por lo visto, había bajado la clientela- quedando exento de
pagar el arrendatario, en caso de enfermedad contagiosa y el cierre
consiguiente de los Baños. Para conocimiento general del público, se fijaría en
el patio de la ca el arancel de precios; y tendrían acceso libre a los Baños el
Abad, los monjes y los criados del Monasterio, así como los PP. Capuchinos y
los pobres de solemnidad.
En
cambio, en el contrato de 1677, sólo se reserva una cama para estos pobres, se
rebaja la cuota del arriendo a 103 ducados anuales y se aclara que sólo habría
dos bañadas o temporadas al año: en mayo y en septiembre[xiii].
En
el siglo XVII, se acreditaron ya los Baños de Fitero de tal manera que el P.
Joseph Moret escribía en sus clásicos Annales del Reyno de Navarra, publicados
en 1678, que, en 1146, el confín de los Reinos de Castilla y Navarra estaba
hacía el Poniente en Tudején, “cerca de los celebrados Baños de Fitero, que por
esta cercanía, llamaban entonces Aguas de Tudején, muy saludables para varias
enfermedades, en especial, la perlesía y estupor de miembros. Y en las cuales
es muy notable el color que asemeja al oro; la blancura que dejan en la tez la
que se va con ellas: blancura muy extraordinaria en la ropa que allí se lava; y
fecundidad grande que causa en los campos su riego mezclado con el río Alhama,
que las recibe luego, en saliendo de la fuente. Y no sintiéndose antes en el
río, desde la mezcla se reconoce y se continúa por todos los pueblos que baña[xiv]”.
En
el mismo siglo XVII, los Baños de Fitero figuraban ya expresamente, no sólo en
los mapas españoles de Navarra, sino en algunos extranjeros. La “Cartografía
Antigua de Navarra”, publicada por la Caja de Ahorros de Navarra, en su
Calendario de 1986, insertó dos mapas de esa centuria: uno francés y otro
italiano, en los que aparecen los Baños fiteranos. El francés se titula ROYAUME
DE NAVARRA y en él se leen separadamente HITEOR Y LOS BAÑOS. Fue delineado por
Sanson d´Abbeville, geógrafo de Luis XIV, y editado en Paris, “chez Pierre
Mariette”, en 1652. El italiano lleva como título II, REGNO DE NAVARRA y
también figuran en él HITERO Y LOS BAÑOS. Fue realizado por Giacomo Cantelli y
publicado en Roma por Giacomo de Rossi, en 1690.
LA RENOVACIÓN DEL SIGLO XVIII
En el siglo XVIII, los Baños experimentaron un
notable progreso en todos los aspectos, pues se edificó un nuevo
establecimiento más capaz y cómodo que el anterior; se puso al frente de él a
un Médico-Director; se realizó un análisis de sus aguas y se mejoraron todos
sus servicios. Los monjes, pasándose de
listos, como publicitarios, hicieron inscribir en el frontis del edificio
principal, este dístico hiperbólico, poco acorde con el octavo mandamiento de
la Ley de Dios:
Esta agua todo lo cura,
Menos gálico y locura.
El nuevo establecimiento
se inauguró en 1768, como lo acreditaba una inscripción que se conservaba,
todavía en 1960, dentro de la habitación nº 101 del primer piso y decía así: “Abril a 24 de 1768”. Constaba de dos
edificios adyacentes en ángulo recto, abierto hacia el S. O. Los dos tenían la
misma altura y estaban formados por sendas plantas bajas y dos pisos de habitaciones
para los bañistas. El mayor o principal tenía orientada su blanca fachada hacia
el mediodía y en su planta baja estaban instalados los baños y otras
dependencias, y en sus dos pisos, se abrían hacia el Sur siete balcones en cada
uno. En cambio, el edificio menor estaba
orientado hacia el Poniente; tenía en su planta baja unos soportales y encima
de ellos, sus dos pisos, con cinco balcones cada uno al Oeste, y tres cada uno
al Sur.
El académico don Manuel Abella anotaba, a propósito de
este nuevo establecimiento, que se habían hecho “las pilas de los Baños de piedra sillería, para mayor curiosidad, y
también se ha fabricado una capilla muy decente, aunque no tiene culto, en el
mismo sitio de los Baños, en que, según tradición, nació el Venerable Don Juan
Palafox y Mendoza. En otra capilla de la
casa contigua, se dice misa los días festivos”[xv].
PRIMEROS
ANÁLISIS
En el mismo año de 1768,
el Lic. Don Antonio Ramírez publicó en Pamplona, sobre las aguas termales de
Fitero, un folleto de largo título, al gusto de la época, que decía así: Examen Chímico-Médico de los principios y
virtudes de las aguas minerales y baño de Fitero, feliz sitio en el que tuvo su
nacimiento el Excelentísimo, Ilustrísimo y Venerable Señor, Don Juan de Palafox
y Mendoza, a quien lo dedica su author, el licenciado D. Antonio Ramírez,
Médico de la Villa y Real Monasterio de Fitero[xvi].
La obra lleva una introducción, escrita por el Dr. Don Antonio José Rodríguez y
tenía 96 páginas.
Como es de imaginarse, en
una época en que la Química estaba en mantillas, pues sólo se conocían 18 del
centenar y pico de cuerpos simples descubiertos hasta hoy, y Lavoisier no había
publicado todavía su famoso Tratado
elemental de Química, que sentó las bases de la Química moderna, el
análisis del Lic. Ramírez no podía menos de ser muy deficiente y de contener
más de un error. Sin embargo, se le
reconoció méritos suficientes para que su autor fuese nombrado miembro de la
embrionaria Academia de Medicina de Madrid, todavía de carácter privado, con el
nombre de “Tertulia Médica”.
Por lo demás, el Lic.
Ramírez no fue el primero que practicó un análisis químico de las aguas termales
de Fitero, sino el doctor Limón Montero, quien, unos 70 años antes, analizó el
residuo salino, obtenido por evaporación de dos azumbres de dichas aguas, que
le remitió don Jerónimo Ribas, médico, a la sazón de la Villa de Fitero. “Los minerales – concluyo el Dr. Limón –
de que participan las aguas de este Baño, son azufre, sal y ocre verdadero, que
es la madre del hierro”.
El
análisis del Lic. Ramírez no era mucho más ilustrativo, pues, según su examen,
“los constitutivos de esta agua son un
espíritu sulfúreo volátil, algo marcial y vitriólico, una cantidad moderada de
tierra calcárea alcalina, sal neutra cathártica y algo de ocre fino
subtilísimo, con algunos betunes”.
Su temperatura era de unos 47´5 grados C.
Años más tarde, el
farmacéutico de Cervera del Río Alhama, don José Rodríguez Jiménez, hizo otro
análisis más minucioso, encontrando en las aguas termales de Fitero los
principios siguientes: “bicarbonato y
sulfato de Cal, hidroclorato de sosa y de cal (éste con exceso), Protosulfato
de Magnesia, Cal, Magnesia, Alúmina y Hierro”[xvii].
ARRENDATARIOS Y BAÑEROS
Entre los
arrendatarios y bañeros de los Baños Viejos en la segunda mitad del siglo
XVIII, figuran Diego Molina en 1749, Esteban Carpintero en 1764, Gregorio Jaso
de 1781 a 1792 y Lorenzo de Gómara en 1799. Los arriendos continuaron siendo
por tres años; pero su precio empezó a aumentar sensiblemente, a partir de la
construcción del nuevo edificio en 1768.
Así, mientras Esteban
Carpintero se quedó con el arriendo en 1764, mediante el sistema de la candela
encendida o subasta pública , por 100 pesos anuales, equivalentes a 800 reales
sencillos, Gregorio Jaso pagó en sus trienios, 168 pesos al año; o sea, 1.344
reales, los cuales ascendieron en 1797, a 1.600; y en 1799, a 1.800 reales[xviii].
Por supuesto, las
condiciones de los contratos también sufrieron modificaciones, además de los
precios, aunque se mantuvieron la duración trienal, la toma novenaria de los
baños, en las bañadas o temporadas
veraniegas de junio y septiembre y su gratuidad para los monjes del Monasterio,
para los PP. Capuchinos y para un enfermo menesteroso en cada temporada. De los arriendos hechos a Gregorio Jaso y su
mujer, en el decenio de 1780, destacamos estas otras condiciones:
1)
El pago de los 168 pesos anuales se haría en
dos fiestas señaladas: la mitad en San Juan de Junio (el 24) y la otra mitad en
San Miguel de Septiembre (el 29); 2) el cliente que ocupase el cuarto para
tomar agua o para entrar en los pozos, pagaría por la novena 20 reales, y
además 12 reales al bañero por su asistencia; 3) el bañero debería bajar a los
enfermos a los pozos, y si alguno estuviese tan impedido que no pudiera valerse
por sí mismo, lo acompañaría dentro del pozo, todo el tiempo que se detuviese.
A continuación, lo sacaría y conduciría a la cama, poniéndolo a sudar; y si el
enfermo no tuviera quien le asistiese, lo haría el bañero por sí mismo o por
otra persona, cuidando de él mientras sudara.
Ahora bien, si el enfermo pudiera “bandearse”, el bañero lo introduciría
en el pozo y esperaría afuera a que se bañase, acompañándole luego hasta que
entrase en la cama; 4) el bañero dejaría al enfermo la vajilla necesaria; 1
puchero, 3 platos, 1 vaso, 1 escudilla y 1 jícara, quedando el enfermo obligado
a devolvérsela; y si la hubiese roto, a pagársela; 5) si el bañero no tuviese
provisiones para vender y los enfermos quisiesen que les comprase pan, vino,
carne, aceite, leña y otras cosas, el bañero iría a comprarlas al pueblo, “una
o dos veces al día”, dándole el dinero necesario y una pequeña comisión: 4 maravedís
por un pan de 4 libras, 2 maravedís por una pinta de vino o por una libra de
aceite o por un almud de cebada, etc.[xix]
EL SIGLO XIX
El siglo XIX registró dos acontecimientos
trascendentales en la historia de las Aguas Termales de Fitero: la Desamortización
de Mendizábal y la apertura de los Baños Nuevos. Por la 1ª, desapareció para
siempre el dominio monacal sobre las aguas; y por la segunda, aumentó notablemente
su caudal y naturalmente la importancia de las mismas.
Como si los monjes hubiesen presentido el
próximo final de su dominio, descuidaron las instalaciones del Baño Viejo en
las postrimerías del siglo XVIII y comienzos del XIX, y en cambio, aumentaron
considerablemente el precio de los arriendos, el cual fue de 2.110 reales
anuales, de 1800 a 1807; de 16 onzas de oro (5.120 reales), en 1815; y de 8.000
reales, de 1816 a 1818[xx].
En comparación con estas cantidades, resultan irrisorias las que había gastado
el Monasterio, en algunas reparaciones perentorias, en los últimos años del
siglo anterior. Según las Cuentas Generales del Monasterio desde 1783 a 1819,
en el año 1785, pagó 569 reales por 8.000 tejas para el Baño; en 1797, invirtió
316 reales, en unos arreglos de menor importancia; y en 1799, desembolsó 316
reales por la cuarta parte que le tocó pagar en la composición del pontigo y
del camino del Baño (A.G.N., Sección Monasterio – Fitero, 458). Total: 1.200
reales de gasto en 14 años, cuando, en sólo en el año 1799, le había pagado el
arrendatario 1.800 reales.
Refiere Florencio Ioate que, en 1804,
llevaba en arriendo los Baños Viejos Celestino Gómara, el cual provocó un serio
incidente, al cobrar 60 reales por la novena, con alimentos y cama, a cada uno
de dos soldados del Regimiento de Caballería de Borbón, que llegaron el 4 de
noviembre, cuando los Baños estaban cerrados. Enterado del caso, el Inspector
General de Caballería acudió al Rey, suponiendo que se les había cobrado
indebidamente. No era así, pues, aunque, en el recibo aparecían efectivamente
50 reales, no les habían cobrado en realidad más que 40, guardándose cada uno
de los soldados el duro restante. Ante la denuncia del Inspector, el Ministro
de Gracia y Justicia, José Antonio Caballero, pidió información al Virrey de
Navarra, Marqués de las Amarillas y éste, a su vez, al abad de Fitero, Fr.
Jerónimo Bayona y al Alcalde Mayor de la Villa, D. Mariano Belllido. Las
versiones del Abad y del Alcalde difirieron bastante entre sí, saliendo
malparado el Abad por deformar los hechos. En el Informe al Virrey, redactado
por D. José María Galdeano, miembro del Tribunal de la Corte Mayor, se decía
entre otras cosas, lo siguiente: “Es un ejemplo escandaloso el abuso que se
suele hacer de aquellas propiedades (los baños)… No sería injusto que se
hiciese pagar alguna cosa a los que pudiesen, para la reparación y conservación
de los Baños; pero que, a pretexto de esto, se impida la entrada al necesitado
que carece de dinero, sin cuya entrega anticipada no es admitido, esto es hacer
abuso de una propiedad…, en desdoro de la humanidad y de la caridad cristiana”.
Añadía Galdeano que el Gobierno se debía preocupar de los Baños e instalar un
hospital para la tropa e indigentes en general. Pero este sensato consejo cayó
en saco roto y hasta 1856, no se construyó el cuartelillo, aledaño al Baño
Viejo, para la tropa, el cual fue clausurado en 1913, retirándose el
destacamento del Regimiento de Bailén que lo ocupaba.
A su vez, el Marqués de las Amarillas
escribió al Ministro Caballero, dándole cuenta del mal estado de las
instalaciones termales, por lo que, hacía cuatro años, se había dirigido al
Abad, Fr. Martín Lapedriza, resultado alguno
En vista del
mal ambiente que se había creado al Monasterio ante la opinión pública, el
Abad. Fr. Jerónimo Bayona encargó al arquitecto, D. Juan de Angós la
construcción de una nueva instalación, comenzando las obras a principios de
1805. Pero se interrumpieron enseguida, a pesar del interés mostrado por el
Virrey, quien encargó levantar los planos al Director de Caminos, D. Pedro
Nolasco Ventura[xxi].
A continuación, los materiales preparados para tal finalidad, se aplicaron a la
construcción de una nueva presa del regadío de Cascajos, levantada más arriba
de la anterior, en jurisdicción de Cervera, tras la firma de la escritura del
10 de marzo de 1805.
Excusado es
decir que la Guerra de la Independencia y la supresión de los conventos,
decretada por el Gobierno de José Bonaparte, no contribuyeron a mejorar la
situación de los Baños, los cuales fueron utilizados por los heridos y enfermos
franceses hasta octubre de 1813, convirtiendo por el mismo tiempo en hospital
de Sangre el Monasterio, al expulsar del mismo a los frailes en octubre de
1809.
Los monjes
volvieron de nuevo en julio de 1814 y enseguida se cuidaron de arrendar de
nuevo los Baños a buen precio, pero no de mejorar sus instalaciones, hasta el
punto de que prominente corellano, D. Miguel Escudero, en un Memorial que elevó
al Virrey, Conde de Ezpeleta, el 13 de junio de 1816, afirmaba que “el edificio
está hoy más deteriorado que nunca y que el Baño es una mansión incomodísima y
hedionda”, solicitando que se adoptasen
por el Real Consejo las medidas oportunas”, a beneficio procomunal del Reino,
antepuesto a la codicia del Monasterio de Fitero, que así prescinde de la salud
pública”[xxii].
En 1817, el
Médico-Director del establecimiento, D. Miguel Sanz se dirigió al precitado
Virrey, solicitando remedio para cierta dificultad qu ese le había
presentadndo; a saber, la llegada inesperada a los Baños de 22 soldados del
Primer Batallón de Barcelona. El Director se había dirigido al Alcalde, para
que le facilitase camas y colchones, y éste se había excusado, alegando las
contínuas exacciones que venían sufriendo los vecinos. Era el mes de
septiembre. Entonces el Médico. Director se dirigió al Virrey y éste pasó el
papel a las Cortes, las cuales, a su vez, pidieron antecedentes a otros
organismos administrativos, y mientras pasaban los días en estos inútiles
papeleos, los soldados tuvieron que arreglárselas como pudieron, logrando por
su cuenta alguna manta, pero ninguna cama, con lo que pasaron la novena de la
manera más inadecuada, para aliviar sus males.
El mismo año
de 1817, se arrendaron los Baños a Doña Manuel Irisarri por tres años y 1.000
pesos fuertes anuales, en las condiciones acostumbradas y que el bañero pusiese
un capellán por su cuenta, más una caballería, para acudir desde el Monasterio[xxiii].
En 1819, se
hizo el arriendo a Benito Ixea por cinco años y 1.640 pesos anuales; o sea, un
64% más. La cantidad era exorbitante y el bañero se resarció, cobrando a los
clientes 16 reales más de lo fijado en el contrato. Resulta que entretanto
había triunfado la Revolución constitucionalista, y las Órdenes religiosas
había sido suprimidas por Decreto de las Cortes del 1 de octubre de 1820,
abandonando los frailes el convento el 22 de febrero de 1821. Entonces se hizo
cargo de la administración de los Baños Viejos el Ayuntamiento de la Villa. El
mismo año, el Jefe Político de Navarra, D. Luis Veyán, pidió informes sobre la
situación de los famosos Baños, ampliándose la obligación de admitir
gratuitamente a dos pobres, en vez de uno, en cada temporada, sin que eso
significase, según el Alcalde Huete, que no se admitiese a otros necesitados
siempre qu presentasen un certificado del Alcalde y del Párroco[xxiv].
En esta
ocasión, se sacaron a subasta en Tudela algunos bienes del Monasterio y, entre
ellos, los Baños. Según José María Mutiloa, se los quedó el vecino de Tudela,
Pedro Barrera, por la cantidad de 738.000 reales vellón, habiendo sido
evaluados en venta en 663.961[xxv]. Ahora bien, no sabemos
si Barrera llegó a tomar posesión de ellos, pues es el caso que, en 1823,
compró el establecimiento D. Juan José de Aréjula por un millón y medio de
reales en créditos contra el Estado, según asegura en su Monografía, el antiguo Médico-Director de los mismos, Dr. Lletget y
Caylá[xxvi]. De todos modos, el Sr.
Aréjula fue desposeído de los mismos, pocos meses después, tras el
derrocamiento del régimen constitucional por la intervención del Ejército
francés, mandado por el Duque de Angulema, volviendo a recuperarlo los monjes,
a finales de agosto del mismo año.
ULTIMO PERIODO MONÁSTICO
Durante el
periodo de 1823-1835, el Monasterio introdujo en ellos algunas reformas, como
la construcción del estanque de enfriamiento y de los cuatro primeros baños de
asperón (éstos en 1830); pero se dedicaron sobre todo a explotarlo de nuevo,
subiendo cada vez más los precios de los arriendos. Es cierto que la vida en
general también se iba encareciendo. Según se hizo constar en el Inventario de
1835, el Monasterio tenía, a la sazón, arrendados los Baños, por cinco años, en
24.000 reales de vellón anuales, al vecino de Cervera D. Valentín Zapatero, por
cesión que le había hecho de ellos, D. Vicente Agreda Remón, vecino y
comerciante de Fitero[xxvii].
Tras el
decreto desamortizador de Mendizábal del 11 de octubre de 1835, los monjes
abandonaron definitivamente el Monasterio el 21 de diciembre siguiente; pero D.
Juan José Aréjula no recuperó inmediatamente los Baños, sino después de la
promulgación del D. D. del 25 de enero de 1837, que ordenó la devolución a los
respectivos compradores de los bienes nacionales, adquiridos en virtud de la
ley y reglamentos, hechos en las Cortes Constitucionales de 1820 a 1823. Algún
tiempo después, murió el Sr. Aréjula y la propiedad del establecimiento termal pasó
a sus herederos, Doña Juan María Orozco de Uztáriz y la Sra. Marquesa de
Vezmeliana, quienes hicieron construir cuatro baños de jaspe y ensanchar el
edificio y el estanque de enfriamiento. El elegante Salón de Recreo fue
construido en 1843. El Dr. Cirilo Castro, que era Médico-Director del Balneario
Viejo, por aquella época, nos dejó inserta en el Diccionario
Geográfico-Estadístico-Histórico de Pascual Madoz, una curiosa descripción del
establecimiento, diez años después de la extinción del Monasterio. Es la
siguiente.
LOS BAÑOS VIEJOS EN 1846
“El
establecimiento, único edificio que existe en la base de las tres montañas que
forman una cañada, se compone de dos cuerpos y planta, con tres corredores
rectangulares. A la entrada del establecimiento, hay un patio bastante
reducido, y a la derecha, siguiendo el corredor, se encuentra la fuente de agua
mineral en un cuarto bastante espacioso, con sus asientos, destinado a beberla
los enfermos. Siguiendo este corredor, está la escalera principal, al concluir
el ángulo izquierdo del establecimiento, que conduce al primer cuerpo del
mismo, y al pie de la escalera, a la mano izquierda, se halla la puerta que
hace frente al ángulo izquierdo del corredor, donde están situados los baños.
Desde el patio de entrada, a la izquierda u volviendo al ángulo del mismo
corredor derecho, se encuentran diferentes cuartos, que algunos de ellos sirven
para pobres y tropa, y otros los ocupa el arrendador para tienda y demás
oficinas que necesita. Concluido el corredor del ángulo derecho, desembocando
en el último de la izquierda, se encuentran los baños construidos nuevamente de
piedra sillería. Antes de llegar a ellos, pero en el mismo corredor, se
construyeron actualmente otros tantos de mayor lujo y de más moderna y cómoda
forma, pues son de mármol y nada dejan que desear. Cada baño tiende dos
conductos con sus grifos de bronce, para que l agua del manantial los surta de
los que necesiten: uno de los referidos conductores vienen directamente del
manantial, y el otro es igualmente del mismo, cuya agua se deposita en un
estanque, donde enfriándose, tiene la ventaja de que cada enfermo recibe el
baño a la temperatura que conviene a su dolencia.
En el mismo
corredor se encuentran los Pozos que llaman Viejos, de que antiguamente se sería;
más hoy, por su mala construcción y muchos defectos, puede decirse que están en
desuso. Contiguo a dichos pozos, hay un cuarto oscuro en que, por una canal,
pasa el agua mineral para que los enfermos la reciban a golpe, siendo éste uno
de los métodos más apreciables por sus buenos efectos en varias enfermedades.
En la misma dirección de estos baños y canal, está el cuarto destinado para los
baños de vapor, que consiste en una cavidad contigua a la mina, por donde viene
el agua mineral; su construcción es una bóveda de ladrillo, en forma de óvalo y
al fondo de él hay un conducto, hecho igualmente de ladrillo, cuya longitud
dicen ser de 80 varas de distancia hasta el verdadero manantial de las aguas, y
su altitud es de 4 pies. Concluye este corredor con la puerta que llevamos
citada, al pie de la escalera principal, en cuyo extremo, empezando el primer
cuerpo del edificio hay un salón que sirve de comedor y a cuya derecha hay
algunos cuartos que, aunque no tan cómodos como los de los corredores, sirven
también para hospedar a los enfermos, cuando la concurrencia es numerosa. Al
fondo del salón del comedor, hay una capilla que prolonga el ángulo izquierdo
del edificio. Los tres ángulos restantes del establecimiento forman un
corredor, a cuyos lados se hallan los aposentos, que ocupan los enfermos
durante su estancia. En 1843, se construyó una Sala de Recreo en el primer
piso, en la que se desplegó el mayor lujo en los muebles y pinturas.
El tercer
cuerpo del edificio, sobre igual localidad que el primero, está totalmente
subdividido para los concurrentes.
No
existiendo edificio alguno más que el descrito, hay a cargo del arrendatario
una fonda para los concurrentes que quieran comer contrastados; sin perjuicio
de proporcionar todo el menage necesario, bajo el precio que estipulen con el
referido arrendatario, a los que por si quieran prepararse los alimentos;
pudiendo además, si gustan los señores concurrentes, traer consigo las camas y
ropas que cran necesitar, en el concepto de que no haciéndolo, las hallarán en
el establecimiento de toda satisfacción. Para el servicio de los bañistas hay
sirvientes de ambos sexos. El estado en que se encuentran la fuente, baños, estufa,
edificio y caminos es bastante satisfactorio.
La Tabla de
precios relativos al servicio del establecimiento es la siguiente.
Bebida sola:
40 reales por 9 días.
AGUAS: Baños
de toda especie, aposento y agua en bebida: 80 reales por 9 días.
COMIDAS: En
mesa de 1º, 2º y 3º clase: 14, 10 y 6 reales diarios respectivamente.
CAMA: Una:
40 reales por 9 días[xxviii].
En 1864, con
motivo de la venida al Balneario Viejo del Rey-Consorte, D. Francisco de Asís,
marido de Isabel II, la Diputación Provincial de Navarra hizo construir
expresamente para él un baño de mármol blanco, que a continuación, fue puesto
al servicio público. Su estancia en Fitero costó a la Diputación 40.000 reales.
Naturalmente esta visita regia dio un prestigio nacional al Balneario Viejo,
afirmando en 1870 con la publicación en Barcelona de la notable Monografía de los Baños y Aguas Termo-medicinales
de Fitero por el ya citado Dr. Tomás Lletget y Caylà que era, a la sazón,
desde hacía años, Médico-Director del establecimiento. La obra, editada por
Celestino Verdaguer, constaba de 256 páginas y fue premiada en la Exposición
Aragonesa Internacional.
FAMA
INTERNACIONAL DE LOS BAÑOS DE FITERO
Para
entonces la fama de los Baños de Fitero había traspasado las froteras, gracias
principalmente a un distinguido hispanista, viajero e hidrógrafo francés:
Germond de Lavigne, hoy día completamente olvidado en su país y en España. Por
lo mismo le vamos a dedicar unas líneas.
Leopold-Alfred-Gabriel
Germond de Lavigne nació en 1812. Tuvo un cargo importante en el Ministerio de
la Guerra y se apasionó por la lengua y la literatura españolas, sobre las que
escribió varias obras y de las que tradujo otras. Publicó
sucesivamente La Celestine (1841, en
8º), Histoire de Don Pablos de Segovie,
le Tacaño de Quevedo (1842, en 8º),
Don Quichotte d´Avellaneda (1953, en 8º), Recueil
de Lettres originales échangées entre Philippe IV et la Soeur Marie d´Agreda
(1954, en 8º), Autour de Biarritz
(1855), Lettres sur l´Espagne (1858),
Itinéraire historique et descriptif de
l´Espagne et du Portugal (1851, en 12º), L´Espagne et le Portugal (1867, en 32º, con mapas y grabados), etc.
Tradujo además al francés
varias obras de Fernán Caballero.
Germond de
Lavigne viajó mucho por toda Europa y, sobre todo, por España, siendo otra de
sus pasiones la hidrografía termal y marítima. Para darla a conocer, fundó la Gazette des Eaux, que era como el Diario
oficial de los baños de mar y de las aguas minerales, publicando asimismo un An nuaire des bains de mer et des eaux
minerales. Por supuesto, estuvo en Fitero, hablando bien del pueblo y de
sus aguas termales. Su popaganda hizo mella en su país, ocupándose en delante
de uno y otras las grandes enciclopedias francesas de la época.
“Fitero est surtout
renommé pour sa source minero-saline”. Así se expresaba el Grand Dictionnaire Universel du XIXè siècle de Pierre Larousse, en
15 volúmenes (t. VIII, París, 1866-1876), dedicándole 100 palabras y citando al
mismo Gemond de Lavigne. El Dr. L. Hahn, jefe de la Biblioteca de la Facultad
de Medicina de París, le consagró 150 en el tomo XVII de La Grande Encyclopédie, en 31 volúmenes, dirigida por Berthelot
(París, 1886-1903). Y el Dr. Dicquemare, 75 en el Dictionnaire des Dictionnaires, dirigido por Paul Guerin (t. IV,
París, 1886).
Por la misma
época, el Diccionario Enciclopédico
Hispano-Americano dedicó a Fitero y a sus Baños unas 550 palabras; de manera
que en la segunda mitad del siglo XIX, eran ya conocidos en Europa y América,
lo mismo que sus análogos de Caldas de Monibuy (Cataluña), Archena (Murcia),
Baden-Baden (Alemania), Bagnères de Luchon (Francia), Oberbaden (Suiza), etc.
