Investigaciones Históricas sobre Fitero Volumen II

INVESTIGACIONES HISTÓRICAS SOBRE FITERO


VOLUMEN II


 MANUEL GARCÍA SESMA


Gráficas Ochoa, Logroño 1989



A la memoria de mi mejor amigo, José Jiménez Fernández (1894-1983)




PRÓLOGO DEL AUTOR


En este segundo volumen de INVESTIGACIONES HISTÓRICAS SOBRE FITERO, ofrecemos a los lectores otros 13 temas que nos parecen interesantes. Todos ellos son asimismo susceptibles de ampliaciones ulteriores; y por supuesto, podrían desarrollarse otros nuevos. Por ejemplo, una historia del Monasterio Cisterciense de la localidad. Pero es el caso que el distinguido historiador navarro, D. José Goñi Gaztambide escribió ya una, muy erudita, publicada en 1965 en la revista PRÍNCIPE DE VIANA (números 100 y 101) y reproducida después en Separatas. Y claro está que no es cuestión de copiarla, como un vulgar plagiario. Por otra parte, este opúsculo de 35 páginas es una historia interna del Monasterio; y la que interesa sobre todo a los fiteranos, es la historia interna; es decir, la de sus relaciones con el vecindario. Es la que empezamos a hacer en el II. De ahí la extensión, un poco desmesurada, que hemos dado al capítulo de las “Investigaciones parroquiales”. Es que las veinte y tantas cofradías y asociaciones de que nos ocupamos, fueron creaciones de la feligresía fiterana de los siglos pasados y, aunque, en la actualidad, interesen muy poco a la mayoría de los vecinos, no por eso dejan de ser unas páginas históricas curiosas e importantes.
Hemos incluido en este volumen dos estudios que ya publicamos en la revista FITERO 85: “Avatares e iconografía de la Virgen de la Barda” y “La vida en Fitero en 1885”. Nos parecen dos documentos históricos que valen la pena de ser reproducidos en un libro.
Aunque no nos agrada citar a ningún vecino por su apodo, no pocos de ellos nos han rogado que lo hagamos, pues, de otro modo, nadie o casi nadie los identifica por sus nombres y apellidos. Pero solo lo hemos hecho con algunos. En fin, queremos testimoniar nuestro agradecimiento al Sr. Consejero de Educación y Cultura del actual Gobierno de Navarra, D. Román Felones Morrás; al ilustre Cronista de la Rioja, D. Felipe Abad León; a los vecinos que nos han proporcionado informes fidedignos sobre algunas cuestiones; a todos nuestros suscriptores; y al M. I. Ayuntamiento de Fitero, presidido por D. Carmelo Aliaga Hernández.

El Autor

Fitero, 15 de mayo de 1988



SIGLAS EMPLEADAS EN ESTE LIBRO

A.    G. N. Archivo General de Navarra (Pamplona).
A.    H. N. Archivo Histórico Nacional (Madrid).
A.    M. F. Archivo Municipal de Fitero.
A.    P. F. Archivo Parroquial de Fitero.
A.    P. T. Archivo de Protocolos de Tudela – Sección de Fitero.


CAPÍTULO I

SERVICIOS SANITARIOS

Los servicios sanitarios en Fitero datan propiamente del siglo XVI y estuvieron a cargo de médicos, cirujanos, boticarios, drogueros, practicantes, barberos, comadronas, albéitares y algún que otro curandero.

MÉDICOS Y CIRUJANOS

Siglos XVI y XVII

Hasta los comienzos del siglo XVI, no se profesionalizó en Navarra la Medicina, la cual era, a la sazón, puramente empírica. Los futuros médicos estudiaban en algunas de las Universidades españolas existentes, como las de Salamanca, Valladolid, Lérida, etc.; o en alguna extranjera, como las inglesas de Oxford y Cambridge, las francesas de París y Montpellier, las italianas de Nápoles y Bolonia, etc. Los estudios no eran muy fuertes, pues la Anatomía y la Fisiología estaban en mantillas. Fue ya en 1701, cuando en Navarra, los representantes de los Colegios de San Cosme y San Damián, patronos de los médicos, propusieron a las Cortes de Tudela que, para la obtención del título de médico, se estudiaran cuatro años en la Universidad y se realizaran tres años de prácticas, impartiendo los títulos de Licenciado y doctor. A su vez, las Cortes de Navarra de 1757 establecieron la docencia de Cirugía, en el Hospital General de Pamplona, creando el puesto de Maestro Cirujano. Este debería atender a los enfermos y enseñar a los Mancebos Cirujanos, los cuales, al cabo de tres años, podrían presentarse a examen, para obtener el título. En Fitero, el Maestro Cirujano, D. Antonio Torrecilla tenía en 1774, como Mancebo, al joven José González[1].
Para poder ejercer en Navarra, los médicos y cirujanos tenían que pertenecer a las Cofradías de San Cosme y San Damián, que existían en Pamplona y en Tudela, y agrupaban a los gremios especializados en el arte de curar: médicos, cirujanos, apotecarios y barberos. Por supuesto, tenían que poseer el título correspondiente y además ser personas de buen nombre y buenas costumbres, y tener limpieza de sangre; es decir, no ser descendientes de moros ni de judíos, aunque fueran conversos o cristianos nuevos, a los cuales estaba prohibido, desde los Reyes Católicos, el acceso a todos los oficios públicos y beneficios. Aberraciones y arbitrariedades, nada evangélicas, de la época inquisitorial. Todavía en 1791, aparece en el Protocolo del escribano real, D. Joaquín Huarte, una información de limpieza de sangre de Juan Ángel Pérez Carrillo, pretenso a ser alumno del Real Colegio de Cirugía de Cádiz[2].
Para conseguir la titular de un pueblo, los médicos y cirujanos tenían que presentar un Memorial o “curriculum vitae” en el que hacían relación de sus antecedentes personales y profesionales. Si había varios solicitantes, la adjudicación se hizo en un principio, por simple mayoría de votos de los Regidores del Concejo. Ahora bien, en el siglo XVIII, se introdujo la costumbre de enviar los memoriales presentados al Colegio Médico de San Cosme y San Damián de Pamplona, con un oficio dirigido al Protomédico del Reino de Navarra para que, precedidos los solicitantes de un examen práctico, graduase los méritos de cada uno y su orden de prelación. El Ayuntamiento no estaba obligado estrictamente a seguir este orden, pero la Veintena de Mayores contribuyentes le obligaba ordinariamente a ello, por votación conjunta con los Regidores. La misma corporación Municipal hacía una recaudación especial entre los vecinos, para pagar los sueldos oficiales de cada año al médico y al cirujano, mientras que la cobranza de las igualas corría a cargo de dichos profesionales.
En Fitero, los médicos y cirujanos eran contratados –o como se decía antiguamente, conducidos ordinariamente por un periodo de tres años, renovable de común acuerdo. El estipendio municipal de los médicos, en la segunda mitad del siglo XVI, giraba alrededor de los 200 ducados anuales, mientras que el de los cirujanos era siempre algo inferior. Entre los médicos del pueblo en el siglo XVI –segunda mitad-, figuran el Licenciado Pedro Calvo de San Juan, en 1570; el Licenciado Yanguas en 1591; el Licenciado Ximénez, en 1593 y el Dr. Sebastián Thomas, en 1596. Y entre los cirujanos, el Licenciado Manuel Sanz, en 1593 y el Licenciado Pedro de Arellano, en 1598. (Las fechas que damos, son las de su contratación o su ejercicio).
A comienzos del siglo XVII, exactamente en 1606, se aumentó el estipendio de los médicos en un 20%. Consta que el Dr. Valerio Andaluz, natural de Épila, fue contratado en 1609, a razón de 240 ducados al año. Entre las obligaciones que figuraban en su contrato, estaban la de “visitar el Hospital de esta villa de baldes” y “si estuviere enfermo, ha de traer a su cuenta médico suficiente que visite en la dicha Villa, durante su enfermedad”[3]. De tarde en tarde, ocurría que el vecindario no estaba conforme con la actuación del médico y el Concejo lo despedía, antes de expirar el convenio, como ocurrió en 1612.
No obstante la decadencia de la Medicina en España, y en confirmación precisamente de ella, pasaron por Fitero, en esa centuria, numerosos médicos y cirujanos. He aquí algunos nombres. Entre los médicos, el Dr. Miguel Fuertes, en 1603; el Dr. Andrés Asturiano, en 1605; el Lic. Antonio Roger, en 1612; el Lic. Juan de Ribas, en 1614; el Lic. Juan de Ribas Samaniego, en 1625; el Dr. Iblusqueta, en 1626; el Dr. Marco Antonio de Ribas, en 1680; el Lic. Francisco de Lizana, en 1694; el Fr. Sebastián Tomás, en 1698; y el Lic. Francisco de Lecina, en 1699. Y entre los cirujanos, los Lic. Juan y Pedro Ximénez, en 1602; el Lic. Antonio González, en 1628; el Lic. Miguel Ximénez, en 1635; el Lic. Antonio Ximénez, en 1655; el Lic. Juan del Rincón, en 1688; el Lic. Pedro de Arellano, en 1698; y el Lic. Martín Sánchez, en 1699.

Siglo XVIII

         En el Archivo de Protocolos de Tudela, nos tropezamos con un auto del Concejo del 28 de septiembre de 1775, registrado por el escribano, Felipe Berdusán y Remón, en el que se nombraba “Depositario de los papeles de los Repartimientos ordinarios” a Plácido Magaña, quien, a su vez, elegiría, por su cuenta y riesgo, siete cobradores que harían la cobranza a favor del médico y cirujano, la cual importaba 5.155 reales y medio, de los que se entregarían 2.860 y 2.200 al cirujano.

También localizamos un curioso cuadernillo de 1790, que contenía el “Repartimiento del Rolde de médico y cirujano”, En él consta que se pagaban entonces al médico 300 ducados anuales, y al cirujano, 200; y que las igualas de los vecinos oscilaban entre 10 y 12 reales anuales, aunque las había mayores y menores. El número de igualados en el Barrio Bajo era de 75; en los Charquillos, 84; en la Calle de la Villa, 152; en el barrio de la Loba, 59; en la calle de en Medio, 102; en la Calle del Juego de Pelota, 66; y en la Calleja, 92. En total, 630 igualados por 5722 reales y pico. Ordenaron el reparto los Regidores Antonio Fernández, Francisco Polo Pardo, Vicente Vergara y Pedro Andrés, los cuales nombraron como Colector a Alejandro Aliaga, el cual hizo la cobranza mediante siete papeleros, haciéndose el pago a los dos facultativos, el día de San Miguel, 29 de septiembre, como era costumbre.
Los médicos y cirujanos de esta centuria debieron ser mejores que los del siglo anterior, pues desfilaron por Fitero en menor número, sin duda porque se les renovaron las conducciones. Anotamos, entre los médicos, al Dr. Martín de Lexalde, en 1706; al Dr. Juan Navarro, en 1735; al Dr. Lorenzo de Lexalde, en 1747; y al Dr. Manuel Vallejo, en 1781. Y entre los cirujanos, al Lic. Martín Sánchez, en 1702; al Lic. Ramón Gurrea, en 1748; al Lic. Antonio Torrealba, en 1775; y al Lic. Santiago Ramón Burgos, en 1786.

Un detalle curioso: según Volante de Ocáriz, abogado de la Villa, en Pamplona, en 1772, había en Fitero 7 estudiantes de Medicina. Además estudiaban en diferentes conventos de Órdenes Religiosas, 60 hijos de vecinos; 3 hacían la carrera de Jurisprudencia; y 12 seguían cursos de Gramática Latina[4]. No se olvide que era el Siglo de la Ilustración.

Siglo XIX

En él hay que distinguir dos periodos: el de 1800-1835, todavía abacial, y el de 1836-1899, civil. En 1801, el médico titular era d. Antonio Pardo; y el cirujano, D. Blas de Vera. El primero solo percibía por la titular 260 ducados anuales, los cuales le fueron incrementados hasta 300, por acuerdo municipal de 27-V-1805[5]. El segundo cobraba algo menos, pero el Monasterio le daba, por su parte, 60 robos de trigo anuales. D. Blas de Vera renunció en 1804 y, al anunciar la vacante, solicitaron cubrirla siete cirujanos de otras villas. El colegio Médico de Pamplona y el protomédico, d. Rafael de Garde propusieron en primer lugar a D. Francisco Blasco, que ya lo era de Cintruénigo y que debía gozar de gran predicamento, hasta el punto de que el ayuntamiento de Fitero, en la sesión del 9 de mayo de 1904, lo nombró cirujano titular de la Villa de perpetuo, con un sueldo de 300 ducados anuales y además “con una jubilación de 50 ducados al año, en cao de imposibilitarse”[6]. Al ser suprimido el Monasterio por los ocupantes franceses en agosto de 1809, el Sr. Blasco pidió al Ayuntamiento un aumento de sueldo, en atención “al desfalco de los 60 robos de trigo” que le venía dando la Abadía y en la sesión del 19 de marzo de 1810, el Regimiento (Ayuntamiento), “teniendo consideración a su exactitud y eficacia en el cumplimiento de sus obligaciones”, le concedió un aumento de 40 ducados anuales, cobrando en adelante 340”[7].

Al morir el médico D. Antonio Pardo en diciembre de 1812, se presentaron 6 solicitantes de la titular; pero pasaron tres meses y todavía estaba sin adjudicar. Es que los Regidores y los Veintenantes no se ponían de acuerdo, acerca de la pensión anula, que debería darse al nuevo titular, apelando entretanto a los deficientes servicios del médico de Cintruénigo. En vista de ello, el regidor Gregorio Andrés y nueve vecinos más denunciaron la anómala situación al Tribunal Supremo de Navarra, el cual, por decreto del 17 de marzo de 1813, ordenó al alcalde, Joaquín Val, que se hiciese el nombramiento en el plazo de 4 días, recayendo por mayoría de votos, en D. Fermín Alfaro, médico de Ujué, en la sesión del 21 del mismo mes[8].
Al año siguiente, o sea, en 1814, volvieron los frailes al Convento y al recomenzar a dar al cirujano, Sr. Blasco, los 60 robos de trigo anuales, el Ayuntamiento le rebajó la pensión anual a los 300 reales anteriores, en la sesión del 24 de octubre de 1816. No era precisamente un caso de tacañería, sino que el Concejo estaba endeudado hasta el cuello, por las onerosas contribuciones que le habían impuesto los franceses y que veremos en otro capítulo. Pero como la vida se había encarecido bastante, el Sr. Blasco protestó contra la supresión de los 40 ducados anuales y le volvieron a dar los 340, por acuerdo del 21 de noviembre de 1816[9].

Entretanto, seguía el médico titular D. Fermín Alfaro, quien, terminado el primer trienio, cumplió el 2º y empezó el 3º, sin las formalidades acostumbradas de renovación, cuando he aquí que, en la sesión del 14 de enero de 1820, la Veintena y el nuevo Ayuntamiento, presidido por el Alcalde D. Manuel Santiago Octavio de Toledo lo despidieron bruscamente, porque, “según ha demostrado la experiencia, no se halla revestido de las calidades y circunstancias que exige su ministerio” (sic). Parece increíble, porque ¿cómo es posible que hubiesen tardado siete años en darse cuenta de ello…? No sabemos lo que habría en el fondo de este extraño asunto.
En todo caso, D. Fermín recurrió al Real y Supremo Consejo de Navarra, alegando que había ya cumplido dos trienios en el cargo, faltándole todavía dos años para terminar el tercero. Por otra parte, protestó contra los términos del acta municipal del despido, por constituir “un deshonor en su facultad” y porque le irrogaba “considerables perjuicios en su casa, interese y familia”, por lo que pedía el sobreseimiento de la resolución municipal; pero por 14 votos contra 7, se insistió y aprobó su despido definitivo, en la sesión del 29 de enero de 1820[10].

Formación de la Primera Junta de Sanidad

Con motivo de la alarma producida, por la aparición de la fiebre amarilla, en el puerto de Barcelona, el Jefe Político de la provincia de Navarra, ordenó la formación de Juntas Locales de Sanidad, y en la sesión del 24 de septiembre de 1821, se formó la primera compuesta por el Alcalde Constitucional (era el Trienio liberal de 1820-1823), D. Francisco Huete, el Párroco D. Bartolomé de Oteiza, el Cirujano titular D. Francisco Blasco y cinco vecinos más[11]. Ahora bien, hay que advertir que, por una ley del 23 de junio de 1813 (capítulo I, artículo IV), se había ya prescrito la formación de estas Juntas Municipales de Sanidad, “en cada pueblo y cada año”. Pero en Fitero no se había formado todavía ninguna, “por no hallarse instruido el Ayuntamiento del citado decreto” (sic). Es posible que fuera cierto, por las circunstancias azarosas de la guerra de la Independencia.
Se habrá observado que, en la composición de la citada Junta, no figuraba el médico titular. Es que, a la sazón, no lo había. Es probable que, después de la jugarreta que le habían hecho a D. Fermín Alfaro, no se hubiese presentado ningún solicitante, para cubrir su vacante. De todos modos, no tardó mucho en cubrirla Don Antonio Sáenz de la Maza, por 7.500 reales vellón al año; pero no debió sentirse muy a gusto en el pueblo, pues, en la primavera de 1825, se marchó a ejercer en otra localidad. Le sucedió D. Joaquín de Villa, que era médico de Ablitas, en las mismas condiciones que el anterior. Fue elegido, entre dos aspirantes más, en la sesión del 4 de junio de 1825, rogándole la Corporación que se presentase cuanto antes, “por la urgente necesidad en que se halla el pueblo, por la falta de tal Profesor[12].

Un pleito municipal de seis meses por el nombramiento de un nuevo cirujano.

Al morir D. Francisco Blasco en 1825, durante el invierno, se presentaron nada menos que 15 solicitudes, para cubrir su vacante. Buena ocasión para escoger al más competente. Pero no lo entendió así el Alcalde, Félix Latorre, que era un cacique taimado, muy apropiado para aquellos años del cerril absolutismo, y se empeñó en imponer a un amigo suyo, D. José Gurrea, cirujano mediocre de Valtierra. Lo consiguió de momento, en la sesión del 15 de marzo de 1825, en la que Gurrea obtuvo siete votos, y D. Juan Isidoro Martínez, cinco. Pero otros tres electores presentes protestaron contra tal nombramiento irregular, exigiendo que se enviasen los 15 Memoriales de los pretendientes a Pamplona, para que los examinase y dictaminase el Colegio de San Cosme y San Damián, como era costumbre, adhiriéndose a continuación a esta protesta los cinco que habían votado a D. Isidoro. Con tal motivo el Real y Supremo Consejo del reino de Navarra declaró nula la elección del Sr. Gurrea. A pesar de todo, el tozudo alcalde, no dándose por vencido, dio largas al asunto y el 15 de agosto siguiente, cuando creyó que podía salirse con la suya, convocó a otra sesión en la que 9 votaron por Guerrea; 2 por el cirujano D. Pedro Iglesias y 10 por que se llevasen antes los Memoriales al Colegio de Médicos de Pamplona. No hubo más remedio qu hacerlo y el Colegio y el Protomédico dictaminaron que los más competentes, “en igual lugar y grado”, eran D. Juan Isidoro Martínez, d. Andrés Palacios, D. Antonio Felipe y D. Bonifacio Díez. Como se ve, no figuraba entre ellos D. José Gurrea. En vista de esto, el 16 de septiembre de 1825, se celebró nueva sesión para la elección definitiva, obteniendo el Sr. Martínez, que era cirujano de Larraga, 16 votos de los 17 que componían la Junta[13].

Periodo civil

Con la desaparición del dominio abacial y el tránsito del país al régimen constitucional, la asistencia médico-quirúrgica al vecindario fue mejorando con el progreso de la ciencia y el crecimiento de la población. En un principio, continuó habiendo un solo médico y un solo cirujano; pero al ser dividido el pueblo en dos distritos, se nombró un médico-cirujano para los vecinos de cada uno. Se siguió la costumbre de contratarlos por trienios renovables y en 1849, se constituyó una nueva Junta Municipal de Sanidad, compuesta por el Alcalde, D. Juan Eloy Agreda, 2 concejales, 2 vecinos particulares, el Cura Párroco y los “dos profesores de Medicina o Cirugía”: d. Pedro María López, médico, y D. José Pérez Olloquiz[14]. Por cierto que el Sr. Olloquiz era un ciudadano de mala conducta personal y profesional, por lo que el nuevo ayuntamiento, presidido por el alcalde, D. Pedro Ignacio Sanz lo llamó al orden en un severo comunicado del 1 de abril de 1850 y naturalmente no se le renovó el contrato.
         En 1854, los sueldos anuales del Municipio a los facultativos de Medicina, Cirugía y Farmacia ascendieron a 20.716 reales vellón[15].
Durante el siglo XIX, hubo tres epidemias del cólera morbo asiático: la de 1834, con 172 muertos; la de 1855, con 108, y la de 1885, con 115. También hubo una de viruela en 1868, pero no causó apenas víctimas, gracias a los servicios extraordinarios de vacunación y de revacunación, realizados por el cirujano, D. Manuel Vergara, por los que el Ayuntamiento le dio una gratificación de 24 escudos. En 1872, los médicos del pueblo eran d. Manuel Vicens y D. Joaquín Montells; y en 1884, D. Manuel Val Abreu y D. Emilio Jiménez, los cuales percibían del Municipio 2.625 pesetas anuales, cada uno; pero, a partir del 30 de abril de 1885, se les asignó a cada uno 1.000 pesetas anuales más, por asistir a los enfermos inscritos en la Beneficencia Municipal[16]. En aquella época, había, al parecer, una plétora de médicos en España, pues, para cubrir la vacante del segundo distrito en 1883, se presentaron nada menos que 25 solicitudes, siendo adjudicada al antedicho médico, D. Emilio Jiménez[17].
En 1885, al cesar el Dr. Manuel Val, vino a sustituirlo un excelente facultativo y hombre de letras: el Dr. D. José salabardo, poeta y lírico y autor teatral, cuyo nombre recuerdan todavía los más ancianos del pueblo. En abril del mismo año, escribió un interesantísimo folleto, titulado: Estudio médico-filosófico sobre las enfermedades más frecuentes en la villa de Fitero, sus principales causas, síntomas y medios de prevenirlas y curarlas. El ayuntamiento, en la sesión del 26 del mismo mes, acordó que se le diesen “las más expresivas gracias, por el estudio, el celo y oportunidad que manifiesta con la expresada publicación”[18].
         Hacia mediados de agosto siguiente, invadió al pueblo por tercera vez en el siglo, la terrible epidemia del cólera morbo asiático. En nuestro libro MISCELÁNEA FITERANA, nos ocupamos ya ampliamente de los estragos que causó entre el vecindario. Pero vamos a añadir todavía algunos detalles inéditos, relativos a la actuación de las autoridades locales y de algunos particulares, en aquella dramática situación. Era entonces Alcalde, D. Mariano Val.
         Por de pronto, en la sesión del Ayuntamiento del 12 de julio siguiente, se adoptaron estas  cinco disposiciones: 1) no permitir a nadie la entrada en el pueblo, si no traía una patente de Sanidad y su Cédula personal, con todos los requisitos legales; 2) dedicar el Hospital Municipal a Casa de Coléricos; 3) traer como desinfectantes 4 kilos de ácido fénico, 30 de cloruro de sal, 12 de flor de azufre y 1 de mechas de azufre; 4) comisionar a d. Manuel María Alfaro, para que se limpiase la alcantarilla de la Calle Mayor, que estaba muy sucia[19].
         En la sesión del 26 de julio, se tomaron otros dos acuerdos: 1) comisionar a los concejales D. Julián Yanguas, D. Serafín Yanguas y D. Julián aliaga, para que, de acuerdo con los Señores de la Junta de Sanidad, D. Domingo Huarte, D. Manuel María Alfaro y D. Pedro Nolasco Medrano, se hicieran visitas domiciliarias a los vecinos, instalándoles a tener bien limpio el interior de sus casas; 2) ordenar a los alguaciles que montasen un servicio extraordinario de vigilancia en el lazareto, establecido a la entrada del Cogotillo[20].
En la sesión del 2 de agosto, acordó facilitar a los miembros de la Asociación benéfica, LA CARIDAD, la habitación del segundo piso de la Casa consistorial, para que hiciesen en ella una guardia permanente que acudiese en socorro de los atacados por el morbo, proporcionándoles desinfectantes y algunos otros artículos, como té y manzanilla[21].
         El 24 de agosto, cayó enfermo D. José Zalabardo y para suplirlo, el ayuntamiento contrató por un mes y 3.000 reales, a D. Francisco Ortiz y Ribas, director-Médico de los Baños Viejos. El 26 del mismo mes, el Ayuntamiento nombró a Victorio Giménez, por 4 pesetas diarias, encargado de la guarda del cementerio y del Depósito de cadáveres y ayudante del sepulturero y comisionó al practicante, D. Gregorio Martínez, por cinco pesetas diarias, para estar a la vista de los enfermos del Hospital y para desinfectar las casas de los coléricos. El 4 de septiembre, el médico de los Baños viejos comunicó que e había puesto enfermo y que no podía continuar en el servicio de noche; pero afortunadamente se había ya repuesto el Dr. Zalabardo.
La epidemia desapareció al final de  septiembre y, en la sesión del 25 de octubre, el Ayuntamiento acordó dar las siguientes recompensas: a los médicos Seres. Jiménez y Zalabardo, y al farmacéutico, D. José López Anaya, 250 pesetas a cada uno; a los practicantes, d. Isidoro Madurga y D. Cándido Martínez, 80 pesetas, a cada uno; a los alguaciles Emeterio Liñán y Natalio Díaz, 40 pesetas a cada uno; al Auxiliar de la Secretaría, Cándido Pina, 80 pesetas; a María-Ángel García, por la venta de nieve y pérdidas sufridas, 100 pesetas; al alcalde de la cárcel, Julián González, 25 pesetas; a los camilleros, al guardián del cementerio y al sepulturero, 30 pesetas para una merienda; a los serenos, 25 pesetas a cada uno; y a Victorio Giménez, un traje completo de pana o paño, y un tapabocas[22].
La asistencia médica en el primer tercio del siglo actual continuó siendo como en la última década del anterior; o sea, a base de dos médicos titulares, con sueldos del Ayuntamiento e igualas de los vecinos.
A propósito de las igualas, anotemos como curiosidad, el acuerdo tomado por el ayuntamiento, en la sesión del 26 de diciembre de 1901, respecto de las igualas mensuales de la guardia Civil que estaba obligado a sufragar. Se acordó que, en adelante, serían de 0,75 por cada guardia civil casado; de 0,50 por cada guardia civil soltero y otras 0,50 pesetas por cada caballo[23]. Las igualas de los vecinos tampoco llegaban, por entonces, a 1 peseta, mientras que en 1985 habían subido a 100.
Desde el 5 de septiembre al 15 de noviembre de 1918, se cebó en el vecindario la famosa epidemia de gripe que describimos ya detalladamente en nuestro libro MISCELÁNEA FITERANA (pp. 143-145) que ocasionó 56 defunciones.
Hacia mediados de esta centuria, adquirió fama en la comarca la clínica de unos facultativos sobresalientes: el médico D. Miguel Herrero Besada y el cirujano, D. Rafael Olivares. Desgraciadamente su existencia fue efímera, pues el Dr. Olivares se volvió, apenas pudo, a su tierra valenciana de donde había sido desterrado, por su desafección al régimen político imperante.
En 1958, se implantó la Seguridad Social, que produjo una verdadera revolución en los servicios sanitarios. Desde luego, supuso un mayor trabajo para los médicos y cirujanos, pero también una mayor remuneración. Así, por ejemplo, en 1972, los médicos, D. Guillermo Herrero y D. Eduardo Armijo cobraron un sueldo anual del Municipio, de 72.000 pesetas cada uno, más dos pagas extraordinarias, en razón de sus titulares. Trece años después, el Dr. Luis M. Castillo percibió de la Corporación Municipal 1.291.677 pesetas, de las cuales 740.052 correspondían al sueldo anual, y el resto, a cuatro retribuciones complementarias: Asistencia continua, Plus Facultativo, Responsabilidad Especial y Aguda Familiar. Análogamente, el Dr. Ignacio forcada percibió 1.235.212 pesetas, de las que 667.835 fueron del sueldo anual del Ayuntamiento, y las restantes, de las retribuciones complementarias. Esto sin contar las igualas de los vecinos, que todavía subsistían.
Al comienzo de la primavera de 1985, tuvo lugar una innovación sanitaria trascendental: la apertura de un Dispensario Médico moderno instalado en la nueva Casa Consistorial. Buena falta hacía, porque los enfermos se hacinaban para la visita en pequeñas antesalas de los médicos, cuando no los esperaban en la calle, en pleno invierno, tiritando de frío.
Anotemos, para terminar, que entre los médicos de Fitero de los que tenemos noticia, en lo que va de siglo, se cuentan una quincena: D. Victoriano Sanz, D. Ángel Navarro, D. Ramón Sanz, D. Miguel Herrero, D. Rafael Olivares, D. Alberto Álvarez, D. Higinio Duclós, D. Guillermo Herrero, D. Jesús Maestrojuan, D. Eduardo Armijo, D. Luis Castillo, Doña María Jiménez, D. Alberto Arrondo, D. Ignacio Forcada y D. José Antonio Frías.

CURANDEROS

En épocas pretéritas, cuando la Medicina y la Cirugía estaban muy atrasadas, no faltaban curanderos, a veces, ambulantes, que hacían la competencia a los médicos y cirujanos. Así el 16 de enero de 1696, el Abad, Fr. Fermín José de Aréizaga conminó a Andrés de Murillo, que decía “ser químico”, a que abandonase el pueblo, “en el término de 6 horas”, porque “se dice usa medicamentos empíricos para la curación de algunos achaques, de que han resultado algunas discordias e inconvenientes[24].
Cuenta Florencio Idoate que, en el primer tercio del siglo XIX, vino a Fitero, con intención de ingresar en su Convento, un curandero de Mijangos, en Castilla, llamado Eugenio Fernández Sampedro; pero habiendo curado antes de una tiña al hijo del Alcalde, se le abrieron de par en par las puertas de la Villa y, durante algún tiempo, ejerció libremente su profesión. Hastque intentaron echarle el guante, por ejercicio ilegal de la Medicina y tuvo que salir huyendo a su tierra.

BOTICARIOS Y DROGUEROS

En Fitero también datan del siglo XVI los boticarios y drogueros. A los boticarios se les llamó en un principio apothecarios (del latín apothecarius); luego, apoticarios, boticarios y modernamente farmaceúticos (del griego pharmakeutikós). Su profesión específica era la de fabricar y vender medicamentos, incluyendo, por supuesto, entre ellos las drogas medicinales por lo que, a veces, se les llamaba asimismo drogueros: denominación inexacta, porque los drogueros no solo vendían y venden sustancias utilizadas en la medicina, sino también en la Industria y en las Bellas Artes.
En Fitero hubo, a la vez, apotecarios del Monasterio y de la Villa, siendo estos últimos conducidos o contratados por el consabido periodo renovable de tre años. En la conducción del apotecario, Manuel Ximénez Vallejo, firmaba el 18 de agosto de 1720, se hacía constar que cobraría 3.000 reales anuales, “de los cuales se hará repartimiento por la Villa entre sus vecinos”, como ocurría con los médicos y cirujanos[25]. Los apotecarios se titulaban “Maestro Apotecario” y tenían ordinariamente aprendices o “mancebos de Botica”, que eran, a la vez, sus servidores. Así, en 1767, el Maestro Apotecario de la Villa, Antonio Muro tenía como aprendiz a Serafín Magaña González.
Las boticas estaban sujetas a reconocimientos oficiales, como el que se hizo en 1687 a la de D. Pedro Cariñena. En 1722, se hizo una declaración del estado de la Botica de la Villa y por un auto del ayuntamiento, se mandó al médico y al cirujano que recetasen por la Botica del Monasterio, el cual presentó una Memoria de las recetas despachadas por él[26]. Por lo visto, no funcionaba adecuadamente la Botica de la Villa. A propósito de un fraile boticario del convento, nos tropezamos, en el Libro II de Difuntos de la Parroquia (1736-1773), con esta chusca partida de defunción: “el 27 de junio de 1751, fue enterrado Fr. Rafael Gurbindo, religioso zullo de este Real Monasterio, que tuvo el empleo de boticario”[27]. La firmaba el Vicario, Fr. Lorenzo Iñiguez.
Entre los apotecarios civiles del siglo XVI, anotamos a Juan de Mayo, en 1529; a Sebastián Navarro, en 1558; a Mari Vicente, en 1590; y a Diego Navarro, en 1597.
Entre los del siglo XVII, se cuentan el mismo Diego Navarro, en 1610, Diego de Blas, en 1617; Miguel Gómez, en 1638; José Mallén, en 1632, y Pedro Cariñena, en 1687.
Y en el siglo XVIII, Juan Antonio Pina, en 1724; Fernando Garijo, en 1748; Antonio Muro Giménez, en 1759; Antonio Latorre Soriano, en 1762; Miguel Garijo Carrillo, en 1768; Fausto Ibaquin Martínez, en 1772; y Javier Navarro Bayo, en 1776.
Al comenzar el siglo XIX, el boticario del pueblo era D. Antonio Muro, descendiente probablemente de D. Antonio Muro Giménez, conducido en 1759. Ya hemos anotado que las Boticas estaban sometidas a reconocimientos oficiales periódicos, llamados Visitas, de conformidad con la Ley. Pues bien, el 30 de septiembre de 1801, hicieron la visita de la Botica del Sr. Muro, el Alcalde Ordinario D. José Latorre, acompañado de otros cuatro regidores y del Escribano, D. Joaquín Huarte, el médico titular, D. Antonio Pardo y el cirujano, D. Blas de Vera, y he aquí el Acata que levantaron, en su parte esencial:
Hecho el debido registro a los Potes, Química, Cordiales, Purgantes, Aromáticos, Gomas, Raíces, simientes, Yerbas, Flores, Cortezas, partes de Animales, Minerales, Zumos, Aguas, conocimientos, polvos, confecciones, opiatas, aceites, ungüentos, emplastos y demás efectos que debe tener para medicinas, se hallan conforme deben, con especialidad, los que comúnmente se usan en su facultad[28].
D. Antonio Muro falleció en la primavera de 1804. Se anunció la vacante y se la concedieron a D. Joaquín Aspiroz, boticario de Funes y único solicitante, en la sesión del 10 de mayo de 1804, con la pensión anual municipal de 300 ducados[29]. De momento, se conformó con ella; pero al año siguiente, pidió un aumento y en la sesión del 27 de abril de 1805, se la subieron a 350 ducados[30]. En 1812, el Sr. Aspiroz renunció a la titular para trasladarse a Lerín y, al anunciarse la vacante, se presentaron dos solicitudes. Con que en la sesión del 22 de octubre de 1812, se la concedieron a D. Xavier navarro, boticario de Ablitas. Mas he aquí que, al comunicarle el nombramiento, el Sr. Navarro, por causas desconocidas, no lo aceptó y entonces fue adjudicado al otro solicitante, D. Juan Antonio Garijo, en la sesión del 5 de noviembre siguiente. El Sr. Garijo permaneció en Fitero hasta que, el 11 de noviembre de 1924, presentó al ayuntamiento una comunicación de despedida. Esta vez, solicitaron cubrir la vacante nada menos que 11 boticarios, cuyos Memoriales fueron remitidos, como de costumbre, al Colegio Médico de San Cosme y San Damián de Pamplona, por cuyo dictamen fue elegido, el 23 de noviembre siguiente, D. Antonio Orduña, boticario de Sesma[31].
Entre los boticarios posteriores a la supresión del Monasterio en 1835, destacaron, por conceptos opuestos, D. Francisco Olóriz y D. José López Anaya. El Licenciado Olóriz, que había sido nombrado en 1842, suscitó hacia 1848, muchas quejas contra él, porque hacía pagar a los vecinos la quina y la quinina, así como las recetas dadas por las caballerías por albéitares forasteros[32]. En cambio, el Licenciado López Anaya fue gratificado, como ya hemos anotado, con 250 pesetas por el ayuntamiento, en reconocimiento de sus servicios extraordinarios, durante el cólera de 1885. En este mismo año, en cumplimiento tardío del Reglamento de Partidos Médicos y de Farmacia del 24 de octubre de 1886, habría en el pueblo dos titulares de Farmacia: uno para cada distrito[33]. En 1884, el farmacéutico percibía del Municipio 3.250 pesetas anuales; pero desde el año siguiente, le asignaron 1.000 más, por atender a los inscritos en la Beneficencia Municipal. En el último decenio del siglo XIX, vino a regentar una de sus farmacias Don Fernando Palacios Pelletier, quien alcanzó cierta notoriedad, por haber lanzado al comercio algunos medicamentos de su invención: el te Purgante de Palacios Pelletier, la Crema de Bismuto Pelletier, el Antirreumático Pelletier y la Lombricina Pelletier, que ya anotamos en el APÉNDICE de nuestro POEMARIO FITERANO, p. 198. Sus precios nos parecen muy inverosímiles, pues, por ejemplo, ya en 1912, vendía el Te Purgante a 10 céntimos el paquete, cuando hoy un frasco de Pruina de 240 gramos cuesta 366 pesetas. Es que, en general, las medicinas eran entonces baratísimas, como los salarios de los trabajadores. Por lo mismo, los farmacéuticos no se hacían fácilmente millonarios. En 1921, la cuenta del farmacéutico por el alcohol y el algodón suministrados al Municipio para la vacunación de los mozos del reemplazo, que eran 40, solo ascendió a 9,25 pesetas y las medicinas gastadas en todo el mismo mes (abril), por los enfermos acogidos a la Beneficencia Municipal, 122,25 pesetas (Libro de Actas de Ayuntamiento de 1920-1922, sesiones del 8 de abril de 1921, páginas 199 y 218). Era la época de la medicina tradicional, cuando los farmacéuticos se dedicaban principalmente a la preparación de medicamentos, con arreglo a las recetas de los médicos; pero, a mediados de este siglo, empezó la Revolución de los Específicos o sea, la fabricación en serie de medicamentos sintéticos para toda clase de enfermedades y actualmente los farmacéuticos se limitan a venderlos. A ella se ha unido la Revolución Sanitaria de la Seguridad Social, que ha puesto la medicina al alcance de todo el mundo, por lo que la situación de los farmacéuticos ha cambiado por completo. Sus remuneraciones municipales en Fitero fueron aumentando lentamente hasta la década de 1970, en que lo hicieron de una manera vertiginosa. Por ejemplo, el Lic. Agustín Catalán percibió en 1972 la cantidad de 42.500 pesetas, más dos pagas extraordinarias. Como los médicos. Pues bien, trece años después, es decir, en 1985, su remuneración anual ascendió a 1.422.665 pesetas, y con las cuatro retribuciones análogas a las de los médicos, a 1.950.880. Es posible que a algún lector le parezca exagerada; pero hay que tener en cuenta que la vida había también aumentado desaforadamente y que el trabajo del farmacéutico se había vuelto agobiante, por la cantidad desmesurada de recetas que tenía que despachar, por llevar un registro de las mismas y, por otra parte, el control diario de las aguas potables del pueblo, mediante análisis hacteriológico y de cloración.
Entre los farmacéuticos de Fitero en el siglo XX se cuentan el ya citado D. Fernando Palacios Pelletier, D. Jorge Fe, D. Eduardo Valpuesta, D. Avaro Gainza, D. Florencio Remacha, D. Tomás Ruiz de Mendoza y D. Agustín Catalán.

PRACTICANTES Y BARBEROS

Hoy el oficio de Barbero se limita a cortar el pelo y afeitar la barba de sus clientes; pero, en los siglos pasados, no fue así, pues, desde el XIV, practicaban ya operaciones de cirugía menor, como sajar, sangrar, poner sanguijuelas, y ventosas, extraer dientes y muelas, etc. El ejercicio de esta profesión era entonces libre, hasta que, en 1500, los Reyes Católicos les prohibieron estas actividades, a menos de demostrar previamente su aptitud, sometiéndose a un examen ante los Barberos Mayores y la obtención de la licencia correspondiente. De manera que, en el siglo XVI, pertenecían al personal sanitario y eran verdaderos Practicantes en Cirugía Menor, como
         Se titularon en adelante. Aprendían su profesión bajo la dirección de un médico o un cirujano y una vez aprobados, recibían el título de Maestros Barberos. En Fitero, los hubo ya en el siglo XVI, figurando entre ellos Francisco Vélez en 1568 y Martín González en 1569. El Ayuntamiento los contrataba únicamente como Practicantes, dejándolos ejercer libremente el oficio de rapabarbas: costumbre que ha durado casi hasta nuestros días. En 1869, fue nombrado Barbero Sangrador de la Villa Isidoro Madurga, al que se le hizo un contrato de 4 años, por 365 escudos anuales[34]. Generalmente había dos Practicantes en Cirugía Menor, cada uno de los cuales se cuidaba de atender a la mitad de los acogidos a la Beneficencia Municipal y a los vecinos de cada distrito de la villa. Tal fue el caso de los Practicantes, d. José Urtasun Garbayo y de D. Felipe Ortega, en 1886, recién establecido el servicio de la Beneficencia. Otros Practicantes del siglo XIS fueron D. Cándido Martínez, D. Gregorio Martínez y D. Simón Rodríguez, natural de San Pedro Manrique, al que se concedió la vecindad de Fitero, el 5 de junio de 1887.
Hacia mediados del siglo XX, gracias a los progresos asombrosos de la Cirugía, los practicantes de los pueblos abandonaron el oficio de barberos, para dedicarse exclusivamente a su dignificada profesión de Practicantes. Así en Fitero, fueron todavía barberos, al par que practicantes D. Fernando Madurga y D. José Jiménez Torroba, a los que en la tercera década de este siglo, pagaba el Ayuntamiento 250 pesetas anuales. Pero ya no lo fue D. Antonio Escalona ni lo es el actual, D. Jesús Luzuriaga. En 1972, el Sr. Escalona percibía una retribución anual del Ayuntamiento de 42.500 pesetas, más dos pagas extraordinarias. Su principal ocupación consistía en poner inyecciones, debiendo prestar gratuitamente sus servicios a los mutilados de Guerra, a la Guardia Civil, a los empleados municipales y a los vecinos inscritos en la Beneficencia. También atendía a una treintena de jubilados de la Obra del 18 de Julio, de la que percibía 2.040 pesetas anuales. Su sucesor, D. Jesús Luzuriaga recibió del Municipio en 1985 una remuneración de 612.327 pesetas, incrementada con 4 retribuciones, análogas a las de los médicos y del farmacéutico ascendiendo en total a 1.242.159 pesetas. Eso sin contar las igualas del vecindario, que todavía subsistían.

COMADRONAS

En la edad Media, no había propiamente comadronas, sino simples comadres, en el sentido genuino de la palabra; es decir, de mujeres que ayudaban a dar a luz a las parturientas. Las comadronas y parteras profesionales son ya cosa de la Edad Moderna. En Fitero, a parecieron en el siglo XVI, pues el escribano Urquizu y Uterga transcribe la conducción de una comadre, hecha por la Villa en 1593 y seguramente que hubo otras anteriores[35]. En el siglo XVII, se las llamaba amas de recibir, como Ana María Jordán Luna, contratada en 1689. Se las sometía previamente a un examen de aptitud, para poder ejercer y percibían un estipendio anual del Concejo y otro particular de cada parturienta. En el siglo XVIII, eran denominadas amas de parir, como se die en la conducción en 1736, a Favor de maría Benito, de la villa de San Pedro, “examinada en conformidad con la Ley del Reyno, por el Rdo. P. Vicario de la parroquia y por el Dr. Juan Navarro”. Las parturientas le darían “el estipendio que se acostumbra”, y el Ayuntamiento 6 ducados anuales, siendo el contrato por tres años[36].
         Ignoramos de qué examinaría el Rdo. Padre Vicario al ama de parir, si no era de la administración del bautismo a la criatura recién nacida, en caso de muerte inminente.
         Hacia 1871, el Protomédico de Navarra, Dr. Jacinto Sagaseta propuso que el ama de parto debería tener 25 años cumplidos, sufrir un examen de una hora, por lo menos, prestar juramento de haber hecho ya prácticas y no tener costumbres licenciosas.
Desde finales del siglo XVIII, ejerció el oficio de comadrona titular Doña Martina Rubio, hasta el 21 de enero de 1824, en que fue nombrada su hija, Antonia Angós, con los mismos emolumentos que su madre; a saber, 310 reales fuertes, al año, equivalentes a 191,43 pesetas[37].
En el transcurso del siglo XIX, la remuneración de las comadronas aumentó. En 1843, fue nombrada Doña Raymunda Ochoa, que lo fue hasta 1885, en que falleció; es decir, durante 42 años. Su última remuneración era de 250 pesetas anuales del Municipio, y 2 pesetas, por cara parturienta. Con los mismos emolumentos le sucedió Doña Griselda Petroch y Aragón, natural de Sádaba, que fue nombrada por el ayuntamiento, el 30 de mayo de 1886[38].
Las comadronas del siglo XX han sido tres: la misma Doña Griselda, que murió en 1928; doña Francisca Funes y Doña María Fernández Pérez, que ya lo era en 1921, en que pidió al Ayuntamiento un aumento de sueldo. Hasta el otoño de 1902, solo hubo una comadrona titular para los dos distritos de la Villa; pero, a petición de Doña Griselda, el Ayuntamiento acordó, el 1 de octubre de dicho año, que, en adelante, ella se encargaría de las parturientas acogidas a la Beneficencia Municipal del distrito 1º, nombrando para las del 2º a Doña Francisca Funes. Ahora bien, a finales de 1903, Doña Griselda presentó su dimisión como comadrona de la Beneficencia Municipal, siendo entonces nombrada para toda ella la Sra. Funes. La última comadrona del pueblo fue Doña maría Fernández Pérez, que falleció en la década de 1950[39].
         Desde entonces , ya no hay ninguna comadrona oficial, pues las parturientas van a dar a luz a las maternidades de Tudela o de Pamplona.

ALBEITARES (VETERINARIOS)

Albéitar es una palabra de origen árabe, que significa veterinario, la cual procede, a su vez, del latín veterinarius (de veterinae, bestias de carga). El vocablo albéitar está ya en desuso pero su empleo predominó hasta finales del siglo XIX. En los tiempos pasados, los albéitares tuvieron gran importancia por la abundancia que había de animales de carga y de tracción.
Durante la Edad Media, el ejercicio de esta profesión era libre y estaba vinculada a familias que sabían herrar y currar a las caballerías; pero, en la época de los Reyes Católicos, se instituyó el tribunal llamado Protoalbeiterato, compuesto de los mariscales o albéitares de las Caballerizas Reales, los cuales previo examen y aprobación de los aspirantes, les expedían el título de Maestro de Albeitería. Antes tenían que haber estudiado y ejercido la profesión con un Maestro Albéitar.
En Fitero, los albéitares titulados aparecieron ya en el siglo XVI y eran contratados por el Consejo, a semejanza de los médicos y de los cirujanos. Consta que en 1577 desempeñaba esta profesión Juan Martínez, y en 1591, Diego de Saro[40]. En el siglo XVII, anotamos los nombres de los albéitares Miguel Jiménez, en 1610; Lázaro Becerra, en 1615; Lorenzo Beltrán, en 1655[41]; y Diego de Iguzquiza, en 1659. En el siglo XVIII, los de Santiago Acarreta, en 1748[42] y Carlos García, en 1755. Y en el XIX, antes de la supresión de la Abadía, los de Joaquín Acarreta, en 1803; Ángel Magdalena, en 1806 y Ambrosio López de San Román, en 1809. Hagamos algunas puntualizaciones sobre ellos. Al fallecer D. Joaquín Acarreta en el verano de 1806, se presentaron 10 solicitantes, con sus correspondientes Memoriales y en la sucesión del Ayuntamiento del 1 de noviembre del mismo año, se adjudicó la titular a D. Ángel Magdalena, veterinario de Cascante. Entre las condiciones de su contrato, figuraban que daría fiado el herraje, todo el año, a los labradores del pueblo, los cuales le pagarían las herraduras a 34 maravedises (los vecinos decían maíses) las de caballería mayor y a 26 mrs., las de menor. Ahora bien, a los forasteros les cobraría 1 real fuerte (2 reales y medio de vellón) las primeras y a 26 maravedises las segundas[43]. El comportamiento del Sr. Magdalena provocó “un general descontento de los vecinos”, por lo que fue despedido al terminar el trienio de su conducción, el 30 de noviembre de 1809. El Ayuntamiento había ya tomado tal decisión un mes antes[44], nombrando para sucederle a D. Ambrosio de San Román, en las mismas condiciones contractuales del Sr. Magdalena. Ahora bien, las circunstancias no eran las mismas, porque la Guerra de la Independencia había encarecido las caballerías y los herrajes, por lo que un año después, D. Ambrosio pidió al Ayuntamiento un aumento de sueldo, argumentando que, “en ningún pueblo de Navarra proveen las herraduras a semejantes precios”. Entonces se le autorizó a cobrar 1 real vellón (36 maravedises) por cada herradura de caballería mayor y 1 ½ (54 maravedises), por cada par de herraduras de caballería menor[45]. Los precios del hierro continuaron en alza, y en 1816, D. Ambrosio solicitó un nuevo aumento. Se le concedió en la sesión del 13 de diciembre del mismo año, fijándose 1 real fuerte y 4 maravedises, por cada herradura de caballería mayor, y 33 maravedises, por cada herradura de caballería menor[46].
Se adivina que el Sr. López de San Román debió ser un buen veterinario, pues en 1825, cuando ya llevaba ejerciendo 16 años, todavía pidió su reconducción por un periodo de 9 años; más el ayuntamiento sólo se la concedió por tres años[47].
Después de suprimido el Monasterio, figuraron entre los veterinarios del mismo siglo, D. José Ibáñez, en 1845 y D. Bartolomé Sebastián Gómez en 1885. El caso de D. José Ibáñez fue dramático pues murió prematuramente el 2 de enero de 1846, dejando viuda con ocho hijos – 4 de ellos, pequeños- a su esposa, Doña Pascuala Andelo, que quedó en el mayor desamparo. Entonces solicitó del ayuntamiento que se le permitiese continuar al frente del Partido Veterinario, poniendo a sus costas, un Regente, por el tiempo que faltaba para completar el periodo contratado por su difunto marido. El Ayuntamiento aceptó unánimemente la propuesta; pero, en el verano de 1848, hubo bastante quejas de los labradores, por la actuación del Regente y el Ayuntamiento, a petición de ellos, declaró vacante la plaza, a partir del 3 de diciembre de dicho año.
En el siglo XX, solo hubo en Fitero tres veterinarios: D. Pelegrín Urtasun, D. Demetrio Pérez y D. Ángel Yanguas. D. Pelegrin lo era ya en 1903, pues el 23 de diciembre de dicho año acordó el ayuntamiento pagarle una cuenta de 20 pesetas, por la autopsia que había hecho de un perro hidrófobo[48]. Por cierto que, a comienzos de la segunda década, ocurrió una tragedia a la puerta de su casa (Calle Mayor, 50), pues un macho apodado Noble, mientras lo estaban herrando, causó la muerte instantánea de su dueño, Pedro Hernández, de la familia de los “Lardeños”. En cumplimiento tardío del Reglamento de la Ley de Epizootia, publicado el 30 de Agosto de 1917, D. Pelegrín fue nombrado Inspector de Higiene y Sanidad Pecuarias, el 13 de mayo de 1921, con el haber de 365 pesetas anuales, las que sumadas a las 135 que percibía por la inspección de carnes, ascendían a 500 pesetas anuales[49]. El Sr. Urtasun marchó de Fitero poco antes de la Guerra Civil de 1936-1939, así como su hija mayor, Doña Jenara, que fue maestra de una de las escuelas de niñas de localidad. A D. Pelegrín sucedió D. Demetrio Pérez, que solo ejerció en la Villa alrededor de un sexenio; y en 1943, fue nombrado D. Ángel Yanguas, que falleció prematuramente en 1966.
A partir de entonces, se suprimió la plaza de veterinario en Fitero, pasando a depender del Partido Veterinario de Cintruénigo. En 1972, estaba al frente de éste D. Juan Ortega, el cual subía a nuestro pueblo tres días por semana: martes, jueves y sábados, en que había matanza en el Matadero Municipal, con objeto de inspeccionar las carnes y pescados que consumía el vecindario. Por tal concepto, percibía del ayuntamiento fiterano 65.000 pesetas anuales, cesando en sus funciones en 1982. Desde entonces, este servicio empezó a ser cubierto, de vez en cuando, por Inspectores enviados por la Diputación Foral.

HERRADORES

Antiguamente solían herrar a las caballerías los mismos albéitares; pero no tardaron en aparecer los herradores profesionales, al servicio de los veterinarios o por cuenta propia.
Consta que, en 1615, el albéitar Lázaro Becerra hizo una cura a las mulas del Abad, Fr. Felipe de Tassis por 20 reales, y que el herrador, Martín Jaso les echó 18 herraduras por 10 reales[50]. A los herradores de antaño y aún de las tres primeras décadas del siglo XIX, se les llamaba herreros; y a los herreros, ferreros[51]. Con el apelativo de herrero, en vez de herrador, fueron contratados, por trienios, Francisco Simón 1806 y reconducido el 2 de abril de 1809; Ignacio Escudero, en 1812 y reconducido el 9 de abril de 1815; y Blas Merino, por un sexenio, el 5 de abril de 1818. Entre las condiciones impuestas a Ignacio Escudero, figuraba la de “abrir la oficina en el verano, del 3 de mayo al 29 de septiembre, a las 4,30 horas de la madrugada; y en el resto del año, a las 5,30 horas, “sin que pueda excusarse de trabajar por la tarde y demás horas del día[52]”; y entre las condiciones señaladas a Blas Merino, se consignaba que cobraría a los labradores 22 almudes anuales de trigo, por cada yunta mayor, y la mitad, por cada menor; y además, el precio de las herraduras, a 36 maravedís la libra[53].
En el siglo XX, solo ha habido hasta el presente tres herradores: Pío Fernández, que lo fue de los veterinarios, Sres. Urtasun y Pérez; Gregorio Alfaro, de los Sres. Pérez y Yanguas, hasta que se estableció por su cuenta, pagando al veterinario 5 pesetas diarias, por su autorización para hacerlo; y José María Pérez Fernández, que fue aprendiz de D. Demetrio y más tarde, servidor de D. Ángel Yanguas, hasta que en 1959, se estableció también por su cuenta, pagado a D. Ángel 10 pesetas diarias, por dicha autorización.
Según la información del Sr. Pérez Fernández,  en la década de 1920-1930. Poner una herradura a una caballería sólo costaba 0,25 pesetas ó 0,30, según su tamaño; en 1939, entre 0,75 pesetas y 0,90; en la época del Sr, Yanguas, hasta 8 pesetas; y en 1985, de 300 a 500 pesetas. Téngase en cuenta que, hacia 1920, un kilo de herraduras sólo costaba de 0,10 a 0,15 pesetas; y en 1985 había subido a 275 pesetas. En 1959, el precio de 5 kilos de clavos para herrar oscilaba entre 55 y 65 pesetas, según su tamaño; y en 1985, por un paquete de 2,5 kg., es decir, por la mitad, había que pagar 3.256.
Actualmente el oficio de herrador ha decaído en Fitero por completo, pues, a causa de la mecanización de la agricultura, apenas si quedan media docena de caballerías.


ADDENDA

LA REFORMA SANITARIA DE 1985-1988

Fundamentos legales

Después de terminado el capítulo anterior, el Gobierno de la Nación, presidido por D. Felipe González, emprendió en 1985, la Reforma de los Servicios Sanitarios del país, a través de las Comunidades autónomas. Según los datos que nos proporcionó, a comienzos de abril de 1988, el Concejal del Ayuntamiento y Presidente de la Comisión de Sanidad del mismo, Dr. Luis Castillo Bazo, la Reforma comenzó en navarra con la Ley Foral 22/1985 del 13 de noviembre, la cual implantó la zonificación sanitaria, incluyendo a Fitero en la zona básica de Salud de Cintruénigo. A esta Ley siguió el Decreto Foral 148/1986 del 30 de mayo, por el que se regulaban las estructuras generales de la atención sanitaria; y poco después por el Decreto Foral 183/1986 del 4 de julio, que especificaba la estructura de la atención primaria de las zonas básicas de Salud; y entre ellas, la de Cintruénigo. Este Decreto no satisfizo a la mayoría del personal médico y no se aplicó hasta abril de 1987, una vez que los Sindicatos y colegios médicos consiguieron que se introdujeran en él ciertas modificaciones, firmando un acuerdo con el entonces Consejero de Sanidad del Gobierno de Navarra, D. Federico Tajadura Iso.

Su aplicación en Fitero

En  virtud de estas reformas, el personal del Consultorio Médico local, quedó adscrito al Centro de Salud “Miguel Servet” de Cintruénigo. Los médicos del pueblo, Dres. Luis Castillo y Felipe Forcada dejaron de ser funcionarios municipales, nombrados y pagados por el ayuntamiento, pasando a ser funcionarios de la Diputación Foral. También el farmacéutico, D. Agustín Catalán dejó de serlo por jubilación, quedando extinguida la plaza de farmacéutico titular y convertido su establecimiento en farmacia libre, aunque siguió despachando las recetas médicas de los afiliados a la Seguridad Social.
El INSALUD (Instituto nacional de la Salud) creó una nueva plaza de Practicante, que fue desempeñada provisionalmente, en un principio, por la Srta. María Antonia Yanguas ATS (Ayudante técnica sanitaria), contratada por un plazo de medio año, desde mayo de 1987, a la cual sucedió, durante mes y medio, la Ser. Juana Gastón, de Ribaforada, hasta que, en diciembre del mismo año, vino a ocupar la plaza en propiedad la Sra. Raquel Merino, diplomada de enfermería por la Universidad de Navarra. Desaparecieron, pues, las titulares de médicos y farmacéutico, así como las igualas, a excepción del Practicante, D. Jesús Luzuriaga, el cual, por ser optativa la transición, prefirió seguir como funcionario del Ayuntamiento.
Tanto Fitero como Cintruénigo quedaron adscritos al Hospital Comarcal “Reina Sofía” de Tudela, inaugurado el 20 de febrero de 1986.

