INVESTIGACIONES HISTÓRICAS SOBRE FITERO
VOLUMEN II
MANUEL GARCÍA SESMA
A la memoria de mi mejor amigo, José Jiménez Fernández (1894-1983)
PRÓLOGO DEL AUTOR
En este segundo volumen de INVESTIGACIONES HISTÓRICAS
SOBRE FITERO, ofrecemos a los lectores otros 13 temas que nos parecen
interesantes. Todos ellos son asimismo susceptibles de ampliaciones ulteriores;
y por supuesto, podrían desarrollarse otros nuevos. Por ejemplo, una historia
del Monasterio Cisterciense de la localidad. Pero es el caso que el distinguido
historiador navarro, D. José Goñi Gaztambide escribió ya una, muy erudita,
publicada en 1965 en la revista PRÍNCIPE DE VIANA (números 100 y 101) y
reproducida después en Separatas. Y claro está que no es cuestión de copiarla, como
un vulgar plagiario. Por otra parte, este opúsculo de 35 páginas es una
historia interna del Monasterio; y la que interesa sobre todo a los fiteranos,
es la historia interna; es decir, la de sus relaciones con el vecindario. Es la
que empezamos a hacer en el II. De ahí la extensión, un poco desmesurada, que
hemos dado al capítulo de las “Investigaciones parroquiales”. Es que las veinte
y tantas cofradías y asociaciones de que nos ocupamos, fueron creaciones de la
feligresía fiterana de los siglos pasados y, aunque, en la actualidad,
interesen muy poco a la mayoría de los vecinos, no por eso dejan de ser unas
páginas históricas curiosas e importantes.
Hemos incluido en este volumen dos estudios que ya
publicamos en la revista FITERO 85: “Avatares e iconografía de la Virgen de la
Barda” y “La vida en Fitero en 1885”. Nos parecen dos documentos históricos que
valen la pena de ser reproducidos en un libro.
Aunque no nos agrada citar a ningún vecino por su apodo,
no pocos de ellos nos han rogado que lo hagamos, pues, de otro modo, nadie o
casi nadie los identifica por sus nombres y apellidos. Pero solo lo hemos hecho
con algunos. En fin, queremos testimoniar nuestro agradecimiento al Sr.
Consejero de Educación y Cultura del actual Gobierno de Navarra, D. Román Felones
Morrás; al ilustre Cronista de la Rioja, D. Felipe Abad León; a los vecinos que
nos han proporcionado informes fidedignos sobre algunas cuestiones; a todos
nuestros suscriptores; y al M. I. Ayuntamiento de Fitero, presidido por D.
Carmelo Aliaga Hernández.
El Autor
Fitero, 15 de mayo de 1988
SIGLAS
EMPLEADAS EN ESTE LIBRO
A.
G. N. Archivo General de Navarra (Pamplona).
A.
H. N. Archivo Histórico Nacional (Madrid).
A.
M. F. Archivo Municipal de Fitero.
A.
P. F. Archivo Parroquial de Fitero.
A.
P. T. Archivo de Protocolos de Tudela – Sección de
Fitero.
CAPÍTULO I
SERVICIOS SANITARIOS
Los servicios sanitarios en Fitero datan propiamente del
siglo XVI y estuvieron a cargo de médicos, cirujanos, boticarios, drogueros,
practicantes, barberos, comadronas, albéitares y algún que otro curandero.
MÉDICOS Y CIRUJANOS
Siglos XVI y XVII
Hasta los comienzos del siglo XVI, no se profesionalizó
en Navarra la Medicina, la cual era, a la sazón, puramente empírica. Los
futuros médicos estudiaban en algunas de las Universidades españolas
existentes, como las de Salamanca, Valladolid, Lérida, etc.; o en alguna
extranjera, como las inglesas de Oxford y Cambridge, las francesas de París y
Montpellier, las italianas de Nápoles y Bolonia, etc. Los estudios no eran muy
fuertes, pues la Anatomía y la Fisiología estaban en mantillas. Fue ya en 1701,
cuando en Navarra, los representantes de los Colegios de San Cosme y San
Damián, patronos de los médicos, propusieron a las Cortes de Tudela que, para
la obtención del título de médico, se estudiaran cuatro años en la Universidad
y se realizaran tres años de prácticas, impartiendo los títulos de Licenciado y
doctor. A su vez, las Cortes de Navarra de 1757 establecieron la docencia de
Cirugía, en el Hospital General de Pamplona, creando el puesto de Maestro Cirujano. Este debería atender a
los enfermos y enseñar a los Mancebos
Cirujanos, los cuales, al cabo de tres años, podrían presentarse a examen,
para obtener el título. En Fitero, el Maestro Cirujano, D. Antonio Torrecilla
tenía en 1774, como Mancebo, al joven José González[1].
Para poder ejercer en Navarra, los médicos y cirujanos
tenían que pertenecer a las Cofradías de
San Cosme y San Damián, que existían en Pamplona y en Tudela, y agrupaban a
los gremios especializados en el arte de curar: médicos, cirujanos, apotecarios
y barberos. Por supuesto, tenían que poseer el título correspondiente y además
ser personas de buen nombre y buenas costumbres, y tener limpieza de sangre; es
decir, no ser descendientes de moros ni de judíos, aunque fueran conversos o
cristianos nuevos, a los cuales estaba prohibido, desde los Reyes Católicos, el
acceso a todos los oficios públicos y beneficios. Aberraciones y arbitrariedades,
nada evangélicas, de la época inquisitorial. Todavía en 1791, aparece en el
Protocolo del escribano real, D. Joaquín Huarte, una información de limpieza de
sangre de Juan Ángel Pérez Carrillo, pretenso a ser alumno del Real Colegio de
Cirugía de Cádiz[2].
Para conseguir la titular de un pueblo, los médicos y
cirujanos tenían que presentar un Memorial o “curriculum vitae” en el que
hacían relación de sus antecedentes personales y profesionales. Si había varios
solicitantes, la adjudicación se hizo en un principio, por simple mayoría de
votos de los Regidores del Concejo. Ahora bien, en el siglo XVIII, se introdujo
la costumbre de enviar los memoriales presentados al Colegio Médico de San
Cosme y San Damián de Pamplona, con un oficio dirigido al Protomédico del Reino de Navarra para que, precedidos los
solicitantes de un examen práctico, graduase los méritos de cada uno y su orden
de prelación. El Ayuntamiento no estaba obligado estrictamente a seguir este
orden, pero la Veintena de Mayores contribuyentes le obligaba ordinariamente a
ello, por votación conjunta con los Regidores. La misma corporación Municipal
hacía una recaudación especial entre los vecinos, para pagar los sueldos
oficiales de cada año al médico y al cirujano, mientras que la cobranza de las
igualas corría a cargo de dichos profesionales.
En Fitero, los médicos y cirujanos eran contratados –o
como se decía antiguamente, conducidos ordinariamente por un periodo de tres años,
renovable de común acuerdo. El estipendio municipal de los médicos, en la
segunda mitad del siglo XVI, giraba alrededor de los 200 ducados anuales,
mientras que el de los cirujanos era siempre algo inferior. Entre los médicos
del pueblo en el siglo XVI –segunda mitad-, figuran el Licenciado Pedro Calvo
de San Juan, en 1570; el Licenciado Yanguas en 1591; el Licenciado Ximénez, en
1593 y el Dr. Sebastián Thomas, en 1596. Y entre los cirujanos, el Licenciado
Manuel Sanz, en 1593 y el Licenciado Pedro de Arellano, en 1598. (Las fechas
que damos, son las de su contratación o su ejercicio).
A comienzos del siglo XVII, exactamente en 1606, se
aumentó el estipendio de los médicos en un 20%. Consta que el Dr. Valerio
Andaluz, natural de Épila, fue contratado en 1609, a razón de 240 ducados al
año. Entre las obligaciones que figuraban en su contrato, estaban la de “visitar
el Hospital de esta villa de baldes” y “si estuviere enfermo, ha de traer a su
cuenta médico suficiente que visite en la dicha Villa, durante su enfermedad”[3]. De
tarde en tarde, ocurría que el vecindario no estaba conforme con la actuación
del médico y el Concejo lo despedía, antes de expirar el convenio, como ocurrió
en 1612.
No obstante la decadencia de la Medicina en España, y en
confirmación precisamente de ella, pasaron por Fitero, en esa centuria,
numerosos médicos y cirujanos. He aquí algunos nombres. Entre los médicos, el
Dr. Miguel Fuertes, en 1603; el Dr. Andrés Asturiano, en 1605; el Lic. Antonio
Roger, en 1612; el Lic. Juan de Ribas, en 1614; el Lic. Juan de Ribas Samaniego,
en 1625; el Dr. Iblusqueta, en 1626; el Dr. Marco Antonio de Ribas, en 1680; el
Lic. Francisco de Lizana, en 1694; el Fr. Sebastián Tomás, en 1698; y el Lic.
Francisco de Lecina, en 1699. Y entre los cirujanos, los Lic. Juan y Pedro
Ximénez, en 1602; el Lic. Antonio González, en 1628; el Lic. Miguel Ximénez, en
1635; el Lic. Antonio Ximénez, en 1655; el Lic. Juan del Rincón, en 1688; el
Lic. Pedro de Arellano, en 1698; y el Lic. Martín Sánchez, en 1699.
Siglo XVIII
En el Archivo de Protocolos de Tudela,
nos tropezamos con un auto del Concejo del 28 de septiembre de 1775, registrado
por el escribano, Felipe Berdusán y Remón, en el que se nombraba “Depositario
de los papeles de los Repartimientos ordinarios” a Plácido Magaña, quien, a su
vez, elegiría, por su cuenta y riesgo, siete cobradores que harían la cobranza
a favor del médico y cirujano, la cual importaba 5.155 reales y medio, de los
que se entregarían 2.860 y 2.200 al cirujano.
También localizamos un curioso cuadernillo de 1790, que
contenía el “Repartimiento del Rolde de médico y cirujano”, En él consta que se
pagaban entonces al médico 300 ducados anuales, y al cirujano, 200; y que las
igualas de los vecinos oscilaban entre 10 y 12 reales anuales, aunque las había
mayores y menores. El número de igualados en el Barrio Bajo era de 75; en los
Charquillos, 84; en la Calle de la Villa, 152; en el barrio de la Loba, 59; en
la calle de en Medio, 102; en la Calle del Juego de Pelota, 66; y en la
Calleja, 92. En total, 630 igualados por 5722 reales y pico. Ordenaron el
reparto los Regidores Antonio Fernández, Francisco Polo Pardo, Vicente Vergara
y Pedro Andrés, los cuales nombraron como Colector a Alejandro Aliaga, el cual
hizo la cobranza mediante siete papeleros, haciéndose el pago a los dos
facultativos, el día de San Miguel, 29 de septiembre, como era costumbre.
Los médicos y cirujanos de esta centuria debieron ser
mejores que los del siglo anterior, pues desfilaron por Fitero en menor número,
sin duda porque se les renovaron las conducciones. Anotamos, entre los médicos,
al Dr. Martín de Lexalde, en 1706; al Dr. Juan Navarro, en 1735; al Dr. Lorenzo
de Lexalde, en 1747; y al Dr. Manuel Vallejo, en 1781. Y entre los cirujanos,
al Lic. Martín Sánchez, en 1702; al Lic. Ramón Gurrea, en 1748; al Lic. Antonio
Torrealba, en 1775; y al Lic. Santiago Ramón Burgos, en 1786.
Un detalle curioso: según Volante de Ocáriz, abogado de
la Villa, en Pamplona, en 1772, había en Fitero 7 estudiantes de Medicina.
Además estudiaban en diferentes conventos de Órdenes Religiosas, 60 hijos de
vecinos; 3 hacían la carrera de Jurisprudencia; y 12 seguían cursos de
Gramática Latina[4]. No se olvide que era el
Siglo de la Ilustración.
Siglo XIX
En él hay que distinguir dos periodos: el de 1800-1835,
todavía abacial, y el de 1836-1899, civil. En 1801, el médico titular era d.
Antonio Pardo; y el cirujano, D. Blas de Vera. El primero solo percibía por la
titular 260 ducados anuales, los cuales le fueron incrementados hasta 300, por
acuerdo municipal de 27-V-1805[5]. El
segundo cobraba algo menos, pero el Monasterio le daba, por su parte, 60 robos
de trigo anuales. D. Blas de Vera renunció en 1804 y, al anunciar la vacante,
solicitaron cubrirla siete cirujanos de otras villas. El colegio Médico de
Pamplona y el protomédico, d. Rafael de Garde propusieron en primer lugar a D.
Francisco Blasco, que ya lo era de Cintruénigo y que debía gozar de gran
predicamento, hasta el punto de que el ayuntamiento de Fitero, en la sesión del
9 de mayo de 1904, lo nombró cirujano titular de la Villa de perpetuo, con un
sueldo de 300 ducados anuales y además “con una jubilación de 50 ducados al
año, en cao de imposibilitarse”[6]. Al
ser suprimido el Monasterio por los ocupantes franceses en agosto de 1809, el
Sr. Blasco pidió al Ayuntamiento un aumento de sueldo, en atención “al desfalco
de los 60 robos de trigo” que le venía dando la Abadía y en la sesión del 19 de
marzo de 1810, el Regimiento (Ayuntamiento), “teniendo consideración a su
exactitud y eficacia en el cumplimiento de sus obligaciones”, le concedió un
aumento de 40 ducados anuales, cobrando en adelante 340”[7].
Al morir el médico D. Antonio Pardo en diciembre de
1812, se presentaron 6 solicitantes de la titular; pero pasaron tres meses y
todavía estaba sin adjudicar. Es que los Regidores y los Veintenantes no se
ponían de acuerdo, acerca de la pensión anula, que debería darse al nuevo
titular, apelando entretanto a los deficientes servicios del médico de
Cintruénigo. En vista de ello, el regidor Gregorio Andrés y nueve vecinos más
denunciaron la anómala situación al Tribunal Supremo de Navarra, el cual, por
decreto del 17 de marzo de 1813, ordenó al alcalde, Joaquín Val, que se hiciese
el nombramiento en el plazo de 4 días, recayendo por mayoría de votos, en D.
Fermín Alfaro, médico de Ujué, en la sesión del 21 del mismo mes[8].
Al año siguiente, o sea, en 1814, volvieron los frailes
al Convento y al recomenzar a dar al cirujano, Sr. Blasco, los 60 robos de
trigo anuales, el Ayuntamiento le rebajó la pensión anual a los 300 reales
anteriores, en la sesión del 24 de octubre de 1816. No era precisamente un caso
de tacañería, sino que el Concejo estaba endeudado hasta el cuello, por las
onerosas contribuciones que le habían impuesto los franceses y que veremos en
otro capítulo. Pero como la vida se había encarecido bastante, el Sr. Blasco
protestó contra la supresión de los 40 ducados anuales y le volvieron a dar los
340, por acuerdo del 21 de noviembre de 1816[9].
Entretanto, seguía el médico titular D. Fermín Alfaro,
quien, terminado el primer trienio, cumplió el 2º y empezó el 3º, sin las
formalidades acostumbradas de renovación, cuando he aquí que, en la sesión del
14 de enero de 1820, la Veintena y el nuevo Ayuntamiento, presidido por el
Alcalde D. Manuel Santiago Octavio de Toledo lo despidieron bruscamente,
porque, “según ha demostrado la
experiencia, no se halla revestido de las calidades y circunstancias que exige
su ministerio” (sic). Parece increíble, porque ¿cómo es posible que
hubiesen tardado siete años en darse cuenta de ello…? No sabemos lo que habría
en el fondo de este extraño asunto.
En todo caso, D. Fermín recurrió al Real y Supremo
Consejo de Navarra, alegando que había ya cumplido dos trienios en el cargo,
faltándole todavía dos años para terminar el tercero. Por otra parte, protestó
contra los términos del acta municipal del despido, por constituir “un deshonor en su facultad” y porque le
irrogaba “considerables perjuicios en su
casa, interese y familia”, por lo que pedía el sobreseimiento de la
resolución municipal; pero por 14 votos contra 7, se insistió y aprobó su
despido definitivo, en la sesión del 29 de enero de 1820[10].
Formación de la
Primera Junta de Sanidad
Con motivo de la alarma producida, por la aparición de
la fiebre amarilla, en el puerto de Barcelona, el Jefe Político de la provincia
de Navarra, ordenó la formación de Juntas Locales de Sanidad, y en la sesión
del 24 de septiembre de 1821, se formó la primera compuesta por el Alcalde
Constitucional (era el Trienio liberal de 1820-1823), D. Francisco Huete, el
Párroco D. Bartolomé de Oteiza, el Cirujano titular D. Francisco Blasco y cinco
vecinos más[11]. Ahora bien, hay que
advertir que, por una ley del 23 de junio de 1813 (capítulo I, artículo IV), se
había ya prescrito la formación de estas Juntas Municipales de Sanidad, “en cada pueblo y cada año”. Pero en
Fitero no se había formado todavía ninguna, “por no hallarse instruido el Ayuntamiento del citado decreto”
(sic). Es posible que fuera cierto, por las circunstancias azarosas de la
guerra de la Independencia.
Se habrá observado que, en la composición de la citada
Junta, no figuraba el médico titular. Es que, a la sazón, no lo había. Es
probable que, después de la jugarreta que le habían hecho a D. Fermín Alfaro,
no se hubiese presentado ningún solicitante, para cubrir su vacante. De todos
modos, no tardó mucho en cubrirla Don Antonio Sáenz de la Maza, por 7.500
reales vellón al año; pero no debió sentirse muy a gusto en el pueblo, pues, en
la primavera de 1825, se marchó a ejercer en otra localidad. Le sucedió D.
Joaquín de Villa, que era médico de Ablitas, en las mismas condiciones que el
anterior. Fue elegido, entre dos aspirantes más, en la sesión del 4 de junio de
1825, rogándole la Corporación que se presentase cuanto antes, “por la urgente necesidad en que se halla el
pueblo, por la falta de tal Profesor”[12].
Un pleito municipal
de seis meses por el nombramiento de un nuevo cirujano.
Al morir D. Francisco Blasco en 1825, durante el
invierno, se presentaron nada menos que 15 solicitudes, para cubrir su vacante.
Buena ocasión para escoger al más competente. Pero no lo entendió así el
Alcalde, Félix Latorre, que era un cacique taimado, muy apropiado para aquellos
años del cerril absolutismo, y se empeñó en imponer a un amigo suyo, D. José
Gurrea, cirujano mediocre de Valtierra. Lo consiguió de momento, en la sesión
del 15 de marzo de 1825, en la que Gurrea obtuvo siete votos, y D. Juan Isidoro
Martínez, cinco. Pero otros tres electores presentes protestaron contra tal
nombramiento irregular, exigiendo que se enviasen los 15 Memoriales de los
pretendientes a Pamplona, para que los examinase y dictaminase el Colegio de
San Cosme y San Damián, como era costumbre, adhiriéndose a continuación a esta
protesta los cinco que habían votado a D. Isidoro. Con tal motivo el Real y
Supremo Consejo del reino de Navarra declaró nula la elección del Sr. Gurrea. A
pesar de todo, el tozudo alcalde, no dándose por vencido, dio largas al asunto
y el 15 de agosto siguiente, cuando creyó que podía salirse con la suya,
convocó a otra sesión en la que 9 votaron por Guerrea; 2 por el cirujano D.
Pedro Iglesias y 10 por que se llevasen antes los Memoriales al Colegio de
Médicos de Pamplona. No hubo más remedio qu hacerlo y el Colegio y el
Protomédico dictaminaron que los más competentes, “en igual lugar y grado”,
eran D. Juan Isidoro Martínez, d. Andrés Palacios, D. Antonio Felipe y D. Bonifacio
Díez. Como se ve, no figuraba entre ellos D. José Gurrea. En vista de esto, el
16 de septiembre de 1825, se celebró nueva sesión para la elección definitiva,
obteniendo el Sr. Martínez, que era cirujano de Larraga, 16 votos de los 17 que
componían la Junta[13].
Periodo civil
Con la desaparición del dominio abacial y el tránsito
del país al régimen constitucional, la asistencia médico-quirúrgica al
vecindario fue mejorando con el progreso de la ciencia y el crecimiento de la
población. En un principio, continuó habiendo un solo médico y un solo
cirujano; pero al ser dividido el pueblo en dos distritos, se nombró un
médico-cirujano para los vecinos de cada uno. Se siguió la costumbre de
contratarlos por trienios renovables y en 1849, se constituyó una nueva Junta
Municipal de Sanidad, compuesta por el Alcalde, D. Juan Eloy Agreda, 2
concejales, 2 vecinos particulares, el Cura Párroco y los “dos profesores de
Medicina o Cirugía”: d. Pedro María López, médico, y D. José Pérez Olloquiz[14]. Por
cierto que el Sr. Olloquiz era un ciudadano de mala conducta personal y
profesional, por lo que el nuevo ayuntamiento, presidido por el alcalde, D.
Pedro Ignacio Sanz lo llamó al orden en un severo comunicado del 1 de abril de
1850 y naturalmente no se le renovó el contrato.
En
1854, los sueldos anuales del Municipio a los facultativos de Medicina, Cirugía
y Farmacia ascendieron a 20.716 reales vellón[15].
Durante el
siglo XIX, hubo tres epidemias del cólera morbo asiático: la de 1834, con 172
muertos; la de 1855, con 108, y la de 1885, con 115. También hubo una de
viruela en 1868, pero no causó apenas víctimas, gracias a los servicios
extraordinarios de vacunación y de revacunación, realizados por el cirujano, D.
Manuel Vergara, por los que el Ayuntamiento le dio una gratificación de 24
escudos. En 1872, los médicos del pueblo eran d. Manuel Vicens y D. Joaquín
Montells; y en 1884, D. Manuel Val Abreu y D. Emilio Jiménez, los cuales
percibían del Municipio 2.625 pesetas anuales, cada uno; pero, a partir del 30
de abril de 1885, se les asignó a cada uno 1.000 pesetas anuales más, por
asistir a los enfermos inscritos en la Beneficencia Municipal[16]. En
aquella época, había, al parecer, una plétora de médicos en España, pues, para
cubrir la vacante del segundo distrito en 1883, se presentaron nada menos que
25 solicitudes, siendo adjudicada al antedicho médico, D. Emilio Jiménez[17].
En 1885, al
cesar el Dr. Manuel Val, vino a sustituirlo un excelente facultativo y hombre
de letras: el Dr. D. José salabardo, poeta y lírico y autor teatral, cuyo
nombre recuerdan todavía los más ancianos del pueblo. En abril del mismo año,
escribió un interesantísimo folleto, titulado: Estudio médico-filosófico sobre
las enfermedades más frecuentes en la villa de Fitero, sus principales causas,
síntomas y medios de prevenirlas y curarlas. El ayuntamiento, en la sesión del
26 del mismo mes, acordó que se le diesen “las más expresivas gracias, por el
estudio, el celo y oportunidad que manifiesta con la expresada publicación”[18].
Hacia
mediados de agosto siguiente, invadió al pueblo por tercera vez en el siglo, la
terrible epidemia del cólera morbo asiático. En nuestro libro MISCELÁNEA
FITERANA, nos ocupamos ya ampliamente de los estragos que causó entre el
vecindario. Pero vamos a añadir todavía algunos detalles inéditos, relativos a
la actuación de las autoridades locales y de algunos particulares, en aquella
dramática situación. Era entonces Alcalde, D. Mariano Val.
Por
de pronto, en la sesión del Ayuntamiento del 12 de julio siguiente, se
adoptaron estas cinco disposiciones: 1)
no permitir a nadie la entrada en el pueblo, si no traía una patente de Sanidad
y su Cédula personal, con todos los requisitos legales; 2) dedicar el Hospital
Municipal a Casa de Coléricos; 3) traer como desinfectantes 4 kilos de ácido
fénico, 30 de cloruro de sal, 12 de flor de azufre y 1 de mechas de azufre; 4)
comisionar a d. Manuel María Alfaro, para que se limpiase la alcantarilla de la
Calle Mayor, que estaba muy sucia[19].
En
la sesión del 26 de julio, se tomaron otros dos acuerdos: 1) comisionar a los
concejales D. Julián Yanguas, D. Serafín Yanguas y D. Julián aliaga, para que,
de acuerdo con los Señores de la Junta de Sanidad, D. Domingo Huarte, D. Manuel
María Alfaro y D. Pedro Nolasco Medrano, se hicieran visitas domiciliarias a
los vecinos, instalándoles a tener bien limpio el interior de sus casas; 2)
ordenar a los alguaciles que montasen un servicio extraordinario de vigilancia
en el lazareto, establecido a la entrada del Cogotillo[20].
En la sesión
del 2 de agosto, acordó facilitar a los miembros de la Asociación benéfica, LA
CARIDAD, la habitación del segundo piso de la Casa consistorial, para que
hiciesen en ella una guardia permanente que acudiese en socorro de los atacados
por el morbo, proporcionándoles desinfectantes y algunos otros artículos, como
té y manzanilla[21].
El
24 de agosto, cayó enfermo D. José Zalabardo y para suplirlo, el ayuntamiento
contrató por un mes y 3.000 reales, a D. Francisco Ortiz y Ribas,
director-Médico de los Baños Viejos. El 26 del mismo mes, el Ayuntamiento
nombró a Victorio Giménez, por 4 pesetas diarias, encargado de la guarda del
cementerio y del Depósito de cadáveres y ayudante del sepulturero y comisionó
al practicante, D. Gregorio Martínez, por cinco pesetas diarias, para estar a
la vista de los enfermos del Hospital y para desinfectar las casas de los
coléricos. El 4 de septiembre, el médico de los Baños viejos comunicó que e
había puesto enfermo y que no podía continuar en el servicio de noche; pero
afortunadamente se había ya repuesto el Dr. Zalabardo.
La epidemia
desapareció al final de septiembre y, en
la sesión del 25 de octubre, el Ayuntamiento acordó dar las siguientes
recompensas: a los médicos Seres. Jiménez y Zalabardo, y al farmacéutico, D.
José López Anaya, 250 pesetas a cada uno; a los practicantes, d. Isidoro
Madurga y D. Cándido Martínez, 80 pesetas, a cada uno; a los alguaciles
Emeterio Liñán y Natalio Díaz, 40 pesetas a cada uno; al Auxiliar de la
Secretaría, Cándido Pina, 80 pesetas; a María-Ángel García, por la venta de
nieve y pérdidas sufridas, 100 pesetas; al alcalde de la cárcel, Julián
González, 25 pesetas; a los camilleros, al guardián del cementerio y al
sepulturero, 30 pesetas para una merienda; a los serenos, 25 pesetas a cada
uno; y a Victorio Giménez, un traje completo de pana o paño, y un tapabocas[22].
La asistencia
médica en el primer tercio del siglo actual continuó siendo como en la última
década del anterior; o sea, a base de dos médicos titulares, con sueldos del
Ayuntamiento e igualas de los vecinos.
A propósito
de las igualas, anotemos como curiosidad, el acuerdo tomado por el
ayuntamiento, en la sesión del 26 de diciembre de 1901, respecto de las igualas
mensuales de la guardia Civil que estaba obligado a sufragar. Se acordó que, en
adelante, serían de 0,75 por cada guardia civil casado; de 0,50 por cada
guardia civil soltero y otras 0,50 pesetas por cada caballo[23]. Las
igualas de los vecinos tampoco llegaban, por entonces, a 1 peseta, mientras que
en 1985 habían subido a 100.
Desde el 5 de
septiembre al 15 de noviembre de 1918, se cebó en el vecindario la famosa
epidemia de gripe que describimos ya detalladamente en nuestro libro MISCELÁNEA
FITERANA (pp. 143-145) que ocasionó 56 defunciones.
Hacia
mediados de esta centuria, adquirió fama en la comarca la clínica de unos
facultativos sobresalientes: el médico D. Miguel Herrero Besada y el cirujano,
D. Rafael Olivares. Desgraciadamente su existencia fue efímera, pues el Dr.
Olivares se volvió, apenas pudo, a su tierra valenciana de donde había sido
desterrado, por su desafección al régimen político imperante.
En 1958, se
implantó la Seguridad Social, que produjo una verdadera revolución en los
servicios sanitarios. Desde luego, supuso un mayor trabajo para los médicos y
cirujanos, pero también una mayor remuneración. Así, por ejemplo, en 1972, los
médicos, D. Guillermo Herrero y D. Eduardo Armijo cobraron un sueldo anual del
Municipio, de 72.000 pesetas cada uno, más dos pagas extraordinarias, en razón
de sus titulares. Trece años después, el Dr. Luis M. Castillo percibió de la
Corporación Municipal 1.291.677 pesetas, de las cuales 740.052 correspondían al
sueldo anual, y el resto, a cuatro retribuciones complementarias: Asistencia
continua, Plus Facultativo, Responsabilidad Especial y Aguda Familiar.
Análogamente, el Dr. Ignacio forcada percibió 1.235.212 pesetas, de las que
667.835 fueron del sueldo anual del Ayuntamiento, y las restantes, de las
retribuciones complementarias. Esto sin contar las igualas de los vecinos, que
todavía subsistían.
Al comienzo
de la primavera de 1985, tuvo lugar una innovación sanitaria trascendental: la
apertura de un Dispensario Médico moderno instalado en la nueva Casa
Consistorial. Buena falta hacía, porque los enfermos se hacinaban para la
visita en pequeñas antesalas de los médicos, cuando no los esperaban en la
calle, en pleno invierno, tiritando de frío.
Anotemos,
para terminar, que entre los médicos de Fitero de los que tenemos noticia, en
lo que va de siglo, se cuentan una quincena: D. Victoriano Sanz, D. Ángel
Navarro, D. Ramón Sanz, D. Miguel Herrero, D. Rafael Olivares, D. Alberto
Álvarez, D. Higinio Duclós, D. Guillermo Herrero, D. Jesús Maestrojuan, D.
Eduardo Armijo, D. Luis Castillo, Doña María Jiménez, D. Alberto Arrondo, D.
Ignacio Forcada y D. José Antonio Frías.
CURANDEROS
En épocas pretéritas,
cuando la Medicina y la Cirugía estaban muy atrasadas, no faltaban curanderos,
a veces, ambulantes, que hacían la competencia a los médicos y cirujanos. Así
el 16 de enero de 1696, el Abad, Fr. Fermín José de Aréizaga conminó a Andrés
de Murillo, que decía “ser químico”, a que abandonase el pueblo, “en el término
de 6 horas”, porque “se dice usa medicamentos empíricos para la curación de
algunos achaques, de que han resultado algunas discordias e inconvenientes[24].
Cuenta
Florencio Idoate que, en el primer tercio del siglo XIX, vino a Fitero, con
intención de ingresar en su Convento, un curandero de Mijangos, en Castilla,
llamado Eugenio Fernández Sampedro; pero habiendo curado antes de una tiña al
hijo del Alcalde, se le abrieron de par en par las puertas de la Villa y,
durante algún tiempo, ejerció libremente su profesión. Hastque intentaron
echarle el guante, por ejercicio ilegal de la Medicina y tuvo que salir huyendo
a su tierra.
BOTICARIOS Y DROGUEROS
En Fitero
también datan del siglo XVI los boticarios y drogueros. A los boticarios se les
llamó en un principio apothecarios
(del latín apothecarius); luego,
apoticarios, boticarios y modernamente farmaceúticos (del griego pharmakeutikós). Su profesión específica
era la de fabricar y vender medicamentos, incluyendo, por supuesto, entre ellos
las drogas medicinales por lo que, a veces, se les llamaba asimismo drogueros:
denominación inexacta, porque los drogueros no solo vendían y venden sustancias
utilizadas en la medicina, sino también en la Industria y en las Bellas Artes.
En Fitero
hubo, a la vez, apotecarios del Monasterio y de la Villa, siendo estos últimos
conducidos o contratados por el consabido periodo renovable de tre años. En la
conducción del apotecario, Manuel Ximénez Vallejo, firmaba el 18 de agosto de
1720, se hacía constar que cobraría 3.000 reales anuales, “de los cuales se
hará repartimiento por la Villa entre sus vecinos”, como ocurría con los
médicos y cirujanos[25]. Los
apotecarios se titulaban “Maestro Apotecario” y tenían ordinariamente
aprendices o “mancebos de Botica”, que eran, a la vez, sus servidores. Así, en
1767, el Maestro Apotecario de la Villa, Antonio Muro tenía como aprendiz a
Serafín Magaña González.
Las boticas
estaban sujetas a reconocimientos oficiales, como el que se hizo en 1687 a la
de D. Pedro Cariñena. En 1722, se hizo una declaración del estado de la Botica
de la Villa y por un auto del ayuntamiento, se mandó al médico y al cirujano
que recetasen por la Botica del Monasterio, el cual presentó una Memoria de las
recetas despachadas por él[26]. Por
lo visto, no funcionaba adecuadamente la Botica de la Villa. A propósito de un
fraile boticario del convento, nos tropezamos, en el Libro II de Difuntos de la
Parroquia (1736-1773), con esta chusca partida de defunción: “el 27 de junio de
1751, fue enterrado Fr. Rafael Gurbindo, religioso zullo de este Real
Monasterio, que tuvo el empleo de boticario”[27]. La
firmaba el Vicario, Fr. Lorenzo Iñiguez.
Entre los
apotecarios civiles del siglo XVI, anotamos a Juan de Mayo, en 1529; a
Sebastián Navarro, en 1558; a Mari Vicente, en 1590; y a Diego Navarro, en
1597.
Entre los del
siglo XVII, se cuentan el mismo Diego Navarro, en 1610, Diego de Blas, en 1617;
Miguel Gómez, en 1638; José Mallén, en 1632, y Pedro Cariñena, en 1687.
Y en el siglo
XVIII, Juan Antonio Pina, en 1724; Fernando Garijo, en 1748; Antonio Muro
Giménez, en 1759; Antonio Latorre Soriano, en 1762; Miguel Garijo Carrillo, en
1768; Fausto Ibaquin Martínez, en 1772; y Javier Navarro Bayo, en 1776.
Al comenzar
el siglo XIX, el boticario del pueblo era D. Antonio Muro, descendiente
probablemente de D. Antonio Muro Giménez, conducido en 1759. Ya hemos anotado
que las Boticas estaban sometidas a reconocimientos oficiales periódicos,
llamados Visitas, de conformidad con la Ley. Pues bien, el 30 de septiembre de
1801, hicieron la visita de la Botica del Sr. Muro, el Alcalde Ordinario D.
José Latorre, acompañado de otros cuatro regidores y del Escribano, D. Joaquín
Huarte, el médico titular, D. Antonio Pardo y el cirujano, D. Blas de Vera, y
he aquí el Acata que levantaron, en su parte esencial:
“Hecho el debido registro a los Potes,
Química, Cordiales, Purgantes, Aromáticos, Gomas, Raíces, simientes, Yerbas,
Flores, Cortezas, partes de Animales, Minerales, Zumos, Aguas, conocimientos,
polvos, confecciones, opiatas, aceites, ungüentos, emplastos y demás efectos
que debe tener para medicinas, se hallan conforme deben, con especialidad, los
que comúnmente se usan en su facultad”[28].
D. Antonio
Muro falleció en la primavera de 1804. Se anunció la vacante y se la
concedieron a D. Joaquín Aspiroz, boticario de Funes y único solicitante, en la
sesión del 10 de mayo de 1804, con la pensión anual municipal de 300 ducados[29]. De
momento, se conformó con ella; pero al año siguiente, pidió un aumento y en la
sesión del 27 de abril de 1805, se la subieron a 350 ducados[30]. En
1812, el Sr. Aspiroz renunció a la titular para trasladarse a Lerín y, al
anunciarse la vacante, se presentaron dos solicitudes. Con que en la sesión del
22 de octubre de 1812, se la concedieron a D. Xavier navarro, boticario de
Ablitas. Mas he aquí que, al comunicarle el nombramiento, el Sr. Navarro, por
causas desconocidas, no lo aceptó y entonces fue adjudicado al otro
solicitante, D. Juan Antonio Garijo, en la sesión del 5 de noviembre siguiente.
El Sr. Garijo permaneció en Fitero hasta que, el 11 de noviembre de 1924,
presentó al ayuntamiento una comunicación de despedida. Esta vez, solicitaron
cubrir la vacante nada menos que 11 boticarios, cuyos Memoriales fueron remitidos,
como de costumbre, al Colegio Médico de San Cosme y San Damián de Pamplona, por
cuyo dictamen fue elegido, el 23 de noviembre siguiente, D. Antonio Orduña,
boticario de Sesma[31].
Entre los
boticarios posteriores a la supresión del Monasterio en 1835, destacaron, por
conceptos opuestos, D. Francisco Olóriz y D. José López Anaya. El Licenciado
Olóriz, que había sido nombrado en 1842, suscitó hacia 1848, muchas quejas
contra él, porque hacía pagar a los vecinos la quina y la quinina, así como las
recetas dadas por las caballerías por albéitares forasteros[32]. En
cambio, el Licenciado López Anaya fue gratificado, como ya hemos anotado, con
250 pesetas por el ayuntamiento, en reconocimiento de sus servicios
extraordinarios, durante el cólera de 1885. En este mismo año, en cumplimiento
tardío del Reglamento de Partidos Médicos y de Farmacia del 24 de octubre de
1886, habría en el pueblo dos titulares de Farmacia: uno para cada distrito[33]. En
1884, el farmacéutico percibía del Municipio 3.250 pesetas anuales; pero desde
el año siguiente, le asignaron 1.000 más, por atender a los inscritos en la
Beneficencia Municipal. En el último decenio del siglo XIX, vino a regentar una
de sus farmacias Don Fernando Palacios Pelletier, quien alcanzó cierta
notoriedad, por haber lanzado al comercio algunos medicamentos de su invención:
el te Purgante de Palacios Pelletier, la Crema de Bismuto Pelletier, el
Antirreumático Pelletier y la Lombricina Pelletier, que ya anotamos en el
APÉNDICE de nuestro POEMARIO FITERANO, p. 198. Sus precios nos parecen muy
inverosímiles, pues, por ejemplo, ya en 1912, vendía el Te Purgante a 10
céntimos el paquete, cuando hoy un frasco de Pruina de 240 gramos cuesta 366
pesetas. Es que, en general, las medicinas eran entonces baratísimas, como los
salarios de los trabajadores. Por lo mismo, los farmacéuticos no se hacían
fácilmente millonarios. En 1921, la cuenta del farmacéutico por el alcohol y el
algodón suministrados al Municipio para la vacunación de los mozos del
reemplazo, que eran 40, solo ascendió a 9,25 pesetas y las medicinas gastadas
en todo el mismo mes (abril), por los enfermos acogidos a la Beneficencia
Municipal, 122,25 pesetas (Libro de Actas de Ayuntamiento de 1920-1922,
sesiones del 8 de abril de 1921, páginas 199 y 218). Era la época de la
medicina tradicional, cuando los farmacéuticos se dedicaban principalmente a la
preparación de medicamentos, con arreglo a las recetas de los médicos; pero, a
mediados de este siglo, empezó la Revolución de los Específicos o sea, la
fabricación en serie de medicamentos sintéticos para toda clase de enfermedades
y actualmente los farmacéuticos se limitan a venderlos. A ella se ha unido la
Revolución Sanitaria de la Seguridad Social, que ha puesto la medicina al
alcance de todo el mundo, por lo que la situación de los farmacéuticos ha
cambiado por completo. Sus remuneraciones municipales en Fitero fueron
aumentando lentamente hasta la década de 1970, en que lo hicieron de una manera
vertiginosa. Por ejemplo, el Lic. Agustín Catalán percibió en 1972 la cantidad
de 42.500 pesetas, más dos pagas extraordinarias. Como los médicos. Pues bien,
trece años después, es decir, en 1985, su remuneración anual ascendió a
1.422.665 pesetas, y con las cuatro retribuciones análogas a las de los
médicos, a 1.950.880. Es posible que a algún lector le parezca exagerada; pero
hay que tener en cuenta que la vida había también aumentado desaforadamente y
que el trabajo del farmacéutico se había vuelto agobiante, por la cantidad
desmesurada de recetas que tenía que despachar, por llevar un registro de las
mismas y, por otra parte, el control diario de las aguas potables del pueblo,
mediante análisis hacteriológico y de cloración.
Entre los
farmacéuticos de Fitero en el siglo XX se cuentan el ya citado D. Fernando
Palacios Pelletier, D. Jorge Fe, D. Eduardo Valpuesta, D. Avaro Gainza, D.
Florencio Remacha, D. Tomás Ruiz de Mendoza y D. Agustín Catalán.
PRACTICANTES Y BARBEROS
Hoy el oficio
de Barbero se limita a cortar el pelo y afeitar la barba de sus clientes; pero,
en los siglos pasados, no fue así, pues, desde el XIV, practicaban ya
operaciones de cirugía menor, como sajar, sangrar, poner sanguijuelas, y
ventosas, extraer dientes y muelas, etc. El ejercicio de esta profesión era
entonces libre, hasta que, en 1500, los Reyes Católicos les prohibieron estas
actividades, a menos de demostrar previamente su aptitud, sometiéndose a un
examen ante los Barberos Mayores y la obtención de la licencia correspondiente.
De manera que, en el siglo XVI, pertenecían al personal sanitario y eran
verdaderos Practicantes en Cirugía Menor, como
Se
titularon en adelante. Aprendían su profesión bajo la dirección de un médico o
un cirujano y una vez aprobados, recibían el título de Maestros Barberos. En
Fitero, los hubo ya en el siglo XVI, figurando entre ellos Francisco Vélez en
1568 y Martín González en 1569. El Ayuntamiento los contrataba únicamente como
Practicantes, dejándolos ejercer libremente el oficio de rapabarbas: costumbre
que ha durado casi hasta nuestros días. En 1869, fue nombrado Barbero Sangrador
de la Villa Isidoro Madurga, al que se le hizo un contrato de 4 años, por 365
escudos anuales[34]. Generalmente había dos
Practicantes en Cirugía Menor, cada uno de los cuales se cuidaba de atender a
la mitad de los acogidos a la Beneficencia Municipal y a los vecinos de cada
distrito de la villa. Tal fue el caso de los Practicantes, d. José Urtasun
Garbayo y de D. Felipe Ortega, en 1886, recién establecido el servicio de la
Beneficencia. Otros Practicantes del siglo XIS fueron D. Cándido Martínez, D.
Gregorio Martínez y D. Simón Rodríguez, natural de San Pedro Manrique, al que
se concedió la vecindad de Fitero, el 5 de junio de 1887.
Hacia
mediados del siglo XX, gracias a los progresos asombrosos de la Cirugía, los
practicantes de los pueblos abandonaron el oficio de barberos, para dedicarse
exclusivamente a su dignificada profesión de Practicantes. Así en Fitero,
fueron todavía barberos, al par que practicantes D. Fernando Madurga y D. José
Jiménez Torroba, a los que en la tercera década de este siglo, pagaba el
Ayuntamiento 250 pesetas anuales. Pero ya no lo fue D. Antonio Escalona ni lo
es el actual, D. Jesús Luzuriaga. En 1972, el Sr. Escalona percibía una
retribución anual del Ayuntamiento de 42.500 pesetas, más dos pagas
extraordinarias. Su principal ocupación consistía en poner inyecciones,
debiendo prestar gratuitamente sus servicios a los mutilados de Guerra, a la Guardia
Civil, a los empleados municipales y a los vecinos inscritos en la
Beneficencia. También atendía a una treintena de jubilados de la Obra del 18 de
Julio, de la que percibía 2.040 pesetas anuales. Su sucesor, D. Jesús Luzuriaga
recibió del Municipio en 1985 una remuneración de 612.327 pesetas, incrementada
con 4 retribuciones, análogas a las de los médicos y del farmacéutico
ascendiendo en total a 1.242.159 pesetas. Eso sin contar las igualas del
vecindario, que todavía subsistían.
COMADRONAS
En la edad
Media, no había propiamente comadronas, sino simples comadres, en el sentido
genuino de la palabra; es decir, de mujeres que ayudaban a dar a luz a las
parturientas. Las comadronas y parteras profesionales son ya cosa de la Edad
Moderna. En Fitero, a parecieron en el siglo XVI, pues el escribano Urquizu y
Uterga transcribe la conducción de una comadre, hecha por la Villa en 1593 y
seguramente que hubo otras anteriores[35]. En
el siglo XVII, se las llamaba amas de recibir, como Ana María Jordán Luna,
contratada en 1689. Se las sometía previamente a un examen de aptitud, para
poder ejercer y percibían un estipendio anual del Concejo y otro particular de
cada parturienta. En el siglo XVIII, eran denominadas amas de parir, como se
die en la conducción en 1736, a Favor de maría Benito, de la villa de San
Pedro, “examinada en conformidad con la
Ley del Reyno, por el Rdo. P. Vicario de la parroquia y por el Dr. Juan
Navarro”. Las parturientas le darían “el estipendio que se acostumbra”, y
el Ayuntamiento 6 ducados anuales, siendo el contrato por tres años[36].