ERECCIÓN
DE LOS BAÑOS NUEVOS
Como ya
hemos dicho anteriormente, el segundo acontecimiento capital de la historia de
las Aguas termales de Fitero, en el siglo XIX, fue la erección de los Baños
Nuevos. El sitio que ocupan actualmente, era una antigua junquera al fon de un
barranco rocoso, que formaba parte del monte comunal de Valdecalera. El calor
que se notaba en aquel lugar y las filtraciones acuosas que sudaban algunas
partes de sus oquedades, eran señales de que por allí cerca debía encontrarse
un manantial de aguas termales, parecidas a las del Baño Viejo; y tras no pocas
excavaciones y tanteos, se consiguió por fin alumbrarlo.
El promotor
de la construcción de los Baños Nuevos fue el opulento propietario fiterano, D.
Manuel Esteban Abadía Atienza, secundado por varios parientes adinerados: D.
Manuel Jerónimo Octavio de Toledo Abadía, D. Nicolás Octavio de Toledo Alonso y
el político corellano, D. Eduardo Alonso Colmenares.
La empresa
no fue fácil, a causa de lo abrupto del terreno, la altura del manantial,
situado a más de 40 metros de altura sobre la carretera, y la amplia gruta que
se abría 20 metros más debajo de él. Estas circunstancias decidieron a los
constructores del establecimiento a levantar el edificio de los servicios
hidrotermales y parte antigua de la hospedería, adosado al monte, por toda la
parte Norte, con lo que los baños, chorros, estufas, etc. se quedaron a la
altura de un tercer piso: situación insólita y exclusiva de estos Baños. Sabido
es que las instalaciones hidroterápicas de los Baños Viejos se hallan en la
planta baja
SU PRIMITIVO EDIFICIO
El primitivo edificio de los Baños Nuevos sólo constaba de
un cuerpo central, con la fachada orientada hacia el Mediodía. Al decir del Dr.
Camaleño, que la conoció bien, la instalación “era deficiente y arcáica”. Como todavía no se conocía la luz
eléctrica, la iluminación nocturna, tanto en el Balneario Nuevo como en el
Viejo, se hacía con farolas y quinqués de petróleo, y arañas y palmatorias de
velas. Y como tampoco se conocían los automóviles, el servicio de viajeros lo
realizaba una vieja diligencia o coche grande cubierto, tirado por dos troncos
de caballos. En el primer decenio de este siglo, la diligencia hacia dos viajes
al día, desde los Baños hasta Castejón y viceversa, tomando indiferentemente al
os clientes de ambos establecimientos. El viaje sencillo costaba 3,50 pesetas y
duraba más de dos horas.
Los Baños Nuevos se inauguraron en la temporada veraniega de
1846. En la década siguiente, se levantó, a la altura del primer piso la arcada
de acceso al establecimiento y el pequeño edificio adicional del Este, con el
Salón de Café y Billares en la parte posterior, que terminaba en una terraza, y
con un almacén en la planta baja. Y al principio del decenio de los años 1870
se construyeron la arcada de salida y el gran edificio del ala occidental,
anejo al central y de la misma altura que éste.
En 1876, la empresa publicó su primer folleto de propaganda,
impreso en los talleres de M. Tello, de Madrid (Isabel la Católica, 23). Era
anónimo y tenía el tamaño de un catecismo: 14,5 por 10 cm., y 14 páginas. En él
se describe fielmente cómo eran los Baños Nuevos en aquella época, por lo que
vamos a resumir su curiosa información.
Los Baños Nuevos de Fitero, llamados así sólo para
distinguirlos de los Baños Viejos, cuentan ya 30 años de existencia (página 3).
Constan de planta baja, entresuelo, pisos 1º, 2º, 3º y 4º,
levantados en dirección del E. al O., dando frente al Mediodía. En el
entresuelo está el Oratorio público, en el que se celebra, los días de precepto,
la Misa por el Capellón del Establecimiento. Hay también Sacramento, por
concesión de S. S.
Los pisos 1º
y 2º forman las habitaciones de 2ª clase, y en este último, se encuentra la
cocina principal, o sea, la de la fonda, con un espacioso comedor de primera
clase, a la derecha; y de 2ª, a la izquierda.
El piso 3º, llamado principal,
porque a su nivel nacen las aguas, contiene las habitaciones de 1ª clase y en
él están situados la Dirección Médica y el Gran Salón de Sociedad y Recreo. Los
cuartos son desahogados y todos tienen balcón. Al frente de la escalera
principal, que ocupa el centro del Establecimiento, hay en cada piso un bonito
saloncito.
El 4º y último piso es el destinado para la clase que se
alimenta por su cuenta (pp. 4 y 5). Contiguo al edificio principal está a la
parte Norte y frente al Salón de descanso, el departamento de las aguas y baños
minerales. Consta de una espaciosa fuente arqueada para beber del agua mineral;
8 pilas o baños de piedra jaspeada, y otra muy capaz, llamada Piscina, y la
estufa general y parcial. Hay aparatos para chorros de agua caliente o fría,
lluvia y demás medios necesarios para la aplicación de las aguas (pp. 5 y 6).
El caudal que emana de la fuente era en 1858, de 46 pies
cúbicos (994,98 litros) por minuto; pero como las aguas han ido en progresivo
aumento, puede asegurarse que su caudal es hoy mucho más abundante. Su
temperatura es de 47 y ½º C. En un extremo, se levanta un ancho y capaz
estanque de enfriamiento (pp. 6 y 7). Según el análisis, practicado hace muchos
años, las aguas contiene cloruro sódico y magnésico, sulfato sódico, magnésico
y cálcico, carbonato cálcico, fosfato cálcico e indicios de sílice, alúmina y
materia orgánica, estando declaradas sus aguas “iguales en un todo a las de los
Baños Viejos” (p. 7).
En 1855, de 401 enfermos que concurrieron, curaron 284, se
aliviaron 12, y sin resultado sólo 5 (p. 10).
Hay correo
diario, periódicos de distintos matices políticos, pianista durante la
temporada y varios juegos. El viaje desde Tudela o Castejón se hace diariamente
en coches capaces, en menos de 3 horas, al Establecimiento y viceversa.
PRIMITIVOS
SERVICIOS Y TARIFAS DE LOS BAÑOS NUEVOS
Tarifas
Por el uso del
agua mineral en baño, estufa u otra cualquiera forma, por 9 días: 80 reales
vellón.
Por cada baño,
estufa, etc. que exceda de los 9 días: 9 reales vellón.
Por cada botella
de agua mineral sin casco: 1 real vellón.
Habitación de 1ª
clase por los 9 días: 60 reales vellón.
Habitación de 2ª
clase por los 9 días: 50 reales vellón.
Habitación de 3ª
clase por los 9 días: 28 reales vellón.
Fonda
Hay dos
mesas redondas de 1ª y de 2ª clase, que se sirven a la llegada de los coches y
sus precios, por cada día, son: 22 reales vellón en 1ª, y 14, en 2ª. Además hay
otra de 3ª, a precios convencionales. También se sirve en las habitaciones, con
4 reales diarios de aumento.
Los bañistas
que se alimenten por su cuenta, tendrá en el Establecimiento un surtido
completo de comestibles, a precios módicos; y para la condimentación, hay las
cocinas necesarias, independientes de la fonda.
Servicios
diferentes
Por afeitar,
cortar o rizar el pelo; por peinar a una señora; o aplicar a un enfermo un
medicamento: 2 reales vellón
Por ejecutar una
operación por el Practicante: 5 reales vellón.
Por asistir a un
enfermo, durante el día: 8 reales vellón.
Por asistir a un
enfermo, durante la noche: 14 reales vellón[xxix].
Análisis de sus aguas
Acerca del
análisis precitado de las aguas termales del EStbalecimiento Nuevo, hagamos
unas puntualizaciones. Efectivamente, ese análisis fue hecho “mucho ha”, como
dice el folletito Baños Nuevos de fitero del año 1876; pero no de las aguas de
los Baños Nuevos, sino de los Viejos, siendo una copia literal del “ensayo
analítico” de las mismas, realizado con posterioridad al del Dr. Ignacio Oliva
y consignado por el Dr. Lletget y Caylá, en la página 78 de su citada Monografía. Ahora bien, el anónimo autor
del folletito de marras se curó astutamente en salud, afirmando, como hemos
visto, que las aguas de los Baños Nuevos eran “iguales en todo a las de los
Baños Viejos”.
En cuanto al
análisis del Dr. Ignacio Oliva, fue hecho, en 1846, en su cátedra de Análisis
Química de la Faculta de Farmacia de Madrid. En 1847, lo reprodujo el Dr.
Cirilo Castro, Médico-Director, a la sazón, de los Baños Viejos, en el tomo
VIII, p. 107, del Diccionario de
Madoz; y en 1870, el Dr. Lletget y Caylá, expresado en gramos y referido a un
litro de agua, en su Monografía de los
Baños Viejos (p. 78). Helo aquí.
Cloruro
cálcico: 0,330 gr. – Cloruro sódico: 0,040 gr. – Carbonato cálcico: 0,150 gr. –
Sulfato cálcico: 0,090 gr. – Sulfato magnésico: 0,070 gr. – Sulfato alumínico:
0,050 gr. – Sal ferrosa: 0,170 gr. – Agua: 999,100 gr.
Pues bien,
sobre este análisis químico cuantitativo, admitido como artículo de fe, durante
casi medio siglo, se anotaba en la Hidrología
Médica General del Dr. Francisco de Aguilar Martínez, que “es muy
imperfecto y no merece confianza alguna” (p.109). Y desde luego, difiere no
poco del realizado por el Dr. D. Antonio de Gregorio ROCASOLANO, a comienzos
del segundo cuarto del siglo actual.
Al parecer,
el primer médico que hizo un análisis –bastante superficial – de las aguas de
los Baños Nuevos, ya en 1886, fue el Médico-Director del Establecimiento, Sr.
Armendáriz, quien examinando la atmósfera de la Estufa General, dedujo que las
aguas contenían cloruro de sodio, carbonato de cal, sulfatos de cal y de
magnesia y probablemente carbonato y sulfato de sosa.
Ciertamente
este análisis no valía más que el del Dr. Oliva y asimismo difiere bastante del
realizado por el Laboratorio de la Escuela de Ingenieros de Minas de Madrid, en
la primera década de esta centuria.
Pero dejemos
este aspecto analítico histórico de las aguas termales y volvamos a la
evolución de los Balnearios.
LA
CONSTITUCIÓN DE LOS “BAÑOS DE FITERO, S. A.”
Por
supuesto, la existencia de dos establecimientos tan próximos y análogos,
pertenecientes a distintas empresas, no podía menos de desencadenar una ruda
competencia, como en efecto sucedió. Jugaba a favor de los Baños Viejos su
prestigio secular, y en el de los Baños Nuevos, su modernidad. La citada Hidrología Médica General emitía estos
dos juicios lacónicos, pero certeros, acerca de las instalaciones respectivas.
La del Balneario Viejo: “Mediana, por incuria, así en el Balneario, como en la
fonda”. La del Balneario Nuevo: “Regular bajo el aspecto balneoterápico y buena
en lo demás”. Como era de esperar, el 1º continuó en descenso, y el 2º, al
contrario.
En 1905, el
Médico-Director de los Baños Nuevos, Dr. Miguel G. Camaleño publicó una Memoria de las aguas clorurado-sódicas
termales de Fitero. Ya no era el folletito primitivo de 1876, sino un
folleto de 23,5 por 16 cm., con 48 páginas y 7 fotografías, impreso en Madrid,
por los Hijos de J. A. García –Campomanes, 6. En él hacía una descripción
general de sus instalaciones y de sus aguas, destacando las mejoras
introducidas desde 1876. Figuraban entre ellas la construcción de las dos alas,
oriental y occidental del Establecimiento, que ya anotamos anteriormente, la de
tres baños nuevos de mármol blanco, y el funcionamiento de una Oficina de
Telégrafos, durante la temporada. No ocultaba que la forma y condiciones de la
estufa parcial eran “algo primitivas” y afirmaba que, por entonces, el
Balneario Nuevo podía “albergar cómodamente unas 150 personas” (p. 16) Ni que
decir tiene que habían aumentado, aunque no mucho, ls tarifas, las cuales en
1905 ya no eran en reales, sino en pesetas: Por el uso de las aguas en la
novena, 20 pesetas; por el de las habitaciones, desde 1,50 pesetas, diarias en
adelante; y por las comidas de la fonda, 5,50, 4 y 2 pesetas diarias; en 1ª, 2ª
y 3ª clase respectivamente. Terminaba el folleto con este anuncio
verdaderamente sensacional: “Es casi seguro que, desde la próxima temporada del
presente año, se hallarán abierto al servicio público el ferrocarril, desde Castejón a Fitero”[xxx].
Resulta que,
entre los proyectos de los propietarios primitivos de los Baños Nuevos,
figuraba la construcción de un ferrocarril de vía estrecha que los enlazase con
Castejón. Ya hemos anotado que, entre aquellos propietarios, figuraba, en lugar
principal, D. Eduardo Alonso Colmenares, quien fue dos veces Ministro de Gracia
y Justicia, y una, de Fomento. Su influencia política era enorme, dentro del
partido liberal, y gracias a ella, se inició y se hubiese llevado a feliz
término tan ambicioso proyecto. Tan en serio fue tomado por los futuros
beneficiarios que, en noviembre de 1886, los Ayuntamientos de Fitero,
Cintruénigo y Corella elevaron una solicitud a la Diputación Provincial, pidiéndole
una subvención de 5.000 pesetas por kilómetro, para la construcción de la vía
férrea, según se lee en el folio 226 del “Libro de Actas del Ayuntamiento de
Fitero, de 1882-87 (Sesión del 29 de noviembre de 1886)”. Por desgracia, D.
Eduardo Alonso Colmenares murió prematuramente en 1888. No obstante, se
continuó la obra, con el apoyo de Sagasta, incluso después de muerto éste en
1903. Al lado Norte de la carretera de los Baños, todavía se ven trozos de los
terraplenes levantados para la vía
férrea, por donde debía pasar el tren. A principios de 1905, sólo
faltaba colocar los rieles: labor nada difícil para un recorrido de unos 22
kilómetros. Pero aquel mismo año, hubo un cataclismo político, con cuatro
cambios de Gobierno, presididos respectivamente por Azcárraga, Villaverde,
Montero Ríos y Moret; se paralizaron
definitivamente las obras –ya lo habían sido más de una vez- y el ferrocarril
Castejón-Fitero no vino a perturbar el sueño eterno de los habitantes de
nuestro cementerio.
Este fracaso
no desanimó a los propietarios del Balneario Nuevo, los cuales tuvieron
entonces la feliz idea de constituir una poderosa Sociedad Anónima, a la que
aportó un buen refuerzo económico, además de otros accionista, el propietario
fiterano, D. Domingo Huarte Rupérez. La flamante S. A. compró en 1909 los Baños
Viejos a su último propietario, D. Francisco Villacampa y emprendió una obra de
modernización de los dos establecimientos. El primer Gerente de la S. A. fue D.
Luis Diez de Ulzurrun, Marqués de San Miguel de Aguayo, casado con una hija del
difunto D. Eduardo Alonso Colmenares: doña Eladia Alonso y Morales de Setién.
MODERNIZACIÓN
DE LOS BAÑOS NUEVOS EN 1910-1911
La
modernización que se hizo entonces de los Baños Nuevos fue tan rápida como
notable. El Dr. Camaleño que continuaba al frente de la Dirección médica de los
mismos, publicó en 1911 una bien editada e ilustrada Memoria de las Aguas de
Fitero, en la que decía: “Nunca con más razón que ahora puede decirse que un
establecimiento haya sufrido una transformación radical que lo convierta en uno
de los mejores de España. En efecto, recordando lo que era hace dos años (1909)
este Balneario y viendo lo que hoy es, se experimenta admiración profunda, pues
nadie hubiera creído que, en tan breve plazo, pudiera haber sufrido mejoras y
transformaciones tan grandes como existen en la actualidad”.
A
continuación, ponderaba las realizadas en los cuartos de baño, en “la estufa
general magnífica”, en las estufas parciales, en la fuente para el agua en
bebida, “modelo de buen gusto artístico”, en el gabinete de pulverizaciones e
inhalaciones, en la sala para ducha intestinal, otra para duchas de masaje y en
el departamento de hidroterapia general, “con aparatos para todas las
principales aplicaciones; todos ellos de lo más moderno y perfeccionado que se
conoce”. “El Hotel ha sufrido asimismo importantísimas modificaciones, Se han
elevado techos de habitaciones y pasillos, construido nuevos retretes inodoros;
se han hecho gabinetes de lectura y escritura, restaurant y cocina; se ha construido
un magnífico aljibe para recoger, después de filtradas, las aguas llovedizas…
También se ha iluminado espléndidamente todo el edificio y sus dependencias con
luz eléctrica… Inmediato al Establecimiento se han hecho el año pasado (1810)
plantaciones de numerosos árboles en un extenso terreno que, en pocos años, ha
de convertirse en frondoso parque… Por último, se ha montado un excelente
servicio de automóviles que, en poco más de una hora, transporta a los
viajeros, desde la estación de Castejón al Balneario y viceversa…” Añadamos
todavía que, para recreo de los bañistas, el Balneario Nuevo contrata, cada
temporada, a un buen pianista[xxxi].
Por lo
demás, el exterior del edificio sólo sufrió ligeros retoques y modificaciones.
La terraza del Salón de Café y Billares fue sustituida por un tejado, como los
otros cuerpos del Establecimiento. Se repintó la entrada monumental al
Balneario, ya desaparecida, la cual estaba a la altura del primer piso y en el
centro del cuerpo central, accediéndose a ella por dos escalinatas, a derecha e
izquierda de la misma, con una veintena de escalones de piedra, cada una.
Se desmontó
la fuente de dos caños que estaba debajo y se arrancaron los árboles que
cubrían el terreno hasta la carretera, transformándolo en un bello jardín, a
base de macizos de balsamina y de tamaras. En medio de él, se construyó un
pequeño estanque circular, alimentado por un surtidor y surcado por peces de
colores. En fin, por los aledaños occidentales del Establecimiento, continuó
despeñándose desde el monte una bella y humeante cascada, procedente del
manantial, una parte de la cual alimentaba el Estanque de Enfriamiento y la
otra ponía en marcha la dinamo de una Centralilla eléctrica, edificada por
entonces, para suministrar alumbrado a los dos Balnearios.
TARIFAS DE LOS BAÑOS
NUEVOS EN 1911
El Doctor
Camaleño nos dejó en su citada Memoria de las Aguas de Fitero las tarifas que
regían en 1911 en los dos Balnearios y que transcribimos a continuación.
Servicios
Hidroterápicos
Por el uso de las aguas en bebeida, baños,
chorros y esetufas, en la novena: 30 pesetas
(BN) y 25 (BV).
Por los mismos usos, utilizando cuartos de
baños de preferencia, en la novena: 35 pesetas (BN) y 30 (BV).
Por cada ducha en los diferentes aparatos
de la Sala Hidroterápica: 2 pesetas (BN) y 2 (BV).
Por un baño de asiento de agua mineral: 3
pesetas.
Por una inhalación: 1,25 pesetas.
Por una pulverización: 2 pesetas.
Por una ducha de masaje, con su sesión del
profesor correspondiente, y ropa: 6 pesetas.
Servicio de Hotel
Hospedaje completo, comiendo en el
restaurant, por día: 10,50 pesetas.
Idem.,
por día, según la habitación, comiendo en mesa redonda, desde: 7
pesetas.
Idem., por día, según la habitación, en
primera clase, comiendo en mesa redonda, desde: 8 pesetas.
Idem., por día, según la habitación, en
segunda clase, comiendo en mesa redonda, desde: 5 pesetas.
En el
Balneario Viejo, se facilitaba ropa, colchones, cocina, etc., a precios
módicos, a los que acudían a este Establecimiento por su cuenta.
Temporada
oficial de los dos Balnearios: desde el 15 de junio al 10 de octubre[xxxii].
LA
SERVIDUMBRE DE LOS BAÑOS NUEVOS
Las reformas
del Balneario Nuevo, en esta época, contaron con un elemento humano relevante,
que no debemos pasar por alto: la eficacia de su servidumbre y, al frente de
ella, la del matrimonio Pelairea-Álava, que se había hecho cargo de su
administración desde 1908. D. Alberto Pelairea era la simpatía personificada:
hombre culto, excelente poeta y autor teatral, buen músico, conversador
chispeante y, por supuesto, escrupuloso administrador, tenía un don de gentes
que constituía la atracción de todos los bañistas. Por su parte, su señora,
Doña Cecilia Álava, mujer hacendosa, vigilante y enérgico carácter, se
encargaba de que funcionaran, a la perfección, todos los servicios hoteleros.
D. Alberto administró el Balneario Nuevo hasta su muerte, ocurrida el 17 de
abril de 1939; a saber, durante 31 años.
La
eficiencia de la servidumbre, en aquella época, tenía, por otra parte, una
obvia motivación. Es que sus puestos eran muy codiciados, porque, durante la
temporada oficial, su trabajo era menos duro y mejor remunerado que el de sus
pueblos respectivos.
En el
segundo decenio de este siglo, había en el Balneario Nuevo cuatro proceros
(bañeros) y dos poceras. No recibían ninguna remuneración de la Empresa, la
cual es proporcionaba únicamente un lecho vacío, para dormir en las
buhardillas, de techo bajo e inclinado; de manera que ellos mismos tenían que
llevar de sus domicilios, al comenzar la temporada, los colchones, almohadones,
sábanas, etc. que usaban. Asimismo se alimentaban por su cuenta y sólo
percibían arancelariamente de los bañistas 30 reales, por toda la novena. A
esta raquítica retribución se añadían las propinas voluntarias de los clientes,
las cuales raramente llegaban, en aquella época, a 10 pesetas. Estas propinas
iban a parar a una hucha común, para repartírselas más tarde entre poceros y
poceras, haciendo siete partes iguales, una de las cuales engrosaba la parte de
los poceros, por el trabajo brutal que realizaban, puesto que tenían que
trasladar a los bañistas a brazo, envueltos en mantas, desde los baños hasta
sus habitaciones correspondientes.
Por cierto
que, en un pequeño folleto de propaganda de 8 páginas, editado en Pamplona por
Aramburu, sin nombre de autor y sin fecha, pero anterior, al parecer, a 1920,
se calificaba esta “conducción de los enfermos del baño a la cama”, de una
ESPECIALIDAD NOTABLE, de un “sistema único y exclusivo de Fitero…, que el Dr.
Leyden de la Universidad de Berlín, calificó de original e indispensable” (p.
8); pero el anónimo autor se guardaba muy bien de detallar como lo realizaban
con cada cliente dos poceros y una pocera… Hoy la conducción es mecánica y la
Empresa paga a los bañeros, así como a todo el personal a su servicio.
En el
segundo decenio de este siglo, cada pocero solía sacarse, en la temporada,
alrededor de 800 pesetas, las cuales fueron aumentando naturalmente con el
tiempo. Así, hacia 1930, se sacaban unas 1.200; en 1940, alrededor de 3.000,
etc. Cada cuatro años, los poceros debían pasar con sus familias ocho meses en
el Balneario, encargándose de atender, en todos los sentidos, a los bañistas
que acudían fuera de la temporada oficial.
En cuanto a
las camareras, trabajaban únicamente por la comida y el alojamiento buhardillero
que les daba el Establecimiento, y por las propinas que recibían de los
bañistas. En la segunda década de este siglo, había alrededor de unadecena de
camareras, las cuales salían por unas 300 pesetas en la temporada; en la
tercera década, por cerca de 400, etc. Se costeaban ellas mismas sus uniformes
y tres días antes de comenzar la temporadas oficial, tenían que presentarse en
el Balneario para hacer la limpieza general, únicamente por la comida y la
cama.
El resto de
la servidumbre, durante la temporada, lo componían 1 capellán, 1 oficial de
Telégrafos, 1 de Correos, 1 masajista de Madrid, 1 despensero, 1 jefe de cocina
con su ayudante, y 1 repostero –los tres venidos de Madrid-, 2 “pincha” de
cocina, 2 lavanderas, 1 planchadora, 1 encargado del Café y los Billares, 1
camarero del restaurant, 1 pianista, 1 electricista, 1 botones –que hacía
también de monaguillo-, 2 chóferes (uno de ellos, mecánico), 1 recadero y 1
cochero. En total, 22. La mayoría estaban a sueldo, y algunos, por las propinas
y la comida.
El recadero
hacía diariamente las compras del Balneario, bajando al pueblo en un carro,
tirado por un caballo, alojados en una cuadra, adyacente al arco de entrada,
que había en el extremo oriental del edificio central. Por su parte, el cochero
estaba encargado del cuidado de dos cochos, un landó y una jardinera del
Establecimiento, alojados en el Baño Viejo, para llevar de excursión a los
pueblos o lugares de los alrededores a los bañistas que lo pedían y lo pagaban.
NUEVAS
REFORMAS Y TARIJAS DE LOS BAÑOS VIEJOS
La flamante
S. A. de los Baños de Fitero introdujo también varias reformas, durante el 2º
decenio de este siglo, en el Establecimiento Viejo, pues amplió el edificio
Norte, de manera que los pisos 1º y 2º tuvieron cada uno, en adelante, 12
balcones hacia la plaza, en lugar de 7; mejoró sus servicios hidroterápicos e
introdujo el alumbrado eléctrico. Posteriormente, levantó en el ala oriental un
tercer piso y un desván, alargándola asimismo algunos metros, y cegó los arcos
de los soportales de su planta baja.
En el citado
folletito de propaganda de los BAÑOS DE FITERO (S. A.), figuraban las tarifas
que regían en el Baño Viejo, allá por los años de la Guerra Europea de
1914-1918. Helos aquí.
Tarifa de
Baños
Por el uso
de aguas en bebidas, baños, chorros y estufas, durante 9 días: 25 pesetas.
Por idem, en
cuarto de preferencia: 30 pesetas. Por idem, en cuarto distinguido: 32,50
pesetas.
Tarifas de
Hotel.
Habitaciones
desde 2,25 a 8 pesetas al día.
Fonda: En
mes de 1º clase: 9 pesetas al día. De 2ª clase: 7 pesetas. De 3ª clase: 5
pesetas.
La
asistencia en 1ª clase será la siguiente.
Desayuno: Café
con leche, chocolate y leche o huevo.s
Comida: Sopa,
verdura, cocido completo al estilo del país, entrada, pescado o frito y asado.
Postre de cocina o helado, frutas, etc. y vino.
Cena: Sopa
al estilo del país, verdura, plato de huevos, plato variado y asado. Postres
variados y vino.
La
asistencia en mesa de 2ª clase consistirá en lo siguiente.
Desayuno:
Café con leche, chocolate y leche.
Comida; Sopa,
cocido al estilo del país, plato de entrada y asado. Postre de cocina o helado,
frutas, etc. y vino.
Cena: Sopa
al estilo del país, verduras plato de huevos y plato de carne. Postres variados
y vino.
La
asistencia en la mesa redonda de 3ª clase consistirá en lo siguiente:
Desayuno:
Chocolate o café con leche.
Comida:
Sopa, cocido y un principio. Postre y vino.
Cena: Sopa
al estilo del país, verdura y plato de carne. Postre y vino.
NOTA.- Se
admiten bañista por su cuenta (pp. 7 y 8).
El Balneario
Viejo empezó a ser nuevamente ampliado o modernizado, a partir de la sexta
década del siglo actual[xxxiii].
En 1060,
bajo la dirección del arquitecto, D. Eugenio Arraiza, la empresa Fernández
Ortega construyó el ala occidental del Establecimiento, con un nuevo comedor y
una nueva capilla. A ésta se trasladó el artístico retablo de la anterior, el
cual data de 1892 y representa la curación por el apóstol San Pedro de un
mendigo tullido, en la Puerta Hermosa del Templo de Jerusalén, según la cuentan
los Hechos de los Apóstoles[xxxiv].
A
continuación, la empresa Construcciones Martínez Sánchez, levantó el tercer
piso del edificio central, según los planos del arquitecto, D. Miguel Arregui.
En 1970, se instaló en este Balneario, el primer ascensor; y en 1972, se
derribó la antigua capilla, desafectada desde 1960.