El Consejo de Salud de Zona

Para el mejor funcionamiento de la Reforma Sanitaria, se creó el Consejo de Salud de zona, el cual estaba compuesto en 1988, por 17 miembros, entre los que figuraban los vecinos siguientes: 1) Los concejales, Sres. Javier Fernández Gracia y Jesús Martínez Bermejo, por el Ayuntamiento; 2) el profesor, D. Francisco del Campo Antolín, por el Consejo Escolar; 3) la Sra. María Jesús Vergara Pérez, por la Asociación de Padres de Alumnos; 4) d. Carmelo Calleja Ochoa, por SOCOFIDECO; y el Dr. Luis Castillo Bazo, por el equipo médico local.
Entre las funciones del citado Consejo, se cuentan: informar a la población de los programas de Salud de la Zona; hacer sugerencias y presentar iniciativas para una mejora de la atención sanitaria; dar cuenta aen la memoria anual de las actividades del equipo; promover la protección de los derechos de los usuarios; aprobar los horarios de funcionamiento del Centro de Salud y de los consultorios locales, así como los servicios de asistencia continuada (urgencias). El consejo de Salud se reúne una vez al trimestres; y en la sesión celebrada en febrero de 1988, se aprobaron los horarios siguientes.

Horarios y servicios de los médicos

De 9 a 10 de la mañana: avisos a domicilio – De 10 a 12: consulta de demanda en el Consultorio local – De 12 12,30: Descanso – De 12,30 a 13,30: consulta programada; es decir, del enfermo citado previamente por el médico, para hacer su historia clínica – De 15,30 a las 17,00: reuniones de equipo de asistencia primaria, reconocimientos escolares, programas de docencia (conferencias de especialistas) y visita de enfermos programada a domicilio. Con una excepción: los miércoles de 15,30 a 17, visita de puericultura para los niños de 0 a 7 años, previa citación, llamando al Centro de Salud de Cintruénigo, teléfono número 811475.
A partir de las 17 horas, comienza el servicio de urgencia, a cargo del médico de guardia que figura en la tablilla del Arquillo: servicio que se prolonga hasta las 9 de la mañana siguiente. Durante estas horas, hay que llamar primero al busca-personas. De junio a septiembre, este servicio funciona desde las 15 horas hasta las 9 de la mañana siguiente.

Horarios y servicios de los A.T.S. (Practicantes)

De 9 a 10 de la mañana: avisos a domicilio; y los lunes, miércoles y viernes, a la misma hora, extracciones de sangre, inyectables de dos veces al día y diabéticos – De 10 a 11,15 h.: recetas de enfermos crónicos (faltos de riego, hipertenseos, etc.) – De 11,15 a 12: consulta programada (control de obsesos, hipertensos, diabéticos y, en general, de enfermos crónicos) – De 12 a 12,300: Des canso – De 12,30 a 13,30: inyectables y curas (un ATS pone las inyecciones y el otro hace las curas) – De 13,30 a 14: avisos a domicilio – De 15,30 a las 17: reuniones de reconocimiento escolar, consulta programada de enfermería a domicilio y reciclaje (conferencias). A partir de las 17, comienza el servicio de guardia para las urgencias e inyectables de cada 12 horas, durando este servicio hasta las nueve de la mañana siguiente. En el verano, el servicio de Guarda de los ATS funciona a las mismas horas que el de los médicos.

ESTADO SANITARIO DEL VECINDARIO EN 1988

En 1980, nos dirigimos al Dr. Luis Castillo Bazo, para que nos contestase a un cuestionario sobre el estado sanitario del pueblo, que fue publicado por la revista FITERO 80. Desde entonces hasta hoy, el funcionamiento de los servicios sanitarios ha sufrido la reforma descrita en el párrafo anterior y esta vez, nos hemos dirigido a nuetro médico de cabecera, el Dr. Ignacio Forcada, para que nos suministrase algunos datos sobre el mismo tema. Hélos a continuación.
“La Sanidad en Fitero, en el año 1988, no ha sufrido variaciones sustanciales, en relación a la de los años anteriores de esta década. Seguimos teniendo una población cuya edad media es muy elevada. Casi un 21 % de la misma tiene una edad superior a los 65 años, con todos los problemas sanitario-asistenciales que esta situación conlleva. Sin duda ha mejorado en cuanto a medios, gracias a la apertura del “Hospital Reina Sofía” de Tudela, que soluciona gran parte de los problemas, que, apenas hace dos años, teníamos que derivar a Pamplona. Pero son los mismos procesos crónicos los que congestionan las consultas médicas. Me estoy refiriendo a problemas médicos con la hipertensión, los procesos bronco- pulmonares y los diversos tipos de reumatismos. En cuanto a los procesos agudos, nos encontramos en la misma situación. Se trata de las enfermedades virales que afectan al aparato respiratorio, las cuales consumen el mayor tiempo de las consultas de los sanitarios de Fitero. Por lo demás, las consultas siguen masificadas y nadie está contento con ellas: ni los enfermos ni el personal dedicado a atenderlos. Ahora hay un proyecto que esperemos se lleve a cabo, con el cual se solucionaría, de alguna manera, el barullo de esta masificación. Me refiero a la división de la Sala de Espera en dos espacios independientes (se realizó en octubre de 1988).
De todos modos, estamos en un periodo interesante de la pequeña historia sanitaria de Fitero. Es un reto para toda la población el saber adoptar el nuevo sistema. Sobre todo, se va a ver favorecida la medicina preventiva, mediante programas dedicados a toda la población, dividiéndola en grupos de riesgo: población infantil, programa escolar, programa de la mujer, enfermos crónicos, etc. Pero, en todo caso, nos costará algún tiempo poder beneficiarnos del desarrollo de estos programas.
El Equipo de Atención Primaria “Miguel Servet” de la Zona Básica de Salud a la que pertenece Fitero, redacta una Memoria Anual de su funcionamiento, en todos los aspectos, y de ella hemos entresacada los datos siguientes, relativos a nuestro vecindario. No son ciertamente suficientes, pues se refieren únicamente a los dos últimos meses de 1987 y a los dos primeros de 1988: pero sirven para que los vecinos tengan alguna idea de cómo marchan los servicios sanitarios en la actualidad. Hélos aquí.
Consultas realizadas por los sanitarios de Fitero, durante los meses de noviembre y diciembre de 1987.

Consultas médicas a domicilio: Noviembre (42), Diciembre (50)
Idem en el Consultorio local:  Noviembre (863), Diciembre (728)
Botiquín de Enfermería:                   Noviembre (467), Diciembre (527)
Consultorio de Enfermería:    Noviembre (77), Diciembre (201)

Incidencia de enfermedades más comunes atendidas en Fitero, durante los meses de enero y de febrero de 1988.

Rinofaringitis aguda:                       Enero (80)  Febrero (135)
Bonquitis y bronquiolitis:                Enero (60)  Febrero (110)
Faringitis:                                        Enero (58)  Febrero (108)
Amigdalitis:                                     Enero (17)  Febrero (52)



CAPÍTULO II

LA BENEFICENCIA PÚBLICA

I ÉPOCA ABACIAL

La sopa conventual de los indigentes

Las principales manifestaciones de la Beneficencia del Monasterio fueron dos: la comida diaria de los indigentes en la Portería del Convento, junto al Arquillo, y el sostenimiento de un Hospital para los enfermos pobres.

Naturalmente no nos ocupamos de las limosnas erogadas ocasionalmente por los Abades y los  vecinos ricos, pues se trataba de socorros particulares, siendo escasos los documentos que los testifican. Una excepción memorable es la donación de 200 ducados que hizo una vez a la Villa el Abad electo, Fr. Luis Álvarez de Solís, en 1584, para socorrer a algunas personas sumamente necesitadas[1].

Por lo que se refiere a la sopa conventual, su cantidad y calidad variaban, según la índole de los encargados de controlarla, hacerla y repartirla. Con los abades, cillereros y porteros de buena conciencia, los indigentes comían, por lo menos, pasablemente, mientras que con los tacaños y poco escrupulosos, sucedía lo contrario. En 1571, el entonces visitador del Monasterio, Fr. Luis Álvarez de Solís, dictó para la reforma del mismo 49 disposiciones, que no tienen desperdicio y de las que transcribimos la siguiente:

“Item mandamos al P. Abad, Prior y Cillerero hagan y manden hacer más largas limosnas en este pueblo, pues gozan mucha hacienda dél y somos informados que ay en él muchas necesidades, las quales, en consciencia y conforme a derecho, es obligado a proveer el monasterio, pues lleva los diezmos y primicias y otras rentas dél, y mandamos al P. Abad que tenga al Portero qual convenga par lo susodicho y para el regalo de los pobres, porque somos informados que el Portero que ahora es, es mui desgraciado y áspero con ellos, y si así no lo hiciere, lo castigue y quite del officio, y a los pobres les dé vino, quando lo quisieren, pues ay tanto y tan barato y se acostumbrado en el Monasterio.[2]

Esta reprimenda y orden significan que, con el Abad que había entonces, Fr. Martín de Egüés y de Gante, se trataba mal a los pobres del pueblo, lo que no tiene nada de extraño, pues Fr. Martín malgastaba las rentas de la Abadía con sus parientes tudelanos y en sus devaneos, y ni siquiera a los mismos monjes, que eran tan solo una docena daba apenas de comer, por lo que se introdujo la tripartición, por Cédula de Felipe II del 18 de julio de 1566: disposición que aprobó el Papa, Gregorio VIII, en 1580.
         Dos siglos después, siendo Abad, por segunda vez, Fr. Adriano González de Jate, de infeliz memoria para los fiteranos, la famosa sopa conventual se reducía a dar a los mendigos transeúntes y del pueblo, al mediodía, en la Portería, “menos de un quarterón de pan, de clase muy ínfima”, aunque a “algunos, por conocimiento u otra recomendación se les da un quarterón, y a otros, olla caliente de simples berzas, con algunos desperdicios infelices de las sobras de la comunidad”, siendo pocos los pobres que lo recibían[3].

Aclaremos que un cuarterón de pan era la cuarta parte de una libra navarra, equivalente a 93 gramos, y que la clase ínfima de pan era la de tercera, de la que una libra valía medio real. Por supuesto, los frailes comían pan de primera clase, y a sus criados, pastores, etc. les daban de segunda. En el Inventario de los bienes del Monasterio, hecho en 1835, previamente a su cláusula definitiva, todavía se anotaron en él diversos efectos, relativos a la sopa conventual. Así, entre los 78 de la Cocina, se mencionaba “el jarro de cobre para la comida de los pobres” (f. 139 v); entre los Granos, “cien arrobas de patatas, destinadas a los pobres” (f. 130); y en el cuarto del Mayordomo, “una mesa de cortar para los pobres, con su cuchillo” (f. 130 v.).

         El Hospital de los Pobres

La obra realización benéfica importante del Monasterio fue la fundación y sostenimiento de un Hospital. El Tumbo de Fitero consigna, a este propósito, que “Fr. Marcos de Villalba hizo de su tercera parte el Hospital que tiene el Monasterio para recoger a los pobres[4]. Desde luego, no lo ponemos en duda; pero anotemos que no fue el primer hospital que hubo en el pueblo, pues Villalba fue Abad en 1590-1591, y consta que, a mediados del siglo XVI, existía ya otro, que databa del 2º o del 3º cuarto de dicho siglo. Ignoramos la fecha de su fundación, el lugar en que estuvo instalado y si fue creado a iniciativa del convento, de la Villa o de ambos, a la vez. En todo caso, en el Protocolo de 1557 del escriban, Sebastián Navarro, figura ya dicho hospital y el nombre del hospitalero, Juan Osorio; y en el de 1558, se conserva una copia del testamento otorgado el 28 de mayo de este año, por los acaudalados esposos, Juan Martínez de Azcoitia y María Serrano, en el que se mandan, entre otras cosas, que se den al Hospital “una cama de reja, onesta” y 20 ducados, los cuales se deberían poner a renta, y el Mayordomo del Hospital emplearía las 60 tarjas de sus réditos “en dar substancia y refección a los enfermos que hubiere”, y si no hubiese ninguno, en otra cosa útil al mismo Hospital[5]. (Una tarja equivalía a 0,02 de 1 ducado viejo de oro).

Es, pues, incuestionable que, por lo menos, desde mediados del siglo XVI, funcionaba en Fitero este Hospital primitivo. En cuanto al 21, es decir, al de Villalba, fue construido por el Maestro Albañil, Andrés de Inestrillas, entre 1591-1592, por 150 ducados[6]. ¿Dónde estuvo situado…? Tampoco lo sabemos. En todo caso, el 25 de agosto de 1595, se hizo un inventario de este segundo Hospital, ante el cillerero, Fr. Bernardo Pelegrín, y el hospitalero, Domingo Muro, que arrojó la siguiente dotación.

“4 camas de pino, nuevas, con sus jergones y cordeles nuevos; 1 rodapiés de red menuda, todo de crucetas; 1 sobrecielo; 19 sábanas: 2 de tela cruzada,  con cordón de fraile, nuevo, sin mojar; 1 de cáñamo y ropa terciada, nueva; 1 de cáñamo, terciada y raída; 1 de cáñamo, tramada de estopa y lino, raída; 1 de cáñamo, raída; 1 de cáñamo, nueva, de tres ternas; 1 mediana, de tres ternas, vieja; 1 de cáñamo, terciada, vieja; 1 de cáñamo y estopa, de dos ternas rayadas; 1 de tres ternas, rota, vieja; y 1 del todo rompida. Además 4 sobajenes nuevos y 1 mojado; 2 manteles nuevos y 2 mojados; 4 almohadillas viejas y 2 nuevas; 1 paño de mesa; 4 cabezales rotos; 4 lieseras: 1 amediada, 1 vieja, 1 del todo vieja y 1 mediana; 1 manta de bancales, rota; 1 sobrecama colorada, vieja; 2 lieseruelas viejas; 4 raseles: 1 viejo y 3 viejos y rotos; 2 cándiles; 1 asador y unas trébedes sin pies.

El 1 de noviembre del mismo año, se le entregaron al hospitalero 2 mantales, 5 sábanas, 6 almohadones de cáñamo, 1 colchoncillo y 1 rodapiés de cáñamos[7].

Téngase en cuenta que, según Fr. Luis Álvarez de Solís, en su Visita de 1571, Fitero tenía ya entonces más de 300 vecinos[8].

Es de suponer que, cada vez que cambiaba el hospitalero, se hacía un recuento de los efectos del Inventario, anotando las bajas o altas correspondientes, o haciendo un inventario nuevo.

Entre los que consultamos del siglo XVII, figuran los de 1603 y 1630. En el de 1603, anota el escribano D. Miguel de Urquizu I censo al quitar (es decir, redimible) del Abad y del Hospital contra diego Navarro y su mujer; lo que indica que los vecinos acomodados seguían contribuyendo al sostenimiento del benéfico establecimiento. En 1630, fue nombrada hospitalera Agueda Aguado; y en 1641, falleció el hospitalero, Pedro Aragón.

Ni que decir tiene que, como en el caso de la sopa conventual, la administración y manutención del Hospital marchaban de acuerdo con la conciencia rígida o laxa de los abades, priores, cillereros y hospitaleros que lo manejaban. Hacia 1770, el Concejo de la villa se quejó oficialmente del trato poco humanitario que estaba dando el Monasterio a los pobres del pueblo, y el Abad, Fr. Adriano González de Jate dirigió al Rey, Carlos III, el 26 de febrero de 1771, un Memorial en el que, con vaguedades exculpatorias, hacia estas curiosas declaraciones: “Se da todos los días a los pobres olla cocida, hecha a propósito, sin entrar en esta cuenta las sobras que quedan de la comida de los monjes. Se asiste a los enfermos pobres, a representación del Médico, con ración de pan y carnero, y se mantiene el Hospital de ropa, raciones y medicinas. Todos los años, se compran dos piezas de paño para vestir a los pobres del pueblo y se aplican al mismo efecto los hábitos viejos que dejan los monjes, cuando les dan los nuevos; y se hacen muchas otras limosnas, tanto comunes como particulares”.

El Lic. Volante de Ocáriz, apoderado del concejo, se encargó de aclarar desfavorablemente, en su “Pedimento de la Villa de Fitero”, lo que había de cierto en estas afirmaciones del altanero Abad. Su valioso documento data del 23 de diciembre de 1772 y se conserva todavía en el Archivo de la Parroquia.

Repasando los Libros de Difuntos de ésta, se encuentran, de vez en cuando, partidas de inhumación interesantes de los que morían en el Hospital. Una de las más curiosas es laque consta en el Libro II, número 68, f. 95. En ella se dice que el 15 de diciembre de 1757, fue enterrado Joseph Espinosa, representante de la Compañía de Feliciano Planelles, natural y residente en Madrid. “No testó por falta de bienes. Pagaron su entierro y sepultura los representantes de su Compañía; y de sus vestidos y lo poco que tenía, se hizo almoneda, y lo que se sacó se empleó en misas por su alma y en 11reales de vellón que se le dieron a la hospitalera, por haberlo asistido bien en su enfermedad.- Firmado: Fr. Diego Alonso, Vicario de Fitero.”

La Fundación Lejalde

Unos años antes de la supresión del Monasterio, un fiterano distinguido hizo una fundación benéfica, que, aunque sin verdadera importancia, vale la pena de anotar por la rareza del caso, hasta el punto de que se le dedicó una calle. Se trata de la Fundación Lejalde, hecha el 28 de noviembre de 1826, por D. Manuel María Adriano Lejalde, Oidor jubilado del Supremo Consejo de Su Majestad en el Reino de Navarra y vecino de Pamplona. Se redujo a dar una limosna anual a 4 familias pobres de Fitero, prefiriendo a sus parientes, en igualdad de condiciones, aunque vivieran fuera del pueblo. Para ello entregó en hipotecas a D. Joaquín Octavio de Toledo, vecino de Corella, y a D. José María Igal, vecino de Pamplona, 20.000 reales fuertes, equivalentes a 2.000 duros, los cuales producían, al 5ª de interés, una renta anual de 100 duros; o sea, 2.000 reales vellón. Según su voluntad, se formó un Patronato de la Fundación, formado por el Alcalde y Regidores, y el Párroco o Vicario de Fitero[9].

II 

ÉPOCA CIVIL

La Beneficencia Municipal

La clausura del Monasterio en 1835 significó un desastre para los más pobres del pueblo, que quedaron prácticamente abandonados a su suerte, pues la institución posterior de la Beneficencia municipal solo representó un inocuo y descolorido paliativos. Suprimida la comida conventual y reducido al mínimo vital los salarios, las familias de los jornaleros se las veían negras para poder subsistir. Sobre todo, en las temporadas invernales en que sobrevenían lluvias y nieves prolongadas, entonces frecuentes. En tales ocasiones el Ayuntamiento socorría provisionalmente a las familias más necesitadas, repartiéndoles pequeñas raciones de comestibles (pan y alubias o garbanzos, o sardinas arenques, etc.). Todavía en 1913, LA VOZ DE FITERO, en su número 48, correspondiente al 2 de marzo, insertaba esta gacetilla. “El viernes, 21º de febrero, a consecuencia del temporal de nieves, se repartió a los pobres raciones de una libra de pan y media escudilla de alubias por persona.” Era indispensable que los beneficiarios no poseyeran ni un palmo de terreno y que estuviesen inscritos en las listas de la Beneficencia Municipal. El principal servicio de ésta consistía en suministrar a los pobres gratuitamente médico, practicante y medicinas, en caso de enfermedad grave, tramitando su ingreso en el Hospital Provincial de Pamplona, si se estimaba necesario. Las peticiones de admisión en la B. M. eran frecuentes, en la segunda mitad del siglo XIX, a causa de la pobreza reinante en el pueblo. Así, en la sesión del Ayuntamiento del 28 de marzo de 1886, se acordó incluir en ella a 16 vecinos más, rechazando a otros 6 solicitantes[10]. Es que, de vez en cuando, los peticionarios no eran jornaleros eventuales, cargados de familia, sino vecinos desaprensivos, que tenían un trabajo fijo remunerado, pero querían aprovecharse de los servicios médicos. Farmacéuticos que daba gratis la B. M., en perjuicio de las familias verdaderamente necesitadas. O sea, una de tantas manifestaciones de la clásica picaresca española. Lo peor del caso es que, gracias a la complicidad de autoridades caciquiles sin escrúpulos, lo conseguían más de una vez, como lo demuestra el acuerdo tomado por el Ayuntamiento, presidido por D. Juan Cruz Lahiguera, en la sesión del 27 de abril de 1902. Consistió en eliminar de la B. M. a 42 familias, incluidas indebidamente en ella. Figuraban entre ellas las de un alguacil, un albañil, un cartero, un practicante, un tabernero, un yesero, los hijos de unos propietarios, etc., etc.[11] A fines del año anterior, exactamente el 26 de diciembre de 1901, el Ayuntamiento había tenido que aprobar una cuenta suplementaria de 84 pesetas; que le presentó el farmacéutico, D. Fernando Palacios, por los medicamentos suministrados a 21 familias pobres, que sobrepasaban las listas de la Beneficencia[12]. Como se ve, estas listas estaban desbordadas, por incluir a más de 40 vecinos que no tenían derecho a figurar en ellas.

Al industrializarse el pueblo en la década de 1860-1870, el número de los beneficiados de la B. M. comenzó a decrecer rápidamente, de manera que en 1972, solo quedaban inscritos 14 vecinos y en la actualidad, ya no hay ninguno.

Una curiosa costumbre de la B. M., que se prolongó hasta 1969, fue el reparto de bonos que hacía el Ayuntamiento a los pobres de la localidad, la víspera de la Virgen de la Barda, y que se anunciaba pomposamente, en los Programas de las Fiestas. En 1922, estos bonos eran de 1 peseta con la que los pobres no podían evidentemente darse un festín; pero, al menos, les permitía darse un hartazgo de churros y de abadejo.

El Hospital Municipal

Con la extinción del Monasterio, quedó más o menos abandonado el Hospital que sostenía, aunque continuó funcionando, a cargo del Ayuntamiento, como Hospital Municipal según se desprende de algunas defunciones ocurridas en él, como la de Eulogia Liñán, el 20 de enero de 1850.
Ahora bien, no sabemos a ciencia cierta donde estuvo instalado. Al parecer –y por los rastros que han quedado de él-, ocupaba, hacia mediados del siglo XIX, el edificio anterior y siguientes de la casa actual número 35 del Barrio Bajo; o sea,  en el extremo izquierdo de dicha calle, antes de su prolongación moderna. Con esta ubicación frente a la acequia del Molino, la cual estaba entonces descubierta, su situación no podía ser más inadecuada, a causa de la humedad. En la revista FITERO 83, hicimos insertar una fotografía de su exterior. Por lo demás, el Inventario de 1835 nombra expresamente a esta casa del Barrio Bajo y anota que “estaba incorporada al Hospital de la Villa” (f. f. 93 v y 94).
En el acta de la sesión del Ayuntamiento del 7 de julio de 1953, se lee que se reunió precisamente para poner remedio al “estado triste y lamentable en que se encuentra el Hospital, sobre todo, después de la muerte de la última Hospitalera[13]”.
Por de pronto, se acordó formar una Junta Directiva del Santo Hospital, que no tenía nada de santo, sino de mugroso. Se compuso del Alcalde, D. Pedro Ignacio Sanz, como Presidente y 6 Vocales: el Cura Ecónomo, D. Joaquín Aliaga, D. Fernando Atienza, D. José María Martínez, D. Manuel Abadía, D. Ignacio Calleja y D. Hilario Carrillo. Dicha Junta quedó instalada el 15 de julio de 1863, adoptando 12 resoluciones, francamente inocuas. Fueron las principales la 4ª y la 8ª, referentes al nombramiento de un Administrador anual y de un Visitador semanal: cargos en que se turnarían los individuos de la Junta; y la 10ª, en que se acordó pedir a una Compañía  de Cómicos de la Legua que actuaba por entonces en la Villa, que hiciera una función a beneficio del Hospital y que se hiciese “una demanda (o colecta) por el pueblo, excitando la caridad de los vecinos, por ser época oportuna”. Además se resolvió que la Juna de Beneficencia, junto con el Ayuntamiento, harían un pedido anual de las ropas y efectos, que se necesitaran para el año siguiente.
El 20 del mismo año, se hizo un Inventario del Hospital, que puso de manifiesto el estado miserable en que se encontraba. Helo aquí.
“4 colchones de rescabos y 1 de lana, en mal uso; 1 marfega de maíz, de tela blanca; 4 bultos de almohadas, en mal uso>; 6 sábanas de cáñamo, muy usadas; 46 servilletas; 12 paños de mano; 1 medio mantel viejo; 12 camisas de hombre y 12 de mujer; 13 fundas blancas de almohada, con guarnición, y 2 sin ella; 2 sobrecamas encarnadas; 1 colcha con guarnición; 2 cobertores de bayeta; 10 vendas; 1 rollo de franela para vendajes y 6 paños para hilas; 1 madejilla de hijo blanco; 2 albornias; 7 platos; 2 tazas de sangrar; 2 velones de lata; 6 sillas de anea y 1 de Moscovia y 2 cordeles para camas”[14].
La 1ª “demanda” fue hecha el 7 de noviembre de 1854 y consistió en 6 sábanas de todas clases, 5 paños de manos, 8 servilletas, 1 mantel, 10 fundas blancas de almohada y 10 de color, 4 camisas de hombre y 4 de mujer, 1 gorro blanco, 1 clásico de algodón blanco, 2 sillas de anea y 1 velón de hoja de lata.
En 1857, pagaban al hospitalero, Gregorio Aguerri, 10 reales al mes; y a la encargada de la limpieza de la ropa, Claudia Carrillo, pequeñas cantidades, según el número de piezas. Por ejemplo, el 28 de noviembre del mismo año, le pagaron 17 reales, por la limpieza de la ropa de tres camas y por componer y rehacer 6 colchones y jergones.
Los ingresos del Hospital solían nutrirse por entonces de limosnas testamentarias y donaciones de vivos, de rifas, del producto de la Bula de Cruzada, regalado por el Obispo de la diócesis de Tarazona, y del uso del bañador del Hospital. Así el Cargo de 1859 arrojó 962,60 reales de beneficio, proveniente de 4 limosnas testamentarias (640 reales vellón); de rifas (III, 60 reales); de 3 limosnas de particulares (47 reales); del producto de la Bula de Cruzada (800 reales) y de usar el bañador (4 reales).
Otra pequeña fuente de ingresos era la Cajeta de San Antonio, colocada en el altar de este Santo. La mitad de lo que se recogía en ella, era para el Pan de los Pobres o Pan de San Antonio, y la otra mitad, para el Santo Hospital.
El número de enfermos que ingresaban en el Hospital era muy variable y su costo venía a ser de 2 reales por día de estancia, siendo gratuito para los inscritos en la Beneficencia Municipal. En 1858, ingresaron 15; en 1874, 70; en 1884, 9; en 1896, 13; y en 1902, 12.
Curiosamente, rara vez aparecen en este Libro gastos en medicamentos. En 1896, solo 4,20 pesetas y en 1901, 26,50 peseta, por los suministrados por el farmacéutico, D. Fernando Palacios Pelletier. En cambio, no son infrecuentes los gastos en sanguijuelas, que ponía el practicante Isidoro Madurga, cobrando 2 reales por cada una.
El Balance de 1901, en que acabó de funcionar este Hospital, administrado entonces por D. Juan Olóndriz, arrojó un activo de 5.489 pesetas y unos gastos de 394,79 pesetas.

El Hospital de San Antonio

En realidad, el antedicho Hospital Municipal era mísero y dejaba mucho que desear, por lo que fue sustituido por el Santo Hospital de San Antonio, el cual fue abierto el 21 de diciembre de 1902, siendo Alcalde D. Juan Cruz Lahiguera, y Párroco, D. Martín Corella. Se instaló en la Plaza de las Malvas, ocupando la planta baja de la Residencia de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana, en el antiguo convento cisterciense. Se encargaron de él las mismas Hermanas, cuya Superiora, en Fitero, era, a la sazón, la Hermana Petra Goñi. Ejercía el Patronato de este Hospital una Junta compuesta por el Alcalde, el Párroco y el Secretario del Ayuntamirento, como Vocales natos, y otros cuatro vecinos designados por el Ayuntamiento, de entre los cuales se elegía al Administrador. El flamante Hospital tenía 10 camas, distribuidas en dos Salas (una para los hombres y otra, para las mujeres) y acogía a enfermos indigentes de ambos sexos, por un periodo discrecional, que ordinariamente era de 15 días, pasados los cuales, los enfermos, cuando el caso lo requería, eran trasladados al Hospital Provincial de Pamplona. A las Hermanas se les dio, en un principio, por este servicio, 500 pesetas anuales y una asignación diaria por enfermo, que oscilaba entre 0,50 y 1 pesetas, según su número. Como se comprenderá, con esta raquítica asignación, las Hermanas no podían regalar a los hospitalizados con manjares. Treinta años después de su fundación, en una comunicación oficial, hecha el 19 de marzo de 1932, al Presidente de la Junta Provincial de Beneficencia de Navarra, por el Alcalde D. Jacinto Yanguas, se hacía constar que el Hospital de la localidad no poseía fincas rústicas ni urbanas y que sus valores públicos consistían en los siguientes:
a)     en cinco acciones de la Deuda Provincial por valor de 2.500 pesetas.
b)    en dos imposiciones anuales en el Crédito Navarro 9.000 pesetas
c)     en dos imposiciones de la Caja de Ahorros de Navarra: 7.000 pesetas.
d)    en diez acciones de la Caja de Crédito Popular: 250 pesetas.
Total: 18.750 pesetas.
Las cuales producían un interés anual de 809.
De esta su suma se daban 700 pesetas anuales a las Hermanas de la Caridad, y con el resto, se atendía, en parte al pago de las estancias de los enfermos, a lo que contribuían las limosnas de los particulares, pues no podía hacerse con solo 109 pesetas, que era el sobrante de los intereses. El Hospital de San Antonio duró 68 años, habiéndose hospitalizado, durante ellos, algo más de medio millar de enfermos, con más de 1.500 días de estancia. Su existencia fue verdaderamente precaria, sobre todo, en sus últimos tiempos (década de 1960-1970) en que ya no recibía ninguna subvención del Ayuntamiento y se sostenía con limosnas de toda especie y con una parte proporcional del Cepillo de la Parroquia.
Su último administrador fue D. Julián Tovías, quien nos suministró todos estos datos.

Las Conferencias de San Vicente de Paul

Seis meses antes que el Santo Hospital de San Antonio, fue fundada, en mayo de 1902, otra institución benéfica importante: Las Conferencias de San Vicente de Paul. Empezaron con 46 socios y su primer Presidente fue el Notario de la localidad, D. Juan José Hernando, cuyo retrato, así como el de su padre, D. Pablo –ambos de Caspe- se conservan en el cuarto trasero de la sacristía. En un principio, las Conferencias socorrieron a unos 20 pobres a los que daban, cada semana, media docena de medallas, canjeables en los comercios por comestibles, jabón, telas, etc. y además 1 pan y 1 litro de leche. Por Navidad, les regalaban como aguinaldo 1 pantalón, 1 par de alpargatas, 1 toquilla, etc. Los socios eran de dos clases: activos y honorarios, agrupados en dos secciones: masculina y femenina. En 1967, los socios activos eran 22 y se reunían todos los domingos, en la sacristía con el Párroco, después de la Misa de Doce, echando secretamente cada uno su limosna en una bolsa común. Después visitaban domiciliariamente a los varones pobres y enfermos, necesitados de su socorro, el cual variaba, según las disponibilidades de la asociación. Los socios honorarios eran, en dicho año, 95 y contribuían con suscripciones voluntarias, ordinariamente trimestrales. A su vez, las socias activas eran entonces 7; y las honorarias, 180. Las activas se reunían asimismo en la sacristía, los miércoles de cada semana, después de la Misa parroquial y terminada la recaudación, hacían igualmente sus visitas a domicilio a las pobres y enfermas, en situación precaria. A los socios y socias honorarias se les cobraban sus suscripciones a domicilio, contribuyendo también el Ayuntamiento con una subvención anual, la cual fue de 300 pesetas en dicho año 1966.
La sección masculina de la Conferencias desapareció hace años, al mejorar sensiblemente la situación económica del pueblo, con su industrialización. Pero todavía subsistía la femenina en 1980, en el que socorría de 7 a 10 ancianas necesitadas, cada mes. Contaba con 150 socias, las cuales ya no daban a aquellas medallitas canjeables, sino dinero contante y sonante.

La Residencia San Raimundo

Nos ocupamos de ella en este capítulo, por ser una obra altamente benéfica, aunque no sea precisamente una institución de Beneficencia, en el sentido tradicional de la palabra, puesto que los residentes pagan mensualmente, por adelantado, sus pensiones correspondientes. Sencillamente es una Residencia privada de Ancianos, análoga, hasta cierto punto, a las fundadas por la Seguridad Social. Por lo demás, no solo admite a vecinos de Fitero, sino a señores y señoras procedentes de cualquier provincia de España.
Ocupa la parte baja del ala Norte del antiguo Monasterio Cisterciense, donde estuvo instalado antaño el Hospital de San Antonio. Las obras de adaptación y de ampliación comenzaron en junio de 1970, siendo realizadas por el Maestro Albañil, Alfonso Fernández Ortega y su equipo, terminándose prácticamente en el verano de 1974. La iniciativa y financiación de esta institución se debió a las acaudaladas hermanas fiteranas, Señoritas Rosalía y Mercedes Francés, a quienes todavía no se ha dedicado en la Residencia una placa de recuerdo que creemos bien merecida. La Residencia San Raimundo cubre una superficie de 833 metros cuadrados y consta de 15 recámaras, con 1, 2 ó 4 camas cada una. La mayoría tiene cuarto propio de aseo, y algunas, además, medio baño.
Por otra parte, hay dos amplios cuartos de aseo comunes: uno, para los hombres; y otro, para las mujeres, con lavabos, retretes, ducha y bañera. Otras dependencias de la Residencia son 1 enfermería con 2 camas 1 comedor, 1 office, 1 ropero, 1 lavadero, 1 cuarto en el que está instalada la maquinaria principal de la calefacción central y 1 amplio y cómodo salón de estar, con una pequeña biblioteca y un buen aparato de televisión en colores. Desde este salón, se puede pasar directamente a la iglesia parroquial, sin necesidad de pisar la calle.
En otro aspecto, la libertad de los pensionistas es completa, pues sus únicas obligaciones se reducen a no venir de la calle a acostarse tarde y a acudir puntualmente a las comidas. Sus horarios son los siguientes: las 9,15 horas para el desayuno; las 134, para la comida del mediodía; y las 17,15, para la merienda; y las 20 horas para la cena, excepto en verano que es a las 20,30 horas.
La Residencia San Raimundo fue inaugurada oficialmente el 10 de septiembre de 1972, estando todavía sin terminar; pero, desde principios de la primavera de 1971, había ya acogido al matrimonio fiterano, formado por Hermógenes Fernández y María Jesús Latorre, que fueron los primeros residentes.
Desde su inauguración, el servicio está a cargo de una parte de la comunidad local de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana, habiendo sido las primeras la Superiora, María del Rosario Arzoz y Pérez de Zabalza, y las Hermanas, Luisa Espinosa Puerto, Petra Solana Mayayo y Trinidad Burgui Resano. La segunda Superiora fue la Hermana Asunción Ayo Amézaga y la tercera y actual la Hermana, María Josefa Huguet Bronte. Merecen un recuerdo tre Hermanas, que trabajaron posteriormente en la Residencia: Montserrat Ursúa, Remedios Bartolomé y Emérita Arana. Las dos primeras viven todavía, en Portugalete y Collado de Villalba, respectivamente; y la tercera falleció en Fitero, el 18 de marzo de 1987.
La administración de la Residencia corre a cargo de una Junta, presidida por el Alcalde, y compuesta además por el Párroco como Capellán, el Secretario del Ayuntamiento, un Administrador y cuatro Vocales (primitivamente cinco). La Junta primitiva estuvo formada por los Sres. Sras.  Siguientes: el Alcalde, D. Miguel Mesa; el Secretario del Ayuntamiento, D. Antonio Sayas; el Párroco, D. Ramón Azcona; el Administrador, D. Julián Tovías; y los vocales, D. Celestino Huarte, D. Javier Falces, D. José Pérez y las Sras. María Eulalia Ruiz de Mendoza y Concepción Latorre. De esta Junta primitiva murieron los Sres. Mesa, Tovías y Pérez, quien había sustituido como Administrador al Sr. Tovías; fue trasladado el Sr. Azcona y causó baja por enfermedad la Sra. Latorre; de manera que, en 1988, la Junta estaba formada por el Alcalde Constitucional, D. Carmelo Aliaga; el Secretario del Ayuntamiento, D. Antonio Sayas; el Párroco, D. Julián Redín Legorburu; el Administrador, D. Jesús Fernández Gracia; y 4 Vocales; las Sras. Eulalia Ruiz de Mendoza y Victoria Duarte; y los Sres. Celestino Huarte y Joaquín González Alfaro.
En el mismo año, estaban al servicio de la Residencia las Hermanas, Mª Josefa Huguet, Luisa Espinosa, Petra Solana, Trinidad Burgui, Remedios Fuster y Trinidad Fernández, ayudadas por las empleadas civiles de hogar: las Sras. María Teresa Moreno, María Isabel Yanguas, Carmen Montejo y Ángeles Garbayo, que trabajaban por horas.
El 21 de marzo de 1982, el pueblo y el Ayuntamiento homenajearon a la Hermana Petra Solana, al cumplir 54 años de estancia en Fitero. El Ayuntamiento le regaló una medalla conmemorativa de oro. El ocho de agosto de 1987, se cumplió el primer Centenario de la venida e instalación en Fitero de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana y, con tal motivo, la Comunidad fue objeto de un gran homenaje oficial y popular, recordando el suceso una placa rectangular de mármol, colocada frente a la entrada de la Residencia y descubierta oficialmente por el Alcalde, D. Carmelo Aliaga, el 8 de septiembre de 1987, en plena Novena de la Virgen de la Barda. Su texto es el siguiente.

EL PUEBLO Y AYUNTAMIENTO DE FITERO
A LAS HNAS. DE LA CARIDAD DE SANTA ANA,
EN EL CENTENARIO DE SU LLEGADA
Y ESTANCIA EN FITERO
EN RECONOCIMIENTO A SU LABOR
8-8-1987

Posteriormente el mismo Ayuntamiento regaló a la Comunidad un gran cuadro en el que, sobre un amplio pergamino, figura lateralmente el escudo de la Villa, y debajo, una larga cinta roja de la que pende una medalla de oro del Municipio. En la parte central del mismo, una inscripción, en caracteres góticos, dice lo siguiente:

M. I.
AYUNTAMIENTO DE FITERO
LAS HERMANAS DE LA CA-
RIDAD DE SANTA ANA, DESDE LA LEJANA
FECHA D¡8 DE AGOSTO DE 1887, HAN VENIDO
REALIZANDO UNA ABNEGADA Y BENÉFRICA TA-
REA EN LOS CAMPOS DE LA ENSEÑANZA Y
ASISTENCIA SOCIAL DE ESTA LOCALIDAD
POR ELLO, CUMPLICO EL CEN-
TENERIO DE SU PRESENCIA, CONFORME AL ACUERDO
DEL 25 DE AGOSTO DE 18987, EN RE-
CUERDO Y HOMENAJE DEL M. I. AYUNTA-
MIENTO DE FITERO, HACE CONSTAR SU
AGRADECIMIENTO.
POR EL M. I. AYUNTAMIENTO.
(A continuación, figuran las firmas autógrafas del Alcalde, D. Carmelo Aliaga y del resto de la Corporación Municipal.)
A principios de 1988, la Residencia albergaba a 12 hombres y 18 mujeres pensionistas.
Añadamos, para terminar, que la Residencia posee, en el Cementerio Municipal, un terreno propi, para enterrar a los que mueren en ella; aunque, si son fiteranos, suelen ser inhumados en las tumbas de sus familiares.

La Seguridad Social

Incluimos en este capítulo la Seguridad Social, porque indudablemente sus servicios constituyen una gran obra de Beneficencia, organizada por el Estado, con la cooperación de los ciudadanos, en beneficio de todas las clases sociales.
Entre los antecedentes de la Seguridad Social, figura el Retiro Obrero Obligatorio, bastante anterior. Su organización y puesta en marcha fue objeto de varios Reales Decretos y, entre ellos, el del 24 de julio de 1921, relativo a la Inspección. Con que, cinco días después, en la sesión del Ayuntamiento de Fitero del 29, a propuesta del Alcalde, D. Donaciano Andrés, se acordó afiliar a él a todos los empleados municipales, pagando mensualmente sus cuotas correspondientes. Y en cuanto a los obreros eventuales que necesitara la Corporación, se acordó fue la famosa OCHENA, que 37 años más tarde, permitió la afiliación a la Seguridad Social de no pocos vecinos del pueblo[15]. En 1988, todavía quedaban algunos antiguos ocheneros, que cobraban en tal concepto, 1.140 pesetas mensuales suplementarias, además de la pensión correspondiente de la Seguridad Social.
El funcionamiento de la Seguridad Social en Fitero dato de julio de 1958, a través de la MUTUALIDAD NACIONAL DE PREVISIÓN AGRARIA, dependiente del Ministerio de Trabajo. Según la información de D. Ángel Melero Díez, que estuvo 25 años al frente de esta Comisión, el primer censo de afiliados en Fitero totalizó 526, distribuidos en tres clases: Trabajadores del campo autónomos o por cuenta propia, 306; fijos, 102 y eventuales, 108. La Mutualidad Agraria daba a los trabajadores fijos y eventuales toda clase de prestaciones en vigor: de nupcialidad, natalidad, enfermedad, invalidez y vejez. Los autónomos gozaban de análogas prestaciones, pero no tenían derecho al Seguro de Enfermedad; es decir, a los servicios de médico y farmacia. Ahora bien, en caso de ingreso en Clínica, la Seguridad Social, les cubría todos los gastos de operaciones y medicinas. El monto de las prestaciones de la Seguridad Social en Fitero, durante el año de 1971 ascendió a 4.800.000 pesetas.
Posteriormente la clasificación de los trabajadores se simplificó, reduciéndolas a dos categorías: trabajadores por cuenta propia (autónomos) y por cuenta ajena (los fijos y eventuales).
Los beneficios que percibían unos y otros eran los mismos: nupcialidad, natalidad, enfermedad y subsidio de defunción. A partir de 1982, los trabajadores por cuenta propia que lo deseasen, podían acogerse a la mejora de Incapacidad Laboral Transitoria, abonando una cuota especial de 800 pesetas mensuales.
En 1985, el censo de la Mutualidad Agraria en Fitero comprendía 197 trabajadores del campo: 83 por cuenta ajena, los cuales pagaban una cuota mensual de 3.903 pesetas; 69 por cuenta propia, con I. L. T., que pagaban 7.676; y 45 por cuenta propia sin I.L.T, que abonaban 6.505 pesetas al mes. Ni que decir tiene que los trabajadores no campesinos gozaban de análogas prestaciones de la Seguridad Social.



CAPÍTULO III

BANCOS Y COMPAÑÍAS DE SEGUROS

I

SUCURSALES Y CORRESPONSALÍAS BANCARIAS

La actividad bancaria en Fitero solo data de la primera década del siglo XX y las sucursales y corresponsalías de los Bancos fueron, por orden cronológico, las siguientes.

Caja de Crédito Popular

Fue la primera institución bancaria de la Villa. Se abrió a principios de febrero de 1906, como una delegación de la Federación Católico-Social Navarra, la cual tenía su sede central en Pamplona. Las primeras oficinas de la Caja de Crédito Popular estuvieron instaladas en el edificio número 9 del Paseo de San Raimundo (antiguo Palacio del Abad) y el primer Presidente de su Junta fue D. Hilario Falces Carrillo. En su primer año, hizo solamente 24 préstamos por valor de 3.375 pesetas, e ingresó en su Caja de Ahorros 1.728,3 pesetas. Ahora bien, 15 años después, o sea, en 1921, sus entradas en Caja fueron 479.097,23 pesetas, y sus salidas 476.434,04.
En este año, fue nombrado Secretario de la misma el organista de la Parroquia, D. José María Viscasillas que desempeñó su cargo en la Caja hasta su jubilación en 1970; es decir, durante medio siglo. Hacia la segunda mitad de la década de 1940-1950, la Caja trasladó sus oficinas a un piso de la casa número 27 de la Calle Alfaro, propiedad de D. Ángel Grávalos; y en la primera mitad del decenio de los años 60, se instaló en un edificio propio, levantado de nueva planta, en el número 17 de la misma calle. Hacia el comienzo del decenio de los 50, cambió de nombre, tomando el de Cooperativa Agrícola – Caja Rural Católica de Fitero, hasta 1970, en que la Caja Rural Católica fue absorbida por la Caja Rural de Navarra, subsistiendo aparte, aunque muy precariamente, la Cooperativa Agrícola.

La Agrícola

Fue una sucursal del Bando del mismo nombre cuya sede central estaba en Pamplona. Su primer Director fue D. Domingo Huarte, con un sueldo anual de 2.000 pesetas. En la sesión del Ayuntamiento del 22 de abril de 1921, se leyó una petición suya, solicitando que no se le hiciera tributar por tal concepto, porque, según un acuerdo de la Diputación Foral, estaban exentos de contribuir los empleados que no ganasen más de 2.501 pesetas. Y así se acordó.
El segundo Director fue D. Manuel Pina Rezábal, quien ya lo era en marzo de 1922. La vida de esta sucursal, como de las demás de LA AGRÍCOLA, fue efímera y calamitosa, pues fue clausurada inesperadamente, por suspensión de pagos, en perjuicio de no pocos vecinos, el 13 de junio de 1925. Había sido abierta en los bajos de la casa número 22 de la Calle Mayor, en abril de 1919, de manera que solo duró algo más de seis años.

El Crédito Navarro

Su sede central estuvo en Pamplona y abrió su sucursal fiterana, el 23 de junio de 1929. Su balance de 1921 dio un movimiento total de fondos de 11.752.836,61 pesetas, de las cuales 2.511.015,88 correspondieron a cuentas corrientes y 514.000 a imposiciones. Fue el Banco de Fitero más importante de su época, pues, en 1967, su movimiento de fondos, solamente durante el mes de agosto, ascendió a 45.068.000 pesetas y en 1971, solo durante el mes de julio, subió a 63.062.000 pesetas; es decir, un aumento, al cabo de 4 años, de cerca de 18 millones, en solo un mes. Sus primitivas oficinas estuvieron instaladas en la calle Lejalde, números 57-59. Más tarde, pasaron a la Calle Mayor, número 37, y por fin, a un edificio propio que levantó en la Plazuela de San Antonio y que fue inaugurado, el 15 de marzo de 1968. En 1973, tenía tres empleados y era su director, D. Julio Aznar González, habiendo sido ya absorbido por el BANCO CENTRAL.

Banco Vasco

Abrió una sucursal en Fitero a comienzos de 1925, en los bajos de la casa número 7 de la calle del Pozo, a cargo de D. Víctor Falces; pero fue cerrada en septiembre del mismo año, por suspensión de pagos de su Casa Central.

 La Vasconia

Tuvo desde 1930 una corresponsalía, dependiente de la sucursal de Corella; pero no ha operado ininterrumpidamente, sino con intermitencias. En 1972, estaba a su cargo D Javier Fernández Gracia. Sabido es que las corresponsalías bancarias se limitan a la cobranza de letras y, por lo mismo, los corresponsales no tienen despachos especiales.

Banco de Bilbao

También tuvo una corresponsalía, dependiente de la sucursal de Tudela, a cargo primitivamente de D. Raimundo Azpilicueta y, más tarde, del comerciante de tejidos, D. Rufino Maculet, fallecido en 1943. Fue suprimida en la década de los 70.

Banco Hispano-Americano

En la tercera década de este siglo, tuvo asimismo una corresponsalía, a cargo de D. Rafael Escolano, quien, pocos años después, pasó a ser director de la sucursal del mismo, en Tudela de Navarra.

Banco Español de Crédito

Hacia mediados de este siglo, tuvo igualmente una corresponsalía, a cargo primeramente del maestro de escuela, D. Albino Galán, y posteriormente, del comerciante D Luis Bozal.

Caja de Ahorros Municipal de Pamplona

Inauguró su prestigiosa sucursal de Fitero, el 15 de marzo de 1964 y sus primitivas oficinas estuvieron en los bajos de la casa número 2 de la Calle Mayor; pero en 1984, las trasladó a una amplia y lujosa bajera de un edificio nuevo de la calle de la Villa, nº 16. Su director es el comerciante de tejidos, D. José Burgos Vergara. Las operaciones de ahorro que realizó en 1970, ascendieron a 22 millones de pesetas.

Caja de Ahorros de Navarra

Primeramente tuvo una corresponsalía local, desde marzo de 1964, a cargo de D. Ángel Melero Díez, la cual dependía de la sucursal de Corella; pero en 1979, se convirtió en sucursal, dependiente de la casa central de Pamplona, y abrió sus oficinas en los bajos del nuevo edificio de la Calle Mayor, número 1, bajo la dirección de D. Raimundo Azpilicueta, a quien sucedió en 1983, D. Valentín Carranza.

Caja Rural de Navarra

Como ya hemos anotado, absorbió la Caja Rural Católica de Fitero en 1970 y sus oficinas continuaron en el mismo local de ésta, en la calle Alfaro, número 17, hasta que, en 1984, pasaron a ocupar la bajera de la casa número 55 de la Calle Mayor. Su director, desde 1981, es D. Luis Miguel Yanguas.

Banco Central

Absorbió al Crédito Navarro, a finales de 1972 y, desde entonces, su sucursal fiterana opera en el mismo local de éste último. Su director en 1985 era D. Luis María Añón Huarte y el volumen de operaciones, en el primer semestre  de dicho año, ascendió a 2.897 millones de pesetas.

Banco Guipuzcoano

Inauguró su sucursal de Fitero, el 12 de mayo de 1980. Primeramente estuvo instalado en los bajos de la casa número 38 de la Calle Mayor, pasando en 1986 a la bajera  del número 26 de la misma calle. Su primer director fue D. Ignacio Chivite Sigüenza y su volumen de operaciones en cuentas corrientes, libretas y créditos, en solo el mes de mayo de 1985, alcanzó los 84 millones.

II

AGENCIAS Y REPRESENTACIONES DE COMPAÑÍAS DE SEGUROS

         La actuación de las Compañías de Seguros en Fitero data del primer decenio del siglo XX, lo mismo que los Bancos. Las primeras que operaron fueron LA AURORA, LA VASCONIA, LA CELTIBÉRICA y LA CATALANA, cuyas placas metálicas de propaganda, ya viejas y oxidadas, se ven todavía en las fachadas de algunas casas. En un principio, su actividad fue lenta y raquítica, pues la mayoría del pueblo era pobre y no tenía nada que asegurar, mientras que los vecinos ricos, salvo contadas excepciones, no veían las ventajas de pagar un precio cierto, por unos riesgos inciertos. Dicha actividad cobró mayor impulso, hacia mediados del siglo, y se aceleró desde 1966. En 1972, actuaban en Fitero las nueve Compañías Aseguradoras siguientes:

La Aurora

Su casa matriz está en Bilbao y se dedica a toda clase de seguros individuales: de vida, de accidentes de trabajo, de incendios, de vehículos, de casa, etc. Su agencia es la más antigua de las existentes en el pueblo, y en 1972, estaba a cargo de D. Javier Fernández Gracia.

Caja Navarra contra accidentes agro-pecuarios o Mutua Patronal de accidentes de trabajo

Es patrocinada por la Diputación Foral de Navarra y su casa central se encuentra en Pamplona. Su objeto es asegurar a los patronos contra los accidentes de sus operarios, en las faenas del campo. La Agencia de Fitero data de 1918 y era entonces la número 199. En 1972, estaba a cargo de D. José María Viscasillas.

La Vasco-Navarra

Su casa central radica en Pamplona y realiza toda clase de seguros individuales. Su representación fiterana data de 1940, y en 1972, la ostentaba Doña María Melero Díez, viuda de José Luis Azpilicueta. En 1985, su Delegación comarcal en Tudela era su hijo, D. José Luis Azpilicueta Melero.

La Mutua General de Seguros

Su casa matriz está en Barcelona y su actividad abarca toda clase de seguros individuales y colectivos. Su agencia local se remonta a 1947, y en 1972, estaba a cargo de D. Cesáreo Tovías Frías.

Mutua San Fermín, Mutualidad Ibérica de Seguros, Mutua transportista del Norte de España

Constituyen tres secciones de una misma Compañía aseguradora, cuya representación en Fitero data de 1950 y depende de la Agencia de Tudela. Su casa central está en Pamplona y opera con casi toda clase de seguros, individuales y colectivos. En 1972, ostentaba su representación en Fitero D. Miguel Azpilicueta.

Assurances Générales

Como lo indica su nombre, se trata de una compañía de origen francés cuya representación fiterana data de 1966. Depende de la sucursal de Tudela y opera con seguros individuales. En 1972, estaba a cargo de D. Fernando Escudero Magaña.

Mutua Rural de Previsión Social

Depende del Ministerio de Trabajo y se dedica exclusivamente a accidentes de trabajo agrícolas. Su Agencia en Fitero data de 1968 y depende de la Delegación de Pamplona. En 1972, corría a cargo de D. Ángel Melero Díez.

Minerva – La Condal

Minerva era una corresponsalía de la Agencia del mismo nombre de Pamplona, dedicada a toda clase de seguros. Databa de 1968 y también la ostentaba el Sr. Melero Díez; pero fue absorbida por La Condal en 1985.
Para terminar esta información, añadamos que el total de los vecinos asegurados por las citadas Compañías, en 1972, era de unos 1.500; y el monto de sus pólizas ascendía a unos dos millones.

Todas las representaciones citadas continuaban todavía en 1985, a excepción de la Minerva. 



CAPÍTULO V

LA PUGNA SECULAR ENTRE EL PUEBLO Y LA ABADÍA

Sus orígenes: la dictadura de Egüés II

Data del 29 de septiembre de 1542. De acuerdo con las primitivas Ordenanzas Municipales, concertadas por los vecinos, el 20 de agosto de 1524, con el Abad, Fr. Martín de Egüés y Pasquier (Egüés I), cada año se procedía, el día de San Miguel, a la elección de hombres buenos, para gobernar el pueblo. Se les llamaba jurados, porque juraban defender los intereses del  vecindario, y su nombramiento lo hacían, de consenso mutuo, el Aba y los vecinos, “tanto su Merced como el pueblo, y el pueblo como su Merced”. Pero he aquí que, el 29 de septiembre de 1542, el joven Abad, Fr. Martín de Egüés y de Gante, sobrino y sucesor del anterior, desapareció de Fitero, dejado un billete con los nombres de aquellos a quienes otorgaba los cargos; y como no eran sujetos de la confianza del pueblo, éste nombró a otros. Entonces el Abad entabló un proceso contra el vecindario, pretendiendo que estaba en posesión de la jurisdicción temporal del lugar. El pueblo se opuso a tal pretensión y, al año siguiente, la Villa construyó un horno en la casa del Concejo, para que los vecinos cocieran el pan en él, sin acudir al horno público del Monasterio, levantado por el Abad anterior. Egüés II prohibió utilizar este servicio e interpuso un nuevo pleito ante el Consejo Real de Navarra[1]. A su vez, la Villa, en 1544 presentó al Consejo Real un extenso y documentado alegato, titulado Probanzas del Fiscal y los de Itero contra el abad y monjes de la Villa, sobre jurisdicción baja y mediana, redactado por el Lic. Pedro Garcés, en el que se hacían contra Egüés II y sus frailes las más graves denuncias de inmoralidad, avaladas por les vecinos más conspicuos, las cuales descalificaban por completo a Egüés II, para ejercer la jurisdicción temporal de la Villa[2]. Pero, a pesar de su comprobación, no fueron tomadas en consideración. Era aquella época, en los medios señoriales y clericales, un tiempo de absolutismo político férreo y de moral relajada, y el Consejo Real de Navarra, por sentencia de vista /2 de abril de 1546) y de revista (7 de septiembre de 1947), sentenció a favor de la Abadía. Ello comportaba el derecho de nombrar por sí sola, al Alcalde, Regidores y demás cargos públicos, convirtiendo al Aba en señor de la Villa, y a los fiteranos en simples vasallos suyos.