Ignoramos
de qué examinaría el Rdo. Padre Vicario al ama de parir, si no era de la
administración del bautismo a la criatura recién nacida, en caso de muerte
inminente.
Hacia
1871, el Protomédico de Navarra, Dr. Jacinto Sagaseta propuso que el ama de parto debería tener 25 años
cumplidos, sufrir un examen de una hora, por lo menos, prestar juramento de
haber hecho ya prácticas y no tener costumbres licenciosas.
Desde finales
del siglo XVIII, ejerció el oficio de comadrona titular Doña Martina Rubio,
hasta el 21 de enero de 1824, en que fue nombrada su hija, Antonia Angós, con
los mismos emolumentos que su madre; a saber, 310 reales fuertes, al año,
equivalentes a 191,43 pesetas[37].
En el
transcurso del siglo XIX, la remuneración de las comadronas aumentó. En 1843,
fue nombrada Doña Raymunda Ochoa, que lo fue hasta 1885, en que falleció; es
decir, durante 42 años. Su última remuneración era de 250 pesetas anuales del
Municipio, y 2 pesetas, por cara parturienta. Con los mismos emolumentos le
sucedió Doña Griselda Petroch y Aragón, natural de Sádaba, que fue nombrada por
el ayuntamiento, el 30 de mayo de 1886[38].
Las
comadronas del siglo XX han sido tres: la misma Doña Griselda, que murió en 1928;
doña Francisca Funes y Doña María Fernández Pérez, que ya lo era en 1921, en
que pidió al Ayuntamiento un aumento de sueldo. Hasta el otoño de 1902, solo
hubo una comadrona titular para los dos distritos de la Villa; pero, a petición
de Doña Griselda, el Ayuntamiento acordó, el 1 de octubre de dicho año, que, en
adelante, ella se encargaría de las parturientas acogidas a la Beneficencia
Municipal del distrito 1º, nombrando para las del 2º a Doña Francisca Funes.
Ahora bien, a finales de 1903, Doña Griselda presentó su dimisión como
comadrona de la Beneficencia Municipal, siendo entonces nombrada para toda ella
la Sra. Funes. La última comadrona del pueblo fue Doña maría Fernández Pérez,
que falleció en la década de 1950[39].
Desde
entonces , ya no hay ninguna comadrona oficial, pues las parturientas van a dar
a luz a las maternidades de Tudela o de Pamplona.
ALBEITARES (VETERINARIOS)
Albéitar es una palabra de origen árabe, que significa veterinario, la cual procede, a su vez,
del latín veterinarius (de veterinae, bestias de carga). El vocablo
albéitar está ya en desuso pero su empleo predominó hasta finales del siglo
XIX. En los tiempos pasados, los albéitares tuvieron gran importancia por la
abundancia que había de animales de carga y de tracción.
Durante la
Edad Media, el ejercicio de esta profesión era libre y estaba vinculada a
familias que sabían herrar y currar a las caballerías; pero, en la época de los
Reyes Católicos, se instituyó el tribunal llamado Protoalbeiterato, compuesto
de los mariscales o albéitares de las Caballerizas Reales, los cuales previo
examen y aprobación de los aspirantes, les expedían el título de Maestro de
Albeitería. Antes tenían que haber estudiado y ejercido la profesión con un
Maestro Albéitar.
En Fitero,
los albéitares titulados aparecieron ya en el siglo XVI y eran contratados por
el Consejo, a semejanza de los médicos y de los cirujanos. Consta que en 1577
desempeñaba esta profesión Juan Martínez, y en 1591, Diego de Saro[40]. En
el siglo XVII, anotamos los nombres de los albéitares Miguel Jiménez, en 1610;
Lázaro Becerra, en 1615; Lorenzo Beltrán, en 1655[41]; y
Diego de Iguzquiza, en 1659. En el siglo XVIII, los de Santiago Acarreta, en
1748[42] y
Carlos García, en 1755. Y en el XIX, antes de la supresión de la Abadía, los de
Joaquín Acarreta, en 1803; Ángel Magdalena, en 1806 y Ambrosio López de San
Román, en 1809. Hagamos algunas puntualizaciones sobre ellos. Al fallecer D.
Joaquín Acarreta en el verano de 1806, se presentaron 10 solicitantes, con sus
correspondientes Memoriales y en la sucesión del Ayuntamiento del 1 de
noviembre del mismo año, se adjudicó la titular a D. Ángel Magdalena,
veterinario de Cascante. Entre las condiciones de su contrato, figuraban que
daría fiado el herraje, todo el año, a los labradores del pueblo, los cuales le
pagarían las herraduras a 34 maravedises (los vecinos decían maíses) las de
caballería mayor y a 26 mrs., las de menor. Ahora bien, a los forasteros les
cobraría 1 real fuerte (2 reales y medio de vellón) las primeras y a 26
maravedises las segundas[43]. El
comportamiento del Sr. Magdalena provocó “un general descontento de los
vecinos”, por lo que fue despedido al terminar el trienio de su conducción, el
30 de noviembre de 1809. El Ayuntamiento había ya tomado tal decisión un mes
antes[44],
nombrando para sucederle a D. Ambrosio de San Román, en las mismas condiciones
contractuales del Sr. Magdalena. Ahora bien, las circunstancias no eran las
mismas, porque la Guerra de la Independencia había encarecido las caballerías y
los herrajes, por lo que un año después, D. Ambrosio pidió al Ayuntamiento un
aumento de sueldo, argumentando que, “en ningún pueblo de Navarra proveen las
herraduras a semejantes precios”. Entonces se le autorizó a cobrar 1 real
vellón (36 maravedises) por cada herradura de caballería mayor y 1 ½ (54
maravedises), por cada par de herraduras de caballería menor[45]. Los
precios del hierro continuaron en alza, y en 1816, D. Ambrosio solicitó un
nuevo aumento. Se le concedió en la sesión del 13 de diciembre del mismo año,
fijándose 1 real fuerte y 4 maravedises, por cada herradura de caballería
mayor, y 33 maravedises, por cada herradura de caballería menor[46].
Se adivina
que el Sr. López de San Román debió ser un buen veterinario, pues en 1825,
cuando ya llevaba ejerciendo 16 años, todavía pidió su reconducción por un
periodo de 9 años; más el ayuntamiento sólo se la concedió por tres años[47].
Después de suprimido
el Monasterio, figuraron entre los veterinarios del mismo siglo, D. José
Ibáñez, en 1845 y D. Bartolomé Sebastián Gómez en 1885. El caso de D. José
Ibáñez fue dramático pues murió prematuramente el 2 de enero de 1846, dejando
viuda con ocho hijos – 4 de ellos, pequeños- a su esposa, Doña Pascuala Andelo,
que quedó en el mayor desamparo. Entonces solicitó del ayuntamiento que se le
permitiese continuar al frente del Partido Veterinario, poniendo a sus costas,
un Regente, por el tiempo que faltaba para completar el periodo contratado por
su difunto marido. El Ayuntamiento aceptó unánimemente la propuesta; pero, en
el verano de 1848, hubo bastante quejas de los labradores, por la actuación del
Regente y el Ayuntamiento, a petición de ellos, declaró vacante la plaza, a
partir del 3 de diciembre de dicho año.
En el siglo
XX, solo hubo en Fitero tres veterinarios: D. Pelegrín Urtasun, D. Demetrio
Pérez y D. Ángel Yanguas. D. Pelegrin lo era ya en 1903, pues el 23 de
diciembre de dicho año acordó el ayuntamiento pagarle una cuenta de 20 pesetas,
por la autopsia que había hecho de un perro hidrófobo[48]. Por
cierto que, a comienzos de la segunda década, ocurrió una tragedia a la puerta
de su casa (Calle Mayor, 50), pues un macho apodado Noble, mientras lo estaban
herrando, causó la muerte instantánea de su dueño, Pedro Hernández, de la
familia de los “Lardeños”. En cumplimiento tardío del Reglamento de la Ley de
Epizootia, publicado el 30 de Agosto de 1917, D. Pelegrín fue nombrado
Inspector de Higiene y Sanidad Pecuarias, el 13 de mayo de 1921, con el haber
de 365 pesetas anuales, las que sumadas a las 135 que percibía por la
inspección de carnes, ascendían a 500 pesetas anuales[49]. El
Sr. Urtasun marchó de Fitero poco antes de la Guerra Civil de 1936-1939, así
como su hija mayor, Doña Jenara, que fue maestra de una de las escuelas de
niñas de localidad. A D. Pelegrín sucedió D. Demetrio Pérez, que solo ejerció
en la Villa alrededor de un sexenio; y en 1943, fue nombrado D. Ángel Yanguas,
que falleció prematuramente en 1966.
A partir de
entonces, se suprimió la plaza de veterinario en Fitero, pasando a depender del
Partido Veterinario de Cintruénigo. En 1972, estaba al frente de éste D. Juan
Ortega, el cual subía a nuestro pueblo tres días por semana: martes, jueves y
sábados, en que había matanza en el Matadero Municipal, con objeto de
inspeccionar las carnes y pescados que consumía el vecindario. Por tal
concepto, percibía del ayuntamiento fiterano 65.000 pesetas anuales, cesando en
sus funciones en 1982. Desde entonces, este servicio empezó a ser cubierto, de
vez en cuando, por Inspectores enviados por la Diputación Foral.
HERRADORES
Antiguamente
solían herrar a las caballerías los mismos albéitares; pero no tardaron en
aparecer los herradores profesionales, al servicio de los veterinarios o por
cuenta propia.
Consta que,
en 1615, el albéitar Lázaro Becerra hizo una cura a las mulas del Abad, Fr.
Felipe de Tassis por 20 reales, y que el herrador, Martín Jaso les echó 18
herraduras por 10 reales[50]. A
los herradores de antaño y aún de las tres primeras décadas del siglo XIX, se
les llamaba herreros; y a los herreros, ferreros[51]. Con el apelativo
de herrero, en vez de herrador, fueron contratados, por trienios, Francisco Simón
1806 y reconducido el 2 de abril de 1809; Ignacio Escudero, en 1812 y
reconducido el 9 de abril de 1815; y Blas Merino, por un sexenio, el 5 de abril
de 1818. Entre las condiciones impuestas a Ignacio Escudero, figuraba la de
“abrir la oficina en el verano, del 3 de mayo al 29 de septiembre, a las 4,30
horas de la madrugada; y en el resto del año, a las 5,30 horas, “sin que pueda
excusarse de trabajar por la tarde y demás horas del día[52]”; y
entre las condiciones señaladas a Blas Merino, se consignaba que cobraría a los
labradores 22 almudes anuales de trigo, por cada yunta mayor, y la mitad, por
cada menor; y además, el precio de las herraduras, a 36 maravedís la libra[53].
En el siglo
XX, solo ha habido hasta el presente tres herradores: Pío Fernández, que lo fue
de los veterinarios, Sres. Urtasun y Pérez; Gregorio Alfaro, de los Sres. Pérez
y Yanguas, hasta que se estableció por su cuenta, pagando al veterinario 5
pesetas diarias, por su autorización para hacerlo; y José María Pérez
Fernández, que fue aprendiz de D. Demetrio y más tarde, servidor de D. Ángel
Yanguas, hasta que en 1959, se estableció también por su cuenta, pagado a D.
Ángel 10 pesetas diarias, por dicha autorización.
Según la
información del Sr. Pérez Fernández, en
la década de 1920-1930. Poner una herradura a una caballería sólo costaba 0,25
pesetas ó 0,30, según su tamaño; en 1939, entre 0,75 pesetas y 0,90; en la
época del Sr, Yanguas, hasta 8 pesetas; y en 1985, de 300 a 500 pesetas.
Téngase en cuenta que, hacia 1920, un kilo de herraduras sólo costaba de 0,10 a
0,15 pesetas; y en 1985 había subido a 275 pesetas. En 1959, el precio de 5
kilos de clavos para herrar oscilaba entre 55 y 65 pesetas, según su tamaño; y
en 1985, por un paquete de 2,5 kg., es decir, por la mitad, había que pagar
3.256.
Actualmente
el oficio de herrador ha decaído en Fitero por completo, pues, a causa de la
mecanización de la agricultura, apenas si quedan media docena de caballerías.
ADDENDA
LA REFORMA SANITARIA DE 1985-1988
Fundamentos legales
Después de
terminado el capítulo anterior, el Gobierno de la Nación, presidido por D.
Felipe González, emprendió en 1985, la Reforma de los Servicios Sanitarios del
país, a través de las Comunidades autónomas. Según los datos que nos
proporcionó, a comienzos de abril de 1988, el Concejal del Ayuntamiento y
Presidente de la Comisión de Sanidad del mismo, Dr. Luis Castillo Bazo, la
Reforma comenzó en navarra con la Ley Foral 22/1985 del 13 de noviembre, la
cual implantó la zonificación sanitaria, incluyendo a Fitero en la zona básica
de Salud de Cintruénigo. A esta Ley siguió el Decreto Foral 148/1986 del 30 de
mayo, por el que se regulaban las estructuras generales de la atención
sanitaria; y poco después por el Decreto Foral 183/1986 del 4 de julio, que
especificaba la estructura de la atención primaria de las zonas básicas de
Salud; y entre ellas, la de Cintruénigo. Este Decreto no satisfizo a la mayoría
del personal médico y no se aplicó hasta abril de 1987, una vez que los
Sindicatos y colegios médicos consiguieron que se introdujeran en él ciertas
modificaciones, firmando un acuerdo con el entonces Consejero de Sanidad del
Gobierno de Navarra, D. Federico Tajadura Iso.
Su aplicación en Fitero
En virtud de estas reformas, el personal del
Consultorio Médico local, quedó adscrito al Centro
de Salud “Miguel Servet” de Cintruénigo. Los médicos del pueblo, Dres. Luis
Castillo y Felipe Forcada dejaron de ser funcionarios municipales, nombrados y
pagados por el ayuntamiento, pasando a ser funcionarios de la Diputación Foral.
También el farmacéutico, D. Agustín Catalán dejó de serlo por jubilación,
quedando extinguida la plaza de farmacéutico titular y convertido su
establecimiento en farmacia libre, aunque siguió despachando las recetas
médicas de los afiliados a la Seguridad Social.
El INSALUD
(Instituto nacional de la Salud) creó una nueva plaza de Practicante, que fue
desempeñada provisionalmente, en un principio, por la Srta. María Antonia
Yanguas ATS (Ayudante técnica sanitaria), contratada por un plazo de medio año,
desde mayo de 1987, a la cual sucedió, durante mes y medio, la Ser. Juana Gastón,
de Ribaforada, hasta que, en diciembre del mismo año, vino a ocupar la plaza en
propiedad la Sra. Raquel Merino, diplomada de enfermería por la Universidad de
Navarra. Desaparecieron, pues, las titulares de médicos y farmacéutico, así
como las igualas, a excepción del Practicante, D. Jesús Luzuriaga, el cual, por
ser optativa la transición, prefirió seguir como funcionario del Ayuntamiento.
Tanto Fitero
como Cintruénigo quedaron adscritos al Hospital Comarcal “Reina Sofía” de
Tudela, inaugurado el 20 de febrero de 1986.
El Consejo de Salud de Zona
Para el mejor
funcionamiento de la Reforma Sanitaria, se creó el Consejo de Salud de zona, el
cual estaba compuesto en 1988, por 17 miembros, entre los que figuraban los
vecinos siguientes: 1) Los concejales, Sres. Javier Fernández Gracia y Jesús
Martínez Bermejo, por el Ayuntamiento; 2) el profesor, D. Francisco del Campo
Antolín, por el Consejo Escolar; 3) la Sra. María Jesús Vergara Pérez, por la
Asociación de Padres de Alumnos; 4) d. Carmelo Calleja Ochoa, por SOCOFIDECO; y
el Dr. Luis Castillo Bazo, por el equipo médico local.
Entre las
funciones del citado Consejo, se cuentan: informar a la población de los
programas de Salud de la Zona; hacer sugerencias y presentar iniciativas para
una mejora de la atención sanitaria; dar cuenta aen la memoria anual de las
actividades del equipo; promover la protección de los derechos de los usuarios;
aprobar los horarios de funcionamiento del Centro de Salud y de los
consultorios locales, así como los servicios de asistencia continuada
(urgencias). El consejo de Salud se reúne una vez al trimestres; y en la sesión
celebrada en febrero de 1988, se aprobaron los horarios siguientes.
Horarios y servicios de los médicos
De 9 a 10 de
la mañana: avisos a domicilio – De 10 a 12: consulta de demanda en el
Consultorio local – De 12 12,30: Descanso – De 12,30 a 13,30: consulta
programada; es decir, del enfermo citado previamente por el médico, para hacer
su historia clínica – De 15,30 a las 17,00: reuniones de equipo de asistencia
primaria, reconocimientos escolares, programas de docencia (conferencias de
especialistas) y visita de enfermos programada a domicilio. Con una excepción:
los miércoles de 15,30 a 17, visita de puericultura para los niños de 0 a 7
años, previa citación, llamando al Centro de Salud de Cintruénigo, teléfono
número 811475.
A partir de
las 17 horas, comienza el servicio de urgencia, a cargo del médico de guardia
que figura en la tablilla del Arquillo: servicio que se prolonga hasta las 9 de
la mañana siguiente. Durante estas horas, hay que llamar primero al
busca-personas. De junio a septiembre, este servicio funciona desde las 15
horas hasta las 9 de la mañana siguiente.
Horarios y servicios de los A.T.S.
(Practicantes)
De 9 a 10 de
la mañana: avisos a domicilio; y los lunes, miércoles y viernes, a la misma
hora, extracciones de sangre, inyectables de dos veces al día y diabéticos – De
10 a 11,15 h.: recetas de enfermos crónicos (faltos de riego, hipertenseos,
etc.) – De 11,15 a 12: consulta programada (control de obsesos, hipertensos,
diabéticos y, en general, de enfermos crónicos) – De 12 a 12,300: Des canso –
De 12,30 a 13,30: inyectables y curas (un ATS pone las inyecciones y el otro
hace las curas) – De 13,30 a 14: avisos a domicilio – De 15,30 a las 17:
reuniones de reconocimiento escolar, consulta programada de enfermería a
domicilio y reciclaje (conferencias). A partir de las 17, comienza el servicio
de guardia para las urgencias e inyectables de cada 12 horas, durando este
servicio hasta las nueve de la mañana siguiente. En el verano, el servicio de
Guarda de los ATS funciona a las mismas horas que el de los médicos.
ESTADO SANITARIO DEL VECINDARIO EN
1988
En 1980, nos
dirigimos al Dr. Luis Castillo Bazo, para que nos contestase a un cuestionario
sobre el estado sanitario del pueblo, que fue publicado por la revista FITERO
80. Desde entonces hasta hoy, el funcionamiento de los servicios sanitarios ha
sufrido la reforma descrita en el párrafo anterior y esta vez, nos hemos
dirigido a nuetro médico de cabecera, el Dr. Ignacio Forcada, para que nos
suministrase algunos datos sobre el mismo tema. Hélos a continuación.
“La Sanidad
en Fitero, en el año 1988, no ha sufrido variaciones sustanciales, en relación
a la de los años anteriores de esta década. Seguimos teniendo una población
cuya edad media es muy elevada. Casi un 21 % de la misma tiene una edad
superior a los 65 años, con todos los problemas sanitario-asistenciales que
esta situación conlleva. Sin duda ha mejorado en cuanto a medios, gracias a la
apertura del “Hospital Reina Sofía” de Tudela, que soluciona gran parte de los
problemas, que, apenas hace dos años, teníamos que derivar a Pamplona. Pero son
los mismos procesos crónicos los que congestionan las consultas médicas. Me
estoy refiriendo a problemas médicos con la hipertensión, los procesos bronco-
pulmonares y los diversos tipos de reumatismos. En cuanto a los procesos
agudos, nos encontramos en la misma situación. Se trata de las enfermedades
virales que afectan al aparato respiratorio, las cuales consumen el mayor
tiempo de las consultas de los sanitarios de Fitero. Por lo demás, las
consultas siguen masificadas y nadie está contento con ellas: ni los enfermos
ni el personal dedicado a atenderlos. Ahora hay un proyecto que esperemos se
lleve a cabo, con el cual se solucionaría, de alguna manera, el barullo de esta
masificación. Me refiero a la división de la Sala de Espera en dos espacios
independientes (se realizó en octubre de 1988).
De todos
modos, estamos en un periodo interesante de la pequeña historia sanitaria de
Fitero. Es un reto para toda la población el saber adoptar el nuevo sistema.
Sobre todo, se va a ver favorecida la medicina preventiva, mediante programas
dedicados a toda la población, dividiéndola en grupos de riesgo: población
infantil, programa escolar, programa de la mujer, enfermos crónicos, etc. Pero,
en todo caso, nos costará algún tiempo poder beneficiarnos del desarrollo de
estos programas.
El Equipo de
Atención Primaria “Miguel Servet” de la Zona Básica de Salud a la que pertenece
Fitero, redacta una Memoria Anual de su funcionamiento, en todos los aspectos,
y de ella hemos entresacada los datos siguientes, relativos a nuestro
vecindario. No son ciertamente suficientes, pues se refieren únicamente a los
dos últimos meses de 1987 y a los dos primeros de 1988: pero sirven para que
los vecinos tengan alguna idea de cómo marchan los servicios sanitarios en la
actualidad. Hélos aquí.
Consultas realizadas
por los sanitarios de Fitero, durante los meses de noviembre y diciembre de
1987.
Consultas
médicas a domicilio: Noviembre (42), Diciembre (50)
Idem en el
Consultorio local: Noviembre (863),
Diciembre (728)
Botiquín de
Enfermería: Noviembre
(467), Diciembre (527)
Consultorio
de Enfermería: Noviembre (77),
Diciembre (201)
Incidencia de
enfermedades más comunes atendidas en Fitero, durante los meses de enero y de
febrero de 1988.
Rinofaringitis
aguda: Enero
(80) Febrero (135)
Bonquitis y
bronquiolitis: Enero
(60) Febrero (110)
Faringitis: Enero
(58) Febrero (108)
Amigdalitis: Enero
(17) Febrero (52)
CAPÍTULO II
LA BENEFICENCIA PÚBLICA
I ÉPOCA ABACIAL
La sopa conventual de los indigentes
Las
principales manifestaciones de la Beneficencia del Monasterio fueron dos: la
comida diaria de los indigentes en la Portería del Convento, junto al Arquillo,
y el sostenimiento de un Hospital para los enfermos pobres.
Naturalmente
no nos ocupamos de las limosnas erogadas ocasionalmente por los Abades y
los vecinos ricos, pues se trataba de
socorros particulares, siendo escasos los documentos que los testifican. Una
excepción memorable es la donación de 200 ducados que hizo una vez a la Villa
el Abad electo, Fr. Luis Álvarez de Solís, en 1584, para socorrer a algunas
personas sumamente necesitadas[1].
Por lo que se
refiere a la sopa conventual, su cantidad y calidad variaban, según la índole
de los encargados de controlarla, hacerla y repartirla. Con los abades,
cillereros y porteros de buena conciencia, los indigentes comían, por lo menos,
pasablemente, mientras que con los tacaños y poco escrupulosos, sucedía lo
contrario. En 1571, el entonces visitador del Monasterio, Fr. Luis Álvarez de
Solís, dictó para la reforma del mismo 49 disposiciones, que no tienen
desperdicio y de las que transcribimos la siguiente:
“Item mandamos al P. Abad, Prior y Cillerero hagan y
manden hacer más largas limosnas en este pueblo, pues gozan mucha hacienda dél
y somos informados que ay en él muchas necesidades, las quales, en consciencia
y conforme a derecho, es obligado a proveer el monasterio, pues lleva los
diezmos y primicias y otras rentas dél, y mandamos al P. Abad que tenga al
Portero qual convenga par lo susodicho y para el regalo de los pobres, porque
somos informados que el Portero que ahora es, es mui desgraciado y áspero con
ellos, y si así no lo hiciere, lo castigue y quite del officio, y a los pobres
les dé vino, quando lo quisieren, pues ay tanto y tan barato y se acostumbrado
en el Monasterio.[2]”
Esta
reprimenda y orden significan que, con el Abad que había entonces, Fr. Martín
de Egüés y de Gante, se trataba mal a los pobres del pueblo, lo que no tiene
nada de extraño, pues Fr. Martín malgastaba las rentas de la Abadía con sus
parientes tudelanos y en sus devaneos, y ni siquiera a los mismos monjes, que
eran tan solo una docena daba apenas de comer, por lo que se introdujo la
tripartición, por Cédula de Felipe II del 18 de julio de 1566: disposición que
aprobó el Papa, Gregorio VIII, en 1580.
Dos
siglos después, siendo Abad, por segunda vez, Fr. Adriano González de Jate, de
infeliz memoria para los fiteranos, la famosa sopa conventual se reducía a dar
a los mendigos transeúntes y del pueblo, al mediodía, en la Portería, “menos de un quarterón de pan, de clase muy
ínfima”, aunque a “algunos, por
conocimiento u otra recomendación se les da un quarterón, y a otros, olla
caliente de simples berzas, con algunos desperdicios infelices de las sobras de
la comunidad”, siendo pocos los pobres que lo recibían[3].
Aclaremos que
un cuarterón de pan era la cuarta parte de una libra navarra, equivalente a 93
gramos, y que la clase ínfima de pan era la de tercera, de la que una libra
valía medio real. Por supuesto, los frailes comían pan de primera clase, y a
sus criados, pastores, etc. les daban de segunda. En el Inventario de los
bienes del Monasterio, hecho en 1835, previamente a su cláusula definitiva,
todavía se anotaron en él diversos efectos, relativos a la sopa conventual.
Así, entre los 78 de la Cocina, se mencionaba “el jarro de cobre para la comida
de los pobres” (f. 139 v); entre los Granos, “cien arrobas de patatas, destinadas a los pobres” (f. 130); y en el
cuarto del Mayordomo, “una mesa de cortar
para los pobres, con su cuchillo” (f. 130 v.).
El Hospital de los Pobres
La obra
realización benéfica importante del Monasterio fue la fundación y sostenimiento
de un Hospital. El Tumbo de Fitero
consigna, a este propósito, que “Fr.
Marcos de Villalba hizo de su tercera parte el Hospital que tiene el Monasterio
para recoger a los pobres”[4].
Desde luego, no lo ponemos en duda; pero anotemos que no fue el primer hospital
que hubo en el pueblo, pues Villalba fue Abad en 1590-1591, y consta que, a
mediados del siglo XVI, existía ya otro, que databa del 2º o del 3º cuarto de
dicho siglo. Ignoramos la fecha de su fundación, el lugar en que estuvo instalado
y si fue creado a iniciativa del convento, de la Villa o de ambos, a la vez. En
todo caso, en el Protocolo de 1557 del escriban, Sebastián Navarro, figura ya
dicho hospital y el nombre del hospitalero, Juan Osorio; y en el de 1558, se
conserva una copia del testamento otorgado el 28 de mayo de este año, por los
acaudalados esposos, Juan Martínez de Azcoitia y María Serrano, en el que se
mandan, entre otras cosas, que se den al Hospital “una cama de reja, onesta” y 20 ducados, los cuales se deberían poner
a renta, y el Mayordomo del Hospital emplearía las 60 tarjas de sus réditos “en dar substancia y refección a los enfermos
que hubiere”, y si no hubiese ninguno, en otra cosa útil al mismo Hospital[5]. (Una
tarja equivalía a 0,02 de 1 ducado viejo de oro).
Es, pues,
incuestionable que, por lo menos, desde mediados del siglo XVI, funcionaba en
Fitero este Hospital primitivo. En cuanto al 21, es decir, al de Villalba, fue
construido por el Maestro Albañil, Andrés de Inestrillas, entre 1591-1592, por
150 ducados[6]. ¿Dónde estuvo situado…?
Tampoco lo sabemos. En todo caso, el 25 de agosto de 1595, se hizo un
inventario de este segundo Hospital, ante el cillerero, Fr. Bernardo Pelegrín,
y el hospitalero, Domingo Muro, que arrojó la siguiente dotación.
“4 camas de
pino, nuevas, con sus jergones y cordeles nuevos; 1 rodapiés de red menuda,
todo de crucetas; 1 sobrecielo; 19 sábanas: 2 de tela cruzada, con cordón de fraile, nuevo, sin mojar; 1 de
cáñamo y ropa terciada, nueva; 1 de cáñamo, terciada y raída; 1 de cáñamo, tramada
de estopa y lino, raída; 1 de cáñamo, raída; 1 de cáñamo, nueva, de tres
ternas; 1 mediana, de tres ternas, vieja; 1 de cáñamo, terciada, vieja; 1 de
cáñamo y estopa, de dos ternas rayadas; 1 de tres ternas, rota, vieja; y 1 del
todo rompida. Además 4 sobajenes nuevos y 1 mojado; 2 manteles nuevos y 2
mojados; 4 almohadillas viejas y 2 nuevas; 1 paño de mesa; 4 cabezales rotos; 4
lieseras: 1 amediada, 1 vieja, 1 del todo vieja y 1 mediana; 1 manta de
bancales, rota; 1 sobrecama colorada, vieja; 2 lieseruelas viejas; 4 raseles: 1
viejo y 3 viejos y rotos; 2 cándiles; 1 asador y unas trébedes sin pies.
El 1 de
noviembre del mismo año, se le entregaron al hospitalero 2 mantales, 5 sábanas,
6 almohadones de cáñamo, 1 colchoncillo y 1 rodapiés de cáñamos[7].
Téngase en
cuenta que, según Fr. Luis Álvarez de Solís, en su Visita de 1571, Fitero tenía
ya entonces más de 300 vecinos[8].
Es de suponer
que, cada vez que cambiaba el hospitalero, se hacía un recuento de los efectos
del Inventario, anotando las bajas o altas correspondientes, o haciendo un
inventario nuevo.
Entre los que
consultamos del siglo XVII, figuran los de 1603 y 1630. En el de 1603, anota el
escribano D. Miguel de Urquizu I censo al quitar (es decir, redimible) del Abad
y del Hospital contra diego Navarro y su mujer; lo que indica que los vecinos
acomodados seguían contribuyendo al sostenimiento del benéfico establecimiento.
En 1630, fue nombrada hospitalera Agueda Aguado; y en 1641, falleció el
hospitalero, Pedro Aragón.
Ni que decir
tiene que, como en el caso de la sopa conventual, la administración y
manutención del Hospital marchaban de acuerdo con la conciencia rígida o laxa
de los abades, priores, cillereros y hospitaleros que lo manejaban. Hacia 1770,
el Concejo de la villa se quejó oficialmente del trato poco humanitario que
estaba dando el Monasterio a los pobres del pueblo, y el Abad, Fr. Adriano
González de Jate dirigió al Rey, Carlos III, el 26 de febrero de 1771, un
Memorial en el que, con vaguedades exculpatorias, hacia estas curiosas
declaraciones: “Se da todos los días a los pobres olla cocida, hecha a
propósito, sin entrar en esta cuenta las sobras que quedan de la comida de los
monjes. Se asiste a los enfermos pobres, a representación del Médico, con
ración de pan y carnero, y se mantiene el Hospital de ropa, raciones y
medicinas. Todos los años, se compran dos piezas de paño para vestir a los
pobres del pueblo y se aplican al mismo efecto los hábitos viejos que dejan los
monjes, cuando les dan los nuevos; y se hacen muchas otras limosnas, tanto
comunes como particulares”.
El Lic.
Volante de Ocáriz, apoderado del concejo, se encargó de aclarar
desfavorablemente, en su “Pedimento de la Villa de Fitero”, lo que había de
cierto en estas afirmaciones del altanero Abad. Su valioso documento data del
23 de diciembre de 1772 y se conserva todavía en el Archivo de la Parroquia.
Repasando los
Libros de Difuntos de ésta, se encuentran, de vez en cuando, partidas de
inhumación interesantes de los que morían en el Hospital. Una de las más curiosas
es laque consta en el Libro II, número 68, f. 95. En ella se dice que el 15 de
diciembre de 1757, fue enterrado Joseph Espinosa, representante de la Compañía
de Feliciano Planelles, natural y residente en Madrid. “No testó por falta de
bienes. Pagaron su entierro y sepultura los representantes de su Compañía; y de
sus vestidos y lo poco que tenía, se hizo almoneda, y lo que se sacó se empleó
en misas por su alma y en 11reales de vellón que se le dieron a la hospitalera,
por haberlo asistido bien en su enfermedad.- Firmado: Fr. Diego Alonso, Vicario
de Fitero.”
La Fundación
Lejalde
Unos años
antes de la supresión del Monasterio, un fiterano distinguido hizo una
fundación benéfica, que, aunque sin verdadera importancia, vale la pena de
anotar por la rareza del caso, hasta el punto de que se le dedicó una calle. Se
trata de la Fundación Lejalde, hecha el 28 de noviembre de 1826, por D. Manuel
María Adriano Lejalde, Oidor jubilado del Supremo Consejo de Su Majestad en el
Reino de Navarra y vecino de Pamplona. Se redujo a dar una limosna anual a 4
familias pobres de Fitero, prefiriendo a sus parientes, en igualdad de
condiciones, aunque vivieran fuera del pueblo. Para ello entregó en hipotecas a
D. Joaquín Octavio de Toledo, vecino de Corella, y a D. José María Igal, vecino
de Pamplona, 20.000 reales fuertes, equivalentes a 2.000 duros, los cuales
producían, al 5ª de interés, una renta anual de 100 duros; o sea, 2.000 reales
vellón. Según su voluntad, se formó un Patronato de la Fundación, formado por
el Alcalde y Regidores, y el Párroco o Vicario de Fitero[9].
II
ÉPOCA CIVIL
La Beneficencia Municipal
La clausura
del Monasterio en 1835 significó un desastre para los más pobres del pueblo,
que quedaron prácticamente abandonados a su suerte, pues la institución
posterior de la Beneficencia municipal solo representó un inocuo y descolorido
paliativos. Suprimida la comida conventual y reducido al mínimo vital los
salarios, las familias de los jornaleros se las veían negras para poder subsistir.
Sobre todo, en las temporadas invernales en que sobrevenían lluvias y nieves
prolongadas, entonces frecuentes. En tales ocasiones el Ayuntamiento socorría
provisionalmente a las familias más necesitadas, repartiéndoles pequeñas
raciones de comestibles (pan y alubias o garbanzos, o sardinas arenques, etc.).
Todavía en 1913, LA VOZ DE FITERO, en su número 48, correspondiente al 2 de
marzo, insertaba esta gacetilla. “El
viernes, 21º de febrero, a consecuencia del temporal de nieves, se repartió a
los pobres raciones de una libra de pan y media escudilla de alubias por
persona.” Era indispensable que los beneficiarios no poseyeran ni un palmo
de terreno y que estuviesen inscritos en las listas de la Beneficencia
Municipal. El principal servicio de ésta consistía en suministrar a los pobres
gratuitamente médico, practicante y medicinas, en caso de enfermedad grave,
tramitando su ingreso en el Hospital Provincial de Pamplona, si se estimaba
necesario. Las peticiones de admisión en la B. M. eran frecuentes, en la
segunda mitad del siglo XIX, a causa de la pobreza reinante en el pueblo. Así,
en la sesión del Ayuntamiento del 28 de marzo de 1886, se acordó incluir en ella
a 16 vecinos más, rechazando a otros 6 solicitantes[10]. Es
que, de vez en cuando, los peticionarios no eran jornaleros eventuales, cargados
de familia, sino vecinos desaprensivos, que tenían un trabajo fijo remunerado,
pero querían aprovecharse de los servicios médicos. Farmacéuticos que daba
gratis la B. M., en perjuicio de las familias verdaderamente necesitadas. O sea,
una de tantas manifestaciones de la clásica picaresca española. Lo peor del
caso es que, gracias a la complicidad de autoridades caciquiles sin escrúpulos,
lo conseguían más de una vez, como lo demuestra el acuerdo tomado por el
Ayuntamiento, presidido por D. Juan Cruz Lahiguera, en la sesión del 27 de
abril de 1902. Consistió en eliminar de la B. M. a 42 familias, incluidas
indebidamente en ella. Figuraban entre ellas las de un alguacil, un albañil, un
cartero, un practicante, un tabernero, un yesero, los hijos de unos
propietarios, etc., etc.[11] A
fines del año anterior, exactamente el 26 de diciembre de 1901, el Ayuntamiento
había tenido que aprobar una cuenta suplementaria de 84 pesetas; que le
presentó el farmacéutico, D. Fernando Palacios, por los medicamentos
suministrados a 21 familias pobres, que sobrepasaban las listas de la
Beneficencia[12]. Como se ve, estas listas
estaban desbordadas, por incluir a más de 40 vecinos que no tenían derecho a
figurar en ellas.
Al
industrializarse el pueblo en la década de 1860-1870, el número de los
beneficiados de la B. M. comenzó a decrecer rápidamente, de manera que en 1972,
solo quedaban inscritos 14 vecinos y en la actualidad, ya no hay ninguno.
Una curiosa
costumbre de la B. M., que se prolongó hasta 1969, fue el reparto de bonos que
hacía el Ayuntamiento a los pobres de la localidad, la víspera de la Virgen de
la Barda, y que se anunciaba pomposamente, en los Programas de las Fiestas. En
1922, estos bonos eran de 1 peseta con la que los pobres no podían evidentemente
darse un festín; pero, al menos, les permitía darse un hartazgo de churros y de
abadejo.
El Hospital
Municipal
Con la
extinción del Monasterio, quedó más o menos abandonado el Hospital que
sostenía, aunque continuó funcionando, a cargo del Ayuntamiento, como Hospital
Municipal según se desprende de algunas defunciones ocurridas en él, como la de
Eulogia Liñán, el 20 de enero de 1850.
Ahora bien,
no sabemos a ciencia cierta donde estuvo instalado. Al parecer –y por los
rastros que han quedado de él-, ocupaba, hacia mediados del siglo XIX, el
edificio anterior y siguientes de la casa actual número 35 del Barrio Bajo; o
sea, en el extremo izquierdo de dicha
calle, antes de su prolongación moderna. Con esta ubicación frente a la acequia
del Molino, la cual estaba entonces descubierta, su situación no podía ser más
inadecuada, a causa de la humedad. En la revista FITERO 83, hicimos insertar
una fotografía de su exterior. Por lo demás, el Inventario de 1835 nombra
expresamente a esta casa del Barrio Bajo y anota que “estaba incorporada al
Hospital de la Villa” (f. f. 93 v y 94).
En el acta de
la sesión del Ayuntamiento del 7 de julio de 1953, se lee que se reunió
precisamente para poner remedio al “estado
triste y lamentable en que se encuentra el Hospital, sobre todo, después de la
muerte de la última Hospitalera[13]”.
Por de
pronto, se acordó formar una Junta Directiva del Santo Hospital, que no tenía
nada de santo, sino de mugroso. Se compuso del Alcalde, D. Pedro Ignacio Sanz,
como Presidente y 6 Vocales: el Cura Ecónomo, D. Joaquín Aliaga, D. Fernando
Atienza, D. José María Martínez, D. Manuel Abadía, D. Ignacio Calleja y D.
Hilario Carrillo. Dicha Junta quedó instalada el 15 de julio de 1863, adoptando
12 resoluciones, francamente inocuas. Fueron las principales la 4ª y la 8ª,
referentes al nombramiento de un Administrador anual y de un Visitador semanal:
cargos en que se turnarían los individuos de la Junta; y la 10ª, en que se
acordó pedir a una Compañía de Cómicos
de la Legua que actuaba por entonces en la Villa, que hiciera una función a
beneficio del Hospital y que se hiciese “una
demanda (o colecta) por el pueblo,
excitando la caridad de los vecinos, por ser época oportuna”. Además se
resolvió que la Juna de Beneficencia, junto con el Ayuntamiento, harían un
pedido anual de las ropas y efectos, que se necesitaran para el año siguiente.
El 20 del
mismo año, se hizo un Inventario del Hospital, que puso de manifiesto el estado
miserable en que se encontraba. Helo aquí.
“4 colchones
de rescabos y 1 de lana, en mal uso; 1 marfega de maíz, de tela blanca; 4
bultos de almohadas, en mal uso>; 6 sábanas de cáñamo, muy usadas; 46
servilletas; 12 paños de mano; 1 medio mantel viejo; 12 camisas de hombre y 12
de mujer; 13 fundas blancas de almohada, con guarnición, y 2 sin ella; 2
sobrecamas encarnadas; 1 colcha con guarnición; 2 cobertores de bayeta; 10
vendas; 1 rollo de franela para vendajes y 6 paños para hilas; 1 madejilla de
hijo blanco; 2 albornias; 7 platos; 2 tazas de sangrar; 2 velones de lata; 6
sillas de anea y 1 de Moscovia y 2 cordeles para camas”[14].
La 1ª
“demanda” fue hecha el 7 de noviembre de 1854 y consistió en 6 sábanas de todas
clases, 5 paños de manos, 8 servilletas, 1 mantel, 10 fundas blancas de
almohada y 10 de color, 4 camisas de hombre y 4 de mujer, 1 gorro blanco, 1
clásico de algodón blanco, 2 sillas de anea y 1 velón de hoja de lata.
En 1857,
pagaban al hospitalero, Gregorio Aguerri, 10 reales al mes; y a la encargada de
la limpieza de la ropa, Claudia Carrillo, pequeñas cantidades, según el número
de piezas. Por ejemplo, el 28 de noviembre del mismo año, le pagaron 17 reales,
por la limpieza de la ropa de tres camas y por componer y rehacer 6 colchones y
jergones.
Los ingresos
del Hospital solían nutrirse por entonces de limosnas testamentarias y
donaciones de vivos, de rifas, del producto de la Bula de Cruzada, regalado por
el Obispo de la diócesis de Tarazona, y del uso del bañador del Hospital. Así
el Cargo de 1859 arrojó 962,60 reales de beneficio, proveniente de 4 limosnas
testamentarias (640 reales vellón); de rifas (III, 60 reales); de 3 limosnas de
particulares (47 reales); del producto de la Bula de Cruzada (800 reales) y de
usar el bañador (4 reales).
Otra pequeña
fuente de ingresos era la Cajeta de San Antonio, colocada en el altar de este
Santo. La mitad de lo que se recogía en ella, era para el Pan de los Pobres o
Pan de San Antonio, y la otra mitad, para el Santo Hospital.
El número de
enfermos que ingresaban en el Hospital era muy variable y su costo venía a ser
de 2 reales por día de estancia, siendo gratuito para los inscritos en la
Beneficencia Municipal. En 1858, ingresaron 15; en 1874, 70; en 1884, 9; en
1896, 13; y en 1902, 12.
Curiosamente,
rara vez aparecen en este Libro gastos en medicamentos. En 1896, solo 4,20
pesetas y en 1901, 26,50 peseta, por los suministrados por el farmacéutico, D.
Fernando Palacios Pelletier. En cambio, no son infrecuentes los gastos en
sanguijuelas, que ponía el practicante Isidoro Madurga, cobrando 2 reales por
cada una.
El Balance de
1901, en que acabó de funcionar este Hospital, administrado entonces por D.
Juan Olóndriz, arrojó un activo de 5.489 pesetas y unos gastos de 394,79
pesetas.
El Hospital de San Antonio
En realidad,
el antedicho Hospital Municipal era mísero y dejaba mucho que desear, por lo
que fue sustituido por el Santo Hospital de San Antonio, el cual fue abierto el
21 de diciembre de 1902, siendo Alcalde D. Juan Cruz Lahiguera, y Párroco, D.
Martín Corella. Se instaló en la Plaza de las Malvas, ocupando la planta baja
de la Residencia de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana, en el antiguo
convento cisterciense. Se encargaron de él las mismas Hermanas, cuya Superiora,
en Fitero, era, a la sazón, la Hermana Petra Goñi. Ejercía el Patronato de este
Hospital una Junta compuesta por el Alcalde, el Párroco y el Secretario del
Ayuntamirento, como Vocales natos, y otros cuatro vecinos designados por el
Ayuntamiento, de entre los cuales se elegía al Administrador. El flamante
Hospital tenía 10 camas, distribuidas en dos Salas (una para los hombres y
otra, para las mujeres) y acogía a enfermos indigentes de ambos sexos, por un
periodo discrecional, que ordinariamente era de 15 días, pasados los cuales,
los enfermos, cuando el caso lo requería, eran trasladados al Hospital
Provincial de Pamplona. A las Hermanas se les dio, en un principio, por este
servicio, 500 pesetas anuales y una asignación diaria por enfermo, que oscilaba
entre 0,50 y 1 pesetas, según su número. Como se comprenderá, con esta
raquítica asignación, las Hermanas no podían regalar a los hospitalizados con
manjares. Treinta años después de su fundación, en una comunicación oficial,
hecha el 19 de marzo de 1932, al Presidente de la Junta Provincial de
Beneficencia de Navarra, por el Alcalde D. Jacinto Yanguas, se hacía constar
que el Hospital de la localidad no poseía fincas rústicas ni urbanas y que sus
valores públicos consistían en los siguientes:
a) en cinco acciones de la Deuda
Provincial por valor de 2.500 pesetas.
b) en dos imposiciones anuales en el
Crédito Navarro 9.000 pesetas
c) en dos imposiciones de la Caja de
Ahorros de Navarra: 7.000 pesetas.
d) en diez acciones de la Caja de
Crédito Popular: 250 pesetas.