En
1980-1982, se remodeló el edificio principal por el mismo arquitecto y empresa
precitados, dotándolo de 55 habitaciones y bautizándolo con el nombre de Hostal
Palafox; y a continuación, levantaron el lujoso Hotel Residencia Palafox 2, con
48 habitaciones, dotadas de baño y terraza, un suntuoso Salón y dos ascensores.
En 1982-1983, construyéndose la Piscina termal de este Balneario y en
1984-1985, se volvió a remodelar el edificio principal, derribando y
suprimiendo provisionalmente los pisos 2 y 3º y renovando el 1º y la planta
baja, así como el ala de Poniente. Además se arregló y replantó de árboles el
jardín de la explanada delantera, instalándose, a unos metros de la puerta de
entrada, una pequeña fuente de estilo romano antiguo.
Las nuevas
obras se realizaron asimismo, bajo la dirección del arquitecto Sr. Arregui, por
la empresa constructora cirbonera de los Hermanos Martínez Sánchez.
NUEVAS OBRAS
DE REMODELACIÓN EN LOS BAÑOS NUEVOS
No se
quedaron atrás las innovaciones introducidas en los Baños Nuevos por la misma
época. Ya en el tercer decenio de este siglo, se levantó un nuevo piso,
encimado por desvanes, en el ala del Poniente; pero no hubo una pausa en las
transformaciones hasta 1962.
Durante la
Guerra Civil de 1936-1939, el Estado Mayor de la Legión Cóndor –tropas
regulares alemanas, enviadas por Hitler a España, para luchar contra la
República- se instaló en el Balneario Nuevo, a principios de 1937, ocupándolo,
por de pronto, en el invierno y la primavera del mismo año. Lo evacuó, al
comenzar la temporada oficial, trasladándose a Alfaro, donde se instaló en el
Palacio Heredia, volviendo al Balneario hacia mediados de octubre, donde
permaneció hasta la primavera de 1938. Componían dicho Estado Mayor alrededor
de un centenar de jefes, oficiales, subalternos y simples soldados, y fueron
atendidos, en sus dos estancias, por dos poceros y media docena de camareras de
la temporada, con la encargada Flora Fraile, de Grávalos. Al decir de uno de
los poceros, los alemanes se portaron con la servidumbre correctamente. Pagaban
los baños que tomaban y les daban buenas propinas. En la Nochebuena de 1937,
les ofrecieron incluso un buen banquete, servido por los soldados; y en la
Nochevieja, les hicieron sendos regalos.
Como ya
hemos indicado, las grandes obras de remodelación y ampliación del Balneario
Nuevo empezaron en 1962, siendo todas planeadas y dirigidas por el arquitecto
D. Miguel Arregui y realizadas por Construcción Martínez Sánchez y
Construcciones Martinicorena. Entre 1962-1964,m se remodelaron por completo los
anteriores edificios, derribando los arcos de entradas y salida, el ala
oriental con el Café y los Billares, la monumental puerta principal con sus dos
escalinatas de acceso y la capilla anterior. Se rehicieron las habitaciones del
anterior cuerpo central, levantando sobre él un nuevo piso sin desvanes, al
nivel del adyacente cuerpo occidental. Por supuesto, desapareció el jardín
delantero, con sus macizos de balsamina y támara, y su estanque y surtidor, y se
construyó la nueva entrada al Balneario, en planta baja, con un pequeño hall, y
la escalera principal, a la izquierda del anterior cuerpo occidental.
Tras una
pausa de un trienio, recomenzaron los trabajos de ampliación. Se agrandó el
hall, se reformó el bar y se construyeron la gran terraza de éste, la Sala de
Televisión, la nueva capilla, la peluquería de señoras y el aparcamiento,
reformándose por entonces el ascensor: todo lo cual quedó listo para la
temporada de 1969.
Las obas
adyacentes al Parque datan de 1971-1973; a saber, la piscina climatizada de
adultos, el frontón, la terraza-solarium, la pista de tenis y la piscina
infantil; y de la misma época son los garajes individuales y la ampliación de
la centralilla telefónica con 6 líneas.
En 1980, se
inauguró el Nuevo Hotel, con 24 habitaciones dotadas de baño y terraza,
ampliándose su número a 48 más; en 1981, totalizando 72. El número de teléfonos
internos del Baño nuevo ascendía en ese año a 200; y el número de ascensores, a
seis.
Con tales
reformas y ampliaciones en los dos Establecimientos, no es de extrañar que el
número de habitaciones de ambos, en 1968 fuera de 274; en 1969, de 306; en
1972, de 318; en 1979, de 366; en 1982, de 469; y que, en 1983, el número de
plazas hoteleras, incluidas las suites, las habitaciones dobles y sencillas,
llegase a 550. Naturalmente fue porque el número de bañistas iba aumentando al
mismo ritmo. Por ejemplo, en 1967, afluyeron a los Balnearios, 3.039, de los
que 1.875 se alojaron en el Baños Nuevo, y 1.254, en el Viejo. Pues bien, en
1979, ascendieron a 6.313; es decir, a más del doble: 4.466, al Nuevo, y 1.847,
al Viejo.
Entre los
Directores-médicos del Balneario Nuevo, en el siglo actual, figuraron los
Doctores Miguel G. Camaleño, Saturnino Mozota Vicente, Isidoro Rodríguez
Triguero, Ángel Abós Ferrer, José Méndez-Vigo, José Sánchez Reyes, Valentín
Pérez Argilés, Ángel Marugán González, Nicolás Bermúdez de Castro, Luis Esteban
Múgica y Saturnino Mozota Salaverría.
Hasta 1973,
los dos Establecimientos fueron conocidos con los nombres de Baños Viejos y
Baños Nuevos de Fitero: denominaciones ya inadecuadas, pues ambos eran viejos,
por tener más de un siglo y se habían rejuvenecido por las transformaciones que
estaban sufriendo. Entonces, a partir d ese año, fueron rebautizados con los
nombres de Balneario Virrey Palafox (el Viejo) y Balneario Gustavo Adolfo
Bécquer (el Nuevo). En el Viejo, nació el 24 de junio de 1600, el futuro Virrey
de la Nueva España (México), D. Juan de Palafox y Mendoza; y en el Nuevo, pasó,
por lo menos, una novena en 1861, el famoso poeta de las Rimas, Gustavo Adolfo
Bécquer, quien además escribió sobre Fitero dos conocidas leyendas: La Cueva de
la Mora y El Miserere; y una narración romántica: La fe salva.
En 1983, las
instalaciones del Balneario Gustavo Adolfo Bécquer ocupaban más del doble del
área de 1960.
BAÑISTAS
CÉLEBRES
Añadamos,
para dar fin, a este largo estudio, los nombres más o menos célebres de algunos
personajes que pasaron por los Baños de Fitero, en los siglos XIX y XX.
En el
primero, el Rey-consorte, D. Francisco de Asís; el escritor, Gustavo Adolfo
Bécquer, el arqueólogo, D. Pedro de Madrazo y Kuntz; los políticos, D. Pascual
Madoz y D. Práxedes, Mateo Sagasta; y el futuro Papa, Benedicto XV, Santiago
della Chiesa, a la sazón, secretario del Cardenal Rampolla, Nuncio en España
del Papa León XIII.
En el siglo
XX, los más numerosos han sido los toreros; por la eficacia de las aguas
termales para curar las secuelas de los traumatismos taurinos. Figuran entre ellos,
Bombita, Machaquito, Vicente Pastor, Pinturel, Malla, Cocherito de Bilbao,
Nacional II, Pinturas, Joselito Martín, Marcial Lalanda, Villalta, etc. Y entre
los demás bañistas, el gran arquitecto D. Vicente Lamperez; el tenor de ópera,
Isidoro Fagoaga; el campeón de lucha libre, Ochoa; el boxeador, Paulino
Uzcudun; el fundador del P.S.O.E., Pablo Iglesias; los Generales Kindelán,
Solchaga y Delgado Serrano; el Jardinero Mayor del Ayuntamiento de Madrid, D.
Cecilio Rodríguez, etc.
Propiedades
terapéuticas y aplicaciones de las aguas de los Balnearios
Sus
propiedades fundamentales son las siguientes: antiinflamatorias, sedantes,
antiálgidas, diuréticas, favorecedoras de la circulación y rehabilitación de la
función motora del organismo. Y sus aplicaciones principales son contra el
reumatismo, gota, obsesidad y diferentes trastornos de los sistemas nervioso y
endocrino, y de los aparatos circulatorio, respiratorio, digestivo y urinario.
Empleados de
los Balnearios
En 1985,
tuvieron, durante seis meses, más de 150, cuyos emolumentos y aportaciones a la
Seguridad Social superaron los 80 millones de pesetas.
CAPÍTULO
II
INVESTIGACIONES
DEMOGRÁFICAS
CAPÍTULO II
INVESTIGACIONES
DEMOGRAFICAS
La población: orígenes y evolución desde el siglo
XV.
Mientras que la Abadía de Fitero,
bien poblada, desde un principio, de monjes cistercienses, se remonta a
mediados del siglo XII, el pueblo de Fitero no empezó a formarse hasta finales
del siglo XIII, permaneciendo en estado embrionario, durante dos centurias. La
explicación es obvia, pues los Estatutos primitivos de la Orden del Cister, a
los que sin duda se atuvo San Raimundo, prohibían a sus miembros establecer
monasterios en la proximidad de las villas y de cualquier otro lugar habitado.
Por lo que podemos concluir legítimamente que, al trasladar el Santo su abadía
de Niencebas a Fitero hacia 1152, éste era un lugar desierto, estando
seguramente abandonado el mismo castillejo que había dado a este paraje el
nombre de Castellón. Por otra parte, los mismos estatutos imponían a los monjes
la obligación de dedicarse al trabajo manual, debiendo vivir precisamente de
él, con exclusión de otros ingresos.[i]
Por consiguiente se puede dar como seguro que, por lo menos, en el siglo XII y
en la primera mitad del XIII, no hubo en Fitero más moradores habituales que
los monjes, debiendo tomarse como ocasionales los operarios seglares que
trabajaron en la construcción de la iglesia, junto con los arquitectos,
canteros y albañiles de la misma Orden, que los tenía muy buenos y en gran
número. Lo más probable es que esos operarios seglares trabajasen de día en la
Abadía y pernoctasen en Tudején.
De todos modos, consta
que, hacia 1270, la Abadía tenía ya a su servicio algunos criados y pastores.
Jimeno Jurío consigna que, por algunos contratos de tierras, dadas a censo en
1410, conocemos los nombres de ocho, “todos vecinos moradores en el dicho
monasterio[ii]”.
En todo caso, Fitero no empezó a poblarse realmente hasta que, en 1482, el
Abad, Fr., Miguel de peralta, hijo bastardeo del tristemente famoso merino de
la Ribera de Navarra, Mosen Pierres de Peralta II, decidió formar en torno a la
Abadía una especie de colonia, llamando y cediendo tierras a los moradores más
míseros de los pueblos vecinos de rioja y de Aragón, que quisieran afincarse en
nuestro actual territorio. Parece que en efecto, vinieron, al principio,
algunas familias de Grávalos, Cornago y Cervera; pero debieron ser pocas, si es
cierto lo que hizo constar en un escrito del 27 de septiembre de 1743, Fr.
Anselmo de Andrés y Val, Archivero del Monasterio, que, en 1512, sólo había en
la Villa 30 vecinos y que, en 1585, “contando las viudas, eran los vecinos 78 y
no más.”
Por cierto que de los 30
vecinos de 1512, la mayoría eran judíos, pues en 1513, marcharon a pie, hasta
Cascante, “24 vecinos judíos de Fitero, hombres y mujeres, para hacerse
bautizar por el Prelado diocesano”, que era, a la sazón, el Obispo de Tarazona[iii].
En 1544, el ex paje del
Príncipe Don Gastón de Foix, Jaime de Saint-Martin, nacido hacia 1464 en Lorena
y vecino más tarde de Fitero, aseguraba que “agora hay 220 casas y vecinos,
poco más o menos, en dicho lugar[iv]”.
Como se ve, esta afirmación contradice flagrantemente la ya citada de Fr.
Anselmo de Andrés, de que en 1585, es decir, 41 años después, sólo tenía Fitero
78 vecinos.
¿Quién estaba en lo
cierto? Creemos
que Jaime de Saint-Martin, pues Fr. Luis Álvarez de Solís, en su Visita en
1571, consignó que la población de Fitero “pasa de 300 vecinos[v]”.
En todo caso, es indudable que el pueblo empezó a formarse, con cierta densidad
y celeridad, en el siglo XVI; pero las cifras que se han dado hasta finales del
siglo XVIII, no son muy seguras.
Por
lo que hace al siglo XVII, se dice en la escritura del proyecto del regadío de
Abatores, firmada el 5 de enero de 1603, que en Fitero había “320 vecinos y pico[vi]”.
El Abad, Fr. Ignacio Fermín de Ibero escribía en 1610 que la Vila tenía “350
vecinos[vii]”.
Otras cifras que se dan del siglo XVII es que, en 1622, tenía unos 400 vecinos;
y en 1674, 454[viii].
Más fidedigna es la estadística de 1676, hecha por orden del Virrey de Navarra,
Príncipe de Parma. En ella, ya no se habla de “vecinos”, término vago para
deducir el número exacto de individuos que componían la población, sino de
“habitantes”[ix].
Pues bien, según esta estadística el número de habitantes era, a la sazón, de
1.140, clasificados de la siguiente manera. Varones, 605; y hembras, 535.
Casados y casadas, 245 de cada sexo. Viudos, 6; y viudas, 16. Solteros, 350 y
soltera, 269. Vecinos, 275[x].
Sin
embargo, queda alguna duda acerca de su completa exactitud, pues no constan
apenas en ella los mayores de 60 años, si no tenían hijos solteros, ya que el
objeto principal de tal estadística fue obtener una relación de todos los
vecinos de la Villa que puedan tomar armas, desde los 16 a los 60 años”. Desde
luego, entre los 275 vecinos de 1676 y los 454 de 1674, hay una diferencia
increíble de 179 vecinos, en dos años. Eso por un lado; y por otra parte,
multiplicando por 5, como se hacía ordinariamente, para convertir los vecinos
en habitantes, los 275 vecinos de 1676 equivalían a 1375 habitantes, y no a
1.140. ¿Quién estaba en lo cierto?
Por
lo que se refiere a la población del siglo XVIII, el ya citado Archivero del
Monasterio, Fr. Anselmo de Andrés asegura que en 1743, en que vivía él, se
componía la Villa de “más de 500 vecinos”; y según un “Pedimento de la Villa”,
fechado el 23 de diciembre de 1772, el pueblo estaba “compuesto de más de 650
vecinos[xi]”.
¿No exageraba un poco?, pues el verídico Fr. Manuel de Calatayud escribía, a
finales del mismo siglo, que “es patente y notorio en esta Comarca que la Villa
de Fitero tiene 600 vecinos, de los cuales cerca de 400 son labradores[xii]”.
Según
el “Cuaderno de cobros de Médicos y Cirujanos” de 1775, que examinamos en el
Archivo de Protocolos de Tudela, Fitero tenía entonces 622 vecinos. Y en fin,
para salir de dudas, tenemos el censo oficial de 1791, que es la primera
estadística demográfica de Fitero, digna de tal nombre.
De
acuerdo
con ella, la población total, en ese año, era de 2.208 almas, clasificadas por
su estado civil de esta manera: Solteros, 641; y solteras, 574. Casados y
casadas, 424 de cada sexo. Viudos, 55; y viudas, 90. Además especificaba los
vecinos longevos –ahora se dice de la tercera edad- que había entonces en
Fitero, considerando como tales a los que tenían de 70 años en adelante. En
total sumaban 60, distribuidos del modo siguiente. De 70 a 80 años: 17 casado,
29 casadas, 5 viudos y 2 viudas. Total, 53 septuagenarios. De 80 a 90 años: 5
viudos y 2 viudas. Total, 7 octogenarios.
Respecto del siglo XIX, las cifras son
ya seguras. Según Abella, en 1802, el vecindario comprendía 2.241 personas.
Madoz consignaba en 1846 que la población de Fitero era de 600 vecinos y 2.190
almas. El Dr. Lletget y Caylá anotaba en 1868 que sus habitantes, “según el
último censo”, eran 2.752; y Saturnino Sagasti escribía en 1887 que su
población comprendía 750 vecinos y unas 3.000 almas.
En
fin, por lo que se refiere a la población fiterana del siglo XX, los datos
suministrados en el folleto, Población de los Ayuntamientos de Navarra de 1900
a 1981, publicado por el “Servicio de Estadística de la Dirección de
Informática y Estadística de la Diputación Foral de Navarra” (Pamplona, 12982),
arrojaron las siguientes cifras decenales: en 1900: 3.469 habitantes; en 19120:
3.146; en 1920: 3.178; en 1930: 2.901; en 1940: 2.901 (¿); en 1950: 2.683; en
1960: 2.454; en 1970: 2.303; y en 1980: 2.287 (1.140 varones y 1.147 mujeres:
población de derecho.)
El profesor Alfredo Floristán Samanes,
en el Apéndice VIII de su documentada obra, LA REIBERA TUDELADA DE NAVARRA
(Zaragoza, 1951), inserta las siguientes cifras de la población de Fitero,
desde la mitad del siglo XVI hasta la mitad del siglo XX.
“En
1553: 1.360 habitantes; en 1645: 1.535; en 1646-1647: 1.405; en 1667: 1.870; en
726; 2.241; en 1796: 2.213; en 1797: 2.423; en 1917-1818: 2.505; en 1824:
2.263; en 1845; 2.920; en 1852: 2.443; en 1857: 2.593; en 1860: 2.752; en 1868:
2.888; en 1877: 3.013; en 1887;: 3.353; en 1897: 3.227; en 190: 3.469; en 1910:
3.146; en 1920: 3.178; en 1930: 2.901; en 1945: 2.753.”
Como se puede comprobar, las cifras de
A. F. Samanes no corresponden a los mismos años que las nuestras, salvo las del
siglo XX, que son iguales. En cambio, difieren las de los años 2797, 1868 y
1887, aumentadas sensiblemente en su citado Apéndice. ¿Cuáles son más
verídicas? Creemos que las nuestras, por estar tomadas de fuentes originales
muy fidedignas: las de 1797, del Censo Municipal de aquel año, incluido en el
libro Sorteos para soldados de 773 a 1822, del Archivo del Ayuntamiento de Fitero;
las de 1868, por estar sacada asimismo del último censo del pueblo y copiadas
por el Dr. Lletget y Caylá, Médico-Director, a la sazón, de los Baños Viejos de
Fitero; y als de 1887, por estar consignadas en el Manuscrito de Saturnino
Sagasti, secretario entonces del Ayuntamiento de nuestra Villa.
Por
lo demás, convenimos con el Profesor Floristán S. en que, “hasta 1860, fecha
del primer empadronamiento serio, los datos son inseguros y de poca fidelidad”
(p. 219) y que “debemos tomar con mucha precaución los datos del siglo XÇVII”
(p. 231).
Haciendo
un estudio comparativo de las cifras de la población de Fitero desde el siglo
XVI hasta nuestros días, se observa que su proceso demográfico ha sido
irregular, con un sentido ordinariamente ascendente hasta 1900 en que alcanzó
la cifra másica de 3.469, y un sentido marcadamente regresivo en lo que
llevamos de siglo, pues el 1 de enero de 1981, Fitero sólo tenía 2.186
pobladores de hecho, lo que significa una pérdida porcentual, en ese periodo,
del 36,98%. Los residente eran 1.194 varones y 1.091mujeres; y el número de
familias, 722.
Población de hecho y de
derecho
La
de hecho se compone de los residentes presentes en el municipio y de los que
teniendo residencia en otro, se encontraran en el mismo, como transeúntes, en
el momento censal. Y la de derecho, de las personas que, por vivir
habitualmente en el Municipio, tienen adquirida la residencia en el mismo,
tanto si, en el momento censal, están en el Municipio (residentes presentes)
como si, en ese momento, estuviesen fuera (residentes ausentes).
Ahora
bien, sólo tienen el carácter de residentes en cada Municipio, los que están
inscritos como tales, en el Padrón Municipal correspondiente. Según el censo
publicado por la Delegación Provincial del Instituto Nacional de Estadística,
en el Boletín Oficial de Navarra, el 7 y 19 de julio de 1971, Fitero tenía, en
1970, una población de hecho de 2.303 habitantes; y de derecho, de 2.317,
ocupando, por su población de hecho, el lugar 44, entre los 265 municipios de
la Provincia de Navarra.
Población relativa
Es
sabido que la población relativa o densidad de la población es el número de
habitantes por kilómetro cuadrado, en oposición a la población absoluta, que es
la suma total de los habitantes de un pueblo o país. Pues bien, tomando como
dividendo la población de derecho, que acabamos de señalar, es decir, los 2.317
habitantes, la población relativa de Fitero de 1970, era de 54 habitantes por
kilómetro cuadrado.
Desgraciadamente,
en la actualidad, no llega ni a los 51.
Natalidad, nupcialidad
y mortalidad desde el siglo XVII.
He
aquí unos cuantos datos semi-seculares (excepto dos) sobre estos capítulos, que
nos proporcionó, hace varios lustros, el entonces párroco de Fitero, D. Jesús
J. Torrecilla. Faltan 3 relativos a las defunciones, que no encontró en los
Libros Parroquiales.
Comparando
estas cifras entre sí, queda asimismo confirmada la línea
ascendente-descendente de la población fiterana de la que hemos hablado
anteriormente, pues resulta que Fitero, en lo que se refiere a la natalidad,
después de haber subido hasta 145 nacimientos en 1900, bajó hasta 40 en 1950;
es decir, a los mismos que tuvo en 1547, no consignados en el cuadro anterior;
y en lo tocante a la nupcialidad, después de haber llegado hasta los 34
casamientos en 1850, descendieron hasta 16 en 1950; o sea, a los mismos que
tuvo en 1700. En cuanto a la mortalidad, la irregularidad de los datos, debida
ordinariamente a las epidemias del pasado, no permite una comparación razonable.
Evidentemente ha disminuido, sobre todo, la infantil, que casi ha desaparecido
por completo; pero ya es signo regresivo que, en 1800, el exceso de los
nacimientos sobre las defunciones fuera de 29; y en 1950, es decir, siglo y
medio después, solamente de 10.
Desde
luego, la mortalidad ordinaria en los siglos pasados fue proporcionalmente
bastante mayor que en la actualidad, y el promedio de vida de los vecinos, algo
menor, sobre todo entre las familias de los jornaleros, por cuatro razones
principales: el exceso de trabajo, la mala y escasa alimentación, la falta de
higiene ye el atraso de la medicina. La mortalidad infantil todavía era
importante a principios de este siglo, en que constituían un espectáculo
frecuente los “entierrillos”, con sus cajitas blancas; y no hablemos de los
siglos pasados, en que los niños morían como las moscas. Pongamos unos ejemplos
del XVIII. En 1739, murieron en Fitero 145 personas, de las que 91 fueron
niños. En 1740, 72 personas, de las que 23, niños. En 1741, 139 personas, de
las 70, niños; y en 1742, 72 personas, de las que 31, niños. Suponemos que, en
los años 1739 y 1741, debió haber alguna epidemia, entonces frecuentes, por
haber sido tan alta la mortalidad. Lo mismo debió ocurrir en 1631, a juzgar por
la siguiente coletilla, escrita por el Vicario de la Parroquia, al final de las
partidas de defunción de aquel año: “Fue
este año de 1631 muy fuerte de ambres y muertes y se despoblaron muchos lugares.”
III
CASERÍOS Y CALLES
Siglo
XVI y XVII
No
hay población sin poblado; así es que el complemento del estudio de la
población es el de sus habitaciones cuyo conjunto forma el caserío; y éste, las
calles.
La primera casa o, mejor dicho, edificio
de Fitero fue seguramente Castellón, o sea, la pequeña fortaleza que hubo, al
parecer, primitivamente, con anterioridad a la instalación de los Cistercienses,
en nuestro territorio, “y de la cual –afirmaba el académico Abella en 1802- aún
duran algunos trozos de muralla, incluidos en la fábrica del Monasterio”[i].
La
segunda casa fue indudablemente la Abadía primitiva, bastante modesta,
construida por San Raimundo, a mediados del siglo XII, y no la monumental de la
época moderna. Ya hemos asentado anteriormente que, con toda probabilidad, no
hubo en Fitero más moradores que los monjes, hasta la segunda mitad del siglo
XIII. Fue, pues, en este periodo cuando empezaron a construirse las primeras
viviendas, aledañas a la Abadía, las cuales formaron, con el tiempo, la
primitiva calle del pueblo: el Cortijo, cuyos primeros vecinos fueron los
criados y dependientes del Monasterio, con sus respectivas familias. Más
adelante, ya en el siglo XV, el Cortijo estuvo defendido “con cercas y murallas
y con comunicación al Monasterio, al que servían de defensa y resguardo.
Sobresalían en las murallas tres torres y dos fuertes puertas, de las cuales
aún se conservaba en 1769 una, y residuos de murallas y almenas”[ii].
A consecuencia del poblamiento
emprendido en 1482 por el Abad, Fr. Miguel de Peralta, los inmigrados de los
pueblos vecinos edificaron unas 30 viviendas, de traza tan primitiva como
mezquina. Un testigo ocular, el ya citado Jaime de Saint-Martin asegura que
eran “unas casillas, a manera de chozas, cubiertas de tierra y no de tejas, con
una sola habitación, y ninguna con cámara, y tan bajas y pequeñas que no cabía
en ellas una lanza tiesa”. Jimeno Jurío, exagerando un poco la nota, escribe
que “las casitas levantadas en esta época eran en todo semejantes a las que
habitaron los pobladores celtíberos de la Peña del Saco, en el siglo IV antes
de Jesucristo[iii].”Sin
embargo, “para el año 1544, existían más de 220 casas, en el verdadero sentido
de la palabra”[iv].
Naturalmente, también se habían abierto nueve calles, siendo las más antiguas,
además del Cortijo, la Plazuela de la Picota, el Barrio Bajo y los Charquillos.
Por entonces, había un barrio en construcción, llamado Los Solares, del que
tenemos noticia por algunos contratos de compra-venta de casas, situadas en él.
Una de ellas fue vendida, el 18 de septiembre de 1548, por Pedro de Villoslada
y su mujer María Guillén, vecinos de Fitero, a Oger Pasquier, vecino de Tudela,
en 126 florines, de 15 groses cada florín, en moneda de Navarra[v]; y
otra fue vendida, el 11 de mayo de 1556, por Francisco Gómez a M. de Barea por
75 ducados de oro viejo, de 50 tarjas cada uno, asimismo en moneda de Navarra[vi].
Por tan elevados precios, se ve que debían ser unas casas señoriales, pues, en
1577, se invirtieron solamente 16 ducados y 7 tarjas, en la edificación de la
Casa del Concejo[vii].
Es verdad que[viii]
este edificio no debió ser muy sólido, puesto que, 22 años después –el 14 de
abril de 1599- se hizo un convenio con el albañil Francisco de Inestrillas,
para que lo reparase en la parte que daba al corral de Miguel Francés[ix].
A
la sazón, se empedraban ya las calles, como se deduce de un concierto con el
empedrador Rodrigo Ximénez, vecino de San Pedro, firmado el 24 de marzo de
1587, para empedrar la calle de Santa Lucía hasta el Humilladero y de otro
convenio para empedrar la Plaza de la Orden de 1606[x].
Según
el Libro de Cumplimientos Pascuales de 1634 a 1666, que figura en el Archivo
Parroquial, en 1634 había en Fitero las siguientes calles: Plaza de la Orden,
Barrio Bajo, los Charquillos, Carnicería, Cortijo, Plazuela de la Picota y tras
de la Iglesia, calle de Miguel Gómez del Moral, de la Loba, del Medio, del
Juego de Pelota y de la Calleja. En 1666, aparecían dos más: la calle de Oñate
y la del Pozo; pero había desaparecido el nombre de la calle de Miguel Gómez
del Moral, sustituido probablemente por la que se llamaba en 1666 Calle del
Médico, Miguel del Moral había sido Alcalde de la Villa y familiar de la
Inquisición.
En
1698 y 1699, aparecen en las escrituras de compra-venta de casas; tres calles
más: la de San Juan, la de Entre Ambos Ríos y la del Portillo[xi].
De manera que, a finales del siglo XVII, había ya en Fitero una veintena de
calles.