Primera tentativa de independencia

La mayoría de los vecinos –un total de 117 sobre 200-, no se conformó mansamente con esta degradación y se dirigieron a Felipe II, quien, por Real Cédula de 1548, les concedió licencia para construir en los Montes de Tudején, una nueva población independiente de los frailes. Desde luego, la mayoría de los vecinos, no adheridos expresamente a este proyecto, también estaban conformes con él, pero no se atrevieron a manifestarlo, por depender económicamente de la Abadía.
Egüés II y su comunidad se opusieron al cumplimiento de esta Cédula, recurriendo una vez más a sus amigos del Consejo Real de Navarra, los cuales dictaminaron en contra de ella, logrando más tarde la aquiescencia del Consejo Real de Castilla; por lo que Felipe II, al cabo de 15 años, resolvió, el 25 de julio de 1563, que no había lugar a la pretensión de los fiteranos[3].
Entre tanto, Egüés II, no contento de haberse convertido en un Señor absoluto del pueblo, logró convertirse asimismo en su señor absoluto espiritual, sin sometimiento a ninguna autoridad eclesiástica, ordinaria ni metropolitana. Por de pronto, obtuvo del Papa Paulo IV, el 19 de enero de 1557, el privilegio personal, de carácter vitalicio, de celebrar Misa de Pontifical, no solo con báculo, como ya lo venía haciendo, sino también con mitra, pectoral, anillo y demás ornamentos episcopales.
En vida de San Raimundo, el Monasterio había dependido del Obispado de Calahorra, ya que el territorio de Fitero pertenecía entonces a Castilla; pero, a su muerte, tras un pleito que se alargó más de 20 años, pasó a depender del Obispado de Tarazona. Y así siguió durante 400 años, hasta que Egüés II, valiéndose de sus mañas e influencias, convirtió a Fitero en una diócesis mullius, independiente de Tarazona. El caso es que, durante más de una década de su abadiazgo, pareció aceptar la jurisdicción de Tarazona, pues en 1554, el Obispo de la misma, D. Juan González Munebrega, acudió a itero en Visita Pastoral, y Egüés II, avisado previamente, no opuso ningún reparo. Mas, cuando el Oficial Episcopal comenzó a leer en el púlpito los obligados mandatos de Visita, los monjes se sintieron heridos en sus libertades (las poco edificantes que se habían tomado ellos) y cortaron la lectura del Edicto. A continuación, Egüés entabló pleito contra el Obispo y aunque lo perdió en primera instancia (20 de noviembre de 1557), maniobró en seguida habilidosamente, y lo ganó, en grado de revista, 19 meses después (10 de mayo y de 1559), declarando el Consejo Real de Navarra que el Aba de Fitero estaba en posesión del ejercicio de la jurisdicción espiritual del pueblo, sin intromisión del Obispo de Tarazona; y el 23 de julio de 1560, el Papa Pío IV confirmó esta situación.
Ni que decir tiene que la Villa aceptó de mal grado esta nueva escalada autoritaria de su Abad, quien no se distinguió precisamente por sus virtudes ni por su buen gobierno.
De las 49 disposiciones que tomó el Visitador de los monasterios navarros, Fr. Luis Alvarez de Solís en 1571 (es decir, a los 31 años de abadiazgo de Egüés II), se deduce que este calamitoso Abad no frecuentaba el coro ni el oficio divino ni decía misa con regularidad (1); que no solía acudir los viernes al Capítulo (2); que tenía la iglesia en un estado indecente (3); que permitía a los monjes tener dinero propio; que, por las noches, se cerraba la portería del Convento muy tarde (18); que se trataba mal a los pobres que acudían a la sopa conventual (20); que la comida de los religiosos era deficiente y que además se hacían en las distinciones odiosas entre los mayores y menores (25); que se atendía mal a los religiosos enfermos (27), etc., etc.
Por su parte, un historiador tan poco sospechoso de antimonaquismo como D. José Goñi Gaztambide, canónigo archivero de la Cátedra de Pamplona, escribe en su discretísima Historia del Monasterio Cisterciense de Fitero, estas significativas líneas: “Martín de Egüés II estaba lejos de ser el Aba ideal. Ligero y mundano, había entrado por la puerta falsa… No había que espera que hiciese milagros un joven que, a los 20 años, llegaba al cargo de Abad, por medio de uno de los abusos más detestables de la época del Renacimiento. Gastaba tan alegremente las rentas del Monasterio, que fue necesario dividirlas en tres partes: una para el Abad, otra para los monjes y la tercera para la fábrica[4]”.
Ni que decir tiene que estas rentas procedían del trabajo y privaciones de los vecinos del pueblo a los que explotaba desconsideradamente, como cualquier señor de horca y cuchillo, pues apenas se sintió en posesión segura de la jurisdicción temporal y espiritual de Fitero, empezó a tomar medidas drásticas contra sus oponentes, sometiendo al vecindario en general a las más humillantes servidumbres. Excusado es decir que la mayoría del pueblo odió a Egüés II hasta su muerte. Y aún después de ella, pues los cofrades de Santa Lucía –cofradía fundada por él en 1543- arrancaron las hojas del libro en que constaba la fundación y borraron todas las firmas de tal Abad[5].

Tres siglos de relaciones tormentosas

Las relaciones entre el pueblo y la Abadía fueron siempre las de un matrimonio forzado y mal avenido. El historiador D Florencio Idoate escribe a este propósito que “los fiteranos aborrecieron siempre el poder que personificaban los Abades y batallaron cuanto pudieron, para independizarse, pero en vano. Tendría que llegar la época de la desamortización para logarlo, tras varios siglos de servidumbre[6]. Testigos mudos de esta batalla secular eran los miles de documentos, relativos a los pleitos entre el pueblo y la Abadía, que se conservaban atados ne una veintena de fajos, en el Archivo del Monasterio, al tiempo de sus supresión en 1835.
Ya en la citada Visita de 1571, hecha por Fr. Luis Álvarez de Solís reprochaba, en su disposición 12, al Abad, Fr. Martín Egüés y de Gante (Egüés II), que “se han gastado y gastan munchas quantidades de dineros en pleitos y por cosas temporales[7]”. Pero no por eso se enmendó. Ni él ni sus sucesores, entablando frecuentes procesos, no solo con los vecinos del pueblo y sus Ayuntamiento, sino con los de Alfaro, Cintruénigo, Corella, Tudela, etc.
En su Abaciologio de Fitero, el historiador D. Vicente de la Fuente, refiriéndose al Abad, Fr. Hernando de Andrade (1615-1624), consigna que este Abad “se vio precisado a sostener grandes pleitos con Fitero y Alfaro, de cuyas resultas decayeron las rentas de la Comunidad[8]”.
En el curioso Pleito de los Bandos, de 1634, el Abad, Fr. Plácido del Corral declaraba al Consejo Real de Navarra que “los acusados y todos los vecinos de la dicha Villa (Fitero) siempre se han mostrado y muestran muy apasionados y malafectos contra el dicho Convento, por los muchos pleitos que con él han y tienen, como es notorio a Vuestra Real Corte[9]”. El curioso Pleito de los Bandos es un ejemplo típico de esta mutua desafección. Aunque, según el Tumbo de Fitero, cuando se necesitaba la Confirmación, la hacía el Abad (A.H.N.; f. 559 v.), el 10 de mayo de 1634, el Teniente de Alcalde del Crimen, Juan de Oñate y Barea, tomando en cuenta una carta del Obispo de Tarazona, que acababa de llegar a Cintruénigo para confirmar, mandó al pregonero de la Villa, Juan de Peña, que anunciase por pregón a los vecinos que los que quisieren confirmar a sus hijos, podían bajar a Cintruénigo, en los dos días siguientes. Tal pregón enfureció al Abad, quien mandó a continuación echar otro pregón, prohibiendo que ningún vecino lo hiciese sin su licencia, bajo pena de 150 ducados, aplicados a la Cámara Apostólica. Esta prohibición encrespó los ánimos, y, a pesar de la amenaza, muchos vecinos bajaron a Cintruénigo a la confirmación. Entonces el Abad acudió a la Corte de Navarra, pidiendo su apoyo para prender a los culpados y aplicarles las penas correspondientes. Pero el Concejo, asesorado por el abogado corellano, Lic. Bayo, apeló contra tal pretensión[10]. Fue inútil, pues el Consejo Real, como de costumbre, dio la razón al Abad y la Villa fue condenada a pagar una multa de varias libras y las costas.
A veces, los mandamás del Convento entablaban pleitos por fruslerías increíbles. Por ejemplo, el ya citado Abad, Fr. Hernando de Andrade se querelló en 1622 contra los demás representantes abaciales en las Cortes de Navarra, pretendiendo que correspondía al Abad de Fitero el primer asiento entre ellos. ¿Razones…? Entre otras, porque era dueño solariego y señor de la populosa Villa de Fitero (entonces de unos 400 vecinos) y porque su Monasterio era el más rico de todos los navarros, ya que sus rentas alcanzaban unos 9.000 ducados anuales. “La riqueza es calidad considerable” alegaba orgullosamente el Abad.
Otro pleito análogo, pero más chusco, es el promovido por el Abad, Fr. Francisco Fernández en 1665, pues se trataba del asiento de preferencia que, según él, correspondía al Abad de Fitero, en las corridas de todos que se celebraba en Pamplona!!![11].
Con la misma facilidad y futulidad con que armaba pleitos el Monasterio, lanzaba excomuniones contra los vecinos y autoridades civiles del pueblo, y de los pueblos vecinos. He aquí algunos casos. En 1615, el Prior Fr. Bernardo Pelegrín, Presidente del Monasterio en sede vacante, lanzó excomunión, orden de captura y penas contra los regidores del pueblo y varios particulares de la villa, por haber dispuesto traer uvas de fuera!!!
En 1621, habiendo apresado el Alcalde ordinario al alguacil del Convento por desobediencia, el Provisor de éste expedió un auto para que se lo entregase a él inmediatamente, bajo pena de excomunión.
En 1627, el Abad Corral amenazó con excomunión mayor a los Mayordomos de las Cofradías de la Parroquia, si no le entregaban los libros de las mismas, en el plazo de tres días[12].
Con esta mentalidad quisquillosa y pleitista, tan poco evangélica, no es de extrañar que, en el interior del Convento, predominasen las discordias, las banderías y las intrigas y las intrigas parad. Vicente de la Fuente anota en su citado Abaciologio de Fitero que, durante el sabio gobierno del Abad, Fr. Bartolomé Ramírez de Arellano (1788-1792), “el Monasterio gozó de una paz de que había carecido, durante más de cien años”[13].
Más de una vez, llegaron los monjes a las manos dentro del Convento y, según cuenta José Uranga, en una ocasión, fueron encarcelados ocho frailes, por haber apaleado a un compañero[14].

LA VISITA DE LOS TESTAMENTOS

Entre las múltiples fuentes de ingresos que poseían los monjes de Fitero, figura una que desconocíamos y que sorprendimos en el manuscrito del Archivo Parroquial, titulado Libro de los Autos de Visita de las Cofradías; Hospitales, de memorias y obras pías, de Capellanías, Aniversarios y memorias de misa; y de testamentos. En realidad es, sobre todo, de los testamentos, pues de los 138 folios que tienen escritos, 121 se refieren a ellos. Sus anotaciones van de 1627 a 1836.
Ignoramos si el Derecho Canónico y Civil de Navarra, en los siglos XVII y XVIII autorizaban a los Vicarios de las parroquias a inspeccionar los testamentos de los vecinos, para ver si se cumplían las cláusulas relativas a los sufragios ordenados por sus almas. Es lo que se llamaba Visita de Testamentos. Tampoco sabemos si los vecinos estaban obligados a consignar en sus testamentos, un número mínimo de misas, en proporción a los bienes netos que poseían. En todo caso, esto es cabalmente lo que hacían los monjes, al menos, en Fitero, con los que morían ab intestato, es decir, sin hacer testamento. Ese mínimo de misas era la quinta parte de los bienes limpios que dejaba el difunto. En el folio 70 del citado Libro, el Provisor y Vicario General de la Villa, Fr. Tomás de Arévalo, explicaba así el sistema que seguían.
El día 7 de septiembre de 1736, murió Joseph Carrillo Martínez, ab intestato, por lo que hecha información y tasación de sus bienes conforme a derecho, y en cumplimiento de nuestra obligación, dispusimos los sufragios en la forma siguiente, del quinto de sus bienes, descontadas las cargas y deudas contra ellos: Por el entierro, misas de cuerpo presente, nocturnos, cabo de año, sepultura y anal (el anal o añal era una ofrenda que se hacía por los difuntos en el primer aniversario de su muerte), 111 reales. Item 8 de dos aniversarios que mandamos fundar, 240 reales de principalidad, y la restante cantidad hasta 1.000 reales, que hemos computado ser la quinta parte de sus bienes, que son 649 reales, por otras tantas misas rezadas.” Es decir, que de los 5.000 reales de capital neto del difunto José Carrillo, se quedaron los frailes con 1.000. Ahora bien, el producto de este quinto de los bienes del difunto, se dividía en el Convento en dos mitades: uno iba a parar al Depósito de los Monjes, y la otra quedaba a cargo del Provisor y Vicario General, quien las repartía entre sus compañeros a su arbitrio; es decir, entre sus más amigos. Así, en el abintestato de Santiago Sanz y Liñán, muerto el 6 de abril de 1773, el Provisor y Vicario General, Fr. Alberico Echandi dice que el albacea Francisco Polo “pagó 200 reales fuertes para las Misas (que eran 200), de las cuales 100 se entregaron al P. Depositario, y las otras 100 misas se repartieron así: 10 al Sr, Abad; de 30 me encargué yo; 15 al P. Ángel; 20 al P. Prior; 15 al P. Philipe; y 10 al P. Ambrosio”. (Los demás se quedaron sin nada. 1 real fuerte equivalía a 2,5 reales de plata o vellón).
Lo más insólito de esta práctica lucrativa era su aplicación a los niños, que, entonces como ahora, no podían testar. En el folio 77 del citado Libro, consta que el 12 de mayo de 1741, murió el niño de 10 años, Pedro de Huete. Se le quiso aplicar estrictamente la práctica del quinto de sus bienes (es decir, de los de sus madre, que debía ser una viuda acomodada); pero ésta protestó ante el citado icario General, Fr. Tomás de Arévalo, conviniéndose al fin en que se le haría un entierro mayor (el más caro) y se le dirían 200 Misas. El 1 de Septiembre, murió, a su vez, su hermanita, Teresa de Huete, y se convino en lo mismo. Teresita tenía 8 años.
En el folio 103, del mismo Libro, se lee esta anotación del Vicario General, Fr. Anselmo de Arbués: “En (13 de octubre de 1768), murió ab intestato Francisco Montoya Crespo, natural de Santurce, Obispa de Calahorra, y por no tener más que unos vestidos nuevos que el difunto entregó a Joseph Cordón, para que le pagase el entierro, éste se obligó al de cuerpo presente, el entierro, se dirá de Misas  y de ello dará cuenta el dicho Cordón al P. Vicario General”. Un amanuense de la Vicaría escribió más tarde debajo: “Satisfecho todo en 18 de febrero de 1770[15]”.

LA RENOVACIÓN HUMILLANTE DE LSO CARGOS PÚBLICOS

Fue obra del Abad, Fr. Martín de Egüés y de Gante (Egüés II). Ya cuando tomó posesión de su cargo, el 25 de julio de 1540. Al día siguiente de la muerte de su tío, después de las ceremonias celebradas en el convento y en la iglesia, en presencia de los frailes, salió a la Plaza pública, acompañado de los testigos Micer Martín de Mur, el Dr. Martín Miguel Munárriz, del Justicia de Tudela, Roger Pasquier y del Notario de Tarazona, Jerónimo Blasco y allí vinieron a su presencia el Alcalde , Pedro Ximénez y el Jurado, Juan de Vea, no acudiendo el otro Jurado, Juan Aguado, porque estaba doliente; y asimismo el Teniente de Alguacil, Diego Ximénez, en ausencia del Alguacil, Juan de Arguixo, y el Promotor fiscal, Juan de Bayona, a los que dijo que, por muerte de su antecesor, habían quedado vacantes sus oficios, y seguidamente les quitó las varas. Ellos protestaron, alegando que estaban en posesión de ellas, por haber sido nombrados para sus cargos el día de San Miguel, por los vecinos, como era costumbre, llevando después los nombramientos a la aprobación de los abades, y que por consiguiente, no consentían en tal renovación, para que de ellos no se les causase perjuicio. Egüés II admitió la protesta, levantándose de ella un acta notarial, y a continuación, les volvió a nombrar y les dio las varas, porque, según dijo, hacían bien el oficio, asignándoles los salarios ordinarios. Ellos juraron en manos del nuevo abad, quien, acompañado del Alcalde y Jurados, anduvo por las calles del pueblo, hasta la Puerta del Río (al final del Barrio Bajo) y la Puerta de Santa Lucía (en las inmediaciones del actual Humilladero), donde las abrió y cerró, diciendo que, con estos actos, tomaba posesión del pueblo y en él, como cabeza, de todas las granjas, tierras, molinos, etc.[16]
Semejante toma de posesión fue el preludio de lo que hizo dos años despuésl para imponer su dictadura personal, alzándose con la jurisdicción civil, baja y mediana, de la Villa. Una vez conseguida ésta, no se anduvo con disimulos ni remilgos e introdujo la costumbre de renovar los cargos públicos anuales, en la misma iglesia, de esta despótica y humillante manera.
Llegado el día de San Miguel, se revestía de pontifical y sentándose en una silla prelaticia, en medio del Altar Mayor, mandaba llamar al Alcalde y los Jurados, por medio de su Alguacil. A continuación, el Alcalde subía el primero, se arrodillaba en las gradas ante el Abad y éste le quitaba la vara, preguntándole en alta voz “que por quien la había tenido hasta allí”. El alcalde debía responder que “por mano de su Paternidad Reverendísima, porque era suya”, y entonces el Abad se la devolvía o se la daba a cualquier otro vecino, escogido por él. En todo caso el que la recibía, tenía que prestar juramento de cumplir bien con su cargo y afirmar que dejaría la vara, “siempre que su Paternidad Reverendísima se lo mandase, sin valerse de que era suya ni remedio alguno”. La misma humillante escena se desarrollaba seguidamente con los Jurados, el Escriban, el Promotor Fiscal, los Alguaciles y el Nuncio o pregonero, haciéndoles declarar que sus cargos los tenían por voluntad y nombramiento del Sr. Abad y que solo los tendrían, “durante su voluntad y no más”, confirmándolos en el acto en los mismos o destituyéndolos y nombrando a otros vecinos, sin más explicaciones.”
Esta escena sonrojante se repitió ya en adelante, como costumbre, por los demás abades, salvo en el periodo de 1630-1670, en que el Concejo obtuvo el ejercicio de la jurisdicción baja y mediana sobre la Villa.

RECEPCIONES ACCIDENTADAS DE LOS ABADES

El despótico gobierno de Egüés II, durante 40 años. No mató, sin embargo, las aspiraciones del pueblo a independizarse del dominio del Convento, sino al contrario. Eso se vio ya en la accidentada recepción y toma de posesión de su cercano sucesor, Fr. Ignacio Fermín de Íbero, el 14 de marzo de 1593. Según el testimonio del Escribano de la Corte en Pamplona, Juan de Arbizu, el Concejo y el pueblo no querían recibir al Abad Ibero, como Señor de la villa, sino como Prelado. Antes de su llegado, huyo una sesión el Ayuntamiento a propósito de tal recibimiento y, mientras se celebraba, el nuncio o pregonero Juan Deci iba intimando a tambor batiente, a los vecinos a que saliesen a recibir al abad, “so pena de un ducado”. Al oírlo, los del Ayuntamiento preguntaron al Alcalde Joan Gil quién había mandado echar tal pregón y respondió que él, pidiéndole que lo hiciese cesar inmediatamente. Por fin, los del Concejo decidieron salir a recibirlo, “por cumplir con el mandato de la Justicia”; es decir, de mala gana. El recibimiento se hacía entonces en la Cruz del Humilladero y al ordenar el Abad al Alcalde y Regidores que fueran a besarle la mano, en señal de vasallaje, aquéllos dudaron, demorando un instante el cumplimiento de tal orden. Esta momentánea espera irritó al Abad, quien mandó leer, por medio de un Notario, una requisitoria escrita previamente, urgiendo el debido homenaje a su Señor.
En esta ocasión, Íbero ordenó que pusiesen preso en la cárcel del lugar al pregonero Deci, en señal de su poder[17]. Ya en la iglesia, al llamar el Abad al Alcalde y a los Jurados, éstos se hicieron los remolones y como no llegaban tan prestos, dijo al Alguacil de la Corte, Zabalza, que había venido con él de Pamplona, que los buscase, y los buscó en los escaños y los llamó, y vinieron el Alcalde, Joan Gil y dos jurados: Joan de Huete y Miguel de Rupérez, y como faltó el tercero: Miguel de Vea, que se había ido al campo, dijo el Abad que, puesto que él nombraba a los Jurados, quería que hiciese oficio de Jurado Diego García. Joan de Hete dijo al Abad que había otros que podían ser regidores en su lugar, y dejó de serlo[18].
Viendo el Abad, Fr. Ignacio F. de Íbero la resistencia del pueblo a reconocerlo como Señor de la Villa, apeló dos veces al Consejo Real de Navarra, quien se lo reconoció en 1594 y se lo confirmó en 1603[19].
No fue éste el único incidente ocurrido en las recepciones y tomas de posesión de los nuevos Abades, sino uno de tantos, pues, por ejemplo, el 25 de octubre de 1716, al hacer su entrada el Abad, Fr. Ángel Ibáñez, por tercera vez, el Alcalde ordinario, José de Alfaro Yanguas y los cuatro regidores, José Alfaro Gracia, Juan de Aliaga Bermejo, Ildefonso Rupérez y Bartolomé Vea, salieron como de costumbre, a esperarlo al Humilladero; pero no quisieron acercarse al estribo del coche abacial, para darle la bienvenida ni , terminada la recepción en la iglesia, acompañarlo hasta el Palacio abacial, haciéndolo solamente el Alcalde Mayor o del Crimen y sus alguaciles. Por supuesto, Fr. Ángel Ibáñez, hijo de un Capitán tudelano, entabló querella judicial contra ellos[20].

EL MOTÍN DE 1627 Y SUS CONSECUENCIAS

Tampoco fue el único levantamiento popular contra la Abadía, pues el más sonado y violento ocurrió los días 22 y 23 de junio de 1675. Ahora bien, como éste último fue minuciosamente descrito por el historiador D. Florencio Idoate, en sus conocidos Rincones de la Historia de Navarra[21] y resumido por nosotros en las Notas de nuestro Poemario Fiterano, renunciamos a ocuparnos nuevamente de él.
El motín de 1527 no fue ciertamente tan grave, pero es bastante curioso y tuvo buenas consecuencias para el pueblo. A la sazón, regía la Abadía un cordobés aristocrático, Fr. Plácido del Corral y Guzmán, que fue el último Abad perpetuo del Monasterio de Fitero. Era un monje generoso y bastante comprensivo, pero tuvo la desgracia de heredar una serie de pleitos espinosos, promovidos por su antecesor, Fr. Hernando de Andrade, que traían encrespado al vecindario, y el simple intento de la publicación de un bando sobre una pragmática real hizo estallar el motín. Debemos una descripción pormenorizada del mismo a Rafael Gil, un escribiente del Convento y más tarde del Ayuntamiento de la Villa, que vivió en el siglo XIX y dejó un Manuscrito desgraciadamente mutilado y algo tendencioso, pues fue muy afecto al Monasterio. Hela a continuación.
Empezó el 27 de diciembre de dicho año y continuó el 28. A la sazón, el pueblo esataba de pleito con el Monasterio. El monje que representaba a éste en Pamplona, envió al Abad una pragmática real, que había salido sobre los precios, para que la publicase el Ayuntamiento, como de costumbre, es decir, a tambor batiente del nuncio o pregonero. A tal objeto, envió el Abad un recado al Ayuntamiento, por medio del Escribano, para que así lo hiciesen; pero allí les respondieron “que si tal intentase el Sr. Abad, se perdería la Villa”; o sea, que habría violentas protestas. Entonces, el Abad mandó llamar al nuncio; pero éste se había ausentado, de acuerdo con el Ayuntamiento. A continuación, el Abad envió recado a Entonces fue el Abad en persona, acompañado de cuatro monjes, dos pajes y algunos criados a casa del nuncio, ordenando a su mujer que le entregase el tambor; pero ella le contestó que el tambor era de la Villa y que, sin orden suya, no podía entregarlo. Viendo, pues, el Abad que no iba a poder publicar la pragmática por bando, se resolvió a hacerla notoria, por notificación del Escribano; y habiendo llegado a la primera plaza (la de la Picota), junto al Pozo del Barrio Bajo, encontró sentados en un madero a Juan Barea, menor, y a Domingo Barea, a quienes dijo que lo acompañasen, y preguntándole éstos que para qué lo habían de acompañar, les dijo el Sr. Corral que el amo y señor de la Villa lo mandaba y que así le obedeciesen, a lo que replicaron los dichos Barea que ellos no lo reconocían como Señor y que, en el lugar, no había otro señor que el Alcalde de la Villa; y por esta desatención, mandó el Abad al Escribano que los hiciese presos; más ellos huyeron y fueron a dar cuenta de lo que pasaba, a un tropel de gente que estaba en la Plaza de más arriba (la Placilla), donde se había de hacer la publicación; y apenas oyeron las quejas de los Barea, toda la gente, en forma de motín, con mucha vocería, se encaminaron a donde estaba el Abad, y el Alcalde venía delante conteniendo a la gente, juntamente con los regidores, y el que primero llegó al sitio donde estaba el Abad, fue Juan de Barea, padre de los dichos Barea, y otro hijo suyo, quienes venían diciendo: “Eso nó, Señor nó…”, y Martín Barea traía en la mano derecha una espada y en la otra, la vaina, y llegando todos al dicho sitio, se puso uno, llamado el Rullo, con la espada desenvainada, delante del Sr. Abad, dispuesto como para pegarle; y otros muchos echaron mano de las espadas y luego se oyeron voces en el tumulto, que decían: “Matémoslo de una vez”, y entre otros que voceaban, gritó una mujer: “Déjenme pasar, que yo sola lo ahogaré”, y en esta confusión de voces y amenazas, tiraron una capa a la cara del Sr Abad, para sin duda asesinarlo; y hubieran acabado con él, si no se hubiera retirado y metido en la entrada de una casa de la viuda de Alayeto, donde se estuvo un rato con la puerta cerrada; y pareciéndole que ya se había sosegado el tumulto, salió de dicha casa y al verlo Bartolomé de Vea (que dicen capitaneaba a la gente), “Aquiétense todos –dijo- y veamos lo que quiere el P. Abad”. Al oír el Sr. Abad este lenguaje, le dijo en tono majestuoso: “Señor me habéis de llamar y os habéis de quitar el sombrero en mi presencia”; y en tono de mofa y burla, quitándose el sombrero el dicho Vea, le dijo: “Señor y Paternidad Reverendísima…”, y a estas razones, comenzaron de nuevo a gritar: “¡Qué Señor, ni qué calabaza! Aquí no hay otro señor que el Rey. Otros no conocemos aquí. Tal Señor miente. Es una desvergüenza el oír que es Señor”, y otros muchos desatinos e insultos. Y en esta turbación del pueblo, a persuasión de los monjes y del Escribano que lo acompañaban, se volvieron al Monasterio. Al día siguiente, salió el Abad a pasear en su coche, como tenía costumbre, y al pasar por las calles, Domingo Sanz aconsejó a unos muchachos que apedreasen al Abad. Salieron los muchachos a los huertos que están contiguos al pueblo, y comenzaron a tirar piedras y algunas de ellas pegaron en el coche; por lo que hubo de volverse al Monasterio dicho Abad y privarse de la diversión del paseo.
Al ver tales desacatos, marchó el Abad a Pamplona y no encontró en todo el pueblo quien le acompañase, sino Juan de Peña, que era ministro (alguacil), y a éste y a otros, que eran apasionados del Monasterio, los trataban de “traidores, judíos, capilludos, que vendían su patria”, y la noche de San Juan Evangelista, dieron de fuego a la casa de dicho Peña y a la del Fiscal.
Finalmente, por parte del Abad y del Fiscal Real, se presentó articulado de queja, y vista ésta, vino a recibir la información un Alcalde de Corte con su Alguacil, Comisario y Verdugo. Se recibió la información y concluida, llevaron varios presos a Pamplona.
Estando en esta causa, eran muchos más los pleitos pendientes contra la Villa, y como veía el Abad la causa y pleitos mal parados, hubo de hacer la Escritura de Transacción y convenios, y se hizo el año 1628, con la que se cortaron todos los pleitos y desavenencias, y pagaron las costas hechas hasta entonces, que eran 3.000 reales[22]. Hasta aquí Rafael Gil.
Añadamos por nuestra cuenta que los aspectos tratados en los pleitos eran numerosos e importantes, pues gran número de ellos se referían a la forma de explotación de las heredades, sometidas a censo enfitéurico, en unas condiciones intolerables; a la insaculación en el Ayuntamiento, que pretendía abolir el Monasterio; a las actas de Visita realizadas por el Abad, tendientes arrinconar al pueblo en la antigua Capilla de la Virgen de la arda; a los carneramientos realizados en los Montes Comunes, en provecho de los monjes, y a otras muchas pretensiones que tenía el Monasterio, en razón del pago de sus diezmos, quintos y cuartos. De todos modos, en este asunto de los pagos, quedó en pie la pena de comiso contra los que intentasen eludirlos, y el que no se llevara a cabo ninguna cosecha o recogida, sin haber sido supervisada por el Cillerero del Monasterio. (El comiso era la recuperación de una finca por el Monasterio; y el Cillerero era el fraile administrador del Convento y de sus bienes.)

NUEVAS TENTATIVAS DE LA VILLA
PARA EMANCIPARSE DEL MONASTERIO

Segunda tentativa

Ya nos ocupamos de la primera, que tuvo lugar en 1548, en tiempos del Abad Egüés II, bajo el reinado de Felipe II.
La segunda data de 1643, en el reinado de Felipe IV, durante el interabadiato de dos años y ocho meses, que precedió a la toma de posesión del primer Abad cuatrimestral, Fr. Atanasio de Cucho.
Las guerras con Francia, Inglaterra y Portugal obligaron a la Corona a arbitrar recursos para mantener sus ejércitos y con tal motivo, el Monarca despachó una Cédula al Virrey de Navarra, Conde de Oropesa, dándole facultad para otorgar cualquier tipo de mercedes a quienes aportaran cantidades de dinero. Al enterarse los fiteranos de tal noticia, solicitaron del Virrey 40 robadas de tierra en los Montes de Cierzo y Argenzón, para poder construir una nueva villa, independiente del Monasterio, ofreciéndole una suma relativamente considerable. Pero los monjes se enteraron, a su vez, de tal petición y ofrecimiento e hicieron ver al Virrey los grandes perjuicios que se les iban a ocasionar, ofreciéndole, por su parte, 2.000 ducados de plata doble, si no se accedía a la petición de los fiteranos. Y, en efecto, no se accedió. Oropesa consultó al Consejo Real de Navarra, siempre propicio a dar la razón al Monasterio, a tuerto o a derecho, y otorgó a éste un privilegio, el 31 de octubre de 1643, en virtud del cual ni la Villa de Fitero ni ningún particular de ella ni de fuera podía construir edificio alguno, mayor ni menor, en los Montes de Cierzo y Argenzón[23].

Tercera tentativa

Este nuevo fracaso no desalentó a los fiteranos, los cuales volvieron a la carga, nueve años después; es decir, en 1652. Fue la tercera tentativa. A la sazón, los apuros económicos de la Corona española se agudizaban, pues, a pesar del Tratado de Westfalia de 1648, continuaba la guerra con Francia, Portugal y Cataluña. Esta vez, los vecinos ofrecieron, según Jimeno Jurío, un donativo de 5.000 ducados (aunque Rafael Gil afirma que solo “dieron de presente 4.000) y la promesa de otros 11.000, si se les concedían terrenos para edificar su ansiada población. Y efectivamente, Felipe IV, con fecha del 14 de julio de 1652, expidió una Cédula Real, concediéndoles 50 robadas de tierra medida, en los Montes de Cierzo y Argenzón, en la parte, y sitio que designase la Villa, facultándolos para construir casas, iglesia, molino y todos los servicios necesarios. El nuevo pueblo se llamaría VILLA REAL, reconociéndola como buena villa, y sus autoridades tendrían la jurisdicción civil y criminal. La Real Cédula fue presentada al Consejo Real de Navarra, al que dejaba en postura desairada, el cual mandó que se comunicase al Monasterio, así como a las poblaciones navarras colindantes de Cintruénigo, Corella y Cascante. Ni que decir tiene que el Monasterio se apresuró a impugnar la merced, pero el pueblo siguió adelante con ella.
El Concejo nombró una Comisión para fijar el lugar del nuevo pueblo y, el 18 de abril de 1653, se eligió la encrucijada de los caminos de Corella a Cervera y de Fitero a Calahorra, al N. E. del Monasterio, en el término de Olivarete. Se nombraron medidores para ajustar las 50 robadas, y un pintor, para que delinease la planta del terreno. Apeló el Monasterio, alegando que el terreno elegido era de su propiedad y, desde el 21 hasta el e27 de enero de 1655, siendo abad, Fr. Benito López, D. Gerónimo de Feloaga, Oidor del Real Consejo de Navarra, procedió al reconocimiento de las mugas, haciendo el Apeo de su nombre, que ha hemos descrito minuciosamente en otro capítulo.
Sustancióse el litigio sobre la sobrecarta durante ocho años. En 1658, se dieron dos decretos: uno, el 13 de marzo, ordenando el cumplimiento de la Real Cédula, con la única variante de que la nueva población se construyera a una legua de distancia de la Abadía; y otro, del 2 de octubre del mismo año, mandando, a petición del vecindario, que se hiciese a un tiro de arcabuz del Monasterio, en el sitio elegido por la Villa, que era a la derecha de la actual carretera de Cintruénigo, frente a FITEX S. A. Los frailes interpusieron demanda ante la Corte de Navarra, solicitando que, el día en que los vecinos saliesen a poblar la nueva villa, perdieran automáticamente todo derecho a las casas y heredades de Fitero. Con que, el 22 de agosto de 1662, la Corte de Navarra sentenció que el Monasterio era dueño directo y solariego de las tierras, del suelo y de las casas de los vecinos, ratificando la solicitud de los monjes. Apeló la Villa al Consejo Real de Navarra, pero el 16 de enero de 1664, la Corte confirmó la sentencia anterior. Sin embargo, el pleito sobre la propiedad de Olivarete, en el que algunas familias habían comenzado a edificar sus viviendas, se prolongó hasta 1685, con dos sentencias: la de la Corte en 1683; y otra, del Consejo Real en 1685, declarando que el término de Olivarete era del Monasterio y que todos los edificios que habían construido en él los vecinos, quedaban como propiedad del Convento[24]. Así, pues, por tercera vez, se frustraron las aspiraciones independentistas del vecindario.

Cuarta tentativa – El motín de 1675

La cuarta tentativa tuvo otro carácter diferente: fue la sedición de 1675. Resulta que, en 1630, la villa había comprado la jurisdicción baja y mediana al Gobierno de S. M., manejado entonces por el famoso Valido de Felipe IV, Conde-Duque de Olivares, ofreciéndole 3.000 ducados; pero parece ser que, a causa de la situación deficitaria de la hacienda municipal, motivada, sobre todo, por los innumerables pleitos con que enredaba el Monasterio al pueblo, no pudo pagarlos por completo y a su debido tiempo. Entonces el Convento se aprovechó de esta situación, para recobrarla en 1670, por 8.000 ducados. Este hecho –y cohecho- añadido al fracaso de la tercera y un incidente típico de este estado de ánimos fue el ocurrido el 21 de mayo de 1674, en que el Convento pretendió impedir la tradicional corrida de toros, que se celebraba el día del Corpus Cristi. El Cillerero, Fr. Pedro Abado hizo saber unos días antes a los regidores Juan Tomás de Muro y Bernardo Atienza Jiménez que tenía orden del Sr. Abad, Fr. Jorge de Alcat – un rudo roncalés de Vidángoz-, para que no se hiciese el toril, en la parte acostumbrada y que, si lo hacían, “lo habían de quemar”. (Así, por las buenas). Pero el Concejo, secundado por el pueblo, no se arredró por esta amenaza. Los esbirros de la Abadía no quemaron el toril, y se celebró la corrida, sin invitar a los frailes.
La indignación del pueblo llegó al colmo al año siguiente, al enterarse de que los monjes, gracias a los manejos de su Procurador en Pamplona, ex abad, Fr. Bernardo de Erviti, hijo de un ex regidor de Pamplona, habían obtenido sobrecarta, concediéndoles la jurisdicción criminal sobre Fitero, con lo que los vecinos quedaban atados de pies y manos, a merced del Monasterio. El viernes 21 de junio de 1675, llegó al Municipio la orden de que se reconociese al Abad dicha jurisdicción, debiéndole entregar la vara del Alcalde del Crimen, que hasta entonces había tenido un vecino. Y a continuación estalló la rebelión, ya descrita en las Notas de nuestro POEMARIO FITERANO. El abad Alcat, temblando de miedo, al ser descubierto en la torre de la iglesia y maltratado de palabra y obra por los sublevados, firmó allí mismo su renuncia a la jurisdicción civil sobre la Villa, que formalizó seguidamente en la sacristía. Pero es claro que esta renuncia forzada no era válida y al terminar el tumulto, no se cumplió. Añadamos dos detalles de la represión subsiguiente, no consignados en nuestra narración del POEMARIO. El primero es que la inefable Reina Madre, Doña Mariana de Austria, aconsejada tal vez por su valido Valenzuela, ordenó arrasar el pueblo; pero, como esta barbaridad iba a acarrear, al mismo tiempo, la ruina económica del Monasterio, el Abad consiguió que esta orden no se llevase a cabo.
El segundo detalle es cómo iban a ser ajusticiados en Pamplona los 20 vecinos condenados a la horca. “Sean sacados –decía la sentencia, dictada el 22 de diciembre de 1676- a caballo, en sendas bestias de baste, con sendas sogas a la garganta, y llevados por las calles públicas acostumbradas, a son de trompeta y voz de pregonero que publiqué el delito, hasta el Campo de la Taconera, donde hay puesta una horca, y de ella sean ahorcados, hasta que naturalmente mueran. Y nadie sea osado de quitar de dicha horca sus cuerpos cadáveres, sin mandato de nuestra Corte”. Pero, el nuevo Virrey, Don Antonio de Velasco y Ayala, Conde de Fuensalida, que era un hombre humanitario y comprensivo, indultó de toda pena a los 115 encartados, de ambos sexos, a cambio de servir al Rey en la Guerra de Cataluña, con una compañía de 60 hombres, armados, vestidos y mantenidos, durante seis meses, a costa de la Villa[25]. Así acabó este famoso motín.

Quinta tentativa

Todavía se produjo en 1770, una nueva tentativa de emancipación del vecindario, limitada, esta vez, a la jurisdicción espiritual. Ya en 1633, siendo Abad, Fr. Plácido del Corral, el Concejo se atrevió a declarar en un auto que el vecindario pertenecía a la diócesis de Tarazona[26] y, por supuesto, en todas las tentativas de emancipación, uno de sus propósitos era la reincorporación a esta diócesis. De hecho, la mayoría de los fiteranos nunca estuvo conforme con la jurisdicción espiritual del Monasterio, tal como la ejercían y explotaban los monjes. Esta vez, en un breve Memorial dirigido a S. M. Carlos III, el 5 de agosto de 1770, por el Alcalde Mayor, D. Juan Antonio Medrano y por los 23 Insaculados en las bolsas de Alcalde y Regidores, le pidieron que separase la Parroquia del Monasterio y les designase un párroco secular y otros clérigos, sometidos al Obispo de Tarazona, comprometiéndose a construir el edificio parroquial y a sostener el culto. En el preámbulo, decía la Villa que tenía, a la sazón, 500 vecinos con 80 familias ilustres a quienes era durísimo e insoportable el dominio del Monasterio y los ásperos tratamientos que, en obras y palabras, padecían los vecinos. Y que, aun en caso de hallarse con legítimo derecho para obtener ambas jurisdicciones (civil y criminal), el desusado modo con que el Monasterio las ejercía, le ponían (al Rey, en precisa obligación de conciencia, por el bien, pública tranquilidad y reposo de aquella república, de reasumirlas e incorporarlas a la Corona[27]”.
Un mes después, el 6 de septiembre siguiente, se opuso a esta petición el Monasterio. Entonces la Corte de Madrid pidió información, para la instrucción del proceso correspondiente, al Monasterio, al Real Consejo de Navarra y al Obispo de Tarazona. El Real Consejo de Navarra contestó con un informe desfavorable, el 15 de enero de 1771; el Obispo de Tarazona, con uno favorable, el 2 de febrero siguiente; y el Monasterio, con un largo Memorial desfavorable del Abad, Fr. Adriano González de Jate, el 20 de este segundo mes. Por su parte, la Villa rebatió los alegatos del Monasterio y del Real Consejo de Navarra, con un extenso “Pedimento de la Villa de Fitero”, redactado por el Licenciado Juan Francisco Volante de Ocáriz y presentado el 23 de diciembre de 1772.
En él se especificaba –además de los motivos fundados en hechos, que tenían los vecinos para pedir tal separación- que la nueva iglesia parroquial que quería construir la Villa, dependiente del Obispado de Tarazona, estaría a cargo de un Cura y ocho o más beneficiados patrimoniales: cargos que se deberían proveer en hijos del pueblo, destinando para su dotación todos los frutos decimales y primiciales que se daban al Monasterio, del que quedarían desvinculados por completo, en el orden religioso[28]. Pero, a pesar de todos los argumentos esgrimidos por la Villa, Su Majestad confirmó los privilegios de señoría y de jurisdicción temporal y espiritual del Monasterio sobre Fitero, gracias, sobre todo, a la oferta de 1000 doblas de oro, hecha por los monjes a la Hacienda Real. Como se ve, el último argumento del Monasterio, que era el más rico, se reducía invariablemente al cohecho. El Abad González de Jate y su Capítulo se vengaron, a continuación, de los Regidores y de los 23 Insaculados que habían firmado la petición del 5 de agosto de 1770, prohibiéndoles a ellos, a sus hijos y a sus nietos, y a otros cuatro vecinos más, entrar en el Monasterio y en la Sacristía[29].

Sexta tentativa

La última tentativa emancipadora del pueblo data de la terminación de la Guerra de la Independencia, y se halla reflejada en el enérgico acuerdo del Ayuntamiento del 20 de mayo de 1814, siendo Alcalde el Licenciado Tiburcio Asiain, y Secretario, D. Celestino Huarte. Asistieron asimismo a la sesión los Regidores Joaquín Val, Juan Aliaga, Pablo Yanguas y Manuel Ximénez Latorre, los cuales propusieron que, “habiendo estado el Monasterio de Monjes Bernardos de esta Villa, Orden del Císter, en la posesión y ejercicio de las juirisdicciones civil y criminal, nombrando anualmente Alcaldes, Regidores y demás cargos inherentes a las mismas, sufriendo en estas operaciones las vejaciones que la experiencia de muchos años les ha hecho conocer, siendo todo ello tan opuesto a su primitivo Instituto monástico, como doloroso e insoportable a sus honrados vecinos, esclavizados al arbitrio de unos individuos que la esencia de su ministerio y profesión es la separación del siglo, con una absoluta abdicación y renuncia de los bienes temporales,…, con motivo de la restitución al Trono de nuestro augusto y deseado Monarca, Sr. D. Fernando VII…, acuerda la Villa recurrir a S. M., para que se digne incorporar a la Jurisdicción Real la civil y criminal de esta Villa”.
Para conseguirlo y realizar las gestiones necesarias, se nombró una Comisión con plenos poderes, compuesta por el Licenciado Tiburcio Asiain, D. Juan Antonio Medrano Morales y D. Manuel Santiago Y Octavio de Toledo[30].
Ni que decir tiene que esta última tentativa de emancipación del pueblo del dominio del Convento, hecha en una época de feroz reacción absolutista, también fracasó. Los fiteranos tuvieron que esperar todavía, para alcanzarla, 21 años.

Observación final

Hagamos para terminar, una observación. A lo largo de toda la historia de la pugna secular entre el pueblo y la Abadía, uno se queda extrañado de que, de ordinario, por injustos que fueran los pleitos entablados por el Monasterio contra el vecindario y por justos que fuesen los incoados por la Villa contra la Abadía, se fallase casi siempre, desde Pamplona, a favor de esta última. Pero a explicación es bien sencilla. Baste saber que en las Cortes de Navarra, predominaban entonces los votos de la nobleza y el clero, que solían unirse, sobre la minoría del pueblo. La Comisión Permanente de la Diputación se componía de 7 diputados, que solo reunían 5 votos: 1 del estamento eclesiástico, 2 de la Nobleza, 1 de Pamplona y 1 de las Merindades; o sea, 3 contra 2. Y para remate, el Presidente de la Diputación era por turno uno de los Abades de los monasterios navarros, el cual tenía voto decisivo, en caso de empate. Dio la casualidad de que el último Presidente abacial de la Diputación de Navarra fue precisamente el último Abad de Fitero: Fr. Bartolomé de Oteiza, a quien el general carlista Zumalacárregui amenazó con fusilarlo, a él y a sus compañeros de la Diputación, por una proclama francamente isabelina. Más aún. Desde su cuartel general de Navascués, expidió, el 2 de febrero de 1834, un decreto, condenándolos a muerte, si no abandonaban el bando liberal, en el término de 8 días[31]. Pero no pudo cumplir su amenaza, porque no llegó a apoderarse de Pamplona y los diputados, continuaron en sus puestos. La última sesión que presidió Fr. Bartolomé de Oteiza, fue la del 27 de agosto de dicho año.



CAPÍTULO VI

COMUNICACIONES Y TRANSPORTES

Sendas y caminos de herradura

Fitero jamás fue un pueblo completamente aislado, pues su territorio empezó a tener vías de comunicación, incluso antes de tener vecindario. La importancia y fama que adquirió su Abadía Cisterciense, desde el siglo XII, y el renombre de sus aguas termales, conocidas desde la época romana, hicieron necesarias vías de acceso, las cuales, durante la Edad Media, se redujeron a simples sendas y caminos de herradura. Las sendas más santiguas fueron seguramente la de Tudején a Fitero, la de Yerga a Niencebas y la de Niencebas a Fitero. Algo más tarde se abrieron los caminos vecinales de herradura de Fitero a Cintruénigo, a Cervera y a Alfaro.

Caminos de ruedas o carriles

Los caminos de ruedas o carretiles son ya, en España, de los siglos XVI y XVII, y en Fitero, de la segunda mitad del siglo XVI. En efecto, en la Cuenta del Espolio del Abad, Fr. Ignacio Fermín de Ibero (1592-1612), dada por el Prior, Fr. Bernardo Pelegrín, al nuevo Abad, Fr. Felipe de Tassis, figura un coche abacial con dos caballos, vendido a D Pedro Díaz en 4.000 reales, y una litera abacial con dos machos, vendida al Obispo de Tarazona, en 3.000[1]. Esto quiere decir que por entonces, había ya en Fitero, por lo menos, un camino carreteril, que era el Camino Real de Agreda; o sea, el antiguo de Valdespinete, hasta el Nacedero, en que continuaba por el Camino de los Degollados. Por otra parte, al firmarse la Escritura censal de regadío de 1584, el Concejo empezó a ocuparse de abrir algunos caminos de acceso a los principales términos, constando que, en dicho año, la vecina María Martínez cedió a la Villa un pedazo suyo, para abrir el Camino de Cueva Murillo[2]. Según el Tumbo de Fitero, el Abad, Fr. Plácido del Corral y Guzmán hizo también algunos caminos[3]; y Florencio Idoate, en su Catálogo documental de la ciudad de Corella, inserta un tosco plano del siglo XVII en el que aparecen claramente los caminos de Fitero a Cervera, a la Granja de Niencebas, a los Baños Viejos, a la Dehesa de Valdeguarro y a Cintruénigo[4].

Carreteras

Las carreteras dignas de este nombre no empezaron a construirse en España hasta el siglo XVIII en que recibieron un primer impulso del Marqués de la Ensenada, Ministro de Fernando VI, y, a continuación, de los Ministros reformistas de Carlos III, en cuya época se construyeron las seis grandes carreteras radiales que, desde Madrid, se dirigían a la Coruña, Badajoz, Cádiz, Valencia, Pamplona-Bayona y Barcelona. En Fitero, los viejos caminos de ruedas no empezaron a convertirse en carreteras hasta mediados del siglo XIX en que se ensancharon o en que se construyeron nuevos, como la carretera de Cintruénigo a los Baños. Pascual Madoz escribía acerca de ellos en la década de 1840, lo siguiente: “Como el terreno no es generalmente quebrado, aunque tampoco completamente llano, los caminos, bien que naturales, son accesibles a carruajes. Sin embargo, el que puede considerarse principal, que se dirige, por una parte, a los Baños, y por otra, a Tudela por Cintruénigo, está medianamente cuidado… Por la jurisdicción de Fitero y a ¾ de legua distante, pasa el Camino Real de Navarra (la carretera de Madrid), primero que se construyó en España y concluye en los Tres Mojones, sin que desde tanto tiempo, se haya pensado en continuarlo por Castilla para Madrid, adonde se dirige[5].
Algo parecido ocurrió 70 años después, con la carretera de Fitero a Ablitas, de la que en 1920 solo estaban construídos unos 7 kilómetros, estando paralizadas las obras desde hacía años y faltando todavía para concluirla unos 14 kilómetros. Se reanudaron al final de la década de los 20 y se terminó, durante la 2ª República. Por cierto que, al reanudarlas desde El Corral de los Altos, un barreno le llevó dos dedos de la mano derecha al encargado fiterano, José Romano.
 Uno de los malos recuerdos de mi juventud fiterana es el de las densas nubes de polvo que levantaban los escasos automóviles y camiones que circulaban por aquellas carreteras; sobre todo, por la de Tudela a Cervera, y que tardaban en disiparse algunos minutos. Por fortuna en la década de los años 30 y antes de la Guerra Civil de 1936-1939, las carreteras de Fitero empezaron a ser embreadas, siendo la primera la de Tudela a los Baños; y la última, la de Ablitas, que se embreó ya hacia mediados del decenio de los 50.
Por lo demás, el territorio de Fitero, desde principios del siglo XX, estaba atravesado por 4 carreteras de 2º orden: 3 radiales y 1 transversal; y alrededor de una docena de caminos interiores. Las carreteras radiales eran la A-F, la A-G y la 4-1; y la transversal la 8-B, según la nomenclatura oficial de entonces de las carreteras de Navarra; o sea, en términos vulgares, la carretera de Hospinete, la de Cintruénigo a Madrid por la Nava, la de Tudela a Cervera y la de Fitero Ablitas (inacabada). En cuanto a los caminos  de los términos, los principales eran los que partían de dichas carreteras, en el orden siguiente: por cada lado. De la carretera de los Baños a Cintruénigo, por la izquierda: el camino de Sancho Barón, el de Santa Lucía, el de Cementerio, el de Alfaro y el de Abatores; y por la derecha: el de la Vega, el de las Viñas de en Medio, el de la Huerta, el camino viejo de Cintruénigo (ya desaparecido) y el de la Estanca.
De la carretera de Hospinete, por la derecha: el de las Heleras, el del Combrero, el de Boscas y el de los Degollados; y por la izquierda, el de Ormiñén.
Añadamos por curiosidad que, en la carretera de Hospinete, unos 100 metros antes de llegar al comienzo del Camino de Roscas, se encuentra, a la derecha, una lápida muy borrosa cuya inscripción es ya indescifrable. Es el hito funerario de Celestino Córdoba: un vecino de Olvega, que murió trágicamente en este sitio, el 12 de diciembre de 1921, a los 48 años. Venía a Fitero a comprar vino, con un carro. Se desbocó la mula y al tirarse Celestino imprudentemente por delante del carro para sujetarla, le pasó una rueda por encima y lo reventó. Iba en compañía de un hijo suyo y fue enterrado en Fitero. En la lápida se lee aún dificultosamente: “Recuerdo de su esposa e hijo.”

Servicio de viajeros por carretera

A)  Las diligencias.

Anotemos antes de nada que, en los tiempos pasados, no viajaba la gente y la mayoría de los fiteranos se morían sin haber salido nunca del pueblo. A lo sumo, iban algunos de romería, a pie, en burra, o en mula a Yerga, Agreda, Cintruénigo o Cervera. Por otra parte, el servicio regular de viajeros por carretera, en España, solo data de la segunda mitad del siglo XVIII, pues, hasta febrero de 1763, no se estableció la “Diligencia General de Coches” y hasta 1769, no funcionó regularmente. Por la ruta del N. E., esta diligencia iba desde Madrid a Pamplona y Zaragoza, y en el viaje se invertían seis días, caminando 6 horas al día. El servicio era semanal y costaba 4 reales de vellón por legua y por asiento, pudiendo llevar cada viajero una o dos arrobas de equipaje.
En Fitero, el servicio más antiguo de viajeros por carretera data ya del cuarto decenio del siglo XIX y fue establecido por los Baños Viejos (V. Palafox). Según el testimonio de Pascual Madoz, se reducía a una diligencia que, durante la temporada oficial, es decir, en el verano, venía a ellos de Tudela un día sí y otro, no, al precio de 20 reales cada asiento[6]. Cada viajero estaba obligado a pagar además al postillón 1 real de vellón por parada. Las diligencias solo tenían una capacidad para ocho o diez viajero. Ahora bien, a principios del siglo XX, la diligencia de los Baños hacía ya un viaje diario de ida y vuelta, durante todo el año, y servía a los dos Balnearios; pero no iba a Tudela, sino a Castejón. El viaje sencillo costaba 3,50 pesetas y duraba más de dos horas. Por supuesto, la diligencia recogía preferentemente a los bañistas, y si sobraban plazas, a otros viajeros.
B)   Los automóviles de línea
En 1910, las diligencias fueron sustituídas por dos flamantes autobuses, comprados por la S. A. Baños de Fitero. Recuerdo que, durante el primer mes, su parada frente a la Plazuela de San Antonio constituía un espectáculo asombroso para todos los vecinos; sobre todo, para los muchachos, los cuales no acabábamos de comprender cómo aquellos extraños y enormes coches podían correr sin caballos y llevar más viajeros que las diligencias. Eran de la marca Hispano-Suiza, y los trajo y manejó en un principio, como conductor y como mecánico, un mocetón extranjero, alto y rubio, llamado Jacobo (Jacques), que apenas si entendía algo de español.
         Anotemos de paso que el primer automóvil particular que rodó por las calles de Fitero fue un Ford de D. Gervasio Alfaro, inscrito en Pamplona con el número de matrícula 104, según publicaba LA VOZ DE FITERO del 27 de octubre de 1912, En un dato curioso, peus hasta 1918 solo se habían matriculado en Navarra 212 automóviles, de manera que Fitero fue uno del os pueblos pioneros del automovilismo navarro.
Naturalmente los autobuses de los Baños, como anteriormente las diligencias, transportaban preferentemente a los bañistas; pero no tardaron en aparecer empresas automovilísticas, ajenas a los baños, para transportar a toda clase de viajeros. Se hicieron famosas La Protectora y la Sociedad de Automóviles del Río Alhama, que cubrían al servicio de viajeros de la línea Cervera-Tudela, y que, hasta 1932, sostuvieron una competencia desaforada, contada jocosamente en entro libro Miscelánea Fiterana (página 69).
En 1971, funcionaban ya en nuestro pueblo y en los vecinos de la cuenca del Alhama, tres líneas de autocares: 1) la de Fitero a Pamplona, servida por la empresa EL ARGA, que hacía dos viajes diarios de ida y vuelta, saliendo, en el verano, de los Balnearios; 2) la de Cervera a Tudela, servida por la citada SOCIEDAD DE AUTOMÓVILES DEL RÍO ALHAMA, que hacía tres viajes diarios de ida y vuelta, 3) la de Cervera a Castejón, servida por la misma Sociedad, que solo hacía un viaje diario de ida y vuelta, encargándose del transporte de Correos.
En el verano de 1972, todavía se mejoró más el servicio, pues la CONDA S. A., sucesora de EL ARGA, hacía tres viajes diarios de ida y vuelta a Tudela, y dos diarios y uno alterno (lunes, miércoles y viernes) a Castejón.
Los precios de la CONDA en 1972, desde Fitero a los demás pueblos del trayecto eran los siguientes: a Cintruénigo, 4 pesetas; a Corella, 7,50; a Alfaro, 13,50; y a Pamplona, 88 pesetas. A su vez, los precios de los AUTOMÓVILES DEL RÍO ALHAMA eran: a Cintruénigo, 5 pesetas; a Corella, 10; y a Tudela, 23. Pero en 1988, el viaje a Cintruénigo costaba ya 35 pesetas; a Corella, 60; y a Tudela, 150.
El servicio de taxis fue iniciado por el mecánico Simón Muñoz, en la segunda década del siglo XX.
En el Libro de Acta de las sesiones del Ayuntamiento de 1920-1922 (folio 311), nos tropezamos con una curiosa cuenta de CUARTEN PESETAS, presentada por muñoz, en la sesión del 2 de noviembre de 1921, como precio del alquiler de su auto, para un viaje de ida y vuelta a Castejón, de una Comisión Municipal de Teléfonos. Tenía un Peugeot, modelo 402, que se lo requisaron en 1936, comenzada la Guerra Civil de 1936-1939, quedando interrumpido este servicio. Pero lo reanudó, en las postrimerías de la contienda, Celestino Fernández Gubiela, quien lo desempeñó hasta 1957.
Ya en 1939, empezó también a trabajar como taxista Franciso Hernández Andrés, con un automóvil “de historia”, pues era un Fiuat de lujo, de segunda mano, modelo 525, de 22 H. P., comprado en 20.000 pesetas, al Embajador de Suecia en Madrid. Constaba de dos compartimientos cerrados, dando órdenes sus ocupantes al chófer, por un teléfono interior. El Sr. Hernández andaba eufórico con su elegante coche, cuando el 30 de septiembre de 1940, una orden del Gobierno prohibió circular con gasolina a los turismos de más de 18 H. P., los cuales deberían hacerlo en adelante con un gasófgeno, lo mismo que los autobuses y camiones. El gasógeno era un aparato que se colocaba en los coches automóviles y motores de explosión, para hacerlos funcionar con el gas producido en ellos por la destyilación del carbón, en sustitución de la gasolina. Se trataba de un armatoste adicionado al coche que, además de representar un peso suplementario, contaminaba el ambiente y resecaba las camisas y pistones. Al Sr. Hernández no le convenció tal solución y retiró su Fiat, sustituyéndolo en 1941 por un Delage de 18 H. P., que le costó lo mismo que un gasógeneo. Más adelante cambió el Fiat por un Renault, modelo Prima 4.
A propósito de los invonvenientes de los gasógenos, el Sr. Hernández, que, en el verano de 1941, hacía el servicio de taxis entre los dos Balnearios, porque los autobuses de línea no podían o no querían subir y bajar a los bañistas del Baño Viejo (hoy Palafox), nos refirió un caso, presenciado por él, verdaderamente despampanante. Fue el de unos Marqueses que llegaron a los Baños, en un flamante Cadillac, con el vulgar gasógeno. Este había sufrido una avería por el camino y, por añadidura, al automóvil se le había pinchado una rueda. Al salir del vehículo en los Baños, parecían unos negros del Senegal, y el primer baño que tomaron nimediatamente, fue uno de limpiez total. La verdad es que aquellos primeros cinco años de la década de 1940, fueron verdaderamente calamitosos. En 1942, no hubo gasolina para nadie durante 25 días. Tampoco había ruedas, aceites ni rpuestos; y en cambio, abundaban en las carreteras los clavos y herraduras, los baches  ylas piedras sueltas. “Hacer un viaje a Catejón, en aquel entonces, sin tner un pinchazo –nos comentó con gracejo el Sr. Hernández-, era como poner unapica en Flandes”, Hacia 1945, cobraba por un viaje a los Baños o a la estación de Fitero en La Nava, 6 pesetas; y por uno de ida y vuelta a Zaragoza, 150 pesetas.
Desde 1959 a 1967, ejerció el oficio de taxista Jesús Melero, con un Seat 1400. Los precios de ida y vuelta de su época fueron los siguientes: a Cintruénigo, 60 pesetas; a los Baños, 40; a Corella, 100; a Tudela, 150; y a Zaragoza o Pamplona, 600 pesetas.
Le sucedió Joaquín Acereda Aznar, con Seat 1500, alimentado con gasolina desde 1967 a 1977. En esos 10 años, el costo de la gasolina pasó de 11 pesetas el litro a 36. Naturalmente los precios de los viajes también subieron, como se ve en la siguiente parrilla.
A Castejón o Tudela: 150 pesetas (1967), 400 pesetas (1977)
A Pamplona o Zaragoza: 600 pesetas (1967), 1.200 pesetas (1977)
A San Sebastián: 1.200 pesetas (1967), 2.400 pesetas (1977)
A Madrid: 2.100 pesetas (1967), 4.000 pesetas (1977)

El taxista que mayores servicios prestó al pueblo fue Miguel García Enguid, que empezó en junio de 1952 y acabó prácticamente en los comienzos de 1988; o sea, durante 36 años. Naturalmente, en tan largo intervalo de tiempo, cambió de modelos de coche una docena de veces. Empezó con un Ford Modelo 8, de 25 H.P., cuando la gasolina costaba 3.50 pesetas el litro. Otros modelos alimentados con gasolina, fueron un Seat 1400, otro Seat 1400 C y un tercero, modelo 1500, así como un Simca 1000. En adelante, empleó coches movidos con gasoil y fueron un Dodge, modelo Dart, 2700; un Chrysler 180, un Talbot 180 D, un Peugeot 505 D, y últimamente, un Fiat 2500 Argenta, un Citroën BX19-TRD y una Ambulancia Seat 131 D.
Su primer coche se lo compró al Marqués de Albaida en 83.000 pesetas y fue el primero con radio que se usó en Fitero; y a partir de los modelos Seat, todos sus coches llevaron calefacción, lo que constituía otra novedad en nuestra Villa.
Por supuesto, los precios de los viajes cambiaron entretanto por completo, en sentido ascendente. He aquí unas muestras, relativas a viajes de ida y vuelta sin espera.
A Cintruénigo: 35 pesetas (1952), 500 pesetas (1988)
A Corella: 45 pesetas (1952), 750 pesetas (1988)
A Castejón: 90 pesetas (1952), 1.400 pesetas (1988)
A Tudela: 110 pesetas (1952), 1.800 pesetas (1988)
A Pamplona: 500 pesetas (1952), 7.350 pesetas (1988)
A Zaragoza: 550 pesetas (1952), 7.500 pesetas (1988)
A San Sebastián: 900 pesetas (1952), 14.000 pesetas (1988)
A Bilbao: 1.000 pesetas (1952), 15.000 pesetas (1988)
A Madrid: 1.200 pesetas (1952), 11.000 pesetas (1988)

La prudencia de Miguel como conductor era proverbial y jamás tuvo un accidente. En 1988, se jubiló prácticamente, cediendo sus coches a su hijo, Leonardo García Hernández.