Total: 18.750
pesetas.
Las cuales
producían un interés anual de 809.
De esta su suma se daban 700 pesetas anuales a las Hermanas de la
Caridad, y con el resto, se atendía, en parte al pago de las estancias de los
enfermos, a lo que contribuían las limosnas de los particulares, pues no podía
hacerse con solo 109 pesetas, que era el sobrante de los intereses. El Hospital
de San Antonio duró 68 años, habiéndose hospitalizado, durante ellos, algo más
de medio millar de enfermos, con más de 1.500 días de estancia. Su existencia
fue verdaderamente precaria, sobre todo, en sus últimos tiempos (década de
1960-1970) en que ya no recibía ninguna subvención del Ayuntamiento y se
sostenía con limosnas de toda especie y con una parte proporcional del Cepillo
de la Parroquia.
Su último administrador fue D. Julián Tovías, quien nos suministró todos
estos datos.
Las Conferencias de San Vicente de
Paul
Seis meses antes que el Santo Hospital de San Antonio, fue fundada, en
mayo de 1902, otra institución benéfica importante: Las Conferencias de San
Vicente de Paul. Empezaron con 46 socios y su primer Presidente fue el Notario
de la localidad, D. Juan José Hernando, cuyo retrato, así como el de su padre,
D. Pablo –ambos de Caspe- se conservan en el cuarto trasero de la sacristía. En
un principio, las Conferencias socorrieron a unos 20 pobres a los que daban,
cada semana, media docena de medallas, canjeables en los comercios por
comestibles, jabón, telas, etc. y además 1 pan y 1 litro de leche. Por Navidad,
les regalaban como aguinaldo 1 pantalón, 1 par de alpargatas, 1 toquilla, etc.
Los socios eran de dos clases: activos y honorarios, agrupados en dos
secciones: masculina y femenina. En 1967, los socios activos eran 22 y se
reunían todos los domingos, en la sacristía con el Párroco, después de la Misa
de Doce, echando secretamente cada uno su limosna en una bolsa común. Después
visitaban domiciliariamente a los varones pobres y enfermos, necesitados de su
socorro, el cual variaba, según las disponibilidades de la asociación. Los
socios honorarios eran, en dicho año, 95 y contribuían con suscripciones
voluntarias, ordinariamente trimestrales. A su vez, las socias activas eran
entonces 7; y las honorarias, 180. Las activas se reunían asimismo en la
sacristía, los miércoles de cada semana, después de la Misa parroquial y
terminada la recaudación, hacían igualmente sus visitas a domicilio a las pobres
y enfermas, en situación precaria. A los socios y socias honorarias se les
cobraban sus suscripciones a domicilio, contribuyendo también el Ayuntamiento
con una subvención anual, la cual fue de 300 pesetas en dicho año 1966.
La sección masculina de la Conferencias desapareció hace años, al mejorar
sensiblemente la situación económica del pueblo, con su industrialización. Pero
todavía subsistía la femenina en 1980, en el que socorría de 7 a 10 ancianas
necesitadas, cada mes. Contaba con 150 socias, las cuales ya no daban a
aquellas medallitas canjeables, sino dinero contante y sonante.
La Residencia San Raimundo
Nos ocupamos de ella en este capítulo, por ser una obra altamente
benéfica, aunque no sea precisamente una institución de Beneficencia, en el sentido
tradicional de la palabra, puesto que los residentes pagan mensualmente, por
adelantado, sus pensiones correspondientes. Sencillamente es una Residencia
privada de Ancianos, análoga, hasta cierto punto, a las fundadas por la
Seguridad Social. Por lo demás, no solo admite a vecinos de Fitero, sino a
señores y señoras procedentes de cualquier provincia de España.
Ocupa la parte baja del ala Norte del antiguo Monasterio Cisterciense,
donde estuvo instalado antaño el Hospital de San Antonio. Las obras de
adaptación y de ampliación comenzaron en junio de 1970, siendo realizadas por
el Maestro Albañil, Alfonso Fernández Ortega y su equipo, terminándose
prácticamente en el verano de 1974. La iniciativa y financiación de esta
institución se debió a las acaudaladas hermanas fiteranas, Señoritas Rosalía y
Mercedes Francés, a quienes todavía no se ha dedicado en la Residencia una
placa de recuerdo que creemos bien merecida. La Residencia San Raimundo cubre
una superficie de 833 metros cuadrados y consta de 15 recámaras, con 1, 2 ó 4
camas cada una. La mayoría tiene cuarto propio de aseo, y algunas, además,
medio baño.
Por otra parte, hay dos amplios cuartos de aseo comunes: uno, para los
hombres; y otro, para las mujeres, con lavabos, retretes, ducha y bañera. Otras
dependencias de la Residencia son 1 enfermería con 2 camas 1 comedor, 1 office,
1 ropero, 1 lavadero, 1 cuarto en el que está instalada la maquinaria principal
de la calefacción central y 1 amplio y cómodo salón de estar, con una pequeña
biblioteca y un buen aparato de televisión en colores. Desde este salón, se
puede pasar directamente a la iglesia parroquial, sin necesidad de pisar la
calle.
En otro aspecto, la libertad de los pensionistas es completa, pues sus
únicas obligaciones se reducen a no venir de la calle a acostarse tarde y a
acudir puntualmente a las comidas. Sus horarios son los siguientes: las 9,15
horas para el desayuno; las 134, para la comida del mediodía; y las 17,15, para
la merienda; y las 20 horas para la cena, excepto en verano que es a las 20,30
horas.
La Residencia San Raimundo fue inaugurada oficialmente el 10 de
septiembre de 1972, estando todavía sin terminar; pero, desde principios de la
primavera de 1971, había ya acogido al matrimonio fiterano, formado por
Hermógenes Fernández y María Jesús Latorre, que fueron los primeros residentes.
Desde su inauguración, el servicio está a cargo de una parte de la
comunidad local de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana, habiendo sido las
primeras la Superiora, María del Rosario Arzoz y Pérez de Zabalza, y las
Hermanas, Luisa Espinosa Puerto, Petra Solana Mayayo y Trinidad Burgui Resano.
La segunda Superiora fue la Hermana Asunción Ayo Amézaga y la tercera y actual
la Hermana, María Josefa Huguet Bronte. Merecen un recuerdo tre Hermanas, que
trabajaron posteriormente en la Residencia: Montserrat Ursúa, Remedios
Bartolomé y Emérita Arana. Las dos primeras viven todavía, en Portugalete y
Collado de Villalba, respectivamente; y la tercera falleció en Fitero, el 18 de
marzo de 1987.
La administración de la Residencia corre a cargo de una Junta, presidida
por el Alcalde, y compuesta además por el Párroco como Capellán, el Secretario
del Ayuntamiento, un Administrador y cuatro Vocales (primitivamente cinco). La
Junta primitiva estuvo formada por los Sres. Sras. Siguientes: el Alcalde, D. Miguel Mesa; el
Secretario del Ayuntamiento, D. Antonio Sayas; el Párroco, D. Ramón Azcona; el
Administrador, D. Julián Tovías; y los vocales, D. Celestino Huarte, D. Javier
Falces, D. José Pérez y las Sras. María Eulalia Ruiz de Mendoza y Concepción
Latorre. De esta Junta primitiva murieron los Sres. Mesa, Tovías y Pérez, quien
había sustituido como Administrador al Sr. Tovías; fue trasladado el Sr. Azcona
y causó baja por enfermedad la Sra. Latorre; de manera que, en 1988, la Junta
estaba formada por el Alcalde Constitucional, D. Carmelo Aliaga; el Secretario
del Ayuntamiento, D. Antonio Sayas; el Párroco, D. Julián Redín Legorburu; el
Administrador, D. Jesús Fernández Gracia; y 4 Vocales; las Sras. Eulalia Ruiz
de Mendoza y Victoria Duarte; y los Sres. Celestino Huarte y Joaquín González
Alfaro.
En el mismo año, estaban al servicio de la Residencia las Hermanas, Mª
Josefa Huguet, Luisa Espinosa, Petra Solana, Trinidad Burgui, Remedios Fuster y
Trinidad Fernández, ayudadas por las empleadas civiles de hogar: las Sras.
María Teresa Moreno, María Isabel Yanguas, Carmen Montejo y Ángeles Garbayo,
que trabajaban por horas.
El 21 de marzo de 1982, el pueblo y el Ayuntamiento homenajearon a la
Hermana Petra Solana, al cumplir 54 años de estancia en Fitero. El Ayuntamiento
le regaló una medalla conmemorativa de oro. El ocho de agosto de 1987, se
cumplió el primer Centenario de la venida e instalación en Fitero de las
Hermanas de la Caridad de Santa Ana y, con tal motivo, la Comunidad fue objeto
de un gran homenaje oficial y popular, recordando el suceso una placa
rectangular de mármol, colocada frente a la entrada de la Residencia y
descubierta oficialmente por el Alcalde, D. Carmelo Aliaga, el 8 de septiembre
de 1987, en plena Novena de la Virgen de la Barda. Su texto es el siguiente.
EL PUEBLO Y AYUNTAMIENTO DE FITERO
A LAS HNAS. DE LA CARIDAD DE SANTA ANA,
EN EL CENTENARIO DE SU LLEGADA
Y ESTANCIA EN FITERO
EN RECONOCIMIENTO A SU LABOR
8-8-1987
Posteriormente
el mismo Ayuntamiento regaló a la Comunidad un gran cuadro en el que, sobre un
amplio pergamino, figura lateralmente el escudo de la Villa, y debajo, una
larga cinta roja de la que pende una medalla de oro del Municipio. En la parte
central del mismo, una inscripción, en caracteres góticos, dice lo siguiente:
M. I.
AYUNTAMIENTO
DE FITERO
LAS HERMANAS
DE LA CA-
RIDAD DE
SANTA ANA, DESDE LA LEJANA
FECHA D¡8 DE
AGOSTO DE 1887, HAN VENIDO
REALIZANDO
UNA ABNEGADA Y BENÉFRICA TA-
REA EN LOS
CAMPOS DE LA ENSEÑANZA Y
ASISTENCIA
SOCIAL DE ESTA LOCALIDAD
POR ELLO,
CUMPLICO EL CEN-
TENERIO DE SU
PRESENCIA, CONFORME AL ACUERDO
DEL 25 DE
AGOSTO DE 18987, EN RE-
CUERDO Y
HOMENAJE DEL M. I. AYUNTA-
MIENTO DE
FITERO, HACE CONSTAR SU
AGRADECIMIENTO.
POR EL M. I.
AYUNTAMIENTO.
(A
continuación, figuran las firmas autógrafas del Alcalde, D. Carmelo Aliaga y
del resto de la Corporación Municipal.)
A principios
de 1988, la Residencia albergaba a 12 hombres y 18 mujeres pensionistas.
Añadamos,
para terminar, que la Residencia posee, en el Cementerio Municipal, un terreno
propi, para enterrar a los que mueren en ella; aunque, si son fiteranos, suelen
ser inhumados en las tumbas de sus familiares.
La Seguridad Social
Incluimos en
este capítulo la Seguridad Social, porque indudablemente sus servicios constituyen
una gran obra de Beneficencia, organizada por el Estado, con la cooperación de
los ciudadanos, en beneficio de todas las clases sociales.
Entre los
antecedentes de la Seguridad Social, figura el Retiro Obrero Obligatorio, bastante
anterior. Su organización y puesta en marcha fue objeto de varios Reales
Decretos y, entre ellos, el del 24 de julio de 1921, relativo a la Inspección.
Con que, cinco días después, en la sesión del Ayuntamiento de Fitero del 29, a
propuesta del Alcalde, D. Donaciano Andrés, se acordó afiliar a él a todos los
empleados municipales, pagando mensualmente sus cuotas correspondientes. Y en
cuanto a los obreros eventuales que necesitara la Corporación, se acordó fue la
famosa OCHENA, que 37 años más tarde, permitió la afiliación a la Seguridad
Social de no pocos vecinos del pueblo[15]. En
1988, todavía quedaban algunos antiguos ocheneros, que cobraban en tal
concepto, 1.140 pesetas mensuales suplementarias, además de la pensión
correspondiente de la Seguridad Social.
El
funcionamiento de la Seguridad Social en Fitero dato de julio de 1958, a través
de la MUTUALIDAD NACIONAL DE PREVISIÓN AGRARIA, dependiente del Ministerio de
Trabajo. Según la información de D. Ángel Melero Díez, que estuvo 25 años al
frente de esta Comisión, el primer censo de afiliados en Fitero totalizó 526,
distribuidos en tres clases: Trabajadores del campo autónomos o por cuenta
propia, 306; fijos, 102 y eventuales, 108. La Mutualidad Agraria daba a los
trabajadores fijos y eventuales toda clase de prestaciones en vigor: de
nupcialidad, natalidad, enfermedad, invalidez y vejez. Los autónomos gozaban de
análogas prestaciones, pero no tenían derecho al Seguro de Enfermedad; es
decir, a los servicios de médico y farmacia. Ahora bien, en caso de ingreso en
Clínica, la Seguridad Social, les cubría todos los gastos de operaciones y
medicinas. El monto de las prestaciones de la Seguridad Social en Fitero,
durante el año de 1971 ascendió a 4.800.000 pesetas.
Posteriormente
la clasificación de los trabajadores se simplificó, reduciéndolas a dos
categorías: trabajadores por cuenta propia (autónomos) y por cuenta ajena (los
fijos y eventuales).
Los
beneficios que percibían unos y otros eran los mismos: nupcialidad, natalidad,
enfermedad y subsidio de defunción. A partir de 1982, los trabajadores por
cuenta propia que lo deseasen, podían acogerse a la mejora de Incapacidad
Laboral Transitoria, abonando una cuota especial de 800 pesetas mensuales.
En 1985, el
censo de la Mutualidad Agraria en Fitero comprendía 197 trabajadores del campo:
83 por cuenta ajena, los cuales pagaban una cuota mensual de 3.903 pesetas; 69
por cuenta propia, con I. L. T., que pagaban 7.676; y 45 por cuenta propia sin
I.L.T, que abonaban 6.505 pesetas al mes. Ni que decir tiene que los
trabajadores no campesinos gozaban de análogas prestaciones de la Seguridad
Social.
CAPÍTULO III
BANCOS Y COMPAÑÍAS DE SEGUROS
I
SUCURSALES Y CORRESPONSALÍAS
BANCARIAS
La actividad
bancaria en Fitero solo data de la primera década del siglo XX y las sucursales
y corresponsalías de los Bancos fueron, por orden cronológico, las siguientes.
Caja de Crédito Popular
Fue la
primera institución bancaria de la Villa. Se abrió a principios de febrero de
1906, como una delegación de la Federación Católico-Social Navarra, la cual
tenía su sede central en Pamplona. Las primeras oficinas de la Caja de Crédito
Popular estuvieron instaladas en el edificio número 9 del Paseo de San Raimundo
(antiguo Palacio del Abad) y el primer Presidente de su Junta fue D. Hilario
Falces Carrillo. En su primer año, hizo solamente 24 préstamos por valor de
3.375 pesetas, e ingresó en su Caja de Ahorros 1.728,3 pesetas. Ahora bien, 15
años después, o sea, en 1921, sus entradas en Caja fueron 479.097,23 pesetas, y
sus salidas 476.434,04.
En este año,
fue nombrado Secretario de la misma el organista de la Parroquia, D. José María
Viscasillas que desempeñó su cargo en la Caja hasta su jubilación en 1970; es
decir, durante medio siglo. Hacia la segunda mitad de la década de 1940-1950,
la Caja trasladó sus oficinas a un piso de la casa número 27 de la Calle
Alfaro, propiedad de D. Ángel Grávalos; y en la primera mitad del decenio de
los años 60, se instaló en un edificio propio, levantado de nueva planta, en el
número 17 de la misma calle. Hacia el comienzo del decenio de los 50, cambió de
nombre, tomando el de Cooperativa Agrícola – Caja Rural Católica de Fitero,
hasta 1970, en que la Caja Rural Católica fue absorbida por la Caja Rural de
Navarra, subsistiendo aparte, aunque muy precariamente, la Cooperativa
Agrícola.
La Agrícola
Fue una
sucursal del Bando del mismo nombre cuya sede central estaba en Pamplona. Su
primer Director fue D. Domingo Huarte, con un sueldo anual de 2.000 pesetas. En
la sesión del Ayuntamiento del 22 de abril de 1921, se leyó una petición suya,
solicitando que no se le hiciera tributar por tal concepto, porque, según un
acuerdo de la Diputación Foral, estaban exentos de contribuir los empleados que
no ganasen más de 2.501 pesetas. Y así se acordó.
El segundo
Director fue D. Manuel Pina Rezábal, quien ya lo era en marzo de 1922. La vida
de esta sucursal, como de las demás de LA AGRÍCOLA, fue efímera y calamitosa,
pues fue clausurada inesperadamente, por suspensión de pagos, en perjuicio de
no pocos vecinos, el 13 de junio de 1925. Había sido abierta en los bajos de la
casa número 22 de la Calle Mayor, en abril de 1919, de manera que solo duró
algo más de seis años.
El Crédito Navarro
Su sede
central estuvo en Pamplona y abrió su sucursal fiterana, el 23 de junio de
1929. Su balance de 1921 dio un movimiento total de fondos de 11.752.836,61
pesetas, de las cuales 2.511.015,88 correspondieron a cuentas corrientes y
514.000 a imposiciones. Fue el Banco de Fitero más importante de su época,
pues, en 1967, su movimiento de fondos, solamente durante el mes de agosto,
ascendió a 45.068.000 pesetas y en 1971, solo durante el mes de julio, subió a
63.062.000 pesetas; es decir, un aumento, al cabo de 4 años, de cerca de 18
millones, en solo un mes. Sus primitivas oficinas estuvieron instaladas en la
calle Lejalde, números 57-59. Más tarde, pasaron a la Calle Mayor, número 37, y
por fin, a un edificio propio que levantó en la Plazuela de San Antonio y que
fue inaugurado, el 15 de marzo de 1968. En 1973, tenía tres empleados y era su
director, D. Julio Aznar González, habiendo sido ya absorbido por el BANCO
CENTRAL.
Banco Vasco
Abrió una
sucursal en Fitero a comienzos de 1925, en los bajos de la casa número 7 de la
calle del Pozo, a cargo de D. Víctor Falces; pero fue cerrada en septiembre del
mismo año, por suspensión de pagos de su Casa Central.
La Vasconia
Tuvo desde
1930 una corresponsalía, dependiente de la sucursal de Corella; pero no ha
operado ininterrumpidamente, sino con intermitencias. En 1972, estaba a su
cargo D Javier Fernández Gracia. Sabido es que las corresponsalías bancarias se
limitan a la cobranza de letras y, por lo mismo, los corresponsales no tienen
despachos especiales.
Banco de Bilbao
También tuvo
una corresponsalía, dependiente de la sucursal de Tudela, a cargo
primitivamente de D. Raimundo Azpilicueta y, más tarde, del comerciante de
tejidos, D. Rufino Maculet, fallecido en 1943. Fue suprimida en la década de
los 70.
Banco Hispano-Americano
En la tercera
década de este siglo, tuvo asimismo una corresponsalía, a cargo de D. Rafael
Escolano, quien, pocos años después, pasó a ser director de la sucursal del
mismo, en Tudela de Navarra.
Banco Español de Crédito
Hacia
mediados de este siglo, tuvo igualmente una corresponsalía, a cargo primeramente
del maestro de escuela, D. Albino Galán, y posteriormente, del comerciante D
Luis Bozal.
Caja de Ahorros Municipal de Pamplona
Inauguró su
prestigiosa sucursal de Fitero, el 15 de marzo de 1964 y sus primitivas
oficinas estuvieron en los bajos de la casa número 2 de la Calle Mayor; pero en
1984, las trasladó a una amplia y lujosa bajera de un edificio nuevo de la
calle de la Villa, nº 16. Su director es el comerciante de tejidos, D. José
Burgos Vergara. Las operaciones de ahorro que realizó en 1970, ascendieron a 22
millones de pesetas.
Caja de Ahorros de Navarra
Primeramente
tuvo una corresponsalía local, desde marzo de 1964, a cargo de D. Ángel Melero
Díez, la cual dependía de la sucursal de Corella; pero en 1979, se convirtió en
sucursal, dependiente de la casa central de Pamplona, y abrió sus oficinas en
los bajos del nuevo edificio de la Calle Mayor, número 1, bajo la dirección de
D. Raimundo Azpilicueta, a quien sucedió en 1983, D. Valentín Carranza.
Caja Rural de Navarra
Como ya hemos
anotado, absorbió la Caja Rural Católica de Fitero en 1970 y sus oficinas
continuaron en el mismo local de ésta, en la calle Alfaro, número 17, hasta
que, en 1984, pasaron a ocupar la bajera de la casa número 55 de la Calle
Mayor. Su director, desde 1981, es D. Luis Miguel Yanguas.
Banco Central
Absorbió al
Crédito Navarro, a finales de 1972 y, desde entonces, su sucursal fiterana
opera en el mismo local de éste último. Su director en 1985 era D. Luis María
Añón Huarte y el volumen de operaciones, en el primer semestre de dicho año, ascendió a 2.897 millones de
pesetas.
Banco Guipuzcoano
Inauguró su
sucursal de Fitero, el 12 de mayo de 1980. Primeramente estuvo instalado en los
bajos de la casa número 38 de la Calle Mayor, pasando en 1986 a la bajera del número 26 de la misma calle. Su primer
director fue D. Ignacio Chivite Sigüenza y su volumen de operaciones en cuentas
corrientes, libretas y créditos, en solo el mes de mayo de 1985, alcanzó los 84
millones.
II
AGENCIAS Y REPRESENTACIONES DE COMPAÑÍAS DE SEGUROS
La
actuación de las Compañías de Seguros en Fitero data del primer decenio del
siglo XX, lo mismo que los Bancos. Las primeras que operaron fueron LA AURORA,
LA VASCONIA, LA CELTIBÉRICA y LA CATALANA, cuyas placas metálicas de
propaganda, ya viejas y oxidadas, se ven todavía en las fachadas de algunas
casas. En un principio, su actividad fue lenta y raquítica, pues la mayoría del
pueblo era pobre y no tenía nada que asegurar, mientras que los vecinos ricos,
salvo contadas excepciones, no veían las ventajas de pagar un precio cierto,
por unos riesgos inciertos. Dicha actividad cobró mayor impulso, hacia mediados
del siglo, y se aceleró desde 1966. En 1972, actuaban en Fitero las nueve
Compañías Aseguradoras siguientes:
La Aurora
Su casa matriz
está en Bilbao y se dedica a toda clase de seguros individuales: de vida, de
accidentes de trabajo, de incendios, de vehículos, de casa, etc. Su agencia es
la más antigua de las existentes en el pueblo, y en 1972, estaba a cargo de D.
Javier Fernández Gracia.
Caja Navarra contra accidentes
agro-pecuarios o Mutua Patronal de accidentes de trabajo
Es
patrocinada por la Diputación Foral de Navarra y su casa central se encuentra
en Pamplona. Su objeto es asegurar a los patronos contra los accidentes de sus
operarios, en las faenas del campo. La Agencia de Fitero data de 1918 y era
entonces la número 199. En 1972, estaba a cargo de D. José María Viscasillas.
La Vasco-Navarra
Su casa
central radica en Pamplona y realiza toda clase de seguros individuales. Su
representación fiterana data de 1940, y en 1972, la ostentaba Doña María Melero
Díez, viuda de José Luis Azpilicueta. En 1985, su Delegación comarcal en Tudela
era su hijo, D. José Luis Azpilicueta Melero.
La Mutua General de Seguros
Su casa
matriz está en Barcelona y su actividad abarca toda clase de seguros
individuales y colectivos. Su agencia local se remonta a 1947, y en 1972,
estaba a cargo de D. Cesáreo Tovías Frías.
Mutua San Fermín, Mutualidad Ibérica
de Seguros, Mutua transportista del Norte de España
Constituyen
tres secciones de una misma Compañía aseguradora, cuya representación en Fitero
data de 1950 y depende de la Agencia de Tudela. Su casa central está en
Pamplona y opera con casi toda clase de seguros, individuales y colectivos. En
1972, ostentaba su representación en Fitero D. Miguel Azpilicueta.
Assurances Générales
Como lo
indica su nombre, se trata de una compañía de origen francés cuya representación
fiterana data de 1966. Depende de la sucursal de Tudela y opera con seguros
individuales. En 1972, estaba a cargo de D. Fernando Escudero Magaña.
Mutua Rural de Previsión Social
Depende del
Ministerio de Trabajo y se dedica exclusivamente a accidentes de trabajo agrícolas.
Su Agencia en Fitero data de 1968 y depende de la Delegación de Pamplona. En
1972, corría a cargo de D. Ángel Melero Díez.
Minerva – La Condal
Minerva era
una corresponsalía de la Agencia del mismo nombre de Pamplona, dedicada a toda
clase de seguros. Databa de 1968 y también la ostentaba el Sr. Melero Díez;
pero fue absorbida por La Condal en 1985.
Para terminar
esta información, añadamos que el total de los vecinos asegurados por las citadas
Compañías, en 1972, era de unos 1.500; y el monto de sus pólizas ascendía a
unos dos millones.
Todas las
representaciones citadas continuaban todavía en 1985, a excepción de la
Minerva.
CAPÍTULO V
LA PUGNA SECULAR ENTRE EL PUEBLO Y LA
ABADÍA
Sus orígenes: la dictadura de Egüés
II
Data del 29
de septiembre de 1542. De acuerdo con las primitivas Ordenanzas Municipales,
concertadas por los vecinos, el 20 de agosto de 1524, con el Abad, Fr. Martín
de Egüés y Pasquier (Egüés I), cada año se procedía, el día de San Miguel, a la
elección de hombres buenos, para gobernar el pueblo. Se les llamaba jurados,
porque juraban defender los intereses del
vecindario, y su nombramiento lo hacían, de consenso mutuo, el Aba y los
vecinos, “tanto su Merced como el pueblo,
y el pueblo como su Merced”. Pero he aquí que, el 29 de septiembre de 1542,
el joven Abad, Fr. Martín de Egüés y de Gante, sobrino y sucesor del anterior,
desapareció de Fitero, dejado un billete con los nombres de aquellos a quienes
otorgaba los cargos; y como no eran sujetos de la confianza del pueblo, éste
nombró a otros. Entonces el Abad entabló un proceso contra el vecindario,
pretendiendo que estaba en posesión de la jurisdicción temporal del lugar. El
pueblo se opuso a tal pretensión y, al año siguiente, la Villa construyó un
horno en la casa del Concejo, para que los vecinos cocieran el pan en él, sin
acudir al horno público del Monasterio, levantado por el Abad anterior. Egüés
II prohibió utilizar este servicio e interpuso un nuevo pleito ante el Consejo
Real de Navarra[1]. A su vez, la Villa, en
1544 presentó al Consejo Real un extenso y documentado alegato, titulado Probanzas del Fiscal y los de Itero contra
el abad y monjes de la Villa, sobre jurisdicción baja y mediana, redactado
por el Lic. Pedro Garcés, en el que se hacían contra Egüés II y sus frailes las
más graves denuncias de inmoralidad, avaladas por les vecinos más conspicuos,
las cuales descalificaban por completo a Egüés II, para ejercer la jurisdicción
temporal de la Villa[2]. Pero,
a pesar de su comprobación, no fueron tomadas en consideración. Era aquella
época, en los medios señoriales y clericales, un tiempo de absolutismo político
férreo y de moral relajada, y el Consejo Real de Navarra, por sentencia de
vista /2 de abril de 1546) y de revista (7 de septiembre de 1947), sentenció a
favor de la Abadía. Ello comportaba el derecho de nombrar por sí sola, al
Alcalde, Regidores y demás cargos públicos, convirtiendo al Aba en señor de la
Villa, y a los fiteranos en simples vasallos
suyos.
Primera tentativa de independencia
La mayoría de
los vecinos –un total de 117 sobre 200-, no se conformó mansamente con esta
degradación y se dirigieron a Felipe II, quien, por Real Cédula de 1548, les
concedió licencia para construir en los Montes de Tudején, una nueva población
independiente de los frailes. Desde luego, la mayoría de los vecinos, no
adheridos expresamente a este proyecto, también estaban conformes con él, pero
no se atrevieron a manifestarlo, por depender económicamente de la Abadía.
Egüés II y su
comunidad se opusieron al cumplimiento de esta Cédula, recurriendo una vez más
a sus amigos del Consejo Real de Navarra, los cuales dictaminaron en contra de
ella, logrando más tarde la aquiescencia del Consejo Real de Castilla; por lo
que Felipe II, al cabo de 15 años, resolvió, el 25 de julio de 1563, que no
había lugar a la pretensión de los fiteranos[3].
Entre tanto, Egüés
II, no contento de haberse convertido en un Señor absoluto del pueblo, logró
convertirse asimismo en su señor absoluto espiritual, sin sometimiento a
ninguna autoridad eclesiástica, ordinaria ni metropolitana. Por de pronto,
obtuvo del Papa Paulo IV, el 19 de enero de 1557, el privilegio personal, de
carácter vitalicio, de celebrar Misa de Pontifical, no solo con báculo, como ya
lo venía haciendo, sino también con mitra, pectoral, anillo y demás ornamentos
episcopales.
En vida de San
Raimundo, el Monasterio había dependido del Obispado de Calahorra, ya que el
territorio de Fitero pertenecía entonces a Castilla; pero, a su muerte, tras un
pleito que se alargó más de 20 años, pasó a depender del Obispado de Tarazona.
Y así siguió durante 400 años, hasta que Egüés II, valiéndose de sus mañas e
influencias, convirtió a Fitero en una diócesis
mullius, independiente de Tarazona. El caso es que, durante más de una
década de su abadiazgo, pareció aceptar la jurisdicción de Tarazona, pues en
1554, el Obispo de la misma, D. Juan González Munebrega, acudió a itero en
Visita Pastoral, y Egüés II, avisado previamente, no opuso ningún reparo. Mas,
cuando el Oficial Episcopal comenzó a leer en el púlpito los obligados mandatos
de Visita, los monjes se sintieron heridos en sus libertades (las poco
edificantes que se habían tomado ellos) y cortaron la lectura del Edicto. A
continuación, Egüés entabló pleito contra el Obispo y aunque lo perdió en
primera instancia (20 de noviembre de 1557), maniobró en seguida habilidosamente,
y lo ganó, en grado de revista, 19 meses después (10 de mayo y de 1559),
declarando el Consejo Real de Navarra que el Aba de Fitero estaba en posesión
del ejercicio de la jurisdicción espiritual del pueblo, sin intromisión del
Obispo de Tarazona; y el 23 de julio de 1560, el Papa Pío IV confirmó esta
situación.
Ni que decir
tiene que la Villa aceptó de mal grado esta nueva escalada autoritaria de su
Abad, quien no se distinguió precisamente por sus virtudes ni por su buen
gobierno.
De las 49
disposiciones que tomó el Visitador de los monasterios navarros, Fr. Luis
Alvarez de Solís en 1571 (es decir, a los 31 años de abadiazgo de Egüés II), se
deduce que este calamitoso Abad no frecuentaba el coro ni el oficio divino ni
decía misa con regularidad (1); que no solía acudir los viernes al Capítulo (2);
que tenía la iglesia en un estado indecente (3); que permitía a los monjes
tener dinero propio; que, por las noches, se cerraba la portería del Convento
muy tarde (18); que se trataba mal a los pobres que acudían a la sopa
conventual (20); que la comida de los religiosos era deficiente y que además se
hacían en las distinciones odiosas entre los mayores y menores (25); que se
atendía mal a los religiosos enfermos (27), etc., etc.
Por su parte,
un historiador tan poco sospechoso de antimonaquismo como D. José Goñi Gaztambide,
canónigo archivero de la Cátedra de Pamplona, escribe en su discretísima Historia del Monasterio Cisterciense de Fitero, estas significativas líneas:
“Martín de Egüés II estaba lejos de ser
el Aba ideal. Ligero y mundano, había entrado por la puerta falsa… No había que
espera que hiciese milagros un joven que, a los 20 años, llegaba al cargo de
Abad, por medio de uno de los abusos más detestables de la época del
Renacimiento. Gastaba tan alegremente las rentas del Monasterio, que fue
necesario dividirlas en tres partes: una para el Abad, otra para los monjes y
la tercera para la fábrica[4]”.
Ni que decir
tiene que estas rentas procedían del trabajo y privaciones de los vecinos del
pueblo a los que explotaba desconsideradamente, como cualquier señor de horca y
cuchillo, pues apenas se sintió en posesión segura de la jurisdicción temporal
y espiritual de Fitero, empezó a tomar medidas drásticas contra sus oponentes,
sometiendo al vecindario en general a las más humillantes servidumbres.
Excusado es decir que la mayoría del pueblo odió a Egüés II hasta su muerte. Y
aún después de ella, pues los cofrades de Santa Lucía –cofradía fundada por él
en 1543- arrancaron las hojas del libro en que constaba la fundación y borraron
todas las firmas de tal Abad[5].
Tres siglos
de relaciones tormentosas
Las
relaciones entre el pueblo y la Abadía fueron siempre las de un matrimonio
forzado y mal avenido. El historiador D Florencio Idoate escribe a este propósito
que “los fiteranos aborrecieron siempre el poder que personificaban los Abades
y batallaron cuanto pudieron, para independizarse, pero en vano. Tendría que
llegar la época de la desamortización para logarlo, tras varios siglos de
servidumbre[6]. Testigos mudos de esta
batalla secular eran los miles de documentos, relativos a los pleitos entre el
pueblo y la Abadía, que se conservaban atados ne una veintena de fajos, en el
Archivo del Monasterio, al tiempo de sus supresión en 1835.
Ya en la
citada Visita de 1571, hecha por Fr. Luis Álvarez de Solís reprochaba, en su
disposición 12, al Abad, Fr. Martín Egüés y de Gante (Egüés II), que “se han gastado y gastan munchas quantidades
de dineros en pleitos y por cosas temporales[7]”. Pero no por eso
se enmendó. Ni él ni sus sucesores, entablando frecuentes procesos, no solo con
los vecinos del pueblo y sus Ayuntamiento, sino con los de Alfaro, Cintruénigo,
Corella, Tudela, etc.
En su Abaciologio de Fitero, el historiador D.
Vicente de la Fuente, refiriéndose al Abad, Fr. Hernando de Andrade
(1615-1624), consigna que este Abad “se
vio precisado a sostener grandes pleitos con Fitero y Alfaro, de cuyas resultas
decayeron las rentas de la Comunidad[8]”.
En el curioso
Pleito de los Bandos, de 1634, el
Abad, Fr. Plácido del Corral declaraba al Consejo Real de Navarra que “los
acusados y todos los vecinos de la dicha Villa (Fitero) siempre se han mostrado
y muestran muy apasionados y malafectos contra el dicho Convento, por los muchos pleitos que con él han y
tienen, como es notorio a Vuestra Real Corte[9]”. El
curioso Pleito de los Bandos es un ejemplo típico de esta mutua desafección.
Aunque, según el Tumbo de Fitero, cuando se necesitaba la Confirmación, la hacía
el Abad (A.H.N.; f. 559 v.), el 10 de mayo de 1634, el Teniente de Alcalde del
Crimen, Juan de Oñate y Barea, tomando en cuenta una carta del Obispo de
Tarazona, que acababa de llegar a Cintruénigo para confirmar, mandó al
pregonero de la Villa, Juan de Peña, que anunciase por pregón a los vecinos que
los que quisieren confirmar a sus hijos, podían bajar a Cintruénigo, en los dos
días siguientes. Tal pregón enfureció al Abad, quien mandó a continuación echar
otro pregón, prohibiendo que ningún vecino lo hiciese sin su licencia, bajo
pena de 150 ducados, aplicados a la Cámara Apostólica. Esta prohibición
encrespó los ánimos, y, a pesar de la amenaza, muchos vecinos bajaron a
Cintruénigo a la confirmación. Entonces el Abad acudió a la Corte de Navarra,
pidiendo su apoyo para prender a los culpados y aplicarles las penas
correspondientes. Pero el Concejo, asesorado por el abogado corellano, Lic.
Bayo, apeló contra tal pretensión[10]. Fue
inútil, pues el Consejo Real, como de costumbre, dio la razón al Abad y la
Villa fue condenada a pagar una multa de varias libras y las costas.
A veces, los
mandamás del Convento entablaban pleitos por fruslerías increíbles. Por
ejemplo, el ya citado Abad, Fr. Hernando de Andrade se querelló en 1622 contra
los demás representantes abaciales en las Cortes de Navarra, pretendiendo que
correspondía al Abad de Fitero el primer asiento entre ellos. ¿Razones…? Entre
otras, porque era dueño solariego y señor de la populosa Villa de Fitero
(entonces de unos 400 vecinos) y porque su Monasterio era el más rico de todos
los navarros, ya que sus rentas alcanzaban unos 9.000 ducados anuales. “La riqueza es calidad considerable”
alegaba orgullosamente el Abad.
Otro pleito
análogo, pero más chusco, es el promovido por el Abad, Fr. Francisco Fernández
en 1665, pues se trataba del asiento de preferencia que, según él, correspondía
al Abad de Fitero, en las corridas de todos que se celebraba en Pamplona!!![11].
Con la misma
facilidad y futulidad con que armaba pleitos el Monasterio, lanzaba
excomuniones contra los vecinos y autoridades civiles del pueblo, y de los
pueblos vecinos. He aquí algunos casos. En 1615, el Prior Fr. Bernardo
Pelegrín, Presidente del Monasterio en sede vacante, lanzó excomunión, orden de
captura y penas contra los regidores del pueblo y varios particulares de la
villa, por haber dispuesto traer uvas de fuera!!!
En 1621,
habiendo apresado el Alcalde ordinario al alguacil del Convento por
desobediencia, el Provisor de éste expedió un auto para que se lo entregase a
él inmediatamente, bajo pena de excomunión.
En 1627, el
Abad Corral amenazó con excomunión mayor a los Mayordomos de las Cofradías de
la Parroquia, si no le entregaban los libros de las mismas, en el plazo de tres
días[12].
Con esta
mentalidad quisquillosa y pleitista, tan poco evangélica, no es de extrañar
que, en el interior del Convento, predominasen las discordias, las banderías y
las intrigas y las intrigas parad. Vicente de la Fuente anota en su citado
Abaciologio de Fitero que, durante el sabio gobierno del Abad, Fr. Bartolomé
Ramírez de Arellano (1788-1792), “el Monasterio gozó de una paz de que había
carecido, durante más de cien años”[13].
Más de una
vez, llegaron los monjes a las manos dentro del Convento y, según cuenta José
Uranga, en una ocasión, fueron encarcelados ocho frailes, por haber apaleado a
un compañero[14].
LA VISITA DE LOS TESTAMENTOS
Entre las
múltiples fuentes de ingresos que poseían los monjes de Fitero, figura una que
desconocíamos y que sorprendimos en el manuscrito del Archivo Parroquial,
titulado Libro de los Autos de Visita de
las Cofradías; Hospitales, de memorias y obras pías, de Capellanías,
Aniversarios y memorias de misa; y de testamentos. En realidad es, sobre
todo, de los testamentos, pues de los 138 folios que tienen escritos, 121 se
refieren a ellos. Sus anotaciones van de 1627 a 1836.
Ignoramos si
el Derecho Canónico y Civil de Navarra, en los siglos XVII y XVIII autorizaban
a los Vicarios de las parroquias a inspeccionar los testamentos de los vecinos,
para ver si se cumplían las cláusulas relativas a los sufragios ordenados por
sus almas. Es lo que se llamaba Visita de Testamentos. Tampoco sabemos si los
vecinos estaban obligados a consignar en sus testamentos, un número mínimo de
misas, en proporción a los bienes netos que poseían. En todo caso, esto es
cabalmente lo que hacían los monjes, al menos, en Fitero, con los que morían ab intestato, es decir, sin hacer
testamento. Ese mínimo de misas era la quinta parte de los bienes limpios que
dejaba el difunto. En el folio 70 del citado Libro, el Provisor y Vicario
General de la Villa, Fr. Tomás de Arévalo, explicaba así el sistema que
seguían.
“El día 7 de septiembre de 1736, murió Joseph
Carrillo Martínez, ab intestato, por lo que hecha información y tasación de sus
bienes conforme a derecho, y en cumplimiento de nuestra obligación, dispusimos
los sufragios en la forma siguiente, del quinto de sus bienes, descontadas las
cargas y deudas contra ellos: Por el entierro, misas de cuerpo presente,
nocturnos, cabo de año, sepultura y anal (el anal o añal era una ofrenda que se
hacía por los difuntos en el primer aniversario de su muerte), 111 reales. Item
8 de dos aniversarios que mandamos fundar, 240 reales de principalidad, y la
restante cantidad hasta 1.000 reales, que hemos computado ser la quinta parte
de sus bienes, que son 649 reales, por otras tantas misas rezadas.” Es
decir, que de los 5.000 reales de capital neto del difunto José Carrillo, se
quedaron los frailes con 1.000. Ahora bien, el producto de este quinto de los
bienes del difunto, se dividía en el Convento en dos mitades: uno iba a parar
al Depósito de los Monjes, y la otra quedaba a cargo del Provisor y Vicario General,
quien las repartía entre sus compañeros a su arbitrio; es decir, entre sus más
amigos. Así, en el abintestato de Santiago Sanz y Liñán, muerto el 6 de abril
de 1773, el Provisor y Vicario General, Fr. Alberico Echandi dice que el
albacea Francisco Polo “pagó 200 reales
fuertes para las Misas (que eran 200), de las cuales 100 se entregaron al P.
Depositario, y las otras 100 misas se repartieron así: 10 al Sr, Abad; de 30 me
encargué yo; 15 al P. Ángel; 20 al P. Prior; 15 al P. Philipe; y 10 al P.
Ambrosio”. (Los demás se quedaron sin nada. 1 real fuerte equivalía a 2,5
reales de plata o vellón).
Lo más
insólito de esta práctica lucrativa era su aplicación a los niños, que,
entonces como ahora, no podían testar. En el folio 77 del citado Libro, consta
que el 12 de mayo de 1741, murió el niño de 10 años, Pedro de Huete. Se le
quiso aplicar estrictamente la práctica del quinto de sus bienes (es decir, de
los de sus madre, que debía ser una viuda acomodada); pero ésta protestó ante
el citado icario General, Fr. Tomás de Arévalo, conviniéndose al fin en que se
le haría un entierro mayor (el más caro) y se le dirían 200 Misas. El 1 de
Septiembre, murió, a su vez, su hermanita, Teresa de Huete, y se convino en lo
mismo. Teresita tenía 8 años.
En el folio
103, del mismo Libro, se lee esta anotación del Vicario General, Fr. Anselmo de
Arbués: “En (13 de octubre de 1768),
murió ab intestato Francisco Montoya Crespo, natural de Santurce, Obispa de
Calahorra, y por no tener más que unos vestidos nuevos que el difunto entregó a
Joseph Cordón, para que le pagase el entierro, éste se obligó al de cuerpo
presente, el entierro, se dirá de Misas
y de ello dará cuenta el dicho Cordón al P. Vicario General”. Un
amanuense de la Vicaría escribió más tarde debajo: “Satisfecho todo en 18 de
febrero de 1770[15]”.
LA RENOVACIÓN HUMILLANTE DE LSO
CARGOS PÚBLICOS
Fue obra del
Abad, Fr. Martín de Egüés y de Gante (Egüés II). Ya cuando tomó posesión de su
cargo, el 25 de julio de 1540. Al día siguiente de la muerte de su tío, después
de las ceremonias celebradas en el convento y en la iglesia, en presencia de
los frailes, salió a la Plaza pública, acompañado de los testigos Micer Martín
de Mur, el Dr. Martín Miguel Munárriz, del Justicia de Tudela, Roger Pasquier y
del Notario de Tarazona, Jerónimo Blasco y allí vinieron a su presencia el
Alcalde , Pedro Ximénez y el Jurado, Juan de Vea, no acudiendo el otro Jurado,
Juan Aguado, porque estaba doliente; y asimismo el Teniente de Alguacil, Diego
Ximénez, en ausencia del Alguacil, Juan de Arguixo, y el Promotor fiscal, Juan
de Bayona, a los que dijo que, por muerte de su antecesor, habían quedado
vacantes sus oficios, y seguidamente les quitó las varas. Ellos protestaron, alegando
que estaban en posesión de ellas, por haber sido nombrados para sus cargos el
día de San Miguel, por los vecinos, como era costumbre, llevando después los
nombramientos a la aprobación de los abades, y que por consiguiente, no
consentían en tal renovación, para que de ellos no se les causase perjuicio.