Siglos XVIII y XIX
En
el siglo XVIII, aumentó el número de casas y asimismo el de calles, siendo la
más moderna y principal la calle de la Villa. El censo de 1797 registró 498
“casas útiles y ninguna arruinada”. Medio siglo después, Madoz hizo constar que
eran “500, poco más o menos[xii]”.
Conjeturamos que debían ser algunas más, pues para entonces se había abierto la
Calle Mayor, aunque es cierto que en 1846, Fitero tenía 214 habitantes menos
que en 1797. ¿Por qué? Seguramente a causa de dos guerras históricas
prolongadas, ocurridas en el intervalo: la Guerra de la Independencia
(1808-1814) y la Primera Guerra Carlista (1834-1839).
A
propósito del caserío fiterano de su época, escribía Madoz que “las casas son
dedos y tres pisos, más cómodas que elegantes, particularmente una porción que
tienen huerto. La parte antigua, que constituye la mitad de la población, se
compone de malísimas calles, estrechas, torcidas, llenas de rincones y algunas
sin salida; mas en la otra mitad, de construcción moderna, son más espaciosas y
rectas; en especialidad, la Mayor, que es hermosa, larga y ancha. Todas ellas
pueden tener agua corriente[xiii]”.
Y algunas la tenían, pero la totalidad no la tuvieron hasta un siglo más tarde.
A
propósito de la Calle Mayor, anotemos dos detalles curiosos: 1) que entonces no
era tan larga como hoy, pues terminaba un poco más arriba del comienzo de la
calle del Cementerio y no fue prolongada en línea recta, para empalmar con la
carretera de Cintruénigo, hasta 1913; 2) que la diligencia de los Baños no
empezó a entrara en el pueblo, atravesando la Calle Mayor, después del rodeo
del Cogotillo Bajo-Luchana (Pío XII y Díaz y Gómara), hasta 1862[xiv].
A
mediados del siglo pasado (y también de los anteriores), casi todas las casas
del pueblo eran de adobe o tapial de tierra, con la fachada recubierta de yeso
o argamasa. Una singularidad curiosa, al menos en dicha época, era su
numeración, pues examinando el Libro de Difuntos de la Parroquia de 1816 a
1856, observamos con sorpresa que las casas del pueblo no tenían una numeración
independientes por calles, sino la correspondiente a un cómputo total de los
edificios de habitación de la Villa, empezando en la Plaza del Molino y
terminando al final de la Calle Mayor, en cuyo nº 485, murió Manuel Díaz en
1841. Pero en 1860, se pasó a la actual por calles.
La
construcción de nuevas viviendas recibió un gran impulso, en el penúltimo
decenio del siglo XIX, del que datan la Plaza de Magallón (1883), la calle de
la Patrona (1884), las calles de Alfaro y Calatrava (1885) y la calle de Angós
(1886). Vale la pena de hacer un poco de historia de este notable ensanche
decimonónico. Su iniciativa se debió, por una parte, al Ayuntamiento, presidido
entonces por D. Juan Cruz Lahiguera, y por otra, al Marqué de San Adrián,
apoderado general de su hermana, Doña María del Pilar Magallón y Campuzano,
viuda de D. Rafael Jabat y dueña de los terrenos. La Plaza de Magallón es el
Paseo de San Raimundo de hoy. Se formó con dos plazas adyacentes: la de la
Orden, que comprendía la parte arbolada actual; y la del Monasterio, que era la
parte desarbolada, llamada vulgarmente Plaza de la Leña, porque en esto la
empleaban los frailes, según asegura P. Madoz[xv].
Por supuesto, la Plaza de la Orden tampoco tuvo árboles en los siglos pasados.
Ambas estaban separadas en 1882 por dos edificios (uno de ellos era la antigua
Hospedería del Convento) y por dos trozos de la Huerta y del Jardín del Abad.
D. Juan Cruz Lahiguera se enteró de que los herederos de D. Rafael Jaba querían
vender los bienes que tenían en Fitero (procedentes de la desamortización de
Mendizábal) y en la sesión del Ayuntamiento del 2 de septiembre de 1883,
propuso la corporación “hacerse con las
dos casas que dividían las dos plazas de la Orden y del Monasterio y los dos
trozos de la Huerta y Jardín del Abad que están incluidos en ellas, con el
objeto de dar el ensanche correspondiente, en esa parte de la población, y dar
salida al término de la Huerta, con beneficio de aquélla y de las fincas de
aquellos que, de este modo, quedaban dentro del pueblo”[xvi].
Esta propuesta aprobada por la Corporación, lo fue, a su vez, dos días después,
por la Veintena de Mayores Contribuyentes, y el 23 del mismo mes de septiembre,
por la Diputación Provincial de Navarra. Con que, el 3 de diciembre siguiente,
el Ayuntamiento compró, por un lado, a Doña Pilar de Magallón la antigua
Hospedería de los Monjes y trozos de la Huerta y del Jardín del Abad, en 9.311
pesetas; y por otro lado, a D. Domingo Huarte, en 3.030 pesetas, una casa que
tenía en los mismos jardines. Los dos edificios fueron derribados y los terrenos
allanados, para formar una sola y enorme plaza, a la que se puso el nombre de
Plaza de Magallón[xvii].
Naturalmente se pensó en construir al N. y sobre todo, al Sur de ella casas
para los vecinos; y para empezar este ensanche de la población D. Domingo
Huarte prestó al Ayuntamiento 7.000 pesetas, el 2 de diciembre de 1883,
cantidad que le fue devuelta el 6 de agosto de 1884, con 281,15 pesetas de
intereses, según se atestigua en el f. 95 del Libro de sesiones del
Ayuntamiento de 1882-1887.
El
13 de enero de 1884, se subastaron los 22 solares de la Huerta y Jardines, que
daban a la nueva Plaza. A la sazón, en la línea meridional de las Huertas, de
170 metros de longitud, sólo había una casa de D. Joaquín Agreda y un granero,
que fue vendido en seis suertes para solares. Se previó que las casas que iban
a levantarse, pudieran ser hasta de 4 pisos, incluida la planta baja, de los cuales
el 1º debería tener 3,40 metros de altura; el 2º, 2,60; el 3º, 2,5 y el 4º, 1,90,
sujetándose a las mismas medidas los dueños de los solares del Nº de la Plaza[xviii].
En la sesión del 27 de enero de 1884, se acordó abrir la Calle de la Patrona,
con una anchura de 7 metros, “desde la puerta de la iglesia hasta la Carrera
del Olivar, en línea recta”, si el apoderado de Doña Pilar de Magallón presentaba
buenas condicione de venta. Y, en efecto, las presentó, pues sólo pidió “500
pesetas, libres de todo gasto”, por lo que se aprobó en la sesión del 17 de
febrero siguiente[xix].
La
apertura de las calles Alfaro y Calatrava todavía le salió más barata al
Ayuntamiento, presidido entonces por el nuevo Alcalde, D. Mariano Val. En la
sesión del 12 de julio de 1885, el Sr. Val leyó una sorprendente comunicación
del Marqués de San Adrián, en la que proponía al Ayuntamiento la apertura de
dos nuevas calles en el Olivar Grande, cuyos terrenos cedía gratuitamente su
hermana Pilar, ya viuda de D. Rafael Jabat. Una de ellas tendría 5 metros de
anchura y 137 de largura y empezaría en el solar número 5, acera derecha de la
Calle de la Patrona, y terminaría en la otra calle nueva, que sería de 7 metros
de anchura y 258 de larga e iría desde la Plaza de Magallón a la Carrera del
Olivar (hoy Calle de Federico Mayo). Por supuesto, el Ayuntamiento aceptó
encantado tan generosa propuesta, decidiendo poner a la primera calle el nombre
de Alfaro; y a la segunda, el de Calatrava[xx].
No hay que decir que a esta última se la denominó así, en recuerdo de San
Raimundo, primer Abad de Fitero y fundador de la Orden Militar de Calatrava; y
a la segunda, en memoria de D. Manuel M! Alfaro, que hizo construir, a sus
expensas, las casas de los números pares de dicha calle y algunas de los nones
de la Calle de Calatrava. Fueron edificadas a destajo por cinco hermanos
albañiles: Cipriano, Andrés, Zoilo, Juan Y Anastasio Fernández, por 500 pesetas
cada una.
La
Calle Angós se inauguró en 1886 y su nombre recuerda al Maestreo de Obras, D.
Juan Cruz Angós, que dirigió desde 1820 las del regadío de Abatores.
Siglo XX
Al
comenzar el siglo actual, Fitero tenía 742 casas; y en 1920, había 783
edificios en el casco de la población y 17 más en las afueras, incluyendo los
Balnearios. El censo de este año anotaba además 12 edificios y 148 albergues,
diseminados por el término municipal.
El
28 de septiembre de 1953 fue otra fecha importante en la pequeña historia de la
vivienda fiterana, pues se inauguraron entonces la Calle Federico Mayo y la
prolongación de la Calle Angós, con 48 casas subsidiadas.
En
diciembre de 1954, se inauguró el Matadero Nuevo, levantado a la entrada del
Paseo Viejo, y también las casas nuevas para los Maestros Nacionales y para el
Secretario del Ayuntamiento, en la Calle Mayor, números 115 y 117. En 1965, fue
erigido el edificio de la Agrupación Escolar Mixta, en el extremo oriental del
cuerpo meridional del antiguo Monasterio Cisterciense; cuerpo del que fueron
demolidos previamente, con gran trabajo, unos 30 y pico metros de longitud,
perpetrando un atentado estético e histórico, verdaderamente lamentable. Y, a
la postre, inútil, pues, tres lustros después, sus locales resultaron
insuficientes y se proyectó la construcción de nuevas escuelas, detrás de la
Plaza de Toros.
Inauguración de 12
calles nuevas
La
década de los 70 marcó un fuerte avance en la renovación del caserío viejo y en
la edificación de numerosas casas nuevas, con la particularidad de que los revestimientos
exteriores se hicieron ordinariamente de ladrillo amarillento. En el mismo año
de 1970, se construyeron 6 casas nuevas y se repararon 83. Este aspecto de la
reparación –que, en bastantes casos, fue más bien reconstrucción- tuvo gran
importancia, no solo por la apariencia de pulcritud que fue dando al poblado,
sino especialmente porque el interior de las viejas viviendas ganó un cien por
cien en higiene y en comodidad. En la actualidad, casi todas las casas del
pueblo tienen su wáter-closet y sus lavabos de agua corriente; y en una buen
parte –y por supuesto, todas las nuevas- su cuarto de baño o duchas. La mayoría
de las cocinas utilizan el gas butano, y en los comedores o cuartos de estar,
no falta un aparato de televisión. En 1971, había ya en el vecindario 250
televisores. En este mismo año, se inauguraron ya oficialmente cinco calles:
las denominadas Domingo Huarte, Rodrigo Ximénez de Rada, Gustavo Adolfo Bécquer,
Julio Asiain y Alberto Pelairea. Los edificios del casco de la población
ascendían entonces a 908; los de extramuros, a 10; y los albergues de los
campos, a 150.
En
el Programa de las Fiestas de Septiembre de 1972, ALABRASTROS HERNA anunciaba
la construcción de 56 viviendas nuevas; y en efecto, la fiebre constructora
continuó a más y mejor, inaugurándose en 1979 nada menos que 7 calles más: las
de Fray Luis Álvarez de Solís, Saturnino Sagasti, Niencebas, Tudején, la
Atalaya, el Olmillo y Peñahitero. El 30 de marzo de 1981, según los datos del
Servicio de Estadística de la Diputación de Navarra, Fitero tenía 714 viviendas
familiares, 166 secundarias, 4 colectivas y 126 desocupadas. El número de
calles ascendía a 40
La
Nueva Casa del Ayuntamiento y el embellecimiento del Paseo de San Raimundo
La
obra más importante, en el tramo de la construcción, durante los dos primeros
Ayuntamientos democráticos, presididos por el Alcalde, D. Carmelo Aliaga
Hernández, fue la restructuración del cuerpo suroriental rematante de la vieja
Abadía Cisterciense, el cual fue transformado en una magnífica Casa
Consistorial, la cual alberga, no sólo todas las dependencias municipales, sino
un moderno Dispensario Médico, la Biblioteca Pública y amplios locales para las
sedes sociales de diversas entidades. La obra fue proyectada en 1979, con un
presupuesto inicial de 26.011.532 pesetas, el cual fue ampliado, en febrero de
1984, con 12.107.042 suplementarias; de manera que su coste final fue de
38.118.574 pesetas. A ellas hay que añadir los honorarios de los arquitectos D.
Román Magaña, D. Cesáreo Sesma y D. Francisco Bellido, por la confección del
proyecto y la dirección de su desarrollo, los cuales ascendieron a 2.131.703
pesetas.
La
obra fue realizada por dos empresas principales: la CONSTO, S. A. de
Valladolid, que se encargó de la restauración de los exteriores (fachada y
tejados), desde octubre de 1981 a mediados de agosto de 1982; y la empresa
MARIN Y SOLDEVILA, de Castejón, que hizo la reconstrucción de los interiores,
en 1983-1984 y primeros del 85. La obra de la CONSTO fue gestionada y sufragada
directamente por el Ministerio de Cultura; y la de MARIN Y SOLVEDILA, por la
Diputación de Navarra y el Ayuntamiento de Fitero. La Diputación dio, en un
principio, 15.447.900 pesetas y posteriormente, 7.709.643 pesetas.
La
flamante Casa Consistorial fue inaugurada solemnemente el 15 de marzo, fiesta
de San Raimundo, de 1985.
Al
mismo tiempo, el Paseo de San Raimundo fue espléndidamente remozado con la
artística pavimentación, hecha por la empresa LURGAIN, de Huarte-Araquil, que
costó cerca de dos millones, y la fuente monumental de las pirámides truncadas
e invertidas, construida por Alfonso Fernández Ortega e inaugurada en 1984. El
nombre de Paseo de San Raimundo, que sustituyó al anterior de Plaza de
Magallón, fue acordado por el Ayuntamiento, presidido por el Alcalde, D. Juan
Cruz Lahiguera, en la sesión del 5 de agosto de 1903[xxi].
Parte de la Plaza de Magallón, correspondiente a la antigua Plaza de la Orden,
había sido ya convertida en un paseo público de cinco pistas, adornadas por
tres hileras de árboles (acacias y olmos) y unos asientos formados por tres
grandes cubos de granito.
Restauración de las
cubiertas de la iglesia
Fue
realizada en 1985-1986 por Construcciones Zubillaga, S. A., bajo la dirección
del arquitecto, D. Féliz Zozaya y del aparejador, D. Eugenio Soldevilla,
habiendo sido financiada por la Diputación Foral de Navarra, con un presupuesto
de 65.772.955 pesetas.
CAPÍTULO III
LA TENENCIA DE LA TIERRA
Antecedentes
medievales
Como antecedentes de la
tenencia de la tierra por los vecinos de Fitero, hay que remontarse a la
primera mitad del siglo XII, antes de la llegada a Yerga de los cistercienses
primitivos (época premonástica) y coninuar hasta finales del siglo XV, en que
empezó a formarse propiamente el pueblo (época monástica). De lo documentos más
antiguos que nos quedan, recogidos por Cristina Monterde en su Colección Diplomática del Monastero de
Fitero, se deduce que el territorio actual de Fitero perteneció
principalmente, en la época premonástica, después de la Reconquista, a vecinos
o simplemente terrateniente de Tudején, y secundariamente a otros propietarios
de Cintruénigo, Tarazona, etc., conservándose sus nombres: Miguel Pascual,
Domingo Jimeno, Pedro Sanz, Sancho López, etc.
Ahora bien, el punto de partida para
determinar la tenencia de la tierra, en la época monástica, es la donación de
la villa y lugar de Niencebas al primitivo monasterio cisterciense de Yerga y a
su Abad, Durand, hecha, el 25 de octubre de 1140, por Alfonso VII el Emperador.
Pero hay que puntualizar que esta donación real, así como las posteriores de
Castellón y Tudején, no implicaban el despojo de los propietarios particulares
que poseían fincas en estos lugares, las cuales pasaron poco a poco,
legalmente, a poder del Monasterio, por compraventas, permutas y donaciones; de
manera que, al finalizar la Edad Media, todo el territorio fiterano pertenecía
prácticamente a la Abadía. A propósito de donaciones, así reales como
particulares, que se hacían al Monasterio, conviene destacar esta observación
certera de Cristina Monterde. “El Monasterio de Fitero acreció su dominio, no
sólo por donaciones reales, sino además por la mentalidad especial del hombre
medieval, que piensa en el más allá con temor: estas donaciones, más que con un
fin piadoso per se, son por la redención de sus almas, miedo al infierno,
etcétera[xxii].
En efecto, ya en el primer documento que inserta: el de la donación de
Niencebas, Alfonso VII dice que la hace “pro
mea maxime parentumque meorum salute, pro peccatorum nostrorum remsiione”
(ante todo por la salvación mía y la de mis padres, y por el perdón de nuestros
pecados)[xxiii].
Por lo demás, adviértase que de los 243 documentos que copia dicha autora, más
de 200 se refieren a donaciones y transacciones de tierras, y todos tienen que
ver, más o menos, con el dominio territorial del Monasterio.
La tenencia de la
tierra desde 1482 a 1584
Sabido es que el vecindario fiterano
empezó a formarse con gentes pobres, venidas de los pueblos inmediatos de
Castilla y de Aragón, a las que el abad, Fr. Miguel de Peralta llamó y admitió
como simples moradores hacia 1482, proporcionándoles “solares para sus
viviendas, tierras para mantenerse, a cambio de unas pechas simbólicas,
reducidas a una gallina por la casa y unos tributos por las haciendas… Todos
estos habitantes eran labriegos de humilde condición. Su calidad de extranjeros
y renteros del Monasterio los situaba en condiciones de sumisión y vasallaje,
con respecto a los propietarios de las tierras y solares. Por esa causa, no
contradecían ni osaban contradecir al Abad y convento, en ningún caso[xxiv].”
Es decir, que estaba a merced del capricho de los monjes, quienes les rentaban
o les quitaban las tierras, cuando y como les parecía. Tal situación continuó
sin protestas durante el abadiazgo de Fr. Miguel de Peralta (1480-1502), porque
los habitantes eran escasos y sumisos, así como el abadiazgo de Fr. Martín de Egûés
y Pasquier (1503-1540), porque fue un abad benévolo y paternal, habiendo organizado
el primer municipio fiterano, a estilo democrático. Pero la situación cambió
por completo, al sucederle, a los 20 años, su sobrino, Fr. Martín de Egûés y de
gante, que era un mozo libertino y despótico, siendo el que inauguró el periodo
dictatorial de la Abadía, que, con el apoyo del Real Consejo de Navarra, se
perpetuó hasta la supresión del Convento. El pueblo tenía ya 200 vecinos, los
cuales no se resignaron ante los abusos escandalosos de Egûés II y de sus
compañeros, tan relajados como él. Entonces la mayoría del vecindario solicitó
permiso de Felipe II para construir una nueva población, independiente de los
frailes, en los montes de Tudején. Expidióse una Cédula Real en 1548,
accediendo a la petición; pero se opuso terminantemente el Monasterio, y el
intento separatista no prosperó. En tales circunstancias, la tenencia de la
tierra se hizo más aleatoria que nunca, sobre todo, para los oponentes al
Monasterio, careciendo los renteros de toda garantía y seguridad. A este
lamentable estado de cosas puso fin –al menos, temporalmente- el Abad electo,
Fr. Luis Álvarez de Solís, por la escritura censal del regadío de 1584.
La Escritura Censal del Regadío de
1584
Es
uno de los documentos más importantes de la historia de Fitero. Y también de
los más extensos, pues consta de más de once mil palabras. Por lo mismo, no lo
reproducimos íntegramente, sino que ofrecemos un resumen esencial y escueto de
su gestación y contenido, advirtiendo que las frases entrecomilladas están
tomadas literalmente de su texto, aunque con ortografía moderna. La escritura
en cuestión fue formalizada y firmada ante el notario y escribano real, Don
Gracián Navarro, el 27 de enero de dicho año, previa una reunión y acuerdo del
Concejo de la Villa el día 23, y de tres reuniones capitulares del Monasterio,
celebradas el 24, 25 y 27 del mismo mes. El Abad, como hemos dicho, era Fr.
Luis Álvarez de Solís, y el Prior, Fr. Martín de Barea, componiendo la
comunidad cisterciense de entonces 14 monjes profesos más. A su vez, los
Regidores de aquel año eran Miguel Gómez del Moral, familiar del Santo Oficio,
Cristóbal de Alfaro y Martín de Barea. A la reunión del Concejo acudieron los
tres Regidores, 72 renteros, tres testigos y el Notario; es decir, 79 vecinos
del pueblo, y el acuerdo que tomaron fue el de pedir al Monasterio que les
diese a censo perpetuo las tierras de regadío que tenía en renta, pues “l Abad
y los monjes muchas veces dan y quitan las piezas a quien y como les ha parecido”,
alegando los renteros “la necesidad que todos tienen de tener las dichas
piezas, y de aquéllas hacer a su voluntad, como en cosa suya propia, y porque
no se las puedan quitar, para darlas a otra persona”. Todavía no existía el
regadío de Cascajos, inaugurado en enero de 1603, y las tierras en cuestión se
reducían a 603 robadas y 6 almudes, con un total de 135 pedazos, distribuidos
en estos 7 términos: Valdebaño, con 20 pedazos; la Redonda, con 3; la Ovejuela
(los Plantados), con 3; Solosoto y el Cascarral (Cascarrales), con 23; la Hoya
del Puente, con 16; y la Huerta Baja, con 68.
Entre
los parajes de estos términos, aparecen los siguientes. En Valdebaño: el Arenal
del Río Alhama, el Cierzo, la Presa de los Monjes y el Río de Igea. En la
Ovejuela: el Paguillo, el Tamarigal del Monasterio, el camino del Batán de San
Valentín y el Brazal de las Viñas de Ovejuela. En Solosoto y el Cascarral: el
Barranco de la Endrecera de Roscas, Soto de sauces del Monasterio “que le
llaman Quiebra-cántaros”; la Pieza de los Ballesteros (que pertenecía a la
Cofradía de San Miguel), el Camino Real de Agreda y las Nogueras. En la Huerta
Baja: la Pieza de la Orden, el Arenal, “el Río de piedra, que va a la Estanca
de Cintruénigo”; La Viña Baja de la Malvasía (perteneciente al Monasterio), el
Camino Real que va a Cintruénigo, la Pieza del Rey, el Brazal de las
Travesañas, el Brazal de la Tamariz y el Río Molino.
Las
cláusulas de la escritura en cuestión son 23; pero sólo vamos a resumir las más
importantes:
1) El
Monasterio y los arrendatarios aceptaban, sin derecho a reclamaciones ulteriores,
las medidas y tasaciones de las tierras que constaban en la escritura.
2) Las
ganancias de terreno, ocasionadas por las crecidas del Río Alhama, serían “para
el dicho Monasterio y no para los censatarios”; y las mermas serían compensadas
a éstos, con las rebajas correspondientes en su tributación.
3) Los
censatarios deberían pagar al Monasterio, cada año, dentro de los meses de
agosto y septiembre, “por cada robada de tierra, tres robos de trigo limpio,
seco y bueno, puesto a su costa en los graneros del Monasterio.”
4) Los
censatarios deberían pagarle además “el diezmo y primicia de todo lo que
cogieren, sin exceptuar cosa ninguna”, incluso de la renta prevista en la
cláusula 3ª; de manera que, si de una robada de tierra, cogían ocho robos de
trigo, debían pagar tres por dicha cláusula, y uno más de diezmo y primicia; es
decir, cuatro robos “y no como algunos, con poca conciencia y temor de Dios han
hecho, que es no diezmar lo que dan de renta”. Detallando aún más el modo de
efectuar este pago, se especifica que “el diezmo y primicia de trigo, cebada,
avena, centeno, mijo, cáñamo, lino, ajos, cebollas y alubias” se pagarían en
especie; pero las otras legumbres y verduras, como son lechugas, rábanos,
berzas, melones, pepinos, cohombros, habas, arvejas, espinacas, puerros y
acelgas” se tasarían en dinero, y de dicho dinero se pagaría el diezmo. La
tasación sería hecha por dos personas: una de la parte del Monasterio y otra,
de la censataria, dirimiendo la cuestión el Alcalde, en caso de discordia (pero
hay que observar que el Alcalde era nombrado, cada año, por el Abad, quien
podía destituirlo en cualquier momento.)
5) “De
cada cuatro robadas de tierra”, los censatarios tenían que pagar además al
Convento “una mantada de paja, cuan grande la pudiera traer una acémila, con
sus angarillas y mantas”.
8) Los
censatarios no podrían plantar en sus
fincas “árboles de ningún género, ni para leña ni para fruta”.
9) “Toda
l madera y leña que el río trajere, sea siempre del Monasterio, a excepción de
la que quedase dentro de los pedazos de los censatarios y no fuese fusta.
10)
Los censatarios quedaban obligados a
“tener siempre en pie reparados, a su costa, todos los regadíos”; y si fuese necesario
abrir nuevos y construir acequias, lo harían por su cuenta, “sin que el dicho
Monasterio contribuya a los gastos, con dinero u otra cosa”.
11)
Todas las hierbas continuarían como
propiedad exclusiva de los monjes, “sin que ninguno de los censatarios ni otra
persona puedan, como hoy no pueden, tener aprovechamiento de dicho herbaje, con
ningún ganado menor ni con dula”.
Se autorizaba a los censatarios a
plantar viñas en las tierras de la Redonda, “que parecen inútiles para pan
llevar”, con la condición de pagar la renta de tres robos de trigo, por robada
de tierra, “más el diezmo y primicia de la uva”.
20)
Los censatarios no podrían vender, empeñar ni enajenar ninguna parte de sus
tierras a “clérigo ni caballero ni a otra persona de las prohibidas por las
Leyes”.
21) Cuando el
censatario fuera a vender una finca “a persona llana y abonada”, debería avisar
al Monasterio, con 10 día de antelación, “para que, si la quisieren los monjes,
la puedan tomar”, pagando una décima parte menos que el precio de venta, “por
razón de fádiga”; y si no la tomaba el Convento, debería abonar a éste, por
razón de luismo, una décima parte del precio de venta.
22) Los censatarios se
obligaban a cumplir las estipulaciones del contrato “con sus personas y todos
sus bienes, y personas y bienes de los demás consortes[xxv]”.
Tales son las partes principales
del histórico documento.
Evidentemente
algunas de sus cláusulas eran verdaderamente onerosas y sospechamos que no se
debieron a la iniciativa del Aba Álvarez de Solís, que era un hombre de talante
comprensivo y liberal, sino a la imposición de los demás monjes. En todo caso,
este convento fue recibido con alivio por los renteros de la época, puesto que
les aseguraba la posesión pacífica y estable de las tierras arrendadas.
La Escritura de Transacción de 1628
La
situación tirante entre el pueblo y el Monasterio, que amainó durante el
efímero (1582-1585), pero beneficioso abadiazgo de A. de Solís, volvió a
recrudecerse con sus sucesores, legando a su climax en 1627. En tiempos del
aristocrático Abad, Fr. Plácido del Corral y Guzmán. A la sazón, seguíase en la
Corte de Navarra una docena de pleitos, entablados por la Abadía contra los
vecinos de la Villa y en los que éstos salían casi siempre perdedores. Con que
el 24 de junio de 1627, al pretender el Aba d qu se notificase al pueblo, por
pregón púbico, cierta pragmática real, estalló un tumulto popular en el que Fr.
Plácido estuvo a punto de ser linchado. Este motín y otros graves sucesos
inmediatos le obligaron a firmar la Escritura de Transacción y el convento
sobre los pleitos pendientes entre la Villa y el Monasterio del 8 de julio de
1628. La formalizaron y firmaron, por parte del Monasterio, el Abad Fr. Plácido
y los Procuradores del Convento, Fr. Jerónimo de Álava y Fr. Miguel Baptista
Ros; y por parte del pueblo, el Regidor de la Villa Miguel Gómez del Moral y
los Procuradores de la misma, Juan de Huete y Juan de Larrea.
Dicho
documento consta de 34 apartados, algunos de los cuales rectificaron la
Escritura Censal del Regadío de 1584. Los más importantes, referentes a esa
rectificación, fueron los siguientes.