La Gasolinera “Quico”

Al generalizarse los medios de transporte motorizados, surgieron las gasolineras.
Según la información que nos comunicó el Sr. Francisco Hernández Andrés, el primer distribuidor de gasolina en Fitero, fue Simón Muñoz, al comienzo de la década de 1920. Tenía su puesto en la calle Lejalde, nº 37, en un viejo edificio, derribado posteriormente y sustituido por otro moderno. Al principio solo había una clase de gasolina, que se vendía a 0,62 pesetas el litro, subiendo poco a poco a 1, 2 y hasta 3 pesetas, ya en 1944. Precisamente en este año, la Campsa concedió, en el mes de septiembre, la distribución de gasolina en Fitero al Sr. Hernández Andrés, quien durante bastantes años, lo hizo en el mismo puesto de Simón Muñoz, hasta que en 1970, construyó, casi enfrente, la Gasolinera “Quico”; al principio, sin cubierta, y desde 1975, con ella. El coste total, incluidas las instalaciones, fue de unos tres y medio millones de pesetas. En 1951, cuando solo había en Fitero un tractor de Julián Yanguas, el Sr. Hernández instaló ya el aparato de gas-oil, que, con anterioridad, se vendía en bidones, a 2 pesetas el litro. Fue uno de los primeros aparatos de esta clase, montados en Navarra, pues, en el trayecto de Fitero a Pamplona, solo había entonces otro, en la gasolinera particular de Joaquín Segura, hoy de su viuda, Doña Carmen Andrés.
Hacia 1944, la venta de gasolina en Fitero oscilaba entre 2.000 y 3.000 litros mensuales. En cambio, en 1987, la venta anual de la “Gasolinera Quico” fue de cerca de dos millones y medio de litros; es decir, un promedio de 200.000 por mes. Este aumento extraordinario tenía tres explicaciones: 1) el incremento asimismo notable en automóviles, motocicletas, tractores y motocultores, que experimentó el pueblo, a partir, sobre todo, de 1970; 2) al emplazamiento estratégico de la Gasolinera, en una encrucijada de tres carreteras secundarias, conectadas, a pocos kilómetros, con la carretera nacional de Madrid; 3) a la afluencia, en el verano, de miles de clientes a los Balnearios y de no pocos turistas y veraneantes al pueblo, que vienen con sus automóviles propios.
A principios de 1988, la Gasolinera Quico distribuía dos clases de gasolina, y otras dos de gas-oil. La de gasolina era de 92 y 97 octanos, que se vendían respectivamente a 72 y 78 pesetas el litro; y la de gas-oil, que eran rojo y blanco, a 58 pesetas el litro, indistintamente. Era su propietario D. José Hernández Tovías, hijo del Sr. Fernández Andrés.

Servicio ferroviario

Data del 29 de septiembre de 1941, en que se inauguró la prolongación hasta Castejón de la vía férrea de Madrid-Soria; y asimismo de la estación de Fitero, construida previamente en La Nava. Hasta cierto punto, el ferrocarril Soria-Castejón representó un beneficio para Fitero, puesto que lo comunicó directamente con Madrid, Logroño, Pamplona y Zaragoza. Por otra parte, benefició especialmente a los fabricantes y comerciantes del pueblo, que expedían o recibían grandes cargamentos de mercancías, sin necesidad de llevarlos o de recogerlos en las estaciones de Castejón o de Tudela. Sin embargo, para el vecindario en general fue un beneficio muy relativo, por pasar a 4 kilómetros de la Villa, y por otro lado, asestó de momento un rudo golpe al pequeño comercio del pueblo, pues no pocos compradores castellanos dejaron de venir a Fitero, por resultarles más cómodo, rápido y barato, bajar a Cintruénigo o a Corella.
Durante las primeras décadas de este siglo, los fiteranos se habían hecho muchas ilusiones con la construcción de un tren que iba a pasar por el pueblo. El desengaño sufrido por los vecinos, con el fracaso de un tren de vía estrecha, que debería enlazar Castejón con los Baños Nuevos (hoy Gustavo Adolfo Bécquer), en 1905, no los desalentó y en el número 2 del periódico FITERO MERCANTIL, editado por Rufino Maculet, en noviembre de 1917, D. Alberto Pelairea les dedicó esta coplilla:
Vino aquí un ilusionista
que trabajaba muy bien.
Para ilusionistas estos
que han venido a lo del tren.

         Por fin, 24 años después, vino el tren, pero no como lo esperaban los vecinos.
En 1972, había un servicio ordinario de trenes de ida o vuelta a Madrid, asegurado directamente por el TER o el CORREO, los cuales servían asimismo las líneas de Bilbao, San Sebastián, Logroño y Pamplona, con enlace en Castejón. Además los lunes, miércoles y viernes, funcionaba el RAPIDO; y, para cubrir el servicio de las líneas de Zaragoza y Barcelona, pasaban los mismos trenes por Tudela, y a la llegada y salida de todos ellos, había un servicio de autobuses que pasaban por nuestro pueblo. La estación ferroviaria de nuestra Villa tuvo una existencia efímera, pues solo funcionó efectivamente como tal, durante dos décadas. En el decenio de 1960, se convirtió ya en un simple apeadero; y en el de los 70, fue suprimida.

Servicio de Correos

Es muy probable, aunque no nos consta documentalmente, que, desde el siglo XVI, la Abadía emplease ocasionalmente algún correo a caballo; pero es seguro y está documentado que lo tenía ya desde comienzos del siglo XVII, pues, en el Espolio del Abad, Fr. Felipe de Tassis, figura un recibo de 12 reales, firmado por Fr. Jerónimo de Álava, el 12 de abril de 1615, por una resma de papel batido y portes de cartas que le dejó a deber dicho Abad, fallecido el 13 de mayo anterior[7]. Por otra parte, en la estadística de 1676, figura “un Correo de la Villa[8]. El escribano Juan Francisco Llorente registra una declaración del Correo en 1721[9], y el escribano José Semper, una “facultad para nombrar Correo”, en 1728[10].
         En un principio, se llamó Correo al encargado de transportar la correspondencia, a pie o a caballo, y más tarde a la correspondencia misma. Al organizarse, en la segunda mitad del siglo XVIII, el servicio viajero de las Diligencias, se encargaron éstas de transportar la correspondencia. Hasta 1808, pasaba por Fitero el correo de Soria a Tudela, que llevaba la correspondencia de Madrid a todo el mediodía de la Península; pero, desde esa fecha, dejó de hacerlo, sin duda, inicialmente, por la Guerra de la Independencia, y desde 1814, por la mala voluntad del conductor de la Diligencia, el cual alegaba que estaba mal el camino, de manera que hasta 1817, iba directamente de Agreda a Cintruénigo, sin pasar por Fitero. En vista de ello, D. Manuel Santiago Octavio de Toledo, comisionado por la Vila, se dirigió a la Dirección General de Correos, pidiéndole el restablecimiento del servicio primitivo, “en atención a que su población consta de 600 vecinos, y además, tiene unos Baños Termales muy concurridos de personas de distinción así de esta corte, como de otras muchas ciudades principales de España, y que el rodeo es muy corto, pues desde la casa del Portazguillo a Cintruénigo, que es el camino que ahora lleva el conductor, hay dos leguas, y pasando por Fitero, no llega a dos y cuarto, de muy buen camino, que, si necesario fuere, se reformará. Por otra parte, en Fitero nada tendrá que detenerse para dejar una valija y tomar otra, ya que se le tendrá dispuesta y que, con el tiempo que tiene señalado el conductor, para ir desde Agreda a Cintruénigo, le queda suficiente para pasar por Fitero, sin alterar en cosa alguna las horas”. Tal solicitud fue firmada el 19 de junio de 1817, y terminaba suplicando que el apartado de las cartas para Fitero y sus Baños se hiciera en las estafetas de Soria y Tudela.
         A la sazón, el conductor de la correspondencia tenía señaladas 5 horas, para llevarla de Soria a Tudela, pasando por Cintruénigo y Corella. El tal sujeto se llamaba Tomás de la Fuente y andaba poniendo pegas a Fitero, para sacarle dinero, consiguiendo que se le diesen 500 reales anuales, como acordó en la sesión del Ayuntamiento del 26 de septiembre de 1817; pero siguió haciéndose el remolón y retardando adrede los viajes, porque quería más dinero; y como no se lo dieron, dejó finalmente de pasar por nuestro pueblo. En vista de ello, en otra comunicación de don Manuel S. Octavio de Toledo, del 3 de enero de 1818, pidió a la Dirección General de Correos que el conductor entregase y recibiese la valija de Fitero a su paso por el camino o por Cintruéngio, a cuyo efecto nombró el Ayuntamiento a un encargado de este menester. Se llamaba D. Bernardo Rincón y era ya Maestro de Primeras Letras de la localidad. Fue contratado también como Administrador de Correos en la sesión del 15 de febrero siguiente, por 16 ducados anuales en lugar de los 18 que percibía su antecesor, alegando que ya no pasaba por el pueblo el conductor de la correspondencia de Madri y, por tanto, no tenía que sufrir, por este motivo, “las incomodidades que se tenían en recibir y entregar las valijas, a hora intempestiva de la noche[11].”
Don Bernardo Rincón murió en el verano de 1824 y, por la misma época, falleció asimismo D. Bernardo Martínez, preceptor de Gramática Latina. Entonces, el Municipio, en la sesión del 23 de septiembre siguiente, hizo un triple nombramiento; a saber, de Maestro de Primaria, de Preceptor de Gramática Latina y de Administrador de la Estafeta de Correos, a favor del ex fraile franciscano, D. Martín Subirán. Por los dos primeros conceptos, le asignaron 840 reales fuertes anuales, y por el 3º, 16 ducados anuales, “para que le sirvan de alivio y subsistencia”, como decía el Acta. Lo más curioso del caso es que el Sr. Subirán no estaba examinado todavía de Maestro, por lo que le concedieron 4 meses de plazo, para que lo hiciera[12].
Ni que decir tiene que la correspondencia más numerosa por entonces era la del Monasterio. En el Libro de Cobranzas de sepulturas del año 1792 y atrasadas, constan las cantidades que el Depositario del Convento, Fr. Blas Martínez entregó al Cillerero, Fr. Esteban Cenzano, como importe de los “portes de las cartas de los monjes”, en los 4 años siguientes: en 1830, 209 reales fuertes y 36 maravedís; en 1831, 143 r. f. y 8 m.; en 1832, 146 r. f. y 15 m.; en 1833, 115 r. f. y 23 m.[13]
Hasta mediados del siglo XIX, no se hacía el intercambio de valijas del Correo de Fitero, en Corella, más que una vez al día. Lo realizaba un cartero por 800 reales anuales. En 1857, era una mujer, llamada Luisa Bermejo, a la que el Ayuntamiento acordó aumentar el sueldo a 1.080[14] reales. En 1858, el Ayuntamiento se dirigió al Director General de Correos, solicitando que, en adelante, se tomase el correo de Fitero en Cintruéngio y no en Corella, haciéndose los apartados en Soria y en Pamplona. El portador de la valija iría a Cintruénigo dos veces al día, en lugar de una a Corella. La dirección General de Correos accedió a esta propuesta y el Ayuntamiento acordó pagar el valijero real 4 reales diarios y habitación, en vez de los 3 que percibía por ir a Corella[15]. En 1867, dirigió una instancia al Gobernador Civil de Navarra, firmada asimismo por Cintruénigo y Corella, pidiendo que, en lo sucesivo, se tomase la correspondencia para los tres pueblos, en Castejón y se la condujera por los coches de la UNIÓN CORELLANA, en atención al retraso que se le observaba[16]. Posteriormente lo hicieron otras empresas de diligencias de viajeros y, a partir de la segunda década del siglo actual, empresas de automóviles. En 1987, lo realizaba la veterana SOCIEDAD DE AUTOMÓVIELES DEL RÍO ALHAMA, que, salvo los días festivos, traía diariamente el correo desde Castejón, entre las 10 y 10,30 horas, y se llevaba el del pueblo a la misma estación, entre las 15,30 y las 16 horas.
La primera Oficina Postal de Fitero se abrió en 1894, siendo, a la vez, de Correos y Telégrafos, con ambos servicios fusionados, a cargo de un telegrafista. En 1904, lo era D. Emilio Luna, quien, hacia mediados de abril, pidió al Ayuntamiento que pusiera una luz a la entrada de la Administración, que abonara la luz del Despacho y que abriera una taquilla para el público, en la dependencia. Así lo acordó el Municipio, en la sesión del 20 del mismo mes[17]. A la sazón, la Administración de Correos y Telégrafos estaba instalada en la casa número 1 de la calle Luchana (hoy Díaz y Gómara). Su dueño era Román Yanguas, quien, el 24 de mayo siguiente, solicitó del Ayuntamiento que, a partir del 1 de julio, se elevase la renta anual del alquiler a 180 pesetas. Pero se le contestó que no era posible hasta el fin del año, pues, aun cuando se le estaba pagando por trimestres, en la comunicación que pasó el anterior telegrafista, D. Celestino Fernández, se expresaba que la renta habría de pagarse anualmente[18]. La fusión de los dos servicios –de Correos y de Telégrafos- continuó hasta 1922 en que se desglosaron y se abrió una Estafeta Postal independiente, servida por un oficial de Correos y un cartero. Pero no duró mucho tiempo, pues fue suprimida el 30 de abril de 1933, quedando convertida, por entonces, en Cartería Rural; y a partir de 1952, en Agencia Postal. Esta Agencia estuvo instalada en los bajos de la casa número 23 de la Calle Mayor y fue su encargado D. Miguel Aguirre Lauroba, siendo trasladada a la Plaza de la Villa, en 1973. A partir de 1980, volvieron a fusionarse los servicios de Correos y Telégrafos, con la creación de una Oficina Auxiliar A. de Correos y Telégrafos, en la misma Placilla y edificio. En 1985, su jefe era D. Pedro María Atienza Alfaro y la correspondencia era distribuida por el cartero urbano, D. Ignacio Azagra Aliaga.
En 1967, se recibían diariamente alrededor de 270 cartas, 120 impresos y demás correspondencia inferior, 57 periódicos de suscriptores, 70 periódicos para la venta, unos 7 certificados, unos 5 reembolsos y 7 giros postales. En cuanto a la correspondencia de salida, era expedidas diariamente alrededor de 210 cartas, 10 impresos y correspondencia inferior, una media docena de certificados y otra media de giros postales.
Trece años después, o sea, en 1980, el promedio mensual de la correspondencia era el siguiente:
Cartas ordinarias – Expedidas: 3.000 – Recibidas: 13,500
Cartas certificadas – Expedidas: 150 – Recibidas: 420
Giros postales – Expedidos: 125 – Recibidos: 65
Paquetes – Expedidos: 40 – Recibidos: 50

Curiosamente los periódicos recibidos fueron experimentando una baja sensible, a medida que se fue acentuando la carestía.

Servicio de telégrafos

Como ya hemos visto, la Oficina de Telégrafos fue inaugurada en 1894 y se montó con un aparato Morse, siendo servido por un Oficial de Telégrafos y un repartidor de telegramas, que desempeñaba, al mismo tiempo, el oficio de cartero.
También hemos hecho constar que, en 1904 estaba instalada en la casa número 1 de la Calle Luchana. Añadamos un detalle chusco sobre su instalación. Se trata de una instancia dirigida al ayuntamiento por el vecino, Satos Liñán, el 21 de junio de dicho año, en la que decía que, siendo Alcalde, D Hilario Falces (que había cesado el 31 de diciembre de 1901), había hecho cesión hasta que la necesitase, de una sema-escritorio para las oficinas del telégrafo, cuya mesa se taladró, siendo Alcalde D. Juan Cruz Lahiguera, para colocar sobre ella el aparato Morse, y habiendo ofrecido el Sr. Lahiguera hacerla nueva, todavía no se la había entregado, pidiendo se la devolviesen en la misma forma que la cedió. Sin terminar la primera década, la Oficina fue trasladada al primer piso de la Calle Mayor, número 48, cuyo edificio era del Ayuntamiento. En 1935, pasó a los bajos de la casa número 2 de la calle Calatrava; y en 1967, a los altos de la casa actual de la Plaza de la Villa, siendo sustituído, en junio del mismo año, el viejo aparato Morse por un flamante teletipo Siemens.
La estación telegráfica de Fitero fue siempre de servicio limitado y, durante muchos años, sirvió además de estación de enlace, recogiendo el servicio de los centros telefónicos de los Balnearios, Cintruénigo, Rincón de Olivedo, Igea, Cornago, Valverde, Cabretón y Aguilar del Río Alhama. Este servicio de escala fue, por fin, suprimido en junio de 1971. Posteriormente pasó a ser una estación unipersonal y en 1980, se transformó en la actual Oficina Auxiliar a. de Correos y Telégrafos.
En 1967, el promedio mensual de telegramas locales expedidos fue de 85; y el de recibidos, 120. Y el mismo promedio de telegramas de escala, expedidos y recibidos, de unos 1.570. En cuanto a los giros telegráficos, se recibían mensualmente unos 27 y se expedían unos 17.
Los telegrafistas que prestaron más años de servicio en Fitero, fueron D. Daniel Fernández de Bobadilla y D. José Jiménez Fernández; éste último, durante 38 años.
El Balneario Nuevo (Gustavo A. Bécquer) tuvo bastantes años un servicio propio de Correos y Telégrafos, durante la temporada oficial, el cual era servido por funcionarios que se renovaban quincenalmente.

Servicio de Teléfonos

El servicio telefónico local se inauguró en 1924 y su primer encargado fue el Secretario del ayuntamiento, D. Joaquín Mustienes, quien tuvo instalada la Centralilla, en su casa del Paseo de San Raimundo, número 31. Posteriormente se encargaron de ella, trasladándola a sus respectivos domicilios, D. Julián Tovías, hasta 1961; y D. Javier Fernández Gracia, hasta 1966. El último encargado fue D. Domingo Aliaga, quien trasladó la Centralilla a un pequeño local de las antiguas escuelas. Por fin, fue suprimida en 1971 en el que se introdujo el servicio telefónico automático. Antes de inaugurarse éste último, la Centralilla atendía además las comunicaciones con el exterior que le pedía el Balneario G. A. Bécquer.
El número inicial de abonados al teléfono fue solamente de una docena; pero en 1966, ascendía ya a 89, los cuales pagaban una cuota mensual ordinaria de 45 pesetas. En 1985, había ya en el pueblo 335 teléfonos automáticos.

Transportes de mercancías

Los medios de transportes de los fiteranos primitivos de finales del siglo XV y de los primeros decenios del siglo XVI, fueron los brazos y las espaldas de los cargadores, provistos de sacos, cuévanos, cunachos, etc.; y los lomos de las acémilas, cargas con bastes, esportillos, angarillas y otros trejebos. Ya en el apogeo del siglo XVI, aparecieron las carretas, carretillas y la galera de los frailes; y en el XVIII, los carros y las diligencias, las cuales no solo transportaban viajeros, sino pequeños bultos de mercancías. Ahora bien, si se trataba de transportar mercancías pesadas y en cantidad, se utilizaban los clásicos carros, que las llevaban a los pueblos próximos o a las estaciones ferroviarias de Tudela o Castejón, cuando éstas fueron construidas, en los primeros años de la década de 1860-1870.
Siempre hubo algunos transportistas en Fitero, pero de los únicos de que tenemos noticias, son unos pocos de finales del siglo XIX y bastantes del XX. Entre los primeros, se cuentan el Tío Parrentena (Nicolás Berrozpe); el Tío Foro (Telesforo Rupérez); el Tío Calchas (Gregorio Jiménez) y el Tío Valiente (Cosme Rupérez). Utilizaban carros, a menudo con bolsas, y cobraban cantidades increíbles. Por ejemplo, Telesforo Rupérez, por acarrear mercancías de Castejón a Fitero y viceversa, solo se hacía pagar 1 pesetas, por cada 100 kilos. A veces, transportaban y vendían frutos en los lugares más lejanos. Así Gregorio Jiménez iba a vender vino y peras de Don Guindo hasta Segovia; y el Tío Foro, hasta Peñafiel (Valladolid).
Los transportistas fiteranos empezaron a tener una seria competencia, en el segundo decenio de este siglo, con lso cerveranos, siendo los principales el Pacherero, los Miguelillos y el Regulares. El Pucherero (Sinforoso Láinez) hacía ordinariamente transportes de Cervera a Tudela, en un carro con bolsa, cobrando por la ida o por la vuelta, 2 pesetas; por cada 100 kilos; y si el género era muy voluminoso, 2.50 pesetas. De ordinario, lo acompañaba un hermano suyo.
Los Miguelillos eran tres hermanos: Miguel, Pedro y Manuel Benito; y transportaban mercancías en carro a Castejón y a Tudela indistintamente. El Regulares se llamaba victoriano Hernández y seguramente le pusieron ese apodo, por haber servido en algún batallón de los regulares de Ceuta. Fue el primer transportista de mercancías en camión. Iba diariamente de Cervera a Castejón con un cargamento de alpargatas, recogiendo de paso, si le quedaba sitio, otras mercancías de Fitero, Cintruénigo y Corella. A la vuelta cargaba con todo lo que podía.
Pero volvamos a los transportistas fiteranos. Los más importantes, antes de la Guerra Civil de 1936-1939, fueron los Garapas. El más antiguo fue Doroteo Igea, quien, en la segunda década del siglo actual, hacía transportes a Tudela y a Castejón, en un carro con bolsa, tirado por dos o tre caballerías, según el peso de lo que llevaba. Cuando hacía un viaje exclusivo a Castejón, para un comerciante determinado, como D. Cesáreo Armas, traía hasta 3 toneladas de género y solo le cobraba 19, 20 pesetas, y si se trataba de paquetería suelta para diversos clientes, se hacía pagar 9 pesetas por tonelada. A veces, cogió contratas de transporte de piedra de la Diputación Foral, a tres pesetas la tonelada, por supuesto, para trayectos más cortos y empleando 4 caballerías.
Doroteo fue un vecino singular, pues tuvo 18 hijos, de los que le sobrevivieron 10 y todos, a excepción del mayor, Serafín, y de dos hijas se dedicaron al transporte, ayudando a su padre en Fitero, mientras no se casaron. Fueron los hermanos Julián, Manuel, Primitivo, Santos, Jesús, Rufino y su hermana Manuela.
Julián, que era el segundo hijo de Doroteo, muerto ya su padre, se asoció con el mecánico, Severiano Fernández, comprando una camioneta, que ostentaba estos estrafalarios letreros:
TRANS               FI               CAS           TU
POR                     TE              TE              DE
TES                     RO             JON            LA
Manuel se casó en Pamplona y continuó de transportista, al servicio de la empresa Transportes Zabalza, durante 44 años. Jamás tuvo un accidente, pero murió de resultas de un atropello de un automovilista borracho, que invadió con su coche una acera de la calle Paulino Caballero, por lo que marchaba tranquilamente nuestro paisano.
Rufino también trabajó en Pamplona hasta su muerte, al servicio de la empresa de transportes de Julián Mateo.
Primitivo se casó en Cintruénigo, donde asimismo se dedicó al transporte por cuenta propia; primeramente con un carro, y más tarde, con un camión. Al morir en 1966, le sucedió en el oficio su hijo, fallecido, a su vez, en 1986.
En fin, Manuel Igea fue aguadora, trayendo en un carro cubos de 80 cántaros de agua del Ebro (que vendía a 15 céntimos), de la Serna (a 10 céntimos) y del Terrero (a 5 céntimos el cántaro). Los servía a domicilio, subéndose a las cocinas de las casas y vaciándolos en sus tinajas. Los hermanos Santos y Jesús se quedaron en Fitero y se dedicaron a la agricultura; y dos hijos de Julián, Julio y Guillermo se convirtieron, en la década de 1960, en comisionistas y transportistas de frutas y hortalizas.
Además de los ya citados, fueron transportistas con carros, antes de 1936, el Tío Gordo (Manuel Yanguas Magaña), que traía agua de Torrellas, los Jejeros (Santiago Yanguas Igea y sus hijos Jesús y José), también aguadores y transportistas de pipas de vino y otras mercancías a Castejón; los Poches (Cirilo y Ciriaco Sánchez) y el Calero (Francisco Yanguas). Desde 1942 hasta 1959, los hermanos6 Melero: Pedro, José y Jesús se encargaron sucesivamente del servicio de Correos, viajeros y mercancías a la estación ferroviaria de Fitero en la Nava. Para la correspondencia y los viajeros, utilizaban una camioneta Citroën B 12, matrícula de Palencia nº 170; y para las mercancías, un carro con una caballería. A los viajeros cobraban en un principio 2,50 pesetas por un viaje de ida o de vuelta. Por la misma época, Luis Carrillo Luis traía con un camión agua del Moncayo, tomada en Agreda; y del Ebro, tomada en Castejón. Hacia 1945, se asociaron para hacer transportes con un camión el Guerra (Félix Martínez) y el Guindera (Félix Fernández).
Unos transportistas especiales eran los acarreadores de leña (de olivo, de noguera, de viña, etc.) como Pedro Ochoa (el Calvo), que lo hacía para el Tío Barba (Felipe Jiménez), y el Chavea (Juan José Latorre), que acarreaba leña para el Tío Chencho (Florencio Muro), por un jornal de 17 pesetas, poniendo él mismo el carro con dos caballerías.
Por supuesto, en el pueblo existían como siempre, medios de transporte y de locomoción particulares, cuyo número en 1958, era el siguiente: 5 camiones, 6 automóviles, 70 motocicletas, 260 bicicletas y 265 carros. Ocho años más tarde, es decir, 1966, la situación de los transportes había mejorado sensiblemente, pues ya tenía el vecindario 4 cosechadoras, 26 camiones, 39 automóviles, 42 tractores, 79 motocicletas, 285 bicicletas y 303 carros y remolques. Y en fin, en 1980, rodaban por las carreteras y caminos de Fitero, los siguientes vehículos del pueblo: 415 automóviles, 5 camiones, 42 motos grandes, 396 pequeñas y 180 bicicletas. Eso sin contar las máquinas agrícolas, representadas por 141 tractores de 25 a 80 H.P.; 105 motocultores y 10 cosechadoras.
Naturalmente los transportistas profesionales casi desaparecieron; de manera que en la década de 1980, solo figuraban Alfredo Forcada (camiones y automóviles), Javier Yanguas, con una pala mecánica Calsa y un gran camión Renault, y Luis Jimeno, con un camión y una camioneta.


CAPÍTULO VII

ALUMBRADO Y CALEFACCIÓN

I

El alumbrado doméstico de antaño

Durante los siglos pasados, hasta mediados del siglo XIX, no hubo en Fitero alumbrado público, sino privado, a base de aceite o de cera. Los vecinos pobres se alumbraban por la noche con candiles y candilejas bastas de metal, alimentadas con aceites residuales de olvida y torcidas de algodón, acostándose temprano, para ahorra aceite. Los vecinos más acomodados lo hacían con velas de sebo o de cera, plantadas sobre palmatorias o pequeños candeleros. Los monjes del Monasterio también usaban en sus celdas lámparas de una u otra clase, y en los claustros, en el refectorio, en la iglesia, etc. faroles o candelabros de varios brazos, ordinariamente de madera, colgados del techo. En las procesiones y entierros, se empleaban, aunque con parquedad, las hachas. En el curioso “Libro de recibos y gasto del espolio y rentas del Abad, D. Fr. Phelipe de Tassi el Bueno”, nos tropezamos con un recibo de miguel Sánchez, vecino de Corella, que importaba 131 reales, “por las mermas y comienzo de 12 hachas, llevadas en el entierro de dicho Abad, el 2 de junio de 1615[1]”. Y en los Estatutos de la Cofradía de Santa Teresa de Jesús, Patrona del Gremio de los Alpargateros y Cordeleros, el número 6 ordenaba la adquisición de “una arca con su cerraja y llave, en la que se guardarían 2 hachas para los entierros y una vela para cada cofrade[2].”
A principios del siglo actual, todavía se conservaba la costumbre de que algunos devotos más o menos acomodados acompañaran a los Viáticos, con hachas o velas encendidas, siendo alquiladas las hachas a la merma, como en el entierro del Abad Tassi. De todos modos, la mayoría de los vecinos continuaban alumbrándose en sus domicilios, con lámparas de aceite; y solo, a finales del siglo XIX, algunos ricos del pueblo usaban quinqués de petróleo, como los Balnearios Termales.

El alumbrado público: las farolas – los serenos

El alumbrado público en Fitero data de 1859, siendo Alcalde D. Nicolás Octavio de Toledo. En la sesión del 6 de septiembre del dicho año, el Ayuntamiento acordó instalarlo, poniendo 12 farolas grandes y 6 pequeñas, con un sereno encargado de su cuidado y limpieza y de cantar las horas[3]. Las farolas contenían en su fondo una lámpara de aceite de oliva y, cada año, el Ayuntamiento sacaba a subasta el suministro del mismo, hasta que en la sesión del 21 de abril de 1872, se acordó cambiar el aceite por el petróleo[4]. El primero y único sereno fue Juan Liñán, hasta que, en 1869, se nombró a un segundo vecino, llamado Lucas Pueyo, alternándose por semanas en la vigilancia de los distritos del pueblo. En la sesión del 18 de marzo de dicho año, se acordó que se le pagaría 1 peseta diaria, en los seis meses de verano y 2 pesetas, en los 6 de invierno[5]. En la sesión del 6 de febrero de 1870, el Ayuntamiento nombró dos comisionados vigilantes, que fueron D. Sebastián Yanguas, del distrito 1º y D. Romualdo Muro, del segundo, para que “los serenos cumplan con su deber y los faroles luzcan lo que corresponde a ese aceite que se le suministra[6]”. En 1887, se aumentó en 1 real diario el salario de los serenos, por haberles quitado la vivienda gratuita que tenían en los locales del Monasterio y se estableció que su horario de servicio sería desde las 10 de la noche hasta las 4 de la mañana, de junio a septiembre, y de 10 a 5 de la mañana en los demás meses[7].
A principios del siglo XX, los serenos continuaban siendo dos y ganaban 1,25 pesetas diarias. En invierno llevaban sendos capotes, y en todo tiempo, un farolillo con una lámpara encendida de aceite y una lanza. Salían de la Casa de la Villa, situada entonces en la Placilla, a las 10 de la noche, diciendo en voz alta: “Ave María Purísima. Sin pecado concebida. Las 10 en punto. Sereno. (o Nublado o Lloviendo, según el tiempo que hiciera)”. Cada uno estaba encargado de la vigilancia de las calles de uno de los distritos y de apagar los faroles del alumbrado público, a las 11 de la noche. Para ello utilizaban unas escaleras de madera, que estaban colgadas, durante el día, en el Parador de San Antonio. En el número 42 de LA VOZ DE FITERO, del 19 de enero de 1913, se consignaba que, en la última sesión del Ayuntamiento, Eladio Calleja había presentado una cuenta de 69 pesetas, por el aceite suministrado en el año 1912, para los faroles de los serenos y la lámpara de la Patrona.
El sereno que prestó más tiempo este servicio, en el siglo actual, fue el Tío Parejo (Román Fernández Gómara), que lo fue durante 23 años seguidos empleado de funciones múltiples del Municipio, que desempeñó algún tiempo este servicio hasta 1982, en que quedó extinguido. Su sueldo anual de este año fue de 726.874 pesetas; o sea, 1990 más al día que le primitivo sereno Juan Liñán, en el año 1869.

Los Priores de Barrio

Los antecesores de los serenos, en la vigilancia nocturna del pueblo, fueron los Priores de Barrio, creados en 1769. Su Ordenanza X les prescribía “rondarlo de noche, con armas necesarias convocando para ello a los vecinos que les pareciere y pendiendo a los que hallase delinquiendo, y aún a los que de noche estuviesen parados en las calles, si preguntando el motivo de su estancia, no lo hallaren justo, y mandándoles que se retiren, no lo obedeciesen[8]”.

El alumbrado eléctrico

El alumbrado eléctrico no se introdujo en Fitero hasta 1898 en que, como ya hemos anotado en otro capítulo, fundó la Electra Fiterana el industrial D. Casimiro Francés. El fluído no se producía en el pueblo, sino en Cintruénigo, aprovechando el salto de agua del molino de nuestros vecinos, que era asimismo propiedad del Sr. Francés. En un principio, este alumbrado solo fue adoptado por el Ayuntamiento para sus dependencias y la iluminación de las calles, y por alagunas familias acomodadas, pues la mayoría de los vecinos continuó, en la primera década del sigolo, con sus candiles y sus palmatorias. El alumbrado público constituyó, durante años, un verdadero espectáculo para los niños, los cuales, al encenderse las bombillas, gritaban a coro por las calles: “¡La luz! ¡la luz! ¡Ya viene la luz! Por supuesto, el primitivo alumbrado eléctrico era bastante menguado, pues consistía en lámparas de filamento de carbón de cinco o diez bujías, que alumbraban poco más que una vela. Los precios de la Electra Fiterana eran relativamente módicos, pues, por un recibo del 31 de mayo de 1917, sabemos que el consumo mensual de una lámpara de 5 bujías, destinada a la iluminación del altar de la Virgen del Rosario, en la Parroquia costó 1,50 pesetas; y por otro recibo del 31 de marzo de 1928, nos enteramos de que el vecino de la calle Alfaro, Estaban Pérez, por el consumo, en dicho mes, en sus casa, de una lámpara de 10 bujías, pagó 3 pesetas; y por una bombilla para el cuarto de la Cofradía de la Cruz a Cuestas, 1,70 pesetas, y además, 0,15 suplementarias, por el impuesto provincial del 5% sobre el consumo de energía eléctrica, aprobado por la Dipuación Foral, en febrero de 1917. En total, 4,85 pesetas.
El suministro de fluído eléctico por la Electra Fiterana solo duró hasta 1931 en que fue sustituído por el de la Hidráulica del Moncayo, cuyo primer representante enb el pueblo fue Juan calleja Prada. No tardó en hacerle competencia la Electra Cárcar, cuyo primer representante fue Moisés Díez. La Electra C´ñarcar acabó por absorver a la Hidráulica del Moncayo y fue, a us vez, absorbida, en 1967, por las Fuerzas Eléctircas de Navarra, filial de Iberduero.
El consumo de energía eléctrica de la Electra Cárcar era calculado por un contador eléctrico.
En 1955, cualquier consumo costaba 1,10 pesetas, el kilowatio, siendo el mínimo doméstico de 9 kws-hora, que costaba 9,90 pesetas. naturalmente, el precio fue subiendo con el tiempo, y así, en 1963, cualquier consumo costaba 1,40 pesetas el kw., siendo el mínimo doméstico de 10 kws-hora, que valían 14 pesetas. Por supuesto, cada recibo iba incrementado de 0,95 pesetas de la Diputación Foral y un timbre de 0,10.
Según los informes del electricista Daniel Ayala, que representó, algún tiempo a las Fuerzas Eléctricas de Navarra en Fitero, éstas tuvieron inicialmente cinco tipos de tarifas: 1) Servicio a tanto alzado, sin contador, con una o dos lámparas de 25 vatios cada una, pagándose por una sola 13,65 pesetas mensuales; y por dos, 24; 2) Tarifa con contador de 5 amperios, pagándose mensualmente 13,65 pesetas, por un consumo mínimo de 9 kws.; 3) Tarifa con contador de 10 amperios, pagándose al mes 31,80 pesetas, por un consumo mínimo de 18 kws.; 4) Tarifa con contador de 4 hilos, que se pagaba a precios convencionales, teniendo en cuenta que las tarifas eléctricas se calculan con arreglo a una escala variable, siendo inversamente proporcionales al consumo, por lo que a los grandes consumidores (fábricas, comercios, cafés, etc.) se les aplica una tarifa menor que a los pequeños.
En 1971, el consumo total de electricidad, suministrado por las F.E.N. al vecindario fue de 577,777 kws, por un valor de 1.560.000 pesetas. En 1972, el número de abonados ascendía a 850, y solamente el gasto del alumbrado público de calles y plazas, y el de los edificios de servicio público que sufragaba entonces el Ayuntamiento (Casa Consistorial, Biblioteca Pública, Grupo Escolar, Matadero, Residencia San Raimundo y Piscina Municipal) importó 250.000 pesetas; pero en 1985, ascendió a 4.372.133 pesetas.

II

Calefacción antigua y moderna

En los siglos pasados, la mayoría de los fiteranos no tenía otra calefacción doméstica que la del hogar de la cocina, donde se quemaba leña de todas clases y donde la familia se apretujaba en los bancos corridos de madera, con altos respaldos, aledaños a la chimenea. Pero dese el siglo XVI, los vecinos más acomodados empezaron a usar braseros circulares de metal que llenaban de brasas; posteriormente, rejillas o rejuelas, que eran unos pequeños braseros rectangulares para los pies, con enrejado en la tapa; y calentadores de cama, con amplia tapa y largo mango, para calentar las sábanas. Estos fueron sustituidos más tarde por simples botellas de agua caliente y ulteriormente por caloríferos; y ya en el siglo XIX, aparecieron en los establecimientos públicos (cafés, comercios, etc.) las estufas de leña o de carbón. En no pocas casas de Fitero, se conserva todavía un mueble clásico de calefacción: la mesa-camilla con faldas, en cuya parte baja se oculta un brasero circular, con brasas o eléctrico, montado sobre un soporte cuadrangular de madera.
Por supuesto, los monjes del Convento fueron los primeros en usar braseros y rejuelas, disponiendo además de un Calefactorio comunitario, que consistía en una amplia sala con hogar de chimenea, y era una pieza preceptiva en la arquitectura del Císter, contigua al Refectorio de los monjes profesos. En el Inventario de lo que tocó a cada monje del espolio del Abad Ibero, fallecido en 1612, se anota que a Fr. Raimundo de la Cruz se le dieron, entre otros efectos, dos braseros para la Cillerería, un badil de hierro, unas tenazas, y un fuelle, para la Enfermería[9].
Actualmente la mayoría del vecindario se calienta con estufas de gas butano. Su introducción en Fitero data de 1963 y su primer distribuidor fue el comerciante D. Luis Bozal. Inicialmente, la bombona de butano costaba 122 pesetas; en 1972. Un botellón de 13,5 kilos, incluido el envase, valía 133; en 1975, había ascendido a 189; y en 1985, un botellón de 13,4 kilos valía 855 pesetas.
Hay calefacción central en la Residencia de Ancianos, en la Casa Consistorial, en la Iglesia, en el casino de Fitero y en algunas casas particulares.



CAPÍTULO VIII

AVATARES E ICONOGRAFÍA DE LA VIRGEN DE LA BARDA

En el verano de 1921, realizando unas investigaciones en el Archivo Municipal de Fitero, a cargo entonces del Secretario del Ayuntamiento, D. Joaquín Mustienes, hicimos casualmente un descubrimiento sensacional: el auto de la Villa y Concejo sobre la institución de la festividad de la Virgen de la Barda, como Patrona de Fitero. Consta en el libro de “Acuerdos de la Villa, desde 1872 a 1801”, f. 50 y fue tomado dicho acuerdo, el 15 de mayo de 1785. En 1922, lo reprodujimos en la revista gráfica FITERO, del 10 de septiembre de dicho año, la cual fue dirigida y editada por nosotros mismos y nuestros difuntos amigos, Luis Palacios: Pelletier y José Jiménez Fernández. Cuarenta y siete años después, en nuestro libro POEMARIO FITERANO, publicado en 1969. Dedicamos a la Virgen de la Barda 17 páginas en prosa (desde la 280 a la 297) y 2 en verso (pp. 162-163), y en nuestra monografía sobre la IGLESIA CISTERCIENSE DE FITERO, editada en 1981, le consagramos 16 páginas más (desde la 94 a la 210). Pues bien, para completar estos trabajos, insertamos ahora nuestro estudio sobre la iconografía de la Sagrada Imagen, que ya publicamos en la revista FITERO-85 y que creemos oportuno recoger en este libro.
Este estudio se refiere a cuatro tipos principales de la iconografía bardiana: la Imagen primitiva, la Imagen mutilada, la Imagen revestida y la Imagen restaurada.

LA IMAGEN PRIMITIVA

El turista que visita por primera vez nuestra grandiosa iglesia parroquial, y se enfrenta a la Virgen de la Barda, aparte de los sentimientos religiosos o estéticos que experimente, es presa inmediata de una ilusión visual y mental: la de creer que se trata de una talla entera, o sea, de una imagen completa y exenta, de bulto redondo, como se dice en la terminología técnica de la Escultura. La explicación es obvia, pues se trata de una imagen hasta cierto punto tridimensional que ocupa un espacio propio y aislado dentro de su Camarín. Pero esta ilusión se desvanece en el acto, al subir el visitante al pequeño recinto y constatar que la Imagen es una “Virgen-chuleta”, como dice el vulgo.
Hay otra estupenda imagen de la Virgen María, en el Altar Mayor: la de la Asunción, que también está labrada solamente por delante, pero estar adosada a un tablero, el visitante no sufre ninguna desilusión, porque la toma, desde el primer golpe de vista, como un magnífico bajorrelieve. En rigor, no es cierto, porque la imagen no emerge propiamente del tablero, que es de distinta madera y fue adosada a él, con posterioridad. Efectivamente, Diego Sánchez hizo primeramente la traza del retablo y demás obras de madera del Altar Mayor, y a continuación, Antón de Zárraga talló la imagen de la Asunción, ajustándose a las dimensiones que permitieran encajarla dentro del marco, realizado por aquél. De todos modos, la Imagen ofrece la apariencia de un bajo-relieve.
         ¿Y cómo se explica que los monjes del siglo XIV encargaran una imagen de esta hechura...? ¿Fue por carencias económicas, cómo ocurrió en otras iglesias? No sería imposible, pues todavía no existía el pueblo de Fitero y, por consiguiente, el Monaste­rio no disponía de las pingues rentas que empezó a tener desde el siglo XVI. Por otra parte, en el siglo XIV, continuaban toda­vía las luchas entre Navarra y Castilla, por la posesión de Fitero y de Tudején, las cua­les sólo acabaron, por la sentencia arbitral del Cardenal Guido de Bolonia, en 1373, y es claro que con estas contiendas intermi­tentes, la Abadía no salía ganando nada, sino al contrario. Para nosotros, la verdadera explicación de este entallamiento tridimensional de la imagen de la Virgen de la Barda hay que buscarla en la concepción generalizada en­tre los arquitectos medievales de que la pintura y la escultura, sobre todo, en los Monumentos religiosos, eran meras artes. Santa María la Real, de Fitero, titular de la iglesia, no podía ser otro que el ventanal central de la capilla mayor de la girola, al que debía ir adosada permanentemente, sin pasárseles siquiera por la imaginación, ni a los monjes ni al entallador, la idea pe­regrina de sacarla en procesión. Por lo de­más, es lógico pensar que al dedicarse el templo a la Virgen María, el 28-VI-1247, os­tentase en ese lugar una imagen tallada de la misma: Imagen que, en aquella época, tenía que ser forzosamente románica pu­ra en su hechura y forma, como escribió el P. Jacinto Clavería, en su Iconografía y san­tuarios de la Virgen en Navarra” [1]. Pero es sabido que las imágenes ro­mánicas de la Virgen no se distinguen por su elegancia ni por su hermosura, a causa de su rigidez, frialdad y defectos de con­cepción anatómica y de proporciones. Por lo mismo, los monjes la sustituyeron, en el siglo XIV, por una imagen gótica, elegan­te y agraciada: la Virgen de la Barda. A la sazón, nuestro templo tenía más luz y ma­jestuosidad que en la actualidad, pues to­das sus ventanas y arcos estaban abiertos, sin obstáculos que les restasen ilumina­ción. Todavía no se había construido el co­ro alto ni el sobreclaustro, ni el púlpito ni el órgano ni la sacristía actual ni el reta­blo del Altar Mayor. Así, pues, la perspec­tiva que ofrecía el interior de la iglesia, des­de el umbral hasta la capilla absidal cen­tral, donde brillaba, a simple vista, la fla­mante imagen gótica, colocada a 80 metros de distancia, en el extremo del eje mayor del templo, debía ser impresionante.
         Además, al mutilar la Sagrada Imagen, a comienzos del siglo XVII, esta­ba ya pintada, conservándose todavía una parte de aquella policromía, al restaurarla en 1966. Sus colores eran un azul ultramar en la túnica, uno de oro sobre rojo minio, en el manto, y un blanco moreno, asimis­mo, sobre rojo minio, en la mantilla. ¿Mas, eran precisamente los colores primitivos? Lo ponemos en duda, pues, en el transcur­so de dos siglos y pico es probable que re­pintaran la imagen, por lo menos, una vez. En el caso, empero, de que fuesen pareci­dos a los actuales, es seguro que no serían exactamente como los de hoy, pues la quí­mica de los colorantes se desconocía por completo, en aquella época, y los procedi­mientos para pintar las imágenes eran asi­mismo distintos. Se reducían a tres: la im­primación, el encarnado y el estofado.
         La imprimación consistía en subsanar previamente posibles defectos del entalla­miento, como grietas, hendiduras, etc., me­diante el plastecimiento con pasta de ye­so. También se podía aplicar sobre la talla un lienzo encolado, poniendo cuidado en no desvirtuar ni encubrir ninguno de los detalles de la obra realizada por el escul­tor. Pero tanto en un caso como en otro, se aplicaba a continuación una mano de ye­so y cola muy sutil, y se lijaba cuidadosa­mente. Para finalizar la fase, se pintaba di­rectamente al óleo.
         El encarnado consistía en aplicar a las partes desnudas de la imagen, como la ca­ra, el cuello, los brazos y las piernas, el co­lor de la carnación directamente al óleo, sobre el fondo de yeso o madera, pudiendo quedar en mate; o bien, a pulimento, en cu­yo caso el color de la carne resultaba más brillante
         Por fin, el estofado o tratamiento de las partes vestidas de la escultura era más complejo, ya que, con frecuencia, los colo­res se aplicaban sobre dorado. Para ello se daba previamente a la escultura una ma­no de panes de oro y se bruñía; luego se pintaba sobre ella con colores lisos, tenien­do en cuenta las transparencias del oro subyacente. Finalmente, con ayuda del grafio, se arañaba o rascaba la pintura, des­cubriendo así parcialmente el oro que ha­bía debajo, a modo de esgrafiado, con lo que se lograba la decoración deseada [2]. Y así es como se pintó primitivamente la imagen de la Virgen de la Barda. Por supuesto, en un principio, la Sagra­da Imagen no tuvo el escabel zarzaleño que exhibe ahora, pues todavía no se había for­jado la leyenda correspondiente.

   La imagen mutilada.

   A principios del siglo XVII, los monjes mutilaron bárbaramente la imagen de la Virgen de la Barda. El señor Julián Bayo, que fue camarero de la misma durante me­dio siglo, nos ha suministrado los detalles de este increíble destrozo que el párroco don Jesús Jiménez Torrecilla puso de ma­nifiesto en 1965 exponiendo al público la Sagrada Imagen, despojada de sus vesti­duras postizas y difundiendo fotos de la misma. A la sazón, vivíamos nosotros en México y no nos enteramos de tal suceso. Estas mutilaciones, descritas de arriba aba­jo y hechas, al parecer, con un serrucho, fueron las siguientes: A la Virgen le mutilaron la corona, cor­tándole los cuatro florones flordelisados de su remate; y la mantilla, cortándole. todos los pliegues, con lo que despejaron com­pletamente su cara. Le cortaron, asimismo, los dedos de la mano izquierda y la fruta o flor que ostentaba entre los dedos de la mano derecha. Le aserraron las dos rodi­llas y parte de las piernas, así como los plie­gues sobresalientes del manto y por fin, le sacaron los ojos. ¡El colmo! Tampoco se li­bró el Niño Jesús de estas atrocidades, pues le serraron parte del hombro izquier­do y una parte de la rodilla derecha. Por supuesto, estas operaciones mutila­doras debieron realizarlas los monjes en se­creto, pues el pueblo se habría sublevado contra semejante salvajada.
         ¿Y qué explicación histórica tiene?, pues resulta que el emprendedor Prior y Presi­dente del Monasterio en sede vacante, Fr. Bernardo Pelegrín, - probable inspirador de tal fechoría -, no era un monje sacríle­go ni un loco. O, al menos, no tenía con­ciencia de serlo. La explicación es que, en aquel tiempo, estaba haciendo irrupción en la Iglesia el barroquismo, caracterizado, entre otras co­sas, por la suntuosidad, la pompa y el recargamiento decorativo, y entonces se pu­so de moda en las iglesias el revestir a las imágenes, sobre todo, a las de la Virgen María con espléndidos vestidos y adornar­las con preciosas alhajas. No se olvide que el arte barroco, como expresión de la sociedad de su tiempo, era un exponente del poder de la Monarquía absoluta, de la preponderancia de la Iglesia y de la riqueza de la Aristocracia, rancia o advenediza.
         Por otra parte, «el barroco es un arte de apariencia - más de lo que “se ve” que de lo “que es” -, en el que domina la estruc­tura de la visión, y por ello, los materiales o las cosas no necesitan ser lo que son, si­no aparentarlo» [3]. Así se explica también que aparecieran por entonces las imágenes-armazones, en las que bastaban una cara bonita y unas manos finas de mujer, compradas en una tienda, una devanadera, un manto, un de­lantal, un velo, un rostrillo y una corona bri­llante, para fabricar en unos días una es­tupenda imagen de la Reina del Cielo. Es decir, una apariencia magnífica de una rea­lidad esperpéntica. Pero, en fin, en estos casos, no se cometía, al menos, una atro­cidad artística, como ocurrió, en cambio, en el de la Virgen de la Barda y en el de innumerables imágenes góticas, mutiladas bárbaramente, para revestirlas con telas bordadas. En ese sentido, el barroquismo no fue precisamente una fanfarronada, si­no una nueva revolución iconoclasta.

La Imagen revestida

         Para revestir la Sagrada Imagen, después de mutilada, confeccionaron una armadu­ra acampanada de tela de cáñamo, con la cara interior forrada de huatina, terminan­do su parte baja en un aro metálico, que mantenía estirado y liso el delantal. Den­tro de esta armadura encerraron el cuerpo de la imagen hasta el cuello y sobre ella sujetaron con alfileres el delantal y el man­to, dejando en aquél dos aberturas: una pa­ra sacar la mano derecha de la Virgen y otra, algo mayor, para sacar la cabeza y el brazo derecho del Niño. A éste le pusieron un delantal pequeño, revestido interior­mente de una pequeña armadura de hua­tina, que le proporcionara relieve. Para sa­car la Imagen en procesión, se le adosaban a la espalda cinco conos de tela metálica, con objeto de que el manto formase canalones. Por otra parte, le cubrieron la cabeza con un amplia mantillo – y más tarde con una mantilla española blanca o un velo blanco de encaje -, el cual iba sujeto por la corona y por unos alfileres, a la altura de los hombros. Finalmente, le rellenaron la cara con una pasta para encajarle el rostrillo, y le pusieron unos ojos grandes de cristal, completando, de este modo, el disfraz barroco. Los primitivos vestidos de la Virgen fueron blancos, pero no tardaron en confeccionarle otros de los colores litúrgicos: encarnado, verde y morado. Asimismo, le regalaron una peluca con tirabuzones, y unas veces le ponían ésta sin rostrillo, otras, el rostrillo sin peluca y otras con los dos adornos a la vez.
         La flamante Imagen revestida fue colocada, en un principio, en la Capilla actual del Cristo de la Columna, cuya estructura, decoración y retablo, en el primer cuarto del siglo XVII, detallamos en las páginas 189 y 190 de LA IGLESIA CISTERCIENSE DE FITERO, así como la interesante pintura mural de su pared septentrional interior, descubierta en 1972, la cual representaba a la comunidad cisterciense fiterana, durante el abadiazgo de An­drade y Castro (1615-1624). Por lo demás, es sabido que la Sagrada Imagen fue trasladada a la Capilla actual - antigua del Cristo - en 1918, previa construcción del Camarín, siendo párroco don Antonino Fernández Mateo, quien mu­rió un mes después.

La imagen restaurada

         En las páginas 100 y 101 de LA IGLESIA CISTERCIENSE DE FITERO, hicimos ya una descripción minuciosa de esta Imagen y, por lo mismo, nos abstenemos de repe­tirla. Ahora bien, creemos que vale la pe­na de plantearse esta cuestión: ¿y por qué no fue restaurada hasta 1965, siendo así que, desde hacía muchos años, se sabía - o por lo menos, lo sabían los sacerdotes y vecinos y vecinas que vestían y desvestían a la Sagrada imagen - los estragos que es­taba haciendo en ella la polilla? La respues­ta es sencilla: porque en 1965, se clausuró el Concilio Vaticano II, el cual acometió la reforma litúrgica de la Iglesia, mandando retirar del culto a los Santos legendarios (como Santa María Egipciaca, de la que se conserva un buen retrato renacentista, en la sacristía de nuestro templo), proscribien­do las imágenes-armazones y ordenando restituir a su primitivo estado, siempre que fuese posible, las imágenes románicas y góticas, disfrazadas pomposamente por la ostentosa cursilería de la época barroca. El párroco, señor Jiménez Torrecilla se limi­tó a cumplir - no sin protesta de algunos feligreses - dichas disposiciones, hacien­do restaurar la imagen de la Virgen de la Barda por los expertos de la Dirección Ge­neral de Bellas Artes, hermanos Cruz Solis y quemando las imágenes-armazones de la Virgen de los Remedios, de San Raimundo y de la Virgen del Rosario. Todavía de­jó dos: la Dolorosa y el Cristo de la Cruz a Cuestas.

Reproducciones de la imagen de la Virgen de la Barda

         Son de cuatro clases: escultóricas, pictó­ricas, fotográficas y numismáticas. Vamos a referirnos exclusivamente a las del siglo XX [4].

A)  Escultóricas

         Las primeras y las mejores fueron las rea­lizadas en escayola por el escultor fitera­no don Fausto Palacios, en la década de los 20. Eran de dos tamaños y del tipo de la Imagen revestida. El mayor media 45 cm. de altura y el menor 25. Los vestidos de ambas eran parecidos: delantal blanco bor­dado en oro, manto azul grisáceo con fle­cos dorados, corona de Reina y rostrillo pla­teados. Las exponían para la venta en el comercio de Falces y Bozal, situado en la calle de la Villa.
  Hacía 1929, el excelente artesano don Ju­lián Bayo talló en madera dos imágenes re­vestidas, asimismo policromadas, de 80 cm. de altura y hacía 1934 hizo una Imagen-armazón, de un metro y pico de al­tura, para vestirla con telas. En 1954, mo­deló en escayola cuatro imágenes de la Vir­gen revestida, de 35 cm. de altura, por en­cargo del comerciante don Javier Falces, las cuales fueron rifadas entre los clientes del comercio, y en 1966, talló en madera una Imagen restaurada, de 69 cm. de al­tura, cuya fotografía apareció en la revis­ta de Fiestas, FITERO-81. Hacia el comien­zo de la década de los 70, el comerciante don Nicolás Artal encargó a los talleres imagineros de EL ARTE CRISTIANO de Olot unas reproducciones policromadas de la imagen restaurada. Eran unas bonitas estatuillas de 32 cm. de altura, incluido el pedestal. La Virgen ostentaba un man­to azul, que transparentaba el dorado sub­yacente, una túnica de color salmón, una mantilla blanca con ribetes dorados y una corona dorada. El Niño vestía una pequeña túnica de color calabaza claro. Ciertamente el conjunto era espléndido; pero la Virgen no tenía el tipo ni las facciones matronales de la Patrona de Fitero, sino las de una joven fina y de buen ver. El señor Artal reclamó y le hicieron una nueva serie algo más parecida. En todo caso, la mercancía tuvo buena aceptación, vendiéndose todas a 600 pesetas el ejemplar.