Egüés II admitió la protesta, levantándose de ella un acta notarial, y a
continuación, les volvió a nombrar y les dio las varas, porque, según dijo,
hacían bien el oficio, asignándoles los salarios ordinarios. Ellos juraron en
manos del nuevo abad, quien, acompañado del Alcalde y Jurados, anduvo por las
calles del pueblo, hasta la Puerta del Río (al final del Barrio Bajo) y la
Puerta de Santa Lucía (en las inmediaciones del actual Humilladero), donde las
abrió y cerró, diciendo que, con estos actos, tomaba posesión del pueblo y en
él, como cabeza, de todas las granjas, tierras, molinos, etc.[16]
Semejante
toma de posesión fue el preludio de lo que hizo dos años despuésl para imponer
su dictadura personal, alzándose con la jurisdicción civil, baja y mediana, de
la Villa. Una vez conseguida ésta, no se anduvo con disimulos ni remilgos e
introdujo la costumbre de renovar los cargos públicos anuales, en la misma
iglesia, de esta despótica y humillante manera.
Llegado el
día de San Miguel, se revestía de pontifical y sentándose en una silla
prelaticia, en medio del Altar Mayor, mandaba llamar al Alcalde y los Jurados,
por medio de su Alguacil. A continuación, el Alcalde subía el primero, se
arrodillaba en las gradas ante el Abad y éste le quitaba la vara, preguntándole
en alta voz “que por quien la había
tenido hasta allí”. El alcalde debía responder que “por mano de su Paternidad Reverendísima, porque era suya”, y
entonces el Abad se la devolvía o se la daba a cualquier otro vecino, escogido
por él. En todo caso el que la recibía, tenía que prestar juramento de cumplir
bien con su cargo y afirmar que dejaría la vara, “siempre que su Paternidad Reverendísima se lo mandase, sin valerse de
que era suya ni remedio alguno”. La misma humillante escena se desarrollaba
seguidamente con los Jurados, el Escriban, el Promotor Fiscal, los Alguaciles y
el Nuncio o pregonero, haciéndoles declarar que sus cargos los tenían por
voluntad y nombramiento del Sr. Abad y que solo los tendrían, “durante su voluntad y no más”,
confirmándolos en el acto en los mismos o destituyéndolos y nombrando a otros
vecinos, sin más explicaciones.”
Esta escena
sonrojante se repitió ya en adelante, como costumbre, por los demás abades,
salvo en el periodo de 1630-1670, en que el Concejo obtuvo el ejercicio de la
jurisdicción baja y mediana sobre la Villa.
RECEPCIONES ACCIDENTADAS DE LOS
ABADES
El despótico
gobierno de Egüés II, durante 40 años. No mató, sin embargo, las aspiraciones
del pueblo a independizarse del dominio del Convento, sino al contrario. Eso se
vio ya en la accidentada recepción y toma de posesión de su cercano sucesor,
Fr. Ignacio Fermín de Íbero, el 14 de marzo de 1593. Según el testimonio del
Escribano de la Corte en Pamplona, Juan de Arbizu, el Concejo y el pueblo no
querían recibir al Abad Ibero, como Señor de la villa, sino como Prelado. Antes
de su llegado, huyo una sesión el Ayuntamiento a propósito de tal recibimiento
y, mientras se celebraba, el nuncio o pregonero Juan Deci iba intimando a
tambor batiente, a los vecinos a que saliesen a recibir al abad, “so pena de un
ducado”. Al oírlo, los del Ayuntamiento preguntaron al Alcalde Joan Gil quién
había mandado echar tal pregón y respondió que él, pidiéndole que lo hiciese
cesar inmediatamente. Por fin, los del Concejo decidieron salir a recibirlo,
“por cumplir con el mandato de la Justicia”; es decir, de mala gana. El
recibimiento se hacía entonces en la Cruz del Humilladero y al ordenar el Abad
al Alcalde y Regidores que fueran a besarle la mano, en señal de vasallaje,
aquéllos dudaron, demorando un instante el cumplimiento de tal orden. Esta
momentánea espera irritó al Abad, quien mandó leer, por medio de un Notario,
una requisitoria escrita previamente, urgiendo el debido homenaje a su Señor.
En esta
ocasión, Íbero ordenó que pusiesen preso en la cárcel del lugar al pregonero
Deci, en señal de su poder[17]. Ya
en la iglesia, al llamar el Abad al Alcalde y a los Jurados, éstos se hicieron
los remolones y como no llegaban tan prestos, dijo al Alguacil de la Corte,
Zabalza, que había venido con él de Pamplona, que los buscase, y los buscó en
los escaños y los llamó, y vinieron el Alcalde, Joan Gil y dos jurados: Joan de
Huete y Miguel de Rupérez, y como faltó el tercero: Miguel de Vea, que se había
ido al campo, dijo el Abad que, puesto que él nombraba a los Jurados, quería
que hiciese oficio de Jurado Diego García. Joan de Hete dijo al Abad que había
otros que podían ser regidores en su lugar, y dejó de serlo[18].
Viendo el
Abad, Fr. Ignacio F. de Íbero la resistencia del pueblo a reconocerlo como
Señor de la Villa, apeló dos veces al Consejo Real de Navarra, quien se lo
reconoció en 1594 y se lo confirmó en 1603[19].
No fue éste
el único incidente ocurrido en las recepciones y tomas de posesión de los
nuevos Abades, sino uno de tantos, pues, por ejemplo, el 25 de octubre de 1716,
al hacer su entrada el Abad, Fr. Ángel Ibáñez, por tercera vez, el Alcalde
ordinario, José de Alfaro Yanguas y los cuatro regidores, José Alfaro Gracia,
Juan de Aliaga Bermejo, Ildefonso Rupérez y Bartolomé Vea, salieron como de
costumbre, a esperarlo al Humilladero; pero no quisieron acercarse al estribo
del coche abacial, para darle la bienvenida ni , terminada la recepción en la
iglesia, acompañarlo hasta el Palacio abacial, haciéndolo solamente el Alcalde
Mayor o del Crimen y sus alguaciles. Por supuesto, Fr. Ángel Ibáñez, hijo de un
Capitán tudelano, entabló querella judicial contra ellos[20].
EL MOTÍN DE
1627 Y SUS CONSECUENCIAS
Tampoco fue
el único levantamiento popular contra la Abadía, pues el más sonado y violento
ocurrió los días 22 y 23 de junio de 1675. Ahora bien, como éste último fue
minuciosamente descrito por el historiador D. Florencio Idoate, en sus
conocidos Rincones de la Historia de
Navarra[21] y resumido por
nosotros en las Notas de nuestro Poemario Fiterano, renunciamos a ocuparnos
nuevamente de él.
El motín de
1527 no fue ciertamente tan grave, pero es bastante curioso y tuvo buenas
consecuencias para el pueblo. A la sazón, regía la Abadía un cordobés
aristocrático, Fr. Plácido del Corral y Guzmán, que fue el último Abad perpetuo
del Monasterio de Fitero. Era un monje generoso y bastante comprensivo, pero
tuvo la desgracia de heredar una serie de pleitos espinosos, promovidos por su
antecesor, Fr. Hernando de Andrade, que traían encrespado al vecindario, y el
simple intento de la publicación de un bando sobre una pragmática real hizo
estallar el motín. Debemos una descripción pormenorizada del mismo a Rafael
Gil, un escribiente del Convento y más tarde del Ayuntamiento de la Villa, que
vivió en el siglo XIX y dejó un Manuscrito desgraciadamente mutilado y algo
tendencioso, pues fue muy afecto al Monasterio. Hela a continuación.
Empezó el 27
de diciembre de dicho año y continuó el 28. A la sazón, el pueblo esataba de
pleito con el Monasterio. El monje que representaba a éste en Pamplona, envió
al Abad una pragmática real, que había salido sobre los precios, para que la
publicase el Ayuntamiento, como de costumbre, es decir, a tambor batiente del nuncio
o pregonero. A tal objeto, envió el Abad un recado al Ayuntamiento, por medio
del Escribano, para que así lo hiciesen; pero allí les respondieron “que si tal
intentase el Sr. Abad, se perdería la Villa”; o sea, que habría violentas
protestas. Entonces, el Abad mandó llamar al nuncio; pero éste se había
ausentado, de acuerdo con el Ayuntamiento. A continuación, el Abad envió recado
a Entonces fue el Abad en persona, acompañado de cuatro monjes, dos pajes y
algunos criados a casa del nuncio, ordenando a su mujer que le entregase el
tambor; pero ella le contestó que el tambor era de la Villa y que, sin orden
suya, no podía entregarlo. Viendo, pues, el Abad que no iba a poder publicar la
pragmática por bando, se resolvió a hacerla notoria, por notificación del
Escribano; y habiendo llegado a la primera plaza (la de la Picota), junto al
Pozo del Barrio Bajo, encontró sentados en un madero a Juan Barea, menor, y a
Domingo Barea, a quienes dijo que lo acompañasen, y preguntándole éstos que
para qué lo habían de acompañar, les dijo el Sr. Corral que el amo y señor de
la Villa lo mandaba y que así le obedeciesen, a lo que replicaron los dichos
Barea que ellos no lo reconocían como Señor y que, en el lugar, no había otro
señor que el Alcalde de la Villa; y por esta desatención, mandó el Abad al
Escribano que los hiciese presos; más ellos huyeron y fueron a dar cuenta de lo
que pasaba, a un tropel de gente que estaba en la Plaza de más arriba (la
Placilla), donde se había de hacer la publicación; y apenas oyeron las quejas
de los Barea, toda la gente, en forma de motín, con mucha vocería, se
encaminaron a donde estaba el Abad, y el Alcalde venía delante conteniendo a la
gente, juntamente con los regidores, y el que primero llegó al sitio donde
estaba el Abad, fue Juan de Barea, padre de los dichos Barea, y otro hijo suyo,
quienes venían diciendo: “Eso nó, Señor
nó…”, y Martín Barea traía en la mano derecha una espada y en la otra, la
vaina, y llegando todos al dicho sitio, se puso uno, llamado el Rullo, con la espada desenvainada,
delante del Sr. Abad, dispuesto como para pegarle; y otros muchos echaron mano
de las espadas y luego se oyeron voces en el tumulto, que decían: “Matémoslo de una vez”, y entre otros que
voceaban, gritó una mujer: “Déjenme
pasar, que yo sola lo ahogaré”, y en esta confusión de voces y amenazas,
tiraron una capa a la cara del Sr Abad, para sin duda asesinarlo; y hubieran
acabado con él, si no se hubiera retirado y metido en la entrada de una casa de
la viuda de Alayeto, donde se estuvo un rato con la puerta cerrada; y
pareciéndole que ya se había sosegado el tumulto, salió de dicha casa y al
verlo Bartolomé de Vea (que dicen capitaneaba a la gente), “Aquiétense todos –dijo- y veamos lo que
quiere el P. Abad”. Al oír el Sr. Abad este lenguaje, le dijo en tono
majestuoso: “Señor me habéis de llamar y
os habéis de quitar el sombrero en mi presencia”; y en tono de mofa y
burla, quitándose el sombrero el dicho Vea, le dijo: “Señor y Paternidad Reverendísima…”, y a estas razones, comenzaron
de nuevo a gritar: “¡Qué Señor, ni qué
calabaza! Aquí no hay otro señor que el Rey. Otros no conocemos aquí. Tal Señor
miente. Es una desvergüenza el oír que es Señor”, y otros muchos desatinos
e insultos. Y en esta turbación del pueblo, a persuasión de los monjes y del
Escribano que lo acompañaban, se volvieron al Monasterio. Al día siguiente,
salió el Abad a pasear en su coche, como tenía costumbre, y al pasar por las
calles, Domingo Sanz aconsejó a unos muchachos que apedreasen al Abad. Salieron
los muchachos a los huertos que están contiguos al pueblo, y comenzaron a tirar
piedras y algunas de ellas pegaron en el coche; por lo que hubo de volverse al
Monasterio dicho Abad y privarse de la diversión del paseo.
Al ver tales
desacatos, marchó el Abad a Pamplona y no encontró en todo el pueblo quien le
acompañase, sino Juan de Peña, que era ministro
(alguacil), y a éste y a otros, que eran apasionados del Monasterio, los
trataban de “traidores, judíos,
capilludos, que vendían su patria”, y la noche de San Juan Evangelista,
dieron de fuego a la casa de dicho Peña y a la del Fiscal.
Finalmente,
por parte del Abad y del Fiscal Real, se presentó articulado de queja, y vista
ésta, vino a recibir la información un Alcalde de Corte con su Alguacil,
Comisario y Verdugo. Se recibió la información y concluida, llevaron varios
presos a Pamplona.
Estando en
esta causa, eran muchos más los pleitos pendientes contra la Villa, y como veía
el Abad la causa y pleitos mal parados, hubo de hacer la Escritura de
Transacción y convenios, y se hizo el año 1628, con la que se cortaron todos
los pleitos y desavenencias, y pagaron las costas hechas hasta entonces, que
eran 3.000 reales[22].
Hasta aquí Rafael Gil.
Añadamos por
nuestra cuenta que los aspectos tratados en los pleitos eran numerosos e importantes,
pues gran número de ellos se referían a la forma de explotación de las
heredades, sometidas a censo enfitéurico, en unas condiciones intolerables; a
la insaculación en el Ayuntamiento, que pretendía abolir el Monasterio; a las
actas de Visita realizadas por el Abad, tendientes arrinconar al pueblo en la
antigua Capilla de la Virgen de la arda; a los carneramientos realizados en los
Montes Comunes, en provecho de los monjes, y a otras muchas pretensiones que
tenía el Monasterio, en razón del pago de sus diezmos, quintos y cuartos. De
todos modos, en este asunto de los pagos, quedó en pie la pena de comiso contra
los que intentasen eludirlos, y el que no se llevara a cabo ninguna cosecha o
recogida, sin haber sido supervisada por el Cillerero del Monasterio. (El
comiso era la recuperación de una finca por el Monasterio; y el Cillerero era
el fraile administrador del Convento y de sus bienes.)
NUEVAS TENTATIVAS DE LA VILLA
PARA EMANCIPARSE DEL MONASTERIO
Segunda tentativa
Ya nos
ocupamos de la primera, que tuvo lugar en 1548, en tiempos del Abad Egüés II,
bajo el reinado de Felipe II.
La segunda
data de 1643, en el reinado de Felipe IV, durante el interabadiato de dos años
y ocho meses, que precedió a la toma de posesión del primer Abad cuatrimestral,
Fr. Atanasio de Cucho.
Las guerras
con Francia, Inglaterra y Portugal obligaron a la Corona a arbitrar recursos
para mantener sus ejércitos y con tal motivo, el Monarca despachó una Cédula al
Virrey de Navarra, Conde de Oropesa, dándole facultad para otorgar cualquier
tipo de mercedes a quienes aportaran cantidades de dinero. Al enterarse los
fiteranos de tal noticia, solicitaron del Virrey 40 robadas de tierra en los
Montes de Cierzo y Argenzón, para poder construir una nueva villa,
independiente del Monasterio, ofreciéndole una suma relativamente considerable.
Pero los monjes se enteraron, a su vez, de tal petición y ofrecimiento e
hicieron ver al Virrey los grandes perjuicios que se les iban a ocasionar,
ofreciéndole, por su parte, 2.000 ducados de plata doble, si no se accedía a la
petición de los fiteranos. Y, en efecto, no se accedió. Oropesa consultó al
Consejo Real de Navarra, siempre propicio a dar la razón al Monasterio, a
tuerto o a derecho, y otorgó a éste un privilegio, el 31 de octubre de 1643, en
virtud del cual ni la Villa de Fitero ni ningún particular de ella ni de fuera
podía construir edificio alguno, mayor ni menor, en los Montes de Cierzo y
Argenzón[23].
Tercera tentativa
Este nuevo
fracaso no desalentó a los fiteranos, los cuales volvieron a la carga, nueve
años después; es decir, en 1652. Fue la tercera tentativa. A la sazón, los
apuros económicos de la Corona española se agudizaban, pues, a pesar del
Tratado de Westfalia de 1648, continuaba la guerra con Francia, Portugal y
Cataluña. Esta vez, los vecinos ofrecieron, según Jimeno Jurío, un donativo de
5.000 ducados (aunque Rafael Gil afirma que solo “dieron de presente 4.000) y
la promesa de otros 11.000, si se les concedían terrenos para edificar su
ansiada población. Y efectivamente, Felipe IV, con fecha del 14 de julio de
1652, expidió una Cédula Real, concediéndoles 50 robadas de tierra medida, en
los Montes de Cierzo y Argenzón, en la parte, y sitio que designase la Villa,
facultándolos para construir casas, iglesia, molino y todos los servicios
necesarios. El nuevo pueblo se llamaría VILLA REAL, reconociéndola como buena
villa, y sus autoridades tendrían la jurisdicción civil y criminal. La Real
Cédula fue presentada al Consejo Real de Navarra, al que dejaba en postura
desairada, el cual mandó que se comunicase al Monasterio, así como a las
poblaciones navarras colindantes de Cintruénigo, Corella y Cascante. Ni que
decir tiene que el Monasterio se apresuró a impugnar la merced, pero el pueblo
siguió adelante con ella.
El Concejo nombró
una Comisión para fijar el lugar del nuevo pueblo y, el 18 de abril de 1653, se
eligió la encrucijada de los caminos de Corella a Cervera y de Fitero a
Calahorra, al N. E. del Monasterio, en el término de Olivarete. Se nombraron
medidores para ajustar las 50 robadas, y un pintor, para que delinease la
planta del terreno. Apeló el Monasterio, alegando que el terreno elegido era de
su propiedad y, desde el 21 hasta el e27 de enero de 1655, siendo abad, Fr.
Benito López, D. Gerónimo de Feloaga, Oidor del Real Consejo de Navarra,
procedió al reconocimiento de las mugas, haciendo el Apeo de su nombre, que ha
hemos descrito minuciosamente en otro capítulo.
Sustancióse
el litigio sobre la sobrecarta durante ocho años. En 1658, se dieron dos
decretos: uno, el 13 de marzo, ordenando el cumplimiento de la Real Cédula, con
la única variante de que la nueva población se construyera a una legua de
distancia de la Abadía; y otro, del 2 de octubre del mismo año, mandando, a
petición del vecindario, que se hiciese a un tiro de arcabuz del Monasterio, en
el sitio elegido por la Villa, que era a la derecha de la actual carretera de
Cintruénigo, frente a FITEX S. A. Los frailes interpusieron demanda ante la
Corte de Navarra, solicitando que, el día en que los vecinos saliesen a poblar
la nueva villa, perdieran automáticamente todo derecho a las casas y heredades
de Fitero. Con que, el 22 de agosto de 1662, la Corte de Navarra sentenció que
el Monasterio era dueño directo y solariego de las tierras, del suelo y de las
casas de los vecinos, ratificando la solicitud de los monjes. Apeló la Villa al
Consejo Real de Navarra, pero el 16 de enero de 1664, la Corte confirmó la
sentencia anterior. Sin embargo, el pleito sobre la propiedad de Olivarete, en
el que algunas familias habían comenzado a edificar sus viviendas, se prolongó
hasta 1685, con dos sentencias: la de la Corte en 1683; y otra, del Consejo
Real en 1685, declarando que el término de Olivarete era del Monasterio y que
todos los edificios que habían construido en él los vecinos, quedaban como
propiedad del Convento[24].
Así, pues, por tercera vez, se frustraron las aspiraciones independentistas del
vecindario.
Cuarta tentativa – El motín de 1675
La cuarta
tentativa tuvo otro carácter diferente: fue la sedición de 1675. Resulta que,
en 1630, la villa había comprado la jurisdicción baja y mediana al Gobierno de
S. M., manejado entonces por el famoso Valido de Felipe IV, Conde-Duque de
Olivares, ofreciéndole 3.000 ducados; pero parece ser que, a causa de la
situación deficitaria de la hacienda municipal, motivada, sobre todo, por los
innumerables pleitos con que enredaba el Monasterio al pueblo, no pudo pagarlos
por completo y a su debido tiempo. Entonces el Convento se aprovechó de esta
situación, para recobrarla en 1670, por 8.000 ducados. Este hecho –y cohecho-
añadido al fracaso de la tercera y un incidente típico de este estado de ánimos
fue el ocurrido el 21 de mayo de 1674, en que el Convento pretendió impedir la
tradicional corrida de toros, que se celebraba el día del Corpus Cristi. El
Cillerero, Fr. Pedro Abado hizo saber unos días antes a los regidores Juan
Tomás de Muro y Bernardo Atienza Jiménez que tenía orden del Sr. Abad, Fr.
Jorge de Alcat – un rudo roncalés de Vidángoz-, para que no se hiciese el
toril, en la parte acostumbrada y que, si lo hacían, “lo habían de quemar”.
(Así, por las buenas). Pero el Concejo, secundado por el pueblo, no se arredró
por esta amenaza. Los esbirros de la Abadía no quemaron el toril, y se celebró
la corrida, sin invitar a los frailes.
La
indignación del pueblo llegó al colmo al año siguiente, al enterarse de que los
monjes, gracias a los manejos de su Procurador en Pamplona, ex abad, Fr.
Bernardo de Erviti, hijo de un ex regidor de Pamplona, habían obtenido
sobrecarta, concediéndoles la jurisdicción criminal sobre Fitero, con lo que
los vecinos quedaban atados de pies y manos, a merced del Monasterio. El viernes
21 de junio de 1675, llegó al Municipio la orden de que se reconociese al Abad
dicha jurisdicción, debiéndole entregar la vara del Alcalde del Crimen, que
hasta entonces había tenido un vecino. Y a continuación estalló la rebelión, ya
descrita en las Notas de nuestro POEMARIO FITERANO. El abad Alcat, temblando de
miedo, al ser descubierto en la torre de la iglesia y maltratado de palabra y
obra por los sublevados, firmó allí mismo su renuncia a la jurisdicción civil
sobre la Villa, que formalizó seguidamente en la sacristía. Pero es claro que esta
renuncia forzada no era válida y al terminar el tumulto, no se cumplió. Añadamos
dos detalles de la represión subsiguiente, no consignados en nuestra narración
del POEMARIO. El primero es que la inefable Reina Madre, Doña Mariana de
Austria, aconsejada tal vez por su valido Valenzuela, ordenó arrasar el pueblo;
pero, como esta barbaridad iba a acarrear, al mismo tiempo, la ruina económica
del Monasterio, el Abad consiguió que esta orden no se llevase a cabo.
El segundo
detalle es cómo iban a ser ajusticiados en Pamplona los 20 vecinos condenados a
la horca. “Sean sacados –decía la sentencia,
dictada el 22 de diciembre de 1676- a caballo, en sendas bestias de baste, con
sendas sogas a la garganta, y llevados por las calles públicas acostumbradas, a
son de trompeta y voz de pregonero que publiqué el delito, hasta el Campo de la
Taconera, donde hay puesta una horca, y de ella sean ahorcados, hasta que
naturalmente mueran. Y nadie sea osado de quitar de dicha horca sus cuerpos
cadáveres, sin mandato de nuestra Corte”. Pero, el nuevo Virrey, Don
Antonio de Velasco y Ayala, Conde de Fuensalida, que era un hombre humanitario
y comprensivo, indultó de toda pena a los 115 encartados, de ambos sexos, a
cambio de servir al Rey en la Guerra de Cataluña, con una compañía de 60
hombres, armados, vestidos y mantenidos, durante seis meses, a costa de la Villa[25]. Así
acabó este famoso motín.
Quinta tentativa
Todavía se
produjo en 1770, una nueva tentativa de emancipación del vecindario, limitada,
esta vez, a la jurisdicción espiritual. Ya en 1633, siendo Abad, Fr. Plácido
del Corral, el Concejo se atrevió a declarar en un auto que el vecindario
pertenecía a la diócesis de Tarazona[26] y,
por supuesto, en todas las tentativas de emancipación, uno de sus propósitos
era la reincorporación a esta diócesis. De hecho, la mayoría de los fiteranos
nunca estuvo conforme con la jurisdicción espiritual del Monasterio, tal como
la ejercían y explotaban los monjes. Esta vez, en un breve Memorial dirigido a
S. M. Carlos III, el 5 de agosto de 1770, por el Alcalde Mayor, D. Juan Antonio
Medrano y por los 23 Insaculados en las bolsas de Alcalde y Regidores, le
pidieron que separase la Parroquia del Monasterio y les designase un párroco
secular y otros clérigos, sometidos al Obispo de Tarazona, comprometiéndose a
construir el edificio parroquial y a sostener el culto. En el preámbulo, decía
la Villa que tenía, a la sazón, 500 vecinos con 80 familias ilustres a quienes
era durísimo e insoportable el dominio del Monasterio y los ásperos
tratamientos que, en obras y palabras, padecían los vecinos. Y que, aun en caso
de hallarse con legítimo derecho para obtener ambas jurisdicciones (civil y
criminal), el desusado modo con que el Monasterio las ejercía, le ponían (al
Rey, en precisa obligación de conciencia, por el bien, pública tranquilidad y
reposo de aquella república, de reasumirlas e incorporarlas a la Corona[27]”.
Un mes
después, el 6 de septiembre siguiente, se opuso a esta petición el Monasterio.
Entonces la Corte de Madrid pidió información, para la instrucción del proceso
correspondiente, al Monasterio, al Real Consejo de Navarra y al Obispo de Tarazona.
El Real Consejo de Navarra contestó con un informe desfavorable, el 15 de enero
de 1771; el Obispo de Tarazona, con uno favorable, el 2 de febrero siguiente; y
el Monasterio, con un largo Memorial desfavorable del Abad, Fr. Adriano
González de Jate, el 20 de este segundo mes. Por su parte, la Villa rebatió los
alegatos del Monasterio y del Real Consejo de Navarra, con un extenso “Pedimento de la Villa de Fitero”, redactado
por el Licenciado Juan Francisco Volante de Ocáriz y presentado el 23 de
diciembre de 1772.
En él se
especificaba –además de los motivos fundados en hechos, que tenían los vecinos
para pedir tal separación- que la nueva iglesia parroquial que quería construir
la Villa, dependiente del Obispado de Tarazona, estaría a cargo de un Cura y
ocho o más beneficiados patrimoniales: cargos que se deberían proveer en hijos
del pueblo, destinando para su dotación todos los frutos decimales y
primiciales que se daban al Monasterio, del que quedarían desvinculados por
completo, en el orden religioso[28].
Pero, a pesar de todos los argumentos esgrimidos por la Villa, Su Majestad
confirmó los privilegios de señoría y de jurisdicción temporal y espiritual del
Monasterio sobre Fitero, gracias, sobre todo, a la oferta de 1000 doblas de oro,
hecha por los monjes a la Hacienda Real. Como se ve, el último argumento del
Monasterio, que era el más rico, se reducía invariablemente al cohecho. El Abad
González de Jate y su Capítulo se vengaron, a continuación, de los Regidores y
de los 23 Insaculados que habían firmado la petición del 5 de agosto de 1770,
prohibiéndoles a ellos, a sus hijos y a sus nietos, y a otros cuatro vecinos
más, entrar en el Monasterio y en la Sacristía[29].
Sexta tentativa
La última
tentativa emancipadora del pueblo data de la terminación de la Guerra de la
Independencia, y se halla reflejada en el enérgico acuerdo del Ayuntamiento del
20 de mayo de 1814, siendo Alcalde el Licenciado Tiburcio Asiain, y Secretario,
D. Celestino Huarte. Asistieron asimismo a la sesión los Regidores Joaquín Val,
Juan Aliaga, Pablo Yanguas y Manuel Ximénez Latorre, los cuales propusieron
que, “habiendo estado el Monasterio de
Monjes Bernardos de esta Villa, Orden del Císter, en la posesión y ejercicio de
las juirisdicciones civil y criminal, nombrando anualmente Alcaldes, Regidores
y demás cargos inherentes a las mismas, sufriendo en estas operaciones las vejaciones
que la experiencia de muchos años les ha hecho conocer, siendo todo ello tan
opuesto a su primitivo Instituto monástico, como doloroso e insoportable a sus
honrados vecinos, esclavizados al arbitrio de unos individuos que la esencia de
su ministerio y profesión es la separación del siglo, con una absoluta abdicación
y renuncia de los bienes temporales,…, con motivo de la restitución al Trono de
nuestro augusto y deseado Monarca, Sr. D. Fernando VII…, acuerda la Villa recurrir
a S. M., para que se digne incorporar a la Jurisdicción Real la civil y
criminal de esta Villa”.
Para
conseguirlo y realizar las gestiones necesarias, se nombró una Comisión con
plenos poderes, compuesta por el Licenciado Tiburcio Asiain, D. Juan Antonio
Medrano Morales y D. Manuel Santiago Y Octavio de Toledo[30].
Ni que decir
tiene que esta última tentativa de emancipación del pueblo del dominio del
Convento, hecha en una época de feroz reacción absolutista, también fracasó. Los
fiteranos tuvieron que esperar todavía, para alcanzarla, 21 años.
Observación final
Hagamos para
terminar, una observación. A lo largo de toda la historia de la pugna secular
entre el pueblo y la Abadía, uno se queda extrañado de que, de ordinario, por injustos
que fueran los pleitos entablados por el Monasterio contra el vecindario y por
justos que fuesen los incoados por la Villa contra la Abadía, se fallase casi
siempre, desde Pamplona, a favor de esta última. Pero a explicación es bien
sencilla. Baste saber que en las Cortes de Navarra, predominaban entonces los
votos de la nobleza y el clero, que solían unirse, sobre la minoría del pueblo.
La Comisión Permanente de la Diputación se componía de 7 diputados, que solo
reunían 5 votos: 1 del estamento eclesiástico, 2 de la Nobleza, 1 de Pamplona y
1 de las Merindades; o sea, 3 contra 2. Y para remate, el Presidente de la
Diputación era por turno uno de los Abades de los monasterios navarros, el cual
tenía voto decisivo, en caso de empate. Dio la casualidad de que el último
Presidente abacial de la Diputación de Navarra fue precisamente el último Abad
de Fitero: Fr. Bartolomé de Oteiza, a quien el general carlista Zumalacárregui
amenazó con fusilarlo, a él y a sus compañeros de la Diputación, por una proclama
francamente isabelina. Más aún. Desde su cuartel general de Navascués, expidió,
el 2 de febrero de 1834, un decreto, condenándolos a muerte, si no abandonaban
el bando liberal, en el término de 8 días[31]. Pero
no pudo cumplir su amenaza, porque no llegó a apoderarse de Pamplona y los
diputados, continuaron en sus puestos. La última sesión que presidió Fr.
Bartolomé de Oteiza, fue la del 27 de agosto de dicho año.
CAPÍTULO VI
COMUNICACIONES Y TRANSPORTES
Sendas y caminos de herradura
Fitero jamás
fue un pueblo completamente aislado, pues su territorio empezó a tener vías de
comunicación, incluso antes de tener vecindario. La importancia y fama que
adquirió su Abadía Cisterciense, desde el siglo XII, y el renombre de sus aguas
termales, conocidas desde la época romana, hicieron necesarias vías de acceso,
las cuales, durante la Edad Media, se redujeron a simples sendas y caminos de
herradura. Las sendas más santiguas fueron seguramente la de Tudején a Fitero,
la de Yerga a Niencebas y la de Niencebas a Fitero. Algo más tarde se abrieron
los caminos vecinales de herradura de Fitero a Cintruénigo, a Cervera y a
Alfaro.
Caminos de ruedas o carriles
Los caminos
de ruedas o carretiles son ya, en España, de los siglos XVI y XVII, y en
Fitero, de la segunda mitad del siglo XVI. En efecto, en la Cuenta del Espolio
del Abad, Fr. Ignacio Fermín de Ibero (1592-1612), dada por el Prior, Fr.
Bernardo Pelegrín, al nuevo Abad, Fr. Felipe de Tassis, figura un coche abacial
con dos caballos, vendido a D Pedro Díaz en 4.000 reales, y una litera abacial
con dos machos, vendida al Obispo de Tarazona, en 3.000[1]. Esto
quiere decir que por entonces, había ya en Fitero, por lo menos, un camino
carreteril, que era el Camino Real de Agreda; o sea, el antiguo de
Valdespinete, hasta el Nacedero, en que continuaba por el Camino de los
Degollados. Por otra parte, al firmarse la Escritura censal de regadío de 1584,
el Concejo empezó a ocuparse de abrir algunos caminos de acceso a los
principales términos, constando que, en dicho año, la vecina María Martínez
cedió a la Villa un pedazo suyo, para abrir el Camino de Cueva Murillo[2].
Según el Tumbo de Fitero, el Abad, Fr. Plácido del Corral y Guzmán hizo también
algunos caminos[3]; y Florencio Idoate, en su
Catálogo documental de la ciudad de Corella, inserta un tosco plano del siglo
XVII en el que aparecen claramente los caminos de Fitero a Cervera, a la Granja
de Niencebas, a los Baños Viejos, a la Dehesa de Valdeguarro y a Cintruénigo[4].
Carreteras
Las
carreteras dignas de este nombre no empezaron a construirse en España hasta el
siglo XVIII en que recibieron un primer impulso del Marqués de la Ensenada,
Ministro de Fernando VI, y, a continuación, de los Ministros reformistas de
Carlos III, en cuya época se construyeron las seis grandes carreteras radiales
que, desde Madrid, se dirigían a la Coruña, Badajoz, Cádiz, Valencia,
Pamplona-Bayona y Barcelona. En Fitero, los viejos caminos de ruedas no
empezaron a convertirse en carreteras hasta mediados del siglo XIX en que se
ensancharon o en que se construyeron nuevos, como la carretera de Cintruénigo a
los Baños. Pascual Madoz escribía acerca de ellos en la década de 1840, lo
siguiente: “Como el terreno no es generalmente quebrado, aunque tampoco
completamente llano, los caminos, bien que naturales, son accesibles a
carruajes. Sin embargo, el que puede considerarse principal, que se dirige, por
una parte, a los Baños, y por otra, a Tudela por Cintruénigo, está medianamente
cuidado… Por la jurisdicción de Fitero y a ¾ de legua distante, pasa el Camino
Real de Navarra (la carretera de Madrid), primero que se construyó en España y
concluye en los Tres Mojones, sin que desde tanto tiempo, se haya pensado en
continuarlo por Castilla para Madrid, adonde se dirige[5].
Algo parecido
ocurrió 70 años después, con la carretera de Fitero a Ablitas, de la que en
1920 solo estaban construídos unos 7 kilómetros, estando paralizadas las obras
desde hacía años y faltando todavía para concluirla unos 14 kilómetros. Se
reanudaron al final de la década de los 20 y se terminó, durante la 2ª
República. Por cierto que, al reanudarlas desde El Corral de los Altos, un
barreno le llevó dos dedos de la mano derecha al encargado fiterano, José
Romano.
Uno de los malos recuerdos de mi juventud
fiterana es el de las densas nubes de polvo que levantaban los escasos
automóviles y camiones que circulaban por aquellas carreteras; sobre todo, por
la de Tudela a Cervera, y que tardaban en disiparse algunos minutos. Por fortuna
en la década de los años 30 y antes de la Guerra Civil de 1936-1939, las
carreteras de Fitero empezaron a ser embreadas, siendo la primera la de Tudela
a los Baños; y la última, la de Ablitas, que se embreó ya hacia mediados del
decenio de los 50.
Por lo demás,
el territorio de Fitero, desde principios del siglo XX, estaba atravesado por 4
carreteras de 2º orden: 3 radiales y 1 transversal; y alrededor de una docena
de caminos interiores. Las carreteras radiales eran la A-F, la A-G y la 4-1; y
la transversal la 8-B, según la nomenclatura oficial de entonces de las
carreteras de Navarra; o sea, en términos vulgares, la carretera de Hospinete,
la de Cintruénigo a Madrid por la Nava, la de Tudela a Cervera y la de Fitero
Ablitas (inacabada). En cuanto a los caminos
de los términos, los principales eran los que partían de dichas
carreteras, en el orden siguiente: por cada lado. De la carretera de los Baños
a Cintruénigo, por la izquierda: el camino de Sancho Barón, el de Santa Lucía,
el de Cementerio, el de Alfaro y el de Abatores; y por la derecha: el de la
Vega, el de las Viñas de en Medio, el de la Huerta, el camino viejo de
Cintruénigo (ya desaparecido) y el de la Estanca.
De la
carretera de Hospinete, por la derecha: el de las Heleras, el del Combrero, el
de Boscas y el de los Degollados; y por la izquierda, el de Ormiñén.
Añadamos por
curiosidad que, en la carretera de Hospinete, unos 100 metros antes de llegar
al comienzo del Camino de Roscas, se encuentra, a la derecha, una lápida muy
borrosa cuya inscripción es ya indescifrable. Es el hito funerario de Celestino
Córdoba: un vecino de Olvega, que murió trágicamente en este sitio, el 12 de
diciembre de 1921, a los 48 años. Venía a Fitero a comprar vino, con un carro.
Se desbocó la mula y al tirarse Celestino imprudentemente por delante del carro
para sujetarla, le pasó una rueda por encima y lo reventó. Iba en compañía de
un hijo suyo y fue enterrado en Fitero. En la lápida se lee aún
dificultosamente: “Recuerdo de su esposa
e hijo.”
Servicio de viajeros por carretera
A)
Las diligencias.
Anotemos
antes de nada que, en los tiempos pasados, no viajaba la gente y la mayoría de
los fiteranos se morían sin haber salido nunca del pueblo. A lo sumo, iban
algunos de romería, a pie, en burra, o en mula a Yerga, Agreda, Cintruénigo o
Cervera. Por otra parte, el servicio regular de viajeros por carretera, en
España, solo data de la segunda mitad del siglo XVIII, pues, hasta febrero de
1763, no se estableció la “Diligencia General de Coches” y hasta 1769, no
funcionó regularmente. Por la ruta del N. E., esta diligencia iba desde Madrid
a Pamplona y Zaragoza, y en el viaje se invertían seis días, caminando 6 horas
al día. El servicio era semanal y costaba 4 reales de vellón por legua y por
asiento, pudiendo llevar cada viajero una o dos arrobas de equipaje.
En Fitero, el
servicio más antiguo de viajeros por carretera data ya del cuarto decenio del
siglo XIX y fue establecido por los Baños Viejos (V. Palafox). Según el
testimonio de Pascual Madoz, se reducía a una diligencia que, durante la
temporada oficial, es decir, en el verano, venía a ellos de Tudela un día sí y
otro, no, al precio de 20 reales cada asiento[6]. Cada
viajero estaba obligado a pagar además al postillón 1 real de vellón por
parada. Las diligencias solo tenían una capacidad para ocho o diez viajero.
Ahora bien, a principios del siglo XX, la diligencia de los Baños hacía ya un
viaje diario de ida y vuelta, durante todo el año, y servía a los dos Balnearios;
pero no iba a Tudela, sino a Castejón. El viaje sencillo costaba 3,50 pesetas y
duraba más de dos horas. Por supuesto, la diligencia recogía preferentemente a
los bañistas, y si sobraban plazas, a otros viajeros.
B) Los automóviles de línea
En 1910, las diligencias fueron
sustituídas por dos flamantes autobuses, comprados por la S. A. Baños de
Fitero. Recuerdo que, durante el primer mes, su parada frente a la Plazuela de
San Antonio constituía un espectáculo asombroso para todos los vecinos; sobre
todo, para los muchachos, los cuales no acabábamos de comprender cómo aquellos
extraños y enormes coches podían correr sin caballos y llevar más viajeros que
las diligencias. Eran de la marca Hispano-Suiza, y los trajo y manejó en un
principio, como conductor y como mecánico, un mocetón extranjero, alto y rubio,
llamado Jacobo (Jacques), que apenas si entendía algo de español.
Anotemos
de paso que el primer automóvil particular que rodó por las calles de Fitero
fue un Ford de D. Gervasio Alfaro, inscrito en Pamplona con el número de
matrícula 104, según publicaba LA VOZ DE FITERO del 27 de octubre de 1912, En
un dato curioso, peus hasta 1918 solo se habían matriculado en Navarra 212
automóviles, de manera que Fitero fue uno del os pueblos pioneros del
automovilismo navarro.
Naturalmente
los autobuses de los Baños, como anteriormente las diligencias, transportaban
preferentemente a los bañistas; pero no tardaron en aparecer empresas
automovilísticas, ajenas a los baños, para transportar a toda clase de
viajeros. Se hicieron famosas La Protectora y la Sociedad de Automóviles del Río Alhama, que cubrían
al servicio de viajeros de la línea Cervera-Tudela, y que, hasta 1932,
sostuvieron una competencia desaforada, contada jocosamente en entro libro Miscelánea Fiterana (página 69).
En 1971,
funcionaban ya en nuestro pueblo y en los vecinos de la cuenca del Alhama, tres
líneas de autocares: 1) la de Fitero a
Pamplona, servida por la empresa EL ARGA, que hacía dos viajes diarios de
ida y vuelta, saliendo, en el verano, de los Balnearios; 2) la de Cervera a Tudela, servida por la
citada SOCIEDAD DE AUTOMÓVILES DEL RÍO ALHAMA, que hacía tres viajes diarios de
ida y vuelta, 3) la de Cervera a Castejón, servida por la misma Sociedad, que
solo hacía un viaje diario de ida y vuelta, encargándose del transporte de
Correos.
En el verano
de 1972, todavía se mejoró más el servicio, pues la CONDA S. A., sucesora de EL
ARGA, hacía tres viajes diarios de ida y vuelta a Tudela, y dos diarios y uno
alterno (lunes, miércoles y viernes) a Castejón.
Los precios
de la CONDA en 1972, desde Fitero a los demás pueblos del trayecto eran los
siguientes: a Cintruénigo, 4 pesetas; a Corella, 7,50; a Alfaro, 13,50; y a
Pamplona, 88 pesetas. A su vez, los precios de los AUTOMÓVILES DEL RÍO ALHAMA
eran: a Cintruénigo, 5 pesetas; a Corella, 10; y a Tudela, 23. Pero en 1988, el
viaje a Cintruénigo costaba ya 35 pesetas; a Corella, 60; y a Tudela, 150.
El servicio
de taxis fue iniciado por el mecánico Simón Muñoz, en la segunda década del
siglo XX.
En el Libro
de Acta de las sesiones del Ayuntamiento de 1920-1922 (folio 311), nos
tropezamos con una curiosa cuenta de CUARTEN PESETAS, presentada por muñoz, en
la sesión del 2 de noviembre de 1921, como precio del alquiler de su auto, para
un viaje de ida y vuelta a Castejón, de una Comisión Municipal de Teléfonos.
Tenía un Peugeot, modelo 402, que se lo requisaron en 1936, comenzada la Guerra
Civil de 1936-1939, quedando interrumpido este servicio. Pero lo reanudó, en
las postrimerías de la contienda, Celestino Fernández Gubiela, quien lo
desempeñó hasta 1957.
Ya en 1939,
empezó también a trabajar como taxista Franciso Hernández Andrés, con un
automóvil “de historia”, pues era un Fiuat de lujo, de segunda mano, modelo
525, de 22 H. P., comprado en 20.000 pesetas, al Embajador de Suecia en Madrid.
Constaba de dos compartimientos cerrados, dando órdenes sus ocupantes al
chófer, por un teléfono interior. El Sr. Hernández andaba eufórico con su
elegante coche, cuando el 30 de septiembre de 1940, una orden del Gobierno
prohibió circular con gasolina a los turismos de más de 18 H. P., los cuales
deberían hacerlo en adelante con un gasófgeno, lo mismo que los autobuses y
camiones. El gasógeno era un aparato que se colocaba en los coches automóviles
y motores de explosión, para hacerlos funcionar con el gas producido en ellos
por la destyilación del carbón, en sustitución de la gasolina. Se trataba de un
armatoste adicionado al coche que, además de representar un peso suplementario,
contaminaba el ambiente y resecaba las camisas y pistones. Al Sr. Hernández no
le convenció tal solución y retiró su Fiat, sustituyéndolo en 1941 por un
Delage de 18 H. P., que le costó lo mismo que un gasógeneo. Más adelante cambió
el Fiat por un Renault, modelo Prima 4.