1.-
Que en los dos primeros años de una viña nueva, se puedan plantar en ella
alubias; y en los olivares, ya criados y acopados, todas las semillas que
quisieren.
2.-
Que la licencia para desplanar una heredad infructuosa, la conceda el
Monasterio “sin interés alguno”.
8.-
Que en adelante se pudiesen plantar árboles frutales en las cabeceras y vagos
de las viñas y olivares.
9.- Que, en vista de
que en el Paguillo, las crecidas del río Alhama han destruido algunas
heredades, sus dueños puedan criar en ellas los que pudieren, mientras no se
puedan reponer en las viñas y olivares.
11.- Que en diez pies,
junto al río, no se pueda roturar ni beneficiar la tierra.
16.- Que las heredades
que gozan de la condición de cerros, se cierren con cerraduras de hilo de tapia
y tengan las puertas necesarias.
17.- Que los
censatarios puedan vender o pacer sus yerbas con sus ganados, en sus heredades,
hasta la Peña de Fitero.
18.- Que en sus
heredades no puedan entrar cabras, asnos ni ganado vacuno, en ningún tiempo[xxvi].
Las Tablas de Ezpeleta
Entre
las escasas tierras fiteranas de regadío, que no fueron propiedad del
Monasterio, en los siglos pasados, figuran las Tablas de Ezpeleta, sitas “en la
Huerta Baja, desde el Río Alto de la Huerta hasta el Río Alhama”; es decir, en
el paraje que hoy se llama La Mayor, sin duda por la abreviación popular de la
heredad del Mayorazgo de Ezpeleta, del que formaba parte, así como las tierras
adyacentes de Cintruénigo, en mayor extensión. Las de Fitero sólo comprendían
27 robadas, divididas en 4 tablas, y plantadas, en su mayoría, de viña. En
1783, eran sus propietarios los vecinos Manuel Abadía, Juan Antonio Medrano,
María Cariñena, Pedro Fermín Solano, Serafín Atienza, Manuel Barea Latorre e
Isidro Hernández. Todas estaban gravadas con un censo enfitéutico perpetuo,
fádiga, luismo y comiso, siendo, a la sazón, su censalista D. Enrique de
Ezpelera y Galdeano, vecino de puente la Reina, quien obtuvo del Real Consejo
De Navarra, en marzo de dicho año, mediante un despacho de Inmitiendo, el reconocimiento de sus derechos. Incluso mandó hacer
en 1798, un apeo de dichas tierras, como lo testimonian sendos documentos notariales
de D. Joaquín Huarte, conservados en el Archivo de Protocolos de Tudela
(Protocolo de 1783, nº 23 y de 1798, nº 12). El mayorazgo de Ezpeleta, del que
formaban parte dichas tablas, se remontaba cuando menos, a comienzos del siglo
XVI. En 1602, era poseedor del mismo el caballero navarro, D. Gaspar de
Ezpeleta, el cual, el 7 de junio de este año, otorgó un poder general sobre sus
bienes y sus derechos al Abad de Fitero, Fr. Ignacio Fermín de Ibero, natural
de Pamplona. Por cierto que, en aquella fecha, estaba encargado de la
Enfermería y de la Hospedería del Convento, Fr. López de Ezpeleta, tal vez
pariente del poderdante (Protocolo de Miguel de Urquizu , de 1602, nº 22
A-P.T.). Al decir de Florencio Idoate, D. Gaspar obtuvo a los 30 años, el
hábito de Caballero de Santiago, a pesar de ser un perfecto calavera: jugador,
borracho, mujeriego, derrochón, espadachín, etc. Con que, en la noche del 27 de
enero de 1605, fue acuchillado –en duelo o en riña- a las puertas de la casa
del Príncipe de los Ingenios, D. Miguel de Cervantes, el cual vivía entonces en
la calle del Rastro, de las afueras de Valladolid. A los gritos de socorro del
herido, lo recogió el gran escritor en su domicilio, donde murió dos días
después, sin llegar a declarar quién había sido su agresor. Probablemente sería
algún matachín, pagado por cierto escribano, real, al enterarse éste de que D.
Gaspar mantenía relaciones con su mujer; pero el alcaide-juez Villarroel, por
espíritu de cuerpo, cargó los indicios de culpabilidad sobre Cervantes, quien
fue a parar a la cárcel con sus hermanas Andrea y Magdalena, su hija Isabel, su
sobrina y algunos vecinos, hasta un total de 11 personas. Naturalmente fueron
puestos en libertad, al comprobarse que ninguno de ellos había tenido arte ni
parte en aquel asesinato; pero después de haberse pasado una temporadita
carcelaria.
¡Curioso
caso el de esta prisión inicua de Cervantes, por culpa de un tenoriesco
censalista de las Tablas de Ezpeleta de Fitero! Al morir, tenía D. Gaspar 37
años.
(V.
Florencio Idoate, Rincones de la Historia de Navarra, t. III, pp. 769-771; y
José Montero Alonso, Miguel de Cervantes, p. 19 – Colección Los Protagonistas
de la Historia.)
La Desamortización del siglo XIX
Fueron
tres: la bonapartista, la constitucionalista y las progresistas. Afectaron a
todos los conventos y las tres supusieron cambios radicales en la tenencia de
la tierra, puesto que arrebataron a aquéllos sus fincas rústicas y urbanas,
nacionalizaron sus bienes. Las dos primeras fueron efímeras y de efectos
provisionales; pero la tercera fue definitiva y de efectos perdurables.
La desamortización bonapartista y
la ocupación francesa de Fitero
La
desamortización bonapartista fue decretada por el Gobierno de Mariano Luis de
Urquijo, el 18 de julio de 1809, con el refrendo del Rey, José Bonaparte. A la
sazón, el Monasterio de Fitero alojaba a 33 monjes y los bines que les
incautaron fueron los siguientes: 26 edificios, 10 robadas de huerta, 54
robadas y 8 almutadas de prado, 238 peonadas de viña, 6 piezas de secano, con
78 robadas, 8 fincas dde olivar con 2.130 plantas de olivo, en un terreno de
217 robadas y 15 almutadas; y 57.737 robos de trigo, procedentes de los censos.
En octubre del mismo año, los franceses echaron a los frailes del Convento,
convirtiéndolo en hospital de sangre para sus soldados hasta octubre de 1813[xxvii].
De manera que ocuparon Fitero algo más de 4 años.
Ahora
bien, antes de expulsarlos, desde el 25 de junio de 1808, hasta el 29 de agosto
de 1809, exigieron al Monasterio el pago de 19.643 reales vellón, en efectivo,
y suministros diversos, por valor de 155.915 reales (exacciones contabilizadas
en 85 recibos). Pero a éstas hay que añadir otras diversas sin recibo, como el
requisamiento de todos los ganados del Convento y de 231 libras de plata (a 17
reales de v. la onza); la destrucción del santuario de Yerga (40.000 reales v.)
y de 6 parideras de ganado (30.000 reales); el corte de 9.834 árboles del Soto
(los 2/3 del total por valor de 35.116 reales); los destrozos hechos en el
edificio del Monasterio (160.000 reales), etc.[xxviii]
De todos estos perjuicios, el Monasterio presentó a la Diputación Provincial
una Relación pormenorizada, el 24 de diciembre de 1814. Puede verse en La
Desamortización eclesiástica en Navarra por José María Mutiloa, pp. 270-271
(Pamplona, Ediciones Universitarias de Navarra, 1972).
Por
lo demás, los ocupantes franceses no pusieron en venta ninguna de las fincas
incautadas a los monjes, de manera que, en este aspecto, la tenencia de la
tierra no sufrió modificaciones.
La desamortización
constitucionalista
Fue
votada por las Cortes Constitucionales, el 1 de octubre de 1820, y refrendada
por el Gobierno de Evaristo Pérez de Castro. Tampoco esta desamortización
cambió sensiblemente la tenencia de la tierra aunque mejoró bastante la
condición de los censatarios, al quedar suprimidos de hecho los diezmos y
primicias, el luismo, la fádiga y demás pechas monacales. Pero subsistieron los
censos perpetuos y redimibles. El Crédito Nacional se limitó arrendar, en 1820,
las Dehesas y Corralizas por 1.500,26 reales; 45 robadas de viña, por 6.008
reales; 2 huertas de 8 y 9 robadas, por 3.960; y otra huerta de 7 robadas, por
544 reales.[xxix]
No
ocurrió lo mismo con las fincas urbanas, pues se subastaron en Tudela y fueron
comprados los Baños Viejos, el Trujal, el Batán de Paños, la Nevera y 13 casas
del Monasterio, por un importe total de 922.960 reales, descontada la venta del
Horno, que se mandó suspender. A los adquirentes se les dieron facilidades para
pagar las fincas en 10 plazos. El vecino de Tudela, Pedro Barrera, se hizo con
la Casa de los Baños por 738.000 reales, evaluada en venta en 663.961 reales,
mientras que el resto lo adquirió el vecino de Fitero, Bernardo Bayo, al mismo
precio de venta[xxx].
Ni que decir tiene que los compradores quedaron desposeídos, a la vuelta de los
monjes, los cuales recobraron sus bienes, por oficio del Virrey del 18 agosto
1823.
La desamortización progresista
Se
la conoce vulgarmente por la desamortización de Mendizábal, porque fue iniciada
esencialmente por este Ministro, con el histórico decreto del 11 de octubre de
1835; pero, en realidad, el periodo desamortizador duró más de 20 años, siendo
sus principales protagonistas los ministros del Partido Progresista. Uno de los
últimos y de los más radicales fue el escritor pamplonés, D. Pascual Madoz,
quien, siendo Ministro de Hacienda, dictó la Ley de Desamortización del 1 de
mayo de 1855, suprimiendo los censos perpetuos.
En
aplicación del precitado decreto de Mendizábal, los monjes de Fitero, una vez
terminado el Inventario de sus bienes, que duró 37 días, abandonaron para
siempre el Convento, el 21 de diciembre de 1835. Vino a hacerse cargo de él D.
Melchor Azcárate, vecino de Tudela, en su calidad de Comisionado de Arbitrios
de Amortización.
La
desamortización de Mendizábal supuso una verdadera revolución en la tenencia de
la tierra en Fitero. Por supuesto, los censatarios continuaron en posesión de
sus tierras, pero, como en 1820, quedaron libres de pagar los diezmos y
primicias y demás pechas monacales, excepto los censos mayores y menores. Igual
ocurrió con los arrendatarios, quienes pasaron a depender en delante de la
Administración de Propiedades y Derechos del Estado, en Navarra. En cambio,
fueron sacadas a subasta pública las fincas rústicas y urbanas del Monasterio,
administradas directamente por él. Limitándonos a las rústicas, situadas en el
territorio de nuestra Villa, fueron subastadas las siguientes:
1) La
Heredad grande de la Huerta, de 50 robos de cabida, plantados en su mayoría de
viña, y también de olivos jóvenes.
2) El
Oliviar Grande, de 70 robos de tierra, con 800 olivos.
3) La
Pieza de la Orden, con 40 robos, con 216 olivos.
4) La
Mejorada, de 40 robos, con 220 olivos.
5) Ocho
olivares, sitos en los términos del Combrero, los Plantados, la Callejuela de
los Plantados, Torralba, Carracorella, Peñahitero y el Camposanto, con un total
de 63 robos y 13 almudes, que contenían 624 plantas y algunos plantones.
6) Dos
Huertas anejas al Monasterio, de 18 robos.
7) El
Jardín del Monasterio, de 4 robos de cabida, dedicados a frutas y verduras.
8) El
Soto, de 90 robos, poblados de árboles.
9) La
era de trillar del Camposanto Nuevo.
10)
Siete corrales cubiertos de acubilar
ganado menudo, sitos respectivamente en el Calvario Viejo (con 1 yugada de
tierra), en Valderromeral, encima de la Hoya del Puente (con 2 yugadas), en los
Blancares, Valdeza, Valdeguarro y el Pardo.
11)
Las Dehesas de Valdeza, Valdeguarro y
Ulagoso.
12)
Las Dos Corralizas, anejas a estas
Dehesas.
En
esta ocasión, no faltaron compradores de los bines del Monasterio, siendo los
principales los siguientes: Manuel Abadía, que compró fincas rústicas y urbanas
por un total de 917.676 reales; y Gervasio Alfaro, que compró asimismo fincas
de las dos clases por 313.370 reales. A su vez, los principales compradores de
fincas rústicas solamente fueron: Martín Atienza, por 170.000 reales; José
Martínez, por 97.000 reales y Veremundo Atienza, por 28.500 reales. Hilario
Carrillo remató en subasta 65 censos, por 281.962 reales. El Soto fue comprado
por Rafael Jabat, vecino de Madrid[xxxi].
En
febrero de 1836, el Ayuntamiento de la Villa pidió a la Diputación de Navarra
que le autorizase para derribar la portería y la tapia que cortaba el frontis
principal del suprimido Monasterio y también que le concediese para Casa
Consistorial el edificio de la Hospedería[xxxii].
En
1839, fueron arrendadas por un año 299 robadas de los Olivares de los monjes,
por 26.100 reales y casi todas las yerbas del Monasterio y comunes, por 5.500
reales[xxxiii].
Acogiéndose al decreto del General Espartero del 9 de diciembre de 1840, el
Ayuntamiento solicitó del Gobierno que se le adjudicase el Monasterio y sus
dependencias, en beneficio del pueblo, y el Ministerio de Hacienda, por R. O.
fechada el 27 de septiembre de 1841, se lo concedió; pero la R. O. no se
cumplió, como veremos en otro capítulo. El 15 de diciembre de 1843, Juan Miguel
Barbería remató por 4.400 reales vellón, el Refectorio Nuevo del Monasterio,
hoy Teatro-Cine Calatrava[xxxiv]
y también adquirió por entonces el Canal del Boticario.
Los Censos de los
monjes
Las
pechas o tributos que pagaban los vecinos al Monasterio, exceptuando los
diezmos y primicias eran, en 1835, de tres clases: 1) censos perpetuos a renta
de trigo, cuya renta total ascendía a 1.092 robos y 7 almudes y medio de trigo
anuales, siendo el número de censatarios 225; 2) censo redimidos a dinero, que
pagaban 160 censatarios, ascendiendo los censos capitales que tenía el
Monasterio contra ellos, al 5% de rédito, a 77.095 reales de plata de a 16
cuartos y 5 maravedís; 3) censos menudos, a cargo de 397 censatarios, los
cuales pagaban anualmente al Monasterio, a título de reconocimiento anual”, un
total de 531 reales de plata y 17 maravedises y ½ de a 16 cuartos[xxxv].
Otros
censos menudos antiguos, que ya no se pagaban en 1835, eran el luismo, la
fádiga y los censos simbólicos. La fádiga era una décima parte del precio de
venta de una finca rústica o urbana, que pagaba de menos el Monasterio, si, por
derecho de prelación quería quedarse con ella; y el luismo era la décima parte
de dicho precio, que había que abonar al Monasterio, si no compraba la finca.
Los censos simbólicos consistían ordinariamente en una gallina anual o en una o
media jarra de agua. Estos últimas había que llevarlas al Convento, derramando
el agua en su frontis, a presencia del Abad. Saturnino Sagasti cita algunos
casos de éstos, tomados del Libro de censos menudos a favor del Monasterio, que
era el 5º de los Libros de Cuenta y Razón del mismo. He aquí tres. Joaquín
Rupérez paga por una casa en los Charquillos, una gallina (f. 136); y la Viuda
de Joaquín Molina, por otra casa, en la Callejuela de Oñate, media jarra de
agua (f. 155). Por supuesto estas ridículas pechas anuales eran independientes del
precio de compra o venta. Así, en una escritura de venta de una casa en el
Cortijo, otorgada el 29 de agosto de 1797, a favor de Claudio Andrés, se
especificaba el pago anual de una gallina al Monasterio, como censo menudo,
pero además, la cantidad de 893 reales y 22 maravedís, “en buena moneda de oro
y plata, usual y corriente en este Reyno”, como precio de compra[xxxvi].
Redención de los Censos
Menudos
Nacionalizados
los bienes del Clero, el ramo de Amortización pretendió resucitar, en cierto
molo los censos menudos, reclamando las pensiones anuales y los luismos de
compra-venta de fincas y hasta girando apremios a los pretendidos deudores; por
lo que el Ayuntamiento y la Veintena de Mayores Contribuyentes recurrieron en
varias ocasiones, al Gobierno, oponiéndose a tales reclamaciones. La última vez
fue en 1851, logrando que la Dirección General de Contribuciones, por oficio
del 21 de enero de 1852, acordase la suspensión de tales reclamaciones y el
retiro de los apremios. Sin embargo, la cuestión no quedó completamente zanjada
hasta que el Ayuntamiento , acogiéndose a la Ley de Desamortización del 1 de
mayo de 1855, que declaró redimibles todos los censos, entabló la redención de
los censos menudos fiteranos, que, a la sazón, ascendían a 394 y cuyos réditos
anuales sumaban 1.005 reales vellón, con 74 céntimos. Capitalizados al 10%, de
acuerdo con la base primera del artículo VII, título II de la citada Ley,
dieron un total de 10.057 reales y 40 céntimos, con cuyo pago, realizado en
Pamplona, el 11 de abril de 1856, quedó libre Fitero de tal carga censataria
secular[xxxvii].
Algo más dura de pelar resultó la liberación de los censos perpetuos a trigo,
que se prolongó hasta la tercera década del siglo XX; es decir, más de 80 años.
Son los famosos censos de Barbería.
Los censos de Barbería
Escribe
Javier Mª Donézar que “el censo representativo del periodo desamortizador
navarro fue el pagado anualmente por la Villa de Fitero al Monasterio de
Bernardos… Ascendía a 1.092,7 robos de trigo (exactamente a 1.092 robos y 7 ½
almudes), importando 19.374,23 reales (a 17,25 reales el robo, según el precio
establecido entonces en la Villa). Capitalizado al 66 2/3 el millar, supuso
1.291.645,3 reales, cantidad con la que fue sacado a subasta en 1845[xxxviii]”.
Se lo quedó el 26 de mayo de dicho año, D. Juan Miguel Barbería y Urriza en
1.400.000 reales vellón. Pero como el R. D. del 19 de febrero de 1836 y el
artículo 33 de la Real Instrucción del 1 de marzo del mismo año solo obligaba a
esta clase de rematantes a pagar inicialmente la quinta parte del total,
dándole plazos de 8 y de 16 años, para abonar el resto, según que se tratase de
compradores a Títulos de la Duda Consolidada o con dinero, resulta que el Sr.
Barbería adquirió, por un desembolso inicial de 14.000 duros y un piquito de pesetas,
el derecho de hacerse pagar perpetuamente por los vecinos de Fitero 1.092 robos
y 7 almudes y medio anuales de trigo. El precitado pago lo realizó el 5 de
agosto de 1845, al Administrador Principal de Bienes Nacionales, D. Valentín
Urra. Evidentemente no había hecho un mal negocio el Sr. Barbería, pero apenas
si pudo sacarle jugo, pues murió en Madrid el 19 de febrero de 1848, a
consecuencia de un humor aneurismático, en la calle del Carmen, nº 21,
principal. Era soltero y tenía 49 años. Había nacido en Arrarás (Navarra) y
tenía 4 hermanos y 1 hermana. La transmisión sucesiva de su censo enfitéutico
fiterano recayó sucesivamente en su hermano D. Antonio María Barbería y Urriza;
en el hijo de éste, D. Pedro Barbería y Armasa; y en el hijo del anterior, D.
Antonio Mª Urbano Barbería y Mutiozábal, vecino de Arrarás.
Excusado
es decir que los censatarios de Fitero no se resignaron a seguir pagando los
censos a un logrero forastero, que vino a sustituir al Monasterio, sin más
títulos que el haber pagado al Gobierno de Madrid los 14.000 durillos
precisados. Por lo cual D. Manuel Abadía, D. Sebastián Mª de Aliaga y D. Manuel
Calahorra (cerverano), por sí mismos y en representación de otros 214 vecinos
de Fitero, entablaron pleito, en tal sentido, contra D. Babil Latorre,
apoderado en la Villa de D. Juan Miguel Barbería. El Procurador del pueblo fue
D. Mariano Agreda, quien alegó, con razón, que, habiendo sido abolidos los
Señoríos y además las comunidades religiosas, nacionalizándose los bienes de
éstas, quedaron automáticamente abolidas las prestaciones perpetuas a unos y
otras; y como la Villa de Fitero había sido un Señorío temporal y espiritual
del suprimido Monasterio cisterciense, no tenía por qué seguir pagando ahora a
un señor ajeno las rentas que había pagado al Convento, durante tres siglos.
Añadió en favor de su tesis que el artículo 5 de la Ley de 3 de mayo de 1823
especificó ya que los pueblos que habían sido de Señorío, no estaban obligados
a pagar cosa alguna, en razón de ello, a sus antiguos Señores, y que el
artículo 10 de la Ley de 26 de agosto de 1837 había dado un plazo improrrogable
de dos meses, para presentar los títulos de adquisición a los que se creyesen
con derecho a seguir percibiendo prestaciones, rentas o pensiones: requisito
que no había cumplido el Sr. Barbería ni su apoderado. Donézar escribe a este
propósito que, aparte de estas bases legales, los demandantes pusieron otros
medios y concretaron el de la sustracción de las escrituras de los archivos,
empezando por la original del censo sobre las tierras del Monasterio, arrancada
del Protocolo, y también la copia que había en el Archivo de los frailes, en el
tiempo que éste estuvo a cargo de D. Manuel Abadía. Pero todavía quedó otra de
1815, que cayó en manos de Felipe Moreno, comisionado a favor de Barbería en
1847”[xxxix].
El
pleito se siguió en 1ª instancia, en el Juzgado de Tudela; y en 2ª, en la
Audiencia Territorial de Pamplona; y en ambos casos, la sentencia favoreció a
Barbería. La de Tudela fue dictada el 26 de febrero de 1849; y la de Pamplona,
el 23 de mayo del mismo año. Una y otra fueron refrendadas por la Real
Provisión del 2 de agosto siguiente, fallando definitivamente a favor de D.
Antonio Mª Barbería y Urriza, sucesor de
su hermano D. Juan Miguel.
El
pueblo se aguantó y, aunque de mala gana, siguió pagando los censos de Barbería
hasta 1912, cuando los censualistas habían ya percibido 72.072 robos de trigo.
“La Voz de Fitero” del 18 de agosto de ese año insertó una gacetilla,
anunciando que los censatarios que lo desearan, podían hacer el pago en
metálico, a razón de 5,50 pesetas el robo. Pero muchos no lo hicieron ni en
especie ni en dinero. Resulta que el 21 de abril de 1909, se había publicado
una reforma de la Ley Hipotecaria, cuya interpretación suscitó un movimiento general
de los censatarios de Fitero y de de otras partes, negándose a pagar en
adelante a los censualistas. Esta actitud fue alentada en Fitero por el
abogado-notario, D. Rufino de Amusátegui, por lo que en 1912, ya no pagaron más
de la mitad de los censatarios; y desde el vencimiento de 1913, casi ninguno.
Con que el año 1915, se presentó en Fitero, por la misma época, para cobrarlos,
el propio D. Antonio Mª Urbano Barbería y Mutiozábal. Nunca lo hubiera hecho,
pues, al enterarse el vecindario, se arrojó violentamente contra él y no lo
linchó, gracias a la protección de los alguaciles y de la Guardia Civil. Ya no
se le ocurrió más volver a la Villa; pero siguió reclamando sus pretendidos
derechos, por medio de su Procurador en Tudela, D. Félix Conde y del abogado de
Pamplona, D. Pedro Uranga. En una carta de este último fechada el 4 de
septiembre de 1919 y dirigida nominalmente a cada uno de los censatarios, se
les propuso, en nombre de Barbería, la siguiente solución definitiva: abonar al
censualista el capital del censo, capitalizando las rentas al 5% y contando
cada robo de trigo como equivalente a 5 pesetas, pero no fue aceptada por los
censatarios. El 7 de junio de 1920. D. Félix Conde, en representación de
Barbería, intentó celebrar en el Juzgado Municipal de Fitero un acto de
conciliación con los deudores; pero no acudió ninguno de los 249 censatarios
demandados.
Los
representantes sucesivos de Barbería en Fitero fueron D. Babil Latorre, D.
Melitón Hernández y el farmacéutico, D. Fernando Palacios Pelletier Y el
granero en que se guardaba el trigo, fue el local que ocupa ahora el
Teatro-Cine Calatrava.
Reparto de la Dehesa de
Ormiñén (o de la Villa)
Uno
de los acontecimientos más importantes de la historia de la Tenencia de la
Tierra en Fitero fue el reparto y roturación de la Dehesa de la Villa.
Ormiñén
fue ya objeto de litigio desde la Edad Media, pues en 1289, Sancho IV de
Castilla hubo de confirmar por una carta que era un término del Monasterio de
Fitero. Corella creía tener algún derecho sobre el mismo y el 18 de enero de
1553, se celebraron unos convenios entre Fitero y Corella, a propósito de
Ormiñén, en el término de Valparaiso. La disputa fue más tarde entre la Vila de
Fitero, que había decidido amojonarlo, y Corella y el Monasterio, que se oponían
a tal amojonamiento. Defendió el derecho del pueblo su Procurador, Esteban de
Subiza, y el 27 de noviembre de 1624, el Real Consejo de Navarra sentenció que
los vecinos de la Villa amojonasen el dicho “término de Hormiñén y los
Romerales, según les pareciera mejor y más conveniente, para quitar las
ocasiones de pleytos.” En 1627, ocurrió el curioso incidente de la prendadura
de dos perdigones a un fraile franciscano que cazaba en Ormiñén en tiempos de
veda[xl] y
el comienzo del largo pleito subsiguiente entre la Villa y el Monasterio, que
duró 16 años y se resolvió en 1643, con la sentencia de que Ormiñén era un
dominio de la Villa. Por lo mismo, cuando hacia 1650, el Concejo decidió tener
un escudo propio, representó simbólicamente en él la dehesa de Ormiñén , con su
romerales y otros arbustos, rociándolo con una leyenda que decía así: “Ormiñén,
propio de la Villa de Fitero”. Pero el vecindario no se aprovechó agrícolamente
de él, sino que continuó siendo una dehesa de la que se beneficiaban
especialmente los ganaderos, incluso después de expulsados los frailes. Y así
siguieron las cosas hasta el reparto y roturación del año 1913. Su principal
promotor fue el médico, D. Miguel Herrero Besada, que era un hombre de ideas
humanitarias.
El
28 de febrero de 1859, se había ya medido la extensión de la Dehesa de la
Villa, con un cordel de unas 100 varas navarras, resultando ser de 1.350
robadas[xli].
No se equivocó mucho aquel agrimensor, pues el terreno comunal destinado al
reparto de 1913 fue de 1.388 robadas; es decir, de 124,64 hectáreas. La
autorización para hacer el reparto y la roturación fue concedida por la
Diputación Foral, el 1 de febrero de dicho año, adjuntando un pliego de 14
condiciones. Estas fueron recogidas y ampliadas hasta 38 artículos principales y
3 adicionales en el Reglamento que hizo la Comisión nombrada a tal efecto y que
redactó el Secretario, D. Joaquín Mustienes, siendo aprobado por la Diputación,
el 10 de agosto de 1912. Dicha Comisión estuvo formada por el Alcalde, D. Eladio Medrano, y los Señores Miguel Herrero Besada,
Rafael Aliaga, Baldomero Val. Hilario Falces, Telesforo Álvarez, Eladio Calleja
y el señor Mustienes.
Los principales artículos
del Reglamento fueron los siguientes:
Artículo 1º. Este
aprovechamiento se concede por S. E. La Diputación Foral y Provincial a la
villa de Fitero, en virtud de atribuciones y facultades que le reconocen las
Leyes y mediante Decreto de 1º de Febrero de 1912.
Artículo 2º. Para llevar a
cabo el repartimiento de la Dehesa, se dividirá ésta en tantas parcelas como
vecinos existan en la actualidad y la adjudicación a los mismos se hará
mediante sorteo público.
Artículo
3º. La parcelación se hará por personas peritas que designará el Ayuntamiento y
se procurará que al propio tiempo que la división parcelaria se haga una
peritación del terreno, ya que, dada la diferencia de clases de tierra, no
sería justo ni equitativo que todas las suertes fueran de idéntica cabida.