B) Pictóricas.

         Las pinturas y dibujos de la Virgen de la Barda revestida y restaurada son muy raros. El más antiguo de este siglo es un gran cuadro pintado al óleo por el corellano don Mariano García, en 1920. Representa la recepción de la Sagrada Imagen revestida, portada en andas por cuatro monjes del Monasterio, y estuvo colocado, frente a otro de San Raimundo, en la Capilla actual de la Virgen de la Barda hasta 1967, en que ambos fueron retirados a los muros este y sur del rellano de la escalera, que sube a la antesala del sobreclaustro. Actualmente figuran en la nueva Casa Consistorial del Ayuntamiento. Julián Bayo guarda en su domicilio otro pintado por él al óleo, de la imagen revestida de 1´06 m. x 0´71, y la señora Amparo Forcada, otro óleo más complicado y bien logrado de 60 x 45 cm. De la Imagen revestida, pero ya no sola, sino con su artístico altar: el Carmarín, el baldaquino, el gran fresco celestial de la bóveda, etc. Finalmente, en 1983, el profesor pamplonés de dibujo don Isidro Murias, hizo un buen cartel anunciador de la Novena de la Virgen de la Barda, con su Imagen restaurada, dibujada al carboncillo.

C) Fotográficas.

         Las reproducciones fotográficas de la Virgen de la Barda son innumerables; pero solo vamos a referirnos a las comerciales. Se han hecho en blanco y negro, en sepia, azules y policromadas. Entre las hechas en blanco y negro, destacamos una serie de Foto Montón-Bilbao, de la Imagen revestida, sin rostrillo y con peluca de tirabuzones; otra, hecha sobre un cliché de M. García-Corella, de la Imagen con rostrillo, pero sin peluca; otra de la Imagen restaurada, de perfil, que figuraba en un pequeño álbum, encargado hacia 1967 por el párroco don Jesús Jiménez Torrecilla a García Garrabella y Cía., de Zaragoza, titulado “Monasterio de Santa María la Real, de Fitero”. Contenía un acordeón de 10 fotos, de 9 x 4´5 cm. Por entonces, se vendieron también muchas fotos de 9 x 6 cm., en blanco y negro, representando a la Imagen mutilada y a la Imagen restaurada.
         Entre las fotografías en tonos azules ultramar, hay que recordar el Bloc Postal-Recuerdo de Fitero y sus Balnearios, encargado por el comercio de Falces y Bozal en 1926 a Ediciones Arribas – Zaragoza. Cada bloc valía 1´50 pesetas, y contenía 14 tarjetas postales, figurando entre ellas una de la Virgen de la Barda revestida. Se tiraron 500 blocs y pico; pero, a pesar de su baratura, tardaron en venderse 16 años. Entre las fotos en sepia de la Virgen de la Barda revestida, merece destacarse la serie realizada por la Industrial Fotográfica de Valencia. La Sagrada Imagen llevaba velo y rostrillo e iba enmarcada, en forma ovalada, en un elegante portafotos en tela; pero las facciones de la Virgen y del Niño no eran muy concretas, pues aparecían un poco mofletudas.

Y vamos con las fotos policromadas.

         Las primeras fotos de Fitero en colores fueron hechas en 1960 por iniciativa del comerciante don Nicolás Artal, quien las encargó a las Ediciones Montañés – Zaragoza, haciéndole un primero pedido de 10.000 tarjetas postales. Entre ellas, figuraba naturalmente la Imagen revestida de nuestra Patrona. En un principio, las vendió a 4 pesetas, y más tarde a 6. Posteriormente, se hicieron de la imagen restaurada, destacando entre ellas las Postales Pilmar-Sevilla, con clichés de S. de la Cal y las Postales Escudo de Oro, con clichés de Jesús Latorre. Las primeras llevan el escudo de España y datan de 1971; y las segundas, de 1981. Añadamos, para terminar con las reproducciones fotográficas, una mención especial de las incluidas en los programas de las fiestas patronales de septiembre. Hasta 1949 –que nosotros sepamos -, no apareció la primera, precisamente en la portada más artística que se ha hecho hasta hoy de dichos programas. Fue obra del excelente dibujante fiterano Florentino Andueza, y en ella, figuraba en miniatura una imagen revestida de la Virgen de la Barda.. Andueza dibujó, asimismo, la portada del programa de 1952, en una forma menos afiligranada, pero también notable. En adelante, hasta 1966 volvió a incluirse la Imagen revestida, flanqueada por dos angelotes arrodillados, en el interior de los programas.
         El programa de 1961 dio una verdadera sorpresa al vecindario, al insertar en el interior, a toda plana, una imagen desvestida y mutilada, con esta leyenda falsa a sus pies: “Imagen de Nuestra Señora de los Remedios (hoy Nuestra Señora de la Barda). Talla del siglo XII”. En el programa de 1966 se publicaron en el interior dos imágenes enfrentadas de Nuestra Patrona: La tradicional revestida y la recién restaurada: las dos monocolores (en verde oscuro) y algo borrosas. En adelante, desapareció de los programas la Imagen revestida. Por fin, en 1968 se insertó en la portada una magnífica foto policromada de la Imagen restaurada, sin compañía de angelotes, la cual ha sido reproducida en adelante en el interior; salvo en el Programa de 1974, que reprodujo en la portada el altar completo de la Virgen restaurada, con su monumental baldaquino.

D) Numismáticos.

         Con motivo de la instalación de la Virgen de la Barda en su capilla actual, el párroco don Gregorio Pérez Sanz [5] hizo grabar unas series de medallas de aluminio y de plata, de diferentes modelos, tamaños y precios. Todas ostentaban por el anverso la Imagen revestida, acompañada de dos angelotes arrodillados y por el reverso, la antigua imagen procesional de San Raimundo. Las había rectangulares, circulares, cruciales, etc. Los precios de las medallas de aluminio eran 0´15, 0´20 y 0´25 pesetas; y las de plata: 1, 2, 3, 4´50 y 5 pesetas, habiendo 3 monedas de las de 3 pesetas. A su vez, para conmemorar la restauración de la Sagrada Imagen, el párroco don Jesús Jiménez Torrecilla, hizo labrar medallas circulares de oro y de plata que llevan en relieve, en el anverso, la Imagen restaurada, sin angelotes, y en el reverso el Corazón de Jesús. Las de oro eran de tres tamaños: de 22 mm. de diámetro, de 27 y de 32; que valían respectivamente 500, 800 y 1.000 pesetas. Las de plata eran de un tamaño único: 22 mm. y costaban 100 pesetas. Actualmente se venden medallas de oro de la Virgen de la Barda de diferentes modelos y de 7 tipos: 3 de escapularios, con la Virgen en el anverso y el Corazón de Jesús en el reverso, y 4 de reverso liso, para grabar inscripciones. Sus precios oscilan entre 4.000 y 39.000 pesetas.





[1]  T. II, p. 488.
[2] Gon­zalo Borrás, Introducción General al Arte.

[3] Artes decorativas, Isabel Alvaro Zamora, p. 484.
[4] Hasta el año 1985, fecha de publicación de este texto en la Revista FITERO de aquel mismo año.
[5] Entre 1910 y 1918.



CAPÍTULO IX

INVESTIGACIONES OROGRÁFICAS

La sierra de Yerga

Actualmente los terrenos de esta Sierra pertenecen, casi en su totalidad, a las jurisdicciones de Alfaro, Autol y Quel; pero Fitero poseyó una parte de Yerga, durante 7 siglos. Esa parte la especificaba lacónicamente en 1802 el académico D. Manuel Abella, consignando que “le pertenece (a la Abadía de Fitero), en el Reino de Castilla, la basílica de Nuestra Señora de Yerga, con el Valle de Santa María[1]”. Algo más explícito, el P. Manuel de Calatayud, escribía años antes, que “la Iglesia y Casa (de los primitivos cistercienses de Yerga) está situada en la mitad de la cuesta que mira al Occidente. A poca distancia, se hallan dos fuentes: la una al Setentrión de la casa; la otra, al Mediodía”. Muy cerca de la segunda, “hay un reducido huerto, en el que se crían avellanos y algunos otros árboles frutales y excelente hortaliza. Tiene el que rinden trigo limpio y de buena calidad. De estas tierras, algunas son del Monasterio de Fitero que tiene también su era para trillar. Las demás, en mucho mayor número, son de Grávalos y de Autol[2]”. Téngase en cuenta que el P. Calatayud escribía en el último cuarto del siglo XVIII, pues las jurisdicciones han cambiado algo. Sin embargo, todavía se conservan las ruinas de la Iglesia, así como 2 neveras, construidas por los monjes, y se distingue el lugar donde estuvo la era de trillar.
En el Medievo, la participación de la Abadía de Fitero en dicha Sierra fue mucho mayor y tuvo su origen en la fundación en ella del primer monasterio cisterciense de España, hacia 1139. En memoria de tal fundación y en honor de la Patrona de su basílica, Nuestra Señora de Yerga, los pueblos circunvecinos hacían todos los años una romería hasta ella: costumbre que duró hasta finales del primer tercio del siglo XIX. Pero debía haber decaído ya bastante, a juzgar por una licencia concedida a los corellanos por el Obispo de Tarazona, el 18 de junio de 1813. Era para celebrar dos misas en la ermita del Villar, pagando 10 reales y 1 libra de cera, en lugar de ir a Yerga, que estaba a tres horas de camino. Alegaban los peticionarios que esta larga distancia, unida a las muchas discordias y a la guerra contra Napoleón, habían enfriado la devoción de los corellanos[3].
En efecto, el alegato de las discordias era cierto, pues dichas peregrinaciones fueron, en más de una ocasión, motivo de riñas, de tumultos y hasta de crímenes. En el Libro I de Difuntos de la Parroquia de Fitero, nos tropezamos casualmente con esta trágica partida: “Joseph de Cuenca murió el 7 de junio de 1628, de una puñalada que le dieron en la procesión de Nuestra Señora de Yerga y fue enterrado en Nuestra Señora de Yerga, entre el altar de Nuestra Señora de la Soledad y la Reja[4]”.
Con todo, los fiteranos devotos continuaron haciendo esa romería más de medio siglo, después de la expulsión de los monjes en 1835. Al ocurrir ésta, el Monasterio poseía todavía en la Sierra “la Basílica de la Virgen, con 5 yugadas de tierra y 2 piezas pequeñas, arrendadas unas y otras por 10 robos de trigo anuales[5]”.

Los montes de Argenzón

En bastantes documentos antiguos y modernos, se habla de unos montes que formaban parte de la orografía fiterana y cuyo nombre ha caído completamente en desuso: los Montes de Argenzón.
No es ésta la única denominación con que aparecen, sino con otras variantes: Algenzón, Argentón, Arganzón, Agençon, Axeçon, etc. ¿Cuál de ellas es la auténtica y primitiva…? Probablemente la de Arganzaón, topónimo de origen vasco que significa pastizar (de arga, pasto), pues los Montes de Argenzón fueron tradicionalmente terrenos de pastura[6].
Ahora bien, ¿qué montes eran éstos…?
Desde luego, es cierto que, en la mayoría de los documentos, figura corrientemente la denominación conjunta de Montes de Cierzo y Argenzón, como si, en efecto, los últimos fueran parte y continuación de los primeros. Baste hojear, para comprobarlo, el Catálogo Documental de la ciudad de Corella por D. Florencio Idoate y leer los números 38 de la página 21; 182 y 183 de la página 50; 726 de la página 151; 1564 de la página 320, etc. Incluso los planos que hicieron los ingenieros de Montes, con motivo del reparto de los montes comunes de los citados pueblos, realizado en 1901 y 1902, se atienen a la denominación conjunta de “Montes de Cierzo y Argenzón”

Curiosidades de los montes de Argenzón

Además de los Balnearios Termales, a los que dedicamos un capítulo aparte, en el primer volumen de estas Investigaciones, figuran la ermita de Pedro Navarro y la Cruz de la Atalaya.
La Ermita de Pedro Navarro fue descubierta en 1979 por los estudiantes Serafín Olcoz y Sixto Jiménez, quienes la localizaron en una de las partes más altas de las Peñas del Baño, al N. E. del establecimiento Gustavo Adolfo Bécquer. Habían tenido casualmente noticia de su existencia, por la lectura de un fragmento del Apeo de Feloaga en un papel impreso con el que estaba forrada la parte inferior de unas andas de la parroquia.  Nosotros teníamos ya noticia de ella, no sólo por dicho apeo, sino por otros documentos encontrados en el Archivo de Protocolos de Tudela; pero desconocíamos su ubicación exacta.
Con que, en el verano de 1980, dichos jóvenes nos invitaron a reconocer su hallazgo, resultando ser un nicho o cueva, de pequeñas dimensiones, con tres gradas iguales, cortadas a pico, a modo de una estrecha escalera. El sitio no es de fácil acceso, por estar en una pronunciada pendiente, debajo de la cresta, de 600 m. de altitud y a su ladera occidental.  La extravagante ocurrencia de construir una ermita, o más bien, un simple santuario en tal paraje, fue cosa de Pedro Navarro, el bañero que salvó y crió al Venerable Palafox, desde 1600 a 1609. Iba a ser dedicado a la Virgen de la Soledad y lo empezó en 1628; pero, al enterarse el Monasterio de tal construcción, entabló pleito contra ella y lo ganó en 1630. Con que, en 1631, el abad, Fr. Plácido del Corral y Guzmán dictó un mandato, prohibiendo continuar las obras a Pedro Navarro y a su colaborador Gabriel Pérez (Miguel de Urquizu, Protocolo. de 1631, f. 21. A. P. T., secc. Fitero.). En vano D. Juan de Palafox, que, a la sazón, era Fiscal del Consejo de Indias, pidió al abad que le dejase a Pedro Navarro proseguir la fábrica de tal santuario, pues Fr. Plácido no accedió a ello.  En el Apeo de Feloaga, que data de 1665, se hizo constar que en dicho lugar, “no parece que ha habido altar ni al presente hay cubierto”.
La actual Cruz de la Atalaya de Cascajos es la segunda. La primera fue de madera de álamo,  habiendo sido inaugurada el 3 de mayo de 1908, por el párroco, D. Martín Corella. Para más noticias sobre ella, remitimos al lector a la página 278 de nuestro POEMARIO FITERANO, donde consignamos toda clase de detalles. Los vientos, lluvias y soles, la fueron dejando maltrecha, hasta el punto de perder un brazo. Y al cabo de los años, se pensó en su reemplazo.
La actual es de cemento armado y data de 1973. Mide 8 metros de altura y cada uno de sus brazos, 2 metros de longitud.  Su espesor medio es de 0´90 metros en cuadro y sus cimientos tienen 1´50 metros de profundidad. Está montada sobre tres plataformas cuadradas y escalonadas, de 0´30 m. De altura y 0´50 m. de pisa cada una.  La mayor tiene 5 m. de lado; la intermedia, 4 m. Y la menor, 2´8 m. Está calculada para resistir vientos de una velocidad de 180 kilómetros por hora y pesa 20 toneladas.  Ahora bien, el peso total aproximado del monumento es de unas 150 toneladas. Costó alrededor de 110.000 pesetas y fue bendecida e inaugurada, el 14 de septiembre de 1973, por el entonces Arzobispo de Valencia, Monseñor José María García Lahiguera, hijo de Fitero. Su arquitecto fue D. Román Magaña Morera; y su constructor, D. Carmelo Fernández  Vergara, con su equipo.

LOS MONTES DE CIERZO

Situación anterior a la compra de 1665

La secular participación de Fitero en los Montes de Cierzo tiene una larga historia que vamos a resumir, aunque deteniéndonos algunas veces en detalles pintorescos que la amenizan.
Es indudable que antes del siglo XII, si no precisamente el pueblo de Fitero, que no existía todavía, ni tampoco su Abadía, los vecinos de Tudején y de otros poblados, dominados, a la sazón, por los moros y colindantes con los Montes de Cierzo, cultivaron y pastorearon las partes más próximas de los mismos y, de hecho o de derecho, las poseyeron, constituyendo una verdadera facería.
Pero he aquí que,  a partir de la reconquista de Tudela, hacia 1119, dichos montes pasaron a ser propiedad exclusiva de esta ciudad, merced a una concesión que le hizo Alfonso I el Batallador, al otorgarle el Fuero de Sobrarbe. Este Monarca acababa de derrotar a los moros de la región y de apoderarse definitivamente de la Ribera de Navarra, y en virtud del derecho de conquista, es decir, del derecho de la fuerza, entonces usual, podía disponer a su antojo de los pueblos y de sus tierras. Ahora bien, es natural que una extensión territorial de 28.358,99 hectáreas, como es la de los Montes de Cierzo, no pudiese ser aprovechada, en su mayor parte, por la población que tenía entonces la ciudad de Tudela; y que, en consecuencia, los pueblos que limitan con los Montes de Cierzo[7], se aprovechasen de una parte de éstos. Así resulto que, a principios del siglo XVII, aparecían como congozantes de los Montes de Cierzo seis pueblos más: Corella, Cascante, Cintruénigo, Fitero, Monteagudo y Murchante. Como la situación era ilegal, a cada momento se producían discusiones, litigios y hasta riñas tumultuarias.

Tumultos

A veces, no se trataba de simples pleitos en los tribunales, sino de riñas tumultuarias en los campos, como las siguientes.
Año 1630 – Varios papeles, entre los que está la notificación hecha por el Consejo Real a los de Corella y a Juan de Luna, su alcalde, a consecuencia de una queja elevada por los de Cintruénigo, a raíz de cierto incidente ocurrido el 16 de abril, en los términos de Junquera, en los Montes de Cierzo, donde los de esta Villa habían hecho pozas, para empozar el lino y el cáñamo.
Según los de Alfaro, los contrarios salieron armados, en número de más de 1.500 y abrieron acequias, dejando secas las pozas. Habiendo acudido el alcalde y un regidor de Cintruénigo con vara levantada, con un escribano, fueron acometidos por los de Corella con azadones, dagas, espadas y piedras, amenazados de muerte y puestos en fuga afrentosamente. Se cita el antecedente de 1595 en cuya fecha ocurrieron parecidos sucesos y que fue tan grande la risa que llevaban los vecinos de Corella que se burlaron de unas mozas de Cintruénigo, que encontraron en el camino. También se agrega que, a los pocos días, hubo una falsa alarma y salieron armados, por haber creído que eran hombres unas ovejas negras que pacían cerca de una acequia que estaban haciendo[8]”.
Para poner fin a tal estado de cosas, ya en 1554, según Yanguas y Miranda, pensaron los pueblos congozantes en hacer el reparto en dichos montes[9], pero no se llevó a cabo hasta que la Corona les obligó a comprarlos en 1665, por la suma global de 12.000 ducados. Dicha cantidad fue pagada el mismo año, en partes proporcionales a las superficies deseadas por cada uno. Tudela pagó 4.992 ducados; Corella, 2.486; Cascante, 1.741; Cintruénigo, 1.289; Fitero, cerca de 1.192[10]; Monteagudo, 173 y Murchante, 127.

Escritura de compra

Fue otorgada el 24 de octubre de 1665, ante el escribano Francisco de Colmenares y Antillón, por Don Juan de Laiseca y Alvarado, apoderado del entonces virrey de Navarra, Duque de San Germán.
La firmaron, entre otras personas, los representantes de los 7 pueblos, siendo los de la Villa de Fitero, Rafael Jiménez y Ángel de Veguete. Consta de 20 condiciones, entre las que cabe destacar, resumiéndolas, las siguientes.
La 1ª excluía de la compra, como privativa de Cintruénigo, su huerta vieja y campos nuevo y viejo, con todo lo que tenían plantado de viñas y olivares en el término del Río Llano, desde la cañada de la Cebolluela hasta los límites con Fitero, por la ermita de San Sebastián, reconociéndose al Río Llano como abrevadero común.
La 2ª respetaba las viñas que tenía Cintruénigo en las 1.041 robadas de terreno, comprendidas desde la dicha cañada hasta sus límites con Corella, sin derecho a replantarlas.
La 3ª reconocía los derechos adquiridos por cada pueblo en sus riegos con las aguas del Río Alhama.
En la 8ª, se especificaba que la compra se efectuaba por 12.000 ducados de plata, puestos en Pamplona.
La 11 excluía de la compra y goce “la parte i monte realengo que llaman de Agenzón i toda la del Río Alhama.” Hacia la parte de la Villa de Fitero.
La 12 prohibía plantar en adelante viñas ni olivos ni otros árboles en el resto de los Montes de Cierzo y Argenzon, bajo la pena de 10 ducados por cada robada de tierra, facultando a cualquiera de los congozantes a arrancarlos y desplantarlos, sin incurrir en pena laguna.
La 14 establecía que el pago de los 12000 ducados, se haría en el término de un mes. 
La 19 consignaba, a petición de los representantes fiteranos, que la escritura y su contenido no sería en perjuicio de “las 50 robadas que Su Majestad tiene dadas en propiedad a la Villa de Fitero, en los montes reales de Agenzón para la nueva población y demás cosas contenidas en la merced de S. M.”

Autos de posesión

Fueron hechos el 26 y 27 de octubre de 1665, a continuación de la toma efectiva de posesión de los mismos, hecha por los representantes de los pueblos interesados, en presencia de Laiseca y su comitiva.  La de los Montes de Cierzo se hizo el 26, y la de los de Argenzón, el 27. Para tomar posesión de los segundos, Laiseca y sus acompañantes salieron de Cintruénigo, “por el camino carril” que va a la ermita de la Concepción y “habiendo llegado al paraje donde comienzan los montes reales que llaman de Agenzón cerca y en frente de la dicha ermita, ... entraron y se pasearon por dichos montes, rancando yerbas, arrojando tormos” y realizando otros actos simbólicos, pero el auto hace constar que la toma de posesión de Agenzón fue en todo lo que en él tiene hoy S. M. en propiedad, sin perjuicio i sin comprenderse ni ser visto darles la dicha posesión en lo que tiene o pretende tener en propiedad i posesión en lo que tiene o pretender tener en propiedad i posesión el Monasterio Real de Fitero, conforme a los límites de amojonamiento hechos de orden del Real Consejo por el M. I. Sr. D. Jeron Feloaga Oidor, del conservando a las dichas Universidades (pueblos) en el recíproco gozo que tienen el día de hoy en los terrenos i montes de Nienzobas y Turugen que tiene o pretender tener el dicho Real Monasterio en propiedad y el dicho R. Monasterio en el reciproco gozo que tiene el día de hoy en los dichos montes reales de Cierzo y Argenzón”.
En un Podatum de este 2º auto, todavía se aclara, a petición de Fr. Pablo de Nausia, que los montes de Argenzón “confinan y confrontan con los términos de Alfaro y Cervera, en que llegan los amojonamientos del dicho Monasterio.” Por si fuera poco, el mismo día se reunió el capítulo del Monasterio, acordando agregar una Posdata, firmada por todos los monjes y pasada ante el escribano, Colmenares, remachando que la toma de posesión no incluía los lugares de Nienzobas y Turugen, que el dicho Real Monasterio  tiene como propios suyos”.
Anotemos por fin que, para pagar los 1.193 ducados, que costó a Fitero la propiedad de su parte, en el reparto de los Montes de Cierzo, como a la sazón tenía el pueblo 358 vecinos, le correspondió a cada uno 36 reales, 21 maravedís y 1 cornado.

Nuevos pleitos y trifulcas

Al hacerse la escritura de compra y el reparto de los terrenos, se cometió un error garrafal: no haber hecho un deslinde detallado de las propiedades de cada pueblo; y dos arbitrariedades inexcusables: prohibir las plantaciones de viñas, olivos y otros árboles, en perjuicio de los agricultores y en beneficio de los ganaderos, y permitir que cualquier participante comunero pudiera arrancar impunemente las plantaciones que se hicieran en adelante. Naturalmente los pleitos, discusiones y riñas continuaron como antes, pues, pasado un plazo prudencial, los agricultores más arriesgados hicieron caso omiso de tales prohibiciones y continuaron plantando viñas y olivos en los Montes de Cierzo, como lo habían hecho después de la Provisión Real de 1593, que se había limitado a prohibir solamente la plantación de viñas. Siete años después, en 1600, Tudela y Corella entablaron pleito contra Cintruénigo por haber contravenido a tal Provisión, y las sentencias de la Corte y del Consejo Real de 1619y 1623 dieron por buenas las plantaciones de viñas y olivares hasta 1619, aunque amenazando con 1.500 ducados de multa a los que plantasen más viñas en adelante.
La prohibición de 1665 no tuvo más éxito que las anteriores y en 1774, Cintruénigo incoó a su vez, un proceso contra Corella y Tudela, con motivo de unas plantaciones de viñas, hechas en el término llamado Las Mil Cuarenta y Una robadas. De todos modos, en algunos años, como en 1829 y en otros anteriores, hubo algunas desplantaciones a Mano Real, pero no por se detuvieron las plantaciones más que de momento. En 1847, Tudela y Cascante entablaron demanda ante el Consejo Provincial contra los cinco pueblos restantes, incluido, por supuesto, Fitero, de la comunidad de Montes de Cierzo y Argenzón, solicitando la desplantación de todo lo plantado en ellos; pero dicho Consejo falló, el 27 de marzo de 1848, que no había lugar a tal desplantación, estableciendo, en compensación, el pago anual por los dueños de las plantaciones, de un canon en metálico a favor de la comunidad, arreglado por peritos quienes tasarían los terrenos plantados en su estado primitivo de pasto o hierba. Por lo demás, la sentencia insistía en prohibir nuevas plantaciones de viña y olivos, a sabiendas de que no iba a ser cumplida tal prohibición, pues, en el primer Considerando, consignaba que, había más de 30 días que los pueblos demandados habían empezado a hacer esas plantaciones, las cuales comprendían una extensión de 13.793 robadas de viña y olivar, y que los Tribunales a los que se había recurrido anteriormente contra ellas, las habían respetado hasta cierto punto, limitándose a desplantar “un número insignificante de robadas[11]”.
Para cumplir tal sentencia, los cinco pueblos afectados nombraron en enero de 1849 sus respectivos peritos, haciéndolo incluso Fitero que nombró a D. Felipe Yanguas, no obstante que nuestro pueblo no tenía entonces ninguna plantación en Montes de Cierzo. Pero los ganaderos tudelanos se dieron cuenta de que iban a salir perdiendo con tales medidas y prefirieron de momento dejar las cosas como estaban.  Pero he aquí que el 5 de septiembre de 1857, Tudela acudió de nuevo al Consejo Provincial, pidiendo, al cabo de nueve años, el cumplimiento de la parte pericial y tres días después, el 8 de septiembre, la desplantación de todo lo plantado con posterioridad a la sentencia de 1848.  Como la mala fe de los ganaderos tudelanos era evidente, el Consejo Provincial se limita formar un expediente, sin ánimo de resolverlo.  Ahora bien, como volviese a la carga en 1862, el Gobernador Civil, Sr. Vizconde del Cerro, reunió en Pamplona a los representantes de los siete pueblos (los de Fitero fueron Don Nicolás Octavio de Toledo y don Manuel María Alfaro), para llegar a un convenio que se concretó en esos 4 puntos: 1.- Todas las plantaciones hechas hasta la fecha serían respetadas y sus dueños quedarían libres de abonar canon ni planta por los terrenos que ocupaban; 2.- en cambio, los ganados podrían entrar libremente en todos los terrenos plantados, desde que se levantase el fruto hasta el 1 de marzo, a excepción de los olivares en que pudiera causarse daño; 3.- el aprovechamiento de las aguas quedaría como hasta entonces; 4.- cada pueblo haría, en el término de dos meses, un apeo general de todas las plantaciones hechas, remitiendo una copia al Gobierno Civil de la Provincial.  Tal convenio fue firmado el 30 de agosto de 1862.
Con esto pareció zanjada definitivamente la cuestión; pero he aquí que el 25-XI-1882, Tudela volvió a removerla por enésima vez, pidiendo al gobernador Civil de la Provincia el cumplimiento de la sentencia de 1848. ¡El colmo! En consecuencia, se pidió un nuevo informe a los pueblos y Fitero envió el suyo, redactado por Sagasti, el 1 de abril de 1883 (2ª p., doc. nº 89, ps. 877-88).
Por supuesto, los ganaderos tudelanos, que eran los promotores de todos estos pleitos, no se salieron con la suya y trataron de imponerse por la fuerza.
Don José María Iribarren, en su libro Burlas y Chanzas, narra así una de estas intentonas.
“Hace bastantes años –escribe- estuvieron a punto de llegar a las manos fiteranos y tudelanos. Aquellos habían plantado vid americana en terrenos propiedad de Tudela, situados en Montes de Cierzo. Los tudelanos marcharon allí, dispuestos a arrancar la plantación; pero los fiteranos los esperaban armados y aquellos se retiraron sin hacer nada. A ello alude la copla fiterana:
Ya vienen los de Tudela
a “rancar” americano,
y los de Fitero bajan,
con el cuchillo en la mano”[12]
No sabemos de qué fuente de información obtuvo esta anécdota el ilustre escritor tudelano; pero, según nos la refirió a nosotros un testigo presencial de Fitero, el Sr. Domingo Alfaro, ya difunto, las cosas no sucedieron exactamente así. Por de pronto, las plantaciones no pertenecían a vecinos de Fitero, sino de Cintruénigo. Noticiosos éstos de las intenciones de los tudelanos, vinieron la noche anterior a nuestro pueblo, a pedir ayuda a sus vecinos, puesto que los de Fitero también tenían viñas contiugas, por aquellos lugares. Con que, hacia la una de la madrugada, se despertó a nuestro vecindario, por medio de un pregón público, reforzado con los gritos de los animadores cirboneros, y la mayoría de los mozos del pueblo se fueron con los cirboneros a los Montes de Cierzo, a las 43 de la mañana, para hacer frente a los tudelanos. Durante la marcha, uno de ellos improvisó esta copla que corearon luego todos:
Ya vienen los de Tudela
a rancar americano
y ya bajamos nosotros,
con la “estralilla” en la mano.
(La estralilla es una pequeña hacha.) Pero los tudelanos, al decir de nuestro informante, no se presentaron por allí. El suceso ocurrió en Campolasierpe, el 23 de enero de 1904.

Reparto definitivo

Por fin, se acabaron estos pleitos en 1901, cuando, por providencia judicial del 12 de diciembre de dicho año, se ordenó entregar a cada uno de los pueblos interesados, sus planos parciales respectivos y además el Plano General en el que se detallaban las partes de terreno adjudicadas a cada uno. La base de este reparto fue el deslinde realizado en 1846-1847, que, por cierto, daba una extensión total equivocada de 28.358,99 hectáreas, la cual fue rectificada posteriormente por la Sección de Estadística Provincial. Así, pues, se adjudicaron definitivamente a Tudela 11.960,46 hectáreas; a Corella, 5.772,32; a Cascante, 3.711,31; a Fitero, 3.030,41; a Cintruénigo, 2.660,71; a Murchante, 678,34; y a Monteagudo, 545,44. Más tarde, fueron rectificadas[13].
Anota Alfredo Floristán Samames que “al hacerse el reparto de 1901, cada pueblo hizo con su parte lo que creyó más conveniente. Así, mientras Cascante la repartió entre los vecinos, Fitero y Murchante permitieron que siguieran usufructuando quienes roturaron o sus descendientes repartiéndose siempre por sorteo, tan solo entre los vecinos, alguna pequeña extensión agrícolamente inexplotada hasta entonces[14].


CAPÍTULO X

EL GUARDERÍO RURAL

La idea del Guarderío es tan antigua como el establecimiento de la propiedad privada de los campos, por la necesidad de preservar sus plantas y sus frutos de la rapiña ajena.
Su institución legal data en Fitero, por lo menos, de 1524, pues, en la claúsula 5ª de las Ordenanzas Municipales de dicho año, se estableció que, el día de San Miguel de cada año, es decir, el 29 de septiembre, se nombrarían en junta del pueblo con el Abad, “los bayles e guardas de los campos” que fueran necesarios, y los ¡apreciadores de los daños en los frutos y heredades[15]”. Unos y otros subsistieron hasta nuestros días, aunque variando su número, sus retribuciones, su duración, la cuantía de las sanciones, que se imponían a los infractores, etc.
Ignoramos el número máximo de guardas de campo que llegó a haber en el pueblo, a través de los siglos; pero no creemos que sobrepasara nunca la docena, aun incluyendo los particulares.
A comienzos del siglo XIX, el Monasterio empleaba tres guardas, solo para vigilar el Soto y las Dehesas, pagándoles en conjunto 429 reales al año[16]. En 1857, siendo Alcalde, D. Cesáreo Huarte, hubo 8 guardas; en 1882, habían bajado a 6; en 1902, se redujeron a 5; en 1903, a 4; en 1969, a 2; y en 1970, a 1.
La renovación anual del Guarderío se mantuvo hasta la cuarta década del siglo actual, en que empezaron a nombrarse guardas fijos y se limitó su jornada de trabajo a 8 horas, pues antaño era desde el amanecer hasta el anochecer.
Dicha renovación por año era anunciada por el Ayuntamiento, con  ocho días de anticipación, por medio de un bando, para que se presentaran solicitudes. Después de la extinción del Monasterio, el primitivo Reglamento de los guardas de campo, fue aprobado por R. O. del 8 de noviembre de 1849.
En él se establecía que los guardas rurales, deberían ser pagados con fondos del Municipio, correspondiendo su nombramiento a los Alcaldes, los cuales solían hacerlo de acuerdo con la Comisión de Policía Rural, compuesta, de ordinario, por tres concejales.
Para recabar fondos con que pagar a los guardas, el Ayuntamiento hacía, cada año, un reparto y unas imposiciones mínimas entre los terratenientes, las cuales eran cobradas a domicilio por los alguaciles. En 1886, este impuesto fue de 0,24 pesetas, por cada robo de viña de regadío; de 0,12 pesetas por c/r de viña de secano; y de 0,08 pesetas, por cada robada de labor de monte[17]. En cambio, 17 años después, o sea, en 1903, aunque parezca increíble, la imposición había descendido, pues fue respectivamente de 0,20, 0, 10 y 0,02 pesetas[18]. Esto quiere decir que los guardas de campo estaban siendo pagados de mal en peor. En efecto, en 1883, se nombraron 6 guardas, encabezados por Jacinto Hernández, a dos pesetas diarias[19]. No estaba mal para la época; pero les pareció demasiado a algunos ediles y, 14 años más tarde, es decir, en 1902, el Guarderío interino, formado por el cabo, Clemente Lauroba y cuatro guardas más, solo cobró 1,50 pesetas diarias; es decir, una cuarta parte menos que en 1883[20].
En vista de esta mezquindad, en la primera convocatoria de 1903, no hubo bastantes solicitantes, por lo que el Ayuntamiento hubo de hacer una segunda, ofreciendo una subida de un real, y con este salario de 1,75 pesetas, quedaron nombrados solo 4 guardas: Alfredo Gómez, cabo, e Isidro Aznar, Ricardo Moneo y Rufino González[21]. Sin embargo, al año siguiente, les rebajaron otra vez el suelo a 1,50 pesetas. Y así continuaron, por lo menos, hasta 1913, en que una gacetilla de LA VOZ DE FITERO daba cuenta, en su número 52, de que había sido nombrado guarda jurado Emeterio Arnedo, por los consabidos 6 reales diarios[22].
Por supuesto, las relaciones entre el Ayuntamiento en el Guarderío, en este periodo, no eran precisamente cordiales. En junio de 1902, fueron destituidos los guardas J. A. y R. H. Pidieron explicaciones al Ayuntamiento, pero no se las dieron. Entonces citaron a juicio previo de conciliación, al Alcalde, quien tuvo que reconocer la honorabilidad personal de los destituidos; más no los repuso en el cargo[23]. En julio siguiente, dimitió el guarda C. G.[24]; y en agosto de 1903, fue destituido el cabo de guardas, M. Mª. B. P.[25].
En 1911, los gastos del Guarderío arrojaron las siguientes cifras. Cargo: 4.019,39 pesetas; Data 2.342,33 pesetas[26].
Aunque, como hemos visto, las imposiciones anuales para pagar a los guardas no llegaban a 1 real por robada de tierra, todavía había contribuyentes que se resistían a abonarlas, engrosando las listas de los morosos incobrables por Guarderío. Las pequeñas cantidades impagadas constituían los desfalques de Guarderío. En la sesión municipal del 23 de noviembre de 1901, el aguacil Félix Falces presentó una lista nominal de 11 morosos, por un desfalque total de 6,03 pesetas; y el aguacil, Emeterio Liñán, otra de 3 morosos, por un desfalque de 0,83 pesetas. Sumadas ambas listas, arrojaban respectivamente 14 morosos y 6,86 pesetas de desfalques[27].
Lo más duro de la situación del Guarderío, en el siglo XIX, fue la famosa responsabilidad de daños, implantada ya en las postrimerías de la época abacial. Por la Ley 110 de las Cortes de Navarra de los años 1817-1818, se dispuso que la custodia de los campos se confiase en adelante a guardas asalariados, con responsabilidad de daños. Evidentemente, la intención de los legisladores fue la de reforzar la vigilancia de los guardas rurales, un tanto relajada; pero, para que su aplicación fuese justa, los Municipios deberían haber sido obligados a mantener un número de guardas, suficiente para vigilar bien todo su territorio y además, retribuirlos decorosamente. No fue precisamente éste le caso de Fitero, en ninguno de los dos aspectos, y así la desdichada responsabilidad de daños solo produjo muchos quebraderos de cabeza y conflictos innumerables. Resulta que los guardas tenían que pagar hasta 20 pesetas por daños a mano airada, no denunciados; ¿y cómo iban a pagarlas, cuando, como ocurrió en 1902, solo había cinco guardas, que solo ganaban 6 reales diarios…?
En ese año, precisamente se realizaron no pocos daños a mano airada, para perjudicar a los guardas. En vista de ello, el Ayuntamiento, en sesión del 10 de diciembre del mismo año, acordó relevar a los guardas de tal obligación y “que se satisfaga lo que corresponda a los guardas, de fondos del Guarderío, por el tiempo que el Ayuntamiento tenga por conveniente[28]”.
La verdad es que el Guarderío, con responsabilidad de daños, no satisfizo en Fitero a ninguno: ni a los guardas, ni a los vecinos, ni al Ayuntamiento, que acordó suprimirlo en 1881. Pero la Diputación Foral revocó tal acuerdo, el 19 de septiembre de 1882, y aunque, de mala gana, hubo que volver al Guarderío con responsabilidad de daños. Según afirma Sagasti, hubo por entonces algún año en que el Ayuntamiento sacó el Guarderío en arriendo, por vía de pruebas; más tuvo que desistir de ello, porque, en general, dio malos resultados[29]. A veces, los guardas se negaban, con razón, a pagar las cédulas de aprecio respaldadas, porque los propietarios abultaban los daños. Entonces eran pasadas al Ayuntamiento, el cual las discutía, en sesiones ordinarias, y zanjaba la cuestión. He aquí un ejemplo típico, entre cientos. En la sesión municipal del 13 de abril de 1904, la vecina Fermina Yanguas presentó cinco cédulas de aprecio respaldadas, por daños causados, en fincas suyas de los Cascajos, la Vega, Valdebaño y la Muralla del Prado. Por la primera cédula se le pagó todo el daño, tasado en 4,50 pesetas, incluida 1 pesetas del aprecio. Por la segunda, la tercera y la cuarta, solo se le pagó la mitad del daño y el aprecio; y por la quinta, todo el daño y el aprecio, que totalizaban 5,25 pesetas. En la primera cédula, se trataba de unas uvas, llevadas de una viña; en la segunda, de unas nueces sacudidas de una noguera, etc.[30]
En cuanto a las multas y sanciones, impuestas a los infractores, variaron, a través de los siglos, teniendo en cuenta las circunstancias y la cuantía de los daños causados. Ya vimos en la cláusula 14 de las Ordenanzas Municipales de 1524 cómo al que sorprendían hurtando uvas, le imponían una multa de 5 blancas (13 maravedís), si era de día; y de 10 blancas, si era de noche, las cuales eran para el bayle y guarda. Saturnino Sagasti consigna 40 y pico de multas, impuestas solamente en la década de 1850-1860; pero anota otras muchas de los decenios anteriores y posteriores. He aquí algunas curiosas, relativas a foranos.
El 11 de noviembre de 1843, se impuso al ganadero de Cintruénigo, Ignacio Chivite una multa de 100 reales vellón y la reparación de los daños causados por un ganado suyo, en la viña-olivar de Ruperto Muro[31]. El 17 de noviembre de 1854, siendo Alcalde Fermín Andrés, se impusieron sendas multas de 4 reales vellón, a los hermanos cirboneros, Pedro Clemente y Pedro Domingo Ligués, por haber arados sus peones con dos yuntas, en el Barranco de la Nava, unos terrenos de Pablo Yanguas y de Manuel y Fernando Bermejo, destrozando el abrevadero[32]. El 15 de marzo de 1858, se condenó al pago de 16 reales de daños y a 20 reales de multa gubernativa, al vecino de Cascante, Manuel Clemente, alias “el Ojillo”, por haber metido 20 cabezas de ganado lanar, en una pieza de cebada de Cesáreo Rupérez, encima de la Bainosa[33]. El 4 de julio de 1860, siendo Alcalde, D. Nicolás Octavio de Toledo, se multó con 10 reales, al vecino de Corella, José Rubio, por arrancar esparto, en el término de Abatores[34]. El 2 de diciembre de 1866, siendo Alcalde, D. Manuel María Alfaro, se impuso al vecino de Tudela, José López, una multa de 70 reales vellón: 10, por cruzar su ganado lanar la carretera, por donde no había paso; y los 60 restantes, por pastar por cunetas y paseos de dicha carretera[35]. Añadamos este dato curioso: esta vez, el enunciante no fue ningún guarda, como de ordinario, sino el peón caminero, Santiago Ayala.
Ni que decir tiene que la mayor parte de las multas recaían siempre sobre los vecinos, por los motivos más variados; pero no queremos dar nombres de sancionados en el siglo pasado, porque, a lo mejor, son identificados por sus descendientes. Solo vamos a citar un caso excepcional, ocurrido hace un silgo. Fue en el verano de 1883, siendo Alcalde D. Juan Cruz Lahiguera.
A la sazón, era tiempo de veda en las Dehesillas, para el ganado lanar. Sin embargo, allí se metió más de una vez el rebaño de un ganadero, produciendo daños por 499 reales vellón. Ahora bien, loso guardas, cuyo cabo era V. P., no lo denunciaron. Entonces se les castigo a pagar 70 pesetas, por vía de daños, y 30 más (5 a cada uno de los seis guardas), por vía de multa gubernativa y por los gastos periciales[36].
Anotemos, para terminar, que la situación precaria de los guardas empezó a evolucionar favorablemente, durante la Guerra Europea de 1914-1918, cuyas secuelas produjeron una verdadera revolución económica y social, subiendo, desde entonces, paulatinamente, desde los 6 reales de 1913 a las 4 pesetas de 1931. Por esta época, se abolieron además la renovación anula de los guardas y la responsabilidad de daños, aplicándoles la jornada de 8 horas de trabajo. Terminada la Guerra Civil de 1936-1939, los guardas rurales empezaron a ganar 6,50 pesetas diarias, y en 1950, cobraban ya 7,20 pesetas. La implantación de las pagas extraordinarias de Navidad y del 18 de julio vino a beneficiarlos más, de manera que, en 1969, contando con ellas, los guardas salían por algo más de 264 pesetas al día. No era precisamente un sueldo muy holgado, pues la vida se había encarecido notablemente y una aprendiza quinceañera de INITESA ganaba ya 415 pesetas semanales.
En 1985, el único guarda rural que quedaba, el Sr. Ángel Ramos, cobró, por todos los conceptos –pues ejercía otras funciones ocasionales del Municipio 945.252 pesetas.
¡Menuda diferencia con los pobres guardas seisrealeros de 1913…!



CAPÍTULO XII

GENTES Y HECHOS DE ARMAS

Tiempos prehistóricos

Antes de nada, hagamos una aclaración. El pueblo de Fitero no fue jamás un teatro de guerra propiamente dicho, pues, como hemos anotado, más de una vez, no empezó a formarse formalmente hasta mediados del penúltimo decenio del siglo XV. Otra cosa distinta es su territorio, que en efecto, fue campo de batgalla más de unavez, ya desde los tiempos prehistóricos. Así lo demuestran las conclusiones a que llegaron los eminentes arqueólogos, D. Blas Taracena y D. Juan Maluquer de Motes, después de sus excavaciones y estudios de los primitivos poblados de la Peña del Saco, entre las que figuran estas dos: 1) que el más antiguo, de tipo pastoril y de origen ibérico o celta, a finales de la Edad del Bronce, fue incendiado y destruido por una invación celtibérica, representando “un verdadero fenómeno de conquista del territorio”, 2), que, a su vez, el último poblado celtibérico fue violentamente destruido y abandonado, no volviéndose a ocupar dicho lugar”[1].

Edad Antigua – Época romana

¿Quién lo ocupaba últimamente…? Una tribu de pelendones. ¿Y quiénes lo destruyeron…? Los conquistadores romanos… ¿Cuándo…? En el siglo II antes de Jesucristo; pero no se sabe con certeza el año. Taracena conjetura que ocurrió, después de la toma y destrucción de Numancia por Publio Scipion Emiliano, el año 133 antes de Jesucristo; pero también pudo haber sido, a raíz de la victoria de Tiberio Sempronio Graco sobre los celtíberos, al pie del Moncayo, en 179 a. de J.C…
Después de esta destrucción, no consta ninguna acción bélica de los romanos en territorio fiterano, aunque sí su presencia en las termas del Baño Viejo, cuando menos, en la época de Augusto, en la que habían edificado un pequeño balneario. ¿Y no utilizarían antes sus aguas las tropas del general Quinto Sertorio, que, apoyado resueltamente por los celtíberos, se apoderó de la mayor parte de España y tuvo en jaque al dictador romano, Sila, durante más de ocho años…? Es posible, sobre todo, si se confirma definitivamente que la antigua Contrebia Leukade, rendida por Sertorio, el año 77 a. J. C., se identifica con un poblado celtíbero, aledaño a Inestrillas, donde, en efecto, hubo un bastión romano de importancia, del que todavía quedaban algunos  restos, en el año 1978, en que lo visitamos. Nótese que de Inestrillas hasta los Baños Viejos (Virrey Palafox), siendo la corriente del Alhama, solo hay de 12 a 13 kilómetros. De todos modos, esto solo es una mera conjetura.

Edad Media – Época visigoda

En cambio, parece cierto que, al empezar las invasiones de los bárbaros en España, en el siglo V de nuestra era, esto no se apoderaron del territorio fiterano, pues los vándalos, silingos y alanos que atravesaron Navarra y Rioja, lo hicieron por el N. Incluso es probable que, dada la resistencia de los vascones a los visigodos, durante muchos años, estos no se apoderaran del territorio de Fitero, hasta los tiempos del Rey Suintilla (622-631), el cual derrotó a los vascones y fue el fundador de Olite.

Época musulmana

No ocurrió lo mismo con los invasores musulmanes, pues éstos se apoderaron probablemente de nuestro territorio, cinco años después de su irrupción en España, o sea, hacia el año 716, después de la conquista de Tudela por Ayyub ben Habid–añ-Lajmí, llamado por los cronistas cristianos Ayub el Lajunista. Debió ser en el mismo siglo VIII o en el siguiente, cuando los moros construyeron la fortaleza de Tudején y se formó, más tarde, a su sombra, la villa del mismo nombre.

Época cristiana – Luchas entre navarros y castellanos

Sancho III el Mayor de Navarra se apoderó del castillo hacia 1016 y es probable que continuara en poder de los cristianos, en el resto del siglo XI, a juzgar por dos mapas insertos en La España del Cid de D. Ramón Menéndez Pidal[2]. En el 1º, que es un mapa de España en 1605, a la muerte de Fernando I de Castilla, aparece Tudullén, como perteneciente a Navarra, mientras que en el 2º, que es de 1086, después de la toma de Toledo, figura como perteneciente a Castilla y formando frontera con el reino moro de Zaragoza. En 1065,era Rey de Navarra Sancho García IV el de Peñalén, el cual cedió el castillo de Tudején a Al-Moctadir Billa, rey moro de Zaragoza, el 25 de mayo de 1073, a cambio del castillo de Caparroso[3]. Pero no le duró mucho a Al-Moctadir la posesión del castillo de Tudején, pues, como la toma de Toldo por Alfonso VI de Castilla ocurrió el 25 de mayo de 1085, es claro que los castellanos debieron apoderarse de Tudején el mismo año o a principios del siguiente. ¿Con lucha o por capitulación…? No lo sabemos. A partir de entonces, Tudején dejó de pertenecer a los musulmanes, de una manera definitiva, pues Alfonso I el Batallador rindió a Zaragoza en 1118 y a continuación, uno de sus lugartenientes, el Conde francés, Rotrón de Alperche, se apoderó de Tudela, cayendo luego en sus manos los demás pueblos de la cuenca del Alhama: Corella, Cintruénigo y Tudején. Como Alfonso I el Batallador era, a la vez, Rey de Aragón y de Navarra, Tudején pasó de nuevo a poder de los navarros. En enero de 1129, el mismo Monarca se encontraba en el castillo de Tudején, según consta en una donación que hizo desde allí al Hospital de San Juan de Jerusalén. Y en su testamento de 1130, dictado en Bayona, donó el castillo de Tudején a Santiago de Galicia, ratificando tal donación, tres días antes de su muerte, en el nuevo testamento otorgado en Sariñena, el 4 de septiembre de 1134. Pero tal testamento no fue respetado por nadie, y Alfonso VII de Castilla, aprovechando la debilidad del Rey, Ramiro II el Monje, que había sucedido al Batallador en Aragón y Navarra, se apoderó de Tudején. En octubre de 1146, tuvo en él Alfonso VII una entrevista con su yerno, García Ramírez VI de Navarra; y en enero de 1151, celebró allí otra con el Príncipe de Aragón y Cataluña, Ramón Berenguer IV.
Al año siguiente, ocurrió un hecho trascendental: el traslado a Fitero por San Raimundo de la Abadía Cisterciense de Niencebas; Y en abril de 1157, otro no menos importante: la donación del castillo de Tudején, por Sancho III de Castilla y su padre el Emperador, al flamante Monasterio de Fitero, que sólo distaba menos de una legua de aquél. Con estos acontecimientos el territorio fronterizo de Fitero adquirió mucho más valor e importancia y, por lo mismo, se convirtió en una presa más codiciable. Entonces los Reyes de Navarra empezaron a conceder privilegios y favores a la Abadía. Sancho VI el Sabio, en enero de 1157, dio licencia los monjes para pastar sus rebaños en su reino y los eximió del pago de peajes y portazgos[4]. Sancho VII el Fuerte, en diciembre de 1211, ratificó a la Abadía la posesión de la villa de Niencebas y Tudején[5]. Y Teobaldo II le dejó en su testamento de 1270 una renta de 100 sueldos anuales[6]. Evidentemente, no era por pura religiosidad, sino por tenerla de su parte, en sus reivindicaciones fronterizas. El viejo pleito contencioso entre Castilla y Navarra por la pertenencia de Fitero y Tudején se puso al rojo vivo en el siglo XIV. A comienzos de 1335, el Monasterio estaba en poder de Navarra y el Gobernador lo abasteció de víveres y armas para su defensa. El capitán Pero Sánchez de Montagut llevó 100 ballesteros de Tudela, para defender de un asalto castellano, que parecía inminente; y en efecto, lo defendió; pero no pudo impedir que 200 castellanos de infantería y 13 de caballería entraran en el castillo de Tudején, a los gritos de ¡Castilla, Catilla! Y que se instalaran en él.
Un mes después, irrumpieron asimismo en el Monasterio, cometiendo toda clase de violencias. “Dos hombres fueron muertos sobre el altar y todos los que se encontraban dentro del Monasterio fueron detenidos[7]”.
Pero lo más grave ocurrió, en el otoño del mismo año, en que acabó en guerra declarada la reciente Alianza de Navarra y Aragón contra Castilla. Reinaban respectivamente en esos Estados Felipe III, Pedro IV y Alfonso XI. A la sazón, era Gobernador de Navarra, D. Enrique de Sully, que residía en Tudela, y allí se hallaba en el otoño de 1335, con D. Lope de Luna, uno de los más poderosos caballeros de Aragón. Con el fin de apoderarse del castillo de Tudején, concentró bastantes tropas de infantería y caballería, a las que vinieron a unirse unos 1.500 caballos aragoneses (el cronista Jerónimo de Zurita loso reduce a 500), mandados por D. Miguel Pérez Zapata. Con estas fuerzas, no le fue difícil apoderarse del Castillo, que solo tenía una pequeña guarnición castellana. Pero Sully y D. Lope de Luna no contaron con reacción de Alfonso XI, quien, al tener noticia de este suceso, envió más de 2.000 caballos y gran número de infantes, al mando de D. Martín Fernández Portocarrero. A marchas forzadas, llegó a Alfaro el nuevo ejército de Castilla, y habiéndolo sabido el Gobernador Sully, envió a decir al General de Castilla, por medio de un trompeta, que se holgaba mucho de su llegada y que, al día siguiente, saldría a correr, con sus gentes, la huerta de Alfaro, a vista suya. A esta fanfarronada respondió Portocarrero que él pensaba en lo mismo y que, al día siguiente, iría él a correr la huerta de Tudela. Esta después desconcertó a Sully, a Luna y a los Cabos del Consejo de Guerra, los cuales se engañaron con la misma verdad, imaginándose que era un simple ardid de guerra, con el que, amenazando a Tudela, quería encubrir su propósito de cargar sobre Fitero. Persuadidos de ello, cometieron el fatal error de dividir su ejército en dos partes, enviando a Fitero toda la caballería de Zapata, el cual prometió que estaría de vuelta en Tudela, al atardecer del día siguiente. Pero, al día siguiente, percatados los castellanos de la ausencia de la caballería aragonesa, acometieron con brío a la infantería navarra que, para colmo de errores, había salido fuera de los muros de Tudela, en campo abierto y lejos del castillo, en el que se habían quedado Sully y Luna. La batalla fue muy reñida, pero se impusieron los castellanos con su caballería, ocasionando numerosas bajas a navarros y aragoneses y cogiéndoles no pocos prisioneros; entre ellos, a los valerosos jefes, D. Sancho Sánchez de Medrano y D. Miguel Pérez de Urroz. Conseguida esta primera victoria por la mañana, los castellanos ordenaron sus tropas, para derrotar por la tarde a la caballería de Zapata, que volvía de Fitero. Y en efecto, lo consiguieron, cayendo prisioneros del mismo Zapata, sus primos y un sobrino suyo que lo acompañaba. Después de este doble triunfo, el ejército castellano se retiró a Alfaro, ya bien anochecido, con los prisioneros y los despojos. Allí Portocarrero y los demás jefes castellanos celebraron un Consejo de Guerra, deliberando si convendría marchar luego sobre Fitero y Tudején, conviniendo unánimemente en que sí. Con que, después de unos días de descanso, marcharon primeramente al Monasterio, defendido por alguna infantería “poca y bisoña”, la cual huyó, al acercarse el ejército castellano, dejando solos al Abad, Fr. Sancho Fernández de Maniero y sus compañeros. A continuación, se dirigieron al castillo, que tenía una guarnición de navarros y gascones, decididos a batirse con los castellanos. Pero el Gobernador de la fortaleza era un fraile del Monasterio, llamado Fr. Juan, natural de San Pedro de Yanguas, y, por tanto, castellano, Este los convenció de la inutilidad de hacer una resistencia desesperada, dada la superioridad del enemigo y entonces desampararon el castillo. Enseguida lo ocuparon los castellanos, y dejando en él y en el Monasterio una buena guarnición, se volvieron a Alfaro.
Pocos días después, el ejército vencedor, para recoger botín, se dividió en tres grupos y “corrió con robos, incendios y talas de los campos, toda aquella parte de la Ribera que se extiende desde el Ebro hasta el Moncayo”, produciendo un “estrago horroroso”. Noticioso de ello, el Rey de Castilla, indignado por aquella barbarie, llamó al general Portocarrero, intimándole a que cesase inmediatamente aquella guerra, y a los demás Señores y Caballeros que “no hiciese hostilidad alguna en Navarra” y que “se volviesen luego para él o se fuesen para sus tierras”. Así ocurrió efectivamente y entonces, ya bien entrado el año 1336, Sully, que continuaba siendo Gobernador de Navarra, “habiendo reparado medianamente su ejército, cayó con él intempestivamente sobre Fitero y Tudején, y con la misma facilidad que se habían perdido, los recobró para Navarra y dejó allí grueso consideraba de gentes, para retenerlos y los retuvo[8].”