A propósito
de los invonvenientes de los gasógenos, el Sr. Hernández, que, en el verano de
1941, hacía el servicio de taxis entre los dos Balnearios, porque los autobuses
de línea no podían o no querían subir y bajar a los bañistas del Baño Viejo
(hoy Palafox), nos refirió un caso, presenciado por él, verdaderamente
despampanante. Fue el de unos Marqueses que llegaron a los Baños, en un
flamante Cadillac, con el vulgar gasógeno. Este había sufrido una avería por el
camino y, por añadidura, al automóvil se le había pinchado una rueda. Al salir
del vehículo en los Baños, parecían unos negros del Senegal, y el primer baño
que tomaron nimediatamente, fue uno de limpiez total. La verdad es que aquellos
primeros cinco años de la década de 1940, fueron verdaderamente calamitosos. En
1942, no hubo gasolina para nadie durante 25 días. Tampoco había ruedas,
aceites ni rpuestos; y en cambio, abundaban en las carreteras los clavos y
herraduras, los baches ylas piedras
sueltas. “Hacer un viaje a Catejón, en aquel entonces, sin tner un pinchazo
–nos comentó con gracejo el Sr. Hernández-, era como poner unapica en Flandes”,
Hacia 1945, cobraba por un viaje a los Baños o a la estación de Fitero en La
Nava, 6 pesetas; y por uno de ida y vuelta a Zaragoza, 150 pesetas.
Desde 1959 a
1967, ejerció el oficio de taxista Jesús Melero, con un Seat 1400. Los precios
de ida y vuelta de su época fueron los siguientes: a Cintruénigo, 60 pesetas; a
los Baños, 40; a Corella, 100; a Tudela, 150; y a Zaragoza o Pamplona, 600
pesetas.
Le sucedió
Joaquín Acereda Aznar, con Seat 1500, alimentado con gasolina desde 1967 a
1977. En esos 10 años, el costo de la gasolina pasó de 11 pesetas el litro a
36. Naturalmente los precios de los viajes también subieron, como se ve en la
siguiente parrilla.
A Castejón o
Tudela: 150 pesetas (1967), 400 pesetas (1977)
A Pamplona o
Zaragoza: 600 pesetas (1967), 1.200 pesetas (1977)
A San
Sebastián: 1.200 pesetas (1967), 2.400 pesetas (1977)
A Madrid:
2.100 pesetas (1967), 4.000 pesetas (1977)
El taxista
que mayores servicios prestó al pueblo fue Miguel García Enguid, que empezó en
junio de 1952 y acabó prácticamente en los comienzos de 1988; o sea, durante 36
años. Naturalmente, en tan largo intervalo de tiempo, cambió de modelos de
coche una docena de veces. Empezó con un Ford Modelo 8, de 25 H.P., cuando la
gasolina costaba 3.50 pesetas el litro. Otros modelos alimentados con gasolina,
fueron un Seat 1400, otro Seat 1400 C y un tercero, modelo 1500, así como un
Simca 1000. En adelante, empleó coches movidos con gasoil y fueron un Dodge,
modelo Dart, 2700; un Chrysler 180, un Talbot 180 D, un Peugeot 505 D, y
últimamente, un Fiat 2500 Argenta, un Citroën BX19-TRD y una Ambulancia Seat
131 D.
Su primer
coche se lo compró al Marqués de Albaida en 83.000 pesetas y fue el primero con
radio que se usó en Fitero; y a partir de los modelos Seat, todos sus coches
llevaron calefacción, lo que constituía otra novedad en nuestra Villa.
Por supuesto,
los precios de los viajes cambiaron entretanto por completo, en sentido
ascendente. He aquí unas muestras, relativas a viajes de ida y vuelta sin espera.
A Cintruénigo: 35 pesetas (1952), 500 pesetas (1988)
A Corella: 45 pesetas (1952), 750 pesetas (1988)
A Castejón: 90 pesetas (1952), 1.400 pesetas (1988)
A Tudela: 110 pesetas (1952), 1.800 pesetas (1988)
A Pamplona: 500 pesetas (1952), 7.350 pesetas (1988)
A Zaragoza: 550 pesetas (1952), 7.500 pesetas (1988)
A San Sebastián: 900 pesetas (1952), 14.000 pesetas
(1988)
A Bilbao: 1.000 pesetas (1952), 15.000 pesetas (1988)
A Madrid: 1.200 pesetas (1952), 11.000 pesetas (1988)
La prudencia
de Miguel como conductor era proverbial y jamás tuvo un accidente. En 1988, se
jubiló prácticamente, cediendo sus coches a su hijo, Leonardo García Hernández.
La Gasolinera “Quico”
Al
generalizarse los medios de transporte motorizados, surgieron las gasolineras.
Según la
información que nos comunicó el Sr. Francisco Hernández Andrés, el primer
distribuidor de gasolina en Fitero, fue Simón Muñoz, al comienzo de la década
de 1920. Tenía su puesto en la calle Lejalde, nº 37, en un viejo edificio,
derribado posteriormente y sustituido por otro moderno. Al principio solo había
una clase de gasolina, que se vendía a 0,62 pesetas el litro, subiendo poco a
poco a 1, 2 y hasta 3 pesetas, ya en 1944. Precisamente en este año, la Campsa
concedió, en el mes de septiembre, la distribución de gasolina en Fitero al Sr.
Hernández Andrés, quien durante bastantes años, lo hizo en el mismo puesto de
Simón Muñoz, hasta que en 1970, construyó, casi enfrente, la Gasolinera “Quico”; al principio, sin cubierta, y
desde 1975, con ella. El coste total, incluidas las instalaciones, fue de unos
tres y medio millones de pesetas. En 1951, cuando solo había en Fitero un
tractor de Julián Yanguas, el Sr. Hernández instaló ya el aparato de gas-oil,
que, con anterioridad, se vendía en bidones, a 2 pesetas el litro. Fue uno de
los primeros aparatos de esta clase, montados en Navarra, pues, en el trayecto
de Fitero a Pamplona, solo había entonces otro, en la gasolinera particular de
Joaquín Segura, hoy de su viuda, Doña Carmen Andrés.
Hacia 1944,
la venta de gasolina en Fitero oscilaba entre 2.000 y 3.000 litros mensuales.
En cambio, en 1987, la venta anual de la “Gasolinera
Quico” fue de cerca de dos millones y medio de litros; es decir, un
promedio de 200.000 por mes. Este aumento extraordinario tenía tres explicaciones:
1) el incremento asimismo notable en automóviles, motocicletas, tractores y
motocultores, que experimentó el pueblo, a partir, sobre todo, de 1970; 2) al
emplazamiento estratégico de la Gasolinera, en una encrucijada de tres
carreteras secundarias, conectadas, a pocos kilómetros, con la carretera
nacional de Madrid; 3) a la afluencia, en el verano, de miles de clientes a los
Balnearios y de no pocos turistas y veraneantes al pueblo, que vienen con sus
automóviles propios.
A principios
de 1988, la Gasolinera Quico distribuía dos clases de gasolina, y otras dos de
gas-oil. La de gasolina era de 92 y 97 octanos, que se vendían respectivamente
a 72 y 78 pesetas el litro; y la de gas-oil, que eran rojo y blanco, a 58
pesetas el litro, indistintamente. Era su propietario D. José Hernández Tovías,
hijo del Sr. Fernández Andrés.
Servicio ferroviario
Data del 29
de septiembre de 1941, en que se inauguró la prolongación hasta Castejón de la
vía férrea de Madrid-Soria; y asimismo de la estación de Fitero, construida
previamente en La Nava. Hasta cierto punto, el ferrocarril Soria-Castejón
representó un beneficio para Fitero, puesto que lo comunicó directamente con
Madrid, Logroño, Pamplona y Zaragoza. Por otra parte, benefició especialmente a
los fabricantes y comerciantes del pueblo, que expedían o recibían grandes
cargamentos de mercancías, sin necesidad de llevarlos o de recogerlos en las
estaciones de Castejón o de Tudela. Sin embargo, para el vecindario en general
fue un beneficio muy relativo, por pasar a 4 kilómetros de la Villa, y por otro
lado, asestó de momento un rudo golpe al pequeño comercio del pueblo, pues no
pocos compradores castellanos dejaron de venir a Fitero, por resultarles más
cómodo, rápido y barato, bajar a Cintruénigo o a Corella.
Durante las
primeras décadas de este siglo, los fiteranos se habían hecho muchas ilusiones
con la construcción de un tren que iba a pasar por el pueblo. El desengaño
sufrido por los vecinos, con el fracaso de un tren de vía estrecha, que debería
enlazar Castejón con los Baños Nuevos (hoy Gustavo Adolfo Bécquer), en 1905, no
los desalentó y en el número 2 del periódico FITERO MERCANTIL, editado por
Rufino Maculet, en noviembre de 1917, D. Alberto Pelairea les dedicó esta
coplilla:
Vino aquí un ilusionista
que trabajaba
muy bien.
Para ilusionistas estos
que han venido a lo del tren.
Por
fin, 24 años después, vino el tren, pero no como lo esperaban los vecinos.
En 1972,
había un servicio ordinario de trenes de ida o vuelta a Madrid, asegurado
directamente por el TER o el CORREO, los cuales servían asimismo las líneas de
Bilbao, San Sebastián, Logroño y Pamplona, con enlace en Castejón. Además los
lunes, miércoles y viernes, funcionaba el RAPIDO; y, para cubrir el servicio de
las líneas de Zaragoza y Barcelona, pasaban los mismos trenes por Tudela, y a
la llegada y salida de todos ellos, había un servicio de autobuses que pasaban
por nuestro pueblo. La estación ferroviaria de nuestra Villa tuvo una
existencia efímera, pues solo funcionó efectivamente como tal, durante dos
décadas. En el decenio de 1960, se convirtió ya en un simple apeadero; y en el
de los 70, fue suprimida.
Servicio de Correos
Es muy
probable, aunque no nos consta documentalmente, que, desde el siglo XVI, la
Abadía emplease ocasionalmente algún correo a caballo; pero es seguro y está
documentado que lo tenía ya desde comienzos del siglo XVII, pues, en el Espolio
del Abad, Fr. Felipe de Tassis, figura un recibo de 12 reales, firmado por Fr.
Jerónimo de Álava, el 12 de abril de 1615, por una resma de papel batido y
portes de cartas que le dejó a deber dicho Abad, fallecido el 13 de mayo
anterior[7]. Por
otra parte, en la estadística de 1676, figura “un Correo de la Villa”[8]. El
escribano Juan Francisco Llorente registra una declaración del Correo en 1721[9], y el
escribano José Semper, una “facultad para
nombrar Correo”, en 1728[10].
En
un principio, se llamó Correo al encargado de transportar la correspondencia, a
pie o a caballo, y más tarde a la correspondencia misma. Al organizarse, en la
segunda mitad del siglo XVIII, el servicio viajero de las Diligencias, se
encargaron éstas de transportar la correspondencia. Hasta 1808, pasaba por
Fitero el correo de Soria a Tudela, que llevaba la correspondencia de Madrid a
todo el mediodía de la Península; pero, desde esa fecha, dejó de hacerlo, sin
duda, inicialmente, por la Guerra de la Independencia, y desde 1814, por la
mala voluntad del conductor de la Diligencia, el cual alegaba que estaba mal el
camino, de manera que hasta 1817, iba directamente de Agreda a Cintruénigo, sin
pasar por Fitero. En vista de ello, D. Manuel Santiago Octavio de Toledo,
comisionado por la Vila, se dirigió a la Dirección General de Correos, pidiéndole
el restablecimiento del servicio primitivo, “en atención a que su población consta de 600 vecinos, y además, tiene
unos Baños Termales muy concurridos de personas de distinción así de esta
corte, como de otras muchas ciudades principales de España, y que el rodeo es
muy corto, pues desde la casa del Portazguillo a Cintruénigo, que es el camino
que ahora lleva el conductor, hay dos leguas, y pasando por Fitero, no llega a
dos y cuarto, de muy buen camino, que, si necesario fuere, se reformará. Por
otra parte, en Fitero nada tendrá que detenerse para dejar una valija y tomar
otra, ya que se le tendrá dispuesta y que, con el tiempo que tiene señalado el
conductor, para ir desde Agreda a Cintruénigo, le queda suficiente para pasar
por Fitero, sin alterar en cosa alguna las horas”. Tal solicitud fue
firmada el 19 de junio de 1817, y terminaba suplicando que el apartado de las
cartas para Fitero y sus Baños se hiciera en las estafetas de Soria y Tudela.
A
la sazón, el conductor de la correspondencia tenía señaladas 5 horas, para
llevarla de Soria a Tudela, pasando por Cintruénigo y Corella. El tal sujeto se
llamaba Tomás de la Fuente y andaba poniendo pegas a Fitero, para sacarle
dinero, consiguiendo que se le diesen 500 reales anuales, como acordó en la
sesión del Ayuntamiento del 26 de septiembre de 1817; pero siguió haciéndose el
remolón y retardando adrede los viajes, porque quería más dinero; y como no se
lo dieron, dejó finalmente de pasar por nuestro pueblo. En vista de ello, en
otra comunicación de don Manuel S. Octavio de Toledo, del 3 de enero de 1818,
pidió a la Dirección General de Correos que el conductor entregase y recibiese
la valija de Fitero a su paso por el camino o por Cintruéngio, a cuyo efecto
nombró el Ayuntamiento a un encargado de este menester. Se llamaba D. Bernardo
Rincón y era ya Maestro de Primeras Letras de la localidad. Fue contratado
también como Administrador de Correos en la sesión del 15 de febrero siguiente,
por 16 ducados anuales en lugar de los 18 que percibía su antecesor, alegando
que ya no pasaba por el pueblo el conductor de la correspondencia de Madri y,
por tanto, no tenía que sufrir, por este motivo, “las incomodidades que se tenían en recibir y entregar las valijas, a
hora intempestiva de la noche[11].”
Don Bernardo
Rincón murió en el verano de 1824 y, por la misma época, falleció asimismo D.
Bernardo Martínez, preceptor de Gramática Latina. Entonces, el Municipio, en la
sesión del 23 de septiembre siguiente, hizo un triple nombramiento; a saber, de
Maestro de Primaria, de Preceptor de Gramática Latina y de Administrador de la
Estafeta de Correos, a favor del ex fraile franciscano, D. Martín Subirán. Por
los dos primeros conceptos, le asignaron 840 reales fuertes anuales, y por el
3º, 16 ducados anuales, “para que le
sirvan de alivio y subsistencia”, como decía el Acta. Lo más curioso del
caso es que el Sr. Subirán no estaba examinado todavía de Maestro, por lo que
le concedieron 4 meses de plazo, para que lo hiciera[12].
Ni que decir
tiene que la correspondencia más numerosa por entonces era la del Monasterio.
En el Libro de Cobranzas de sepulturas del año 1792 y atrasadas, constan las
cantidades que el Depositario del Convento, Fr. Blas Martínez entregó al
Cillerero, Fr. Esteban Cenzano, como importe de los “portes de las cartas de los monjes”, en los 4 años siguientes: en
1830, 209 reales fuertes y 36 maravedís; en 1831, 143 r. f. y 8 m.; en 1832,
146 r. f. y 15 m.; en 1833, 115 r. f. y 23 m.[13]
Hasta
mediados del siglo XIX, no se hacía el intercambio de valijas del Correo de
Fitero, en Corella, más que una vez al día. Lo realizaba un cartero por 800
reales anuales. En 1857, era una mujer, llamada Luisa Bermejo, a la que el
Ayuntamiento acordó aumentar el sueldo a 1.080[14] reales.
En 1858, el Ayuntamiento se dirigió al Director General de Correos, solicitando
que, en adelante, se tomase el correo de Fitero en Cintruéngio y no en Corella,
haciéndose los apartados en Soria y en Pamplona. El portador de la valija iría
a Cintruénigo dos veces al día, en lugar de una a Corella. La dirección General
de Correos accedió a esta propuesta y el Ayuntamiento acordó pagar el valijero
real 4 reales diarios y habitación, en vez de los 3 que percibía por ir a
Corella[15]. En
1867, dirigió una instancia al Gobernador Civil de Navarra, firmada asimismo
por Cintruénigo y Corella, pidiendo que, en lo sucesivo, se tomase la
correspondencia para los tres pueblos, en Castejón y se la condujera por los coches
de la UNIÓN CORELLANA, en atención al retraso que se le observaba[16].
Posteriormente lo hicieron otras empresas de diligencias de viajeros y, a
partir de la segunda década del siglo actual, empresas de automóviles. En 1987,
lo realizaba la veterana SOCIEDAD DE AUTOMÓVIELES DEL RÍO ALHAMA, que, salvo
los días festivos, traía diariamente el correo desde Castejón, entre las 10 y
10,30 horas, y se llevaba el del pueblo a la misma estación, entre las 15,30 y
las 16 horas.
La primera
Oficina Postal de Fitero se abrió en 1894, siendo, a la vez, de Correos y
Telégrafos, con ambos servicios fusionados, a cargo de un telegrafista. En
1904, lo era D. Emilio Luna, quien, hacia mediados de abril, pidió al
Ayuntamiento que pusiera una luz a la entrada de la Administración, que abonara
la luz del Despacho y que abriera una taquilla para el público, en la
dependencia. Así lo acordó el Municipio, en la sesión del 20 del mismo mes[17]. A
la sazón, la Administración de Correos y Telégrafos estaba instalada en la casa
número 1 de la calle Luchana (hoy Díaz y Gómara). Su dueño era Román Yanguas,
quien, el 24 de mayo siguiente, solicitó del Ayuntamiento que, a partir del 1
de julio, se elevase la renta anual del alquiler a 180 pesetas. Pero se le
contestó que no era posible hasta el fin del año, pues, aun cuando se le estaba
pagando por trimestres, en la comunicación que pasó el anterior telegrafista,
D. Celestino Fernández, se expresaba que la renta habría de pagarse anualmente[18]. La
fusión de los dos servicios –de Correos y de Telégrafos- continuó hasta 1922 en
que se desglosaron y se abrió una Estafeta Postal independiente, servida por un
oficial de Correos y un cartero. Pero no duró mucho tiempo, pues fue suprimida
el 30 de abril de 1933, quedando convertida, por entonces, en Cartería Rural; y
a partir de 1952, en Agencia Postal. Esta Agencia estuvo instalada en los bajos
de la casa número 23 de la Calle Mayor y fue su encargado D. Miguel Aguirre
Lauroba, siendo trasladada a la Plaza de la Villa, en 1973. A partir de 1980,
volvieron a fusionarse los servicios de Correos y Telégrafos, con la creación
de una Oficina Auxiliar A. de Correos y Telégrafos, en la misma Placilla y
edificio. En 1985, su jefe era D. Pedro María Atienza Alfaro y la
correspondencia era distribuida por el cartero urbano, D. Ignacio Azagra
Aliaga.
En 1967, se
recibían diariamente alrededor de 270 cartas, 120 impresos y demás
correspondencia inferior, 57 periódicos de suscriptores, 70 periódicos para la
venta, unos 7 certificados, unos 5 reembolsos y 7 giros postales. En cuanto a
la correspondencia de salida, era expedidas diariamente alrededor de 210
cartas, 10 impresos y correspondencia inferior, una media docena de
certificados y otra media de giros postales.
Trece años
después, o sea, en 1980, el promedio mensual de la correspondencia era el
siguiente:
Cartas
ordinarias – Expedidas: 3.000 – Recibidas: 13,500
Cartas
certificadas – Expedidas: 150 – Recibidas: 420
Giros
postales – Expedidos: 125 – Recibidos: 65
Paquetes –
Expedidos: 40 – Recibidos: 50
Curiosamente
los periódicos recibidos fueron experimentando una baja sensible, a medida que
se fue acentuando la carestía.
Servicio de telégrafos
Como ya hemos
visto, la Oficina de Telégrafos fue inaugurada en 1894 y se montó con un
aparato Morse, siendo servido por un Oficial de Telégrafos y un repartidor de
telegramas, que desempeñaba, al mismo tiempo, el oficio de cartero.
También hemos
hecho constar que, en 1904 estaba instalada en la casa número 1 de la Calle
Luchana. Añadamos un detalle chusco sobre su instalación. Se trata de una
instancia dirigida al ayuntamiento por el vecino, Satos Liñán, el 21 de junio
de dicho año, en la que decía que, siendo Alcalde, D Hilario Falces (que había
cesado el 31 de diciembre de 1901), había hecho cesión hasta que la necesitase,
de una sema-escritorio para las oficinas del telégrafo, cuya mesa se taladró,
siendo Alcalde D. Juan Cruz Lahiguera, para colocar sobre ella el aparato
Morse, y habiendo ofrecido el Sr. Lahiguera hacerla nueva, todavía no se la
había entregado, pidiendo se la devolviesen en la misma forma que la cedió. Sin
terminar la primera década, la Oficina fue trasladada al primer piso de la
Calle Mayor, número 48, cuyo edificio era del Ayuntamiento. En 1935, pasó a los
bajos de la casa número 2 de la calle Calatrava; y en 1967, a los altos de la
casa actual de la Plaza de la Villa, siendo sustituído, en junio del mismo año,
el viejo aparato Morse por un flamante teletipo Siemens.
La estación
telegráfica de Fitero fue siempre de servicio limitado y, durante muchos años,
sirvió además de estación de enlace, recogiendo el servicio de los centros
telefónicos de los Balnearios, Cintruénigo, Rincón de Olivedo, Igea, Cornago,
Valverde, Cabretón y Aguilar del Río Alhama. Este servicio de escala fue, por
fin, suprimido en junio de 1971. Posteriormente pasó a ser una estación
unipersonal y en 1980, se transformó en la actual Oficina Auxiliar a. de
Correos y Telégrafos.
En 1967, el
promedio mensual de telegramas locales expedidos fue de 85; y el de recibidos,
120. Y el mismo promedio de telegramas de escala, expedidos y recibidos, de
unos 1.570. En cuanto a los giros telegráficos, se recibían mensualmente unos
27 y se expedían unos 17.
Los
telegrafistas que prestaron más años de servicio en Fitero, fueron D. Daniel
Fernández de Bobadilla y D. José Jiménez Fernández; éste último, durante 38
años.
El Balneario
Nuevo (Gustavo A. Bécquer) tuvo bastantes años un servicio propio de Correos y
Telégrafos, durante la temporada oficial, el cual era servido por funcionarios
que se renovaban quincenalmente.
Servicio de Teléfonos
El servicio
telefónico local se inauguró en 1924 y su primer encargado fue el Secretario
del ayuntamiento, D. Joaquín Mustienes, quien tuvo instalada la Centralilla, en
su casa del Paseo de San Raimundo, número 31. Posteriormente se encargaron de
ella, trasladándola a sus respectivos domicilios, D. Julián Tovías, hasta 1961;
y D. Javier Fernández Gracia, hasta 1966. El último encargado fue D. Domingo
Aliaga, quien trasladó la Centralilla a un pequeño local de las antiguas
escuelas. Por fin, fue suprimida en 1971 en el que se introdujo el servicio
telefónico automático. Antes de inaugurarse éste último, la Centralilla atendía
además las comunicaciones con el exterior que le pedía el Balneario G. A.
Bécquer.
El número
inicial de abonados al teléfono fue solamente de una docena; pero en 1966,
ascendía ya a 89, los cuales pagaban una cuota mensual ordinaria de 45 pesetas.
En 1985, había ya en el pueblo 335 teléfonos automáticos.
Transportes de mercancías
Los medios de
transportes de los fiteranos primitivos de finales del siglo XV y de los
primeros decenios del siglo XVI, fueron los brazos y las espaldas de los
cargadores, provistos de sacos, cuévanos, cunachos, etc.; y los lomos de las
acémilas, cargas con bastes, esportillos, angarillas y otros trejebos. Ya en el
apogeo del siglo XVI, aparecieron las carretas, carretillas y la galera de los
frailes; y en el XVIII, los carros y las diligencias, las cuales no solo
transportaban viajeros, sino pequeños bultos de mercancías. Ahora bien, si se
trataba de transportar mercancías pesadas y en cantidad, se utilizaban los
clásicos carros, que las llevaban a los pueblos próximos o a las estaciones
ferroviarias de Tudela o Castejón, cuando éstas fueron construidas, en los
primeros años de la década de 1860-1870.
Siempre hubo
algunos transportistas en Fitero, pero de los únicos de que tenemos noticias,
son unos pocos de finales del siglo XIX y bastantes del XX. Entre los primeros,
se cuentan el Tío Parrentena (Nicolás
Berrozpe); el Tío Foro (Telesforo
Rupérez); el Tío Calchas (Gregorio
Jiménez) y el Tío Valiente (Cosme
Rupérez). Utilizaban carros, a menudo con bolsas, y cobraban cantidades
increíbles. Por ejemplo, Telesforo Rupérez, por acarrear mercancías de Castejón
a Fitero y viceversa, solo se hacía pagar 1 pesetas, por cada 100 kilos. A
veces, transportaban y vendían frutos en los lugares más lejanos. Así Gregorio
Jiménez iba a vender vino y peras de Don Guindo hasta Segovia; y el Tío Foro,
hasta Peñafiel (Valladolid).
Los
transportistas fiteranos empezaron a tener una seria competencia, en el segundo
decenio de este siglo, con lso cerveranos, siendo los principales el Pacherero, los Miguelillos y el Regulares.
El Pucherero (Sinforoso Láinez) hacía
ordinariamente transportes de Cervera a Tudela, en un carro con bolsa, cobrando
por la ida o por la vuelta, 2 pesetas; por cada 100 kilos; y si el género era
muy voluminoso, 2.50 pesetas. De ordinario, lo acompañaba un hermano suyo.
Los
Miguelillos eran tres hermanos: Miguel, Pedro y Manuel Benito; y transportaban
mercancías en carro a Castejón y a Tudela indistintamente. El Regulares se llamaba victoriano Hernández y seguramente le
pusieron ese apodo, por haber servido en algún batallón de los regulares de
Ceuta. Fue el primer transportista de mercancías en camión. Iba diariamente de
Cervera a Castejón con un cargamento de alpargatas, recogiendo de paso, si le
quedaba sitio, otras mercancías de Fitero, Cintruénigo y Corella. A la vuelta
cargaba con todo lo que podía.
Pero volvamos
a los transportistas fiteranos. Los más importantes, antes de la Guerra Civil
de 1936-1939, fueron los Garapas. El
más antiguo fue Doroteo Igea, quien, en la segunda década del siglo actual, hacía
transportes a Tudela y a Castejón, en un carro con bolsa, tirado por dos o tre
caballerías, según el peso de lo que llevaba. Cuando hacía un viaje exclusivo a
Castejón, para un comerciante determinado, como D. Cesáreo Armas, traía hasta 3
toneladas de género y solo le cobraba 19, 20 pesetas, y si se trataba de
paquetería suelta para diversos clientes, se hacía pagar 9 pesetas por
tonelada. A veces, cogió contratas de transporte de piedra de la Diputación
Foral, a tres pesetas la tonelada, por supuesto, para trayectos más cortos y
empleando 4 caballerías.
Doroteo fue
un vecino singular, pues tuvo 18 hijos, de los que le sobrevivieron 10 y todos,
a excepción del mayor, Serafín, y de dos hijas se dedicaron al transporte,
ayudando a su padre en Fitero, mientras no se casaron. Fueron los hermanos
Julián, Manuel, Primitivo, Santos, Jesús, Rufino y su hermana Manuela.
Julián, que
era el segundo hijo de Doroteo, muerto ya su padre, se asoció con el mecánico,
Severiano Fernández, comprando una camioneta, que ostentaba estos estrafalarios
letreros:
TRANS FI CAS TU
POR TE TE DE
TES RO JON LA
Manuel se
casó en Pamplona y continuó de transportista, al servicio de la empresa
Transportes Zabalza, durante 44 años. Jamás tuvo un accidente, pero murió de
resultas de un atropello de un automovilista borracho, que invadió con su coche
una acera de la calle Paulino Caballero, por lo que marchaba tranquilamente
nuestro paisano.
Rufino
también trabajó en Pamplona hasta su muerte, al servicio de la empresa de
transportes de Julián Mateo.
Primitivo se
casó en Cintruénigo, donde asimismo se dedicó al transporte por cuenta propia;
primeramente con un carro, y más tarde, con un camión. Al morir en 1966, le
sucedió en el oficio su hijo, fallecido, a su vez, en 1986.
En fin,
Manuel Igea fue aguadora, trayendo en un carro cubos de 80 cántaros de agua del
Ebro (que vendía a 15 céntimos), de la Serna (a 10 céntimos) y del Terrero (a 5
céntimos el cántaro). Los servía a domicilio, subéndose a las cocinas de las
casas y vaciándolos en sus tinajas. Los hermanos Santos y Jesús se quedaron en
Fitero y se dedicaron a la agricultura; y dos hijos de Julián, Julio y
Guillermo se convirtieron, en la década de 1960, en comisionistas y
transportistas de frutas y hortalizas.
Además de los
ya citados, fueron transportistas con carros, antes de 1936, el Tío Gordo (Manuel Yanguas Magaña), que
traía agua de Torrellas, los Jejeros
(Santiago Yanguas Igea y sus hijos Jesús y José), también aguadores y
transportistas de pipas de vino y otras mercancías a Castejón; los Poches (Cirilo y Ciriaco Sánchez) y el Calero (Francisco Yanguas). Desde
1942 hasta 1959, los hermanos6 Melero: Pedro, José y Jesús se encargaron
sucesivamente del servicio de Correos, viajeros y mercancías a la estación
ferroviaria de Fitero en la Nava. Para la correspondencia y los viajeros,
utilizaban una camioneta Citroën B 12, matrícula de Palencia nº 170; y para las
mercancías, un carro con una caballería. A los viajeros cobraban en un
principio 2,50 pesetas por un viaje de ida o de vuelta. Por la misma época,
Luis Carrillo Luis traía con un camión agua del Moncayo, tomada en Agreda; y
del Ebro, tomada en Castejón. Hacia 1945, se asociaron para hacer transportes
con un camión el Guerra (Félix
Martínez) y el Guindera (Félix
Fernández).
Unos
transportistas especiales eran los acarreadores de leña (de olivo, de noguera,
de viña, etc.) como Pedro Ochoa (el Calvo),
que lo hacía para el Tío Barba
(Felipe Jiménez), y el Chavea (Juan
José Latorre), que acarreaba leña para el Tío
Chencho (Florencio Muro), por un jornal de 17 pesetas, poniendo él mismo el
carro con dos caballerías.
Por supuesto,
en el pueblo existían como siempre, medios de transporte y de locomoción
particulares, cuyo número en 1958, era el siguiente: 5 camiones, 6 automóviles,
70 motocicletas, 260 bicicletas y 265 carros. Ocho años más tarde, es decir,
1966, la situación de los transportes había mejorado sensiblemente, pues ya
tenía el vecindario 4 cosechadoras, 26 camiones, 39 automóviles, 42 tractores,
79 motocicletas, 285 bicicletas y 303 carros y remolques. Y en fin, en 1980,
rodaban por las carreteras y caminos de Fitero, los siguientes vehículos del
pueblo: 415 automóviles, 5 camiones, 42 motos grandes, 396 pequeñas y 180
bicicletas. Eso sin contar las máquinas agrícolas, representadas por 141
tractores de 25 a 80 H.P.; 105 motocultores y 10 cosechadoras.
Naturalmente
los transportistas profesionales casi desaparecieron; de manera que en la
década de 1980, solo figuraban Alfredo Forcada (camiones y automóviles), Javier
Yanguas, con una pala mecánica Calsa
y un gran camión Renault, y Luis Jimeno, con un camión y una camioneta.
CAPÍTULO VII
ALUMBRADO Y CALEFACCIÓN
I
El alumbrado doméstico de antaño
Durante los
siglos pasados, hasta mediados del siglo XIX, no hubo en Fitero alumbrado
público, sino privado, a base de aceite o de cera. Los vecinos pobres se
alumbraban por la noche con candiles y candilejas bastas de metal, alimentadas
con aceites residuales de olvida y torcidas de algodón, acostándose temprano,
para ahorra aceite. Los vecinos más acomodados lo hacían con velas de sebo o de
cera, plantadas sobre palmatorias o pequeños candeleros. Los monjes del
Monasterio también usaban en sus celdas lámparas de una u otra clase, y en los
claustros, en el refectorio, en la iglesia, etc. faroles o candelabros de
varios brazos, ordinariamente de madera, colgados del techo. En las procesiones
y entierros, se empleaban, aunque con parquedad, las hachas. En el curioso “Libro de recibos y gasto del espolio y
rentas del Abad, D. Fr. Phelipe de Tassi el Bueno”, nos tropezamos con un
recibo de miguel Sánchez, vecino de Corella, que importaba 131 reales, “por las mermas y comienzo de 12 hachas,
llevadas en el entierro de dicho Abad, el 2 de junio de 1615[1]”. Y en los
Estatutos de la Cofradía de Santa Teresa de Jesús, Patrona del Gremio de los
Alpargateros y Cordeleros, el número 6 ordenaba la adquisición de “una arca con su cerraja y llave, en la que
se guardarían 2 hachas para los entierros y una vela para cada cofrade[2].”
A principios del
siglo actual, todavía se conservaba la costumbre de que algunos devotos más o
menos acomodados acompañaran a los Viáticos, con hachas o velas encendidas,
siendo alquiladas las hachas a la merma, como en el entierro del Abad Tassi. De
todos modos, la mayoría de los vecinos continuaban alumbrándose en sus
domicilios, con lámparas de aceite; y solo, a finales del siglo XIX, algunos
ricos del pueblo usaban quinqués de petróleo, como los Balnearios Termales.
El alumbrado público: las farolas –
los serenos
El alumbrado
público en Fitero data de 1859, siendo Alcalde D. Nicolás Octavio de Toledo. En
la sesión del 6 de septiembre del dicho año, el Ayuntamiento acordó instalarlo,
poniendo 12 farolas grandes y 6 pequeñas, con un sereno encargado de su cuidado
y limpieza y de cantar las horas[3]. Las
farolas contenían en su fondo una lámpara de aceite de oliva y, cada año, el
Ayuntamiento sacaba a subasta el suministro del mismo, hasta que en la sesión
del 21 de abril de 1872, se acordó cambiar el aceite por el petróleo[4]. El
primero y único sereno fue Juan Liñán, hasta que, en 1869, se nombró a un
segundo vecino, llamado Lucas Pueyo, alternándose por semanas en la vigilancia
de los distritos del pueblo. En la sesión del 18 de marzo de dicho año, se
acordó que se le pagaría 1 peseta diaria, en los seis meses de verano y 2
pesetas, en los 6 de invierno[5]. En
la sesión del 6 de febrero de 1870, el Ayuntamiento nombró dos comisionados
vigilantes, que fueron D. Sebastián Yanguas, del distrito 1º y D. Romualdo
Muro, del segundo, para que “los serenos
cumplan con su deber y los faroles luzcan lo que corresponde a ese aceite que
se le suministra[6]”.
En 1887, se aumentó en 1 real diario el salario de los serenos, por
haberles quitado la vivienda gratuita que tenían en los locales del Monasterio
y se estableció que su horario de servicio sería desde las 10 de la noche hasta
las 4 de la mañana, de junio a septiembre, y de 10 a 5 de la mañana en los
demás meses[7].
A principios
del siglo XX, los serenos continuaban siendo dos y ganaban 1,25 pesetas
diarias. En invierno llevaban sendos capotes, y en todo tiempo, un farolillo
con una lámpara encendida de aceite y una lanza. Salían de la Casa de la Villa,
situada entonces en la Placilla, a las 10 de la noche, diciendo en voz alta: “Ave María Purísima. Sin pecado concebida.
Las 10 en punto. Sereno. (o Nublado
o Lloviendo, según el tiempo que
hiciera)”. Cada uno estaba encargado de la vigilancia de las calles de uno de
los distritos y de apagar los faroles del alumbrado público, a las 11 de la
noche. Para ello utilizaban unas escaleras de madera, que estaban colgadas,
durante el día, en el Parador de San Antonio. En el número 42 de LA VOZ DE
FITERO, del 19 de enero de 1913, se consignaba que, en la última sesión del
Ayuntamiento, Eladio Calleja había presentado una cuenta de 69 pesetas, por el
aceite suministrado en el año 1912, para los faroles de los serenos y la
lámpara de la Patrona.
El sereno que
prestó más tiempo este servicio, en el siglo actual, fue el Tío Parejo (Román Fernández Gómara), que
lo fue durante 23 años seguidos empleado de funciones múltiples del Municipio,
que desempeñó algún tiempo este servicio hasta 1982, en que quedó extinguido.
Su sueldo anual de este año fue de 726.874 pesetas; o sea, 1990 más al día que
le primitivo sereno Juan Liñán, en el año 1869.
Los Priores
de Barrio
Los
antecesores de los serenos, en la vigilancia nocturna del pueblo, fueron los
Priores de Barrio, creados en 1769. Su Ordenanza X les prescribía “rondarlo de
noche, con armas necesarias convocando para ello a los vecinos que les
pareciere y pendiendo a los que hallase delinquiendo, y aún a los que de noche
estuviesen parados en las calles, si preguntando el motivo de su estancia, no
lo hallaren justo, y mandándoles que se retiren, no lo obedeciesen[8]”.
El alumbrado eléctrico
El alumbrado
eléctrico no se introdujo en Fitero hasta 1898 en que, como ya hemos anotado en
otro capítulo, fundó la Electra Fiterana el industrial D. Casimiro Francés. El
fluído no se producía en el pueblo, sino en Cintruénigo, aprovechando el salto
de agua del molino de nuestros vecinos, que era asimismo propiedad del Sr.
Francés. En un principio, este alumbrado solo fue adoptado por el Ayuntamiento
para sus dependencias y la iluminación de las calles, y por alagunas familias
acomodadas, pues la mayoría de los vecinos continuó, en la primera década del
sigolo, con sus candiles y sus palmatorias. El alumbrado público constituyó,
durante años, un verdadero espectáculo para los niños, los cuales, al
encenderse las bombillas, gritaban a coro por las calles: “¡La luz! ¡la luz!
¡Ya viene la luz! Por supuesto, el primitivo alumbrado eléctrico era bastante menguado,
pues consistía en lámparas de filamento de carbón de cinco o diez bujías, que
alumbraban poco más que una vela. Los precios de la Electra Fiterana eran
relativamente módicos, pues, por un recibo del 31 de mayo de 1917, sabemos que
el consumo mensual de una lámpara de 5 bujías, destinada a la iluminación del
altar de la Virgen del Rosario, en la Parroquia costó 1,50 pesetas; y por otro
recibo del 31 de marzo de 1928, nos enteramos de que el vecino de la calle
Alfaro, Estaban Pérez, por el consumo, en dicho mes, en sus casa, de una
lámpara de 10 bujías, pagó 3 pesetas; y por una bombilla para el cuarto de la
Cofradía de la Cruz a Cuestas, 1,70 pesetas, y además, 0,15 suplementarias, por
el impuesto provincial del 5% sobre el consumo de energía eléctrica, aprobado
por la Dipuación Foral, en febrero de 1917. En total, 4,85 pesetas.
El suministro
de fluído eléctico por la Electra Fiterana solo duró hasta 1931 en que fue
sustituído por el de la Hidráulica del Moncayo, cuyo primer representante enb
el pueblo fue Juan calleja Prada. No tardó en hacerle competencia la Electra
Cárcar, cuyo primer representante fue Moisés Díez. La Electra C´ñarcar acabó
por absorver a la Hidráulica del Moncayo y fue, a us vez, absorbida, en 1967,
por las Fuerzas Eléctircas de Navarra, filial de Iberduero.
El consumo de
energía eléctrica de la Electra Cárcar era calculado por un contador eléctrico.
En 1955,
cualquier consumo costaba 1,10 pesetas, el kilowatio, siendo el mínimo
doméstico de 9 kws-hora, que costaba 9,90 pesetas. naturalmente, el precio fue
subiendo con el tiempo, y así, en 1963, cualquier consumo costaba 1,40 pesetas
el kw., siendo el mínimo doméstico de 10 kws-hora, que valían 14 pesetas. Por
supuesto, cada recibo iba incrementado de 0,95 pesetas de la Diputación Foral y
un timbre de 0,10.
Según los
informes del electricista Daniel Ayala, que representó, algún tiempo a las
Fuerzas Eléctricas de Navarra en Fitero, éstas tuvieron inicialmente cinco
tipos de tarifas: 1) Servicio a tanto alzado, sin contador, con una o dos
lámparas de 25 vatios cada una, pagándose por una sola 13,65 pesetas mensuales;
y por dos, 24; 2) Tarifa con contador de 5 amperios, pagándose mensualmente
13,65 pesetas, por un consumo mínimo de 9 kws.; 3) Tarifa con contador de 10
amperios, pagándose al mes 31,80 pesetas, por un consumo mínimo de 18 kws.; 4)
Tarifa con contador de 4 hilos, que se pagaba a precios convencionales,
teniendo en cuenta que las tarifas eléctricas se calculan con arreglo a una
escala variable, siendo inversamente proporcionales al consumo, por lo que a
los grandes consumidores (fábricas, comercios, cafés, etc.) se les aplica una
tarifa menor que a los pequeños.
En 1971, el
consumo total de electricidad, suministrado por las F.E.N. al vecindario fue de
577,777 kws, por un valor de 1.560.000 pesetas. En 1972, el número de abonados
ascendía a 850, y solamente el gasto del alumbrado público de calles y plazas,
y el de los edificios de servicio público que sufragaba entonces el
Ayuntamiento (Casa Consistorial, Biblioteca Pública, Grupo Escolar, Matadero,
Residencia San Raimundo y Piscina Municipal) importó 250.000 pesetas; pero en
1985, ascendió a 4.372.133 pesetas.
II
Calefacción antigua y moderna
En los siglos
pasados, la mayoría de los fiteranos no tenía otra calefacción doméstica que la
del hogar de la cocina, donde se quemaba leña de todas clases y donde la
familia se apretujaba en los bancos corridos de madera, con altos respaldos,
aledaños a la chimenea. Pero dese el siglo XVI, los vecinos más acomodados
empezaron a usar braseros circulares de
metal que llenaban de brasas; posteriormente, rejillas o rejuelas, que eran unos pequeños braseros rectangulares
para los pies, con enrejado en la tapa; y calentadores
de cama, con amplia tapa y largo mango, para calentar las sábanas. Estos
fueron sustituidos más tarde por simples botellas de agua caliente y
ulteriormente por caloríferos; y ya en el siglo XIX, aparecieron en los
establecimientos públicos (cafés, comercios, etc.) las estufas de leña o de
carbón. En no pocas casas de Fitero, se conserva todavía un mueble clásico de
calefacción: la mesa-camilla con
faldas, en cuya parte baja se oculta un brasero circular, con brasas o
eléctrico, montado sobre un soporte cuadrangular de madera.
Por supuesto,
los monjes del Convento fueron los primeros en usar braseros y rejuelas,
disponiendo además de un Calefactorio
comunitario, que consistía en una amplia sala con hogar de chimenea, y era una
pieza preceptiva en la arquitectura del Císter, contigua al Refectorio de los monjes profesos. En el
Inventario de lo que tocó a cada monje del espolio del Abad Ibero, fallecido en
1612, se anota que a Fr. Raimundo de la Cruz se le dieron, entre otros efectos,
dos braseros para la Cillerería, un badil
de hierro, unas tenazas, y un fuelle, para la Enfermería[9].
Actualmente
la mayoría del vecindario se calienta con estufas de gas butano. Su
introducción en Fitero data de 1963 y su primer distribuidor fue el comerciante
D. Luis Bozal. Inicialmente, la bombona de butano costaba 122 pesetas; en 1972.
Un botellón de 13,5 kilos, incluido el envase, valía 133; en 1975, había
ascendido a 189; y en 1985, un botellón de 13,4 kilos valía 855 pesetas.
Hay
calefacción central en la Residencia de Ancianos, en la Casa Consistorial, en
la Iglesia, en el casino de Fitero y en algunas casas particulares.
CAPÍTULO IX
CAPÍTULO VIII
AVATARES E ICONOGRAFÍA DE LA VIRGEN
DE LA BARDA
En el verano de
1921, realizando unas investigaciones en el Archivo Municipal de Fitero, a
cargo entonces del Secretario del Ayuntamiento, D. Joaquín Mustienes, hicimos
casualmente un descubrimiento sensacional: el auto de la Villa y Concejo sobre
la institución de la festividad de la Virgen de la Barda, como Patrona de
Fitero. Consta en el libro de “Acuerdos
de la Villa, desde 1872 a 1801”, f. 50 y fue tomado dicho acuerdo, el 15 de
mayo de 1785. En 1922, lo reprodujimos en la revista gráfica FITERO, del 10 de septiembre de dicho
año, la cual fue dirigida y editada por nosotros mismos y nuestros difuntos
amigos, Luis Palacios: Pelletier y José Jiménez Fernández. Cuarenta y siete
años después, en nuestro libro POEMARIO
FITERANO, publicado en 1969. Dedicamos a la Virgen de la Barda 17 páginas
en prosa (desde la 280 a la 297) y 2 en verso (pp. 162-163), y en nuestra
monografía sobre la IGLESIA CISTERCIENSE
DE FITERO, editada en 1981, le consagramos 16 páginas más (desde la 94 a la
210). Pues bien, para completar estos trabajos, insertamos ahora nuestro
estudio sobre la iconografía de la Sagrada Imagen, que ya publicamos en la
revista FITERO-85 y que creemos
oportuno recoger en este libro.