Artículo 4º. Se concede el
derecho al disfrute de las parcelas a todos los vecinos residentes en esta
Villa y a los hacendados forasteros que tengan casa abierta en la misma, lleven
labor por su cuenta y tengan dependientes, ya que el artículo 65 del Reglamento
Provincial de 22 de Diciembre de 1887 los considera como tales vecinos; este
derecho durará veinte años, pasados los cuales quedarán de nuevo las parcelas a
disposición del Ayuntamiento, salvo el caso de que mediante autorización de S.
E. la Diputación se acordara la prórroga del usufructo.
Artículo 5º. Se
considerarán como vecinos residentes a los efectos del reparto, a todos los que
el Ayuntamiento conceptúe como tales al proceder a la rectificación del Padrón
vecinal, operación que llevará a efecto antes de efectuarse la distribución.
Artículo 6º. Para los
efectos ulteriores, o sea para la adjudicación de las parcelas que se hayan de
repartir a los nuevos vecinos, la vecindad se adquirirá de oficio y a instancia
de parte.
Artículo 7º. Se adquiere
de oficio cuando el Ayuntamiento la decreta a favor del que al formarse el
Padrón lleve dos años de residencia, ganándola en la fecha que el Ayuntamiento
la decrete.
Artículo 8º. Se adquiere a
instancia de parte cuando así se solicite del Ayuntamiento, probándose que se
lleva una residencia efectiva de seis meses o se ejerce un cargo público que en
la fecha de rectificarse el Padrón.
Artículo 9º. También
adquirirán la vecindad los hijos nacidos en el pueblo desde el momento que
habiendo contraído matrimonio lo hiciesen presente al Ayuntamiento.
Artículo 10º. A los
efectos del artículo anterior, se considerarán hijos del pueblo para los
beneficios de este aprovechamiento: 1º Los nacidos en el mismo, aún cuando
fuesen de padres forasteros. 2º El nacido en otro término municipal y contraiga
matrimonio con hijo o hija del pueblo, fijando en él su residencia.
Artículo 11º. El
usufructo de las parcelas es inherente al derecho de vecindad, adquirido en la
forma que se lleva dicho.
Artículo 12º. Como con el
reparto de la Dehesa se pretende aliviar en parte el malestar económico que se
deja sentir en la clase proletaria y con el fin de evitar que los terrenos
llegasen con el tiempo a cumularse en pocos poderes lo que habría de suceder
inevitablemente en perjuicio de los más menesterosos, queda terminantemente
prohibida la venta, cesión o arriendo parcelas, hasta el punto de que probado
que sea que alguna de ellas ha sido objeto de tráfico, los contraventores, en
justo castigo a su inmoralidad, perderán no solo los frutos de las que
adquieran, sino de las que ya poseían, de los cuales se aprovechará el Ayuntamiento,
y además quedarán sin parcela y sin derecho a obtenerlas de nuevo durante el
periodo de concesión.
Artículo 13º. Los vecinos
que adquieran parcelas podrán hacer toda clase de siembras y plantaciones.
Artículo 14º. Antes de
procederse al señalamiento de todas las parcelas que han de existir, se
marcarán en el terreno todos los caminos que se consideren necesarios para la
servidumbre de las suertes y si en lo sucesivo hubiese necesidad de abrir
cauces o canales de riego, ningún usufructuario podrá negarse, bajo ningún
pretexto, y sea cual fuere el estado en que se encuentren sus parcelas, a que
se de paso o riego por las mismas abonándole el Ayuntamiento el valor de las
mejoras en el vuelo y no en el suelo, a juicio de peritos nombrados por la
Corporación.
Artículo 15º. Será
condición precisa para poder entrar a disfrutar de este beneficio, estar al
corriente en el pago de todas contribuciones y derramas de cualquier clase, que
imponga el Ayuntamiento.
Artículo 16º. Este
aprovechamiento consiste en el derecho a cultivar la porción de terreno que
corresponda a cada vecino, beneficiándose solamente del producto natural de las
cosechas, teniendo como limitación la obligación por parte del usufructuario de
no poder aprovechar los pastos el solo con sus ganados, ya que una vez
levantadas las cosechas de los predios tendrán derechos los ganados del pueblo
a utilizar los pastos en la forma más conveniente a los intereses municipales.
Artículo 17º. También se
prohibe a los usufructuarios cercar ni tapiar las parcelas de manera que se
imposibilite la entrada en ellas de los ganados.
Artículo 18º. Las parcelas
figurarán en la hoja catastral del Ayuntamiento puesto que es el propietario, y
nunca en la de los vecinos por no ser más que meros usufructuarios.
19) El Ayuntamiento
fijaría una cantidad por parcela como canon anual. (En un principio, fue de
1,50 pesetas.)
25) La viuda usufructuaria
de una parcela, perdería este derecho, al contraer segundas nupcias, si su
nuevo cónyuge poseía ya otra.
35) Se perdería el derecho
al usufructo de una parcela, si el poseedor la dejaba sin cultivar por espacio
de un año.
Entre los artículos
adicionales, el 1º disponía que, por el solo hecho de ser usufructuario de una
parcela, ningún vecino dejaría de pertenecer a la Beneficencia para la
asistencia gratuita médico-farmacéutica[xlii].
El plano parcelario para
el reparto de la Dehesa fue ejecutado por el perito agrónomo, Don Francisco
Martínez y presentado en enero de 1913. Según él, las superficies repartibles
eran de cuatro clases: de 1ª, 767,562 metros cuadrados; de 2ª, 31,452; de 3ª,
207,682; y de 4ª, 175,473, correspondiendo a las parcelas de 1ª clase una
superficie de 1 robo y 3 almudes; a las de 2ª, 1 robo y 12 almudes; a las de
3ª, 4 robos y 1 almud; y a las de 4ª, 12 robos y 3 almudes. Los valores de las
distintas clases por robada fueron: de 1ª clase, 50 pesetas; de 2ª, 35; de 3ª,
15; y de 4ª, 5 pesetas. El valor total de los terrenos repartibles era, a la
sazón, de 48.328,145 pesetas[xliii].
El sorteo de las parcelas
se celebró el 9 de febrero de 1913, en el Teatro Moderno (hoy T. C. Calatrava).
Luis Palacios protestó en un artículo de La Voz de Fitero de que el desgraciado
que no pudo pagar las 1,50 pesetas del repartimiento, tuviese que renunciar a
la parcela, pidiendo que se gratificase a estos desdichados siquiera con esas
30 perras chicas[xliv].
El 30 de abril del mismo
año, que era miércoles y el Día del Barranco, se celebró la Fiesta de la Dehesa
de la Villa, con arreglo al siguiente Programa, acordado por el Ayuntamiento:
1) Gran Diana; 2) Rogativa; 3) Misa de Campaña en la Dehesa (que, por fin, no
se celebró, porque la prohibió el Sr. Obispo de Tarazona); 4) Almuerzo para el
Ayuntamiento, Clero e invitados; 5) Almuerzo de los terratenientes en sus
parcelas; 6) Baile general; 7) Hoguera, baile y cohetes en el Paseo de San
Raimundo; 8) Regalo de 5 pesetas por vecino, que hace un generoso donante de
Buenos Aires.
Desgraciadamente el día de
la Fiesta salió lluvioso y un fuerte aguacero remojó y disolvió la Rogativa;
pero, a pesar de todo, se realizaron los demás actos del Programa, con más o
menos lucimiento. En el Salón de las Monjas, se celebró un rumboso banquete,
tomando asiento en las cabeceras el Diputado Foral por el Distrito, D. Ramón
Lasantas, y el Párroco de Fitero, D. Antonino Fernández Mateo. Lo gastado en el
banque y otros dispendios de la Fiesta sólo costó al Ayuntamiento 185,70
pesetas[xlv].
CAPÍTULO IV
CULTIVADORES Y CULTIVOS DE
ANTAÑO Y HOGAÑO
Ignoramos
si, en los tiempos prehistóricos y en la Edad Antigua, fue cultivado el
territorio actual de Fitero; pero, desde luego, nos consta que lo fue en la
Edad Media, y sus primitivos cultivadores medievales fueron los moros y
cristianos de Tudején y de los pueblos aledaños (Cintruénigo, Cervera y San
Pedro de Yanguas), cuando Fitero era todavía un simple término territorial
deshabitado de Tudején, antes de la instalación de la Abadía Cisterciense
quienes, durante la mayor parte de la Edad Media, cultivaron las tierras con
sus propias manos y sus animales de labranza, según prescribían las normas
primitivas de la Orden del Císter.
Ahora bien, los primitivos cultivadores de la Edad
Moderna fueron, desde finales del siglo XV, los habitantes del naciente pueblo
de Fitero, a los que el Monasterio concedió primeramente tierras en arriendo
temporal simple y, un siglo después, a censo enfitéutico perpetuo.
Terrenos
cultivados primitivamente
Durante siglos, los terrenos cultivados, casi exclusivamente,
fueron los de regadío de las márgenes del río Alhama. En cambio, el secano
permaneció ordinariamente lleco o yermo, dedicado generalmente a pastos, y se
le daba el nombre de monte, lo que parece indicar que primitivamente debió
estar cubierto, en gran parte, de arbolado. En todo caso, el cultivo del secano
no empezó propiamente hasta el siglo XVI.
Utillaje
agrícola
En los siglos pasados, los instrumentos de laboreo
de las tierras fueron, como en el resto de Navarra, el arado romano, sustituido
más tarde por el castellano, la azada y el azadón, el pico y la pala, la
guadaña y la hoz, la horca, el rastrillo, el hacha, el trillo, etc. Consigna
Alfredo Floristán Samanes que “el primer arado vertedera de la Ribera de
Navarra apareció en Carcastillo, hacia 1890 y, poco después, se introdujo el arado brabant; pero su difusión fue
lenta, por su costo, de manera que, en un principio, las vertederas y los
brabants fueron privilegio exclusivo de los grandes propietarios[i].”
La primera máquina segadora-atadora fue traída a
Fitero, hacia 1905, por los cuñados Julián Aliaga y Encarnación Latorre; los
primero brabants, hacia los comienzos de la Guerra Europea de 1914-1918, por
Pascual Aliaga, Santiago Yanguas y otros vecinos; la primera máquina trilladora,
hacia 1926, por José María Yanguas, Pascual Aliaga y Simón Muñoz (en sociedad);
y las primeras cosechadoras, en 1962, por Jesús Sanz (una Massey-Ferguson) y
los hermanos Jiménez Berdonces (una Internacional). A partir de entonces, la
mecanización de la agricultura en Fitero se aceleró, de manera que en 1971,
había ya en el pueblo 44 tractores, 3 trilladoras, 7 cosechadoras y 15 caminones;
y en 1979, 141 tractores, de 25 a 80 caballos de vapor, 105 motocultores y 10
cosechadoras.
Fertilizantes
Durante siglos, el fertilizante usado
tradicionalmente por los agricultores fiteranos, fue el estiércol, al que ya se
refieren las Ordenanzas Municipales de 1524. Pascual Madoz, subrayaba en 1847
que no se contentaban con el que producía el ganado del pueblo, sino que
todavía traían más de las jurisdicciones de Alfaro, Cervera y Tudela. Desde
luego, era entonces muy barato, pues casi un siglo más tarde, en 1939, una
carretada de cirria, traída de las Bardenas a las Costeras, solo costaba 120
pesetas. Entre los recuerdos de nuestra infancia, figuran los grandes montones
de fiemo que se veían en los campos y el espectáculo diario de las cadajoneras,
o sea, de algunas mujeres humildes que, a la salida y vuelta de las labores del
campo, se aganaban en recoger en terreas los cadajones que soltaban las
caballerías, por las calles del pueblo.
Añadía Madoz que algunos vecinos empleaban además en
su tiempo, como mejoradores de las tierras, cargadizo y escombros, lamentando
el escritor que los fiteranos desconocieran, en cambio, “el uso de la amarga
que tanto abunda en los Blancares[ii]”.
Esta “amarga” que decía Madoz, era la marga: roca compuesta de carbonato de cal
y de arenilla, que se empleaba en otros lugares como abono.
La introducción de los abonos minerales data ya en
Fitero de los comienzos del siglo XX. Un anuncio del periódico FITERO ILUSTRADO
–nº único, del 13 de octubre de 1903- ofrecía “Abonos minerales a 6 y 7,50
pesetas el saco; y saquitos de 5 kilos para ensayos, a 1 peseta”. Ahora bien,
la institución que contribuyó eficazmente a difundir, entre los agricultores
fiteranos, el empleo de estos abonos, fue la CAJA DE CRÉDITO POPULAR. En 1906,
año de su fundación, trajo ya para sus socios 1 vagón con 10.000 kilos; en
1907, tres vagones, con 30.000; en 1908, ocho vagones con 80.000, y en 1912,
1.300 sacos de superfosfato de cal, para 71 socios, al precio de 4,75 pesetas
el saco. Naturalmente, en vista de los buenos resultados obtenidos, todos los
agricultores empelaron en adelante esta clase de abonos.
Desde mediados del siglo actual, la principal
entidad suministradora de abonos minerales es la COOPERATIVA VINICOLA SAN
RAIMUNDO ABAD, la cual, en 1970, importó 38 vagones, por un valor de
1.232.833,50 pesetas.
Cultivos
seculares
Los cultivos seculares de
Fitero han sido y siguen siendo la vid, el olivo, los cereales, las hortalizas
y las frutas, con predominio alternativo.
La vid
Es uno de los más antiguos
e importantes cultivos de la Villa. Por algo figura una vid en el escudo de la
misma. En la Colección Diplomática del
Monasterio de Fitero (1140-1210), su autora, Cristina Monterde consigna más
de una docena de documentos, relativos a las viñas. El más antiguo es el número
26, datado en enero de 1157. En él, San Raimundo cede a Monio una viña,
colindante con una finca de Sanz de Cesma y otra de Salvador, y además dos
pedazos de tierra, ubicados en Añamaza y en Torralba, a cambio de dos quiñones
de tierra, junto a la fuente, cerca del Alhama.
Otros documentos curiosos
son el 89, fechado en 1156, en el que Domingo Serrano y su familia venden a San
Raimundo todas sus heredades de Tudején, entre las que se cuentan una viña en
Añamazola; otra, en el Saco y una tercera, en el Prado; y en fin, el documento
nº 100, en el que consta la donación, hecha en 1157, a San Raimundo, por Pedro
Sanz y su mujer, de una heredad, juxta
Baleneum de Caracallo (junto al Baño de Cascajaos), consistente en una
cueva mayor, una viña y un casal[iii].
Al formarse el pueblo, en
las últimas décadas del siglo XV, las viñas comenzaron a ser cultivadas por los
vecinos, convertidos en arrendatarios del Monasterio. En la escritura censal
del regadío de 1584, se autorizó expresamente a los censatarios a plantar viñas
en las tierras de La Redonda, por no ser útiles para cosechar trigo. Los monjes
cobraban a los arrendatarios el quinto (o sea, la quinta parte) de las uvas
recolectadas. Los viñadores no podían plantar, descepar ni vendimiar, sin
obtener previamente el permiso de la Abadía. Así, en 1564, el Abad, Álvarez de
Solís dio licencia Juan Gómez para plantar viña[iv];
y el Abad Ibero concedió en 1596 licencias para descepar a diez vecinos: Manuel
Pérez, Miguel de Arguijo, Pedro Atienza, Juan de Huete, Juana Grande, Lic.
Calvo, María Aguado, Diego Navarro, Juan de Yanguas y Domingo Jiménez[v].
En el capítulo referente a
LA INDUSTRIA, hemos detallado las amplias bodegas que tenía la Abadía, a finales
del siglo XVI. Ni que decir tiene que tenía asimismo un garapitero propio,
desde muchos años antes.
Los términos en que se
cultivaron principalmente las viñas, en los siglos pasados, fueron los
Cascajos, la Vega, Hospinete, Majarrasas y Abatores. Su cultivo sufrió unos
altibajos curiosísimos.
Prohibición de plantar más viñas
A finales del siglo XVI,
su extensión era tan grande que Felipe II, por una Provisión Real del 26 de octubre
de 1593, prohibió terminantemente que nadie plantase de nuevo viñas en Navarra,
aun cuando se tratase de replantar viñas viejas descepadas, sin permiso del
Real Consejo de Navarra. En la motivación de tan extraña Provisión, se alegaba
que “por experiencia se ha visto que, por darse la gente a plantar demasiadas
viñas, y en tierras que eran mejores para pan, viene a haber falta de pan en
este Reyno y a encarecerse en demasía, de lo cual resulta daño universal, en
especial, para la gente pobre”[vi].
Plantación obligatoria de viñas
En cambio, en la segunda
década del siglo XIX, la situación del viñedo fiterano llegó a un estado tan
crítico que la Veintena de Mayores contribuyentes impuso la plantación
obligatoria de viñas en Los Llanos. Este singular acuerdo fue tomado el 3 de
diciembre de 1816, en vista de “la grave decadencia que se experimenta, de
algunos años a esta parte, en la cosecha de vinos, pues apenas se recoge el
suficiente para el consumo de tres meses, siendo así que, en lo antiguo, era el
ramo principal en que se afianzaba la subsistencia de las familias”. Las causas
eran el abandono en que había noqueado las tierras, durante la Guerra de la
Independencia, por falta de brazos, así como la escasez de recursos de los
vecinos. Así, pues, la Veintena acordó que, previa la aprobación del Real
Consejo de Navarra, los propietarios de los terrenos de monte de Los Llanos
queden obligados a realizar las plantaciones, dentro del término de tres años,
contados desde el próximo de 1817, con la circunstancia de que, finalizados sin
haberlo verificado, que de cualquier vecino en plena libertad de hacerlo,
perdiendo los dueños los derechos de la propiedad, supuesto el ínfimo valor de
las tierras”[vii].
El acuerdo fue aprobado por la Superioridad, el 30 de agosto de 1817, con dos
pequeñas salvedades, introducías por el Monasterio, mediante su Procurador,
Corres; a saber, que se realizaría,”sin perjuicio del derecho de propiedad del
Monasterio o de otro u otros que la puedan tener” y que los tres años se
contarían, a partir de 1818.
En la década de 1796-1805
(ambos inclusive), o sea, tres años antes de la Guerra de la Independencia, la
cantidad de uvas recogidas por el Monasterio, en las viñas que administraba por
su cuenta, ascendió a 75 cargas, equivalentes a 10,05 toneladas[viii].
Del descenso alarmante del
viñedo fiterano, durante la Francesada,
se resarcieron los agricultores en el resto del siglo, pues, en 1888, la
extensión en hectáreas del viñedo sólo (es decir, sin contar el viñedo-olivar)
ascendió a 1.196,22 en regadío y secano; y en 1900, a 1.755,95 hectáreas
(140,26 de regadío y 1.615,68 de secano).
Dos plagas americanas: el mildeu y la filoxera
Las dos aparecieron en
España en las últimas décadas del siglo XIX. Como es sabido, el mildeu es una
enfermedad parasitaria, producida por un hongo, llamado plasmopora vitícola y empezó a invadir la Península hacia 1880. Se
la combate eficazmente, pero no hay manera de erradicarla de una vez por todas.
A su vez, la filoxera es un insecto hemíptero, cuyo nombre científico es phylloxera vastatrix. Apareció por
primera vez en Navarra, en noviembre de 1896, en el viñedo de Echauri,
cebándose en Fitero, a principios del siglo actual. Es parecida al pulgón y
acabó con todas las viñas, plantadas con cepas del país, las cuales tuvieron
que ser arrancadas y sustituidas por vides americanas. Así se explica que en
1910, la extensión del viñedo fiterano hubiese descendido a 32,15 hectáreas
(17,87 de regadío y 14,28 de secano). Pero poco a poco se fue recuperando, de
manera que en 1920, la extensión total ascendió a 271,11 hectáreas; en 1930, a
516,53 hectáreas; en 1940, a 547,63; y en 1948, a 556,45 hectáreas (282,45 de
regadío y 274 de secano), las cuales representaban el 12,8 % de la superficie
total del Municipio[ix].
Precios, impuestos y bodegas
Los precios de la uva y
del vino han cambiado naturalmente muchísimo, de ordinario en progresión
ascendente, a través de los siglos. En 1584, una carga de uva, o sea, 134 kilos
valían 4 reales[x],
y en 1596, un cántaro de vino, es decir, 11,77 litros, 6 reales[xi].
En cambio, en 1973, el kilo de uva costaba 8 pesetas; y el litro de vino, 16.
En cuanto al garapito o
impuesto sobre la venta de vino, en 1801, por cada 100 cántaros de vino,
equivalentes a 1.177 litros, se pagaban 3 reales; y en 1971, por cada litro,
0,16 pesetas.
En el capítulo sobre LA
INDUSTRIA, describimos el número y capacidad de las bodegas que tenía el
Monasterio en 1593. Los cosecheros importantes del pueblo también empezaron a
tener las suyas y, en 1920, había en el pueblo 26; pero, a partir de la
fundación de la BODEGA COOPERATIVA SAN RAIMUNDO ABAD, en 1940, fueron
desapareciendo, o mejor dicho, dejaron de ser utilizadas todas, a excepción de
la de VINOS TINTOS Y CLARETES de los Herederos de Vicente Aguirre.
EL OLIVO
No deja de ser curioso
que, mientras las viñas aparecen documentadas en el CARTULARIO DE FITERO varias
veces, los olivares no se mencionan en él ni una sola vez. ¿Es que no había en
el siglo XII ningún olivo? No nos parece verosímil, aunque sospechamos que no
abundaban, pues, según José Yanguas y Miranda, en 1520, se dictaron en Navarra
unas Ordenanzas, obligando a cada vecino de los pueblos de la Ribera a plantar,
durante una década seguida, 10 olivos cada año; o sea, 100 olivos en el decenio[xii].
En todo caso, lo cierto es que, en los siglos pasados, el olivo fue el 2º cultivo
en importancia de la agricultura fiterana. En el Inventario del Monasterio de
1835, consta que solamente los olivares que administraba por sí misma la Abadía
(el Olivar Grande, la Pieza de la Orden, la Mejorada, etc.) contenían cerca de
2.000 plantas, a las que había que añadir las de las fincas de los censatarios.
Estos pagaban al Monasterio cada año el quinto (o sea, la quinta parte) de las
olivas que cosechaban. En el decenio de 1796-1805 (ambos inclusive) solamente
la oliva recogida por los monjes en las fincas de administración propia,
alcanzó los 16.908 robos[xiii].
El académico de la
Historia, D., Manuel Abadía consignaba en 1802 que los olivos de Fitrero eran
los mayores que se conocían en Navarra, produciendo entonces anualmente 10.000
arrobas de aceite (unos 125.000 litros en números redondos), para el cual había
un molino que molía la aceituna con las aguas del río Alhama, por medio de un
azud o presa[xiv].
Para confirmar la aserción de Abella acerca de la magnitud de los olivos
fiteranos, basta recordar el famoso olivo Sopetrán, que se erguía en Peñahitero
y que, al secarse, fue arrancado en 1899. Su enorme tronco tenía alrededor de
siete metros de circunferencia y entre sus ramas –escribe Jumeno Jurío. “se
ocultaban sin verse hasta 27 hombres, sacudiendo los 300 robos de oliva que
fructificaba en cada campaña[xv]”.
Desde luego, esta cifra de su producción anual es una exageración, pues su
máxima cosecha, en un año, sólo llegó a 36 robos; que no son pocos. Al
arrancarlo, dio alrededor de una tonelada de leña.
En 1847, P. Madoz
destacaba como una producción especial de Fitero los plantones de olivo, los
cuales se criaban en viveros especiales y se exportaban a los pueblos próximos;
sobre todo, a los de Aragón, donde se vendían a 8 y 10 reales de vellón cada
uno, cuando tenían ya cinco años[xvi].
En 1910, ocurrió una pequeña hecatombe olivarera, pues, a causa de una fuerte
nevada y de subsiguientes heladas, sucumbieron todos los empeltres, los cuales
hubieron de ser aserrados a flor de tierra, para que rebotaran, no volviendo a
dar olivas hasta 10 años después.
Las extensiones en
hectáreas ocupaba por el olivar solo (sin viña), desde 18888 hasta 1948, fue la
siguiente: en 18888, 543,55 (489,94 hectárea de regadío y 53,61 de secano; en
1900, 407,44; en 1910, 346,90 hectáreas; en 1920, 257,17; en 1930, 208,35; en
1940, 182,72; y en 1948, 181,74 hectáreas (168,10 de regadío y 13,64 de
secano).
En cuanto a la extensión
del viñedo-olivar, en la misma época, fue la que sigue: en 1888, 9,27 hectáreas
(6 de regadío y 3,27 de secano); en 1900, 40,63 hectáreas; en 1910, 11,81
hectáreas; en 1920, 27,99 hectáreas; en 1930, 41,81 hectáreas; en 1940, 41,17
hectáreas; y en 1948, 40,63 hectáreas (34,63 de regadío y 6 de secano[xvii]).
Como se ve por estas
estadísticas, el cultivo del olivo en Fitero empezó a declinar desde 1888
acentuándose después de la Guerra Civil de 1936-1939, a causa de las intervenciones
oficiales y la competencia de otros aceites más baratos, pero de peor calidad, introducidos
en España, por la misma época. A estas causas se agregó, ya en la década de los
60, el encarecimiento de la mano de obra, hasta el punto de que, hacia 1971,
más de un propietario tuvo que recoger su cosecha de olivas a medias con los
peones. Por unas y otras causas, muchos labradores comenzaron tempranamente a
deshacerse de los olivares, para sustituirlos por otros cultivos más remunerativos,
de manera que para el comienzo de la década de los 70, se habían ya arrancado
casi las tres cuartas partes de los olivos que había a finales del siglo XIX.
De todos modos, en 1966, el olivar fiterano ocupaba todavía alrededor de 300
hectáreas; pero en 1971, había descendido a 217. La oliva recogida en el
invierno de 1965-1966 suministró 24.400 litros de aceite y 48 kilos de orujo.
Como ocurrió con el vino,
los precios del aceite cambiaron notablemente en el curso de los siglos. El 17
de marzo de 1600, el Monasterio vendió el aceite de su trujal al mercader de
Corella Martín Sánchez “a precio de medio ducado por docena, que es a 112
reales por arroba[xviii]”.
En 1614, una docena de aceite, o sea, 5 litros sólo valían 7 reales[xix];
pero en 1971, costaba un litro 45 pesetas. En 1972, todavía bajó a 42 pesetas;
mas he aquí que, en 1973, dio un salto inesperado, pagándose el litro a 70
pesetas; y subiendo en los años sucesivos vertiginosamente hasta rebasar las
200 pesetas.
En cuanto a los trujales,
en la época abacial hubo dos: en 1920, funcionaba seis; en 1966, sólo quedaban
la mitad; y en 1973, solamente dos: la Almazara Fiterana de Víctor Falces,
cerrada a su muerte en 1976, y el Trujal-Cooperativa
Nuestra Señora de la Barda, del que nos ocupamos detalladamente en el
capítulo de LA INDUSTRIA.
LOS CEREALES
Los cereales,
especialmente el trigo, fueron cultivados en el territorio de Fitero, por lo
menos, desde la Edad Media. Consta que los monjes cistercienses lo cosecharon ya
en las laderas y cuestas de Yerga y que tuvieron allí incluso una era para
trillar[xx],
cuya ubicación se conoce todavía. Por supuesto, lo siguieron cultivando en
Niencebas y por fin, en Fitero, puesto que el molino monacal de Añamaza está ya
documentado, a partir de 1153. Téngase en cuenta que la Abadía de Fitero, en la
época de San Raimundo, albergaba un centenar largo de monjes[xxi],
en cuya alimentación, de acuerdo con el artículo 14 de Definiciones
Cistercienses de 1134, figuraba principalmente el pan grueso de harina de
trigo, y a falta de éste, de harina de cebada o de otro grano inferior. Es
decir, que también cultivaban la cebada, la avena y el centeno, pues tenían
animales domésticos y de tracción.
Al surtir el primitivo
vecindario, éste cultivó asimismo los cereales, y preferentemente el trigo,
dado que, al firmarse la Escritura Censal del Regadío de 1584, estipulaba la
cláusula 3ª que los censatarios pagarían cada año al Monasterio, “por cada
robada de tierra, 3 robos de trigo limpio, seco y bueno, puesto a su costa en
los graneros del Convento[xxii]”.