Los Tratados de 1336

Fueron esencialmente dos: uno de paz inmediata entre Castilla y Navarra; y otro, de aceptación de un compromiso formal de solventar, más adelante, definitiva y pacíficamente, por medio de un arbitraje imparcial, el viejo pleito de la pertenencia del castillo de Tudején y del Monasterio de Fitero. La iniciativa partió del Prelado Francés, Monseñor Juan, Arzobispo de Reims que pasaba, a la sazón, por Navarra, en romería a Santiago de Compostela. Aceptada por los Monarcas de ambos reinos, se convino en que sus mensajeros se reunirían en un lugar entre Logroño y Viana, llamada los Traces, al que acudieron, de parte de Castila, el ya citado D. Martín Fernández Portocarrero, D. Fernando Sánchez de Valladolid, Notario Mayor de Castilla, y D. Gil Alvarez, Arcediano de Calatrava, y de parte de Navarra, el citado Obispo de Reims, D. Arnalt, Obispo de Pamplona, D. Saladín de Anglera, Señor de Chenesi, nuevo Gobernador de Navarra, en sustitución de Sully. La paz se ajustó a base de dejar libres, con fianzas, a los prisioneros de ambos bandos (la fianza por D. Miguel Pérez Zapata ascendió a 80.000 maravedís); en tirar las guarniciones del Castillo y de la Abadía; en que el Abad y los monjes se mantuviesen neutrales; en que los Monarcas se perdonasen mutuamente los robos, quemas y demás excesos cometidos por sus tropas, etc. Ahora bien, para solventar el pleito de la pertenencia de Tudején y de Fitero, Castilla nombro dos árbitros: Alfonso Fernández Corone, Alguacil Mayor de Sevilla, y Ruy Díaz, Deán de Salamanca; y Navarra, otros dos: Juan Martínez de Medrano, Señor de Sartaguda, y a D. Martin Sánchez de Artáiz, Enfermero Dignidad de la Santa Iglesia de Pamplona; y por quinto árbitro, eligieron al Cardenal Jacobo Gactano. Los cuatro primeros árbitros se reunirían, el uno de junio de dicho año de 1336, en Alfaro, y tendrían dos años de tiempo para reflexionar y dictaminar sobre la cuestión. Si, al cabo de ellos, no se ponían de acuerdo, deberían presentar sus dictámenes, dentro de 90 días, al antedicho Cardenal, el cual tendría 9 meses de plazo, para dictar la sentencia definitiva[9].
Vale la pena de transcribir las alegaciones de unos y otros árbitros sobre la pertenencia del Monasterio de Fitero.
“Por parte de los árbitros de Castilla, se alegaba, entre otras cosas, que el Monasterio estaba fundado en los términos de Castilla y su jurisdicción; que los Reyes de Castilla recibían yantar en el Monasterio; que sus Merinos recibían también mula y vaso de plata del Abad y monjes; que, cuando acaecieron muertes, los oficiales del Rey de Castilla hicieron justicia; que en Fitero corría la moneda castellana, como moneda de su Rey; que los abades y monjes del Císter contaban al Monasterio como del Señorío de Castilla y acudían a sus Capítulos Generales; y que, cuando había guerra entre Castilla y Aragón, los aragoneses robaban al Monasterio como lugar de Castilla.
Por parte de Navarra, se dijo que el Monasterio estaba situado en su territorio, dentro del término de Corella; que los monjes comparecían en las Cortes de Navarra, siempre que eran llamados; que sus Reyes tomaban, cada año, una cena en el Monasterio; que había cobrado el peaje de los vecinos de Castilla, en el mismo Monasterio; que los navarros habían destruido una población que los castellanos comenzaron cabe el castillo de Tudején, y que, cuando los Reyes de Navarra y otros Nobles dejaban, en sus testamentos, alguna manda a todos los monasterios del Reino, Fitero llevaba su parte[10]

Arbitraje y sentencia del Cardenal, Guido de Bolonia.

De momento, el pleito quedó indeciso, dando lugar entretanto a que se muriesen los Reyes de Navarra, Felipe de Evreux y Juan II, así como los de Castilla, Alfonso XI y Pedro I. Con tal motivo, se reanudaron las contiendas, hasta que, al cabo de 36 años, el 1 de marzo de 1372, el Rey de Navarra, Carlos II el Malo y el de Castilla, Enrique II el Bastardo sometieron sus diferencias fronterizas al arbitraje del Papa, Gregorio XI y del Rey de Francia, Carlos V el Sabio. Con que, el 27 de julio de 1373, fue nombrado árbitro por ambas partes, el Cardenal Guido de Bolonia, Obispo de Porto y Legado Apostólico, en los Reinos Españoles. “El representante pontificio comenzó por ajustar una tregua entre ambos Reinos, sellada por el enlace matrimonial del Infante de Navarra, D. Carlos, con la Infanta de Castilla, Doña Leonor, el 4 de agosto de 1373; y dos meses más tarde, el 3 de octubre del mismo año, pronunció en Tudela su sentencia, declarando que el Monasterio de Fitero y el castillo de Tudején estaban dentro de los términos de Tudela y de Corella y que, por tanto, pertenecían a Navarra”.
El 12 de junio de 1374, Carlos II de Navarra confió la guarda del castillo de Tudején al escudero, Pero Sánchez de Montagut, a retenencia de 40 cahices de trigo y 8 libras de carlines prietos.
Pese a la sentencia del Cardenal Guido de Bolonia, no se acabaron las tribulaciones del Monasterio y del castillo, pues, según refiere D. Vicente de la Fuente, en 1436, siendo Abad Fr. Fernando Sarasa, el Convento sufrió el enésimo asalto, por parte de los castellanos, y el Abad y sus monjes tuvieron que huir a Tudela, donde estuvo el Monasterio de 10 a 12 años, perdiendo entonces todas sus rentas y escrituras. Para estas fechas, hacía ya muchos años que se había despoblado la villa de Tudején, cuyos vecinos no pudieron soportar tantas calamidades. Y en vano los Reyes de castilla, Fernando III, Alfonso X y Fernando IV habían intentado repoblarla, incluso con familias moras, pues no lo consiguieron. En cuanto al castillo, fue demolido completamente en 1516, por orden del Cardenal Cisneros.

Las luchas entre agramonteses y beaumonteses

Para colmo de males, hacia la mitad del siglo XV, estalló en Navarra la terrible y prolongada guerra civil entre agramonteses y beaumonteses o partidarios respectivamente del Rey, D. Juan II de Aragón y Navarra, y de sus hijo, el Príncipe de Viana, y el Castillo y la Abadía sufrieron asimismo las consecuencias., Los partidarios de uno y otro bando alternaron en el asalto y saqueo de los dos reductos, poniendo y quitando a su antojo alcaldes y abades de sus facciones. En 1466, el alcaide de la fortaleza era un agramontés: Juan de Eraso; y el Abad del Convento, un beaumontés: Fr. Miguel de Magallón. Con la ayuda de algunos peones y de vecinos de los pueblos cercanos de Castilla, el Abad derrocó el castillo de Tudején y prendió a Juan de Eraso. Nunca lo hubiera hecho, pues apenas fue liberado de la prisión, Juan de Eraso de dirigió al Monasterio y asesinó dentro de él a Fr. Miguel de Magallón. Así lo consigna Goñi Gaztambide, ateniéndose a documentos del Archivo General de Navarra[11].
Pero el historiador, Fr. Jerónimo de Álava afirma que “lo mató, ocupándole su Monasterio, Pierres de Peralta, hijo del viejo Mosen Pierres de Peralta[12]”. Bien pudo ser que el ejecutor fuera Eraso, y el que ordenó su asesinato, el facinerosos Mosen Pierres. No era su primer crimen.

II

GENTE DE ARMAS DE LA VILLA EN LA EDAD MODERNA

Formado ya el pueblo, no hubo en adelante hechos de armas, en el sentido bélico, sino únicamente hombres de armas. Los más antiguos fueron los componentes de la Cofradía de San Miguel, que se remonta a 1529. Eran 60 escopeteros o arcabuceros y 30 ballesteros. No se tiene noticia de que intervinieran en ningún conflicto armado de la Villa, limitándose a acompañar a las autoridades eclesiásticas y civiles, en algunas solemnidades y a realizar algunos alardes o paradas, en determinadas fiestas; sobre todo, en la de San Miguel. El cronista del recibimiento hecho al Abad, Fr. Felipe de Tassis, cuando vino a tomar posesión de la Abadía, el 2 de noviembre de 1614, refiere, entre otros detalles, que “en el Olivarete, camino de Corella, lo esperaba una Compañía de soldados del pueblo, con su Capitán, Alférez, Sargento y la bandera de la Cofradía del Señor San Miguel. El Alférez que la tenía, que era Miguel Gómez del Moral, la herboló (enarboló) y bandeó, y la arcabucería le hizo una salva”.
El Escribano, D. Miguel de Urquizu hace referencia al Capitán Pedro Berdugo de Vargas y al Sargento Mayor, Diego de Maeda, en 1591; a un testimonio de los hombres de armas, en 1593; a un poder del Concejo para la cobranza de los hombres de armas, en 1609; a un poder para recibir las armas, en 1615; y a una concesión del Monasterio del servicio de soldados a S. M. Felipe IV, en 1631[13].
Análogamente, el Escribano, Diego Ximénez registra un auto del Regimiento (Ayuntamiento) sobre las armas de la Villa, en 1642; y otro del pago a los soldados de la Compañía, en 1645[14].
Miguel Aroche y Fernández transcribe unas cartas del recibo de las armas del Reino y un acta de la entrega de soldados y de los gastos de sus conducción, en 1689, así como la renuncia al fuero militar del Capitán, Juan Francisco de Güete, en 1691[15].
Como se adivina, estas Compañías de soldados no eran precisamente de guarnición de la Villa, sino de retén, para salir a campaña en las guerras que sostenía frecuentemente la Monarquía. En aquellos tiempos, no existía el servicio militar obligatorio, pero muchos jóvenes y aún adultos se veían obligados a enrolarse en las Compañías de Infantería de algún Tercio, para no morirse de hambre, por falta de trabajo, o por espíritu de aventura o para escapar de las manos de la Justicia. Y de todo hubo en Fitero.
Refiere Florencio Idoate que muchos de los comprometidos en el famoso motín antimonacal de 1675, se enrolaron en las Compañías del general D. José Blancas, el cual acompañó a D. Juan de Austria –el bastardo de Felipe IV y la Calderona-, en su viaje a Madrid, en 1676. Incluso se formó una Compañía de gente de la Villa, con sus propios oficiales, haciendo constar el General que los enrolados se habían comportado como fieles súbditos de S. M. Fueron designados como Capitanes Juan Pardo Güete y Bartolomé Rupérez, “muy queridos ambos por todo el pueblo”.
Resulta que al indultar de toda pena el nuevo Virrey de Navarra, Conde Fuensalida, a los numerosos condenados por tal motín, quedaron obligado a formar una Compañía de 60 hombres que debían incorporarse a los Tercios navarros, destinados a Cataluña. Para poner a punto a su gente, Fitero solicitó la concesión de un préstamo de 18.000 reales, del Depósito General. Las Cortes de Navarra lo autorizaron, agradeciéndoselo el Virrey[16].
En 1695, el Ayuntamiento nombró Alférez de la Compañía de soldados de la Villa, a Francisco Alfaro Gómez, y en 1697 se reclutó en el pueblo otra Compañía de 60 soldados, para la formación del Tercio del Marqués de Santacara[17].
En 1794, se hizo un nuevo reclutamiento –esta vez, forzoso- para sostener la guerra contra la Convención Nacional Francesa, que había guillotinado a Luis XVI. La tal guerra resultó un verdadero desastre; sobre todo, para Navarra, pues los soldados de la Convención llegaron a ocupar un tercio del territorio, amenazando a Pamplona. La Diputación con su política mezquinamente foralista, no estuvo a la altura de las circunstancias y los reclutamientos se hicieron mal y tardíamente. En Fitero, se zafaron de él todos los hijos de los vecinos más ricos, poniendo 25 sustitutos, comprados, a bajo precio, entre los hijos de los más pobres. Afortunadamente estos infelices no tuvieron que entrar en combate, pues solo llegaron hasta Tafalla, de donde se volvieron a sus casas, por la Paz de Basilea, el 22 de julio de 1795[18].

Fitero en la Guerra de la Independencia

El acontecimiento bélico más importante de la Historia de España, en el siglo XIX, fue sin duda alguna, la Francesada; es decir, la guerra contra la invasión napoleónica, en 1808 y 18013. En ella participó, de uno u otro modo, toda la nación, y naturalmente, nuestra Villa. En el capítulo III del Volumen I de estas Investigaciones históricas aludimos ya ligeramente a la ocupación francesa de Fitero, y en cambio, describimos con detalle los perjuicios que irrogaron al Monasterio. Vamos a ocuparnos ahora de los que, en vidas y haciendas, ocasionaron al vecindario.

Primera invasión francesa de Tudela y su merindad

No sabemos exactamente el día en que llegaron los invasores franceses a Fitero; pero fue seguramente a raíz de la primera invasión de Tudela por el general de División, Lefebvre Desnouettes, al frente de 6.000 hombres, en la tarde del 8 de junio de 1808. En vano, los paisanos tudelanos intentaron hacerles frente, pues su intento fracasó, al cabo de unas horas, ocasionándoles los franceses 23 muertos y varios heridos. Lefebvre se detuvo en Tudela, los días 9, 10 y 11, durante los cuales, “dio una batida por los campos y pueblos del contorno para desarmarlos”, marchándose con rumbo a Zaragoza; pero dejó en la ciudad una guarnición que no la evacuó hasta el 2 de agosto siguiente, sometiendo entretanto a la merindad a un “sin fin de gabelas que agotaban los recursos propios de Tudela y los que se obtenían de los pueblos[19]”. Es, pues, muy probable que, antes del 20 de junio, se presentara en Fitero el primer destacamento de soldados franceses, los cuales, para atemorizar al vecindario, se llevaron presos a la cárcel pública de Tudela a los nueve vecinos siguientes: León Latorre, Pedro Rupérez, Francisco Zapater, Manuel Muro, Marcos Guarás, Manuel Yanguas, Juan Antonio Anguiano, José Ximénez y Juan Yanguas, sin causa alguna, porque fueron los primeros que se encontraron en el pueblo[20]”. Por lo mismo, los soltaron a los ocho días.

Segunda invasión francesa de Tudela y su merindad

Desde el 2 de agosto de 1808 en que abandonó Tudela la guarnición dejada por Lefebvre, la ciudad y los pueblos ¡de su merindad solo tuvieron un respiro de 19 días, pues el 21 del mismo mes, se presentó en Tudela el ejército español combinado de Aragón y Valencia, al mando del general en jefe, Conde de Montijo, con 16.500 hombres y 500 caballos, a los que hubo que hacer los suministros correspondientes y además un préstamo de 40.000 reales vellón. Por fortuna, solo permanecieron en Tudela 10 días, retirándose precisamente a Borja, al saber que se acercaba un poderoso ejército francés, al mando del general Moncey. En efecto, el 1 de septiembre, entraron de nuevo en Tudela Moncey, Lefebvre, Augereau y otros jefes franceses, con 12.000 infantes, 4.000 caballos y numerosa artillería; pero solo se detuvieron cinco días, y sin molestar al vecindario, salieron con dirección a Zaragoza, en la madrugada del 6 de septiembre.
Con esta marcha, tuvo un nuevo respiro la Merindad. Esta vez, duró 26 días, pues el 2 de octubre siguiente, entraron en Tudela las tropas del general González Llamas, y el 17, las del general Castaños. Con ellas coincidió el arribo furtivo de los miembros de la Diputación Foral, huidos de Pamplona, donde nada podían hacer, bajo la vigilancia estrecha de los ocupantes enemigos. Tampoco hicieron apenas en Tudela, limitándose a enviar, el 7 de noviembre, una alocución altisonante a las cabezas de la Merindad, expresando que “la Religión”, el Rey y la Patria estaban pidiendo venganza contra el pérfido violador de sus sagrados derechos. Ya el 3 del mismo noviembre, habían llegado asimismo a Tudela el general Francisco Palafox y sus compañeros Montijo y Coupigny, y el 5, el capitán general de Zaragoza, D. José Palafox, quien solo estuvo unas horas, para celebrar un Consejo de Guerra con Castaños y los comisionados de la Junta Central de Madrid. Desgraciadamente Castaños y los hermanos Palafox no se entendieron ni prepararon un plan concertado de campaña, y entretanto los franceses, al mando del general en jefe, Jean Lannes, sorprendieron y derrotaron completamente a los 42.000 hombres “mal repartidos y peor mandados”, concentrados en Tudela y en los pueblos cercanos. Fue en la histórica Batalla de Tudela, que tuvo lugar el 23 de noviembre de 1808. A partir de esta fecha Tudela y su merindad estuvieron bajo el dominio francés, hasta el 28de junio de 1813. Entonces empezó el verdadero calvario para todos, pero solo nos vamos a ocupar del de Fitero.

Encarcelamientos de fiteranos

A raíz del desastre, fue hecho preso en Tudela por los franceses el vecino de Fitero, José Pueyo, un viudo con 3 hijos, el cual fue deportado a Francia como prisionero de guerra, durante cinco años.
Posteriormente fueron llevados a la cárcel pública de Tudela los vecinos siguientes: D. Juan Antonio Medrano y D. Manuel Santiago Octavio de Toledo, en dos ocasiones, estando en la primera 37 días; y en la segunda, 4. Sufrieron análoga suerte Miguel Magaña, Vicente Rupérez y Jerónimo Martínez, que estuvieron en las dos precitadas ocasiones y por el mismo tiempo, y además, una tercera vez, durante 6 días. También fue encerrado en la misma cárcel D. Joaquín Val, pero solamente cuatro días. Por tener un hijo combatiendo en la División Navarra de D. Francisco Espoz y Mina, fueron asimismo encarceladas en Tudela dos vecinas: Isabel González, mujer de Juan Blanco, durante siete meses; e Inés Pérez, esposa de Gregorio González, durante 20 días[21].

Combatientes fiteranos en la División Navarra

Fueron 50: dos oficiales y 48 soldados. Los oficiales fueron los capitanes D. Benigno Jasó y D. Joaquín Navascués. Este último murió en combate, así como los ocho soldados siguientes: José Acarreta, José Duarte, Felipe Díaz, Francisco Ximénez, Celestino Zapater, Andrés Ximénez, Juan Navarro y Bartolomé Blanco; éste último hijo del precitado matrimonio Juan Blanco-Isabel González. Por otra parte, fue herido en una acción del Carrascal, Manuel Aréjula; cayó prisionero Florencio Ramos y quedó inutilizado Pantaleón Pina.
Todos estos detalles, así como la lista de los supervivientes, fueron recogidos en una Relación hecha por orden de los Tres Estados del Reino de Navarra, el 17 de mayo de 1817 y constan asimismo en el Libro de Actas del Ayuntamiento de 1901-1826[22].

Exacciones

Con ser bien sensibles todas las pérdidas de vidas humanas, fueron mucho más considerables las ocasionadas por las exacciones y contribuciones de guerra, para sostener a los ejércitos españoles y mantener a fortiori a las tropas francesas de ocupación. Al comenzar la guerra, era Alcalde Mayor de la Villa el Lic. Mariano Bellido, y Alcalde Ordinario, D. José Atienza.
En el acta de la sesión del 22 de junio de 1808, se hace constar que “con motivo del extraordinario número de tropas francesas que cada día llegan a la ciudad de Tudela, son repetidas y cuasi diarias las órdenes que la Villa recibe solicitando víveres, bagajes, camas y otras diferentes cosas necesarias para la tropa”, por lo que, para atenderlas, se nombró una Junta, formada por D. Manuel Santiago Octavio de Toledo, D. Juan Antonio Medrano, D. Romualdo Val y D. Manuel Sanz[23].
Y en la sesión del 24 de octubre del mismo año, se constituyó análogamente una Junta de Abastos, formada por los citados señores Octavio de Toledo, Medrano y Val y además por el Lic. Tiburcio Asiain y Francisco Calleja. Se alegó como motivo el que se hallaba “la Villa apurada con motivo de los muchos ramos a que tenía que atender, a resultas del paso y subsistencia de tropas en ella[24].
Por supuesto, los más apurados eran los Alcaldes ordinarios que se veían constreñidos a cumplir una serie incesante de órdenes que les repugnaban, por lo que cada año, hubo un Alcalde diferente: en 1808, el citado D. José Atienza; en 1809, el Lic. Asiain; en 1810, D. Juan Antonio Medrano; en 1811, D. Félix Latorre; en 1812, de nuevo el Lic. Asiain; y en 1813, D. Joaquín Val.

Ventas de objetos de plata de la Iglesia

Para realizar los pagos exorbitantes, exigidos por los ocupantes franceses, el Ayuntamiento se vio obligado a apelar a la venta de una buena parte de la plata de la iglesia. ¿Cuántas se hicieron…? No lo sabemos, pues resulta que, en el folio 131 del citado Libro de Actas del Ayuntamiento de 1801-1826, se afirma que fueron solo dos: la de junio de 1810 y la de septiembre de 1811. Ahora bien, la descripción de los objetos vendidos en 1810, que figura en ese folio, no coincide en absoluto con la que consta en los folios 117 v. y 118 del mismo Libro. Vamos a verlas.
En el acta de la sesión del 23 de junio de 1810, se lee la siguiente descripción, precedida de este preámbulo: “Mirándose la Villa en el mayor apuro, con motivo de las extraordinarias y repetidas contribuciones, sin arbitrio ninguno para cubrir y solventar la correspondiente al mes de abril, que asciende a 19.414 reales vellón, sin contar con otros diferentes retraos de consideración…”, los Regidores “acuerdan se proceda a la venta de las alhajas de la iglesia”, que se enumeran a continuación:
1 arquilla de plata, que tiene el peso de 1 arroba y 24 libras, poco más o menos;
1 de las dos custodias de plata, que deberá entenderse la mayor y sobredorada;
1 de las dos cruces, que está sin vara y eso también deberá entenderse la sobredorada; y
2 cetros de plata.
Respecto de la urgencia con que se piden, quedan comisionados D. Juan Antonio Medrano y D. Manuel Octavio, los cuales darán cuenta de su peso, producto e inversión, para que conste en todo tiempo”[25]. En efecto, la dieron en la sesión del 2 de julio de 1810 y he aquí su resumen.
La plata fue vendida en Tudela a N. Bos y reconocida y pesada previamente por el platero de Tudela, N. Ochoa, resultando 865 y ½ onzas de plata regular, que, a 16 reales vellón, importaron 13.848 reales v.; y 389 onzas de plata sobredorada, a las que se rebajaron 10 y ½ onzas, que, a 17 y ½ reales la onza, importaron 6.624 reales vellón. En total, 20.472 reales vellón. De ellos se invirtieron 10.000 reales en el pago de los retrasos de raciones; 4.000 reales entregados al encargado de Tudela del ramo de bagajes; 60 reales al platero Ochoa por el reconocimiento y peso de la plata; y 6.412 reales, para pago de contribuciones[26].
He aquí ahora la cuenta de la plata de la iglesia, vendida en junio de 1810 (no se dice el día), según se consigna en el folio 131 del citado Libro de Actas del Ayuntamiento.
6 cálices con sus patenas; 1 copón grande; 1 viril; 1 plato con sus vinajeras; 1 plato y vaso de Comunión; 2 campanillas; 1 incensario y 1 cruz. Se vendieron al platero de Tudela N. Ochoa, y su peso y precio fueron 557 onzas de plata sobredorada, a 17 reales vellón; y 56 onzas de plata común, a 16 reales vellón, que en conjunto componen 10.365 reales vellón, los cuales se pagaron a D. Juan Martín Zalba, Administrador del ramo de Raciones de la Merindad, a cuenta de los retrasos.
Como puede comprobarse, las dos cuentas anteriores no coinciden en casi nada, salvo (y no del todo) en los 10.000 reales vellón, pagados al Encargado del Ramo de Raciones.
En el mismo folio 131, se inserta la venta realizada el 27 de septiembre de 1811, precedidas ambas de este elocuente preámbulo del acta de la sesión del II de octubre de 1811, siendo Alcalde D. Félix Latorre: “Con motivo de haber llegado al último extremo los apuros del vecindario, con motivo de las muchas contribuciones, así de millones como de raciones, y otras impuestas por el Gobierno, no siendo suficientes los muchos y crecidos repartos hechos entre los vecinos, para atender a su pagamiento y mirándose amenazados militarmente, se vieron precisados a echar mano de la plata de la Iglesia[27]”. Y a continuación se insertan la precitada segunda cuenta de junio, y la cuenta del 27 de septiembre de 1811, cuyo resumen es el siguiente:
4 cálices con sus patenas y cucharillas; el Copón grande; las 2 Paces; la Cruz de las Procesiones; 1 Santo Cristo; 1 incensario y la naveta del incienso. Se vendieron al platero Ochoa, y su peso y precio fueron los siguientes: 315 onzas de plata regular o común, a 16 reales vellón; y 67 onzas de plata sobredorada, a 17 reales vellón, que, en conjunto, componen 6.179 reales vellón, los cuales se invirtieron para ayuda del pago de 103.712 reales vellón, que correspondían a la contribución de millones de este vecindario.
¿A qué millones se refería…? ¿A la derrama de 8.621.000 reales vellón, ordenada por la Diputación, el 28 de agosto de 1810, y aprobada por el general francés, Conde de Reille, según consta en el acta municipal del 25 de septiembre de 1810…? Pero es el caso que, en esta misma acta, se consigna que, según el reparto que se hizo de dicha derrama en el Reino de Navarra, le correspondió pagar a Fitero 82.508 reales vellón, pero no los 103.712 reales vellón, consignados en el folio 131. Aún más. En dicha acta se especifica que, para pagar los 82.508 reales  correspondientes a Fitero, se nombró una Comisión compuesta por los Señores Lic. Asiain, Fausto Martínez, Francisco Calleja, Matías Pérez y Francisco Ximénez, siendo, a la sazón, Alcalde D. Juan Antonio Medrano[28].
La verdad es que las cuentas, referentes a este calamitoso periodo constituyen un verdadero embrollo y ya hemos anotado cómo los franceses encarcelaron más de una vez a los que intervinieron en ellas, como los Señores Medrano, Octavio de Toledo, Val, Magaña, etc…, por cuestiones de servicio. Sin duda trataron de embrollar a los ocupantes extranjeros, pero no al esquilmado vecindario de Fitero.

Otras cuentas de 1811

En la sesión del 7 de enero de 1811, se leyeron dos oficios del Sr. Gaudioso, Administrador de Bienes Nacionales (los del Monasterio suprimido): uno del 20 de diciembre de 1810 en el que pedía cuenta de “los robos causados en esta Villa por las Guerrillas a los Bienes Naciones”, especialmente en el Soto, y otro del 1 de enero de 1811, reclamando “el pago de los censos de gracia, rentas de censos perpetuos, censos enfitéuticos, quintos y demás que se pagaban al Monasterio, amenazando con la fuerza, si no se procede al pago de los que se debe” ¡El colmo de exigencias!
Para entrar en arreglos con el Sr. Gaudioso, se comisionó al Alcalde, Sr. Medrano y a los Sres. Octavio de Toledo y Asiain[29].
En la sesión del 18 de enero de 1811, se dio cuenta de un oficio de la Diputación del 16 del mismo mes en el que se señalaban a la Villa 21.669 reales vellón, en el reparto para atender a los gastos de los cuatro meses últimos[30].

Las exacciones de 1813

Los franceses abandonaron definitivamente Tudela y su merindad el 28 de junio de 1813. Parece, pues, lógico que, con esa marcha, deberían haber acabado en Fitero y en el resto de los pueblos de la Ribera tudelana las miserias de la guerra, pero no fue así, sino al contrario, pues resulta que, en septiembre del mismo año, el llamado Tercer Ejército (español), acantonado en la región de Pamplona y que debía recibir sus subsistencias de Jaén y de Granada, como se retardaban éstas por la distancia del transporte, decidió vivir sobre Tudela y su merindad, estableciendo en Fitero el Hospital de la segunda División del mismo. He aquí lo que consta a este propósito, en el acta de la sesión del Ayuntamiento del 18 de diciembre de 1813, presidida por el Alcalde Licenciado Asiain: “Con motivo del establecimiento en esta Villa de un Hospital Militar para el Tercer Ejército, que debe sostenerse a expensas de la misma, son tan considerables los gastos que se han originado y que indispensablemente se originarán en adelante”, que no siendo suficientes los recursos que pueden aportar los vecinos, el Procurador Síndico, D. Vicente Ximénez ha propuesto que se venda “una porción del prado común y privativo del vecindario, sito a 1 legua de esta Villa, de cabida de 100 robos de tierra, poco más o menos”, sacándolo a pública subasta, en conjunto o en partes[31]”.
¿Se llevó a cabo tal venta…? Lo ignoramos, pues no hemos visto ninguna confirmación de ella.

Las deudas municipales de 1815

Como secuela de la Guerra de la Independencia, las deudas del Ayuntamiento en 1815 ascendían a 80.000 reales vellón. Para pagarlas, el Ayuntamiento en la sesión del 25 de diciembre de 1815, propuso “la venta de una Dehesa que tiene para el goce del ganado de la Carnicería”; pero el Real y Supremo Concejo de Navarrra le negó el permiso correspondiente. Entonces recurrió al Monasterio, para que tomase una parte proporcional en el pago, como los demás vecinos; pero su Presidente Provisional, Fr. Norberto del Valle rehusó tomar ninguna parte, alegando que “el Monasterio no estaba responsable a pagar la deuda, porque ya estaba contraída antes del 2 de junio de 1813, en que se restituyeron a su Monasterio”; de manera que tuvieron que cargar con ella los vecinos solos. Como causa de estas deudas, de citaban en el acta “las contribuciones impuestas por los enemigos, suministros hechos a los mismos y auxilios a las tropas españolas”, siendo las más importantes “la resultante del artículo de carnes, suministradas al Hospital establecido en esta Villa, para la 2ª División del Tercer Ejército, que asciende a 1.500 duros, y los exorbitantes dispendios de este vecindario, particularmente con motivo de los Baños[32].”

Los Voluntarios Realistas

En el capítulo VIII del Volumen I de estas Investigaciones históricas, nos ocupamos de la Milicia Nacional y de los Voluntarios de la Libertad: dos milicias ciudadanas, instituidas para la defensa del régimen liberal. Pues, bien, anteriores a ellas, hubo otra milicia cívica, creada para defender el régimen absoluto de Fernando VII: los Voluntarios Realistas. En Fitero se formó un Tercio de esa milicia en 1825, “con objeto de contribuir a las Reales Intenciones, manifestadas por S. M. en Reales Ordenes”. Se compuso de 55 individuos, que, con los reclutados en Cintruénigo y en Corella, formaron un Batallón, el cual fue inspeccionado por el brigadier D. Santos Ladrón, por comisión del Virrey y Capitán General de Navarra, Marqués de Luzán. El acta de la sesión del Ayuntamiento del 15 de julio de 1825 nos suministra pintorescos detalles acerca de los recursos a que tuvo que acudir, para equipar a aquellos Voluntarios.
Como de costumbre, el Municipio estaba a la cuarta pregunta, sobre todo después del Donativo de los Tres Millones que exigió el Rey a Navarra, pisoteando sus Fueros.
Los uniformes de los flamantes Voluntarios costaron 6.000 reales y el Ayuntamiento decidió pagarlos en dos años. Para abonar la mitad en 1825, vendió un horno de la Cruz de la Calleja, fuera de servicio, que había sido construido a expensas del pueblo, por 2.500 reales vellón, añadiendo 500 de los fondos propios. Y para pagar los otros 3.000 en 1826, recurrió a la venta por arriendo del jabón a la menuda; esto es, de media arroba en bajo; y de la sal, de robo en bajo, cuyos arriendos producían cada año 1500 reales vellón. El Procurador de la Villa en Pamplona, D. Andrés Iguzguiza, se encargó de obtener del Real Consejo la autorización necesaria. Por lo demás, ignoramos la actuación de estos Voluntarios fiteranos, aunque es sabido que los de otros pueblos navarros engrosaron más tarde las filas de los carlistas, al morir Fernando VII[33].



CAPÍTULO XIII


INVESTIGACIONES PARROQUIALES 



Orígenes de la Parroquia de Fitero

Se confunden con los del vecindario del pueblo; pero dudamos mucho de que el último Abad del siglo XV, Fr. Miguel de Peralta, hijo bastardo del famoso y facineroso Merino de la Ribera, Mosen Pierres de Peralta, se ocupase de organizarla. En primer lugar, porque el pueblo se reducía entonces a un pequeño caserío de pobres inmigrados; y en segundo, porque aquel Abad y sus nueve monjes llevaban una vida completamente aseglarada y les preocupaba muy poco la cura de almas[1]. Fr. Miguel de Peralta[2] murió a comienzos de 1503 y, para agravar la situación, el inefable Papa, Alejandro VI, por bula del 22 de abril del mismo año, nombró abad comendatario de Fitero, con carácter vitalicio, a D. Martín de Egüés y Pasquier, un clérigo secular de Tudela. Aclaremos que, para ser Abad Comendatario, no se necesitaba ser fraile ni siquiera sacerdote: bastaba haber recibido las Ordenes Menores. Tampoco estaba obligado a vivir en sus monasterio ni a ocuparse de lo que allí ocurría. Se limitaba simplemente a cobrar sus rentas, residiendo en otra localidad. Y así lo hizo D. Martín, durante 12 años seguidos. Entretanto la comunidad fiterana llegó al colmo de la relajación.
Por fortuna, D. Martín era un hombre culto y de buena condición y acabó por renunciar a la encomienda y tomar el hábito cisterciense, convirtiéndose en Abad titular de Fitero, en 1515[3].
En 1524, dictó las primeras Ordenanzas municipales del pueblo y conjeturamos que debió ser él mismo quien organizó el servicio parroquial antes de esa fecha. Por supuesto, no consta en los Libros parroquiales más antiguos, porque la prescripción de llevarlos fue dictada por el Concilio de Trento, que empezó en 1545, cuando ya había fallecido don Martín.
El clero parroquial de la época abacial.
Durante la época abacial, no hubo en Fitero clero secular y, como era lógico, la actividad parroquial estuvo a cargo de los monjes del Monasterio. Ni que decir tiene que el supremo jefe espiritual de Fitero era el Abad, sobre cuyas atribuciones religiosas escribía el Prior y Archivero del Convento, Fr. Baptista Ros, en 1634, lo siguiente:
“El Abad tiene jurisdicción quasi-ordinaria y es Abad Bendito, con silla pontifical en la iglesia, báculo, mitra, pectoral, anillos y gremial[4]. Nombra a un monje como Vicario General y a otro, como Cura de almas. Aprueba las confesiones de los monjes, da licencia para predicar y lanzar censuras y excomuniones. Imparte las Ordenes Menores, da licencia para predicar y confesar a los que vienen al Monasterio y licencia para pedir limosna. Visita la iglesia cada año y asimismo los testamentos, cofradía, aniversarios y otras obras pías. Da o niega la licencia para enterrar en la iglesia y, cuando se necesita la confirmación, el Abad la hace[5].”
Aunque no hemos encontrado ninguna lista del personal primitivo de la Parroquia, es seguro que se compondría, al menos, de un Vicario ordinario (Párroco), de un Sacristán y de algún Acólito. El Censo municipal de 1797 anotaba el siguiente: “Párroco: 1 monje del Convento. Teniente: 1 monje del mismo. Sacerdote francés emigrado: 1 (A la sazón, era la época de la Revolución Francesa). Sacristán: 1 monje. Acólitos: 2, Sirviente de la iglesia: 1.”
Los primeros vicarios ordinarios de los que tenemos noticia y cuyos nombres y fechas figuran en el Libro I de Bautizados de la Parroquia, son los seis siguientes: en 1547, Fr. Pedro González; en 1560, Fr. Andrés Sanz; en 1566, Fr. Bartolomé Ponce; en 1571, Fr. Francisco de Jaureguizar; en 1582, Fr. Alonso Aguado; y en 1583, Fr. Martín de Bea[6].
El último párroco de la época abacial fue Fr. Antonio Echarri, cuya postrera anotación en el Libro de Difuntos de la época fue la número 108, referente a  la niña, María Magaña Díaz, enterrada el 15 de diciembre de 1835. Seis días después, los frailes desalojaron el Convento.
El Clero parroquial secular
Al quedar extinguido el Monasterio, la Parroquia fue secularizada, aunque los primeros párrocos fueron religiosos exclaustrados. Su lista desde 1836 hasta nuestro días, es la siguiente: Fr. Martín Lapedriza, ex Abad en dos periodos; Fr. Beremundo Atienza. Ecónomo en 1848. Fr. Manuel Aliaga García (Fitero, 1809-1855). Regente. Fr. Joaquín Aliaga García (Fitero, 1814-1898). D. Mariano Solana García (Cintruénigo, 1885-Fitero, 194). Era párroco en 1899. D. Martín Corella Marcos (Tarazona, 1868-1943). Párroco: 1903-1909. D. Antonino Fernández Mateo (Corella, 1862 - Fitero, 1918). Párroco: 1910-1918. D. Gregorio Pérez. Párroco: 1918-1922. D. Aurelio Galipienzo Martínez (Ablitas, 1880-Mendigorría, 1948). Párroco: 1923-1925. D. Alfonso Bozal Alfaro (Fitero, 1883-1937). Párroco: 1925-1937. D. Julián Martínez Ruiz (Agreda, 1891-1955). Párroco: 1937-1942. D. Santos Asensio Beguiristain (Monteagudo, 1901 - Pamplona, 1972). Párroco: 1942-1958. D. Jesús Jiménez Torrecilla (Aguilar del Río Alhama, 1913). Párroco: 1958-1968. D. Ramón Azcona (Allo). Párroco: 1968-1977. D. Gonzalo Rodrigo. Párroco: 1977-1987. D. Julian Redín Legorburu. Párroco: 1987-1995. D. José Antonio Vicente Gárate (Valtierra). Párroco: 1995-2004.
La plantilla ordinaria, en este siglo, venía siendo de 1 párroco y 2 coadjutores, pero no fue así en el siglo pasado, por la necesidad que hubo de colocar en las parroquias, a muchos frailes exclaustrados.
Por un papel suelto, fecha en Fitero, el 18 de octubre de 1842, que encontramos casualmente en el Archivo Parroquial, vinimos en conocimiento de que, en tiempos de la Regencia de Espartero, había en la Parroquia una Corporación Eclesiástica, compuesta de siete clérigos: el Párroco, D. Beremundo Atienza[7], exbenedictino, y seis frailes exclaustrados más; entre estos, el exdominico, D. Raimundo Carrillo Jiménez, autor de la vieja novena de la Virgen de la Barda. D. Beremundo era de ideas liberales; y los demás, absolutistas. El citado año de 1842, vino a Fitero el Obispo de Tarazona, el Día del Baño (primero de las Rogativas Públicas) y en ausencia de D. Beremundo, el Sr. Carrillo, “con su acostumbrada presunción, hija de la más crasa ignorancia”, según escribió después el Párroco al Obispo, trató de desacreditar a D. Beremundo, el cual acusó,  a su vez a Carrillo de “fomentar el fanatismo frailesco, que aún reyna en esta Villa contra el Gobierno Constitucional”. A consecuencia de este incidente, tres clérigos de la Corporación se retractaron, y Carrillo y dos más renunciaron a sus cargos, quedando reducida a 4, y más tarde, a 3.
En 1986, la formaban e párroco: D. Gonzalo Rodrigo; 1 sacerdote adscrito: D. Ángel Fernández; y 1 excoadjutor jubilado: D. Julio Yanguas. En el convento de las Monjas Clarisas, oficiaba la santa misa el excanónigo jubilado, D. Raimundo Aguirre.

Servidores civiles de la Parroquia

El censo Municipal de 1797 solo anotaba 3: 2 acólitos y 1 sirviente. Era todavía la época abacial. En cambio, en la primera década del siglo XX, había alrededor de una quincena: 1 Sacristán Mayo y 1 Menor, 1 organista, 1 campanero-fuellero, 1 silenciero, media docena de infantes y varios monaguillos.
Aclaremos antes de nada los conceptos de fuellero, silenciero e infantes, desaparecidos hace muchos años. El fuellero manejaba el fuelle manual del órgano, colocado detrás del instrumento, y su cargo fue suprimido en 1929, al ser sustituido dicho fuelle por dos fueles movidos por un motor eléctrico. Ordinariamente manejaba el fuelle primitivo el campanero. El silenciero era un vigilante encargado de mantener en la iglesia el orden y el silencio. Iba revestido de un ropón negro, con una tirilla blanca al cuello, y empuñaba un zurriago, para acallar a la muchachada inquieta y parlanchina. Y los infantes eran unos niños cantores, amaestrados y dirigidos por el organista, que tomaban parte en las misas solemnes y en otras funciones importantes. Iban revestidos de un ropón rojo y un roquete, tocándose con un bonete negro de borla.
A principios del siglo XX, el Sacristán Mayor era el Tío Cristóbal (Cristóbal Magaña Asensio), que murió en la gripe de 1918. En las celebraciones de la iglesia, llevaba un traje talar, con roquete, muceta y bonete; y fuera de la iglesia era amanuense y cobrador. El Sacristán Menor era el Poba (Cristóbal Aznar Latorre), que también revestía con un ropón negro y roquete, pero sin muceta ni bonete. Sucedió como sacristán único al Tío Cristóbal hasta 1949, en que murió. En realidad el Poba hizo de todo: de sacristán, fuellero, acólito, limosnero y campanero de las misas rezadas, tirando de las sogas que bajaban del campanario, atravesando la tribuna de las Monjas. Ahora bien, el campanero de oficio, que subía a la torre, a principios del siglo XX, era Rufino Díaz, apodado el Capitán, que se ganaba sobre todo, la vida, como zapatero remendón. El silenciero de entonces era Hilario el Raña (Hilario Yanguas Magaña), hermano del hilador Lucas. Fue algunos años empleado municipal (alguacil y barrendero), trabajando los restantes en el campo. Entre los infantes de la primera década, figuraban Eduardo Olóndriz, Luis Falces, Alfonso Hernández, Pedro Moreno, etc.; y entre los monaguillos, los hermanos García Lahiguera (Antonio y José), Teodoro Fernández, Félix Gómez Fayos y otros.
Finalmente el organista era D. Ángel Muro, corellano, que, en los oficios religiosos, iba revestido como el Sacristán Mayor.
Los organistas del siglo XX fueron hasta 1986, los Señores Ángel Muro, Luciano Hernando Palafox, Amado Urmeneta y José MaríaViscasillas. Los tres últimos ya no usaron ropa talar. Antes de 1921, hubo un lapso de tiempo en que la Parroquia se quedó sin organista, viniendo a tocar el órgano, en las grandes festividades, el corellano, D. Ángel Resa.
En cuanto a los campaneros, fueron el Capitán (Rufino Díaz), el Tuno (Manuel Fernández) y la Pijina (María Gómez Cornago), la cual empezó en 1948, ganando 6 pesetas al mes, y se jubiló en 1983, cuando ganaba 500. Como nadie quiso ocupar la vacante, se automatizó eléctricamente el campaneo y se extinguió el cargo de campanero.
En unas viejas Cuentas de la Archicofradía de las Hijas de María, se consigna que, en 1903, por su actuación en todo el mes de las Flores, se pagaron al organista 15 pesetas; al Sacristán Mayor, 7,50; al Menor, 5; a los Infantes, 12 para todos; al campanero y fuellero, 5; al silenciero, 1,50; y a los monaguillos, 1 peseta para todos.
En la segunda década del siglo XX, desaparecieron el Sacristán Mayor, el Silenciero y los Infantes; en la tercera, el fuellero; y en la 8ª, la Campanera.

Dependencias diocesanas de la Parroquia de Fitero

Cuando en 1152, trasladó San Raimundo su comunidad cisterciense, desde Niencebas al territorio deshabitado de Fitero, siguió dependiendo de la diócesis de Calahorra, pues Yerga, Niencebas y Fitero eran entonces territorio de Castilla, enclavados en dicha diócesis. Por eso la traslación se hizo precisamente con autorización del Obispo de Calahorra, D. Rodrigo de Cascante (1146-1190) y mientras vivió San Raimundo en Fitero, el Monasterio estuvo sometido a la Mitra calagurritana, cediendo dicho Prelado en 1156 al Abad y monjes de Fitero las cuartas episcopales[1]. Ahora bien, al dejar San Raimundo el Monasterio, para ocuparse de la empresa de Calatrava, el Arcediano de Tarazona, Don Juan, se apoderó por la fuerza del Convento, anexionándolo a la Mitra turiasonense y el Obispo de Tarazona, Don Martín bendijo al 2º Abad de Fitero, Guillermo I (1161-1182). Pro D. Rodrigo de Cascante no aceptó tal usurpación y con ocasión del III Concilio de Letrán en 1179, expuso sus quejas al Papa Alejandro III, consiguiendo un mandato de él, que ponía la decisión de la causa en manos del Arzobispo de Tarragona, Berenguer. Este prelado dio largas al asunto hasta el año 1186, en que sentenció a favor del Obispo de Tarazona. No se conformó el Obispo de Calahorra y pidió la revisión del proceso; más el día prefijado, no se presentaron ni el Arzobispo de Tarragona ni su Delegado. Ante las reclamaciones del Obispo de Calahorra, y el Obispo de Tarazona intentó desviar la causa, reclamando ciertas villas que no tenían que ver nada con el pleito. Entonces el Prelado calagurritano acabó por recusar a los jueces y apelar al Papa Urbano III, ignorándose el resultado. De todos modos, a la lara, el obispado de Calahorra perdió el pleito, teniendo que resignarse a que el Monasterio de Fitero viviese sometido al obispado de Tarazona[2]. Y continuó estándolo, en efecto, hasta la tormentosa visita Pastoral del Obispo, D. Juan González Munebrega, el 2 mayo de 1554.
Por cierto que en dicha Visita, el día 5 del mismo mes, el Prelado turiasonense “bendijo una Imagen de piedra de alabastro, para colocarla en la Puerta del Río y otra, para colocarla en el coro, concediendo 40 días de indulgencias a los que rezaren un Paternoster y un Avemaría, delante de cualesquiera de ellas[3]”. Dicha Imagen de la Puerta del Río fue probablemente la Virgen del Rosario del Barrio Bajo; la cual es, en efecto, de alabastro, y estuvo, en los siglos pasados, colocada en la dicha Puerta.
El inescrupuloso y ambicioso Abad, Fr. Martín de Egüés y Gante, que dio lugar al escandaloso incidente con el Obispo Munebrega, logró posteriormente, con sus artimañas, sacudirse la jurisdicción del Obispado de Tarazona, convirtiendo a la iglesia de Fitero en una diócesis nullius, organizada por él y sus sucesores inmediato, al estilo de un Obispado. “Se publicaron unas Constituciones sinodales, sin intervención de ningún sínodo en 1592 y se montó un aparatoso curialesco con su Vicario General, su Fiscal, su Tribunal y sus edictos pastorales. “El 23 de marzo de 1593, la congregación del Concilio de Trento ordenó al Obispo de Tarazona que se abstuviese de visitar el Monasterio de Fitero y su iglesia; y cinco meses después, el Tribunal de la Rota Romana prohibió al Obispo de Tarazona inquietar al Abad de Fitero en la posesión de la jurisdicción eclesiástica[4]”. Para entonces, hacía 12 años que había fallecido el Abad Egüés II y regía la Abadía Fr. Ignacio Fermín de Ibero. En vano el vecindario manifestó en no pocas ocasiones, su deseo de volver a la jurisdicción del Obispado de Tarazona, pues no lo consiguió hasta la expulsión definitiva de los monjes, a finales de 1835. Entonces la Parroquia de Fitero pasó a formar parte de la diócesis de Tarazona, durante 120 años seguidos, hasta que, a partir del 1 de enero de 1956, quedó incorporada a la diócesis de Pamplona, en la que continúa en la actualidad.

Festividades y funciones religiosas

Las Festividades religiosas han cambiado bastante en Fitero, a través de los siglos. Nos referimos, claro está, a las parroquiales. Además de las fiestas de guardar, comunes a toda España, como las de Navidad, Semana Santa, Corpus Cristi, Ascensión, etc.; se guardaban también en nuestra parroquia, en el siglo XVI, la de San Benito de Nursia, el 21 de marzo; la de San Juan Bautista, el 24 de Junio; la de San Bernardo de Claraval, que era entonces el Patrono del pueblo, el 20 de agosto; la de San Miguel Arcángel, el 29 de Septiembre; y la de Santa Lucía de Siracusa, el 13 de diciembre.
En el siglo XVII, fueron introducidas las de San Blas, el 3 de febrero; la de San José, el 19 de marzo; la de la Virgen del Carmen, el 16 de junio; la de la Virgen del Rosario, el 7 de octubre; la de Santa Teresa de Jesús, el 15 de octubre; la de San Francisco Javier, el 3 de diciembre y la de la Purísima Concepción, el e8 de este mismo mes. Por cierto que la de San Blas fue protestada por el pueblo, como fiesta de precepto, porque los jornaleros, que constituían la mayoría, se quedaban ese día sin salario. A su vez, la fiesta de San Francisco Javier, fue protestada por el Ayuntamiento, el 7 de noviembre de 1624, por tratarse de una novedad, introducida por los Diputados del Reino de Navarra, sin consultar previamente a los pueblos, diciendo que por dicho año. Fitero no la celebraría y que en adelante, haría lo que acordasen los demás pueblos del Reino[5].
En el siglo XVIII, se introdujeron la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, el viernes siguiente a la octava del Corpus, y la de la Virgen de la Barda, el segundo Domingo de septiembre.
Finalmente, datan del siglo XIX, la fiesta de San Raimundo, el 15 de marzo; y la de San Isidro Labrador, el 15 de mayo.
En cuanto a las funciones religiosas, hay que contar, entre las principales, las misas, novenas, procesiones y la administración solemne de algunos sacramentos.

Las Misas
Es sabido que la liturgia anterior de la Santa Misa, desde los comienzos de la Edad Moderna, fue fijada por el Concilio de Trento (1543-1563); y por lo tanto, en Fitero, durante el Abadiazgo de Fr. Martín de Egüés y de Gante, permaneciendo casi invariable hasta la reforma del Concilio Vaticano II, implantada paulatinamente, a partir de 1965, en todo el Occidente Católico; y en nuestra Villa, por los párrocos, D. Jesús Jiménez Torrecilla y D. Ramón Azcona. Con anterioridad, la Misa se celebraba en latín, por el sacerdote vuelto de espaldas al pueblo, y los sermones se predicaban ordinariamente desde el púlpito. En principio, las Misas, tanto rezadas como cantadas, eran gratuitas; pero, a menudo, eran sufragadas por los fieles, con arreglo a tarifas que fueron cambiando naturalmente con los tiempos. Numerosos detalles de estas tarifas se encuentran en los testamentos de los vecinos, en los libros de las Cofradías y en el Inventario último de los bienes del Monasterio, realizado en diciembre de 1835.
Lo primero que llama la atención, al manejar estos documentos, el número elevado de misas que se celebraban por los difuntos, en los siglos pasados. En la Visita del testamento de Matias Miguel, verificada el 25-IV-1660, el Vicario General Fr. Juan Urdín, hace constar que el difunto había dejado dos mil misas, escribiendo el monje al margen, con letras grandes: ¡OJO![6]. Desde luego, era un caso extraordinario, como el de igual número de misas que había dejado el Abad, Fr. Felipe de Tassis, fallecido el 13 de marzo de 1615, a los diez meses de abadiazgo. Bien es verdad que las misas rezadas valían entonces 1 real flojo[7]. En el siglo XVIII, hasta 1775, costaban ya 1 real fuerte, y en 1787, 1 real y medio. En 1801, 3 reales fuertes; y en 1804, 1 peseta[8]. ¡Menuda diferencia con la remuneración de 300 pesetas en 1986! Naturalmente las remuneraciones de las misas cantadas eran siempre superiores. Así, en 1634, una misa cantada costaba 6 reales[9]. En 1645, la Cofradía de San José pagó 1 ducado por una misa cantada con órgano y segundas vísperas; en 1696, la Cofradía de Santa Teresa de Jesús, otro ducado por misa cantada con órgano, diácono y subdiácono; y en 1742, la misa cantada en la ¨Domicia in albis” costó 11 reales fuertes.
Las misas de los funerales solían tener otras tasas, más o menos elevadas, según que fuera de nocturnos, de 2 o de 1. Otras misas de Réquiem curiosas eran las Seis misas de Llagas, que, al parecer, se celebraban poco después del fallecimiento de los vecinos que las deseaban. Desaparecieron sin dejar apenas rastro, siendo sustituidas por las Misas Gregorianas que son las que, durante 30 días seguidos, comúnmente inmediatos al del entierro, se dicen hoy en sufragio de un difunto.
En el depósito de Funerarias de los monjes cistercienses figuraban otra variedad de Misas: las perpetuas (o que pretendían serlo), como los seis aniversarios del Abad Corral y Guzmán, a dos reales flojos cada uno; las Misas de Once, a 4 reales flojos; las 75 misas de la fundación de Miguel Asiain, a una peseta; y la Capellanía de la Misa de Ocho, a dos pesetas[10]. Otra Misa perpetua singular era la Misa del Alaba, fundada por la Señora Ana María de Atienza, en 1694[11].
Añadamos, para concluir, algunas curiosidades sobre los panegíricos que sufragaban las Cofradías, en las Misas solemnes de sus Santos Patronos. En 1896, el panegirista de Santa Teresa de Jesús percibió dos reales fuertes; en 1817, el del Sagrado Corazón de Jesús, 32 reales fuertes; en 1896, el de San Isidro, 25 pesetas; en 1900, el de la Virgen del Rosario, otras 25 pesetas; y en 1914, el de la Virgen de la Barda por Fr. José de Tudela, 60 pesetas[12].
Novenas y procesiones
Antaño, se hacían ordinariamente novenas en la Parroquia, a los Santos Patronos de las Cofradías, como preparación devota a la celebración solemne de sus festividades respectivas. Consistían en el rezo de un rosario, en unas lecturas piadosas y en cánticos de sus Gozos, acompañados al órgano. En los siglos pasados hubo alrededor de una veintena; pero en 1964, según nos comunicó, por entonces D. Jesús Jiménez Torrecilla, solo quedaban una oncena: las de San José, Virgen de los Dolores, Santa Rita de Casia, S. Antonio de Padua, Virgen del Carmen, Virgen del Perpetuo Socorro, Virgen de la Barda, Virgen del Rosario, Virgen del Pilar, Ánimas del Purgatorio e Inmaculada Concepción. De manera que había novenas todos los meses del año, a excepción de agosto. Por otra parte, el mes de mayo o de las Flores se consagraba a la Purísima; y el mes de junio, el Sagrado Corazón de Jesús.
Después de la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II, han desaparecido casi todas, quedan residualmente la de la Virgen de la Barda, dentro del templo, y fuera de él las que celebran, en plena calle, los vecinos de algunos barrios, como el Barrio Bajo, la callejuela de Oñate, la calle de San Juan, etc.
En cuanto a las procesiones, también fueron numerosas en el pasado, siendo las más solemnes las de la Semana Santa, del Corpus Christi y de la Virgen de la Barda. La mayoría eran organizadas por las Cofradías. En 1964, todavía se celebraban una docena: San José, Viernes Santo, la Ascensión, Corpus Christi, Octava del Corpus, San Isidro, el Sagrado Corazón de Jesús, Virgen del Carmen, Virgen de la Barda, Virgen del Rosario, Santa Teresa de Jesús y la Inmaculada. Su recorrido era la calle de la Patrona, la de Díaz y Gómara, la Calle Mayor, la de la Villa y la de la Iglesia. La procesión de la Octava del corpus era, por excepción, algo más corta, pues no recorría toda la calle de la Patrona, sino que se adentraba por la del Pozo, saliendo a la calle Mayor.
Hubo además unas administraciones de la Sagrada Eucaristía de tipo procesional: los Viático ordinarios y los Habituales. En los ordinarios, se administraba este sacramento a los moribundos, acudiendo más o menos feligreses, formados en dos filas, unos alumbrando con velas o hachas a la merma y otros sin alumbrar. El sacerdote llevaba el Sagrado Copón bajo palio, presidiendo a los asistentes.
En los Habituales, se administraba la Eucaristía a los enfermos encamados, a los ancianos y  a los imposibilitados que no habían podido ir a la iglesia, para el cumplimiento pascual. Tenían lugar el domingo siguiente al de la Resurrección y eran unas procesiones concurridísimas y muy rumbosas, figurando en ellas, ya en este siglo, representantes de la Adoración Nocturna, de los Tarsicios y de los Jueves Eucarísticos, con sus banderas respectivas, y amenizando su paso por las calles la Banda Municipal.
Por cierto que ignoramos por qué a estos viáticos ostentosos les daban en Fitero el nombre de Habituales: acepción que no registra el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia ni siquiera el Vocabulario Navarro de José María Iribarren.
También eran de tipo procesional, aunque los asistentes no formaban filas, sino que desfilaban masivamente, las tres Rogativas litúrgicas, que se celebraban los tres días anteriores al jueves de la Ascensión del Señor, a los que el pueblo daba los nombres de Rogativa del Bañillo (la del lunes), del Calvario (la del martes) y del Barranco (la del miércoles), por los lugares a donde se dirigían. Había otra fija, que se celebraba el 9 de mayo: la de San Gregorio Ostiense, para impetrar del Santo que no atacasen las plagas a los campos; y finalmente Rogativas ocasionales, en las épocas de sequía, ad petendam pluviam (para implorar la lluvia). Se organizaban a iniciativa del Ayuntamiento, quien sufragaba los gastos, sacándose de la Iglesia una imagen sagrada importante, como el Santo Cristo de la Guía, o el de la Cruz a Cuestas o la misma Virgen de la Barda[13]. Con este motivo, el poeta D. Alberto Pelairea publicó en LA VOZ DE NAVARRA, del 1 del 4 de 1924, una inspirada composición titulada Rogativa ad petendam pluviam.