Este estudio
se refiere a cuatro tipos principales de la iconografía bardiana: la Imagen
primitiva, la Imagen mutilada, la Imagen revestida y la Imagen restaurada.
LA IMAGEN PRIMITIVA
El turista que
visita por primera vez nuestra grandiosa iglesia parroquial, y se enfrenta a la
Virgen de la Barda, aparte de los sentimientos religiosos o estéticos que
experimente, es presa inmediata de una ilusión visual y mental: la de creer que
se trata de una talla entera, o sea, de una imagen completa y exenta, de bulto
redondo, como se dice en la terminología técnica de la Escultura. La
explicación es obvia, pues se trata de una imagen hasta cierto punto
tridimensional que ocupa un espacio propio y aislado dentro de su Camarín. Pero
esta ilusión se desvanece en el acto, al subir el visitante al pequeño recinto
y constatar que la Imagen es una “Virgen-chuleta”, como dice el vulgo.
Hay otra
estupenda imagen de la Virgen María, en el Altar Mayor: la de la Asunción, que
también está labrada solamente por delante, pero estar adosada a un tablero, el
visitante no sufre ninguna desilusión, porque la toma, desde el primer golpe de
vista, como un magnífico bajorrelieve. En rigor, no es cierto, porque la imagen
no emerge propiamente del tablero, que es de distinta madera y fue adosada a
él, con posterioridad. Efectivamente, Diego Sánchez hizo primeramente la traza
del retablo y demás obras de madera del Altar Mayor, y a continuación, Antón de
Zárraga talló la imagen de la Asunción, ajustándose a las dimensiones que
permitieran encajarla dentro del marco, realizado por aquél. De todos modos, la
Imagen ofrece la apariencia de un bajo-relieve.
¿Y cómo se
explica que los monjes del siglo XIV encargaran una imagen de esta hechura...?
¿Fue por carencias económicas, cómo ocurrió en otras iglesias? No sería
imposible, pues todavía no existía el pueblo de Fitero y, por consiguiente, el
Monasterio no disponía de las pingues rentas que empezó a tener desde el siglo
XVI. Por otra parte, en el siglo XIV, continuaban todavía las luchas entre
Navarra y Castilla, por la posesión de Fitero y de Tudején, las cuales sólo
acabaron, por la sentencia arbitral del Cardenal Guido de Bolonia, en 1373, y
es claro que con estas contiendas intermitentes, la Abadía no salía ganando
nada, sino al contrario. Para nosotros, la verdadera explicación de este
entallamiento tridimensional de la imagen de la Virgen de la Barda hay que
buscarla en la concepción generalizada entre los arquitectos medievales de que
la pintura y la escultura, sobre todo, en los Monumentos religiosos, eran meras
artes. Santa María la Real, de Fitero, titular de la iglesia, no podía ser otro
que el ventanal central de la capilla mayor de la girola, al que debía ir
adosada permanentemente, sin pasárseles siquiera por la imaginación, ni a los
monjes ni al entallador, la idea peregrina de sacarla en procesión. Por lo demás,
es lógico pensar que al dedicarse el templo a la Virgen María, el 28-VI-1247,
ostentase en ese lugar una imagen tallada de la misma: Imagen que, en aquella
época, tenía que ser forzosamente románica
pura en su hechura y forma, como
escribió el P. Jacinto Clavería, en su Iconografía
y santuarios de la Virgen en Navarra” [1].
Pero es sabido que las imágenes románicas de la Virgen no se distinguen
por su elegancia ni por su hermosura, a causa de su rigidez, frialdad y
defectos de concepción anatómica y de proporciones. Por lo mismo, los monjes
la sustituyeron, en el siglo XIV, por una imagen gótica, elegante y agraciada:
la Virgen de la Barda. A la sazón, nuestro templo tenía más luz y majestuosidad
que en la actualidad, pues todas sus ventanas y arcos estaban abiertos, sin
obstáculos que les restasen iluminación. Todavía no se había construido el coro
alto ni el sobreclaustro, ni el púlpito ni el órgano ni la sacristía actual ni
el retablo del Altar Mayor. Así, pues, la perspectiva que ofrecía el interior
de la iglesia, desde el umbral hasta la capilla absidal central, donde
brillaba, a simple vista, la flamante imagen gótica, colocada a 80 metros de
distancia, en el extremo del eje mayor del templo, debía ser impresionante.
Además, al
mutilar la Sagrada Imagen, a comienzos del siglo XVII, estaba ya pintada,
conservándose todavía una parte de aquella policromía, al restaurarla en 1966.
Sus colores eran un azul ultramar en la túnica, uno de oro sobre rojo minio, en
el manto, y un blanco moreno, asimismo, sobre rojo minio, en la mantilla.
¿Mas, eran precisamente los colores primitivos? Lo ponemos en duda, pues, en el
transcurso de dos siglos y pico es probable que repintaran la imagen, por lo
menos, una vez. En el caso, empero, de que fuesen parecidos a los actuales, es
seguro que no serían exactamente como los de hoy, pues la química de los
colorantes se desconocía por completo, en aquella época, y los procedimientos
para pintar las imágenes eran asimismo distintos. Se reducían a tres: la imprimación,
el encarnado y el estofado.
La imprimación consistía en subsanar
previamente posibles defectos del entallamiento, como grietas, hendiduras,
etc., mediante el plastecimiento con pasta de yeso. También se podía aplicar
sobre la talla un lienzo encolado, poniendo cuidado en no desvirtuar ni
encubrir ninguno de los detalles de la obra realizada por el escultor. Pero
tanto en un caso como en otro, se aplicaba a continuación una mano de yeso y
cola muy sutil, y se lijaba cuidadosamente. Para finalizar la fase, se pintaba
directamente al óleo.
El encarnado consistía en aplicar a las
partes desnudas de la imagen, como la cara, el cuello, los brazos y las
piernas, el color de la carnación directamente al óleo, sobre el fondo de yeso
o madera, pudiendo quedar en mate; o bien, a pulimento, en cuyo caso el color
de la carne resultaba más brillante
Por fin,
el estofado o tratamiento de las
partes vestidas de la escultura era más complejo, ya que, con frecuencia, los
colores se aplicaban sobre dorado. Para ello se daba previamente a la
escultura una mano de panes de oro y se bruñía; luego se pintaba sobre ella
con colores lisos, teniendo en cuenta las transparencias del oro subyacente.
Finalmente, con ayuda del grafio, se arañaba o rascaba la pintura, descubriendo
así parcialmente el oro que había debajo, a modo de esgrafiado, con lo que se
lograba la decoración deseada [2].
Y así es como se pintó primitivamente la imagen de la Virgen de la Barda. Por
supuesto, en un principio, la Sagrada Imagen no tuvo el escabel zarzaleño que
exhibe ahora, pues todavía no se había forjado la leyenda correspondiente.
La imagen mutilada.
A principios del
siglo XVII, los monjes mutilaron bárbaramente la imagen de la Virgen de la
Barda. El señor Julián Bayo, que fue camarero de la misma durante medio siglo,
nos ha suministrado los detalles de este increíble destrozo que el párroco don
Jesús Jiménez Torrecilla puso de manifiesto en 1965 exponiendo al público la
Sagrada Imagen, despojada de sus vestiduras postizas y difundiendo fotos de la
misma. A la sazón, vivíamos nosotros en México y no nos enteramos de tal
suceso. Estas mutilaciones, descritas de arriba abajo y hechas, al parecer,
con un serrucho, fueron las siguientes: A la Virgen le mutilaron la corona, cortándole
los cuatro florones flordelisados de su remate; y la mantilla, cortándole.
todos los pliegues, con lo que despejaron completamente su cara. Le cortaron,
asimismo, los dedos de la mano izquierda y la fruta o flor que ostentaba entre
los dedos de la mano derecha. Le aserraron las dos rodillas y parte de las
piernas, así como los pliegues sobresalientes del manto y por fin, le sacaron
los ojos. ¡El colmo! Tampoco se libró el Niño Jesús de estas atrocidades, pues
le serraron parte del hombro izquierdo y una parte de la rodilla derecha. Por
supuesto, estas operaciones mutiladoras debieron realizarlas los monjes en secreto,
pues el pueblo se habría sublevado contra semejante salvajada.
¿Y qué
explicación histórica tiene?, pues resulta que el emprendedor Prior y Presidente
del Monasterio en sede vacante, Fr. Bernardo Pelegrín, - probable inspirador de
tal fechoría -, no era un monje sacrílego ni un loco. O, al menos, no tenía
conciencia de serlo. La explicación es que, en aquel tiempo, estaba haciendo
irrupción en la Iglesia el barroquismo, caracterizado,
entre otras cosas, por la suntuosidad, la pompa y el recargamiento decorativo,
y entonces se puso de moda en las iglesias el revestir a las imágenes, sobre
todo, a las de la Virgen María con espléndidos vestidos y adornarlas con
preciosas alhajas. No se olvide que el arte barroco, como expresión de la
sociedad de su tiempo, era un exponente del poder de la Monarquía absoluta, de
la preponderancia de la Iglesia y de la riqueza de la Aristocracia, rancia o
advenediza.
Por otra
parte, «el barroco es un arte de apariencia - más de lo que “se ve” que de lo
“que es” -, en el que domina la estructura de la visión, y por ello, los
materiales o las cosas no necesitan ser lo que son, sino aparentarlo» [3].
Así se explica también que aparecieran por entonces las imágenes-armazones, en las que bastaban una cara bonita y unas
manos finas de mujer, compradas en una tienda, una devanadera, un manto, un delantal,
un velo, un rostrillo y una corona brillante, para fabricar en unos días una
estupenda imagen de la Reina del Cielo. Es decir, una apariencia magnífica de
una realidad esperpéntica. Pero, en fin, en estos casos, no se cometía, al
menos, una atrocidad artística, como ocurrió, en cambio, en el de la Virgen de
la Barda y en el de innumerables imágenes góticas, mutiladas bárbaramente, para
revestirlas con telas bordadas. En ese sentido, el barroquismo no fue
precisamente una fanfarronada, sino una nueva revolución iconoclasta.
La Imagen revestida
Para
revestir la Sagrada Imagen, después de mutilada, confeccionaron una armadura
acampanada de tela de cáñamo, con la cara interior forrada de huatina, terminando
su parte baja en un aro metálico, que mantenía estirado y liso el delantal. Dentro
de esta armadura encerraron el cuerpo de la imagen hasta el cuello y sobre ella
sujetaron con alfileres el delantal y el manto, dejando en aquél dos
aberturas: una para sacar la mano derecha de la Virgen y otra, algo mayor,
para sacar la cabeza y el brazo derecho del Niño. A éste le pusieron un
delantal pequeño, revestido interiormente de una pequeña armadura de huatina,
que le proporcionara relieve. Para sacar la Imagen en procesión, se le
adosaban a la espalda cinco conos de tela metálica, con objeto de que el manto
formase canalones. Por otra parte, le cubrieron la cabeza con un amplia
mantillo – y más tarde con una mantilla española blanca o un velo blanco de
encaje -, el cual iba sujeto por la corona y por unos alfileres, a la altura de
los hombros. Finalmente, le rellenaron la cara con una pasta para encajarle el
rostrillo, y le pusieron unos ojos grandes de cristal, completando, de este
modo, el disfraz barroco. Los primitivos vestidos de la Virgen fueron blancos,
pero no tardaron en confeccionarle otros de los colores litúrgicos: encarnado,
verde y morado. Asimismo, le regalaron una peluca con tirabuzones, y unas veces
le ponían ésta sin rostrillo, otras, el rostrillo sin peluca y otras con los
dos adornos a la vez.
La
flamante Imagen revestida fue colocada, en un principio, en la Capilla actual
del Cristo de la Columna, cuya estructura, decoración y retablo, en el primer
cuarto del siglo XVII, detallamos en las páginas 189 y 190 de LA IGLESIA
CISTERCIENSE DE FITERO, así como la interesante pintura mural de su pared
septentrional interior, descubierta en 1972, la cual representaba a la
comunidad cisterciense fiterana, durante el abadiazgo de Andrade y Castro
(1615-1624). Por lo demás, es sabido que la Sagrada Imagen fue trasladada a la
Capilla actual - antigua del Cristo - en 1918, previa construcción del Camarín,
siendo párroco don Antonino Fernández Mateo, quien murió un mes después.
La imagen
restaurada
En las
páginas 100 y 101 de LA IGLESIA CISTERCIENSE DE FITERO, hicimos ya una descripción
minuciosa de esta Imagen y, por lo mismo, nos abstenemos de repetirla. Ahora
bien, creemos que vale la pena de plantearse esta cuestión: ¿y por qué no fue
restaurada hasta 1965, siendo así que, desde hacía muchos años, se sabía - o
por lo menos, lo sabían los sacerdotes y vecinos y vecinas que vestían y
desvestían a la Sagrada imagen - los estragos que estaba haciendo en ella la
polilla? La respuesta es sencilla: porque en 1965, se clausuró el Concilio
Vaticano II, el cual acometió la reforma litúrgica de la Iglesia, mandando
retirar del culto a los Santos legendarios (como Santa María Egipciaca, de la
que se conserva un buen retrato renacentista, en la sacristía de nuestro
templo), proscribiendo las imágenes-armazones y ordenando restituir a su primitivo
estado, siempre que fuese posible, las imágenes románicas y góticas,
disfrazadas pomposamente por la ostentosa cursilería de la época barroca. El
párroco, señor Jiménez Torrecilla se limitó a cumplir - no sin protesta de
algunos feligreses - dichas disposiciones, haciendo restaurar la imagen de la
Virgen de la Barda por los expertos de la Dirección General de Bellas Artes,
hermanos Cruz Solis y quemando las imágenes-armazones de la Virgen de los
Remedios, de San Raimundo y de la Virgen del Rosario. Todavía dejó dos: la
Dolorosa y el Cristo de la Cruz a Cuestas.
Reproducciones de la imagen de la Virgen de la
Barda
Son de cuatro clases: escultóricas,
pictóricas, fotográficas y numismáticas. Vamos a referirnos exclusivamente a
las del siglo XX [4].
A) Escultóricas
Las primeras y las mejores fueron las
realizadas en escayola por el escultor fiterano don Fausto Palacios, en la
década de los 20. Eran de dos tamaños y del tipo de la Imagen revestida. El
mayor media 45 cm. de altura y el menor 25. Los vestidos de ambas eran
parecidos: delantal blanco bordado en oro, manto azul grisáceo con flecos
dorados, corona de Reina y rostrillo plateados. Las exponían para la venta en
el comercio de Falces y Bozal, situado en la calle de la Villa.
Hacía 1929, el excelente artesano don Julián
Bayo talló en madera dos imágenes revestidas, asimismo policromadas, de 80 cm.
de altura y hacía 1934 hizo una Imagen-armazón, de un metro y pico de altura,
para vestirla con telas. En 1954, modeló en escayola cuatro imágenes de la Virgen
revestida, de 35 cm. de altura, por encargo del comerciante don Javier Falces,
las cuales fueron rifadas entre los clientes del comercio, y en 1966, talló en
madera una Imagen restaurada, de 69 cm. de altura, cuya fotografía apareció en
la revista de Fiestas, FITERO-81. Hacia el comienzo de la década de los 70,
el comerciante don Nicolás Artal encargó a los talleres imagineros de EL ARTE
CRISTIANO de Olot unas reproducciones policromadas de la imagen restaurada.
Eran unas bonitas estatuillas de 32 cm. de altura, incluido el pedestal. La
Virgen ostentaba un manto azul, que transparentaba el dorado subyacente, una
túnica de color salmón, una mantilla blanca con ribetes dorados y una corona
dorada. El Niño vestía una pequeña túnica de color calabaza claro. Ciertamente
el conjunto era espléndido; pero la Virgen no tenía el tipo ni las facciones
matronales de la Patrona de Fitero, sino las de una joven fina y de buen ver.
El señor Artal reclamó y le hicieron una nueva serie algo más parecida. En todo
caso, la mercancía tuvo buena aceptación, vendiéndose todas a 600 pesetas el
ejemplar.
B) Pictóricas.
Las pinturas y dibujos de la Virgen de
la Barda revestida y restaurada son muy raros. El más antiguo de este siglo es
un gran cuadro pintado al óleo por el corellano don Mariano García, en 1920.
Representa la recepción de la Sagrada Imagen revestida, portada en andas por
cuatro monjes del Monasterio, y estuvo colocado, frente a otro de San Raimundo,
en la Capilla actual de la Virgen de la Barda hasta 1967, en que ambos fueron
retirados a los muros este y sur del rellano de la escalera, que sube a la
antesala del sobreclaustro. Actualmente figuran en la nueva Casa Consistorial
del Ayuntamiento. Julián Bayo guarda en su domicilio otro pintado por él al
óleo, de la imagen revestida de 1´06 m. x 0´71, y la señora Amparo Forcada,
otro óleo más complicado y bien logrado de 60 x 45 cm. De la Imagen revestida,
pero ya no sola, sino con su artístico altar: el Carmarín, el baldaquino, el
gran fresco celestial de la bóveda, etc. Finalmente, en 1983, el profesor
pamplonés de dibujo don Isidro Murias, hizo un buen cartel anunciador de la
Novena de la Virgen de la Barda, con su Imagen restaurada, dibujada al
carboncillo.
C) Fotográficas.
Las reproducciones fotográficas de la
Virgen de la Barda son innumerables; pero solo vamos a referirnos a las
comerciales. Se han hecho en blanco y negro, en sepia, azules y policromadas.
Entre las hechas en blanco y negro, destacamos una serie de Foto Montón-Bilbao,
de la Imagen revestida, sin rostrillo y con peluca de tirabuzones; otra, hecha
sobre un cliché de M. García-Corella, de la Imagen con rostrillo, pero sin
peluca; otra de la Imagen restaurada, de perfil, que figuraba en un pequeño
álbum, encargado hacia 1967 por el párroco don Jesús Jiménez Torrecilla a
García Garrabella y Cía., de Zaragoza, titulado “Monasterio de Santa María la
Real, de Fitero”. Contenía un acordeón de 10 fotos, de 9 x 4´5 cm. Por
entonces, se vendieron también muchas fotos de 9 x 6 cm., en blanco y negro,
representando a la Imagen mutilada y a la Imagen restaurada.
Entre las fotografías en tonos azules
ultramar, hay que recordar el Bloc Postal-Recuerdo de Fitero y sus Balnearios,
encargado por el comercio de Falces y Bozal en 1926 a Ediciones Arribas –
Zaragoza. Cada bloc valía 1´50 pesetas, y contenía 14 tarjetas postales,
figurando entre ellas una de la Virgen de la Barda revestida. Se tiraron 500
blocs y pico; pero, a pesar de su baratura, tardaron en venderse 16 años. Entre
las fotos en sepia de la Virgen de la Barda revestida, merece destacarse la
serie realizada por la Industrial Fotográfica de Valencia. La Sagrada Imagen
llevaba velo y rostrillo e iba enmarcada, en forma ovalada, en un elegante
portafotos en tela; pero las facciones de la Virgen y del Niño no eran muy
concretas, pues aparecían un poco mofletudas.
Y vamos con las fotos policromadas.
Las primeras fotos de Fitero en colores
fueron hechas en 1960 por iniciativa del comerciante don Nicolás Artal, quien
las encargó a las Ediciones Montañés – Zaragoza, haciéndole un primero pedido
de 10.000 tarjetas postales. Entre ellas, figuraba naturalmente la Imagen
revestida de nuestra Patrona. En un principio, las vendió a 4 pesetas, y más
tarde a 6. Posteriormente, se hicieron de la imagen restaurada, destacando
entre ellas las Postales Pilmar-Sevilla, con clichés de S. de la Cal y las
Postales Escudo de Oro, con clichés de Jesús Latorre. Las primeras llevan el
escudo de España y datan de 1971; y las segundas, de 1981. Añadamos, para
terminar con las reproducciones fotográficas, una mención especial de las
incluidas en los programas de las fiestas patronales de septiembre. Hasta 1949
–que nosotros sepamos -, no apareció la primera, precisamente en la portada más
artística que se ha hecho hasta hoy de dichos programas. Fue obra del excelente
dibujante fiterano Florentino Andueza, y en ella, figuraba en miniatura una
imagen revestida de la Virgen de la Barda.. Andueza dibujó, asimismo, la
portada del programa de 1952, en una forma menos afiligranada, pero también
notable. En adelante, hasta 1966 volvió a incluirse la Imagen revestida,
flanqueada por dos angelotes arrodillados, en el interior de los programas.
El programa de 1961 dio una verdadera
sorpresa al vecindario, al insertar en el interior, a toda plana, una imagen
desvestida y mutilada, con esta leyenda falsa a sus pies: “Imagen de Nuestra
Señora de los Remedios (hoy Nuestra Señora de la Barda). Talla del siglo XII”.
En el programa de 1966 se publicaron en el interior dos imágenes enfrentadas de
Nuestra Patrona: La tradicional revestida y la recién restaurada: las dos
monocolores (en verde oscuro) y algo borrosas. En adelante, desapareció de los
programas la Imagen revestida. Por fin, en 1968 se insertó en la portada una magnífica
foto policromada de la Imagen restaurada, sin compañía de angelotes, la cual ha
sido reproducida en adelante en el interior; salvo en el Programa de 1974, que
reprodujo en la portada el altar completo de la Virgen restaurada, con su
monumental baldaquino.
D) Numismáticos.
Con motivo de la instalación de la
Virgen de la Barda en su capilla actual, el párroco don Gregorio Pérez Sanz [5]
hizo grabar unas series de medallas de aluminio y de plata, de diferentes
modelos, tamaños y precios. Todas ostentaban por el anverso la Imagen
revestida, acompañada de dos angelotes arrodillados y por el reverso, la
antigua imagen procesional de San Raimundo. Las había rectangulares,
circulares, cruciales, etc. Los precios de las medallas de aluminio eran 0´15,
0´20 y 0´25 pesetas; y las de plata: 1, 2, 3, 4´50 y 5 pesetas, habiendo 3
monedas de las de 3 pesetas. A su vez, para conmemorar la restauración de la
Sagrada Imagen, el párroco don Jesús Jiménez Torrecilla, hizo labrar medallas
circulares de oro y de plata que llevan en relieve, en el anverso, la Imagen
restaurada, sin angelotes, y en el reverso el Corazón de Jesús. Las de oro eran
de tres tamaños: de 22 mm. de diámetro, de 27 y de 32; que valían
respectivamente 500, 800 y 1.000 pesetas. Las de plata eran de un tamaño único:
22 mm. y costaban 100 pesetas. Actualmente se venden medallas de oro de la
Virgen de la Barda de diferentes modelos y de 7 tipos: 3 de escapularios, con
la Virgen en el anverso y el Corazón de Jesús en el reverso, y 4 de reverso
liso, para grabar inscripciones. Sus precios oscilan entre 4.000 y 39.000
pesetas.
[1] T.
II, p. 488.
[2] Gonzalo Borrás, Introducción
General al Arte.
[3] Artes decorativas, Isabel Alvaro
Zamora, p. 484.
[4] Hasta el año 1985, fecha
de publicación de este texto en la Revista FITERO de aquel mismo año.
CAPÍTULO IX
INVESTIGACIONES OROGRÁFICAS
La sierra de
Yerga
Actualmente
los terrenos de esta Sierra pertenecen, casi en su totalidad, a las
jurisdicciones de Alfaro, Autol y Quel; pero Fitero poseyó una parte de Yerga,
durante 7 siglos. Esa parte la especificaba lacónicamente en 1802 el académico
D. Manuel Abella, consignando que “le pertenece (a la Abadía de Fitero), en el
Reino de Castilla, la basílica de Nuestra Señora de Yerga, con el Valle de
Santa María[1]”. Algo más explícito, el
P. Manuel de Calatayud, escribía años antes, que “la Iglesia y Casa (de los
primitivos cistercienses de Yerga) está situada en la mitad de la cuesta que
mira al Occidente. A poca distancia, se hallan dos fuentes: la una al
Setentrión de la casa; la otra, al Mediodía”. Muy cerca de la segunda, “hay un
reducido huerto, en el que se crían avellanos y algunos otros árboles frutales
y excelente hortaliza. Tiene el que rinden trigo limpio y de buena calidad. De
estas tierras, algunas son del Monasterio de Fitero que tiene también su era
para trillar. Las demás, en mucho mayor número, son de Grávalos y de Autol[2]”.
Téngase en cuenta que el P. Calatayud escribía en el último cuarto del siglo
XVIII, pues las jurisdicciones han cambiado algo. Sin embargo, todavía se
conservan las ruinas de la Iglesia, así como 2 neveras, construidas por los
monjes, y se distingue el lugar donde estuvo la era de trillar.
En el
Medievo, la participación de la Abadía de Fitero en dicha Sierra fue mucho
mayor y tuvo su origen en la fundación en ella del primer monasterio
cisterciense de España, hacia 1139. En memoria de tal fundación y en honor de
la Patrona de su basílica, Nuestra Señora de Yerga, los pueblos circunvecinos
hacían todos los años una romería hasta ella: costumbre que duró hasta finales
del primer tercio del siglo XIX. Pero debía haber decaído ya bastante, a juzgar
por una licencia concedida a los corellanos por el Obispo de Tarazona, el 18 de
junio de 1813. Era para celebrar dos misas en la ermita del Villar, pagando 10 reales
y 1 libra de cera, en lugar de ir a Yerga, que estaba a tres horas de camino.
Alegaban los peticionarios que esta larga distancia, unida a las muchas
discordias y a la guerra contra Napoleón, habían enfriado la devoción de los
corellanos[3].
En efecto, el
alegato de las discordias era cierto, pues dichas peregrinaciones fueron, en
más de una ocasión, motivo de riñas, de tumultos y hasta de crímenes. En el
Libro I de Difuntos de la Parroquia de Fitero, nos tropezamos casualmente con
esta trágica partida: “Joseph de Cuenca
murió el 7 de junio de 1628, de una puñalada que le dieron en la procesión de
Nuestra Señora de Yerga y fue enterrado en Nuestra Señora de Yerga, entre el
altar de Nuestra Señora de la Soledad y la Reja[4]”.
Con todo, los
fiteranos devotos continuaron haciendo esa romería más de medio siglo, después
de la expulsión de los monjes en 1835. Al ocurrir ésta, el Monasterio poseía
todavía en la Sierra “la Basílica de la Virgen, con 5 yugadas de tierra y 2
piezas pequeñas, arrendadas unas y otras por 10 robos de trigo anuales[5]”.
Los montes de Argenzón
En bastantes
documentos antiguos y modernos, se habla de unos montes que formaban parte de
la orografía fiterana y cuyo nombre ha caído completamente en desuso: los
Montes de Argenzón.
No es ésta la
única denominación con que aparecen, sino con otras variantes: Algenzón,
Argentón, Arganzón, Agençon, Axeçon, etc. ¿Cuál de ellas es la auténtica y
primitiva…? Probablemente la de Arganzaón, topónimo de origen vasco que
significa pastizar (de arga, pasto), pues los Montes de Argenzón fueron
tradicionalmente terrenos de pastura[6].
Ahora bien,
¿qué montes eran éstos…?
Desde luego,
es cierto que, en la mayoría de los documentos, figura corrientemente la
denominación conjunta de Montes de Cierzo y Argenzón, como si, en efecto, los
últimos fueran parte y continuación de los primeros. Baste hojear, para
comprobarlo, el Catálogo Documental de la ciudad de Corella por D. Florencio
Idoate y leer los números 38 de la página 21; 182 y 183 de la página 50; 726 de
la página 151; 1564 de la página 320, etc. Incluso los planos que hicieron los
ingenieros de Montes, con motivo del reparto de los montes comunes de los
citados pueblos, realizado en 1901 y 1902, se atienen a la denominación
conjunta de “Montes de Cierzo y Argenzón”
Curiosidades de los montes de
Argenzón
Además de los
Balnearios Termales, a los que dedicamos un capítulo aparte, en el primer
volumen de estas Investigaciones, figuran la ermita de Pedro Navarro y la Cruz
de la Atalaya.
La Ermita de Pedro Navarro fue descubierta en 1979 por los estudiantes Serafín
Olcoz y Sixto Jiménez, quienes la localizaron en una de las partes más altas de
las Peñas del Baño, al N. E. del establecimiento Gustavo Adolfo Bécquer. Habían
tenido casualmente noticia de su existencia, por la lectura de un fragmento del
Apeo de Feloaga en un papel impreso
con el que estaba forrada la parte inferior de unas andas de la parroquia. Nosotros teníamos ya noticia de ella, no sólo
por dicho apeo, sino por otros documentos encontrados en el Archivo de Protocolos
de Tudela; pero desconocíamos su ubicación exacta.
Con que, en el verano de
1980, dichos jóvenes nos invitaron a reconocer su hallazgo, resultando ser un
nicho o cueva, de pequeñas dimensiones, con tres gradas iguales, cortadas a
pico, a modo de una estrecha escalera. El sitio no es de fácil acceso, por
estar en una pronunciada pendiente, debajo de la cresta, de 600 m. de altitud y
a su ladera occidental. La extravagante
ocurrencia de construir una ermita, o más bien, un simple santuario en tal
paraje, fue cosa de Pedro Navarro, el bañero que salvó y crió al Venerable
Palafox, desde 1600 a 1609. Iba a ser dedicado a la Virgen de la Soledad y lo
empezó en 1628; pero, al enterarse el Monasterio de tal construcción, entabló
pleito contra ella y lo ganó en 1630. Con que, en 1631, el abad, Fr. Plácido
del Corral y Guzmán dictó un mandato, prohibiendo continuar las obras a Pedro
Navarro y a su colaborador Gabriel Pérez (Miguel de Urquizu, Protocolo. de
1631, f. 21. A. P. T., secc. Fitero.). En vano D. Juan de Palafox, que, a la
sazón, era Fiscal del Consejo de Indias, pidió al abad que le dejase a Pedro
Navarro proseguir la fábrica de tal santuario, pues Fr. Plácido no accedió a
ello. En el Apeo de Feloaga, que data de 1665, se hizo constar que en dicho
lugar, “no parece que ha habido altar ni
al presente hay cubierto”.
La actual
Cruz de la Atalaya de Cascajos es la segunda. La primera fue de madera de
álamo, habiendo sido inaugurada el 3 de
mayo de 1908, por el párroco, D. Martín Corella. Para más noticias sobre ella,
remitimos al lector a la página 278 de nuestro POEMARIO FITERANO, donde consignamos toda clase de detalles. Los
vientos, lluvias y soles, la fueron dejando maltrecha, hasta el punto de perder
un brazo. Y al cabo de los años, se pensó en su reemplazo.
La actual es de cemento
armado y data de 1973. Mide 8 metros de altura y cada uno de sus brazos, 2
metros de longitud. Su espesor medio es
de 0´90 metros en cuadro y sus cimientos tienen 1´50 metros de profundidad.
Está montada sobre tres plataformas cuadradas y escalonadas, de 0´30 m. De
altura y 0´50 m. de pisa cada una. La
mayor tiene 5 m. de lado; la intermedia, 4 m. Y la menor, 2´8 m. Está calculada
para resistir vientos de una velocidad de 180 kilómetros por hora y pesa 20
toneladas. Ahora bien, el peso total
aproximado del monumento es de unas 150 toneladas. Costó alrededor de 110.000
pesetas y fue bendecida e inaugurada, el 14 de septiembre de 1973, por el
entonces Arzobispo de Valencia, Monseñor José María García Lahiguera, hijo de
Fitero. Su arquitecto fue D. Román Magaña Morera; y su constructor, D. Carmelo
Fernández Vergara, con su equipo.
LOS MONTES DE CIERZO
Situación anterior a la compra de 1665
La secular participación
de Fitero en los Montes de Cierzo tiene una larga historia que vamos a resumir,
aunque deteniéndonos algunas veces en detalles pintorescos que la amenizan.
Es indudable que antes
del siglo XII, si no precisamente el pueblo de Fitero, que no existía todavía,
ni tampoco su Abadía, los vecinos de Tudején y de otros poblados, dominados, a
la sazón, por los moros y colindantes con los Montes de Cierzo, cultivaron y
pastorearon las partes más próximas de los mismos y, de hecho o de derecho, las
poseyeron, constituyendo una verdadera facería.
Pero he aquí que, a partir de la reconquista de Tudela, hacia
1119, dichos montes pasaron a ser propiedad exclusiva de esta ciudad, merced a
una concesión que le hizo Alfonso I el Batallador, al otorgarle el Fuero de
Sobrarbe. Este Monarca acababa de derrotar a los moros de la región y de apoderarse
definitivamente de la Ribera de Navarra, y en virtud del derecho de conquista,
es decir, del derecho de la fuerza, entonces usual, podía disponer a su antojo
de los pueblos y de sus tierras. Ahora bien, es natural que una extensión
territorial de 28.358,99 hectáreas, como es la de los Montes de Cierzo, no
pudiese ser aprovechada, en su mayor parte, por la población que tenía entonces
la ciudad de Tudela; y que, en consecuencia, los pueblos que limitan con los
Montes de Cierzo[7], se aprovechasen de una
parte de éstos. Así resulto que, a principios del siglo XVII, aparecían como
congozantes de los Montes de Cierzo seis pueblos más: Corella, Cascante,
Cintruénigo, Fitero, Monteagudo y Murchante. Como la situación era ilegal, a cada
momento se producían discusiones, litigios y hasta riñas tumultuarias.
Tumultos
A veces, no se trataba de
simples pleitos en los tribunales, sino de riñas tumultuarias en los campos,
como las siguientes.
“Año 1630 – Varios papeles, entre los que está la notificación hecha por
el Consejo Real a los de Corella y a Juan de Luna, su alcalde, a consecuencia
de una queja elevada por los de Cintruénigo, a raíz de cierto incidente
ocurrido el 16 de abril, en los términos de Junquera, en los Montes de Cierzo,
donde los de esta Villa habían hecho pozas, para empozar el lino y el cáñamo.
Según los de Alfaro, los contrarios salieron armados, en
número de más de 1.500 y abrieron acequias, dejando secas las pozas. Habiendo
acudido el alcalde y un regidor de Cintruénigo con vara levantada, con un
escribano, fueron acometidos por los de Corella con azadones, dagas, espadas y
piedras, amenazados de muerte y puestos en fuga afrentosamente. Se cita el
antecedente de 1595 en cuya fecha ocurrieron parecidos sucesos y que fue tan
grande la risa que llevaban los vecinos de Corella que se burlaron de unas
mozas de Cintruénigo, que encontraron en el camino. También se agrega que, a
los pocos días, hubo una falsa alarma y salieron armados, por haber creído que
eran hombres unas ovejas negras que pacían cerca de una acequia que estaban
haciendo[8]”.
Para poner fin a tal
estado de cosas, ya en 1554, según Yanguas y Miranda, pensaron los pueblos
congozantes en hacer el reparto en dichos montes[9], pero
no se llevó a cabo hasta que la Corona les obligó a comprarlos en 1665, por la
suma global de 12.000 ducados. Dicha cantidad fue pagada el mismo año, en
partes proporcionales a las superficies deseadas por cada uno. Tudela pagó
4.992 ducados; Corella, 2.486; Cascante, 1.741; Cintruénigo, 1.289; Fitero,
cerca de 1.192[10]; Monteagudo, 173 y
Murchante, 127.
Escritura de compra
Fue otorgada el 24 de octubre de 1665, ante el escribano Francisco de
Colmenares y Antillón, por Don Juan de Laiseca y Alvarado, apoderado del
entonces virrey de Navarra, Duque de San Germán.
La firmaron, entre otras personas, los representantes de los 7
pueblos, siendo los de la Villa de Fitero, Rafael Jiménez y Ángel de Veguete.
Consta de 20 condiciones, entre las que cabe destacar, resumiéndolas, las
siguientes.
La 1ª excluía de la compra, como privativa de Cintruénigo, su huerta
vieja y campos nuevo y viejo, con todo lo que tenían plantado de viñas y
olivares en el término del Río Llano, desde la cañada de la Cebolluela hasta
los límites con Fitero, por la ermita de San Sebastián, reconociéndose al Río
Llano como abrevadero común.
La 2ª respetaba las viñas que tenía Cintruénigo en las 1.041 robadas
de terreno, comprendidas desde la dicha cañada hasta sus límites con Corella,
sin derecho a replantarlas.
La 3ª reconocía los derechos adquiridos por cada pueblo en sus riegos
con las aguas del Río Alhama.
En la 8ª, se especificaba que la compra se efectuaba por 12.000
ducados de plata, puestos en Pamplona.
La 11 excluía de la compra y goce “la
parte i monte realengo que llaman de Agenzón i toda la del Río Alhama.”
Hacia la parte de la Villa de Fitero.
La 12 prohibía plantar en adelante viñas ni olivos ni otros árboles en
el resto de los Montes de Cierzo y Argenzon, bajo la pena de 10 ducados por
cada robada de tierra, facultando a cualquiera de los congozantes a arrancarlos
y desplantarlos, sin incurrir en pena laguna.
La 14 establecía que el pago de los 12000 ducados, se haría en el
término de un mes.
La 19 consignaba, a petición de los representantes fiteranos, que la
escritura y su contenido no sería en perjuicio de “las 50 robadas que Su Majestad tiene dadas en propiedad a la Villa de
Fitero, en los montes reales de Agenzón para la nueva población y demás cosas
contenidas en la merced de S. M.”
Autos de
posesión
Fueron hechos el 26 y 27 de octubre de 1665, a continuación de la toma
efectiva de posesión de los mismos, hecha por los representantes de los pueblos
interesados, en presencia de Laiseca y su comitiva. La de los Montes de Cierzo se hizo el 26, y
la de los de Argenzón, el 27. Para tomar posesión de los segundos, Laiseca y
sus acompañantes salieron de Cintruénigo, “por el camino carril” que va a la
ermita de la Concepción y “habiendo llegado al paraje donde comienzan los
montes reales que llaman de Agenzón cerca y en frente de la dicha ermita, ...
entraron y se pasearon por dichos montes, rancando yerbas, arrojando tormos” y
realizando otros actos simbólicos, pero el auto hace constar que la toma de
posesión de Agenzón fue “en todo lo que en él tiene hoy S. M. en
propiedad, sin perjuicio i sin comprenderse ni ser visto darles la dicha
posesión en lo que tiene o pretende tener en propiedad i posesión en lo que
tiene o pretender tener en propiedad i posesión el Monasterio Real de Fitero,
conforme a los límites de amojonamiento hechos de orden del Real Consejo por el
M. I. Sr. D. Jeron Feloaga Oidor, del conservando a las dichas Universidades
(pueblos) en el recíproco gozo que tienen el día de hoy en los terrenos i
montes de Nienzobas y Turugen que tiene o pretender tener el dicho Real
Monasterio en propiedad y el dicho R. Monasterio en el reciproco gozo que tiene
el día de hoy en los dichos montes reales de Cierzo y Argenzón”.
En un Podatum de este 2º auto, todavía se aclara, a petición de Fr.
Pablo de Nausia, que los montes de Argenzón “confinan y confrontan con los términos de Alfaro y Cervera, en que
llegan los amojonamientos del dicho Monasterio.” Por si fuera poco, el
mismo día se reunió el capítulo del Monasterio, acordando agregar una Posdata,
firmada por todos los monjes y pasada ante el escribano, Colmenares, remachando
que la toma de posesión no incluía “los lugares de Nienzobas y Turugen, que el
dicho Real Monasterio tiene como propios
suyos”.
Anotemos por fin que, para pagar los 1.193 ducados, que costó a Fitero
la propiedad de su parte, en el reparto de los Montes de Cierzo, como a la
sazón tenía el pueblo 358 vecinos, le correspondió a cada uno 36 reales, 21
maravedís y 1 cornado.
Nuevos
pleitos y trifulcas
Al hacerse la escritura de compra y el reparto de los terrenos, se
cometió un error garrafal: no haber hecho un deslinde detallado de las
propiedades de cada pueblo; y dos arbitrariedades inexcusables: prohibir las
plantaciones de viñas, olivos y otros árboles, en perjuicio de los agricultores
y en beneficio de los ganaderos, y permitir que cualquier participante comunero
pudiera arrancar impunemente las plantaciones que se hicieran en adelante.
Naturalmente los pleitos, discusiones y riñas continuaron como antes, pues,
pasado un plazo prudencial, los agricultores más arriesgados hicieron caso
omiso de tales prohibiciones y continuaron plantando viñas y olivos en los
Montes de Cierzo, como lo habían hecho después de la Provisión Real de 1593,
que se había limitado a prohibir solamente la plantación de viñas. Siete años
después, en 1600, Tudela y Corella entablaron pleito contra Cintruénigo por
haber contravenido a tal Provisión, y las sentencias de la Corte y del Consejo
Real de 1619y 1623 dieron por buenas las plantaciones de viñas y olivares hasta
1619, aunque amenazando con 1.500 ducados de multa a los que plantasen más
viñas en adelante.
La prohibición de 1665 no tuvo más éxito que las anteriores y en 1774,
Cintruénigo incoó a su vez, un proceso contra Corella y Tudela, con motivo de
unas plantaciones de viñas, hechas en el término llamado Las Mil Cuarenta y Una robadas. De todos modos, en algunos años,
como en 1829 y en otros anteriores, hubo algunas desplantaciones a Mano Real,
pero no por se detuvieron las plantaciones más que de momento. En 1847, Tudela
y Cascante entablaron demanda ante el Consejo Provincial contra los cinco
pueblos restantes, incluido, por supuesto, Fitero, de la comunidad de Montes de
Cierzo y Argenzón, solicitando la desplantación de todo lo plantado en ellos;
pero dicho Consejo falló, el 27 de marzo de 1848, que no había lugar a tal
desplantación, estableciendo, en compensación, el pago anual por los dueños de
las plantaciones, de un canon en metálico a favor de la comunidad, arreglado
por peritos quienes tasarían los terrenos plantados en su estado primitivo de
pasto o hierba. Por lo demás, la sentencia insistía en prohibir nuevas
plantaciones de viña y olivos, a sabiendas de que no iba a ser cumplida tal
prohibición, pues, en el primer Considerando, consignaba que, había más de 30
días que los pueblos demandados habían empezado a hacer esas plantaciones, las
cuales comprendían una extensión de 13.793 robadas de viña y olivar, y que los
Tribunales a los que se había recurrido anteriormente contra ellas, las habían
respetado hasta cierto punto, limitándose a desplantar “un número
insignificante de robadas[11]”.
Para cumplir tal sentencia, los cinco pueblos afectados nombraron en
enero de 1849 sus respectivos peritos, haciéndolo incluso Fitero que nombró a
D. Felipe Yanguas, no obstante que nuestro pueblo no tenía entonces ninguna plantación
en Montes de Cierzo. Pero los ganaderos tudelanos se dieron cuenta de que iban
a salir perdiendo con tales medidas y prefirieron de momento dejar las cosas
como estaban. Pero he aquí que el 5 de
septiembre de 1857, Tudela acudió de nuevo al Consejo Provincial, pidiendo, al
cabo de nueve años, el cumplimiento de la parte pericial y tres días después,
el 8 de septiembre, la desplantación de todo lo plantado con posterioridad a la
sentencia de 1848. Como la mala fe de
los ganaderos tudelanos era evidente, el Consejo Provincial se limita formar un
expediente, sin ánimo de resolverlo.
Ahora bien, como volviese a la carga en 1862, el Gobernador Civil, Sr.
Vizconde del Cerro, reunió en Pamplona a los representantes de los siete
pueblos (los de Fitero fueron Don Nicolás Octavio de Toledo y don Manuel María
Alfaro), para llegar a un convenio que se concretó en esos 4 puntos: 1.- Todas
las plantaciones hechas hasta la fecha serían respetadas y sus dueños quedarían
libres de abonar canon ni planta por los terrenos que ocupaban; 2.- en cambio,
los ganados podrían entrar libremente en todos los terrenos plantados, desde
que se levantase el fruto hasta el 1 de marzo, a excepción de los olivares en
que pudiera causarse daño; 3.- el aprovechamiento de las aguas quedaría como
hasta entonces; 4.- cada pueblo haría, en el término de dos meses, un apeo
general de todas las plantaciones hechas, remitiendo una copia al Gobierno
Civil de la Provincial. Tal convenio fue
firmado el 30 de agosto de 1862.
Con esto pareció zanjada definitivamente la cuestión; pero he aquí que
el 25-XI-1882, Tudela volvió a removerla por enésima vez, pidiendo al
gobernador Civil de la Provincia el cumplimiento de la sentencia de 1848. ¡El
colmo! En consecuencia, se pidió un nuevo informe a los pueblos y Fitero envió
el suyo, redactado por Sagasti, el 1 de abril de 1883 (2ª p., doc. nº 89, ps.
877-88).
Por supuesto, los ganaderos tudelanos, que eran los promotores de
todos estos pleitos, no se salieron con la suya y trataron de imponerse por la fuerza.
Don José María Iribarren, en su libro Burlas y Chanzas, narra así una
de estas intentonas.