En este años de 1584, un
robo de trigo valía 6 reales y medio; y un robo de cebada o avena, 3 reales[xxiii].
A finales del siglo XVI, el trigo de los censos de la Abadía ascendía a unos
2.033 robos anuales. En 1615, el robo de trigo costaba ya 8 reales; y el de
cebada, centeno, granzas o avena, 4 reales[xxiv].
Los agricultores tenían que pedir licencia al Abad para sembrar, segar, trillar
y recoger la cosecha y, por otra parte, estaban obligados a hacer declaraciones
al Municipio de sus cosechas de granos, a efectos fiscales, como, por ejemplo,
las hechas por Juan Matías Dombrasas y consortes en 1748[xxv].
En las Cortes de Estella
de 1567, se acordó que “nadie, de ninguna calidad, estado o condición que sea,
natural o extranjero, pueda sacar fuera de este Reyno trigo ni arina, ordio ni
avena, ni otro género alguno de pan, so pena de perder el pan que sacaren o
intentaren sacar, y también las acémilas y aparejos en que lo sacaren o su
valor”. Este riguroso acuerdo, confirmado por otros similares de 1576, 1580 y
1586, no impidió que muchos agricultores navarros, especialmente de la Ribera,
se enriqueciesen con el contrabando de grano; sobre todo, después de los
acuerdos, relativamente permisivos, de las Cortes de 1662 y 1678. Pero en
Fitero, se siguió aplicando a rajatabla la prohibición de 1567, dos siglos
después. Al menos, a los pequeños infractores, como lo demuestran estos dos
casos: 1) en 1791, el Teniente de Alcalde Mayor denunció y comisionó 14 panes
que extraían de la Villa, donde los habían comprado, tres pobres vecinos de Las
Casas[xxvi];
2) en 1800, se comisaron a los castellanos Manuel Madurga y Emeteria Hernández
dos caballerías menores, porque llevaban en ellas grano[xxvii].
El Diccionario Geográfico-Histórico de la Academia de la Historia, de
1802, consignaba que la producción total de cereales en Fitero, por aquella
época, podía calcularse en 10.000 u 11.000 fanegas castellanas; es decir, entre
5.550 y 6.105 hectólitros[xxviii].
Según Alfredo Floristán Samanes, en 1804 recolectó Fitero 2.412,08 quintales
métricos de trigo; y en 1938, sólo 1.384[xxix].
En 1913, el trigo bueno catalán se vendía en el pueblo a 0,20 pesetas el kilo;
la cebada, a 4 pesetas el robo; y la avena, a 4,25[xxx].
En cambio, en 1971, se vendía el trigo a 6,60 pesetas el kilo; y la cebada, a
5,25.
El maíz, importado de
América por los españoles, en la primera mitad del siglo XVI, tardó más de 250
años en introducirse en Fitero, pues entre los 8 pueblos navarros, productores
de maíz, que figuran en una estadística de 1804, con una producción total de
sólo 1.696,66 quintales, no figura nuestro pueblo. En 1913, el maíz superior
extranjero se vendía en la Villa, a 6,25 pesetas el robo[xxxi].
Por supuesto, también comenzó a cultivarse el maíz, en el regadío fiterano, en
la primera mitad del siglo XIX, aunque no en grandes cantidades, pues, ya en
1967, su cultivo sólo ocupaba 2,80 hectáreas, mientras que le trigo ocupaba 833
(700,5 en secano y 132,5 en regadío); la cebada, 304,25 (300 en secano y 4,25
en regadío); la avena, 2 hectáreas en secano; y el centeno, 28 hectáreas
también en secano[xxxii].
El Vínculo del Trigo
Fue una de las
instituciones trigueras más importantes de los siglos pasados. Resumiendo lo
que escribe sobre ella Alfredo Floristán Izizcoz, diremos que los Vínculos del
Trigo eran unos pósitos o almacenes municipales de este grano, con destino a la
eleboración de pan y su venta al pormenor. Estaban a cargo de un Vinculero y de
una Junta del Vínculo cuyas cuentas y gestión eran examinadas por el Concejo.
Se encargaban de comprar grano en Navarra o fuera de ella, y durante el año, lo
vendían a los panaderos autorizados, a los cuales el Concejo figaba el precio
máximo de venta del pan. Los Vínculos vendían ordinariamente el grano más
barato que en el mercado libre y, por lo mismo, en las localidades con Vínculo,
el pan era también más barato que en las demás. Ahora bien, su institución no
era libre, pues se necesitaba la autorización del Consejo Real de Navarra. A Viana
se lo concedió en 1608 y, en cambio, a Villafranca en 1716. Los Vínculos del
Trigo desaparecieron, con la victoria del régimen liberal, el cual estableció
en 1835 la libertad de vender pan a los particulares[xxxiii].
En Fitero no se estableció
el Vínculo hasta 1699, según consta en un auto del Concejo y vecinos,
registrado por el escribano Mateo Peralta y Mons, siendo su contenido inicial
de 4.000 robos[xxxiv].
El mismo año, resolvieron aquéllos levantar un molino y trujal propios, en los
términos de Cintruénigo; pero, ante la oposición de la Abadía, no pudieron realizar
su propósito. En 1749, el Concejo repartió el dinero del Vínculo a los
agricultores necesitados, para hacer la siembra[xxxv].
La libertad del mercado de
trigo, así como de los demás cereales; establecida en la tercera década del
siglo XIX, se mantuvo hasta la terminación de la Guerra Civil de 1936-1939, en
que se instauró el Servicio Nacional del Trigo. Desde entonces, los
cultivadores quedaron obligados a declarar anualmente a la Hermandad de
Agricultores y Ganaderos la superficie sembrada de trigo y la cantidad
recolectada, así como sus reservas para el consumo familiar (el cupo) y la
siembra. El excedente lo tenían que entregar a la dicha Hermandad, que se los
pagaba al precio de tasa, fijado por el Gobierno, siendo almacenado en el
Granero Nacional. El de Fitero fue construido de nueva planta junto a la
carretera de Cintruénigo, esquina a la actual calle de Niencebas; pero sólo fue
utilizado hasta el decenio de los 60 en que los agricultores fiteranos
prefirieron llevarlo al Silo de Cintruénigo, que tenía mecanizada la descarga
de los sacos. Tras la desaparición del régimen franquista, desapareció el
Servicio Nacional del Trigo, ya entrada la década de los 80, quedando libre el
mercado de cereales, como antes de la Guerra Civil. Actualmente el antiguo Granero
Nacional de Trigo es ocupado por los dueños de “Muebles Fitero”. En los
primeros meses de 1986, el trigo blando se vendía a 28,50 pesetas el kilogramo;
la cebada de dos carreras, a 24,30; la avena, a 22,50; y el centeno, a 23,40
pesetas.
Eras, molinos y hornos de pan cocer
Al ser suprimido el
Monasterio, sólo había dos eras de trillar: una junto al Camposanto, y otra, en
el Olmillo; 1 molino harinero: el de Entrambos Ríos; y dos hornos públicos: uno
en el Barrio bajo, y otro, en la calle de la Loba (Armas). Todos estos bienes
eran propiedad de la Abadía. Pero una vez suprimida ésta, los labradores
estructuraron medio centenar largo de eras, situadas, en su mayoría, a ambos
lados de las carreteras de Cintruénigo y Ablitas. El Batán de Paños fue transformado
en molino harinero en 1843, construyéndose otro junto a la antigua cascada de
los Baños Nuevos: el molino del Maculet, de manera que, en el último cuarto del
siglo XIX, funcionaban tres molinos, ya desparecidos. Igualmente desaparecieron
todas las eras, tras la introducción de las máquinas cosechadoras en 1962. Sus
propietarios cobraban, en 1971, de 700 a 900 pesetas hora.
En fin, a principios de
este siglo, los dos hornos de la época abacial se multiplicaron por 4, estando
ubicados 2 en la calle Alfaro, otros 2 en la calle Mayor y 1 respectivamente en
el Barrio Balo, Cogotillo Bajo (Pio XII), Patrona y Luchana (Díaz y Gómara).
Hacia 1910, por cocer 8 panes y medio, de cuatro libras y media cada uno, la
Tía María Esteban sólo cobraba 0,25 pesetas, en el horno del Barrio Bajo.
HORTALIZAS
Sólo una vez, aparece
nombrada específicamente una hortaliza, en el Cartulario de Fitero, “un ortizolo de berças” (un huertecillo
de berzas), sito en Tudején y comprado por San Raimundo a Domingo Serrano, en
1156. En cuanto a las frutgas, no se menciona ninguna; pero, en cambio se habla
de los “frutteros” de otra finca de Tudején, comprada, el mismo año, por San
Raimundo a un tal Saturnino[xxxvi].
De todos modos, no cabe la menor duda de que los monjes de la Edad Media cultivaron
unas y otras; sobre todo, las hortalizas. En la Escritura Censal del regadío de
1594, se especifica que el diezmo y primicia de “los ajos, cebollas y alubias”
se pagarían en especie; pero las otras legumbres y verduras, “como son
lechugas, rábanos, berzas, melones, pepinos, cohombros, habas, arvejas,
espinacas, puerros y acelgas”, se tasarían en dinero, y de dicho dinero se
pagaría el diezmo. En cambio, la disposición 8! Del contrato prohibía a los
censatarios plantar en sus fincas “árboles de ningún género, ni parpa leña, ni
para fruta[xxxvii]”.
Ahora bien, en la
Escritura de Transacción de 1628, se derogó esta disposición arbitraria,
estableciéndose que, en adelante, se pudiesen plantar árboles frutales en las
cabeceras y vagos de las viñas y olivares[xxxviii].
Eso sí, siempre con la licencia previa del señor Abad, sin la cual no se podían
plantar ni arrancar árboles de ninguna clase, so pena de comiso. Así, ya en
1789, es decir, 46 años antes de su supresión, el Monasterio comisó a Antonio
Rupérez una pieza del Paguillo, por haberla plantado de árboles[xxxix].
No conocemos ninguna
estadística de las hortalizas cultivadas en Fitero, antes del siglo actual;
pero, en cambio, conocemos los precios sucesivos de algunas, sacados de los
espolios de los Abades, las cuentas de los Cillereros y los repartos
testamentarios de hacendados importantes.
He aquí unos ejemplos. En
1614, 1 almud de alubias secas sólo costaba 1 real; y 1 horca de cebollas,
medio. Pues bien, en 1973, 1 kilo de las mismas alubias costaba 45 pesetas; y 1
kilo de cebollas, 6 pesetas. Otros precios comparativos, entre 1900 y 1973,
fueron los siguientes.
Tres Cultivos revolucionarios: la patata, la
remolacha azucarera y el espárrago
La patata –solanum
tuberosum-, originaria de América, como el maíz, empezó a revolucionar el
régimen alimenticio popular de Europa, a partir del siglo XVIII; pero no se
introdujo su uso en Fitero, hasta bien entrado el siglo XIX, pues las estadísticas
de 1803-1806, relativas a la Ribera de Navarra ni siquiera la mencionan, y en
1818, según Yanguas y Miranda sólo se cultivaron en toda la Ribera 89,08
hectáreas, con una producción de 4.302 Qm.[i]
Pero, a causa de su rendimiento, su valor nutritivo y su baratura, pronto se
convirtió en un cultivo generalizado y familiar; no habiendo agricultor que no
cultive, desde entonces, “un corro de patatas”. En 19134, 1 arroba de patatas
del país, costaba 2 pesetas. Y si eran de importación, 4,50; pero en 1973, solo
1 kilo de patatas corrientes valía 5 pesetas.
El segundo cultivo
revolucionario, en el orden cronológico, fue la remolacha azucarera, de la
especia Beta Vulgaris. Desde el siglo
XVII, se conocía la presencia de azúcar en su raíz; pero los dos primeros
trabajos científicos no se realizaron hasta mediados del siglo XVIII, en
Alemania. A principios del siglo XIX, ante la imposibilidad de importar a
Europa las cantidades necesarias de caña de azúcar, procedentes de las
Antillas, a causa de las Guerras Napoleónicas, el famoso Emperador de Francia
estimuló fuertemente las investigaciones prácticas, y en 1812, empezó a
fabricarse en Francia el primer azúcar industrial, extraído de la remolacha. La
primera variedad de remolacha que se cultivó por su raíz, fue la remolacha blanca de Silesia.
En Fitero, empezó a cultivarse
especialmente la remolacha azucarera, al abrirse la Azucarera de Tudela, en
1906, reforzándose su cultivo, al instalarse la Azucarera de Alfaro en 1923. En
1926, se pagaba la tonelada de remolacha a 60 pesetas.
Por cierto que los
pesadores de la remolacha, al servicio de las azucareras, tenían una pésima
reputación, habiéndoles saca do los agricultores esta satírica coplilla:
La remolacha en el campo
se la come la pulguilla;
y, en llegando a la estación,
el peso y la basculilla.
Hacia 1917, los obreros de
la Azucarera de Tudela ganaban 13 pesetas diarias (los famosos sindicalistas de 13 pesetas). La
producción en Fitero fue en aumento hasta 1932, en que empezó a declinar por
saturación de los mercados. De todos modos, en 1966, todavía se sembraron en el
pueblo 27 hectáreas; pero en 1971, bajaron a 8 h., que produjeron 246
toneladas. El cierre de la Azucarera de Tudela, en la primavera de 1874, así
como la de Alfaro, acabaron de dar al traste con el negocio remolachero.
El tercer cultivo
revolucionario fue el espárrago; o “el oro blanco”, como lo llaman los
cultivadores. En Fitero, se cultivaba ya, por lo menos, desde principios de
este siglo, en algunos huertos familiares, en cantidades ínfimas, destinadas al
consumo doméstico; pero la producción comercial no empezó hasta la década de
los 60, promovida por el fabricante de conservas, Sr. Cruz Azcona. En 1961, el
Sr. Azcona trajo 600.000 plantas de espárragos, que distribuyó entre los
agricultores del pueblo. En 1966, cultivaba todavía, por su cuenta, el 80% de
la producción, en términos de la jurisdicción de Alfaro, empleando 80 % de la
producción, en términos de la jurisdicción de Alfaro, empleando 80 obreros
diarios, durante la recolección, y 10, en el resto del Año. No tardaron en
aprender su lección los agricultores del vecindario, los cuales convirtieron
este cultivo en el más importante y lucrativo, consechándolo en casi todos los
términos. En 1970-1971, se sembraron 114 hectáreas de espárragos, recogiéndose
245.000 kilogramos, por valor de 7.200.000 pesetas; es decir, a 30 pesetas, el
kilo. Un refrán popular dice:
Los espárragos de Abril, para mí;
los de Mayo, para el amo;
y los de Junio, para ninguno.
Pues bien, al menos, en los años 1971-1972-1973, la
recolección de espárragos en Fitero se alargó hasta el 22 de julio. En 1972, se
pagó ya el kilogramo, de espárragos, de 35 a 38 pesetas; y en 1973, de 48 a 55.
En este último año, la producción esparraguera del pueblo alcanzó un valor de
35 millones de pesetas. Posteriormente el kilos de espárragos se llegó a pagar
a 200 y pico de pesetas.
Terminemos este párrafo anotando que la producción
total de hortalizas en 1970, excluyendo la de espárragos, fue de unas 100
toneladas, oscilando sus precios entre 2 y 5 pesetas el kg.
Fruticultura
Durante la época abacial, el cultivo de frutales fue
relativamente escaso, debido a las trabas absurdas y arbitrarias impuestas por
los monjes. Sólo cuando desparecieron éstos del pueblo, los vecinos empezaron a
criar frutas y a plantar árboles frutales de todas clases. En un principio, se
limitaron a producir frutas destinadas al consumo interior del vecindario;
pero, ya a mediados del siglo actual, se inició la producción comercial, con
destino a la exportación, a base principalmente del almendro y del peral. En
1953, los almendros ocupaban 21,56 hectáreas; y los perales, alrededor de 30
h., yendo todavía en aumento, en años posteriores. En cambio, los nogales, que
ocupaban por entonces 0,81 hectáreas, desaparecieron prácticamente poco
después, corriendo la misma suerte los pomares, los acerolos, los lodoñares,
los nísperos y los membrillares, así como las carrascas.
En 1970, la producción total de frutas, exceptuando
las uvas, ascendió a unas 800 toneladas. La pera blanquilla –la más exportada-
se vendió de 8 a 12 pesetas el kilo; y las demás especies de peras, de 3 a 5
pesetas.
Alameda y Bosque
En Fitero, se daba el nombre de Alameda, en general, al arbolado, no frutal, de regadío; y el
nombre de Bosque, al arbolado de
secano o de monte. La Alameda fue abundante en la época abacial, formando un
largo cinturón en las orillas del Alhama. En ella predominaban los álamos
negros o chopos, pero no faltaban los álamos blancos y u olmos. El Soto de los Monjes estaba ocupado por una hermosa
arboleda. En 1953, la Alameda ocupaba todavía 344 robadas; o sea, cerca de 31
hectáreas; pero posteriormente se redujo bastante, para sustituirla por esparragueras
y árboles frutales.
En cuanto al Bosque,
estuvo bastante poblado de árboles en la Edad Media; pero fueron abatidos en la
Moderna, por los ganaderos de las mestas, con la complicidad del Monasterio,
que era el ganadero más importante. El caso es que, hace un siglo, todos los
montes del pueblo estaban pelados. El desastre fue, en parte, reparado por la
reforestación emprendida por la Diputación Foral, con pinos del tipo Halepensis, en el segundo cuarto del
siglo actual. La más espléndida mancha de pinos es la de la Atalaya de
Cascajos. En 1953, los pinares ocupaban una extensión de 620; es decir, cerca
de 56 hectáreas y media.
Cultivos desaparecidos
Se podrían enumerar una docena, cuando menos; pero
los principales fueron tres: el cáñamo, el esparto y el mijo. A principios del
siglo XIX, se recolectaban en Fitero 3.000 arrobas de cáñamo –arrobas
navarras-, equivalentes a 40.176 kilos[ii];
pero, en 1912, la producción había descendido a 12.000 kilogramos (del cáñamo
nos ocupamos especialmente en nuestro libro MISCELÁNEA FITERANA, p. 59-60). Y
para mediados del siglo actual, había desaparecido casi por completo.
Otro tanto ocurrió con el esparto del que se hacían
en el pueblo esteras, capazos, esportizos, alforjas grandes y hasta alpargatas;
y finalmente con el mijo, cuyos tallos se empleaban para hacer escobas; y su
grano, para alimentar gallinas y palomas.
Asociaciones fiteranas de
agricultores en 1985
Eran cinco: 1) La Sociedad Cooperativa Limitada de
Agricultores San Raimundo Abad, llamada anteriormente Bodega Cooperativa San
Raimundo Abad; 2)el Trujal-Cooperativa Nuestra Señora de la Barda; 3) el
Sindicato de Riegos, llamado anteriormente Comunidad de Regantes de Fitero; 4)
la U.A.G.N. o Unión de Agricultores y Ganaderos de Navarra; 5) la Cámara
Agraria Local. De las dos primeras nos ocupamos detalladamente en el capítulo
de Investigaciones Industriales; y de la tercera, en el de Investigaciones Hidrográficas.
Vamos, pues, a dedicar unas líneas a la Unión de Agricultores y Ganaderos de
Navarra y a la Cámara Agraria Local.
La U.A.G.N. fue fundada en 1977, siendo su primer
Presidente Jesús Martínez. En un principio, estuvo integrada en la C.O.A.G. o
Coordinadora de Agricultores y Ganaderos; pero más tarde, se independizó de
ella. Su sede central radica en Pamplona, donde edita una revista mensual
ilustrada, titulada asimismo U.A.G.N. En 1980, su Junta Directiva local estaba
formada por un Presidente: Jesús Sanz Larrea; un Tesorero: Carmelo Andrés
Rupérez; y un secretario: José María Vergara Duarte.
La Cámara Agraria Local
Es un órgano de consulta y de colaboración con el
Ministerio de Agricultura, para ayuda de los agricultores, ocupándose de
asesorarlos en temas agrarios: subvenciones, declaraciones de cosechas, a
través de la Cartilla del Agricultor, solicitudes de pensiones de vejez,
invalidez y viudedad, cobro de las cuotas a la Seguridad Social, etc. En
realidad, es una continuación de la Hermandad de Labradores y Ganaderos del
régimen político anterior, pero sin el carácter de sindicato vertical que tenía
entonces. Su transformación democrática data de 1977, en que adoptó su
denominación actual. En 1985, su Presidente era D. Cándido Yanguas Polo; y su
Secretario, D. José Javier Martínez Andrés.
Estadística Agrícola de
Fitero, correspondiente a 1967
Todos los datos que consignamos, a excepción de los
precios, están tomados del ANÁLISIS DE LA SITUACIÓN ACTUAL Y DIRECTRICES PARA
EL DESARROLLO DE LA RIBERA DE NAVARRA, confeccionados por un equipo de
investigación (Arsacio del Prado, Juan Manuel García, Luis Santonja, Benito de
Diego y Carlos Sánchez). –Sociedad de Investigación Económica S. A. (SIE) –
Pamplona, 1968.
CAPÍTULO V
LOS CEMENTERIOS
Cementerios
antiguos: de la Morería, de Tudején, de Peñahitero y los de la Iglesia.
¿Cuántos cementerios hubo en el actual territorio
fiterano, a través de los siglos? No lo sabemos a punto fijo.
¿Tuvo alguna necrópolis el poblado celtibérico de la
Peña del Saco? ¡Quién sabe!, pues todo lo que se encontró en las excavaciones
arqueológicas realizadas allí, a mediados del siglo actual, fue el esqueleto de
un niño de pocos meses, en el subsuelo de las ruinas de una vivienda,
comentando a este propósito el notable arqueólogo, D. Juan Maluquer de Motes
que “las inhumaciones infantiles debajo del piso de las viviendas aparecen en
gran número en los poblados de Cortes de Navarra y en general en todo el Valle
del Ebro”[i].
Es probable que hubiese asimismo algún pequeño
poblado romano en las Termas del Baño Viejo, a juzgar por las excavaciones
hechas allí por el Fr. Lletget y Caylá en 1861. Una medalla del Emperador César
Augusto, que se encontró en las ruinas, saltó probablemente de una urna
cineraria rota. Sabido es que los romanos, a partir, sobre todo, del siglo XX,
incineraban ordinariamente los cadáveres, guardando sus cenizas en dichas
urnas. Pero ¿podremos deducir de ese pequeño detalle, la existencia de una
necrópolis en el lugar? Nos parece demasiado aventurado.
En cambio, es indudable que tuvo un cementerio la
Vila de Tudején, tanto durante la dominación musulmana, como después de la
Reconquista, a juzgar por los numerosos restos de cadáveres encontrados en el
paraje de San Valentín. Sin embargo, una parte de ellos pudo muy bien haber
pertenecido a los combatientes medievales –primeramente, navarros y
castellanos, y más tarde, agramonteses y beaumonteses- que se disputaron la
posesión del Castillo, en diferentes ocasiones.
Tampoco es dudoso que tuvo una necrópolis mahometana
el poblado anónimo de la Morería, del que las ruinas se ven todavía a flor de
tierra y donde, en 1980, aparecieron varias tumbas y restos humanos, cerca de
la Estanca y de la antigua Mezquita, de la que se conserva aún el nombre y el
muro de piedra del Poniente.
También hubo otro cementerio, ya crisitano, en
Peñahitero, en el paraje denominado Camposanto Viejo, a la derecvha del Camino
de los Curas, según pudimos comprobar en un contrato de compra-venta de una
finca, firmado el 12 de junio de 1965, que nos mostró el comprador, Tomás
Bermejo Pina, el cual nos aseguró que, al labrar el terreno, aparecieron
bastantes restos humanos y que a la arqueta del Río de la Huerta que pasa más
abajo, la llaman todavía “arca del Camposanto”. Es más que probable que este
camposanto fuese el primitivo del pueblo de Fitero, a partir del último decenio
del siglo XV, hasta que bien entrado ya el siglo XVI, se empezó a enterrar a
los vecinos en el Cementerio de la Iglesia, situado en los aledaños del
Poniente de la misma. Desgraciadamente, no podemos señalar fechas, pues resulta que, en el
Archivo Parroquial, no aparece el Libro I de Difuntos hasta 1624, formando el
mismo volumen con el Libro III de Casados.
¿Cómo
se explica esta flagrante anomalía? En primer término, por la despreocupación
de los monjes, poco solícitos en aplicar ciertas prescripciones del Concilio de
Trento; y en segundo lugar, porque hasta 1624, no empezaron a generalizarse en
Fitero las inhumaciones –bien pagadas- dentro de la iglesia, de los vecinos más
o menos pudientes.
En los folios 272 y 273 del citado Libro III de casados
y I de Difuntos de la Parroquia, se lee esta curiosa Nota: “Fr. Esteban Aliaga y Guerra murió el
domingo, 10 de noviembre de 1613 y se enterró en la iglesia en la Capilla de la
Asunción, junto a la grada. Fue el primero de los monjes que se enterró en la
iglesia; pero los vecinos no empezaron a enterrarse en ella hasta el 1 de abril
de 1624.”
Las dos últimas afirmaciones no son ciertas. Por de
pronto, fueron enterrados anteriormente en la iglesia el Abad, Fr. Martín de
Egüés y Pasquier, en 1540 (en el presbiterio); el Abad, Fr. Marcos de Villalba,
en 1591 (primitivamente en la Capilla de STa. María Magdalena y más tarde, en
el sepulcro de piedra del lado del Evangelio del Altar Mayor); y el Abad, Fr.
García de Cervera, muerto, en 1380, cuyos restos ocupan probablemente el
sepulcro de piedra del lado de la Epístola del mismo Altar. Añadamos todavía
que, al parecer, los monjes no siguieron siendo enterrados siempre en la
Capilla de la Asunción, como Fr. Esteban Aliaga, pues, según otra partida de
defunción posterior, “el 14 de abril de 1643, murió Mosen Joseph y fe enterrado
en el IV arco de la iglesia, con todo el
convento”[ii].
Por lo que se refiere a los vecinos ricos, inhumados
en el templo antes de 1624, podemos citar los testamentos de unos cuantos, en
los que se dispone su inhumación en diferentes Capillas: el del escribano Pedro
de Vea (1590), en la Capilla de Todos los
Santos, actualmente Bautisterio[iii];
el de María Vela (1603), en la Capilla de
San Bernardo[iv]:
el de Ana González (1608), junto al Altar
de San Benito[v];
y tres de 1615: el de Marco de Vea y Gracia Ramírez, en la Capilla de Santa Inés[vi];
el de Juan Francés Flores, en la Capilla
de San Benito[vii];
y el de Juana González, en la Capilla de
la Virgen de la Barda. Es probable que fuese esta señora, enterrada en la
antigua Capilla de la Virgen de la Barda[viii]
(actualmente del Cristo de la Columna), la que figuraba allí, en una estupenda
pintura mural del siglo XVII, ya desparecida, con toda la comunidad
cisterciense de la época del Abad, Fr. Hernando de Andrade, que falleció en
1624.
Volviendo al Camposanto Viejo de Peñahitero,
conjeturamos que debió ser abandonado definitivamente, hacia el último decenio
del siglo XVI, siendo sustituido por el Cementerio
Nuevo, situado como ya hemos dicho, en los aledaños occidentales de la
iglesia. Lo testifican dos testamentos de 1504, otorgados respectivamente por
Juan Jiménez Moreno y Ana Pardo, y por Pedro de Atienza, pues en ambos se pide
que se les entierre “en el cementerio de Santa María de Fitero, junto a la
puerta de la Iglesia”[ix].