Ermitas y santuarios

Se trata, como es sabido, de edificaciones construidas en los alrededores del pueblo para honrar a algún Santo, bajo la dependencia de la Parroquia. Los documentos más antiguos que hemos encontrado son de la segunda mitad del siglo XVI, referentes a ermitas y santuarios erigidos en la primera o levantados posteriormente. El más antiguo es el testamento de los esposos, Juan Martínez Azcoitia y María Serrano, otorgado en Fitero, el 28 de mayo de 1558. Entre sus cláusulas figuran estas dos, que copiamos literalmente.
“Otrosi mandamos otros 20 ducados para el reparo de un Humiladero y Crucifijo que nos hezimos en este dicho lugar donde dizen el Paradero”, disponiendo que se pusiesen en renta y que con los réditos, se hiciesen las reparaciones ulteriores.
“Otrosi hordenamos y mandamos que se dé a la Sanctísima (palabra ilegible) 3 reales y a la fábrica de Nuestra Señora del dicho lugar 2 reales y medio, y a la luminaria del Sanctísimo Sacramento 2 reales, a las Animas del Purgatorio 2 reales y medio, y a Nuestra Señora de Yerga y a San Pedro del Baño y a San Balentín y a San Sebastián y a Santa Lucía les den sendos reales[1]”.
La existencia de estas ermitas y santuarios se confirma por el testamento de los esposos, Julio de Bea y María de Atienza, fechado en Fitero, el 28 de septiembre de 1582. En él se dejan, entre otras cosas “sendas tarjas a la Sanctísima Hermandad, a la ermita de Nuestra Señora de Yerga y al señor San Pedro y a San Sebastián y a San Balentín y a la capilla de nuestra Señora Santa Lucía[2]”.
Ahora bien, parece contradecir estos testamentos una de las mandas del Abad, Fr. Marcos de Villalba, dictadas el 11 de diciembre de 1591, dos días antes de su muerte. Dice así: “Item por la devoción del bienaventurado San Marcos Evangelistas y por la necesidad que en este pueblo hay de alguna ermita, doy 100 ducados para ello, la cual se haga en el cabecillo que está en la era de Pedro Andrés, camino de Corella[3]”.
La contradicción es solo aparente, pues los anteriores santuarios y ermitas no estaban en este pueblo, o sea, en sus aledaños, sino lejos de él; a saber, Ntra. Sra. de Yerga, en la sierra de este nombre; San Pedro, en el Baño Viejo (hoy Virrey Palafox); San Sebastián, en el término de La Mayor; San Valentín, en los alrededores del castillo; Santa Lucía, en el término de este nombre.
¿Se construyó por fin la ermita de San Marcos…? Es seguro, pues consta en el Tumbo de Fitero que, en 1634, salía a la procesión de San Marcos toda la Comunidad[4].
Por lo demás, parece que, en adelante, se opuso terminantemente el Monasterio a que se construyese en su territorio ninguna ermita, a juzgar por la prohibición del Abad, Fr. Plácido Corral y Guzmán, en 1631, de erigir una en las Peñas del Baño, a la Virgen de la Soledad, que intentó Pedro Navarro, el salvador del Venerable Palafox, a pesar de la recomendación de éste siendo ya Fiscal de Indias[5].

Las Bulas

Entre las diversas fuentes de ingresos de la Parroquia, figuraban antaño las Bulas: documentos eclesiásticos que concedían ciertos privilegios a sus compradores. Las había de diferentes clases: Bula de carne o de vivos, por la que el Papa autorizaba comer carne, en ciertos días de vigilia; Bula de composición, dada por el Comisario General de Cruzada a los poseedores de bienes ajenos, cuando el dueño de éstos era desconocido; Bula de difuntos, que se tomaba para aplicar a un difunto indulgencia determinadas; Bula de la Cruzada o de la Santa Cruzada, por la que se concedían diferentes indulgencias a los fieles de España que contribuían con determinada limosna, al culto divino y al socorro de las iglesias españolas; Bula de lacticinios, que autorizaba a los eclesiásticos a tomar lacticinios (leche y manjares hechos con ella), en ocasiones en que les estaba prohibido; Bula de Ilustres o de Prelados, que les concedía ciertos privilegios; Y siempre Indultos o remisiones de algunas penas eclesiales.
Las Bulas eran distribuidas por los buleros a domicilio y eran nombrados cada año por el Ayuntamiento al que tenían que entregar el importe de las mismas, en el mes de septiembre.
Siendo Fitero un pueblo de abadengo, la distribución de bulas era considerable. Repasando los Padrones de Bulas del siglo XVII, que anota fielmente el escribano real, D. Miguel Urquizu y sus sucesores, observamos que en 1618, se distribuyeron 725 bulas; en 1630, ascendieron a 1267; en 1682, a 1370, etc. La vigencia de las bulas era solamente anual y en 1600, las de carne costaban 2 reales[6], con el tiempo, fue aumentando el número de bulas y sus precios respectivos. Veamos un ejemplo. En la sesión del Ayuntamiento, celebrada el 6 de febrero de 1817, fue nombra bulero Vicente Agreda, quien repartió 2.483 bulas de Vivos, por 3.858 reales f. y 32 maravedís; 220 bulas de Difuntos, por 530 reales f. 25 maravedís; 2 bulas de Lacticinios, por 7 reales f.; 1 bula de Ilustres por 17 reales f.; y 650 indultos, por 650 reales f.[7].
Las bulas desaparecieron en la década de los 60 de este siglo, con motivo de las reformas introducidas por el Concilio Vaticano II.

Generalidades sobre las Cofradías

Las Cofradías fundadas en la Parroquia, desde el siglo XVI, sobrepasan la veintena, datando la mayoría de la época abacial. Ahora bien, hay que puntualizar que la imagen estatutaria del Santo Patrono de cada una y, a menudo, su mismo altar fueron costeados por los cofrades y no por la Abadía.
Datan del siglo XVI, las Cofradías de San Miguel, Santa Lucía, Santísimo Sacramente y Santa Veracruz. Fueron fundadas en el siglo XVII, las Cofradías de la Asunción, San José, San Blas, la Purísima Concepción, Virgen del Rosario. Son del siglo XVIII, la Cofradía del Sagrado Corazón de Jesús y probablemente, la de la Virgen del Carmen. Y del siglo XIX, antes de la exclaustración de los monjes, la de San Isidro Labrador. Algunas de ellas fueron suprimidas, a raíz de la expulsión de los frailes; pero fueron establecidas posteriormente; sobre todo, por el párroco, Fr. Joaquín Aliaga, como la del Corazón de Jesús en 1853, y la de la Inmaculada Concepción, en 1864. Finalmente son posteriores a la extinción del Convento las Hijas de María, la Adoración Nocturna, los Tarsicios, la Cofradía del Santo Sepulcro, los Jueves Eucarísticos, la Sagrada Familia, San Antón y Santísima Trinidad.
Según una comunicación de D. Jesús Jiménez Torrecilla, en 1964, quedaban en la Parroquia las 14 siguientes: Adoración Nocturna, Hijas de María, Apostolado de la Oración (o Archicofradía del Sagrado Corazón de Jesús), Jueves Eucarísticos, San José, Virgen del Carmen, Virgen del Rosario, Santa Lucía, Santísima Trinidad, Cristo de la Cruz a cuestas, Cristo de la Columna, San Isidro, Sagrada Familia y San Antón. 

Las visitas abaciales de las Cofradías

Eran inspecciones o exámenes de los Libros de las Cofradías que empezaron a realizar los Abades, por lo menos, desde el siglo XVII. Al principio no eran regulares, sino esporádicas; pero se regularizaron y se realizaron casi anuales, en el siglo XVIII, siendo, al parecer, pagadas, pues en la de 1689, la Cofradía de Santa Lucía pagó 4 reales de derechos, y la de la Asunción, 2. Las primeras Visitas de las Cofradías fundadas recientemente eran gratuitas.
Estas visitas fueron interrumpidas, desde el otoño de 1809 hasta 1815, por haber sido disuelto el Monasterio por José Bonaparte; y desde 1820 a 1824, porque los cofrades se negaron a presentarlas y el Gobierno Constitucional volvió a exclaustrar a los frailes.
Al principio, las Cofradías más antiguas se resistieron a aceptar tales visitas, como ocurrió en 1627 en que los mayordomos respectivos de la de Sta. Veracruz Joseph de Zufías, del Smo. Sacramento, Juan de Yanguas; de S. Miguel, Bertol de Barea; y de Santa Lucía, Juan Salvador se opusieron resueltamente a la Visita del Abad, Fr. Plácido de Corral y Guzmán. En vano éste los amenazó  de excomunión mayor, si no lo prestaban sus libros, en el término de tres días. Los Mayordomos contestaron que no se creían obligados a ello por varias razones que adujeron a continuación. En consecuencia, se enzarzaron en un pleito ante la Audiencia de Pamplona, que fue resuelto a favor del Monasterio, por decreto del Consejo Real del 2-X-1627. Con que el 24 del mismo mes y año, el Abad Corral hizo, por fin, la Visita de los Libros de las mismas. En la de Santa Lucía se encontró con la sorpresa de que los cofrades habían arrancado las hojas en que constaba tal fundación por el despótico y odiado Abad, Fr. Martín de Egüés y de Gante, y habían borrado todas sus firmas.  El Abad Corral les conminó a que las repusieran, condenando a las cuatro Cofradías rebeldes al pago de ocho reales por las asesorías y de cuatro reales por los derechos del sello.
A propósito de tales Visitas, el Abad Fray Bernardo de Erviti ordenó, el 28 de marzo de 1661, que en adelante “se pasen las cuentas con asistencias de persona pública, de manera que hagan fe, como siempre se ha acostumbrado (pero no se había hecho desde 1645 a 1659), con apercibimiento que se les hace de que no cumpliendo con ello, se darán por nulas”[8].

Breve historia de las Cofradías fiteranas

Cofradía de San Miguel

Fue la más antigua de la Parroquia. Su nombre completo era San Miguel de los Ballesteros y fue fundada en 1529 en el que se dictaron sus Ordenanzas, siendo Abad, Fray Martín de Egüés y Pasquier. Sobre ella damos ya suficientes noticias en nuestro libro LA IGLESIA CISTERCIENESE DE FITERO (pág. 157), por lo que solo diremos, resumiéndolas, que sus cofrades eran siempre 60, a saber, 30 escopeteros o arcabuceros y 30 ballesteros. Cada año, el día de San Miguel, el Abad del Monasterio les decía una misa solemne y ellos ofrecían, cuando menos, dos cornados para los vecinos pobres. El mismo día se reunían en cabildo y elegían un nuevo Prior y Mayordomo para el año siguiente, haciendo a la salida un alarde o parada y recibiendo los escopeteros 1 libra de pólvora. La Cofradía tuvo en la Hoya del Puente una finca, a censo enfitéutico perpetuo, de 11 robos de sembradura, por la que se pagaba anualmente al Monasterio una blanca por cada robo y la séptima parte de todos los frutos que recogía en ella.

La Cofradía de Santa Lucía

Fue fundada en 1543 por el Abad, Martín Egüés y de Gante[9]. Por el testamento, ya citado, de los esposos, Julio de Bea y María de Atienza en 1582, se ve que esta Santa, cuya imagen era una tabla pintada y coronada, tenía por entonces una capilla. Más tarde, anduvo incorporada a otros altares, hasta que, a mediados del siglo XIX, se le erigió un altar propio, en el testero del arco izquierdo del segundo tramo de la nave central, siendo desmantelado en 1865 por el párroco, D. Jesús Jiménez Torrecilla.
La Cofradía debió poseer antaño hacienda propia, como la de San Miguel, pues en 1613, su Alcalde, Juan de Bea, vendió un corral de la misma a José de Zufías, con un censo de 6 reales anuales[10]. La Cofradía tiene un número fijo de cofrades.

La Cofradía del Santísimo Sacramento

Data del siglo XVI, aunque ignoramos la fecha fija de su fundación, pero en el Libro de Autos de Visita de las Cofradías, Hospitales, etc., se la compara en antiüedad a la de Santa Lucía. Debió tener mucha importancia, pues los mayordomos que la regían anualmente, eran elegidos por el Ayuntamiento. Así, en la sesión del 29 de septiembre de 1713, se eligieron para regirla en 1714 a los vecinos Pedro calleja Gómara y Pedro Calleja Ximénez[11]. Esta costumbre seguía todavía en la primera mitad del siglo XIX, nombrándose entonces 1 Abad y 2 Mayordomos, con la intervención del Ayuntamiento y de la Veintena de Mayores Contribuyentes.

La Cofradía de la Santa Veracruz

Tampoco sabemos la fecha exacta de su fundación, pero data probablemente del penúltimo decenio del siglo XVI, pues, en una Memoria de los trabajos hechos para la Iglesia y el Monasterio por Diego Pérez de Bidangoz, desde1585 a 1592, figura “la cruz grande la Vera Cruz[12]” que se conserva todavía en la Sacristía.
Con el paso de los siglos, se ve que sus cofrades decayeron bastante en su fervor primitivo, pues en el acta de la sesión del Ayuntamiento del 5 de marzo de 1817, presidida por el Alcalde, D. Santos Sanz, se lee lo siguiente: “Con motivo de la función que en la Semana Santa, celebra en obsequio al Señor, la Cofradía de la Santa Vera Cruz, son notables los desórdenes y escándalos que se advierten, especialmente en el Jueves en el que muchas gentes se embriagan, a favor de que los Mayordomos establecen en sus casas fuentes públicas de vino, con pan y aceitunas[13]”. En vista de ello, el Ayuntamiento y la Veintena de M. C. prohibieron en adelante semejante costumbre.
Cofradía de la Asunción

Solo sabemos que data de la primera mitad del siglo XVII, pues su Libro fue visitado por el Abad, Fr. Atanasio de Cucho en 1644; y por el Abad, Fr. Bernardo Martínez de Artieda en 1689, pagando por esta última visita 2 reales de derechos[14].

Hermandad de Esclavos de la Virgen Santísima

Lo único que consta de ella es que fue fundada el 20 de octubre de 1648, mediante una bula del Papa Inocencio X[15]. Ahora bien, sospechamos que es la misma llamada posteriormente de la Natividad y de la Purísima Concepción, como veremos al ocuparnos de esta última.

Cofradía de San José

Fue fundada el 15 de julio de 1645, siendo Abad, Fr. Atanasio de Cucho, y la escritura correspondiente fue firmada por el Prior, Fr. Juan de Urdín y 28 monjes más, así como por cinco cofrades fundadores, encabezados por José Ruiz, aunque estuvieron presentes 2 cofrades fundadores, que no sabían escribir. Consta de 20 apartados y lleva anejo el auto de constitución, con las firmas antedichas. De sus 4 primeros apartados se deduce que en 1645 no tenían los cofrades una imagen de bulto del Santo Patriarca y que, cuando la adquirieron, no dispusieron inmediatamente de un altar propio donde colocarla, exponiéndola a la veneración de los fieles en el segundo tramo de la nave lateral septentrional, al lado y fuera del altar actual del Santo Cristo de la Cruz a Cuestas. Pero solamente lo hacían desde la víspera de la festividad de San José hasta su Octava, así como en las fiestas del Corpus Christi, San Bernardo, San Benito, las Pascual y días de procesiones generales. Los demás días del año, la imagen era guardada en la casa de un cofrade.
Los 16 apartados siguientes de la escritura se refieren a los cofrades. La víspera del Santo el Convento diría “una misa cantada con órgano” y segundas vísperas, pagándole la Cofradía 1 ducado; y el día de San José, otra misa cantada, precedida de una procesión general. Se diría asimismo una misa rezada, cuando muriese un cofrade y otra cada mes, por los cofrades difuntos, “a real cada una”. Todos los frailes del Monasterio serían cofrades, “sin pagar cosa alguna”. En cambio, los cofrades varones pagarían de entrada 6 reales; y si fuesen casados, la mujer y los hijos solamente tres reales. Por otra parte, todos los cofrades pagarían a los Mayordomos, el día del Santo, 1 tarja y media y todos –hombres y mujeres,-salvo los enfermos o ausentes, estarían obligados a asistir a las misas de entierro de los cofrades, así como a las funciones de la víspera y del día de San José y “mientras se dice la misa han de estar con sus velas encendidas, so pena de 1 libra de cera para la dicha Cofradía”.
Si algún cofrade estuviere ”enfermo en cama y con necesidad urgente” sería socorrido por los demás con media tarja cada domingo. La Cofradía no daría velas al Santo Convento, en ningún tiempo, sino solo a los cofrades seglares. Los candidatos a la cofradía serían admitidos por el voto favorable de los cofrades varones, sin intervención de los monjes. Los cofrades asistirían a las procesiones del Santísimo y de San Bernardo, sacando a San José “y el que no fuere, se le multe en media libra de cera[16]”.
Tales fueron las principales disposiciones del acta de fundación.
Las primitivas listas de cofrades que trae el Libro de la Cofradía de San José del Archivo Parroquial están destrozadas. De todos modos, parece que al principio tuvo casi medio centenar. No tardaron muchos años en adquirir una bella imagen barroca del Santo, para el que erigieron un magnífico altar del mismo estilo que hasta 1965, estuvo instalado en el testero del arco meridional del quinto tramo de la nave central del templo.
En 1652, tenía un Alcalde y 4 Mayordomos, elegidos anualmente, los cuales tenían entonces la obligación de “salir a pedir su primera limosna de aceite, lana, grano por las eras y vino de prensa”. ¡Curiosa manera de allegar recursos! El Cargo (ingresos) de las Cuentas de dicho año fue de 214 reales y 4 maravedís; y el Descargo (gastos) de 366 reales y 33 maravedís. Entre los ingresos figuraban 50 reales por 20 cántaros de vino, vendidos a 2 reales y 18 maravedis el cántaro; 71 reales y 18 maravedis de 11 robos de trigo, a 6 reales y 18 maravedis el robo; 20 reales por 5 robos de centeno, a 4 reales el robo; 27 reales y 18 maravedis el robo; 20 reales por 11 robos de avena y cebada, a 2 reales y medio; 13 reales y 16 maravedís, de 22 libras de lana; y 4 reales y 24 mareavedís, de 8 libras de aceite. Además 27 reales por el ingreso de 4 nuevos cofrades: 3 de ellos a 6 reales cada uno, y otro, a 9 reales.
No menos curiosos fueron los gastos de aquel año: 12 reales fuertes al Gaytero del pueblo; 4 reales a 2 gaiteros de Corella (2 a cada uno); 24 reales a la mujer que se ocupó de pedir limosna en las eras; 11 reales f., por la misa cantada el día Dominica in albis; 1 16 reales f., por 16 misas rezadas (13 por todo el año; y 2, por tres cofrades difuntos).
Además de los gaiteros, se solían traer de fuera para la fiesta de San José algunos danzantes. El 18 de abril de 1784, el Provisor y Vicario General, Fr. Malaquías de Huguet y dispuso que en adelante, cada Hermano pagaría anualmente 2 reales f.
En 1886, había 90 cofrades; y en 1893, 166 (61 varones y 105 mujeres)[17].
El 28 de mayo de 1911, se hicieron unos nuevos Estatutos de la Cofradía con 18 artículos, siendo párroco D. Antonino Fernández Mateo y secretario de la Cofradía, D. Julián Tovías.
En 1967, la Cofradía tenía 97 Hermanos y 77 Hermanas. Sus ingresos fueron 1.137, 50 pesetas; y los gastos, 1.028,86, de los que 200 pesetas, por el panegírico del Santo. Las cuotas anuales de los cofrades eran entonces de 5 pesetas[18].


La Cofradía del Santo Cristo de la Cruz a Cuestas

Fue fundada el 17 de julio de 1650, siendo Abad, Fr. Pedro Jalón. Según su Libro Viejo, se dispuso en un principio, que pudiesen entrar en ellos los vecinos que quisieran, pagando 8 reales fuertes. Se fundarían 2 aniversarios en el Monasterio y los cofrades alumbrarían, pudiendo hacerlo, con una hacha propia, en determinadas funciones. Dicho Libro Viejo desapareció, y el Reglamento de la Cofradía que copia el Libro actual, data del 15 de marzo de 1658. Consta de 21 artículos, siendo sus principales disposiciones que se nombrarían cada año 2 Mayordomos, el Domingo 1º de Cuaresma; que se pagarían de entrada 6 reales fuertes; que la Hermandad tendría 4 hachas o cirios, para acompañar al Hermano o Hermana que muriese, “hasta que le den tierra; y que no habría más de 100 cofrades, cuando entonces había ya 112.”
Como de ordinario, la Imagen fue costeada por los cofrades, quienes eligieron el tipo de imagen-armazón, porque les salía más barato, encargándosela al escultor flamenco, Pedro Soliber y Lanoa, establecido en Corella, hacia mediados del siglo XVII.
Con el tiempo, los Mayordomos aumentaron a 4, teniendo además un presidente, llamado Alcalde, siendo elegidos anualmente por mayoría de votos. Por Auto de la Hermandad, del 15 de marzo de 1885, se acordó que “habiendo traído tres estandartes, arreglados el viejo (llamado el Trapo) y 14 faroles, en representación de las 14 estaciones del Calvario”, los estandartes se guardarían todo el año en casa del Alcalde de la Cofradía, y solamente del Miércoles al Viernes Santo, en las casas de los Mayordomos. Los estandartes representaban, como hoy, al Cireneo, la Primera Caída de Jesucristo en el camino de Clavario, y sus encuentros con la Verónica y con la Virgen María.
A la sazón, era Alcalde de la Hermandad, D. Pío Gómez.
En las páginas 50, 51 y 55 de nuestra MISCELANEA FITERANA, referimos detalladamente las subastas que hacía la Cofradía, por llevar el tambor y los faroles, a sus alquileres de túnicas y de hachas y al orden en que marcaban en la procesión del Santo Entierro. En 1881, estos arriendos le produjeron 460 reales y 25 maravedís.
El balance de 1882 arrojó 1.447 reales y 35 maravedís de Cargo; y 1.794 reales y 20 maravedís de Descargo.
En el cargo, figuraban entre otros ingresos, 16 reales, por cuota de entrada de Pascual Andrés; 94 reales, por las túnicas arrendadas y 366 reales con 35 maravedís, por los cirios a mermas (los de la cara y espalda del Santo Cristo) y el arriendo del tambor, para la procesión del Jueves Santo.
En el Descargo constaban 16 reales al Mayordomo primero; 9 reales por la conducción del cadáver de Isidra Aréjula al cementerio; 588 reales, por un par de arañas para el altar, y 60 reales, a Antonio subirán por las gradas del altar y por barnizar la urna.
El Libro de la Cofradía que examinamos y extractamos llegaba hasta 1946 y en él figuraban las listas nominales de los cofrades, que eran 103 Hermanos y 35 Hermanas.
El actual secretario de la Cofradía, Sr. Matías Muro nos permitió consultar el último Cuaderno de la misma, del que tomamos las notas siguientes.
En 1986, los cofrades eran 341, los cuales pagaban una cuota anual de 100 pesetas; pero tenían otras fuentes de ingresos, pues recogieron de la Cajeta del Cristo 12.085 pesetas; de 2 bandejas, a la entrada de la iglesia, 11.000; del alquiler de túnicas, 800, etc. Por otra parte, el remanente de 1985 había ascendido a 73.331 pesetas. En cuanto a los gastos, el único importante fue de 500 pesetas, por unas andas para la Dolorosa.
Su Junta Directiva la formaban en 1986, los siguientes señores: Alfonso Fernández, presidente; José González, tesorero; Matías Muro, secretario; y 4 Vocales: Miguel Aguirre, Carmelo Vergara, Manuel Andrés y Juan Cruz Jiménez.

Cofradía del Santo Cristo de la Columna

Data probablemente de mediados del siglo XVII, como el de la Cruz a Cuestas; pero no sabemos la fecha exacta. El Libro de la Cofradía, que se conserva en el Archivo Parroquial –un manuscritos sin foliar, encuadernado en pergamino- se inicia con los Estatutos del 8 de enero de 1674, reformando las Constituciones primitivas, y en su preámbulo, se consigna que los fundadores de la Hermandad fueron Miguel de Sánchez Pina y su esposa, quienes donaron “la Santa hechura del Santo Cristo” y los primitivos estandartes.
Las nuevas Constituciones constan de 13 artículos, siendo sus principales disposiciones las siguientes. La cuota de entada sería de 15 reales por marido y mujer, y de 9 por los hijos.
Al morir un hermano o hermana, los hermanos darían 1 real, y las hermanas, medio, para decir misas por el difunto. A los entierros de los cofrades, asistirían todos los demás, “haciendo tocar los Mayordomos la campanilla por las calles, para que todos asistan… y recen 30 paternostes y 3 Avemarías, en recuerdo de los 33 años que Cristo, Nuestro Señor, anduvo en el mundo”, llevando encendidas 4 hachas que tiene la Hermandad en dichos entierros, “hasta que se le haya dado tierra al cuerpo”. El Alcalde y los dos Mayordomos de la Hermandad serían nombrados cada año, el Domingo de Quasimodo. No se admitirían en la Hermandad más de 60 hermanos.
En una “Razón de las tierras que tiene la Cofradía”, testificada por el escribano, Felipe Berdusán y Remón, el 18 de mayo de  1763, constan las siguientes fincas: 1) un tablar en la Nava Alta que anteriormente fue de 1 robo y medio, y “habiendo echado el camino o carretera nueva de Madrid por medio”, se quedó en 9 almudes y medio; 2) una finca en Valdelafuente (término que debe su nombre a “una fuente que sale de una peña”), con era y corral, de 19 robos; 3) un corral con 16 robos y medio, en el término de las Aguas Saladas, “que hoy conserva el nombre del Corral del Christo”; 4) una pieza de 4 robos en Vallas del Buey; 5) una era detrás de las Tejerías, donde llaman el Olivarete, con 8 almudes. En total, 40 robos y 1 almud y medio.
Por su parte, el escribano Joaquín Huarte anota que el 6 de abril de 1800, fue nombrado Prior de la Cofradía Manuel Atienza Langarica; Mayordomos, Antonio Fernández y Domingo Berrozpe; Estandarte (portaes-tandarte), Tomás Marina, designándose a 6 Hermanos para llevar el Passo, en la procesión de la Semana Santa.
En las Cuentas de dicho año, figuran en el Cargo 18 reales con 4 maravedis de multas que se echaron el Jueves Santo a los que faltaron a la procesión. Y en el Descargo, 63 reales, con 27 maravedis, por un Estandarte nuevo que se compró; y 173 reales, con 6 maravedis, pagados al cerero Manuel Bayo, por la iluminación.
En 1885, fue nombrado Presidente (ya no se decía Alcalde ni Prior) Marcelo Fernández, bajo 9 condiciones relativas al ejercicio de su cargo. Con este motivo, se hizo un Inventario de las “alhajas” (en realidad, efectos) que poseía la Cofradía y que eran las siguientes: el Cristo, las sacras diarias y de fiesta, los trajes de los Judíos, las cortinas para el altar, 12 faroles de vara, 2 estandartes (viejo y nuevo), 1 tambor, 2 campanas, 7 paños para el altar, 4 ramos con sus jarras, 1 columna nueva, 6 candeleros de metal, 4 usuales, 4 de lata, 4 de hierro y 2 de palo; 4 muletas, 1 lazo blanco y 2 morados, 2 cordones plateados, 2 alfombras para la tarima, 4 hacheros viejos y 4 modernos, 2 arcas para la cera y 2 paños para recibirla.
Por lo que se ve, la Cofradía no tenía todavía los 4 estandartes de los Mayordomos, que pintó posteriormente Julián Bayo: la Oración del Huerto, el Prendimiento, la Flagelación y el Ecce Homo.
En 1889, la Cofradía tenía 121 hermanos y ninguna hermana[1]. Desde entonces, ha transcurrido un siglo, y la Cofradía no ha decaído, sino al contrario, pues, en 1987, tenía 350 cofrades (275 hombres y 75 mujeres), los cuales pagaban una cuota nula de 100 pesetas. Su Junta Directiva estaba formada por un Presidente (Julián Bayo), un Secretario (José María Vergara Pérez), un Tesorero (Juan Bayo Atienza) y 5 Vocales: Manuel Escudero, Florencio Vergara, José Pina, Alfredo Forcada y Jesús Romano.
Cofradía de Santa Teresa de Jesús
El Acta de su fundación y sus primeros estatutos datan del 30 de mayor de 1696. En el preámbulo se hacía constar que era fundada por el Prior, Veedores y Maestros del oficio de Alpargateros y Cordeleros, que eran respectivamente aquel año Domingo Sánchez Yanguas y los hermanos, Miguel y Xavier Ximénez Barea, los cuales firmaron el Acta, seguidos de 24 nombres más, “todos Maestros de dichos oficios”. Los Estatutos constan de 29 capítulos, que ya resumimos en nuestro libro anterior INVESTIGACIONES HISTÓRICAS SOBRE FITERO, volumen I (pp. 168-169) por lo que solo recordamos que la cuota de los cofrades se fijó en 2 dineros cada sábado o 1 tarja y media, cada mes, y que los casados que ingresaran en adelante, pagarían 8 reales por los 2 cónyuges; y 4 reales, los solteros.
Anejo al documento notarial correspondiente iban dos más: la aprobación del Provisor y Vicario General del Monasterio, Fr. Francisco Jordán, firmada el 9 de junio de 1686, por la que concedían a los cofrades indulgencias plenarias y remisión de todos sus pecados el día de su recepción en la Cofradía, in articulo mortis y en Santa Teresa de Jesús (15 de octubre); asimismo 7 años de indulgencia y otras tantas cuarentenas a los que confesaren y comulgaren en las fiestas de San Miguel, San Juan Bautista, San Fermín y San Francisco Javier; y 60 días, a los que hiciesen diversas obras pías[2].
La Cofradía de Santa Teresa también llevaba su Libro de Cuentas e Informes y de él entresacamos las notas siguientes.
En las Cuentas de 1815, el Cargo fue de 656 reales fuertes, con 16 maravedís; y el Descargo, de 592 reales fuertes, con 33 maravedís, figurando entre los gastos, 11 reales con 24 maravedís para el Gaitero; 7 reales con 16 maravedís, para el Herrero, por tres llaves para el arca de la iglesia y la arquilla del Oficio; y 13 reales con 29 maravedís, por el costo de la campana nueva.
Para la cobranza de 1 sueldo feble mensual a los cofrades, existía el Arriendo de los Sábados que se hacía en enero de cada año, por medio de un remate al que pedía menos recompensa. En 1830, el rematante fue Juan Yanguas Aliaga, por 12 reales fuertes; en 1837. Tomás Ramos, por 15; y en 1859, Benito Gómara, por 26.
Entre los Cargos de las Nuevas de 1826, figuraban 112 reales con 19 maravedís de los cobrados a 75 Maestros del Gremio; 60 reales con 15 maravedís, de 51 Hermanos; 26 maravedís, por el arriendo de los telares y 12 reales con 19 maravedís, por el arriendo de las hachas.
En 1900, formaban la Cofradía 26 Hermanos de primera clase; 16, de segunda y 24 Hermanas y viudas devotas[3]. La Cofradía desapareció hacia mediados del siglo actual.

Cofradía de San Blas

No sabemos cuándo se fundó. Nos consta que la devoción del vecindario fiterano a San Blas se remonta a 1520, en que el Abad, Fr. Martín de Egüés y Pasquier trajo al pueblo una reliquia del Santo; que, en 1622, el Abad, Fr. Hernando de Andrade declaró fiesta de precepto el día de San Blas (3 de febrero); y que le Papa Urbano VIII concedió a San Blas un altar privilegiado en la iglesia de Fitero, durante 7 años, por bula del 5 de septiembre de 1633. Así, pues, conjeturamos que su cofradía debe datar de los últimos años del abadiato de Fr. Hernando de Andrade (1615-1524). Por lo demás, no hemos podido averiguar de esta Cofradía, sino únicamente que, en efecto, existió, pues consta que, en 1725, el Abad, Fr. Antonio de Acedo visitó el Libro de los Tundidores[4], cuyo Patrono era San Blas, porque su martirio consistió en lacerarle las costillas con unos peines de hierro. El tal libro desapareció sin dejar rastro.

Cofradía de la Inmaculada Concepción

No sabemos, a ciencia cierta, cuándo fue fundada esta Cofradía; pero es el caso que, el 19 de agosto de 1643, los monjes y el Ayuntamiento de Fitero proclamaron Patrona de la Villa a la Virgen de la Concepción, celebrando su fiesta el 8 de diciembre, con procesión, como el día del Corpus[5]. A la sazón, era Presidente de la Abadía, en sede vacante, el distinguido investigador histórico, Fr. Jerónimo de Álava. Se puede, pues, conjeturar que la Cofradía de la Inmaculada fue fundada en el mismo siglo, antes o después de dicha proclamación. ¿No sería la misma que se erigió el 30 de octubre de 1648, mediante una bula del Papa Inocencio X, con el nombre de Hermandad de Esclavos de la Virgen Santísima…?[6] Tal vez; pero no estamos seguros. En todo caso, lo que consta documentalmente es que la Cofradía  de la Inmaculada Concepción fue fundada por el Gremio de los Pelaires (cardadores de paños), que era el más importante de la época, tomándola como su Patrona. En el “Libro de Autos de Visita de las Cofradías”, se llama más de una vez a la Cofradía de la Concepción, Cofradía de la Natividad; pero en la visita de 1830, se aclara este embrollo de las denominaciones, llamándola claramente Cofradía de la Natividad o Virgen de los Pelaires[7]. Desgraciadamente se perdió su libro primitivo, que nos hubiera aclarado todo y el manuscrito actual que se conserva en la Parroquia, se refiere únicamente al restablecimiento de “la antigua Hermandad de la Inmaculada Virgen María”, realizado en 1862, por el párroco, Fr. Joaquín Aliaga.
En el preámbulo de los 12 apartados de que consta el Reglamento, se dice que la antigua Hermandad había caducado desde 18543, “por la decadencia del oficio de pelaires”, que la componían en su mayor parte. Al resucitarla diez años después, entraron a formarla 116 cofrades de ambos sexos… El cargo de ese año fue de 595 reales vellón; y el descargo, de 624; o sea, un déficit de 29 reales vellón.
En las cuentas de 1900, figuran en el cargo 40 pesetas, cobradas a 20 hermanos (a 2 pesetas cada uno), y 10 pesetas a 10 hermanas (a 1 peseta cada una). Y en el descargo, 5 pesetas, pagadas a Hilario Falces, por mermas de 2 hachas que trajeron para la función y la procesión de la Inmaculada; 3,60 pesetas por 6 velas para la Virgen; 20 pesetas pagadas por el sermón; y 11 pesetas por la función[8].

Archicofradía de las Hijas de María

Orígenes y documentación

Desconocemos el año de su fundación, aunque conjeturamos con fundamento que fue en el último decenio del siglo XIX, cuando todavía no se había extinguido la cofradía anterior de la Inmaculada Concepción; de manera que hubo, a la vez, dos cofradías con la misma Patrona: la vieja de la Inmaculada, que tenía, como hemos visto, cofrades de ambos sexos, y la nueva de las Hijas de María, compuesta exclusivamente de mujeres solteras. Al casarse, quedaban excluidas. Las Hijas de María acabaron por sustituir a la cofradía de la Inmaculada, en la primera década del siglo XX.
Se conserva una numerosa documentación sobre esta Archicofradía que nos permitieron consultar las Srtas. Joaquina Andrés Vergara y Dorita Sanz Maza. Son cinco cuadernos: 3 de Cuentas y 2 de Personal. Los más interesantes son los de Cuentas. El más viejo está mutilado y solo lleva anotaciones en 18 hojas, que comprenden desde el 2 de febrero de 1898 hasta el final de 1912. El segundo y el tercero son dos gruesos volúmenes de 400 páginas cada uno y sus anotaciones respectivas van desde 1913 a 1972; y desde 1973 a 1986, constituyendo un verdadero arsenal de noticias para escribir la historia, no solo de las Hijas de María, sino de la evolución económica de la Parroquia en lo que va del siglo XX.

Organización y dirección de las Hijas de María

Al frente de la Asociación, estaba, ya en la segunda década de este siglo, una Junta Directiva, formada por el Párroco, como Director, y un Coadjutor, como Subdirector, más bien honorarios que efectivos, pues la actividad de la misma era regida por una Presidenta y una Vicepresidenta, por una Secretaria y una Vicesecretaria, por una Tesorera y una Vicetesorera; y dos o más Camareras. Las congregantes estaban encuadradas en Coros o Secciones –ordinariamente de 8 a 10, a cuyo frente figuraba una Directora o Celadora y varias Auxiliares. El número de socias incluídas en cada Coro era variable; pero dentro de él, cada Auxiliadora estaba encargada de unas 10 congregantes.
El Registro General de Asociadaas, en enero de 1913, comprendía 390; de manera que fue la más numerosa e importante  de todas las Cofradías habidas hasta entonces.
La Junta Directiva era elegida anualmente en asamblea general, siendo a menudo reelegidas las Presidentas, Secretarias y Tesoreras. Entre las Presidentas de las seis primeras décadas de este siglo, figuraron las Srtas. Isabel Huarte, Pilar Martínez Labarga, Asunción Agreda, Rosalía Francés, Eugenia Armas, Genara Urtasun, Joaquina Pina, Rosario Yanguas, y Margarita Yanguas.
Entre las Secretarias, María Fe (1910), María Yanguas (1914), Victoria Yanguas (1917) y Asunción Huete, desde 1920 hasta su muerte en 1956; o sea, 30 años seguidos. Y entre las Tesoreras, Pantaleona Carrillo, Concha Huarte, Angela Bozal, Eladia Calleja, Ángela Gainza, Rosalía Francés y, sobre todo, Mercedes Francés, quien, desde 1917, ostentó el cargo ininterrumpidamente, durante más de medio siglo.
Entre las Camareras más antiguas, se cuentas Inés Hernández y Raimunda Atienza.

Gastos de las Misas mensuales de Comunión General

Estas Misas eran estatutarias y se celebraban el segundo domingo de cada mes, a las ocho de la mañana (hora solar). Eran rezadas y de un solo celebrante. Sin embargo, en ellas interpretaba el Organista música religiosa y se cantaban motetes, durante la distribución de la Sagrada Comunión. En el primer decenio de este siglo, solo se celebraban en ocho meses, exceptuando los de marzo, abril, junio y noviembre. En 1912, se empezó a exceptuar únicamente junio; y desde 1917, se celebraron en adelante, todos los meses del año.
En 1900, solo pagaban al celebrante 2 pesetas; en 1912, 2,50; en 1939, 3 pesetas; en 1946, 6; en 1959, 30; en 1972, 59; y en 1981, 18 pesetas.
A su vez, el organista solo percibía en 1901, por dicha misa, 0,50 pesetas; en 1916, 1,50; en 1940, 5; en 1970, 15; y en 1980, 18 pesetas.

Las Flores de Mayo

El oficio religioso de las Flores era muy concurrido y se celebraba diariamente al atardecer. En él se rezaba el Rosario, seguido de la Letanía Lauretana. A continuación, se leía el ejercicio devoto correspondiente y algunas cantoras –a veces, cantores-, con acompañamiento del organista, interpretaban diversos cánticos marianos que, empezaban con la conocida invitación: “Venid, y vamos todos –con flores a porfía,- con flores a María,- que madre nuestra es”.
Precisamente entre los gastos de la Asociación en 1911, figura la compra de un libro, titulado “Flores a María -34 cánticos”, que costó 8,50 pesetas[9].
Ni que decir tiene que el mes de mayo era siempre el más costoso para la Archicofradía. En 1906, la Señorita Concepción Huarte Agreda, que era entonces la Tesorera, hizo las siguientes anotaciones en el capítulo de gastos del personal de la Parroquia, en el mes de mayo.
Para el organista, 15 pesetas; al Cristóbal (sacristán mayor), 5 pesetas; Música, 5 pesetas; a los Señores Curas, 5,50; al fuellero-campanero, 2,50: a Pedro Moreno (cantor), 4 pesetas; al Pobilla (sacristán menor), 2,50; y al Raña (el silenciero), 0,50. Se compró un regalo para uno de los cantores cuyo importe fue de 1,50 pesetas[10]”. Añadamos, por nuestra cuenta que, en el mes de mayo de 1916, se dieron al organista otras 15 pesetas; en el de 1940, 60; en el de 1958, 300; y en el de 1970, 500.
Por su parte, los Sres. Curas cobraron en el mismo mes de dichos años, 6, 12, 100 y otras 100 respectivamente. El sacristán, 5, 5, 15 y 30 pesetas; y el campanero, 2,50, 13, 15 y 30. En cambio, en 1980, se dieron al sacristán, por el mes de mayo, 30 pesetas; y al campamento, 150 pesetas[11].

La Novena y Fiesta de Diciembre

Como es sabido, la Novena emieza siempre el 29 de noviembre y termina el 7 de diciembre, celebrándose la Fiesta el día 8, con misa solemne, panegírico, comunión general y procesión. Esta última se celebraba por la mañana, como el resto de la fiesta, hasta que, al comienzo de la década de 1970, se trasladó a la tarde. En 1923, se introdujo la costumbre de exponer, durante la Novena, al Santísimo Sacramento, por cuya exposición se empezar a pagar 10 pesetas.
En 1910, la Tesorera Angelita Bozal hizo las siguientes anotaciones, sobre las retribuciones al personal de la Parroquia, en el mes de diciembre.
A D. Antonino (el Párroco), por el sermón, 20 pesetas; a los Sres. Curas, por la Novena y la Fiesta, 6 pesetas; al Sacristán Mayor, 5; al Sacristán Menor, 1,50; al Organista, 5; y al campanero, 0,50[12].

Una imagen moderna de la Purísima

En 1911, las Hijas de María cometieron piadosamente un grave pecado artístico: retirar del culto la antigua (y actual) talla de la Inmaculada, que armoniza perfectamente con el magnífico retablo de su altar, para sustituirla con otra “más bonita y más moderna”: una bella reproducción en escayola de la murillesca Inmaculada de Soult, llamada así por haber pertenecido al mariscal napoleónico, Nicolás Soult, quien la robó en Sevilla, durante la Francesada. La nueva imagen costó a la Asociación 522,50 pesetas, más 3,40 de portes, y procedía de los talleres de “El Arte Cristiano” de Olot[13]. Para exponerla en el Altar Mayor, en los meses de mayo y diciembre, compraron en 1914 un dosel, que les costó 360 pesetas, pagando además 40,55 por transportes e instalación[14], y en 1929, dos angelotes de compañía a la Casa Matos de Olot por 608 pesetas[15]. Hacia 1970, la Institución Príncipe de Viana mandó retirar del viejo altar esta imagen moderna, que desentonaba completamente con él, restituyendo la antigua.

Cuotas de las asociadas

En un principio, solo hubo cuotas de entrada, las s cuales no eran fijas ni obligatorias, oscilando entre 0,15; 0,50 y 1,25 pesetas. Así, en 1899, ingresaron dos muchachas por 0,50 cada una, y otras dos, por 1,25. En 1933, una entrada sin escapulario costaba 0,75; y con él, 1,50 pesetas.
Todavía en 1952, entraron 6 chicas por 6 pesetas (a 1 peseta, cada una) y en cambio, Mari-Paz San Miguel pagó 5 pesetas[16].
En 1922, se introdujeron las cuotas anuales, a base de 0,50 pesetas, como mínimo, las cuales importaron ese año 116,50. En 1924, se implantó la costumbre de que algunas congregantes acomodadas costeasesn el gasto de un día de la novena, como lo hicieron ese año Eugenia Armas, Victoria Yanguas, Mercedes Francés, Josefina Sanz y otras, pagango 2 pesetas cada una[17].
Más tarde, se extendió esta costumbre a los días de las Flores de Mayo, como en 1929 en que Felisa Bermejo, Mercedes Agreda, Eugenia Aguinaga, Joaquina Pina y otras pagaron unos días, contribuyendo asimismo con 2 pesetas cada una[18]. Por fin, se introdujo la cuota mensual, de cuantía voluntaria, dejando que las socias más ricas la aumentaran a discreción y la pagaran de una vez.

Veladas teatrales

Fueron organizadas, por lo menos, cinco, siendo Presidenta, la Srta. Pilar Martínez Labarga.
Se celebraron en la gran Galería del Colegio de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana, en la que se levantó un espacioso tablado y se trasladaron butacas del aledaño Teatro Moderno. La primera Velada tuvo lugar el 10 de abril de 1911 y estuvo a cargo de varios jóvenes de la localidad y foranos. Se recaudaron cerca de 180 pesetas; pero el producto líquido fue de 135,45 pesetas[19]. La segunda Velada se celebró el 2 de febrero de 1913, repitiéndose el 9, y el producto líquido de las dos ascendió a 222,90. La cuarta y quinta Veladas se efectuaron en marzo de 1914 con un producto neto total de 200,80 pesetas[20].
El alma de estas representaciones fue D. Alberto Pelairea Garbayo. La más notable fue la segunda, cuyos precios de entrada fueron los siguientes: Butaca, 1 peseta; General, 0,50 e Hijas de María, 0.15. En cuanto al Programa, anunciado por la VOZ DE FITERO, nº 44, fue el que sigue.
1)    Sinfonía; 2) Cuadro vivo y saludo a la Virgen; 3) Discurso por la Srta. María Yanguas; 4) Bendita sea tu pureza; 5) Poesía INMACULADA de Gabriel y Galán, declamada por la Srta. María Fe; 6) Danza de las Vírgenes; 7) El Poder de María, melodrama en 3 cuadros de la Srta. Natalia Rincón, representado por las Srtas. Amusátegui Agreda, Gainza, Jiménez, Armas, Maculet y Frías; 8) La Muñeca, diálogo lírico cantado por las niñas Isabelita Palacio y Asunción García, acompañadas al piano por la Srta. Rosa Herrero; 9) FANTASMAS Y COMPAÑÍA, obra de D. Alberto Pelairea, representada por las Srtas. Angelita Gainza, Gregoria Frías, Isabel Armas, Manolita de Amusátegui y las niñas Merceditas Francés y Engracia Yanguas; 10) Discurso final por la Presidenta, Srta. Pilar Martínez Labarga.


Hojitas Celestes

Las HOJITAS CELESTES eran unas hojitas mensuales de propaganda mariana, editadas en Sevilla por la imprenta de Eulogio de las Heras (calle de las Sierpes, nº 13) y cuya administración, dependiente del Arzobispado, estaba en la calle Plasencia, nº 8. Las había de dos clases: ordinarias y extraordinarias. Las primeras eran de 14 por 8 centímetros; y las segundas, de 16 por 8,5 cms. Las ordinarias se vendían a 0,05 pesetas y aparecieron por primera vez en 1908, en cuyo mes de mayo, se recogieron 15 pesetas, y en diciembre, 11. En total, 26 pesetas, correspondientes a una venta de 520 hojitas, anotándose que las hojitas del año costaron 18 pesetas, de manera que el beneficio neto del año fue tan solo de 8 pesetas.
         En 1925, se recogieron 27 pesetas de hojitas ordinarias y 9 pesetas de extraordinarias. Por las Hojitas de los años 1936-1940 inclusive, pagaron las Hijas de María a Sevilla 147 pesetas; y en 1952, por la suscripción a 425 mensuales, 127,30 pesetas anuales.
La Hojita Celeste desapareció en 1970, siendo sustituida por la suscripción de la Asociación a la Hoja diocesana semanal LA VERDAD, por la que pagaron en ese año 120 pesetas.

Balances anuales

Los primitivos fueron insignificantes. En 1900, los ingresos importaron 81,05 pesetas; y los gastos, 71,75. En 1930, los primeros sumaron 844,30 pesetas; y los segundos, 525,42; en 1950, los ingresos, 4.051,95; y los gastos, 2.119; y en 1986, 59.978 y 32.770 pesetas, respectivamente.

Estado de la Archicofradía en 1987

Estaba en franca decadencia de personal, pero no económica. En 1986 tenía 212 socias; es decir, 178 menos que en 1913. Ya no se celebraban Juntas Generales ni elecciones de Presidentas ni demás cargos, habiendo sido la última Presidenta la Srta. Eloísa Pina Muro, desde 1967 a 1986.
En 1987, estuvieron encargadas de la Asociación las Señoritas Joaquina Andrés Vergara y Dorita Sanz Maza, quedándose únicamente la segunda, desde el 3 de abril de 1987, por enfermedad incurable de la primera.

COFRADÍA DE LA VIRGEN DEL ROSARIO

Fue fundada el 20-04-1692, por 13 sastres, a la vez que su Gremio. La escritura correspondiente protocolizada por el escribano, Miguel de Aroche y Beaumont, lleva el número 166 y ocupa las páginas 257-261 del protocolo de aquel año. La lista de los cofrades va encabezada por Martín Blas y José Carrillo y consta 21 apartados, referentes a la Cofradía, son en resumen, los siguientes.
Pertenecerían a la Cofradía los sastres, sus mujeres y viudas; y también los que, sin ser del oficio, fueran admitidos en ella, por mayoría de votos. El que entrare a ser “cofrade riguroso” pagaría 4 u 8 reales, según que fuere o no hijo de sastre; y si fuese un matrimonio, 6 o 12 reales, según que fuera o no del oficio. Todos los cofrades asistirían con velas encendidas, so pena de 2 reales, a los viáticos de los cofrades, “enfermos de peligro”; a la conducción a la iglesia del cuerpo de los cofrades fallecidos, llevándolo al 4 de ellos; y a la misa rezada que se les diría el día siguiente o el primero de fiesta, en el altar de la Virgen del Rosario.
Cada cofrade daría cada año a la Cofradía 4 reales; y los matrimonios, 6; y por cada cofrade que muriese, 1 tarja o tarja y media respectivamente, “por vía de limosna por el alma del difunto”. Los cofrades solo pagarían los gastos relativos al adorno del Altar, fiestas del Rosario, misas que se dijeren y cera que se gastase, entendiéndose por Fiesta del Rosario solo la Misa cantada o rezada que se dijere, y la procesión, en el caso que se dispusiere. Finalmente todos los primeros domingos de mes, se diría una Misa rezada en dicho altar a la que acudirían todos los cofrades, so pena de medio real por cada vez.
Los artículos principales, referentes al Gremio de los Sastres, eran, en resumen, los siguientes. Al frente de la Cofradía y del Gremio estarían un Prior y dos Veedores, que se elegirían, por mayoría de votos de los cofrades, reunidos en casa del Prior, el 2º domingo de octubre de cada año. En el Gremio, había tres categorías: Aprendices, Oficiales y Maestros, ascendiéndose a las dos últimas, mediante un examen. Para hacerse Maestro Sastre, los fociales lo harían ante el Prior, los dos Veedores y los dos más antiguos del Gremio, bastando para su aprobación el obtener 3 votos a su favor. Pagarían como derechos de examen 4 reales al Prior; y 2, a cada uno de los otros cuatro examinadores. Los oficiales que abrieren tienda pública, sin estar examinados de Maestros o trabajasen en casas particulares, pagarían una multa de 3 reales de a 8. Los Oficiales examinados que trabajasen en casas particulares, ganarían 2 reales al día, y su jornada de trabajo sería de 6 de la mañana a 6 de la tarde en verano; y de 7 a 7, en invierno. El Prior y los Veedores podrían visitar a los demás Oficiales y reconocer su obra, “a solas o con un Ministro de Justicia” y “si hallaren algún vestido travesado o pieza a contrapelo”, sin consentimiento del dueño del vestido, aunque éste lo llevase ya puesto, pagarían 2 reales de multa por cada pieza, a beneficio de la Cofradía. La Cofradía llevaría dos libros: uno de Cofrades y Agremiados, y otro, de Cuentas de los mismos. Los Cofrades podrían elegir como Prior a cualquiera de los admitidos en la Cofradía, aunque no fuese sastre, pero, en este caso, el Prior anterior continuaría en su ejercicio, en lo tocante al gobierno y administración del Gremio. Finalmente se pediría la aprobación y confirmación de estas Ordenanzas al Real Consejo del Reino de Navarra y el Vicario General de Fitero.
La Primitiva Virgen del Rosario fue una imagen-armazón muy agraciada que, hasta 1965, ocupó un bello altar en el testero del arco izquierdo del 5º tramo de la nave central. Databa del último decenio del siglo XVII. El Libro primitivo de la Cofradía desapareció y hoy solo se guarda en el Archivo Parroquial, un manuscrito moderno empastado y sin paginar, el cual abarca las cuentas de la Hermandad, desde 1853 a 1915. En 1853, el administrador de sus fondos y limosnas era el presbítero, D. Manuel Aliaga, y el cargo importó 1.085 reales; y el descargo o data, 946 reales con 24 maravedís.
En 1900, la lista de Hermanos comprendía 165 varones y 396 mujeres. Esta vez, el cargo ascendió a 510,82 pesetas; y la Data, a 233,50. En el primero figuraban 229 pesetas, cobradas de 136 devotos y 161 devotas (a 0,50 c/u). Y en la segunda, 25 pesetas por la Novena; 30 pesetas, por la función de la fiesta del Rosario; 25, por el sermón; y 22, por un oficio de Requiém de la primera clase. Además, 30 pesetas a la Orquesta, por tocar en tres rosarios y en la Aurora; 1,50 al carpintero, Anselmo Pérez por poner y quitar el solio de la Virgen[1].
La Cofradía desaparición en la década de 1960-1970, siendo restablecida en 1985.

CONGREGACIÓN DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS Y APOSTOLADO DE LA ORACIÓN

Fue fundada en octubre de 1741, suspendida durante algunos años del siglo XIX y restablecida en 1853 por el párroco Fr. Joaquín Aliaga, con más de medio centenar de socios. Se conservan dos libros manuscritos sin foliar de la misma. El primero alcanza hasta el 24 de junio de 1817, en que fueron presentadas las últimas cuentas del mismo, por el Depositario, Vicente Ximénez Ibero, con un cargo total de 546 reales fuertes y seis maravedís, y un Descargo de 86 reales fuertes y 19 maravedís.
El segundo, que está encuadernado en pergamino, solo tiene 35 folios que van desde 1831 hasta el 31 de diciembre de 1860. En él constan los censalistas de la Congregación, encabezados por Matías Rupérez y su mujer, Manuel Alfaro, los cuales tomaron a censo 390 reales fuertes y 3 maravedís, con el rédito anual de 19 reales fuertes y 19 y ½, que es lo que debían pagar cada año a la Congregación.
En las Cuentas de 1818, figuran en el Cargo 19 reales fuertes y 18 maravedís, recogidos de limosna, así como 4 1/2, procedentes de la venta de 6 almudes de trigo, recogidos también de limosna, el 2 de septiembre de 1817; y en el Descargo, 32 reales fuertes, pagadas al predicador por el sermón; 5 reales fuertes, al P. Vicario por la Misa; y 93 reales fuertes a Felipe González, por la cera, “después de rebajados los esperducios”.
En 1838, el sermón y la misa costaron como en 1818; pero en 1860, se elevaron a 72 reales vellón, habiéndose recogido de limosna, en todo el año, “9 duros”. El balance de este año, hecho el 31 de diciembre, arrojó de Cargo 477 reales vellón y 35 céntimos, siendo el último que figura en el Libro II.
En la Parroquia, no queda ningún otro libro ni cuaderno que continúe los dos anteriores. (O al menos, no quedaba en 1974, en el que hicimos nosotros una revisión completa del Archivo Parroquial). Sin embargo, es bien posible que conserve uno o varios algún vecino, pues no consta que la Congregación se extinguiese en 1860. En todo caso, fue remplazada, ya en el siglo actual, por la sección local del Apostolado de la Oración fundado en 1844 por el Papa, Gregorio XVI. También es conocido con el nombre de Archicofradía del Sagrado Corazón de Jesús, de la que solo examinamos el Libro III de Actas, que conserva y utiliza su secretario, D. Matías Muro. (¿Y dónde paran los dos libros anteriores…? Lo ignoramos). Este Libro III tiene 20 páginas y empieza el 19 de marzo de 1933, siendo párroco D. Alfonso Bozal. Comprende dos etapas: la estatutaria, hasta la mitad de la sexta década del siglo actual, y la posconciliar, en adelante.
Los dos tenían, y tienen cofrades de ambos sexos, los cuales, en la etapa estatutaria, estaban encuadrados en coros, que constaban de los socios y socias de cada calle, con sus celadores y celadoras correspondientes. Unos y otras, en el tercer domingo de octubre de cada año, elegían, en votación secreta, por un bienio, a los miembros de sus Juntas respectivas, haciéndolo los hombres en los años pares; y las mujeres, en los impares; y los elegidos componían el Directorio del Apostolado de la Oración. La Junta directiva masculina constaba de un Presidente, un Vicepresidente y un Secretario; y la femenina, de tres Vocales: 1ª, 2ª y 3ª. El 29 de octubre de 1933, fueron elegidas para las Vocalías respectivamente las Sras. Isabel Huarte, por 22 votos. Nicolasa Agreda, por 27; y Vicenta Galindo, por 11 votos.
En realidad, las renovaciones bienales del Directorio solían ser teóricas, pues, de ordinario, eran reelegidas las mismas personas. Así se explica que, desde 1933 a 1966, solo hubiese tres presidentes: los Sres. Hilario Falces, José María Yanguas y Ángel Melero; y tres secretarios: los Señores Elías Falces, Teodoro Fernández y Luis Bozal Jiménez. (D. Julián Tovías solo lo fue provisionalmente algunos meses de 1959). Los párrocos eran presidentes honorarios y actuaban de consiliarios.
Los celadores y celadoras celebraban una Junta General Ordinaria cada mes. En ellas se repartían las quincenas, que eran unas Hojillas del Sagrado Corazón de Jesús, análogas a las de las Hijas de María; se escuchaban a los consiliarios y se hacía una colecta entre los presentes. Sus recaudaciones, o más bien, limosnas, eran ordinariamente raquíticas. Así, en la colecta del 16 de abril de 1933, se recogieron 23,40 pesetas; en la del 26 de octubre de 1947, 29,50 pesetas; y en la del 20 de junio de 1954, 19 pesetas. Ello se debía, en parte, a que la asistencia de los celadores a las Juntas Ordinarias era escasa, según se quejaba el Párroco, D. Julián Martínez en 1938, “no sabiendo a qué atribuirla”. Por otra parte, las fuentes de ingreso del Apostolado tampoco eran abundantes. La venta de las Hojillas, en la primera quincena de 1942, solo ascendió a 24,80 pesetas; la pequeña divisa circular de la Cofradía que ostentaban los socios en la solapa izquierda de la chaqueta, valía por entonces, 5 pesetas; y el escapulario de las socias, 10. La cuota primitiva anual era de 3,50 pesetas, en 1963, se elevó a 5, y posteriormente, a 25 y 50 pesetas.
 Para aumentar los ingresos, se recurrió en 1940 al alquiler de velas den las procesiones, a 2 pesetas para los socios del Apostolado, pues, a la sazón, guardaba en su arca alrededor de un centenar. A pesar de ello, el secretario, D Elías Falces, en la Junta General Ordinaria del 16 de noviembre de 1941, lamentó “la falta de celadores y la limosna que se recolecta, pues hay meses en que apenas ha llegado, o sobado muy poco después del estipendio de la Santa Misa y del organistas; así que llega el mes de junio y andamos muy mal para solemnizar los cultos de este mes”. Por eso, en 1942, se subió el alquiler de las velas a 3 pesetas. La verdad del caso es que la situación económica de la Archicofradía jamás fue boyante, pues el balance de 1932-1933 arrojó 523,35 pesetas de ingresos, y 431,75 de gastos; y el de 1953-1954, 3.020,665 pesetas de ingresos y 2.372,35 de gastos.
He aquí otro detalle de su penuria. La Cofradía estaba suscrita a un ejemplar de EL MENSJAERO DEL CORAZÓN DE JESÚS, revista centenaria, editada por los P.P. Jesuitas de Bilbao.
Actualmente un ejemplar cuesta125 pesetas; pero en 1941, no llegaría probablemente a las 10.
Ahora bien, como no la leían los celadores, se acordó, el 27 de julio de se año, que s hiciera una lista de todos ellos y que cada tres días la tuviera un celador y la pasase al siguiente[2].
En 1993, siendo párroco D. Santos Asensio, se hicieron nuevos Estatutos de la Archicofradía, y en ellos se estableció que se hiciese una colecta pública, con mesa petitoria por las “quincenas”, en la misa de comunión de los terceros domingos de cada mes; que se pagaran 15 pesetas por la intención de la misa; y 20 pesetas, al sacerdote que la dijera[3].
Las actividades estrictamente religiosas del Apostolado eran las siguientes: En octubre comenzaban la devoción de los Nueve Primeros Viernes, de cada mes, que terminaban el primer Viernes de Junio. En ellos se celebraba una Misa solemne de comunión general, con sermón y exposición del Santísimo, al que se hacían velaciones de media hora, las cuales terminaban en con la bendición del mismo y la recitación de las jaculatorias: Bendito sea Dios Bendito sea su Santo Nombre… De igual modo, celebraban la Fiesta de Cristo Rey en octubre.
El mes de Junio estaba dedicado especialmente al Sagrado Corazón de Jesús y todos los días se celebraba al atardecer un oficio religioso, análogo estructuralmente al de las Hijas de María, en el mes de Mayo, con las diferencias correspondientes. Los cánticos que entonaban en estas funciones eran: “Corazón Santo – Tu reinarás…”; “Nuestro Apostolado Avanza…”; “Fiterano, de Cristo queridos…”, que cantaban sobre todo por las calles en las procesiones del Corazón de Jesús, y en las del Corpus Christi y su Octava.
Por cierto que las procesiones del Apostolado de la Oración fueron, en un principio, poco concurridas, hasta el punto que D. Alfonso Bozal decía en la Junta General Ordinaria del 16 de junio de 1835, que “no tiene gracia que salgamos a ellas y no vayamos más que unos chicos, muy pocos hombres y algunas mujeres[4]”. Años después se rectificó esa inasistencia.
En la década de los 60, con la implantación de la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II, desapareció la organización precedente del Apostolado, pero todavía subsiste la Cofradía.
En 1986, su presidente era D. Ángel Melero; su tesorero, D. Luis Yanguas; y su secretario, D. Matías Muro. A la sazón, tenía 364 socios, que pagaban 100 pesetas anuales. Por tanto la recaudación por cuotas de ese año ascendió a 36.400 pesetas.