“Hace bastantes años –escribe- estuvieron a punto de llegar a las
manos fiteranos y tudelanos. Aquellos habían plantado vid americana en terrenos
propiedad de Tudela, situados en Montes de Cierzo. Los tudelanos marcharon
allí, dispuestos a arrancar la plantación; pero los fiteranos los esperaban
armados y aquellos se retiraron sin hacer nada. A ello alude la copla fiterana:
Ya vienen los de Tudela
a “rancar” americano,
y los de Fitero bajan,
con el cuchillo en la mano”[12]
No sabemos de qué fuente de información obtuvo esta anécdota el
ilustre escritor tudelano; pero, según nos la refirió a nosotros un testigo
presencial de Fitero, el Sr. Domingo Alfaro, ya difunto, las cosas no
sucedieron exactamente así. Por de pronto, las plantaciones no pertenecían a
vecinos de Fitero, sino de Cintruénigo. Noticiosos éstos de las intenciones de
los tudelanos, vinieron la noche anterior a nuestro pueblo, a pedir ayuda a sus
vecinos, puesto que los de Fitero también tenían viñas contiugas, por aquellos
lugares. Con que, hacia la una de la madrugada, se despertó a nuestro
vecindario, por medio de un pregón público, reforzado con los gritos de los
animadores cirboneros, y la mayoría de los mozos del pueblo se fueron con los
cirboneros a los Montes de Cierzo, a las 43 de la mañana, para hacer frente a
los tudelanos. Durante la marcha, uno de ellos improvisó esta copla que
corearon luego todos:
Ya vienen los de Tudela
a rancar americano
y ya bajamos nosotros,
con la “estralilla” en la mano.
(La estralilla es una pequeña hacha.) Pero los tudelanos, al decir de
nuestro informante, no se presentaron por allí. El suceso ocurrió en
Campolasierpe, el 23 de enero de 1904.
Reparto definitivo
Por fin, se acabaron estos pleitos en 1901, cuando, por providencia
judicial del 12 de diciembre de dicho año, se ordenó entregar a cada uno de los
pueblos interesados, sus planos parciales respectivos y además el Plano General
en el que se detallaban las partes de terreno adjudicadas a cada uno. La base
de este reparto fue el deslinde realizado en 1846-1847, que, por cierto, daba
una extensión total equivocada de 28.358,99 hectáreas, la cual fue rectificada
posteriormente por la Sección de Estadística Provincial. Así, pues, se
adjudicaron definitivamente a Tudela 11.960,46 hectáreas; a Corella, 5.772,32;
a Cascante, 3.711,31; a Fitero, 3.030,41; a Cintruénigo, 2.660,71; a Murchante,
678,34; y a Monteagudo, 545,44. Más tarde, fueron rectificadas[13].
Anota Alfredo Floristán Samames que “al hacerse el reparto de 1901,
cada pueblo hizo con su parte lo que creyó más conveniente. Así, mientras
Cascante la repartió entre los vecinos, Fitero y Murchante permitieron que
siguieran usufructuando quienes roturaron o sus descendientes repartiéndose
siempre por sorteo, tan solo entre los vecinos, alguna pequeña extensión
agrícolamente inexplotada hasta entonces[14].
CAPÍTULO X
EL
GUARDERÍO RURAL
La idea del Guarderío es tan antigua como el establecimiento de la
propiedad privada de los campos, por la necesidad de preservar sus plantas y
sus frutos de la rapiña ajena.
Su institución legal data en Fitero, por lo menos, de 1524, pues, en
la claúsula 5ª de las Ordenanzas Municipales de dicho año, se estableció que,
el día de San Miguel de cada año, es decir, el 29 de septiembre, se nombrarían
en junta del pueblo con el Abad, “los
bayles e guardas de los campos” que fueran necesarios, y los ¡apreciadores
de los daños en los frutos y heredades[15]”.
Unos y otros subsistieron hasta nuestros días, aunque variando su número, sus
retribuciones, su duración, la cuantía de las sanciones, que se imponían a los
infractores, etc.
Ignoramos el número máximo de guardas de campo que llegó a haber en el
pueblo, a través de los siglos; pero no creemos que sobrepasara nunca la
docena, aun incluyendo los particulares.
A comienzos del siglo XIX, el Monasterio empleaba tres guardas, solo
para vigilar el Soto y las Dehesas, pagándoles en conjunto 429 reales al año[16].
En 1857, siendo Alcalde, D. Cesáreo Huarte, hubo 8 guardas; en 1882, habían
bajado a 6; en 1902, se redujeron a 5; en 1903, a 4; en 1969, a 2; y en 1970, a
1.
La renovación anual del Guarderío se mantuvo hasta la cuarta década
del siglo actual, en que empezaron a nombrarse guardas fijos y se limitó su
jornada de trabajo a 8 horas, pues antaño era desde el amanecer hasta el
anochecer.
Dicha renovación por año era anunciada por el Ayuntamiento, con ocho días de anticipación, por medio de un
bando, para que se presentaran solicitudes. Después de la extinción del
Monasterio, el primitivo Reglamento de los guardas de campo, fue aprobado por
R. O. del 8 de noviembre de 1849.
En él se establecía que los guardas rurales, deberían ser pagados con
fondos del Municipio, correspondiendo su nombramiento a los Alcaldes, los
cuales solían hacerlo de acuerdo con la Comisión de Policía Rural, compuesta,
de ordinario, por tres concejales.
Para recabar fondos con que pagar a los guardas, el Ayuntamiento
hacía, cada año, un reparto y unas imposiciones mínimas entre los
terratenientes, las cuales eran cobradas a domicilio por los alguaciles. En
1886, este impuesto fue de 0,24 pesetas, por cada robo de viña de regadío; de
0,12 pesetas por c/r de viña de secano; y de 0,08 pesetas, por cada robada de
labor de monte[17]. En
cambio, 17 años después, o sea, en 1903, aunque parezca increíble, la
imposición había descendido, pues fue respectivamente de 0,20, 0, 10 y 0,02
pesetas[18].
Esto quiere decir que los guardas de campo estaban siendo pagados de mal en peor.
En efecto, en 1883, se nombraron 6 guardas, encabezados por Jacinto Hernández,
a dos pesetas diarias[19].
No estaba mal para la época; pero les pareció demasiado a algunos ediles y, 14
años más tarde, es decir, en 1902, el Guarderío interino, formado por el cabo,
Clemente Lauroba y cuatro guardas más, solo cobró 1,50 pesetas diarias; es
decir, una cuarta parte menos que en 1883[20].
En vista de esta mezquindad, en la primera convocatoria de 1903, no
hubo bastantes solicitantes, por lo que el Ayuntamiento hubo de hacer una
segunda, ofreciendo una subida de un real, y con este salario de 1,75 pesetas,
quedaron nombrados solo 4 guardas: Alfredo Gómez, cabo, e Isidro Aznar, Ricardo
Moneo y Rufino González[21].
Sin embargo, al año siguiente, les rebajaron otra vez el suelo a 1,50 pesetas.
Y así continuaron, por lo menos, hasta 1913, en que una gacetilla de LA VOZ DE
FITERO daba cuenta, en su número 52, de que había sido nombrado guarda jurado
Emeterio Arnedo, por los consabidos 6 reales diarios[22].
Por supuesto, las relaciones entre el Ayuntamiento en el Guarderío, en
este periodo, no eran precisamente cordiales. En junio de 1902, fueron destituidos
los guardas J. A. y R. H. Pidieron explicaciones al Ayuntamiento, pero no se
las dieron. Entonces citaron a juicio previo de conciliación, al Alcalde, quien
tuvo que reconocer la honorabilidad personal de los destituidos; más no los
repuso en el cargo[23].
En julio siguiente, dimitió el guarda C. G.[24];
y en agosto de 1903, fue destituido el cabo de guardas, M. Mª. B. P.[25].
En 1911, los gastos del Guarderío arrojaron las siguientes cifras.
Cargo: 4.019,39 pesetas; Data 2.342,33 pesetas[26].
Aunque, como hemos visto, las imposiciones anuales para pagar a los
guardas no llegaban a 1 real por robada de tierra, todavía había contribuyentes
que se resistían a abonarlas, engrosando las listas de los morosos incobrables
por Guarderío. Las pequeñas cantidades impagadas constituían los desfalques de
Guarderío. En la sesión municipal del 23
de noviembre de 1901, el aguacil Félix Falces presentó una lista nominal de 11
morosos, por un desfalque total de 6,03 pesetas; y el aguacil, Emeterio Liñán,
otra de 3 morosos, por un desfalque de 0,83 pesetas. Sumadas ambas listas,
arrojaban respectivamente 14 morosos y 6,86 pesetas de desfalques[27].
Lo más duro de la situación del Guarderío, en el siglo XIX, fue la
famosa responsabilidad de daños, implantada ya en las postrimerías de la época
abacial. Por la Ley 110 de las Cortes de Navarra de los años 1817-1818, se
dispuso que la custodia de los campos se confiase en adelante a guardas
asalariados, con responsabilidad de daños. Evidentemente, la intención de los
legisladores fue la de reforzar la vigilancia de los guardas rurales, un tanto
relajada; pero, para que su aplicación fuese justa, los Municipios deberían
haber sido obligados a mantener un número de guardas, suficiente para vigilar
bien todo su territorio y además, retribuirlos decorosamente. No fue
precisamente éste le caso de Fitero, en ninguno de los dos aspectos, y así la
desdichada responsabilidad de daños solo produjo muchos quebraderos de cabeza y
conflictos innumerables. Resulta que los guardas tenían que pagar hasta 20
pesetas por daños a mano airada, no denunciados; ¿y cómo iban a pagarlas,
cuando, como ocurrió en 1902, solo había cinco guardas, que solo ganaban 6
reales diarios…?
En ese año, precisamente se realizaron no pocos daños a mano airada,
para perjudicar a los guardas. En vista de ello, el Ayuntamiento, en sesión del
10 de diciembre del mismo año, acordó relevar a los guardas de tal obligación y
“que se satisfaga lo que corresponda a
los guardas, de fondos del Guarderío, por el tiempo que el Ayuntamiento tenga
por conveniente[28]”.
La verdad es que el Guarderío, con responsabilidad de daños, no
satisfizo en Fitero a ninguno: ni a los guardas, ni a los vecinos, ni al
Ayuntamiento, que acordó suprimirlo en 1881. Pero la Diputación Foral revocó
tal acuerdo, el 19 de septiembre de 1882, y aunque, de mala gana, hubo que
volver al Guarderío con responsabilidad de daños. Según afirma Sagasti, hubo
por entonces algún año en que el Ayuntamiento sacó el Guarderío en arriendo,
por vía de pruebas; más tuvo que desistir de ello, porque, en general, dio
malos resultados[29]. A veces,
los guardas se negaban, con razón, a pagar las cédulas de aprecio respaldadas, porque
los propietarios abultaban los daños. Entonces eran pasadas al Ayuntamiento, el
cual las discutía, en sesiones ordinarias, y zanjaba la cuestión. He aquí un
ejemplo típico, entre cientos. En la sesión municipal del 13 de abril de 1904,
la vecina Fermina Yanguas presentó cinco cédulas de aprecio respaldadas, por
daños causados, en fincas suyas de los Cascajos, la Vega, Valdebaño y la
Muralla del Prado. Por la primera cédula se le pagó todo el daño, tasado en
4,50 pesetas, incluida 1 pesetas del aprecio. Por la segunda, la tercera y la
cuarta, solo se le pagó la mitad del daño y el aprecio; y por la quinta, todo
el daño y el aprecio, que totalizaban 5,25 pesetas. En la primera cédula, se
trataba de unas uvas, llevadas de una viña; en la segunda, de unas nueces
sacudidas de una noguera, etc.[30]
En cuanto a las multas y sanciones, impuestas a los infractores,
variaron, a través de los siglos, teniendo en cuenta las circunstancias y la
cuantía de los daños causados. Ya vimos en la cláusula 14 de las Ordenanzas Municipales
de 1524 cómo al que sorprendían hurtando uvas, le imponían una multa de 5
blancas (13 maravedís), si era de día; y de 10 blancas, si era de noche, las
cuales eran para el bayle y guarda. Saturnino Sagasti consigna 40 y pico de
multas, impuestas solamente en la década de 1850-1860; pero anota otras muchas
de los decenios anteriores y posteriores. He aquí algunas curiosas, relativas a
foranos.
El 11 de noviembre de 1843, se impuso al ganadero de Cintruénigo,
Ignacio Chivite una multa de 100 reales vellón y la reparación de los daños
causados por un ganado suyo, en la viña-olivar de Ruperto Muro[31].
El 17 de noviembre de 1854, siendo Alcalde Fermín Andrés, se impusieron sendas
multas de 4 reales vellón, a los hermanos cirboneros, Pedro Clemente y Pedro Domingo
Ligués, por haber arados sus peones con dos yuntas, en el Barranco de la Nava,
unos terrenos de Pablo Yanguas y de Manuel y Fernando Bermejo, destrozando el
abrevadero[32]. El
15 de marzo de 1858, se condenó al pago de 16 reales de daños y a 20 reales de
multa gubernativa, al vecino de Cascante, Manuel Clemente, alias “el Ojillo”,
por haber metido 20 cabezas de ganado lanar, en una pieza de cebada de Cesáreo
Rupérez, encima de la Bainosa[33].
El 4 de julio de 1860, siendo Alcalde, D. Nicolás Octavio de Toledo, se multó
con 10 reales, al vecino de Corella, José Rubio, por arrancar esparto, en el
término de Abatores[34].
El 2 de diciembre de 1866, siendo Alcalde, D. Manuel María Alfaro, se impuso al
vecino de Tudela, José López, una multa de 70 reales vellón: 10, por cruzar su
ganado lanar la carretera, por donde no había paso; y los 60 restantes, por
pastar por cunetas y paseos de dicha carretera[35].
Añadamos este dato curioso: esta vez, el enunciante no fue ningún guarda, como
de ordinario, sino el peón caminero, Santiago Ayala.
Ni que decir tiene que la mayor parte de las multas recaían siempre
sobre los vecinos, por los motivos más variados; pero no queremos dar nombres de
sancionados en el siglo pasado, porque, a lo mejor, son identificados por sus
descendientes. Solo vamos a citar un caso excepcional, ocurrido hace un silgo.
Fue en el verano de 1883, siendo Alcalde D. Juan Cruz Lahiguera.
A la sazón, era tiempo de veda en las Dehesillas, para el ganado
lanar. Sin embargo, allí se metió más de una vez el rebaño de un ganadero,
produciendo daños por 499 reales vellón. Ahora bien, loso guardas, cuyo cabo
era V. P., no lo denunciaron. Entonces se les castigo a pagar 70 pesetas, por
vía de daños, y 30 más (5 a cada uno de los seis guardas), por vía de multa
gubernativa y por los gastos periciales[36].
Anotemos, para terminar, que la situación precaria de los guardas
empezó a evolucionar favorablemente, durante la Guerra Europea de 1914-1918,
cuyas secuelas produjeron una verdadera revolución económica y social,
subiendo, desde entonces, paulatinamente, desde los 6 reales de 1913 a las 4
pesetas de 1931. Por esta época, se abolieron además la renovación anula de los
guardas y la responsabilidad de daños, aplicándoles la jornada de 8 horas de trabajo.
Terminada la Guerra Civil de 1936-1939, los guardas rurales empezaron a ganar
6,50 pesetas diarias, y en 1950, cobraban ya 7,20 pesetas. La implantación de
las pagas extraordinarias de Navidad y del 18 de julio vino a beneficiarlos
más, de manera que, en 1969, contando con ellas, los guardas salían por algo
más de 264 pesetas al día. No era precisamente un sueldo muy holgado, pues la
vida se había encarecido notablemente y una aprendiza quinceañera de INITESA
ganaba ya 415 pesetas semanales.
En 1985, el único guarda rural que quedaba, el Sr. Ángel Ramos, cobró,
por todos los conceptos –pues ejercía otras funciones ocasionales del Municipio
945.252 pesetas.
¡Menuda diferencia con los pobres guardas seisrealeros de 1913…!
CAPÍTULO
XII
GENTES Y
HECHOS DE ARMAS
Tiempos
prehistóricos
Antes de nada, hagamos una aclaración. El pueblo de Fitero no fue
jamás un teatro de guerra propiamente dicho, pues, como hemos anotado, más de
una vez, no empezó a formarse formalmente hasta mediados del penúltimo decenio
del siglo XV. Otra cosa distinta es su territorio, que en efecto, fue campo de
batgalla más de unavez, ya desde los tiempos prehistóricos. Así lo demuestran
las conclusiones a que llegaron los eminentes arqueólogos, D. Blas Taracena y
D. Juan Maluquer de Motes, después de sus excavaciones y estudios de los
primitivos poblados de la Peña del Saco, entre las que figuran estas dos: 1)
que el más antiguo, de tipo pastoril y de origen ibérico o celta, a finales de
la Edad del Bronce, fue incendiado y destruido por una invación celtibérica,
representando “un verdadero fenómeno de conquista del territorio”, 2), que, a
su vez, el último poblado celtibérico fue violentamente destruido y abandonado,
no volviéndose a ocupar dicho lugar”[1].
Edad
Antigua – Época romana
¿Quién lo ocupaba últimamente…? Una tribu de pelendones. ¿Y quiénes lo
destruyeron…? Los conquistadores romanos… ¿Cuándo…? En el siglo II antes de
Jesucristo; pero no se sabe con certeza el año. Taracena conjetura que ocurrió,
después de la toma y destrucción de Numancia por Publio Scipion Emiliano, el
año 133 antes de Jesucristo; pero también pudo haber sido, a raíz de la
victoria de Tiberio Sempronio Graco sobre los celtíberos, al pie del Moncayo,
en 179 a. de J.C…
Después de esta destrucción, no consta ninguna acción bélica de los
romanos en territorio fiterano, aunque sí su presencia en las termas del Baño
Viejo, cuando menos, en la época de Augusto, en la que habían edificado un
pequeño balneario. ¿Y no utilizarían antes sus aguas las tropas del general
Quinto Sertorio, que, apoyado resueltamente por los celtíberos, se apoderó de
la mayor parte de España y tuvo en jaque al dictador romano, Sila, durante más
de ocho años…? Es posible, sobre todo, si se confirma definitivamente que la
antigua Contrebia Leukade, rendida
por Sertorio, el año 77 a. J. C., se identifica con un poblado celtíbero, aledaño
a Inestrillas, donde, en efecto, hubo un bastión romano de importancia, del que
todavía quedaban algunos restos, en el
año 1978, en que lo visitamos. Nótese que de Inestrillas hasta los Baños Viejos
(Virrey Palafox), siendo la corriente del Alhama, solo hay de 12 a 13
kilómetros. De todos modos, esto solo es una mera conjetura.
Edad Media
– Época visigoda
En cambio, parece cierto que, al empezar las invasiones de los
bárbaros en España, en el siglo V de nuestra era, esto no se apoderaron del
territorio fiterano, pues los vándalos, silingos y alanos que atravesaron
Navarra y Rioja, lo hicieron por el N. Incluso es probable que, dada la
resistencia de los vascones a los visigodos, durante muchos años, estos no se
apoderaran del territorio de Fitero, hasta los tiempos del Rey Suintilla
(622-631), el cual derrotó a los vascones y fue el fundador de Olite.
Época musulmana
No ocurrió lo mismo con los invasores musulmanes, pues éstos se
apoderaron probablemente de nuestro territorio, cinco años después de su
irrupción en España, o sea, hacia el año 716, después de la conquista de Tudela
por Ayyub ben Habid–añ-Lajmí, llamado por los cronistas cristianos Ayub el
Lajunista. Debió ser en el mismo siglo VIII o en el siguiente, cuando los moros
construyeron la fortaleza de Tudején y se formó, más tarde, a su sombra, la
villa del mismo nombre.
Época
cristiana – Luchas entre navarros y castellanos
Sancho III el Mayor de Navarra se apoderó del castillo hacia 1016 y es
probable que continuara en poder de los cristianos, en el resto del siglo XI, a
juzgar por dos mapas insertos en La España del Cid de D. Ramón Menéndez Pidal[2].
En el 1º, que es un mapa de España en 1605, a la muerte de Fernando I de
Castilla, aparece Tudullén, como perteneciente a Navarra, mientras que en el
2º, que es de 1086, después de la toma de Toledo, figura como perteneciente a
Castilla y formando frontera con el reino moro de Zaragoza. En 1065,era Rey de
Navarra Sancho García IV el de Peñalén, el cual cedió el castillo de Tudején a
Al-Moctadir Billa, rey moro de Zaragoza, el 25 de mayo de 1073, a cambio del
castillo de Caparroso[3].
Pero no le duró mucho a Al-Moctadir la posesión del castillo de Tudején, pues,
como la toma de Toldo por Alfonso VI de Castilla ocurrió el 25 de mayo de 1085,
es claro que los castellanos debieron apoderarse de Tudején el mismo año o a
principios del siguiente. ¿Con lucha o por capitulación…? No lo sabemos. A
partir de entonces, Tudején dejó de pertenecer a los musulmanes, de una manera
definitiva, pues Alfonso I el Batallador rindió a Zaragoza en 1118 y a
continuación, uno de sus lugartenientes, el Conde francés, Rotrón de Alperche,
se apoderó de Tudela, cayendo luego en sus manos los demás pueblos de la cuenca
del Alhama: Corella, Cintruénigo y Tudején. Como Alfonso I el Batallador era, a
la vez, Rey de Aragón y de Navarra, Tudején pasó de nuevo a poder de los navarros.
En enero de 1129, el mismo Monarca se encontraba en el castillo de Tudején,
según consta en una donación que hizo desde allí al Hospital de San Juan de
Jerusalén. Y en su testamento de 1130, dictado en Bayona, donó el castillo de
Tudején a Santiago de Galicia, ratificando tal donación, tres días antes de su
muerte, en el nuevo testamento otorgado en Sariñena, el 4 de septiembre de
1134. Pero tal testamento no fue respetado por nadie, y Alfonso VII de
Castilla, aprovechando la debilidad del Rey, Ramiro II el Monje, que había
sucedido al Batallador en Aragón y Navarra, se apoderó de Tudején. En octubre
de 1146, tuvo en él Alfonso VII una entrevista con su yerno, García Ramírez VI
de Navarra; y en enero de 1151, celebró allí otra con el Príncipe de Aragón y
Cataluña, Ramón Berenguer IV.
Al año siguiente, ocurrió un hecho trascendental: el traslado a Fitero
por San Raimundo de la Abadía Cisterciense de Niencebas; Y en abril de 1157,
otro no menos importante: la donación del castillo de Tudején, por Sancho III
de Castilla y su padre el Emperador, al flamante Monasterio de Fitero, que sólo
distaba menos de una legua de aquél. Con estos acontecimientos el territorio
fronterizo de Fitero adquirió mucho más valor e importancia y, por lo mismo, se
convirtió en una presa más codiciable. Entonces los Reyes de Navarra empezaron
a conceder privilegios y favores a la Abadía. Sancho VI el Sabio, en enero de
1157, dio licencia los monjes para pastar sus rebaños en su reino y los eximió
del pago de peajes y portazgos[4].
Sancho VII el Fuerte, en diciembre de 1211, ratificó a la Abadía la posesión de
la villa de Niencebas y Tudején[5].
Y Teobaldo II le dejó en su testamento de 1270 una renta de 100 sueldos anuales[6].
Evidentemente, no era por pura religiosidad, sino por tenerla de su parte, en
sus reivindicaciones fronterizas. El viejo pleito contencioso entre Castilla y
Navarra por la pertenencia de Fitero y Tudején se puso al rojo vivo en el siglo
XIV. A comienzos de 1335, el Monasterio estaba en poder de Navarra y el
Gobernador lo abasteció de víveres y armas para su defensa. El capitán Pero
Sánchez de Montagut llevó 100 ballesteros de Tudela, para defender de un asalto
castellano, que parecía inminente; y en efecto, lo defendió; pero no pudo impedir
que 200 castellanos de infantería y 13 de caballería entraran en el castillo de
Tudején, a los gritos de ¡Castilla, Catilla! Y que se instalaran en él.
Un mes después, irrumpieron asimismo en el Monasterio, cometiendo toda
clase de violencias. “Dos hombres fueron muertos sobre el altar y todos los que
se encontraban dentro del Monasterio fueron detenidos[7]”.
Pero lo más grave ocurrió, en el otoño del mismo año, en que acabó en
guerra declarada la reciente Alianza de Navarra y Aragón contra Castilla.
Reinaban respectivamente en esos Estados Felipe III, Pedro IV y Alfonso XI. A
la sazón, era Gobernador de Navarra, D. Enrique de Sully, que residía en
Tudela, y allí se hallaba en el otoño de 1335, con D. Lope de Luna, uno de los
más poderosos caballeros de Aragón. Con el fin de apoderarse del castillo de
Tudején, concentró bastantes tropas de infantería y caballería, a las que
vinieron a unirse unos 1.500 caballos aragoneses (el cronista Jerónimo de
Zurita loso reduce a 500), mandados por D. Miguel Pérez Zapata. Con estas
fuerzas, no le fue difícil apoderarse del Castillo, que solo tenía una pequeña
guarnición castellana. Pero Sully y D. Lope de Luna no contaron con reacción de
Alfonso XI, quien, al tener noticia de este suceso, envió más de 2.000 caballos
y gran número de infantes, al mando de D. Martín Fernández Portocarrero. A
marchas forzadas, llegó a Alfaro el nuevo ejército de Castilla, y habiéndolo
sabido el Gobernador Sully, envió a decir al General de Castilla, por medio de
un trompeta, que se holgaba mucho de su llegada y que, al día siguiente,
saldría a correr, con sus gentes, la huerta de Alfaro, a vista suya. A esta
fanfarronada respondió Portocarrero que él pensaba en lo mismo y que, al día
siguiente, iría él a correr la huerta de Tudela. Esta después desconcertó a
Sully, a Luna y a los Cabos del Consejo de Guerra, los cuales se engañaron con
la misma verdad, imaginándose que era un simple ardid de guerra, con el que,
amenazando a Tudela, quería encubrir su propósito de cargar sobre Fitero.
Persuadidos de ello, cometieron el fatal error de dividir su ejército en dos
partes, enviando a Fitero toda la caballería de Zapata, el cual prometió que
estaría de vuelta en Tudela, al atardecer del día siguiente. Pero, al día
siguiente, percatados los castellanos de la ausencia de la caballería
aragonesa, acometieron con brío a la infantería navarra que, para colmo de
errores, había salido fuera de los muros de Tudela, en campo abierto y lejos
del castillo, en el que se habían quedado Sully y Luna. La batalla fue muy
reñida, pero se impusieron los castellanos con su caballería, ocasionando
numerosas bajas a navarros y aragoneses y cogiéndoles no pocos prisioneros;
entre ellos, a los valerosos jefes, D. Sancho Sánchez de Medrano y D. Miguel
Pérez de Urroz. Conseguida esta primera victoria por la mañana, los castellanos
ordenaron sus tropas, para derrotar por la tarde a la caballería de Zapata, que
volvía de Fitero. Y en efecto, lo consiguieron, cayendo prisioneros del mismo
Zapata, sus primos y un sobrino suyo que lo acompañaba. Después de este doble
triunfo, el ejército castellano se retiró a Alfaro, ya bien anochecido, con los
prisioneros y los despojos. Allí Portocarrero y los demás jefes castellanos
celebraron un Consejo de Guerra, deliberando si convendría marchar luego sobre
Fitero y Tudején, conviniendo unánimemente en que sí. Con que, después de unos
días de descanso, marcharon primeramente al Monasterio, defendido por alguna
infantería “poca y bisoña”, la cual huyó, al acercarse el ejército castellano,
dejando solos al Abad, Fr. Sancho Fernández de Maniero y sus compañeros. A
continuación, se dirigieron al castillo, que tenía una guarnición de navarros y
gascones, decididos a batirse con los castellanos. Pero el Gobernador de la
fortaleza era un fraile del Monasterio, llamado Fr. Juan, natural de San Pedro
de Yanguas, y, por tanto, castellano, Este los convenció de la inutilidad de
hacer una resistencia desesperada, dada la superioridad del enemigo y entonces
desampararon el castillo. Enseguida lo ocuparon los castellanos, y dejando en
él y en el Monasterio una buena guarnición, se volvieron a Alfaro.
Pocos días después, el ejército vencedor, para recoger botín, se dividió
en tres grupos y “corrió con robos, incendios y talas de los campos, toda
aquella parte de la Ribera que se extiende desde el Ebro hasta el Moncayo”,
produciendo un “estrago horroroso”. Noticioso de ello, el Rey de Castilla,
indignado por aquella barbarie, llamó al general Portocarrero, intimándole a
que cesase inmediatamente aquella guerra, y a los demás Señores y Caballeros que
“no hiciese hostilidad alguna en Navarra” y que “se volviesen luego para él o
se fuesen para sus tierras”. Así ocurrió efectivamente y entonces, ya bien
entrado el año 1336, Sully, que continuaba siendo Gobernador de Navarra,
“habiendo reparado medianamente su ejército, cayó con él intempestivamente
sobre Fitero y Tudején, y con la misma facilidad que se habían perdido, los
recobró para Navarra y dejó allí grueso consideraba de gentes, para retenerlos
y los retuvo[8].”
Los
Tratados de 1336
Fueron esencialmente dos: uno de paz inmediata entre Castilla y
Navarra; y otro, de aceptación de un compromiso formal de solventar, más
adelante, definitiva y pacíficamente, por medio de un arbitraje imparcial, el
viejo pleito de la pertenencia del castillo de Tudején y del Monasterio de
Fitero. La iniciativa partió del Prelado Francés, Monseñor Juan, Arzobispo de
Reims que pasaba, a la sazón, por Navarra, en romería a Santiago de Compostela.
Aceptada por los Monarcas de ambos reinos, se convino en que sus mensajeros se
reunirían en un lugar entre Logroño y Viana, llamada los Traces, al que
acudieron, de parte de Castila, el ya citado D. Martín Fernández Portocarrero,
D. Fernando Sánchez de
Valladolid, Notario Mayor de Castilla, y D. Gil Alvarez, Arcediano de
Calatrava, y de parte de Navarra, el citado Obispo de Reims, D. Arnalt, Obispo
de Pamplona, D. Saladín de Anglera, Señor de Chenesi, nuevo Gobernador de
Navarra, en sustitución de Sully. La paz se ajustó a base de dejar libres, con
fianzas, a los prisioneros de ambos bandos (la fianza por D. Miguel Pérez
Zapata ascendió a 80.000 maravedís); en tirar las guarniciones del Castillo y
de la Abadía; en que el Abad y los monjes se mantuviesen neutrales; en que los
Monarcas se perdonasen mutuamente los robos, quemas y demás excesos cometidos
por sus tropas, etc. Ahora bien, para solventar el pleito de la pertenencia de
Tudején y de Fitero, Castilla nombro dos árbitros: Alfonso Fernández Corone,
Alguacil Mayor de Sevilla, y Ruy Díaz, Deán de Salamanca; y Navarra, otros dos:
Juan Martínez de Medrano, Señor de Sartaguda, y a D. Martin Sánchez de Artáiz,
Enfermero Dignidad de la Santa Iglesia de Pamplona; y por quinto árbitro,
eligieron al Cardenal Jacobo Gactano. Los cuatro primeros árbitros se
reunirían, el uno de junio de dicho año de 1336, en Alfaro, y tendrían dos años
de tiempo para reflexionar y dictaminar sobre la cuestión. Si, al cabo de
ellos, no se ponían de acuerdo, deberían presentar sus dictámenes, dentro de 90
días, al antedicho Cardenal, el cual tendría 9 meses de plazo, para dictar la
sentencia definitiva[9].
Vale la pena de
transcribir las alegaciones de unos y otros árbitros sobre la pertenencia del
Monasterio de Fitero.
“Por parte de los
árbitros de Castilla, se alegaba, entre otras cosas, que el Monasterio estaba
fundado en los términos de Castilla y su jurisdicción; que los Reyes de
Castilla recibían yantar en el Monasterio; que sus Merinos recibían también
mula y vaso de plata del Abad y monjes; que, cuando acaecieron muertes, los
oficiales del Rey de Castilla hicieron justicia; que en Fitero corría la moneda
castellana, como moneda de su Rey; que los abades y monjes del Císter contaban
al Monasterio como del Señorío de Castilla y acudían a sus Capítulos Generales;
y que, cuando había guerra entre Castilla y Aragón, los aragoneses robaban al
Monasterio como lugar de Castilla.
Por parte de Navarra, se
dijo que el Monasterio estaba situado en su territorio, dentro del término de
Corella; que los monjes comparecían en las Cortes de Navarra, siempre que eran
llamados; que sus Reyes tomaban, cada año, una cena en el Monasterio; que había
cobrado el peaje de los vecinos de Castilla, en el mismo Monasterio; que los
navarros habían destruido una población que los castellanos comenzaron cabe el
castillo de Tudején, y que, cuando los Reyes de Navarra y otros Nobles dejaban,
en sus testamentos, alguna manda a todos los monasterios del Reino, Fitero
llevaba su parte[10]”
Arbitraje y
sentencia del Cardenal, Guido de Bolonia.
De momento, el pleito quedó indeciso, dando lugar entretanto a que se
muriesen los Reyes de Navarra, Felipe de Evreux y Juan II, así como los de
Castilla, Alfonso XI y Pedro I. Con tal motivo, se reanudaron las contiendas,
hasta que, al cabo de 36 años, el 1 de marzo de 1372, el Rey de Navarra, Carlos
II el Malo y el de Castilla, Enrique II el Bastardo sometieron sus diferencias
fronterizas al arbitraje del Papa, Gregorio XI y del Rey de Francia, Carlos V
el Sabio. Con que, el 27 de julio de 1373, fue nombrado árbitro por ambas
partes, el Cardenal Guido de Bolonia, Obispo de Porto y Legado Apostólico, en
los Reinos Españoles. “El representante pontificio comenzó por ajustar una
tregua entre ambos Reinos, sellada por el enlace matrimonial del Infante de
Navarra, D. Carlos, con la Infanta de Castilla, Doña Leonor, el 4 de agosto de
1373; y dos meses más tarde, el 3 de octubre del mismo año, pronunció en Tudela
su sentencia, declarando que el Monasterio de Fitero y el castillo de Tudején
estaban dentro de los términos de Tudela y de Corella y que, por tanto, pertenecían
a Navarra”.
El 12 de junio de 1374, Carlos II de Navarra confió la guarda del
castillo de Tudején al escudero, Pero Sánchez de Montagut, a retenencia de 40
cahices de trigo y 8 libras de carlines prietos.
Pese a la sentencia del Cardenal Guido de Bolonia, no se acabaron las
tribulaciones del Monasterio y del castillo, pues, según refiere D. Vicente de
la Fuente, en 1436, siendo Abad Fr. Fernando Sarasa, el Convento sufrió el
enésimo asalto, por parte de los castellanos, y el Abad y sus monjes tuvieron
que huir a Tudela, donde estuvo el Monasterio de 10 a 12 años, perdiendo
entonces todas sus rentas y escrituras. Para estas fechas, hacía ya muchos años
que se había despoblado la villa de Tudején, cuyos vecinos no pudieron soportar
tantas calamidades. Y en vano los Reyes de castilla, Fernando III, Alfonso X y
Fernando IV habían intentado repoblarla, incluso con familias moras, pues no lo
consiguieron. En cuanto al castillo, fue demolido completamente en 1516, por
orden del Cardenal Cisneros.
Las luchas entre
agramonteses y beaumonteses
Para colmo de males, hacia la mitad del siglo XV, estalló en Navarra
la terrible y prolongada guerra civil entre agramonteses y beaumonteses o
partidarios respectivamente del Rey, D. Juan II de Aragón y Navarra, y de sus hijo,
el Príncipe de Viana, y el Castillo y la Abadía sufrieron asimismo las
consecuencias., Los partidarios de uno y otro bando alternaron en el asalto y
saqueo de los dos reductos, poniendo y quitando a su antojo alcaldes y abades
de sus facciones. En 1466, el alcaide de la fortaleza era un agramontés: Juan
de Eraso; y el Abad del Convento, un beaumontés: Fr. Miguel de Magallón. Con la
ayuda de algunos peones y de vecinos de los pueblos cercanos de Castilla, el
Abad derrocó el castillo de Tudején y prendió a Juan de Eraso. Nunca lo hubiera
hecho, pues apenas fue liberado de la prisión, Juan de Eraso de dirigió al
Monasterio y asesinó dentro de él a Fr. Miguel de Magallón. Así lo consigna
Goñi Gaztambide, ateniéndose a documentos del Archivo General de Navarra[11].
Pero el historiador, Fr. Jerónimo de Álava afirma que “lo mató,
ocupándole su Monasterio, Pierres de Peralta, hijo del viejo Mosen Pierres de Peralta[12]”.
Bien pudo ser que el ejecutor fuera Eraso, y el que ordenó su asesinato, el
facinerosos Mosen Pierres. No era su primer crimen.
II
GENTE DE
ARMAS DE LA VILLA EN LA EDAD MODERNA
Formado ya el pueblo, no hubo en adelante hechos de armas, en el
sentido bélico, sino únicamente hombres de armas. Los más antiguos fueron los
componentes de la Cofradía de San Miguel, que se remonta a 1529. Eran 60
escopeteros o arcabuceros y 30 ballesteros. No se tiene noticia de que
intervinieran en ningún conflicto armado de la Villa, limitándose a acompañar a
las autoridades eclesiásticas y civiles, en algunas solemnidades y a realizar
algunos alardes o paradas, en determinadas fiestas; sobre todo, en la de San
Miguel. El cronista del recibimiento hecho al Abad, Fr. Felipe de Tassis,
cuando vino a tomar posesión de la Abadía, el 2 de noviembre de 1614, refiere,
entre otros detalles, que “en el Olivarete, camino de Corella, lo esperaba una
Compañía de soldados del pueblo, con su Capitán, Alférez, Sargento y la bandera
de la Cofradía del Señor San Miguel. El Alférez que la tenía, que era Miguel
Gómez del Moral, la herboló (enarboló) y bandeó, y la arcabucería le hizo una
salva”.
El Escribano, D. Miguel de Urquizu hace referencia al Capitán Pedro
Berdugo de Vargas y al Sargento Mayor, Diego de Maeda, en 1591; a un testimonio
de los hombres de armas, en 1593; a un poder del Concejo para la cobranza de
los hombres de armas, en 1609; a un poder para recibir las armas, en 1615; y a
una concesión del Monasterio del servicio de soldados a S. M. Felipe IV, en
1631[13].
Análogamente, el Escribano, Diego Ximénez registra un auto del Regimiento
(Ayuntamiento) sobre las armas de la Villa, en 1642; y otro del pago a los
soldados de la Compañía, en 1645[14].
Miguel Aroche y Fernández transcribe unas cartas del recibo de las
armas del Reino y un acta de la entrega de soldados y de los gastos de sus
conducción, en 1689, así como la renuncia al fuero militar del Capitán, Juan
Francisco de Güete, en 1691[15].
Como se adivina, estas Compañías de soldados no eran precisamente de
guarnición de la Villa, sino de retén, para salir a campaña en las guerras que
sostenía frecuentemente la Monarquía. En aquellos tiempos, no existía el
servicio militar obligatorio, pero muchos jóvenes y aún adultos se veían
obligados a enrolarse en las Compañías de Infantería de algún Tercio, para no
morirse de hambre, por falta de trabajo, o por espíritu de aventura o para escapar
de las manos de la Justicia. Y de todo hubo en Fitero.
Refiere Florencio Idoate que muchos de los comprometidos en el famoso
motín antimonacal de 1675, se enrolaron en las Compañías del general D. José Blancas,
el cual acompañó a D. Juan de Austria –el bastardo de Felipe IV y la
Calderona-, en su viaje a Madrid, en 1676. Incluso se formó una Compañía de
gente de la Villa, con sus propios oficiales, haciendo constar el General que
los enrolados se habían comportado como fieles súbditos de S. M. Fueron
designados como Capitanes Juan Pardo Güete y Bartolomé Rupérez, “muy queridos
ambos por todo el pueblo”.
Resulta que al indultar de toda pena el nuevo Virrey de Navarra, Conde
Fuensalida, a los numerosos condenados por tal motín, quedaron obligado a
formar una Compañía de 60 hombres que debían incorporarse a los Tercios
navarros, destinados a Cataluña. Para poner a punto a su gente, Fitero solicitó
la concesión de un préstamo de 18.000 reales, del Depósito General. Las Cortes
de Navarra lo autorizaron, agradeciéndoselo el Virrey[16].
En 1695, el Ayuntamiento nombró Alférez de la Compañía de soldados de
la Villa, a Francisco Alfaro Gómez, y en 1697 se reclutó en el pueblo otra
Compañía de 60 soldados, para la formación del Tercio del Marqués de Santacara[17].
En 1794, se hizo un nuevo reclutamiento –esta vez, forzoso- para
sostener la guerra contra la Convención Nacional Francesa, que había
guillotinado a Luis XVI. La tal guerra resultó un verdadero desastre; sobre
todo, para Navarra, pues los soldados de la Convención llegaron a ocupar un
tercio del territorio, amenazando a Pamplona. La Diputación con su política
mezquinamente foralista, no estuvo a la altura de las circunstancias y los
reclutamientos se hicieron mal y tardíamente. En Fitero, se zafaron de él todos
los hijos de los vecinos más ricos, poniendo 25 sustitutos, comprados, a bajo
precio, entre los hijos de los más pobres. Afortunadamente estos infelices no
tuvieron que entrar en combate, pues solo llegaron hasta Tafalla, de donde se
volvieron a sus casas, por la Paz de Basilea, el 22 de julio de 1795[18].
Fitero en
la Guerra de la Independencia
El acontecimiento bélico más importante de la Historia de España, en
el siglo XIX, fue sin duda alguna, la Francesada; es decir, la guerra contra la
invasión napoleónica, en 1808 y 18013. En ella participó, de uno u otro modo,
toda la nación, y naturalmente, nuestra Villa. En el capítulo III del Volumen I
de estas Investigaciones históricas
aludimos ya ligeramente a la ocupación francesa de Fitero, y en cambio,
describimos con detalle los perjuicios que irrogaron al Monasterio. Vamos a
ocuparnos ahora de los que, en vidas y haciendas, ocasionaron al vecindario.
Primera
invasión francesa de Tudela y su merindad
No sabemos exactamente el día en que llegaron los invasores franceses
a Fitero; pero fue seguramente a raíz de la primera invasión de Tudela por el
general de División, Lefebvre Desnouettes, al frente de 6.000 hombres, en la
tarde del 8 de junio de 1808. En vano, los paisanos tudelanos intentaron
hacerles frente, pues su intento fracasó, al cabo de unas horas, ocasionándoles
los franceses 23 muertos y varios heridos. Lefebvre se detuvo en Tudela, los
días 9, 10 y 11, durante los cuales, “dio
una batida por los campos y pueblos del contorno para desarmarlos”,
marchándose con rumbo a Zaragoza; pero dejó en la ciudad una guarnición que no
la evacuó hasta el 2 de agosto siguiente, sometiendo entretanto a la merindad a
un “sin fin de gabelas que agotaban los
recursos propios de Tudela y los que se obtenían de los pueblos[19]”.
Es, pues, muy probable que, antes del 20 de junio, se presentara en Fitero el
primer destacamento de soldados franceses, los cuales, para atemorizar al
vecindario, se llevaron presos a la cárcel pública de Tudela a los nueve
vecinos siguientes: León Latorre, Pedro Rupérez, Francisco Zapater, Manuel
Muro, Marcos Guarás, Manuel Yanguas, Juan Antonio Anguiano, José Ximénez y Juan
Yanguas, sin causa alguna, porque fueron los primeros que se encontraron en el pueblo[20]”.
Por lo mismo, los soltaron a los ocho días.
Segunda
invasión francesa de Tudela y su merindad
Desde el 2 de agosto de 1808 en que abandonó Tudela la guarnición
dejada por Lefebvre, la ciudad y los pueblos ¡de su merindad solo tuvieron un
respiro de 19 días, pues el 21 del mismo mes, se presentó en Tudela el ejército
español combinado de Aragón y Valencia, al mando del general en jefe, Conde de
Montijo, con 16.500 hombres y 500 caballos, a los que hubo que hacer los
suministros correspondientes y además un préstamo de 40.000 reales vellón. Por
fortuna, solo permanecieron en Tudela 10 días, retirándose precisamente a
Borja, al saber que se acercaba un poderoso ejército francés, al mando del
general Moncey. En efecto, el 1 de septiembre, entraron de nuevo en Tudela
Moncey, Lefebvre, Augereau y otros jefes franceses, con 12.000 infantes, 4.000
caballos y numerosa artillería; pero solo se detuvieron cinco días, y sin
molestar al vecindario, salieron con dirección a Zaragoza, en la madrugada del
6 de septiembre.