En cuanto a las inhumaciones dentro del templo, si
bien no es cierto que empezaron, a partir de 1624, como hemos visto, en todo
caso, se generalizaron desde ese año. En efecto, desde entonces, se enumeran,
en las lacónicas partidas de defunción, los lugares más o menos precisos de la
iglesia donde eran enterrados, indicando los arcos y los altares, y a veces,
simplemente, las navadas o naves. Así nos enteramos por esas partidas de que,
entre los fallecidos en 1627, Pedro Gómez fue enterrado en el tercer arco de la
iglesia, junto a San Bernardo[x];
Ana Rodríguez, en el segundo argo, pasada
la pila del agua bendita[xi];
Juan de Yanguas en el segundo arco, junto al Altar de San Benito[xii];
Cosme García, en el primer arco, junto al
Destierro[xiii],
hoy Capilla del Cristo de la Cruz a Cuestas; Casilda Guerrero, madrina de Palafox,
fallecida el 7 de noviembre, fue enterrada en
el tercer arco[xiv];
y el distinguido escribano real, D. Miguel de Urquizu y Uterga, que lo fue de
la Villa y del Monasterio, durante medio siglo (1590-1638) y murió el 14 de
julio de 1641, fue enterrado en el 4º
arco de la Iglesia[xv].
De las 48 personas que murieron en 1645, fueron
inhumadas 25 en el cementerio, 22 fuera de la iglesia y 1 murió en el camino de
Zaragoza.
Tarifas
de entierros y sepulturas en los siglos XVII y XVIII
Las inhumaciones dentro del templo fueron
perfectamente organizadas por los monjes, desde el punto de vista económico,
pagándose por las más o menos, según su cercanía o lejanía del transepto. Las
tarifas que consigna el Tumbo de Fitero, correspondientes a 1634, son las que
siguen. Por enterrarse en el primer arco, un ducado; en el segundo, dos
ducados; en el tercero, tres ducados, y en el cuarto, cerca de la Reja, cuatro
ducados (esta Reja era la que cerraba el
paso al Crucero).
Por un entierro mayor, había que pagar 5 ducados; y
por uno ordinario, 28 reales. Por una misa cantada, 6 reales; por una de un
solo nocturno, 4 reales; y por unas vísperas, 6 reales[xvi].
Siglo y medio después –ya en 1792-, las tarifas
funerarias del Monasterio se habían diversificado y aumentado, conforme a la
siguiente “Tabla de las sepulturas con ofrendas y sin ellas”, redactadas por el
Depositario Navascués.
“Sepultura dentro de la Reja que se abre en el
Crucero, y ofrendas del entierro: 103 reales.
Sepultura en el 4º Arco que está junto al enrejado,
y ofrendas: 59 reales.
Sepultura en el Arco 3º, y ofrendas: 48 reales.
Sepultura en el segundo Arco, y ofrendas: 37 reales.
Las dos sepulturas de la Virgen del Rosario y San
José, que caen en el Arco 4º, y ofrendas: 59 reales.
Sepultura en el Carco 1º y navada de los Pasos
(delante de la actual Capilla del Cristo de la Cruz a Cuestas): 15 reales.
Arco 1º en la navada de Nuestra Señora de la Barda,
en la lámpara y ofrendas: 59 reales.
Los tres Arcos restantes hasta la Reja, y ofrendas:
37 reales.
Las dos sepulturas que caen en las navadas, en
Nuestra Señora del Rosario y San José, y ofrendas: 37 reales[xvii].”
Desgraciadamente para los monjes, este negocio
funerario iba a concluir antes de medio siglo.
Ya el Rey Carlos III expidió una R. O. proscribiendo
la inhumación en los templos y Carlos IV ordenó que se establecieran
cementerios, alejados de los poblados, para enterrar en ellos a los fieles. Con
que, en vista de ello, en 1804, se empezó a construir, aunque de mala gana, un
camposanto donde está precisamente el actual; pero sólo se pusieron algunos
cimientos, que quedaron abandonados poco después. En 1808 estalló la Guerra de
la Independencia y los frailes fueron expulsados por el Gobierno de José
Bonaparte, no volviendo hasta el verano de 1814. En el interin, ya en 1812, se
mandó hacer un camposanto nuevo, utilizándose para ello el jardín que hay
detrás del Altar Mayor, o mejor dicho, del ábside, donde se enterró hasta 1817,
en que los monjes volvieron a enterrar dentro de la Iglesia[xviii].
Pero nuevas órdenes gubernativas insistieron en la prohibición y entonces se
levantó definitivamente el cementerio actual; o mejor dicho, su terraja baja.
El último enterrado en la Iglesia fue Sandalio Duarte, casado, que murió el 30 de
marzo de 1833, siendo inhumado al día siguiente, por la tarde[xix].
El
camposanto actual
El Libro IV de Difuntos de la Parroquia anota la
fecha del 8 de abril de 1833, como la del estreno del Camposanto actual, siendo
el primer vecino enterrado en él Manuel Gómara, alguacil o, como se decía
entonces, ministro[xx].
Dio la casualidad de que este alguacil fue el que había llevado a la Abadía el
Oficio de la Junta de Sanidad, intimándole a que cumpliese lo dispuesto, en
este asunto, por las autoridades gubernativas. Para dicha fecha, habían ya
muerto en tal año 21 vecinos, falleciendo hasta el final del mismo 127; de
manera que en el primer año, se enterraron en el Camposanto actual 106
personas. Merecen citarse entre ellas, a título de curiosidad, Blas Pina,
casado, que “murió ahogado en el Río de
las Quadras y baxó hasta la huerta de arriba de este Monasterio[xxi]”;
Felipe Martínez y Toledo, casado, de Cervera, que murió el 25 de septiembre “de resultas de que lo cogió un novillo, el
día de la Virgen de la Barda”[xxii];
Raimundo Pérez, soltero, de 24 años, que murió el 15 de diciembre, “a resultas de dos puñaladas que recibió”[xxiii];
y el Prior del Convento, D. Norberto del Valle, que murió el 26 de diciembre.
El 28 de febrero de 1858, acordó el Ayuntamiento que cada nicho del cementerio
costase 600 reales vellón (Libro de sesiones desde 1843 a 1971, f. 161 v.)
Añadamos más curiosidades. Las tumbas más antiguas
que se conocen del Camposanto actual son los nueve nichos del ángulo S. E. de
la terraza baja, correspondientes respectivamente a Manuel María Huarte,
fallecido el 1 de marzo de 1859; a Manuel Santiago Octavio de Toledo y Abadía,
fallecido el 26 de octubre de 1859; a Juana Giménez de Carrillo, fallecida el
26 de diciembre de 1860; a Juan García Rodrigo, fallecido en el Baño Nuevo, el
17 de septiembre de 1861; a Petra Calahorra y Medrano, fallecida el 29 de noviembre
de 1861; a María Rupérez, fallecida el 19 de mayo de 1852; a Bernardo Quijano Y
Malo, profesor de Medicina, fallecido el 11 de septiembre de 1862; y a Manuel
Huarte y Chueca, fallecido el 9 de enero de 1869, cuya lápida desapareció hace
tiempo. Los demás nichos tienen lápidas rectangulares de mármol negro,
arqueadas en su cabecera, excepto tres de mármol blanco, correspondientes a
niños y dotadas de estrofas funerarias. La de la niña Petra Calahorra, muerta a
los 5 años y 7 meses, dice así:
Ángel era que han llevado
otros ángeles al cielo,
porque no es la tierra el suelo
para un ángel destinado.
La del niño Apolinar Yanguas, que está inhumado en
el nicho de su abuela, María Rupérez, dice así:
Seis meses vida mortales,
en este mundo engañoso,
bastó para conocerle
y al cielo me fui gozoso.
La del niño Manuel Huarte, que murió a los ocho
años, dice así:
Se llevó Dios este niño,
por toda una eternidad,
y a pesar de su cariño,
acatan la voluntad
de decreto tan divino.
El edículo que
contiene estos nueve nichos termina en una pequeña cornisa, moldurada, con dos
fajas superpuestas de mensulillas, y de perlas y perinolos, y recubierto con un
tejadillo. Es un pequeño e ingenuo recuerdo de la época romántica, que merece
conservarse..
Los dos panteones más antiguos del cementerio están
pegados al muro occidental de la terraza interior y son el de D. Manuel Abadía
y el de D. Felipe Ochoa. El de Abadía (hoy Herrero-Martínez) data de 1864 y es
una capilla funeraria, con un altar de la Virgen de los Dolores. Tiene un
pórtico de frontón triangular, sostenido por columnas marmóreas de fuste liso.
Fue erigido por D. Manuel Esteban Abadía Atienza, en memoria de su esposa, Dña.
Jerónima Remigia Octavio de Toledo Alonso, fallecida el 23 de diciembre de
1861. A su vez, D. Manuel E. Abadía murió el 30 de julio de 1873, y está
enterrado en la misma capilla. Entre los inhumados posteriormente en ella,
figura el reputado médico, D. Miguel Herrero Besada.
El panteón de D. Felipe Ochoa es otra capilla
funeraria con un altar de la Crucifixión. Fue erigida, en los comienzos del
último decenio de 1890, por D. Felipe Ochoa González, en memoria de su esposa
Doña Victoria Huarte, fallecida el 26 de septiembre de 1890. D. Felipe murió, a
su vez, el 12 de junio de 1912, y está inhumado en el mismo panteón.
La primitiva entrada del actual Cementerio Municipal
estuvo en el muro del Poniente, a pocos metros del ángulo S. O. Luego, se cegó
ésta y se abrió otra en el mismo muro, algo más arriba, a la altura de la
cabecera de la terraza inferior; y por fin, hacia 1915, al inaugurarse la
terraza alta, se abrió la entrada actual, en la parte media del muro
meridional.
Para acabar este estudio, vamos a transcribir tres
partidas impresionantes de inhumación en la terraza baja, pertenecientes al
siglo pasado y tomadas del Archivo Parroquial.
“Don Silvestre
Egüés – El 5 de noviembre, murió Agustina Atienza, consorte de Silvestre Egüés,
vecino de Azagra. Después de muerta, se le abrió, por hallarse embarazada de
seis meses, y en la operación, arrojó un feto que manifestó algún movimiento, y
se le echó el agua de socorro, y murió, enterrándose con la madre[xxiv]”.
“Don Silvestre
Egüés, consorte de Agustina Atienza, vecino de Azagra se suicidó en el
Camposanto, sobre el sepulcro de su mujer, el día 13 de noviembre de 1838, y se
enterró el día 15. Habiendo consultado el Cura Ecónomo al Sr. Obispo de
Tarazona, D. Rodrigo Valdés, sobre si se le daría sepultura eclesiástica y
reputaría violado el cementerio, respondió que se le diese sepultura en el
Camposanto, y reputaba por muy conveniente reconciliar el cementerio, lo que se
hizo, asistiendo todo el cabildo, y con las ceremonias del Ritual Romano. Se
enterró sin misa. No testó[xxv].”
“Año 1899 – En
la Parroquial de Fitero, Obispado de Tarazona, el 14 de septiembre de 1899, en
la casa número 1 de la calle del Pozo, murió de septicemia, a las 7 de la
tarde, después de recibir los Santos Sacramentos y sin constar haber hecho
testamento, José Rodríguez y N. (a) Pepete, de profesión, torero, casado, hijo
legítimo (se ignoran los nombres de sus padres y esposa), natural de San
Fernando, provincia de Cádiz. Se enterró pasadas más de 24 horas, en el
cementerio de la misma de que certifico – Mariano Solana, firmado y rubricado[xxvi]”.
Transcurridos ya tres cuartos de siglo, vinieron a
Fitero unos descendientes de Pepete, con la pretensión piadosa, pero ingenua,
de recoger sus restos y trasladarlos a su patria chica; mas dichos restos
habían ya desaparecido, hacía muchos años, por haber sido enterrados en una
fosa anónima común.
[i] Juan Maluquer de Motes, Noticias
estratigráficas del poblado celtibérico de Fitero, en la revista Príncipe
de Viana, nº 100 y 101, p. 337 – Pamplona, 1965.
[ii] Libro III de casados y I de Difuntos, f. 303 – Archivo Parroquial de Fitero
(A.P.F.)
[iii] Protocolo de Miguel de Urquizu y Uterga, de 1590, f. 16 – Archivo de
Protocolos de Tudela (A.P.T.)
[iv] Protocolo de M. de Urquizu, de 1603, f. 307 – A.P.T.
[v] Id. id. de 1608, f. 540 –
A.P.T.
[vi] Id. id de 1615, f. 110 – A.P.T.
[vii] Id. id. Id., f. 338 – A.P.T.
[viii] Id. id. id., f. 340 – A.P.T.
[ix] Id. id. id., 1594, f. 179-180 – A.P.T.
[x] Libro II de Casados y I de Difuntos. Año 1627, f. 274 v. – A.P.T.
[xi] Id. Año 1627, f. 274 v. – A.P.T.
[xii] Id. id. id., f. 275 – A.P.T.
[xiii] Id. id. id., f. 275 – A.P.T.
[xiv] Id. Año 1534, f. 285 v. – A.P.T.
[xv] Id. Año 1641, f. 302 – A.P.T.
[xvi] Tumbo de Fitero, c. XIII, f. 560 – Archivo Histórico Nacional (A. H. N.) –
Madrid.
[xvii] Libro de Cobranzas de supulturas del año 1792, y atrasadas, f. 1 – A.P.T.
[xviii] Sebastián María de Aliaga, Manuscrito, f. 72.
[xix] Libro IV de Difuntos. Año 1833, nº 21, f. 108 – A.P.T.
[xx] Id. Año 1833, nº 22. F. 109 – A.P.T.
[xxi] Id. id, nº 23, f. 109 – A.P.T.
[xxii] Id. id., nº 65, f. 112 – A.P.T.
[xxiii] Id. id., nº 115, f. 116 – A.P.T.
[xxiv] Id. Año 1838, nº 67, f. 157 – A.P.F. El Cura Ecónomo era, a la sazón, D.
Beremundo Atienza.
[xxv] Libro VIII de Difuntos – Años 1899, nº 60, f. 16 v. – A.P.F.
[xxvi] Para toda clase de pormenores sobre la trágica muerte de Pepete, remitimos
al lector a nuestro Poemario Fiterano,
pp. 44-46 y 190-191.
CAPÍTULO VI
[i] Alfredo Floristán Samanes, Ob. cit., p. 185.
[i] Alfredo Floristán Samanes, “La Ribera
Tudelana de Navarra”, p. 123.
[ii] Pascual Madoz, Diccionario
“Geográfico-Estadístico-Histórico de España”, etc., t. VIII, pp. 104-105.
[iii] Cristina Monterde, Ob. Cit., pp. 380, 428 y 441.
[iv] Gracián Navarro, Protocolo de 1584, f. 13. A.P.T.
[v] Miguel de Urquizu, Protocolo de 1596; ff. 361-362-363; 372-373; y
408-419-4024. A.P.T.
[vi] Saturnino Sagasti, “Apuntes y
Documentos relativos a la Villa de Fitero”, 2ª parte, documento número 8,
pp. 247-250.
[vii] Idem, ib., I parte, d. 27, pp. 485-494. A, M. F.
[viii] Fr. Jerónimo Bayona, “Relación del producto de los bienes que tiene, posee
y administra por sí el Monasterio”. 1 de noviembre de 1805.
[ix] A. Floristán S., Ob. cit. Apéndice II. Datos suministrados por el Servicio
Catastral de la Diputación de Navarra. Desde luego, son siempre aproximados,
pues los catastros rara vez reflejan fielmente la realidad.
[x] Gracián Navarro. Protocolo de 1584, f. 136. A.P.T.
[xi] Miguel de Urquizu, Protocolo de 1596, f. 295. A.P.T.
[xii] José Yanguas y Miranda, “Diccionario Geográfico-Histórico de España por la
R. A. de la Historia”, Sección I, t. I, p. 281.
[xiii] Fray Jerónimo Bayona. Relación citada.
[xiv] Manuel Abella, “Diccionario Geográfico-Histórico de España por la R. A. de
la Historia”, Sección I, t. 1, p. 281.
[xv] José María Jimeno Jurío, “Fitero”, p. 4 – Colección Navarra – Temas de Cultura
Popular, nº 72.
[xvi] P. Madoz, Ob. cit., t. VIII, p. 105.
[xvii] Alfredo F. Samanes, Ob. cit,, Apéndices III y IV.
[xviii] Miguel de Urquizu, Protocolo de 1600, f. 412. A.P.T.
[xix] Id., Protocolo de 1614, f. 563.
[xx] Fr. Manuel de Calatayud, “Memorias del Monasterio de Fitero”, p. 36.
[xxi] Idem, ibídem, p. 179.
[xxii] Gracián Navarro, Protocolo de 1584, ff. 75-120. A.P.T.
[xxiii] Idem, ibídem, f. 136.
[xxiv] Miguel de Urquizu, Protocolo de 1615 – Expolio del Abad Tassis, f. 20.
A.P.T.
[xxv] Francisco Ramón Cáseda. Protocolo de 1748, documento número 114. A.P.T.
[xxvi] Joaquín Huarte, Protocolo de 1791, f. 303. A.P.T.
[xxvii] Idem. Protocolo de 1800, documento número 8. A.P.T.
[xxviii] Academia de la Historia, “Diccionario Geográfico-Histórico de España”,
1802, t. I, p. 281.
[xxix] Alfredo F. Samanes, Op. Cit., pp. 167-168.
[xxx] “La Voz de Fitero”, nº 48,
correspondiente al 9 de marzo de 1913.
[xxxi] Idem, ibídem.
[xxxii] Sociedad de Investigación Económica (SIE), Análisis de la situación actual
y directrices para el desarrollo de la Ribera de Navarra. Anexo IV. Pamplona,
1968.
[xxxiii] Alfredo Floristán Imizcoz, “Comercio de granos en los siglos XVI-XIX”, pp.
12-14. Colección Navarra. Temas de Cultura Popular, nº 397.
[xxxiv] Marco Peralta y Mons. Protocolo de 1699, nº 2. A.P.T.
[xxxv] Francisco R. Cáseda, Protocolo de 1749, doc. Nº 2. A.P.T.
[xxxvi] Cristina Monterde, Ob. cit., doc. Número 89, p. 428; y documento nº 62, p.
409.
[xxxvii] Gracián Navarro, Protocolo de 1584, ff. 75-120. A.P.T.
[xxxviii] Miguel de Urquizu, Protocolo de 1628, f. 85. A.P.T.
[xxxix] Joaquín Huarte, Protocolo de 1798, f. 5. A.P.T.
[i] Diccionario Geográfico Histórico de España, por la R. A. de la Historia,
Sección 1ª, t. I, p. 281.
[ii] P. Madoz, Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España, t. VIII, p.
105.
[iii] Tomás Lletget y Cayla, Monografía de los Baños de Fitero, p.
15. Barcelona, 1970.
[iv] Saturnino Sagasti, Ob. cit., 1ª
Parte, p. 15.
[v] Libro III de Casados y I de
Difuntos. A.P.F.
[vi] Manuel Abella, Diccionario
Geográfico-Histórico de España; ya citado, p. 282.
[vii] Jacinto Clavería Arangua,
Iconografía y santuarios de la Virgen en Navarra, t. II, p. 491.
[viii] J. Mª Jimeno Jurío, Obr. citada,
p. 14.
[ix] A.G.N., Sección Monasterios, Fitero, nº 5, ff. 32-35.
[x] Protocolo de Sebastián Navarro,
de 1548, f. 123. A. P. F.
[xi] Idem de Id., de 1556, f. 169. A.P.G.
[xii] A. G. N., Sección Monasterio, Fitero. Legajo 402, f. 236.
[xiii] Protocolo de Miguel de Urquizu,
de 1599, f. 105. A.P.T.
[xiv] Idem de Id. de 1606, f. 249,
A.P.T.
[xv] Mateo Peralda y Mons. Protocolo
de 1698, ff. 35 v. -39; y de 1699.
[xvi] P. Madoz, Ob. citada, t. VIII, p.
104.
[xvii] Idem, ibid., t. VIII, p. 104.
[xviii] Libro de sesiones del Ayuntamiento
de Fitero (1882-1887), f. 68. Sección del 9 de diciembre de 1883. Nº 67.
[xix] P. Madoz Ob., cit., t. VIII, 404.
[xx] Libro de sesiones cit., f. 56.
Sesión del 2 de septiembre de 1883. Nª 32. A. M. F.
[xxii] Cristina Monterde, Colección Diplomática del Monasterio de
Fitero, 1140-1210), p. 319.
[xxiii] Ib. Ibid., doc. Nº 1, p. 356.
[xxiv] José María Jimeno Jurío; Fitero,
pp. 13-14. Nº 72 de la Colección: “Navarra – Temas de Cultura Popular.”
[xxv] Protocolo de Gracián Navarro, 1584, ff. 75-120. A. P.
T.
[xxvi] Protocolo de Miguel de Urquizu,
1628, folio 85. A. P. T
[xxvii] José María Mutiloa Poza, La Desamortización Eclesiástica en Navarra,
pp. 634-635. Pamplona, Ediciones Universidad de Navarra, S. A. 1972.
[xxviii] Javier Mª Donézar, La Desamortización de Mendizábal en Navarra,
p. 66. Nota Madrid, 1975. Consejo Superior de Investigaciones Científicas.
“Instituto Jerónimo Zurita”.
[xxix] J. M. Mutiloa, Ob. cit., p. 311.
[xxx] Id. ibid., p. 327.
[xxxi] J. M. Donézar, Ob. cit., pp. 289, 299 y 300.
[xxxii] J. M. Donézar, Ob. cit., p. 354.
A. G. N. Acta de la Diputación, del 12 de febrero de 1836.
[xxxiii] J. M. Donézar, Ob. cit., p. 162.
[xxxiv] Mutiloa, Ob. cit., p. 426 –
Archivo de Hacienda de Navarra, Leg. 114-172.
[xxxv] Protocolo de Celestino Huarte,
1835, nº 40, ff. 104 v. a 123.
[xxxvi] Saturnino Sagasti, Apuntes y Documentos relativos a
Fitero, pp. 479-480.
[xxxvii] Id. Ibid., pp. 593-610.
[xxxviii] J. M. Donézar, Ob. Cit., pp. 218-220.
[xxxix] Id. ibid., 218. Nota.
[xl]Protocolo de Miguel Urquizu,
1627, f. 1.
[xli] Sebastián María de Aliaga, Manuscrito, f. 156 v.
[xlii] Reglamento para el Reparto y
Aprovechamiento de la Dehesa de Ormiñén de Fitero, pp. 3, 5, 6, 7, 8 y 11-
Tudela de La Ribera de Navarra, 1913 – Se imprimieron mil ejemplares para
repartirlos entre los parceleros.
[xliii] La Voz de Fitero, nº 44 – 2 de
febrero de 1913.
[xliv] Id., nº 47 – 23-II-1913.
[xlv] Id., números 55 (del 27 de abril de 1913), 57 (del 4 de mayo) y 59 (del 18
de mayo de 1913).
CAPÍTULO IV
[i] Maur Cocheril, Études sur le monachisme en Espagne et au
Portugal, pp. 134-135. Lisboa. 1966.
[ii] J. Mª Jimeno Jurío, FITERO, pp
13 y 19. Colección NAVARRA: Temas de Cultura
Popular, nº 72.
[iii] J. Mª Jimeno Jurío, FITERO, pp
13 y 18. Colección NAVARRA: Temas de Cultura
Popular, nº 72.
[iv] Archivo General de Navarra
(A.G.N.), Fitero, nº 5, ff. 32-35.
[v] Idem, Sección Monasterios.
Fitero, nº 404. Cuaderno 2º, ff. 317-321.
[vi] Sagasti, Apuntes y documentos, 2ª Parte, documento nº 0, pp. 251-264. A. M.
F.
[vii] Ignacio F. de Ibero, Relación de la fundación y antigüedad del
Monasterio de Fitero. A. H. N. Sección de Códices, 371 B. Parte 1ª, f. 3.
Año 1610.
[viii] A.G.N. Sección Monasterios.
Fitero, legajo 402, f. 396.
[ix] Al indicar la población por
vecinos, se multiplica su número por 5, para deducir el número de habitantes,
incluyendo al padre, a la madre y a tres hijos.
[x] Protocolo de Miguel de
Aroche y Beaumont, de 1676, nº 98, ff. 151-157. A. P. T.
[xi] Pedimento de la Villa de Fitero para la edificación de una iglesia
parroquial, independiente del Monasterio y dependiente del Obispado de Tarazona, p. 84. A.P.F.
[xii] Fr. Manuel de Calatrayud,
Memorias del Monasterio de Fitero, p. 217.
[i] Tomás Lletget y Caylá, Monografía de los Baños y
Aguas Termo-medicinales de Fitero, pp. 227-229. Barcelona, C. Verdaguer, 1870.
[ii] Idem., ib., pp. 226-227.
[iii] Idem, ib., p. 230.
[iv] Saturnino Mozotoa Vicente, Notas hidrológicas y clínicas de los Balnearios de Fitero, p. 5. Zaragoza,
E. Berdejo, 1930.
[v] Cristina Monterde, Colección diplomátrica del Monasterio de Fitero, documento nº 7, p.
361. Zaragoza, 1978.
[vi] Idem, ib., documento nº 27, p. 382.
[vii] Idem. Ib., documento nº 43, redacción B, p. 394.
[viii] Idem. Ib., documento nº 92, p. 433.
[ix] Idem. Ib., Addenda, documento nº 7, p. 549.
[x] Florencio Idoate, Rincones de la Historia de Navarra, t. III, p. 689. La fecha de
1507 que consigna Idoate, es muy probable que sea equivocada –o una errata de
imprenta-, en lugar de 1607, pues en el folio 52 del Protocolo de Urquizu y
Uterga de 1608, nos tropezamos con un “Poder del Monasterio, para excomulgar a
los de Alfaro que habían derribado un canal y la casa de los Baños”; cosa que
debieron hacer el año anterior. El canal era el que habían empezado a construir
los de Fitero, para desviar las aguas de los Baños Viejos, de manera que no
desembocasen en el río Alhama, sino que irrigasen terrenos de los Montes de
Argenzón como anotamos en el capítulo de INVESTIGACIONES HIDROGRÁFICAS,
párrafo Tentativas de desviación de las aguas del Baño Viejo.
[xi] Protocolo
de Miguel de Urquizu y Uterga, 1598, ff. 153-156. Archivo de Protocolos de
Tudela.
[xii] Tumbo de Fitero, c. XIII, f. 563. Archivo
Histórico Nacional, Madrid.
[xiii] Florencio Idoate, Ob. Cit., t. III, p. 695.
[xiv] Joseph Moret, Annales
del Reyno de Navarra, t. II, Lib. XVIII, c. VII, nº 3, p. 417.
[xv] Manuel Abella, Diccionario Geográfico-Histórico de España por la Real Academia de la
Historia, Sección I, t. I, p. 281.
[xvi] ANTONIO RAMIREZ: Examen chímico-médico de las
Aguas termales de Fitero. Pamplona, 1768.
[xvii] T. Lleguet y Caylà, Obr. citada, pp. 76-77.
[xviii] Cuentas generales del Monasterio de Fitero desde
1793 a 1819. Archivo General de Navarra. Sección Monasterios. Fitero, f. 458.
[xix] Protocolo de Joaquín Huarte de 1781, nº 77 ;
de 1784, nº 17 ; y de 1787, nº 10. A.P.T.
[xx] Cuentas generales del Monasterio de 1783 a 1819. A.G.N.
Sección Monasterios. Fitero, f. 458.
[xxi] Florencio Idoate, Obr. Cit., t. III, pp. 690-692.
[xxii] Idem, ib., p. 692.
[xxiii] Idem, ib., p. 693.
[xxiv] Idem, ib., pp. 693-694.
[xxv] José María Mutiloa, La Desamortización Eclesiástica
en Navarra, p. 327. Pamplona, 1972.
[xxvi] T. Lletget y Caylá, Obr. citada, p. 240.
[xxvii] Protocolo de Joaquín Huarte, 1835, nº 40, f. 91. A.P.T.
[xxviii] Pascual Madoz, Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España y de sus
posesiones de Ultramar, pp. 106 y 108.
[xxix] Anónimo, Baños
Nuevos de Fitero, Madrid, Tello, 1876.
[xxx] Miguel G. Camaleño, Memoria de las Aguas clorurado-sódicas-termales de Fitero Nuevo,
Madrid, J. A. García, 1905.
[xxxi] Idem, Memoria de las Aguas de Fitero, Madrid, B. Rodríguez,
1911.
[xxxii] Idem. Ib., p. 32.
[xxxiii] Las noticias que damos sobre las innovaciones
introducidas en ambos Balnearios, a partir de 1960, nos fueron proporcionada
por D..Jesús Azpilicueta, Administrador General de los mismos, desde 1957 a
1983, inclusive.
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