COFRADÍA DE SAN ISIDRO LABRADOR

Fue fundada el 22 de abril de 1806 por 15 labradores, encabezados por el Alcalde Ordinario, D. Félix Latorre; pero el número de socios ascendió el mismo año a 78. Sus constituciones primitivas comprendían 17 apartados de cuyas disposiciones destacamos las siguientes:
Los cofrades asistirán a las funciones del día de San Isidro (Misa Mayor, procesión y vísperas) “con capa, zapatos y corbatín”. Llevarían en la procesión “vela encendida a sus propias expensas”. Cuando muriese un cofrade, se daría a su familia 1 doblón (moneda de oro equivalente a 4 duros) de los fondos de la Cofradía, para su entierro.
La Cofradía tendría 1 Alcalde y 4 Mayordomos, nombrados por sorteo, al día siguiente de la fiesta del Santo. El primer Alcalde de la Cofradía fue Gabriel Yanguas y el primer Mayordomo, Nicolás Atienza.
En las Cuentas de 1806 y 1807, o sea, del primer año, figuran en la Data las siguientes cantidades: 2 y ½ reales fuertes por la vara del Pendón o Estandarte del Santo; 29 reales fuertes, pagados al sastre Fermín Carrillo, por los “suplimentos y hechura” del Estandarte”; 120 reales fuertes al platero, Manuel de Ochoa” por el coste de la Oz (hoz), colocada en el pendón, 453 reales fuertes y 16 maravedís, a D. Bernardo Octavio de Toledo, por el coste del damasco, cordones, franja y bajuncito del pendón”; y 8 reales, a dos propios enviados a Cascante y Tudela, sobre la hoz y la estampa. En fin de cuentas, les salió el Pendón de San Isidro por 712 reales fuertes y 49 maravedís.
En la Cofradía de San Isidro había Hermanos y Hermanas que pagaban de entrada 16 y 5 reales fuertes; y el Descargo, de 1.693. En 1818, se hizo una suscripción voluntaria “a beneficio del Santo y su culto”, que dio buen resultado. Suponemos que sería para costear una talla del Santo, pues no tenían más que el estandarte; pero no se dice claramente.
Las Constituciones de la Cofradía fueron reformadas en 1896, reduciéndolas a 11 artículos.
En el 2º se disponía que el pago del sermón de San Isidro no excedería de 25 pesetas; en el 7º, que los mayordomos quedaban obligados a poner cada uno una persona “para llevar al Santo en la procesión”; y en el 11º, que la Cofradía pagaría “cinco pesetas a los músicos que vayan tocando durante la procesión”. No se especifica si era un duro para cada músico o para todos.
En 1922 había 88 cofrades. Un recibo suelto del hojalatero Aquilino Fernández, firmado el 5 de mayo de 1923, consignaba que le habían dado una peseta, “por arreglar un farol[1]”.

LA ADORACIÓN NOCTURNA

Documentación

Existe sobre esta Asociación una documentación abundante, que consiste en un Libro de Caja, 5 Libros de Actas y un Cuaderno, hecho a mano en 1909, que contiene un resumen del Ritual para una Vigilia ordinaria de 1 turno, con asistencia de Capellán. Los libros son cuadernos manuscritos empastados, de 30 por 20 centímetros y de 100 ó 200 páginas, con un total de 1.000. Llegan hasta 1966 y los guarda el presbítero fiterano, Don Ángel Fernández Gracia.

Fundación

La institución de la Adoración Nocturna, en general, data de 1874, siendo Papa Pío IX, y la sección Adoradora Nocturna de Fitero, de 1909, en que fue fundada por el Párroco, D. Martín Corella y 41 vecinos más, encabezados por el tenedor de Libros, D. Juan Olóndriz, que fue su primer Presidente. Sus nombres se conservan en un cuadro de la época. La Sección de Fitero dependió hasta 1955 inclusive del Consejo Superior Diocesano de Tarazona; y desde 1956, del de Pamplona.

Vigilias

Sus celebraciones religiosoas se llaman Vigilias, porque los Adoradores velan, sudrante la noche, al Santísimo Sacramento. En un principio, las había fijas y variables, ordinarias y extraordinarias. Eran fijas las del Año Nuevo, Jueves Santo, San Pascual Bailón, Santiago, la Asunción, y Todos los Santos; y variables, las restantes. Las ordinarias eran dos al mes, y se celebraban comúnmente la noche del 2º Domingo, por los Adoradores del Primer Turno; y la noche del 4º Domingo, por los Adoradores del Segundo Turno. Las extraordinarias no tenían fecha fija.
Los turnos de vela lo hacían generalmente 4 Adoradores y duraban, al principio, 45 minutos; y más tarde, 1 hora.

Ritual primitivo

El Oficio religioso duraba regularmente 7 horas, desde las 1º0 de la noche hasta las cinco de la mañana siguiente. Empezaba con la salida y presentación de la Guardia de los Adoradores, enarbolando su bandera y entonando los cánticos Vexilla Regis y Sacris solemniis. Los principales actos sucesivos eran la Exposición del Santísimo y el Primer Nocturno hasta las 11; y el 2º y 3º, hasta las 12, en que se iniciaba el Trisagio de la Santísima Trinidad. A la 1 de la madrugada, daba comienzo la hora canónica de las Laudes; a las 2, las de Prima y Tercia; a las tres, las de Sexta y Nona; y a las 4, las de Vísperas y Completas.
A continuación, se hacía la Reserva del Santísimo Sacramento, se celebraba la Misa, si había capellán, y comulgaban los Adoradores, finalizando con la Acción de Gracias y la retirada de la Guardia con su bandera.

Organización

Del Acta de la Junta General de 3º de enero de 1915m se deduce que, al frente de la Asociación, estaba un Consejo Directivo, formado por 1 Director Espiritual, que era Presidente Honorario; 1 Presidente civil que lo era efectivo; 1 Secretario, 1 Tesorero, 4 Vocales, 1 Jefe y 1 Secretario del Primer turno, y 1 Jefe y 1 Secretario del 2º. Posteriormente los Vocales se redujeron a 3, y los Jefes y Secretarios de Turno, a 1. En cambio, se crearon loso cargos de Vicepresidente (en 1922) de Vicesecretario y Vicetesorero (en 1953) y Vicedirector Espiritual (en 1962).
Los Adoradores en general estaban encuadrados en turnos y secciones, con sus Delegados respectivos (de ordinario, 2 de turno y 8 de sección). También había Delegados Natos del Consejo Directivo, que se nombraban cada año por sorteo, en nº de 7 u 8. Su misión era denunciar y oponerse a las disposiciones antirreglamentarias que pudiera tomar el Consejo Directivo.
Los Presidentes de la S.A.N. (Sección Adoradora Nocturna), desde 1909 hasta 1966, fueron D. Juan Olóndriz, D. Vicente García Albericio, D. Federico Giménez, D. Florencio Bozal, D. Aquilino Fernández, D. Teodoro Fernández Vergara, D. José María Pérez Aguirre y D. Joaquín González Alfaro. El que más tiempo desempeñó el cargo, fue D. Teodoro Fernández Vergara, que fue Presidente, durante 27 años seguidos (1935-1962). En cuanto a los Secretarios, el ma´s duradero fue D. Manuel Pina REzábal, que lo fue desde 1909 a 1943, salvo un intermedio de dos años: 1919 y 1920, en los que fue sustituido por D. Aquilino Fernández. De manera que el Sr. Pina Rezábal ejerció el cargo, durante 32 años. Le sucedieron en el mismo D. Javier Falces (1943-1955) y D. Ignacio Bermejo (1955-1965). En papeles sueltos del Libro de Actas nº 5, hemos visto que en 1966-1967-1968, lo fue D. Javier Fernández Gracia.
En cuanto a los Tesoreros, el más durable fue D. Manuel Guarás, quien lo fue durante 28 años seguidos (1922-1950).
El Consejo Directivo solía reunirse, junto con los Delegados del Consejo y de Turno, unas seis veces al año, sin fecha fija, previa convocatoria del Presidente; y la Junta General de los socios activos, una vez al año: en el mes de enero o febrero. Todos los cargos eran de elección de los socios activos, la cual se hacía en un principio anualmente; y más tarde, cada tres años, siendo corriente la reelección de los cargos principales del Consejo Directivo.

Clasificación de los Adoradores

Los había de dos clases principales: Activos, que asistían a las vigilias y cotizaban reglamentariamente; y Honorarios, que cotizaban libremente y no asistían a las vigilias.
A su vez, los Activos se subdividían en 4 categorías, atendiendo al número de vigilias a que habían asistido: a) Veteranos Constantes Ejemplares (de 550 vigilias en adelante); b) Veteranos Constantes (de 250 a 550); c) Veteranos (de 150 a 250): d) Adoradores (de 1 a 150). Pongamos un ejemplo. El 31 de diciembre de 1965, había 34 socios Activos, distribuidos así: 1 Veterano Constante Ejemplar, D. Manuel Fernández Gil, con 641 asistencias; 11 Veteranos Constantes, encabezados por D. Teodoro Fernández Vergara, con 479; 6 Veteranos, encabezados por D. Ángel Falces Calleja, con 244; y 16 Adoradores, encabezados por D. Javier Fernández Gracia, con 140. En la misma fecha, 173 Adoradores Honorarios. También había Aspirantes, que se sometían, para ser admitidos, a tres vigilias de prueba.

Desenvolvimiento económico

Está reflejado especialmente en el Libro de Caja de 1923 a 1966, sucesor de otro primitivo desaparecido, que iba desde 1909 a 1922 inclusive. Tiene 200 páginas. Examinándolo con atención se observa que la situación económica de la S.A.N. fue, en general, bastante precaria; no por falta de personal, sino por la exigüidad de los ingresos, empezando por las cuotas de los socios activos que, en un principio, se reducían a los 10 céntimos de los asistentes a las Vigilias, los cuales eran recogidos en una boina por el Adorador más joven. Estas cuotas fueron subiendo lentamente, de manera que hasta 1940. No llegaron a 50 céntimos. Menos mal que las aportaciones de los socios honorarios sobrepasaban con mucho las de los activos. He aquí tres ejemplos de diferentes décadas. En 1923, las cuotas anuales de los Activos solo sumaron 16 pesetas; y las de los Honorarios, 275. En 1944, las de los Activos ascendieron a 151,45; y las de los Honorarios, a 458,30. Y en 1965, las de los Activos alcanzaron 768,95, frente a las de los Honorarios, que ascendieron a 1.507 pesetas[2].
Esta información se completa con la comparación de los Ingresos y Gastos de algunos años de diferentes decenios.
Los Ingresos anuales de 1923 ascendieron a 789,15 pesetas; y los gastos, a 702,25. Entre éstos figuraban 5 pesetas por la suscripción anual a la revista LA LÁMAPARA DEL SANTUARIO (que en 1953, costaba ya 25): y a 3,60 por la compra al Consejo Supremo de Madrid, de 12 Reglamentos de la Adoración Nocturna.
En 1935, los ingresos sumaron 531,05; y los Gastos, 333,90 pesetas.
La penuria de la S.A.N. llegó a ser crítica en 1940, como lo demuestra el hecho de que las existencias tenían el 1 de Enero de ese año, solo eran de 11,35 pesetas[3]. Por lo que el 20 de mayo del mismo año, lanzó una proclama al vecindario, redactada por el Sr. Pina Rezábal, que comenzaba así: “La Adoración Nocturna de Fitero languidece, se consume, muere… ¿Causas? La desproporción enorme entre lo que recauda y lo que se gasta, especialmente en alumbrado?” Y terminaba con un boletín recortable de suscripción, invitando a los vecinos a hacerse socios honorarios de la S.A.N.

Solemnidades históricas de la S. A. N.

Por supuesto, la más antigua fue la de su inauguración, en la noche del 22-23 de mayo de 1909; pero no podemos dar detalles de la misma, porque desapareció el Libro 1º de actas. (Ha aparecido posteriormente). La siguió la Fiesta de las Espigas, celebrada en la noche del 21-22 de mayo de 1921, siendo presidente del Consejo Directivo, D. Federico Giménez, y párroco, D. Gregorio Pérez. En ella, los turnos devela fueron cinco, a cargo de los Adoradores del pueblo y de los llegados de Cintruénigo, Tudela, Cascante, Fustiñana, Alfaro, Cervera, Tarazona, Calatayud, Ablitas, Novalllas y Borja. A las 4 de la madrugada del día 22, se celebró una Misa de terno, cantando el pueblo la Misa de Angelis; se administraron 1.100 comuniones; y a las 5,30 horas recorrió la procesión las calles de la Villa, “con un esplendor jamás conocido en el pueblo”, asistiendo el Ayuntamiento en pleno, presidido por el Alcalde, D. Donaciano Andrés, y la Guardia Civil, que dio escolta al Santísimo Sacramento.
Las Bodas de Oro de la Asociación, en 1959, resultaron apoteósicas. En esta ocasión, el Párroco era D. Jesús Jiménez Torrecilla, y el Presidente de la S.A.N., D. Teodoro Fernández Vergara. El secretario, D. Ignacio Bermejo dedica nada menos que las 38 páginas primeras del Libro de ÇActas nº 6  a la narración de este acontecimiento, que culminó en la Vigilia del 23 y 24 de mayo, presidida por el Obispo fiterano, titular de Zela, D. José María García Lahiguera. Para dar una idea de su grandiosidad, vamos a copiar algunos datos que consigna el Sr. Bermejo en su Resumen (pp. 34-35).
Asistieron representantes abanderados de 93 secciones de Adoradores Nocturnos y 7 de Tarsicios, con 100 banderas. Figuraron en la procesión de las mismas más de mil hombres, de los que 850, con velas encendidas. En la procesión del Santísimo fueron asimismo alumbrando 700 hombres y muchas mujeres, y en ambas procesiones, figuraron más de medio centenera de sacerdotes. Se distribuyeron unas 2.000 comuniones y se recaudaron para la Fiesta 43.345,50 pesetas, de las que 2.500 en metálico, del Ayuntamiento; 5600, del señor Obispo; 17.849,50, de colectas domiciliarias, etc. Los gastos ascendieron a 24.538,95 pesetas, de manera que quedó un sobrante de 18.806,55. Figuran entre los gastos 6.498,50, de propaganda impresa: 4.987,50, de desayunos; 2.700, de cera; 1.850, de altavoces; 1.660,85 de arcos y guirnaldas; y 545 pesetas, de música y cohetes.

Decadencia y resurgimiento

El año de 1959 marcó el apogeo de la S.A.N. de Fitero, y todavía siguió la bonanza en el decenio siguiente, pues, en el 1 de enero de 1967, disponía de una existencia de fondos, de 9.178,95 pesetas y contaba con 31 Adoradores Activos y 174 Honorarios. Pero entró en franca decadencia en la década de 1970, de manera que, en 1980, solo contaba con 7 Adoradores Activos: el mínimo para poder celebrar una Vigilia. Afortunadamente, gracias al celo del presbítero fiterano, D. Ángel Fernández Gracia, adscrito, a la sazón, a la Parroquia, empezó a recuperarse de su postración, logrando celebrar, con bastante esplendor, las Bodas de Diamante (los 75 años) de la S.A.N. en la noche del 28 de abril de 1984. A ellas acudieron numerosas representaciones de las Secciones de Adoradores Nocturnos y de Tarsicios de otros pueblos, y acompañaron, en la procesión al Santísimo Sacramento 800 fieles, con velas encendidas. Presidió la celebración el Arzobispo de Pamplona, Monseñor José María Cirarda.
Por supuesto, este resurgimiento, no fue la resurrección completa de su pasado, sino una simplificación, en todos sus aspectos, del viejo Ritual, de acuerdo con la mentalidad y las exigencias de los tiempos actuales.
Del mismo año de 1984, data la fundación de la SECCIÓN FEMENINA DE LA ADORACIÓN NOCTURNA; por iniciativa del mismo D. Ángel. Su inauguración se celebró solemnemente el 8 de diciembre de 1984, con 51 Adoradoras de Fitero y 3 de Pamplona, encabezando la lista, por orden alfabético de apellidos, Presentación Acarreta Rupérez, que era la más joven, pues solo tenía 15 años, mientras que la más anciana, Doña Mercedes Gracia Rupérez, madre del fundador, había cumplido los 85.
Adoradores y Adoradoras tomaron el buen acuerdo de actuar en adelante conjuntamente y así lo siguen haciendo. En 1987, la Asociación tenía 95 adoradores activos de ambos sexos y 105 honorarios-as. Los activos pagaban una cuota anual de 100 pesetas, y celebraban una Vigilia al mes, que comenzaba hacía las 22,30 horas y terminaba, poco más o menos, hacia la una. El Presidente de la Sección masculina entonces D. Ignacio Bermejo; y la Presidenta de la femenina, Doña Conchita Fernández Ortega.

LOS TARSICIOS

Fundación e inauguración

La Sección Tarsicia (S.T.) fue fundada, el 12 de mayo de 1912, por iniciativa del Párroco, D. Antonino Fernández Mateo y de D. Manuel Pina Rezábal, con 104 niños y niñas. Pero no se inauguró solemnemente, hasta el 16 de junio del mismo año, siendo presidida por el Sr. Obispo de Tarazona, D. Santiago Ozcoidi y Udave. A las siete de la mañana (hora solar), celebró el Prelado una Misa de Comunión General, que recibieron más de mil personas. Al terminarla, se retiró el Sr. Obispo y acto seguido, el Párroco, D. Antonino procedió a bendecir la bandera de los Tarsicios, apadrinada por D. Manuel Pina; a la imposición de medallas y a la jura de la bandera por 66 niños. Y a las 8, bajo la presidencia del mismo Prelado y la asistencia del Ayuntamiento, celebró el Párroco la Misa Mayor, pronunciando el panegírico de San Tarsicio D Bernardo Aroz, Directivo del Consejo Diocesano de la Adoración Nocturna de Tarazona.
A las tres de la tarde, reanudóse la fiesta religiosa y después de rezado el Santo Rosario, salieron de la Sacristía la Guardia de los Adoradores Nocturnos y la de los Tarsicios, ocupando el presbiterio los 9 alabarderos, con sus respectivas banderas, pues habían llegado representantes de Tarazona, Tudela, Corella y Cintruénigo. Oficio de nuevo D. Antonino y dio principio la Vigilia propiamente dicha; pero solo se cantaron solemnemente las Vísperas. Finalmente se organizó la procesión con el Santísimo Sacramento, recorriendo las calles de la Patrona, Furriel, Luchana, Mayor, Villa, plazuela del Barrio Bajo, Paseo de San Raimundo, Calatrava, Alfaro y Patrona (Libro de Actas de los Tarsicios, pp. 3-6). Al llegar al Paseo de San Raimundo, esperaban a su Divina Majestad junto a un artístico templete, levantado bajo los árboles, un grupo de niñas vestidas de blanco, portando ramos de azucenas. La cronista Mis Teriosa, que describió el acontecimiento en LA VOZ DE FITERO, nos ha dejado sus nombres. Fueron Isabelita Palacios, Engracia Yanguas, Joaquina Pérez, Dolores Calleja, Teresa Lauroba, Victoria Pérez, Villar Rupérez y Rosario Royo (LA VOZ DE FITERO del 23 de junio de 1912, nº 12.)

Organización

En un principio, se trató de dar a los Tarsicios una organización parecida a la de los Adoradores Nocturnos de quienes eran una filias. Así, el 12 de mayo de 1912, se nombró un Consejo Directivo, formado por los siguientes niños: Casimiro Giménez, Presidente; Luis Falces, Secretario; Mariano Pequeño, Tesorero y 4 Vocales: Eliseo Fernández, Julio Yanguas Bermejo, Claudio Giménez Forcada y Rafael Alvero, Jefe de Turno: Luis Falces; Secretario de Turno; Francisco Berrozpe; Director Espiritual: D. Jacinto Ilarri. Su primer acuerdo fue establecer una cuota mínima mensual de 5 céntimos.
Dada la mentalidad de los niños, inquieta, versátil e irresponsable, esta pretendida organización no tardó en fracasar, pues, según el testimonio de D. Javier Falces, que ingresó en los Tarsicios en 1918, ya no existía tal Consejo, sino que el factótum de los mismos hasta 1943, ya no existía tal Consejo, sino que el factótum de los mismos hasta 1943, fue don Manuel Pina Rezábal. La S. T. se componía de niños de ambos sexos, reclutados sobre todo entre los de Primera Comunión. Las Tarsicias empezaron a pagar desde 1913, una cuota de 10 céntimos mensuales.

Celebraciones

Los Tarsicios celebraban una Vigilia el primer domingo de algunos meses; pero no de todos, pues, por ejemplo, en 1922, la celebraron en marzo, junio, julio, agosto, noviembre y diciembre. Y en 1942, solo en junio y agosto. Las Vigilias eran vespertinas; pero el domingo en que hacían una, asistían por la mañana a una Misa de Comunión General.

Movimiento de socios

En 1917, había 69 niños y 19 niñas; en 1929, eran 107 (73 y 34); en 1928, figuraban 94 (65 y 29); en 1943 ascendían a 156 (94 y 52) y en 1952, habían descendido a 89 (47 y 42). En adelante, su descenso fue rápido, pues en 1956 solo celebraron dos actos colectivos en mayo y junio, con una colecta total de 5,45 pesetas[1].

Las Rifas

Constituyeron el principal aliciente de los Tarsicios y ocupan la mayor parte de su Libro de Actas. Primitivamente solo hubo rifas en enero y en julio: pero en abril de 1948, el Consejo Directivo de la S.A.N., “con el fin de estimular la asistencia de los Tarsicios”, acordó hacer cuatro sorteos anuales: en enero, abril, julio y octubre.
Las Rifas se celebraban los domingos de Vigilia por la tarde, en el sobreclaustro: la de las niñas en la galería N. y las de los niños, en la S. Previamente, al acabar la Vigilia, los Tarsicios se reunían en la Sacristía, donde se pasaba lista y se repartían los billetes. Estos eran de pago y de asistencia. En la rifa de agosto de 1928, los billetes expedidos entre los niños fueron 1.200; y entre las niñas, 146. Los objetos rifados entre los niños consistían en pelotas, rompecabezas, relojes, balones de futbol, etc.; y entre las niñas, abanicos, devocionarios, cajas de aseo, etc. Los niños preferían las pelotas. Así, el 9 de enero de 1925, se les rifaron 10 pelotas: 6, de 0,75; 1, de 1 peseta; 1, de 1,25; y 2, de 1,50. Durante bastantes años, a las niñas se les rifaron dinero en monedas, que sumaban 3 o 2 pesetas, para que se compraran lo que les gustase en las tiendas de Vilches, Aurelio Ruiz, Falces y Bozal, etc.
He aquí algunos ejemplos curiosos.
En el sorteo del 4 de febrero de 1914, le tocó al niño José Pérez, un reloj, de 7 pesetas; y a la niña María Escudero, una caja de aseo, de 5. El 30 de junio de 1917, a Remedios Liñán, un libro de 2,50; el 4 de agosto de 1918, a Gregorio Calleja y José Burgos, sendas pelotas de pegote, de 0,75; el 1 de febrero de 1921, a Miguel Aguirre, un reloj de Larraondo, de 11,25 pesetas; el 3 de julio de 1921, a Julia Moreno y Remedios Giménez, sendos abanicos de 5 pesetas. Y el 5 de julio de 1928, a Guillermo Agreda, un reloj de 7 pesetas, y a Marcelina Luis y María Bozal, 3 y 2 pesetas, en moneda, respectivamente.

Extinción y restauración de los Tarsicios

La Sección tarsicia de Fitero quedó extinguida en 1952 y en vano los Adoradores Nocturnos trataron de reorganizarla, en los diez años siguientes, pues los resultados fueron nulos.
Pasaron más de 30 años hasta que fue restaurada por iniciativa del presbítero fiterano, D. Ángel Fernández Gracia. En 1987, se cumplieron 75 años de su fundación y por eso, en la noche del 25 y 26 de julio, se celebraron solemnemente sus Bodas de Diamante. En lo esencial, la fiesta fue análoga a la de su inauguración en 1912. Ateniéndonos a los datos publicados por F. J. Romera en el DIARIO DE NAVARRA del 8 de agosto de 1987, asistieron “60 banderas de otras tantas diócesis españolas”, una representación del Ayuntamiento con la Banda Municipal y una cifra cercana a las 1.500 personas”. Presidió la fiesta el Sr. Arzobispo de Pamplona, D. José María Cirarda, quien celebró la Misa solemne, acompañada al órgano por la Srtas. Elvira Guarás, y actuó de Maestro de Ceremonias, D. Ángel Fernández. Juraron bandera 77 nuevos Tarsicios y 35 Adoradores Nocturnos, y el Prelado entregó unas medallas conmemorativas a una pequeña representación de los Tarsicios supervivientes de 1912. Concluida la Misa, fue expuesto el Santísimo Sacramento, ante el cual se efectuaron dos turnos de vela, y a las 2,30 horas se organizó la procesión presidida por Monseñor Cirarda, quien portaba bajo palio al Santísimo, con el que dio la bendición al pueblo, desde el quiosco de la Música.
Terminada la función religiosa, se obsequió a los asistentes, en el Frontón Calatrava, con un desayuno, preparado por las Hermanas de la Caridad de Santa Ana.
Las Bodas de Diamante vinieron a costar unas 50.000 pesetas, pero los organizadores habían recaudado ya, “a través de sobres, colectas y donativos, 230.000”.

ARCHICOFRADÍA DE LOS JUEVES EUCARÍSTICOS

No hemos encontrado ningún documento relativo a esta asociación, de manera que nos hemos atenido a las referencias de algunas señoras que pertenecieron a ella. Según sus informaciones, fue introducida, siendo Párroco D. Antonino Fernández Mateo, antes de 1918, en que falleció; es decir, en la segunda década del siglo actual. Se componía únicamente de mujeres, encuadradas en coros de 12, a cuyo frente estaba una celadora. Llegó a tener medio centenar de socias. Su primera Presidenta fue la maestra Doña Vicenta Galindo; la primera Tesorera, Doña Isabel Huarte; y al primera Camarera, la Srta. Victoria Yanguas Pérez. En un principio huyo dos Camareras, siendo la más duradera, la Srta. Socorro Jiménez, que lo fue desde 1922 hasta la extinción de la Archicofradía. Otras señoras que figuraron en la dirección, fueron Doña Isabel Calleja y Doña Enriqueta Huarte.
Las socias no pagaban ninguna cuota, pero la Misa y la Hora Santa de los Jueves Eucarísticos eran sufragadas por algunas de las socias más acomodadas a cuyas intenciones se celebraban.
En la Misa, solían poner una mesa petitoria, en la que solo caían algunas monedas de bronce.
Durante sus funciones religiosas, ostentaban una medalla del Santísimo Sacramento, pendiente de una cinta roja, si eran de la Junta Directiva; y de una blanca, las demás socias. Otro detalle curioso. La bandera de la Archicofradía era portada por una asociada, dentro de la iglesia; pero en las procesiones, fuera de ella, la llevaba un hombre, flanqueado por dos socias con unas velas encendidas.
Cada jueves, celebraban una Misa de Comunión, a las 8 horas solares de la mañana, y la Hora Santa, al atardecer. Para la comunión, disponían de 4 reclinatorios de tres plazas cada uno, forrados de terciopelo granate, los cuales eran ocupados sucesivamente por cada coro, a una palmada de la celadora sobre su devocionario.
La Hora Santa comprendía los siguientes actos: Exposición del Santísimo, rezo del Santo Rosario, lectura de la 1ª Meditación eucarística, rezo de una Estación, cántico del “Alma de Cristo, santifícame…”, lectura de la segunda Meditación eucarística, reserva del Santísimo, precedida del Pange, lingua y del Tantum ergo y finalmente cántico oracional por el Sumo Pontífice y sus intenciones.
La Archicofradía llegó a gozar de bastante preponderancia, pues en nuestra revista FITERO del 10 de septiembre de 1922, insertamos una foto de un artístico arco que levantaron sus socias, en la puerta de la iglesia, para la recepción del flamante Obispo, D. Miguel de los Santos Díaz y Gómara, con esta llamativa inscripción:
LOS JUEVES EUCARÍSTICOS
SALUDAN AL ILMO. SR. OBISPO DE TAGORA
Los Jueves Eucarísticos desaparecieron en la década de 1960-1970.

ASOCIACIÓN DE LA SAGRADA FAMILIA

El culto a la Sagrada Familia fue promovido especialmente por el Papa León XIII (1878-1903); quien instituyó la Pía Asociación Universal de Familias consagradas a la Sagrada Familia de Nazaret. Todas las familias cristianas podían pertenecer a ella, con estas cuatro condiciones: 1) tener una imagen o estampa de la Sagrada Familia, expuesta en su casa; 2) practicar un acto de consagración al año, en la iglesia o en la familia, según la fórmula propuesta por León XIII; 3) rezar una bree oración diaria, dicha “en familia”, ante la imagen; 4) hacer la inscripción correspondiente en el Registro Parroquial.
Para organizar este culto, los “Religiosos de la Congregación de Hijos de la Sagrada Familia” instituyeron la Visita mensual domiciliaria de la Sagrada Familia, práctica de culto doméstico en que se honraba a Jesús, María y José, en unas imágenes colocadas en una urna o capillita que, por turno, era llevada por una Celadora a cada una de las 30 familias que componían un coro. La capillita tenía al fondo una alcancía por cuya ranura echaban su óbolo los visitados.
El primer coro se organizó en Fitero hacia 1915, D. Javier Falces, cuya familia perteneció a él, nos dejó consultar un viejo opúsculo de la época, titulado “Asociación de la Sagrada Familia con Visita Mensual Domiciliaria” y editado en Barcelona por la tipografía Jutglar. Contiene todas las instrucciones reglamentarias y las oraciones que debían rezar las familias, el Día de la Visita domiciliaria, así como su Recibimiento y Despedida. Costaba 0,25 pesetas. La primera capillita que se usó en Fitero, representaba escultóricamente la Huida a Egipto, con la Virgen montada en el borriquillo tradicional. Posteriormente se formó otra asociación análoga, con el mismo título y otras 30 familias, pero su grupo no representaba la Huida a Egipto y por lo mismo, no tenía el borriquillo. Más tarde se formaron nuevos coros con la misma estructura.
La Sagrada Familia no había tenido anteriormente –que nosotros sepamos- ningún altar en el templo, pero en 1921 sus devotos adquirieron un grupo escultórico vistoso y de buen tamaño y lo plantaron sobre la mesa del altar de San Joaquín, el cual se erguía en el muro occidental del brazo derecho del crucero, frente al altar de San Miguel, y desde entonces empezó a llamarse asimismo altar de la Sagrada Familia; más sólo duró hasta 1972 en que fue desmontado el altar completo, por orden de la Institución Príncipe de Viana.



[1] Libro V de actas de la S.A.N., p. 141).


[1] Libro de la Cofradía de San Isidro Labrador. Manuscrito encuadernado en pergamino, sin foliar. A.P.F.
[2] Libro de Caja, pp. 2 y 4; Idem, pp. 118, 120 y 122; Id., pp. 196 y 198.
[3] Libro IV de Actas, p. 83.



[1] Libro de Cuentas de la Hermandad del Rosario. A.P.F.
[2] Id., p. 72.
[3] Id. de id., p. 163
[4] Id. p. 24. 


[1] Libro de la Cofradía del Santo Cristo de la Columna. A. P. F.
[2] Mateo Peralta y Monseñor Protocolo de 1696, nº 12, ff. 188-193. A.P.T.
[3] Libro de la Cofradía de Santa Teresa de Jesús, manuscrito empastado sin foliar. A.P.F.
[4] Libro de Autos de Visita de las Cofradías, etc., 62. A.P.F.
[5] José Goñi Gaztambide, Obr. cit., Separata, p. 11, nota 64.
[6] Idem, ibídem.
[7] Libro de Autos de Visita de las Cofradías, et., p. 135. A.P.F.
[8] Libro de la Cofradía de la Inmaculada Concepción. Manuscrito encuadernado en pasta, sin foliar ni paginar. A. P. F.
[9] Cuaderno 1º de Cuentas de la Archicofradía de las Hijas de María, p. 29.
[10] Idem, p. 16.
[11] Libro III de Cuentas de la misma Archicofradía, p. 27.
[12] Cuaderno I de Cuentas de Id., p. 27.
[13] Idem de id., p. 31.
[14] Libro II de Id., pp. 13 y 15.
[15] Id. de id., p. 179.
[16] Id. de id., p. 322.
[17] Id. de id., p. 116.
[18] Id. de id., p. 176.
[19] Cuaderno I de Cuentas de Id., p. 30.
[20] Libro II de id., pp. 2 y 10. 




[1] Sebastián Navarro, Protocolo de 1558, nº 24, f. 54. A. P.T.
[2] Idem, Protocolo de 1582. Extravagantes, ff. 593-595. A. P.T.
[3] Miguel de Urquizu, Protocolo de 1591. Extravagantes, ff. Primit. 829-832, y posteriores 453-456. A.P.T.
[4] Tumbo de Fitero, capítulo V, nb1 7, f. 136. A.P.T.
[5] Miguel de Urquizu, Protocolo de 1631, f. 21. A.P.T.
[6] Idem. Protocolo de 1600, ff. 353-355. A.P.T.
[7] Libro de Acuerdos del Ayuntamiento, desde el 26 de mayo de 1901 al 21 de enero de 1826, f. 165. A.M.F.
[8] Libro de Autos de Visita de las Cofradías, etc., ff. 5, 9, 10, 47 y 131. A.P.F.
[9] Idem., f. 10.
[10] Miguel de Urquizu, Protocolo de 1613, f. 201. A.P.T.
[11] Juan Francisco Llorente, Protocolo de 1713, nº 58, f. 105. A.P.T.
[12] Miguel de Urquizu, Protocolo de 1592, ff. 495 y siguientes. A.P.T.
[13] Libro de Sesiones del Ayuntamiento desde 1801 a 1826, ff. 171 v. – 172. A.M.F
[14] Libro de Autos de Visita de las Cofradías, etc. ff. 29 y 47. A.P.F.
[15]José Gaztambide, obra cit., p. II de la Separata, nota número 64.
[16] Diego Ximénez, Protocolo de 1645, ff. Anteriores. 279-282, y posteriores 195-198. A.P.T.
[17] Libro I de la Cofradía de San José, ff. 98, 127 y 136. A.P.F.
[18] Libro II de Id. A.P.F.


[1] José Goñi Gaztambide, Ob. Citada, Separata p. 2.
[2] Idem, ib., p. 3.
[3] Juan Francisco Volante de Ocáriz, “Pedimento de la Villa de Fitero para la edificación de una iglesia parroquial, independiente del Monasterio y dependiente del Obispado de Tarazona”, p. 75. A. P. F.
[4] José Goñi Gaztambide, Ob. Cit., Separata, p. 13.
[5] Miguel de Urquizu, Protocolo de 1624, f. 144. A.P.T.
[6] Libro de Autos de Visita de las Cofradías, etc., f. 28. A.P.F.
[7] Miguel de Urquizu, Protocolo de 1615, f. 47. A. P. T.
[8] Libro de Autos de Visita de las Cofradías, etc., ff. 103, 114, 123 y 125. A. P. F.
[9] Tumbo de Fitero, c. XIII, f. 560. A. H. N.
[10] Celestino Huarte, Protocolo de 1835, número 40, ff. 188 y siguientes. A. P. T.
[11] Mateo Peralta Mons., Protocolo de 1694, f. 103. A. P. T.
[12] Libro de Acuerdos del Ayuntamiento de 1914-1915, f. 320. A.M.F.
[13] Ricardo Fernández Gracia, “A propósito de Rogativas”, en la revista FITERO-83. A. M. F.



[1] José Goñi Gaztambide, Historia del Monasterio Cisterciense de Fitero, p. 9 de la citada Separata.
[2] Entre las atrocidades más conocidas de Mosen Pierres de Peralta II, figrua el asesinato alevoso a lanzadas del Obispo de Pamplona, D. Nicolás de Echávarri, el 23 de noviembre de 1468. En cuanto a Fr. Miguel de Peralta, no fue hermano de este Mosen Pierres, como afirma D. José Goñi Gaztambide, en su Historia de Monastrio Cistercienese de Fitero (p. 9 de la Separata de la revista “Príncipe de Viana”, nº 100 y 101), sino hijo ilegítimo, pues Mosen Pierres de Peralta I murió en 1442, y Fr. Miguel nació en 1460.
[3] Idem. ibídem, p. 10.
[4] El gremial era un paño que se ponían los Obispos sobre las rodillas, en algunas ceremonias, cuando oficiaban de pontifical.
[5] Fr. Miguel Baptista Ros, Tumbo de Fitero, f. 559 v. A.H.N.”.
[6] Libro I de Bautizados y Casados, f. 34 v. A. P. F.

[7] En realidad, Veremundo debe escribirse con V y no con B, como se firmaba dicho párroco; pero resulta que Veremundo es la forma epentética con que pasó al santoral el antropónimo Bermundo, que es de origen germánico y no latino, y se escribe con B.


[1] Juan Maluquer de Motes, Notas estratigráficas del poblado celtibérico de Fitero – Revista “Príncipe de Viana”, año 26, nº 100 y 101, p. 342 Pamplona.
[2] Ramón Menéndez Pidal, La España del Cid, Mapas de 1065 y 1086 – Madrid, 1929.
[3] Manuel Abella, Diccionario Geográfico-Histórico de España, por la Real Academia de la Historia, Sección I, t. I, p. 282 – Madrid, Viuda de Joaquín Ibarra, 1802.
[4] Vicente de la Fuente, en la España Sagrada del P. Flórez, t. 50, pp. 411-412 – Edic. de 1866.
[5] Archivo General de Navarra, sec. Monasterios – Fitero, nº 234.
[6] Josep Moret, Annales del Reyno de Navarra, t. III, Libro XX, cap. VII, p. 325 – Edición de la “Gran Enciclopedia Vasca” – Bilbao, 1969.
[7] José Goñi Gaztambide, Historia del Monasterio Cistercienese de Fitero, p. 4. Separata de la revista “Príncipe de Viana”, año 25, nº 100 y 101.
[8] Josep Moret, Ob. Cit., t. III, Libro XXIX, c. III, pp. 622-630. Edit. cit.
[9] Idem, ib.; t. III, Lib. XXIX, c. IV, pp. 631-634.
[10] José Yanguas y Mianda, Diccionario de Antigûedades del Reino de Navarra, t. I, p. 382. Edic. de la Diputación Foral. Pamplona, 1964.
[11] José Goñi Gaztambide, Ob. Cit. p. 8.
[12] Jerónimo de Álava, Relación de la Fundación y privilegios del Monasterio de Fitero, A. H. N. Códice 371 B, 2ª parte – 1639.
[13] Miguel de Urquizu y Uterga, Protocolo de 1591, ff. 627 y 636; de 1593; f. 159, de 1609, f. 447; de 1615, f. 325; y de 1631, f. 80 A.P.T.
[14] Diego Ximénez, Protocolos de 1642, f. 382; y de 1645, f. 276. A.P.T.
[15] Miguel Aroche y FGernández, Protocolos de 1689, ff. 90 y 112; y de 1691, f. 198. A. P.T.
[16] Florencio Idoate, Rincones de la Historia de Navarra, t. I, p. 240.
[17] Mateo Peralta y Mons., Protocolos de 1695, f. 90; y de 1697, f. 33 v. del Inventario de 1802.
[18] Joaquín Huarte, Protocolos de 1794, ff. 288-314; y de 1795, f. 330. A.P.T.
[19] Mariano Sáinz y Pérez de Laborda, Apuntes Tudelanos, pp. 225-227. 3ª edición, corregida y anotada por José Ramón Castro – Tudela, Gráficas Mar, 1969. Para redactar su trabajo sobre la Guerra de la Independencia en Tudela. D. Mariano Sáinz tuvo a la vista, según el Dr. Castro, un manuscrito de un testigo de excepción: D. José Yanguas y Miranda. Dicho manuscrito se conserva en el Archivo de Tudela (Libro 19, nº 73) y se titula: Relación de los principales sucesos ocurridos en Tudela, desde el principio de la Guerra de Bonaparte, hasta la expulsión de los franceses de España.
[21] Idem. ff. 173-174.
[22] Idem, ff. 171 v. – 172.
[23] Idem, f. 94.
[24] Idem, ff. 96 v. – 97.
[25] Idem, ff. 117 v. – 118.
[26] Idem, f. 119.
[27] Idem, f. 130 v.
[28] Idem, f. 122.
[29] Idem, f. 128.
[30] Idem, f. 129.
[31] Idem, f. 129.
[32] Idem, f. 150 v. – 152.
[33] Idem, ff. 232-233





[1] Diccionario Geográfico-Histórico de España por la Real Academia de la Historia, Sewcción I, t. I p. 283.
[2] Fr. Manuel de Calatayud, Memorias del Monasterio de Fitero, p. 36.
[3] Florencio Idoate, Catálogo Documental de la Ciudad de Corella, nº 645, p. 137.
[4] A.P.F., Libro de I de Difunto, f. 275.
[5] Inventario de los bienes del Monasterio de Fitero, Protocolo de Celestino Huarte de 1835, f. 100.
[6] Isaac López-Mendizabal, Etimología de apellidos vascos, p. 308.
[7] Alfredo Floristán Samanes da una superficie total, en números redondos, de “unas 28.000 hectáreas”, en La Ribera de Navarra, p. 92.
[8] Florencio Idoate, Ob. Cit., nº 257, p. 65.
[9] Saturnino Sagasti, Apuntes y Documentos relativos a la Villa de Fitero, 1º P., número 29, página 93.
[10] José Yanguas y Miranda da la cifra exacta de 1.191 ducados, 7 reales y 17 maravedís, en su Diccionario de Antigüedades del Reino de Navarra, t. I, p. 173.
[11] Idem ibid., nº 38, pp. 568-569.
[12] José María Iribarren, Burlas y Chanzas, p. 108.
[13] Julio Altadill, Geografía General del País Vasco-Navarro – Provincia de Navarra, t. I, p. 942.
[14] Alfredo Floristán Samanes, Ob. Cit., p. 94.
[15] Alonso de Bea, Protocolo de 1524, ff. A 15-23 y m. 247-255. También en A.G.N., Sección Monasterio Fitero, número 402.
[16] Cuentas Generales del Monasterio de 1783 a 1819 – A.G.N., Sección idem. Fitero, número 458.
[17] Libro de Actas del Ayuntamiento de 1882 a 1887, f. 200 v – Sesión del 16 de mayo de 1886. A.M.F.
[18] Idem, del 13 de junio de 1904, f. 201 – Sesión del 15 de julio de 1903.
[19] Idem, de 1882 a 1887, f. 88 – Sesión del 25 de marzo de 1883. A. M. F.
[20] Idem de 1901 a 1904, ffr. 79 v y 80 – Sesión del 23 de marzo de 1902.
[21] Idem, ff. 208, 210 y 211. A. M. F.
[22] LA VOZ DE FITERO, del 30 de marzo de 1913.
[23] Libro de Actas del Ayuntamiento de 1901 a 1904, ff. 99, 105 v. y 106 – A.M.F.
[24] Idem, f. 100.
[25] Idem, f. 207.
[26] LA VOZ DE FITERO, nº 30, del 27 de octubre de 1912.
[27] Libro de Actas del Ayuntamiento de 1901 a 1904, f. 28. A.M.F.
[28] Idem. f. 148.
[29] Saturnino Sagasti, Apuntes y Documentos relativos a la Villa de Fitero, p. 5. A.M.F.
[30] Libro de Actas del Ayuntamiento de 1901 a 1904, f. 148.
[31] S. Sagasti, Obr. cit., pp. 549-552.
[32] Idem, ib., pp. 583-584.
[33] Id. ib., p. 635.
[34] Id. ib., p. 647.
[35] Id. ib., p. 763.
[36] Id. ib., pp. 891-892.





[1] Miguel de Urquizu, Protocolo de 1615, f. 46. A.P.T., Sección Fitero.
[2] Mateo Peralta y Mons. Prot. de.
[3] Libro de Actas y Acuerdos del Ayuntamiento de Fitero (1843-1871), f. 198. A. M. F.
[4] Idem de 1872-1875, f. 13 v.
[5] Idem de 1843-1871, f. 326 v. y 327.
[6] Id., ibídem, f. 367.
[7] Idem de 1882-1887, f. 559 y 261.
[8] Establecimiento de Priores de Barrio y Ordenanzas, p. 24 (Pamplona, Ezquerro, 1169). A.M.F.
[9] Miguel de Urquizu, Protocolo de 1614, ff. 554-556. A.P.T. Sección Fitero.




[1] Miguel de Urquizu y Uterga, Protocolo de 1614, f. 564. A. P. T.
[2] Gracián Navarro, Protocolo de 1584, f. 1. A.P.T.
[3] Tumbo de Fitero, c. IV, f. 732 v. A.H.N.
[4] Florencio Idoate, Catálogo Documental de la ciudad de Corella, lámina XXII.
[5] Pascual Madoz, Diccionario Geográfico-Estadístico, etc., t. VIII, p. 104 – Madrid.
[6] Idem, ib., p. 105.
[7] Miguel de Urquizu, Protocolo de 1615. Libro de recibos y gasto del espolio y Rentas del Abad, Fr. Phelipe de Tassis. A.P.T.

[8] Miguel de Aroche y Beaumont. Protocolo de 1676, nº 98, ff. 151-157. A.P.T.
[9] Juan Francisco Llorente. Protocolo de 1721, ff. 33v. – 36. A.P.T.
[10] José Samper, Protocolo de 1728, f. 101. A.P.T.
[11] Libro de Actas de las sesiones del Ayuntamiento de 1801 a 1826, ff. 182 v. – 183. Sesión del 15 de febrero de 1808. A.M.F.
[12] Idem, ib., f. 219. Sesión del 23 de septiembre de 1824. A. M. F.
[13] Idem. Ib., f. 219. Sesión del 23 de septiembre de 1824. A. M. F.
[14] Libro de cobranza de sepulturas, etc., ff. 88, 90, 93, 96 v. y 97. A.P.F.
[15] Libro de Actas de las sesiones del Ayuntamiento de 1843 a 1871, f. 153. Sesión del 29 de enero de 1853. A.M.F.
[16] Idem. Ibídem, f. 164 v. Sesión del 22 de agosto de 1858.
[17] Idem de 1901 a 1904, ff. 265 v. – 266. Sesión del 20 de abril de 1904.
[18] Id. ib, f. 277. Sesión del 2 de junio de 1904.


[1] José María Jimeno Jurío, FITERO, pp. 16-17. Colecc. NAVARRA-Temas de Cultura popular, nº 72.
[2] Pedro Garcés, Probanzas del Fiscal etc. – A.G.N., Sección Monasterios, Fitero, Nº 5, ff. 49-58.
[3] Rafael Gil, Manuscrito. A. P. F.
[4] José Goñi Gaztambide, Historia del Monasterio de Fitero, Separata de la revista Príncipe de Viana, nº 100-101, pp. 11-12.
[5] Libro de autos de Visita de las Cofradías, etc., f. 10. A.P.F.
[6] Florencio Idoate, Rincones de la Historia de Navarra, t. III, p. 359.
[7] Fr. Luis Álvarez de Solís, Cuaderno y lugar de citados.
[8] Vicente de la Fuente, t. 50 de la España Sagrada del P. Flórez, Tratado 87, cap. 23.
[9] Sagasti, Apuntes y docum. relativos a la Villa de Fitero, pp. 303-317.
[10] Idem, ibídem.
[11] A.G.N., Sección Monasterios – Fitero, nº 172.
[12] Libro citado de los Autos de las Cofradías, etc., f. 10. A. P. F.
[13] V. de la Fuente. Ob. Cit., t. 50, Trat. 87
[14] José Uranga, revista PREGÓN – Pamplona, diciembre de 1947.
[15] Libro de Autos de las Cofradías… y testamento, ff. 70, 77 y 103. A.P.F.
[16] Jerónimo Blasco, Notario de Tarazona, Protocolo de 1540.
[17] José María Jimeno. Obr. Cit, p. 19.

[18] Saturnino Sagasti. Ob. Cit. pp. 22-23.
[19] José Goñi Gaztambide, Ob. Cit. p. 24.
[20] Sebastián María de Aliaga. Manuscrito, f. 142 v.
[21] F. Idoate. Ob. Cit. t. I, pp. 235-241.

[22] Rafael Gil, Manuscrito, II. 46 v. – 47. A.P.F.
[23] Idem. Ib., f. 45 v.
[24] José María Jimeno. Ob. Cit. p. 21; y Rafael Gil, Manuscrito, f. 46.
[25] F. Idoate, Ob. Cit., t. I, pp. 239-240.
[26] Miguel de Urquizu. Protocolo de 1633, f. I. A.P.T.
[27] F. Idoate. Ob. Cit. t. I, p. 241.
[28] Juan Francisco Volante de Ocáriz, Pedimento de la Villa de Fitero para la edificación de una iglesia parroquial, independiente del Monasterio y dependiente de la diócesis de Tarazona. Se trata de un documento interesantísimo, de 110 páginas que se conserva en triple copia, en el Archivo Parroquial de Fitero. La más clara fue paginada por nosotros, hace años.
[29] Idem, ibid., p. 87.
[30] Libro de Actas de las sesiones del Ayuntamiento de Fitero del 25 de junio de 1801 al 25 de enero de 1826, ff. 141 y 142.
[31] José María Mutiloa, La desamortización eclesiástica en Navarra, pp. 270-271. Pamplona, 1972.





[1] Gracián Navarro, Protocolo de 1584, f. 14. A. P. T.
[2] Archivo General de Navarra, secc. Monasterios – Fitero, nº 404, Cuaderno 2º, f.
[3] Juan Francisco Volante de Ocáriz, Apoderado de la Villa, Pedimento de la villa de Fitero para la edificación de una iglesia parroquial, independiente del Monasterio, pp. 96-97. A.P.F.
[4] A. G. N., secc. Monasterio: Fitero, nº 404. Cuaderno 2º, f. 318.
[5] Sebastián Navarro, Protoc. De 1558, ff. 24 y 24 v. A. P. T.
[6] Miguel de Urquizu, Protoc. De 1591, ff. 829-632. Extravagantes, A. P. T.
[7] Idem. Prot. de 1595, ff. 302-303. A. P. T.
[8]  A. g. N. Sec. Monasterios – Fitero, nº 404. Cuaderno 2º, f. 318.
[9] Sebastián María de Aliaga, Manuscrito, f. 73.
[10] Libro de Actas de las sesiones del Ayuntamiento de 1882-1887, número 12, ff. 193v y 194 A. M. F.
[11] Idem de 1901-1904, ff. 84 v y 85. A. M. F.
[12] Id,. folio 39 v.
[13] Libro de Actas de la Beneficencia Municipal, desde el 7 de julio de 1853 al 5 de enero de 1902, f. f. Manuscrito encuadernado en pergamino, sin foliar, menos las 5 primeras hojas. A. M. F.
[14] Idem, f. 4.
[15] Libro de Actas de las sesiones del Ayuntamiento de 1920-1922. P. 262.





[1] José Martínez Sesma, Protocolo de 1774, f. I. archivo de Protocolos de Tudela, sec. De Fitero.
[2] Josquín Huarte, Prot. De 1791, f. 363 A. P. T.
[3] Miguel de Urquizu y Uterga, Protocolo de 1609, f. 474 A. P. T.
[4] Juan Francisco Volante de Ocáriz: Pedimento de la Villa de Fitero para la edificación de una iglesia independiente del Monasterio, f. 101. Año 1772. A.P.T.
[5] Libro de Actas del Ayuntamiento de Fitero del 26-v-1801 al 25-01-1826, f. 63. A. M. F.
[6] Idem. F. 47
[7] Idem. F. 115.
[8] Id. Ff. 137-138.
[9] Id. ff. 158-161.
[10] Id. ff 196-199.
[11] Id. folio 2018.
[12] Id. ff. 231-232.
[13] Id. ff. 226v-228; 236v-237.
[14] Id., desde 1843 a 1871, ff. 110-111. Sesión del 25 de febrero de 1849.
[15] Id. f. 143. Sesión del 16 de mayo de 1854.
[16] Saturnino Sagasti: Apuntes y documentos relativos a la villa de Fitero, p. 65. A.M.F.
[17]Libro de Actas del Ayuntamiento desde 1882 a 1887, f. 49. Sesión del 8 de julio de 1883.
[18] Idem. Folio 134.
[19] Id. folios 151v-152. Sesión del 12 de julio de 1885.
[20] Id. f. 153. Sesión del 26 de julio de 1885.
[21] Id. f. 154. Sesión del 8 de agosto de 1885.
[22] Id. f. 165. Sesión del 25 de octubre de 1885.
[23] Libro de Actas desde 1901 a 1904, f. 39.
[24] Mateo Peralta y Mons. Prot. De 1696, f. 234.
[25] Juan Francisco Llorente, Protoc. de 1720, f. 163.
[26] José Samper, Prof. De 1722, ff. 141-144.
[27] Libro 2º de Difuntos de la Parroquia de Fitero. Partida del 27 de junio de 1751.
[28] Libro de Actas del Ayuntamiento de Fitero desde 1801 a 1826, ff. 14 v-15.
[29] Id. ff. 41 y 63.
[30] Id. ff. 135-136.
[31] Id. ff. 221v-222.
[32] Libro de Actas del Ayuntamiento desde 1843 a 1871, ff. 102-103. Sesión del 8 de octubre de 1848.
[33] Id. desde 1882  1887, f. 164.
[34] Id. desde 1843 a 1871, ff, 218v-219. Sesión del 10 de enero de 1869.
[35] Miguel de Urquizu, Prot. De 1593. F. 300.
[36] José Samper, Prot. De 1736, f. 50.
[37] Libro de Actas desde e1801 a 1826, f. 215.
[38] Id. desde 1882 a 1887, f. 203.
[39] Id. desde 1901 a 1904, f. 131.
[40] Miguel de Urquizu, Prot. De Extravagantes, f. 288.
[41] Miguel de Aroche y Beaumont, Protoc. De 1655, f. 60.
[42] Francisco Ramón Caseda, Protoc. De 1748, nº 4.
[43] Libro de Actas del 1801 al 1826, ff. 74-75v. Sesión del 1 de noviembre de 1806.
[44] Id. folio 99.
[45] Id. f. 126v-127. Sesión del 16 de diciembre de 1810.
[46] Id. ff. 161-162.
[47] Id. f. 229v. Sesión del 27 de abril de 1825.
[48] Id. desde 1901 a 1904, f. 225 v.
[49] Sesión del 13 de mayo de 1921.
[50] Miguel de Urquizu. Libro de recibos y gastos del Espolio y Rentas del Sr. Abad D. Fr. Felipe de Tassis, Prot. de Extravagantes, recibos del 10-III y del 22-Iv de 1615.
[51] Nueva Enciclopedia Sopena, Barcelona, 1960 - T. III, p. 272 y t. II, p. 1120.
[52] Libro de Actas del Ayuntamiento desde 1801 a 1826, ff. 97-98.
[53] Idem. ff. 184-185.

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