Con esta marcha, tuvo un nuevo respiro la Merindad. Esta vez, duró 26
días, pues el 2 de octubre siguiente, entraron en Tudela las tropas del general
González Llamas, y el 17, las del general Castaños. Con ellas coincidió el
arribo furtivo de los miembros de la Diputación Foral, huidos de Pamplona,
donde nada podían hacer, bajo la vigilancia estrecha de los ocupantes enemigos.
Tampoco hicieron apenas en Tudela, limitándose a enviar, el 7 de noviembre, una
alocución altisonante a las cabezas de la Merindad, expresando que “la
Religión”, el Rey y la Patria estaban pidiendo venganza contra el pérfido
violador de sus sagrados derechos. Ya el 3 del mismo noviembre, habían llegado
asimismo a Tudela el general Francisco Palafox y sus compañeros Montijo y Coupigny,
y el 5, el capitán general de Zaragoza, D. José Palafox, quien solo estuvo unas
horas, para celebrar un Consejo de Guerra con Castaños y los comisionados de la
Junta Central de Madrid. Desgraciadamente Castaños y los hermanos Palafox no se
entendieron ni prepararon un plan concertado de campaña, y entretanto los
franceses, al mando del general en jefe, Jean Lannes, sorprendieron y
derrotaron completamente a los 42.000 hombres “mal repartidos y peor mandados”,
concentrados en Tudela y en los pueblos cercanos. Fue en la histórica Batalla
de Tudela, que tuvo lugar el 23 de noviembre de 1808. A partir de esta fecha
Tudela y su merindad estuvieron bajo el dominio francés, hasta el 28de junio de
1813. Entonces empezó el verdadero calvario para todos, pero solo nos vamos a
ocupar del de Fitero.
Encarcelamientos de fiteranos
A raíz del desastre, fue hecho preso en Tudela por los franceses el
vecino de Fitero, José Pueyo, un viudo con 3 hijos, el cual fue deportado a
Francia como prisionero de guerra, durante cinco años.
Posteriormente fueron llevados a la cárcel pública de Tudela los
vecinos siguientes: D. Juan Antonio Medrano y D. Manuel Santiago Octavio de
Toledo, en dos ocasiones, estando en la primera 37 días; y en la segunda, 4.
Sufrieron análoga suerte Miguel Magaña, Vicente Rupérez y Jerónimo Martínez,
que estuvieron en las dos precitadas ocasiones y por el mismo tiempo, y además,
una tercera vez, durante 6 días. También fue encerrado en la misma cárcel D.
Joaquín Val, pero solamente cuatro días. Por tener un hijo combatiendo en la
División Navarra de D. Francisco Espoz y Mina, fueron asimismo encarceladas en
Tudela dos vecinas: Isabel González, mujer de Juan Blanco, durante siete meses;
e Inés Pérez, esposa de Gregorio González, durante 20 días[21].
Combatientes
fiteranos en la División Navarra
Fueron 50: dos oficiales y 48 soldados. Los oficiales fueron los
capitanes D. Benigno Jasó y D. Joaquín Navascués. Este último murió en combate,
así como los ocho soldados siguientes: José Acarreta, José Duarte, Felipe Díaz,
Francisco Ximénez, Celestino Zapater, Andrés Ximénez, Juan Navarro y Bartolomé
Blanco; éste último hijo del precitado matrimonio Juan Blanco-Isabel González.
Por otra parte, fue herido en una acción del Carrascal, Manuel Aréjula; cayó
prisionero Florencio Ramos y quedó inutilizado Pantaleón Pina.
Todos estos detalles, así como la lista de los supervivientes, fueron
recogidos en una Relación hecha por orden de los Tres Estados del Reino de
Navarra, el 17 de mayo de 1817 y constan asimismo en el Libro de Actas del
Ayuntamiento de 1901-1826[22].
Exacciones
Con ser bien sensibles todas las pérdidas de vidas humanas, fueron
mucho más considerables las ocasionadas por las exacciones y contribuciones de
guerra, para sostener a los ejércitos españoles y mantener a fortiori a las
tropas francesas de ocupación. Al comenzar la guerra, era Alcalde Mayor de la
Villa el Lic. Mariano Bellido, y Alcalde Ordinario, D. José Atienza.
En el acta de la sesión del 22 de junio de 1808, se hace constar que
“con motivo del extraordinario número de tropas francesas que cada día llegan a
la ciudad de Tudela, son repetidas y cuasi diarias las órdenes que la Villa
recibe solicitando víveres, bagajes, camas y otras diferentes cosas necesarias
para la tropa”, por lo que, para atenderlas, se nombró una Junta, formada por
D. Manuel Santiago Octavio de Toledo, D. Juan Antonio Medrano, D. Romualdo Val
y D. Manuel Sanz[23].
Y en la sesión del 24 de octubre del mismo año, se constituyó
análogamente una Junta de Abastos, formada por los citados señores Octavio de
Toledo, Medrano y Val y además por el Lic. Tiburcio Asiain y Francisco Calleja.
Se alegó como motivo el que se hallaba “la
Villa apurada con motivo de los muchos ramos a que tenía que atender, a
resultas del paso y subsistencia de tropas en ella”[24].
Por supuesto, los más apurados eran los Alcaldes ordinarios que se
veían constreñidos a cumplir una serie incesante de órdenes que les repugnaban,
por lo que cada año, hubo un Alcalde diferente: en 1808, el citado D. José
Atienza; en 1809, el Lic. Asiain; en 1810, D. Juan Antonio Medrano; en 1811, D.
Félix Latorre; en 1812, de nuevo el Lic. Asiain; y en 1813, D. Joaquín Val.
Ventas de
objetos de plata de la Iglesia
Para realizar los pagos exorbitantes, exigidos por los ocupantes franceses,
el Ayuntamiento se vio obligado a apelar a la venta de una buena parte de la plata de la iglesia. ¿Cuántas
se hicieron…? No lo sabemos, pues resulta que, en el folio 131 del citado Libro
de Actas del Ayuntamiento de 1801-1826, se afirma que fueron solo dos: la de
junio de 1810 y la de septiembre de 1811. Ahora bien, la descripción de los
objetos vendidos en 1810, que figura en ese folio, no coincide en absoluto con
la que consta en los folios 117 v. y 118 del mismo Libro. Vamos a verlas.
En el acta de la sesión
del 23 de junio de 1810, se lee la siguiente descripción, precedida de este
preámbulo: “Mirándose la Villa en el
mayor apuro, con motivo de las extraordinarias y repetidas contribuciones, sin
arbitrio ninguno para cubrir y solventar la correspondiente al mes de abril,
que asciende a 19.414 reales vellón, sin contar con otros diferentes retraos de
consideración…”, los Regidores “acuerdan
se proceda a la venta de las alhajas de la iglesia”, que se enumeran a
continuación:
1 arquilla de plata, que
tiene el peso de 1 arroba y 24 libras, poco más o menos;
1 de las dos custodias de
plata, que deberá entenderse la mayor y sobredorada;
1 de las dos cruces, que
está sin vara y eso también deberá entenderse la sobredorada; y
2 cetros de plata.
Respecto de la urgencia
con que se piden, quedan comisionados D. Juan Antonio Medrano y D. Manuel
Octavio, los cuales darán cuenta de su peso, producto e inversión, para que
conste en todo tiempo”[25]. En
efecto, la dieron en la sesión del 2 de julio de 1810 y he aquí su resumen.
La plata fue vendida en
Tudela a N. Bos y reconocida y pesada previamente por el platero de Tudela, N.
Ochoa, resultando 865 y ½ onzas de plata regular, que, a 16 reales vellón,
importaron 13.848 reales v.; y 389 onzas de plata sobredorada, a las que se
rebajaron 10 y ½ onzas, que, a 17 y ½ reales la onza, importaron 6.624 reales
vellón. En total, 20.472 reales vellón. De ellos se invirtieron 10.000 reales
en el pago de los retrasos de raciones; 4.000 reales entregados al encargado de
Tudela del ramo de bagajes; 60 reales al platero Ochoa por el reconocimiento y
peso de la plata; y 6.412 reales, para pago de contribuciones[26].
He aquí ahora la cuenta
de la plata de la iglesia, vendida en junio de 1810 (no se dice el día), según
se consigna en el folio 131 del citado Libro de Actas del Ayuntamiento.
6 cálices con sus
patenas; 1 copón grande; 1 viril; 1 plato con sus vinajeras; 1 plato y vaso de
Comunión; 2 campanillas; 1 incensario y 1 cruz. Se vendieron al platero de
Tudela N. Ochoa, y su peso y precio fueron 557 onzas de plata sobredorada, a 17
reales vellón; y 56 onzas de plata común, a 16 reales vellón, que en conjunto
componen 10.365 reales vellón, los cuales se pagaron a D. Juan Martín Zalba,
Administrador del ramo de Raciones de la Merindad, a cuenta de los retrasos.
Como puede comprobarse,
las dos cuentas anteriores no coinciden en casi nada, salvo (y no del todo) en
los 10.000 reales vellón, pagados al Encargado del Ramo de Raciones.
En el mismo folio 131, se
inserta la venta realizada el 27 de septiembre de 1811, precedidas ambas de
este elocuente preámbulo del acta de la sesión del II de octubre de 1811,
siendo Alcalde D. Félix Latorre: “Con
motivo de haber llegado al último extremo los apuros del vecindario, con motivo
de las muchas contribuciones, así de millones como de raciones, y otras
impuestas por el Gobierno, no siendo suficientes los muchos y crecidos repartos
hechos entre los vecinos, para atender a su pagamiento y mirándose amenazados
militarmente, se vieron precisados a echar mano de la plata de la Iglesia[27]”. Y a
continuación se insertan la precitada segunda cuenta de junio, y la cuenta del
27 de septiembre de 1811, cuyo resumen es el siguiente:
4 cálices con sus patenas
y cucharillas; el Copón grande; las 2 Paces; la Cruz de las Procesiones; 1
Santo Cristo; 1 incensario y la naveta del incienso. Se vendieron al platero Ochoa,
y su peso y precio fueron los siguientes: 315 onzas de plata regular o común, a
16 reales vellón; y 67 onzas de plata sobredorada, a 17 reales vellón, que, en
conjunto, componen 6.179 reales vellón, los cuales se invirtieron para ayuda
del pago de 103.712 reales vellón, que correspondían a la contribución de
millones de este vecindario.
¿A qué millones se
refería…? ¿A la derrama de 8.621.000 reales vellón, ordenada por la Diputación,
el 28 de agosto de 1810, y aprobada por el general francés, Conde de Reille,
según consta en el acta municipal del 25 de septiembre de 1810…? Pero es el
caso que, en esta misma acta, se consigna que, según el reparto que se hizo de
dicha derrama en el Reino de Navarra, le correspondió pagar a Fitero 82.508
reales vellón, pero no los 103.712 reales vellón, consignados en el folio 131.
Aún más. En dicha acta se especifica que, para pagar los 82.508 reales correspondientes a Fitero, se nombró una
Comisión compuesta por los Señores Lic. Asiain, Fausto Martínez, Francisco
Calleja, Matías Pérez y Francisco Ximénez, siendo, a la sazón, Alcalde D. Juan
Antonio Medrano[28].
La verdad es que las
cuentas, referentes a este calamitoso periodo constituyen un verdadero embrollo
y ya hemos anotado cómo los franceses encarcelaron más de una vez a los que
intervinieron en ellas, como los Señores Medrano, Octavio de Toledo, Val,
Magaña, etc…, por cuestiones de servicio. Sin duda trataron de embrollar a los
ocupantes extranjeros, pero no al esquilmado vecindario de Fitero.
Otras cuentas de 1811
En la sesión del 7 de
enero de 1811, se leyeron dos oficios del Sr. Gaudioso, Administrador de Bienes
Nacionales (los del Monasterio suprimido): uno del 20 de diciembre de 1810 en
el que pedía cuenta de “los robos
causados en esta Villa por las Guerrillas a los Bienes Naciones”,
especialmente en el Soto, y otro del 1 de enero de 1811, reclamando “el pago de
los censos de gracia, rentas de censos perpetuos, censos enfitéuticos, quintos y
demás que se pagaban al Monasterio, amenazando con la fuerza, si no se procede
al pago de los que se debe” ¡El colmo de exigencias!
Para entrar en arreglos
con el Sr. Gaudioso, se comisionó al Alcalde, Sr. Medrano y a los Sres. Octavio
de Toledo y Asiain[29].
En la sesión del 18 de
enero de 1811, se dio cuenta de un oficio de la Diputación del 16 del mismo mes
en el que se señalaban a la Villa 21.669 reales vellón, en el reparto para
atender a los gastos de los cuatro meses últimos[30].
Las exacciones de 1813
Los franceses abandonaron
definitivamente Tudela y su merindad el 28 de junio de 1813. Parece, pues, lógico
que, con esa marcha, deberían haber acabado en Fitero y en el resto de los
pueblos de la Ribera tudelana las miserias de la guerra, pero no fue así, sino
al contrario, pues resulta que, en septiembre del mismo año, el llamado Tercer
Ejército (español), acantonado en la región de Pamplona y que debía recibir sus
subsistencias de Jaén y de Granada, como se retardaban éstas por la distancia del
transporte, decidió vivir sobre Tudela y su merindad, estableciendo en Fitero
el Hospital de la segunda División del mismo. He aquí lo que consta a este
propósito, en el acta de la sesión del Ayuntamiento del 18 de diciembre de
1813, presidida por el Alcalde Licenciado Asiain: “Con motivo del establecimiento en esta Villa de un Hospital Militar
para el Tercer Ejército, que debe sostenerse a expensas de la misma, son tan
considerables los gastos que se han originado y que indispensablemente se originarán
en adelante”, que no siendo suficientes los recursos que pueden aportar los
vecinos, el Procurador Síndico, D. Vicente Ximénez ha propuesto que se venda “una porción del prado común y privativo del
vecindario, sito a 1 legua de esta Villa, de cabida de 100 robos de tierra,
poco más o menos”, sacándolo a pública subasta, en conjunto o en partes[31]”.
¿Se llevó a cabo tal
venta…? Lo ignoramos, pues no hemos visto ninguna confirmación de ella.
Las deudas municipales de 1815
Como secuela de la Guerra
de la Independencia, las deudas del Ayuntamiento en 1815 ascendían a 80.000
reales vellón. Para pagarlas, el Ayuntamiento en la sesión del 25 de diciembre
de 1815, propuso “la venta de una Dehesa que tiene para el goce del ganado de
la Carnicería”; pero el Real y Supremo Concejo de Navarrra le negó el permiso
correspondiente. Entonces recurrió al Monasterio, para que tomase una parte
proporcional en el pago, como los demás vecinos; pero su Presidente
Provisional, Fr. Norberto del Valle rehusó tomar ninguna parte, alegando que “el Monasterio no estaba responsable a pagar
la deuda, porque ya estaba contraída antes del 2 de junio de 1813, en que se
restituyeron a su Monasterio”; de manera que tuvieron que cargar con ella
los vecinos solos. Como causa de estas deudas, de citaban en el acta “las
contribuciones impuestas por los enemigos, suministros hechos a los mismos y
auxilios a las tropas españolas”, siendo las más importantes “la resultante del artículo de carnes,
suministradas al Hospital establecido en esta Villa, para la 2ª División del
Tercer Ejército, que asciende a 1.500 duros, y los exorbitantes dispendios de
este vecindario, particularmente con motivo de los Baños[32].”
Los Voluntarios Realistas
En el capítulo VIII del
Volumen I de estas Investigaciones históricas,
nos ocupamos de la Milicia Nacional y de los Voluntarios de la Libertad: dos
milicias ciudadanas, instituidas para la defensa del régimen liberal. Pues,
bien, anteriores a ellas, hubo otra milicia cívica, creada para defender el
régimen absoluto de Fernando VII: los Voluntarios Realistas. En Fitero se formó
un Tercio de esa milicia en 1825, “con
objeto de contribuir a las Reales Intenciones, manifestadas por S. M. en Reales
Ordenes”. Se compuso de 55 individuos, que, con los reclutados en Cintruénigo
y en Corella, formaron un Batallón, el cual fue inspeccionado por el brigadier
D. Santos Ladrón, por comisión del Virrey y Capitán General de Navarra, Marqués
de Luzán. El acta de la sesión del Ayuntamiento del 15 de julio de 1825 nos
suministra pintorescos detalles acerca de los recursos a que tuvo que acudir,
para equipar a aquellos Voluntarios.
Como de costumbre, el
Municipio estaba a la cuarta pregunta, sobre todo después del Donativo de los
Tres Millones que exigió el Rey a Navarra, pisoteando sus Fueros.
Los uniformes de los
flamantes Voluntarios costaron 6.000 reales y el Ayuntamiento decidió pagarlos
en dos años. Para abonar la mitad en 1825, vendió un horno de la Cruz de la
Calleja, fuera de servicio, que había sido construido a expensas del pueblo,
por 2.500 reales vellón, añadiendo 500 de los fondos propios. Y para pagar los
otros 3.000 en 1826, recurrió a la venta por arriendo del jabón a la menuda;
esto es, de media arroba en bajo; y de la sal, de robo en bajo, cuyos arriendos
producían cada año 1500 reales vellón. El Procurador de la Villa en Pamplona, D.
Andrés Iguzguiza, se encargó de obtener del Real Consejo la autorización necesaria.
Por lo demás, ignoramos la actuación de estos Voluntarios fiteranos, aunque es
sabido que los de otros pueblos navarros engrosaron más tarde las filas de los
carlistas, al morir Fernando VII[33].
CAPÍTULO XIII
INVESTIGACIONES PARROQUIALES
Orígenes de la Parroquia de Fitero
Se
confunden con los del vecindario del pueblo; pero dudamos mucho de que el
último Abad del siglo XV, Fr. Miguel de Peralta, hijo bastardo del famoso y
facineroso Merino de la Ribera, Mosen Pierres de Peralta, se ocupase de
organizarla. En primer lugar, porque el pueblo se reducía entonces a un pequeño
caserío de pobres inmigrados; y en segundo, porque aquel Abad y sus nueve
monjes llevaban una vida completamente aseglarada y les preocupaba muy poco la
cura de almas[1]. Fr.
Miguel de Peralta[2] murió
a comienzos de 1503 y, para agravar la situación, el inefable Papa, Alejandro
VI, por bula del 22 de abril del mismo año, nombró abad comendatario de Fitero,
con carácter vitalicio, a D. Martín de Egüés y Pasquier, un clérigo secular de
Tudela. Aclaremos que, para ser Abad Comendatario, no se necesitaba ser fraile
ni siquiera sacerdote: bastaba haber recibido las Ordenes Menores. Tampoco
estaba obligado a vivir en sus monasterio ni a ocuparse de lo que allí ocurría.
Se limitaba simplemente a cobrar sus rentas, residiendo en otra localidad. Y
así lo hizo D. Martín, durante 12 años seguidos. Entretanto la comunidad
fiterana llegó al colmo de la relajación.
Por
fortuna, D. Martín era un hombre culto y de buena condición y acabó por
renunciar a la encomienda y tomar el hábito cisterciense, convirtiéndose en
Abad titular de Fitero, en 1515[3].
En
1524, dictó las primeras Ordenanzas municipales del pueblo y conjeturamos que
debió ser él mismo quien organizó el servicio parroquial antes de esa fecha.
Por supuesto, no consta en los Libros parroquiales más antiguos, porque la
prescripción de llevarlos fue dictada por el Concilio de Trento, que empezó en
1545, cuando ya había fallecido don Martín.
El clero parroquial de la época
abacial.
Durante
la época abacial, no hubo en Fitero clero secular y, como era lógico, la
actividad parroquial estuvo a cargo de los monjes del Monasterio. Ni que decir
tiene que el supremo jefe espiritual de Fitero era el Abad, sobre cuyas
atribuciones religiosas escribía el Prior y Archivero del Convento, Fr.
Baptista Ros, en 1634, lo siguiente:
“El Abad tiene jurisdicción
quasi-ordinaria y es Abad Bendito, con silla pontifical en la iglesia, báculo,
mitra, pectoral, anillos y gremial[4].
Nombra a un monje como Vicario General y a otro, como Cura de almas. Aprueba
las confesiones de los monjes, da licencia para predicar y lanzar censuras y
excomuniones. Imparte las Ordenes Menores, da licencia para predicar y confesar
a los que vienen al Monasterio y licencia para pedir limosna. Visita la iglesia
cada año y asimismo los testamentos, cofradía, aniversarios y otras obras pías.
Da o niega la licencia para enterrar en la iglesia y, cuando se necesita la
confirmación, el Abad la hace[5].”
Aunque
no hemos encontrado ninguna lista del personal primitivo de la Parroquia, es
seguro que se compondría, al menos, de un Vicario ordinario (Párroco), de un
Sacristán y de algún Acólito. El Censo municipal de 1797 anotaba el siguiente:
“Párroco: 1 monje del Convento. Teniente:
1 monje del mismo. Sacerdote francés emigrado: 1 (A la sazón, era la época de
la Revolución Francesa). Sacristán: 1 monje. Acólitos: 2, Sirviente de la
iglesia: 1.”
Los
primeros vicarios ordinarios de los que tenemos noticia y cuyos nombres y
fechas figuran en el Libro I de Bautizados de la Parroquia, son los seis
siguientes: en 1547, Fr. Pedro González; en 1560, Fr. Andrés Sanz; en 1566, Fr.
Bartolomé Ponce; en 1571, Fr. Francisco de Jaureguizar; en 1582, Fr. Alonso
Aguado; y en 1583, Fr. Martín de Bea[6].
El
último párroco de la época abacial fue Fr. Antonio Echarri, cuya postrera
anotación en el Libro de Difuntos de la época fue la número 108, referente
a la niña, María Magaña Díaz, enterrada
el 15 de diciembre de 1835. Seis días después, los frailes desalojaron el
Convento.
El Clero parroquial secular
Al
quedar extinguido el Monasterio, la Parroquia fue secularizada, aunque los
primeros párrocos fueron religiosos exclaustrados. Su lista desde 1836 hasta
nuestro días, es la siguiente: Fr. Martín Lapedriza, ex Abad en dos periodos;
Fr. Beremundo Atienza. Ecónomo en 1848. Fr. Manuel Aliaga García (Fitero,
1809-1855). Regente. Fr. Joaquín Aliaga García (Fitero, 1814-1898). D. Mariano
Solana García (Cintruénigo, 1885-Fitero, 194). Era párroco en 1899. D. Martín
Corella Marcos (Tarazona, 1868-1943). Párroco: 1903-1909. D. Antonino Fernández
Mateo (Corella, 1862 - Fitero, 1918). Párroco: 1910-1918. D. Gregorio Pérez.
Párroco: 1918-1922. D. Aurelio Galipienzo Martínez (Ablitas, 1880-Mendigorría,
1948). Párroco: 1923-1925. D. Alfonso Bozal Alfaro (Fitero, 1883-1937).
Párroco: 1925-1937. D. Julián Martínez Ruiz (Agreda, 1891-1955). Párroco:
1937-1942. D. Santos Asensio Beguiristain (Monteagudo, 1901 - Pamplona, 1972).
Párroco: 1942-1958. D. Jesús Jiménez Torrecilla (Aguilar del Río Alhama, 1913).
Párroco: 1958-1968. D. Ramón Azcona (Allo). Párroco: 1968-1977. D. Gonzalo
Rodrigo. Párroco: 1977-1987. D. Julian Redín Legorburu. Párroco: 1987-1995. D.
José Antonio Vicente Gárate (Valtierra). Párroco: 1995-2004.
La
plantilla ordinaria, en este siglo, venía siendo de 1 párroco y 2 coadjutores,
pero no fue así en el siglo pasado, por la necesidad que hubo de colocar en las
parroquias, a muchos frailes exclaustrados.
Por
un papel suelto, fecha en Fitero, el 18 de octubre de 1842, que encontramos
casualmente en el Archivo Parroquial, vinimos en conocimiento de que, en
tiempos de la Regencia de Espartero, había en la Parroquia una Corporación
Eclesiástica, compuesta de siete clérigos: el Párroco, D. Beremundo Atienza[7],
exbenedictino, y seis frailes exclaustrados más; entre estos, el exdominico, D.
Raimundo Carrillo Jiménez, autor de la vieja novena de la Virgen de la Barda.
D. Beremundo era de ideas liberales; y los demás, absolutistas. El citado año
de 1842, vino a Fitero el Obispo de Tarazona, el Día del Baño (primero de las
Rogativas Públicas) y en ausencia de D. Beremundo, el Sr. Carrillo, “con su acostumbrada presunción, hija de la
más crasa ignorancia”, según escribió después el Párroco al Obispo, trató
de desacreditar a D. Beremundo, el cual acusó,
a su vez a Carrillo de “fomentar
el fanatismo frailesco, que aún reyna en esta Villa contra el Gobierno
Constitucional”. A consecuencia de este incidente, tres clérigos de la
Corporación se retractaron, y Carrillo y dos más renunciaron a sus cargos,
quedando reducida a 4, y más tarde, a 3.
En
1986, la formaban e párroco: D. Gonzalo Rodrigo; 1 sacerdote adscrito: D. Ángel
Fernández; y 1 excoadjutor jubilado: D. Julio Yanguas. En el convento de las
Monjas Clarisas, oficiaba la santa misa el excanónigo jubilado, D. Raimundo
Aguirre.
Servidores civiles de la Parroquia
El
censo Municipal de 1797 solo anotaba 3: 2 acólitos y 1 sirviente. Era todavía
la época abacial. En cambio, en la primera década del siglo XX, había alrededor
de una quincena: 1 Sacristán Mayo y 1 Menor, 1 organista, 1 campanero-fuellero,
1 silenciero, media docena de infantes y varios monaguillos.
Aclaremos
antes de nada los conceptos de fuellero, silenciero e infantes, desaparecidos
hace muchos años. El fuellero manejaba el fuelle manual del órgano, colocado
detrás del instrumento, y su cargo fue suprimido en 1929, al ser sustituido
dicho fuelle por dos fueles movidos por un motor eléctrico. Ordinariamente
manejaba el fuelle primitivo el campanero. El silenciero era un vigilante
encargado de mantener en la iglesia el orden y el silencio. Iba revestido de un
ropón negro, con una tirilla blanca al cuello, y empuñaba un zurriago, para
acallar a la muchachada inquieta y parlanchina. Y los infantes eran unos niños
cantores, amaestrados y dirigidos por el organista, que tomaban parte en las
misas solemnes y en otras funciones importantes. Iban revestidos de un ropón
rojo y un roquete, tocándose con un bonete negro de borla.
A
principios del siglo XX, el Sacristán Mayor era el Tío Cristóbal (Cristóbal
Magaña Asensio), que murió en la gripe de 1918. En las celebraciones de la
iglesia, llevaba un traje talar, con roquete, muceta y bonete; y fuera de la
iglesia era amanuense y cobrador. El Sacristán Menor era el Poba (Cristóbal
Aznar Latorre), que también revestía con un ropón negro y roquete, pero sin muceta
ni bonete. Sucedió como sacristán único al Tío Cristóbal hasta 1949, en que
murió. En realidad el Poba hizo de todo: de sacristán, fuellero, acólito, limosnero
y campanero de las misas rezadas, tirando de las sogas que bajaban del
campanario, atravesando la tribuna de las Monjas. Ahora bien, el campanero de
oficio, que subía a la torre, a principios del siglo XX, era Rufino Díaz,
apodado el Capitán, que se ganaba sobre todo, la vida, como zapatero remendón.
El silenciero de entonces era Hilario el Raña (Hilario Yanguas Magaña), hermano
del hilador Lucas. Fue algunos años empleado municipal (alguacil y barrendero),
trabajando los restantes en el campo. Entre los infantes de la primera década,
figuraban Eduardo Olóndriz, Luis Falces, Alfonso Hernández, Pedro Moreno, etc.;
y entre los monaguillos, los hermanos García Lahiguera (Antonio y José),
Teodoro Fernández, Félix Gómez Fayos y otros.
Finalmente
el organista era D. Ángel Muro, corellano, que, en los oficios religiosos, iba
revestido como el Sacristán Mayor.
Los
organistas del siglo XX fueron hasta 1986, los Señores Ángel Muro, Luciano
Hernando Palafox, Amado Urmeneta y José MaríaViscasillas. Los tres últimos ya
no usaron ropa talar. Antes de 1921, hubo un lapso de tiempo en que la Parroquia
se quedó sin organista, viniendo a tocar el órgano, en las grandes festividades,
el corellano, D. Ángel Resa.
En
cuanto a los campaneros, fueron el Capitán (Rufino Díaz), el Tuno (Manuel Fernández)
y la Pijina (María Gómez Cornago), la cual empezó en 1948, ganando 6 pesetas al
mes, y se jubiló en 1983, cuando ganaba 500. Como nadie quiso ocupar la
vacante, se automatizó eléctricamente el campaneo y se extinguió el cargo de
campanero.
En
unas viejas Cuentas de la Archicofradía
de las Hijas de María, se consigna que, en 1903, por su actuación en todo
el mes de las Flores, se pagaron al organista 15 pesetas; al Sacristán Mayor,
7,50; al Menor, 5; a los Infantes, 12 para todos; al campanero y fuellero, 5;
al silenciero, 1,50; y a los monaguillos, 1 peseta para todos.
En
la segunda década del siglo XX, desaparecieron el Sacristán Mayor, el
Silenciero y los Infantes; en la tercera, el fuellero; y en la 8ª, la
Campanera.
Dependencias diocesanas de la
Parroquia de Fitero
Cuando
en 1152, trasladó San Raimundo su comunidad cisterciense, desde Niencebas al
territorio deshabitado de Fitero, siguió dependiendo de la diócesis de
Calahorra, pues Yerga, Niencebas y Fitero eran entonces territorio de Castilla,
enclavados en dicha diócesis. Por eso la traslación se hizo precisamente con
autorización del Obispo de Calahorra, D. Rodrigo de Cascante (1146-1190) y
mientras vivió San Raimundo en Fitero, el Monasterio estuvo sometido a la Mitra
calagurritana, cediendo dicho Prelado en 1156 al Abad y monjes de Fitero las
cuartas episcopales[1].
Ahora bien, al dejar San Raimundo el Monasterio, para ocuparse de la empresa de
Calatrava, el Arcediano de Tarazona, Don Juan, se apoderó por la fuerza del
Convento, anexionándolo a la Mitra turiasonense y el Obispo de Tarazona, Don
Martín bendijo al 2º Abad de Fitero, Guillermo I (1161-1182). Pro D. Rodrigo de
Cascante no aceptó tal usurpación y con ocasión del III Concilio de Letrán en
1179, expuso sus quejas al Papa Alejandro III, consiguiendo un mandato de él, que
ponía la decisión de la causa en manos del Arzobispo de Tarragona, Berenguer.
Este prelado dio largas al asunto hasta el año 1186, en que sentenció a favor
del Obispo de Tarazona. No se conformó el Obispo de Calahorra y pidió la
revisión del proceso; más el día prefijado, no se presentaron ni el Arzobispo
de Tarragona ni su Delegado. Ante las reclamaciones del Obispo de Calahorra, y
el Obispo de Tarazona intentó desviar la causa, reclamando ciertas villas que
no tenían que ver nada con el pleito. Entonces el Prelado calagurritano acabó
por recusar a los jueces y apelar al Papa Urbano III, ignorándose el resultado.
De todos modos, a la lara, el obispado de Calahorra perdió el pleito, teniendo
que resignarse a que el Monasterio de Fitero viviese sometido al obispado de
Tarazona[2].
Y continuó estándolo, en efecto, hasta la tormentosa visita Pastoral del
Obispo, D. Juan González Munebrega, el 2 mayo de 1554.
Por
cierto que en dicha Visita, el día 5 del mismo mes, el Prelado turiasonense
“bendijo una Imagen de piedra de alabastro, para colocarla en la Puerta del Río
y otra, para colocarla en el coro, concediendo 40 días de indulgencias a los
que rezaren un Paternoster y un Avemaría, delante de cualesquiera de ellas[3]”.
Dicha Imagen de la Puerta del Río fue probablemente la Virgen del Rosario del
Barrio Bajo; la cual es, en efecto, de alabastro, y estuvo, en los siglos
pasados, colocada en la dicha Puerta.
El
inescrupuloso y ambicioso Abad, Fr. Martín de Egüés y Gante, que dio lugar al
escandaloso incidente con el Obispo Munebrega, logró posteriormente, con sus
artimañas, sacudirse la jurisdicción del Obispado de Tarazona, convirtiendo a
la iglesia de Fitero en una diócesis
nullius, organizada por él y sus sucesores inmediato, al estilo de un
Obispado. “Se publicaron unas Constituciones sinodales, sin intervención de
ningún sínodo en 1592 y se montó un aparatoso curialesco con su Vicario
General, su Fiscal, su Tribunal y sus edictos pastorales. “El 23 de marzo de
1593, la congregación del Concilio de Trento ordenó al Obispo de Tarazona que
se abstuviese de visitar el Monasterio de Fitero y su iglesia; y cinco meses
después, el Tribunal de la Rota Romana prohibió al Obispo de Tarazona inquietar
al Abad de Fitero en la posesión de la jurisdicción eclesiástica[4]”.
Para entonces, hacía 12 años que había fallecido el Abad Egüés II y regía la
Abadía Fr. Ignacio Fermín de Ibero. En vano el vecindario manifestó en no pocas
ocasiones, su deseo de volver a la jurisdicción del Obispado de Tarazona, pues
no lo consiguió hasta la expulsión definitiva de los monjes, a finales de 1835.
Entonces la Parroquia de Fitero pasó a formar parte de la diócesis de Tarazona,
durante 120 años seguidos, hasta que, a partir del 1 de enero de 1956, quedó
incorporada a la diócesis de Pamplona, en la que continúa en la actualidad.
Festividades y funciones religiosas
Las
Festividades religiosas han cambiado bastante en Fitero, a través de los
siglos. Nos referimos, claro está, a las parroquiales. Además de las fiestas de
guardar, comunes a toda España, como las de Navidad, Semana Santa, Corpus
Cristi, Ascensión, etc.; se guardaban también en nuestra parroquia, en el siglo
XVI, la de San Benito de Nursia, el 21 de marzo; la de San Juan Bautista, el 24
de Junio; la de San Bernardo de Claraval, que era entonces el Patrono del
pueblo, el 20 de agosto; la de San Miguel Arcángel, el 29 de Septiembre; y la
de Santa Lucía de Siracusa, el 13 de diciembre.
En
el siglo XVII, fueron introducidas las de San Blas, el 3 de febrero; la de San
José, el 19 de marzo; la de la Virgen del Carmen, el 16 de junio; la de la
Virgen del Rosario, el 7 de octubre; la de Santa Teresa de Jesús, el 15 de
octubre; la de San Francisco Javier, el 3 de diciembre y la de la Purísima
Concepción, el e8 de este mismo mes. Por cierto que la de San Blas fue
protestada por el pueblo, como fiesta de precepto, porque los jornaleros, que
constituían la mayoría, se quedaban ese día sin salario. A su vez, la fiesta de
San Francisco Javier, fue protestada por el Ayuntamiento, el 7 de noviembre de
1624, por tratarse de una novedad, introducida por los Diputados del Reino de
Navarra, sin consultar previamente a los pueblos, diciendo que por dicho año.
Fitero no la celebraría y que en adelante, haría lo que acordasen los demás
pueblos del Reino[5].
En
el siglo XVIII, se introdujeron la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, el
viernes siguiente a la octava del Corpus, y la de la Virgen de la Barda, el
segundo Domingo de septiembre.
Finalmente,
datan del siglo XIX, la fiesta de San Raimundo, el 15 de marzo; y la de San
Isidro Labrador, el 15 de mayo.
En
cuanto a las funciones religiosas, hay que contar, entre las principales, las
misas, novenas, procesiones y la administración solemne de algunos sacramentos.
Las Misas
Es
sabido que la liturgia anterior de la Santa Misa, desde los comienzos de la
Edad Moderna, fue fijada por el Concilio de Trento (1543-1563); y por lo tanto,
en Fitero, durante el Abadiazgo de Fr. Martín de Egüés y de Gante,
permaneciendo casi invariable hasta la reforma del Concilio Vaticano II,
implantada paulatinamente, a partir de 1965, en todo el Occidente Católico; y
en nuestra Villa, por los párrocos, D. Jesús Jiménez Torrecilla y D. Ramón
Azcona. Con anterioridad, la Misa se celebraba en latín, por el sacerdote
vuelto de espaldas al pueblo, y los sermones se predicaban ordinariamente desde
el púlpito. En principio, las Misas, tanto rezadas como cantadas, eran
gratuitas; pero, a menudo, eran sufragadas por los fieles, con arreglo a
tarifas que fueron cambiando naturalmente con los tiempos. Numerosos detalles
de estas tarifas se encuentran en los testamentos de los vecinos, en los libros
de las Cofradías y en el Inventario último de los bienes del Monasterio,
realizado en diciembre de 1835.
Lo
primero que llama la atención, al manejar estos documentos, el número elevado
de misas que se celebraban por los difuntos, en los siglos pasados. En la Visita
del testamento de Matias Miguel, verificada el 25-IV-1660, el Vicario General
Fr. Juan Urdín, hace constar que el difunto había dejado dos mil misas, escribiendo
el monje al margen, con letras grandes: ¡OJO![6].
Desde luego, era un caso extraordinario, como el de igual número de misas que
había dejado el Abad, Fr. Felipe de Tassis, fallecido el 13 de marzo de 1615, a
los diez meses de abadiazgo. Bien es verdad que las misas rezadas valían
entonces 1 real flojo[7].
En el siglo XVIII, hasta 1775, costaban ya 1 real fuerte, y en 1787, 1 real y
medio. En 1801, 3 reales fuertes; y en 1804, 1 peseta[8].
¡Menuda diferencia con la remuneración de 300 pesetas en 1986! Naturalmente las
remuneraciones de las misas cantadas eran siempre superiores. Así, en 1634, una
misa cantada costaba 6 reales[9].
En 1645, la Cofradía de San José pagó 1 ducado por una misa cantada con órgano
y segundas vísperas; en 1696, la Cofradía de Santa Teresa de Jesús, otro ducado
por misa cantada con órgano, diácono y subdiácono; y en 1742, la misa cantada
en la ¨Domicia in albis” costó 11
reales fuertes.
Las
misas de los funerales solían tener otras tasas, más o menos elevadas, según
que fuera de nocturnos, de 2 o de 1. Otras misas de Réquiem curiosas eran las
Seis misas de Llagas, que, al parecer, se celebraban poco después del
fallecimiento de los vecinos que las deseaban. Desaparecieron sin dejar apenas
rastro, siendo sustituidas por las Misas Gregorianas que son las que, durante
30 días seguidos, comúnmente inmediatos al del entierro, se dicen hoy en
sufragio de un difunto.
En
el depósito de Funerarias de los monjes cistercienses figuraban otra variedad
de Misas: las perpetuas (o que pretendían serlo), como los seis aniversarios
del Abad Corral y Guzmán, a dos reales flojos cada uno; las Misas de Once, a 4
reales flojos; las 75 misas de la fundación de Miguel Asiain, a una peseta; y
la Capellanía de la Misa de Ocho, a dos pesetas[10].
Otra Misa perpetua singular era la Misa del Alaba, fundada por la Señora Ana
María de Atienza, en 1694[11].
Añadamos,
para concluir, algunas curiosidades sobre los panegíricos que sufragaban las
Cofradías, en las Misas solemnes de sus Santos Patronos. En 1896, el
panegirista de Santa Teresa de Jesús percibió dos reales fuertes; en 1817, el
del Sagrado Corazón de Jesús, 32 reales fuertes; en 1896, el de San Isidro, 25
pesetas; en 1900, el de la Virgen del Rosario, otras 25 pesetas; y en 1914, el
de la Virgen de la Barda por Fr. José de Tudela, 60 pesetas[12].
Novenas y procesiones
Antaño,
se hacían ordinariamente novenas en la Parroquia, a los Santos Patronos de las
Cofradías, como preparación devota a la celebración solemne de sus festividades
respectivas. Consistían en el rezo de un rosario, en unas lecturas piadosas y
en cánticos de sus Gozos, acompañados al órgano. En los siglos pasados hubo
alrededor de una veintena; pero en 1964, según nos comunicó, por entonces D.
Jesús Jiménez Torrecilla, solo quedaban una oncena: las de San José, Virgen de
los Dolores, Santa Rita de Casia, S. Antonio de Padua, Virgen del Carmen,
Virgen del Perpetuo Socorro, Virgen de la Barda, Virgen del Rosario, Virgen del
Pilar, Ánimas del Purgatorio e Inmaculada Concepción. De manera que había
novenas todos los meses del año, a excepción de agosto. Por otra parte, el mes
de mayo o de las Flores se consagraba a la Purísima; y el mes de junio, el
Sagrado Corazón de Jesús.
Después
de la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II, han desaparecido casi todas,
quedan residualmente la de la Virgen de la Barda, dentro del templo, y fuera de
él las que celebran, en plena calle, los vecinos de algunos barrios, como el
Barrio Bajo, la callejuela de Oñate, la calle de San Juan, etc.
En
cuanto a las procesiones, también fueron numerosas en el pasado, siendo las más
solemnes las de la Semana Santa, del Corpus Christi y de la Virgen de la Barda.
La mayoría eran organizadas por las Cofradías. En 1964, todavía se celebraban
una docena: San José, Viernes Santo, la Ascensión, Corpus Christi, Octava del
Corpus, San Isidro, el Sagrado Corazón de Jesús, Virgen del Carmen, Virgen de
la Barda, Virgen del Rosario, Santa Teresa de Jesús y la Inmaculada. Su
recorrido era la calle de la Patrona, la de Díaz y Gómara, la Calle Mayor, la
de la Villa y la de la Iglesia. La procesión de la Octava del corpus era, por
excepción, algo más corta, pues no recorría toda la calle de la Patrona, sino
que se adentraba por la del Pozo, saliendo a la calle Mayor.
Hubo
además unas administraciones de la Sagrada Eucaristía de tipo procesional: los
Viático ordinarios y los Habituales. En los ordinarios, se administraba este
sacramento a los moribundos, acudiendo más o menos feligreses, formados en dos
filas, unos alumbrando con velas o hachas a la merma y otros sin alumbrar. El
sacerdote llevaba el Sagrado Copón bajo palio, presidiendo a los asistentes.
En
los Habituales, se administraba la Eucaristía a los enfermos encamados, a los
ancianos y a los imposibilitados que no
habían podido ir a la iglesia, para el cumplimiento pascual. Tenían lugar el
domingo siguiente al de la Resurrección y eran unas procesiones concurridísimas
y muy rumbosas, figurando en ellas, ya en este siglo, representantes de la Adoración
Nocturna, de los Tarsicios y de los Jueves Eucarísticos, con sus banderas
respectivas, y amenizando su paso por las calles la Banda Municipal.
Por
cierto que ignoramos por qué a estos viáticos ostentosos les daban en Fitero el
nombre de Habituales: acepción que no registra el Diccionario de la Lengua
Española de la Real Academia ni siquiera el Vocabulario Navarro de José María
Iribarren.
También
eran de tipo procesional, aunque los asistentes no formaban filas, sino que
desfilaban masivamente, las tres Rogativas litúrgicas, que se celebraban los
tres días anteriores al jueves de la Ascensión del Señor, a los que el pueblo
daba los nombres de Rogativa del Bañillo (la del lunes), del Calvario (la del
martes) y del Barranco (la del miércoles), por los lugares a donde se dirigían.
Había otra fija, que se celebraba el 9 de mayo: la de San Gregorio Ostiense,
para impetrar del Santo que no atacasen las plagas a los campos; y finalmente
Rogativas ocasionales, en las épocas de sequía, ad petendam pluviam (para implorar la lluvia). Se organizaban a
iniciativa del Ayuntamiento, quien sufragaba los gastos, sacándose de la
Iglesia una imagen sagrada importante, como el Santo Cristo de la Guía, o el de
la Cruz a Cuestas o la misma Virgen de la Barda[13].
Con este motivo, el poeta D. Alberto Pelairea publicó en LA VOZ DE NAVARRA, del
1 del 4 de 1924, una inspirada composición titulada Rogativa ad petendam pluviam.
Ermitas y santuarios
Se
trata, como es sabido, de edificaciones construidas en los alrededores del
pueblo para honrar a algún Santo, bajo la dependencia de la Parroquia. Los
documentos más antiguos que hemos encontrado son de la segunda mitad del siglo
XVI, referentes a ermitas y santuarios erigidos en la primera o levantados
posteriormente. El más antiguo es el testamento de los esposos, Juan Martínez
Azcoitia y María Serrano, otorgado en Fitero, el 28 de mayo de 1558. Entre sus
cláusulas figuran estas dos, que copiamos literalmente.
“Otrosi
mandamos otros 20 ducados para el reparo de
un Humiladero y Crucifijo que nos hezimos en este dicho lugar donde dizen el
Paradero”, disponiendo que se pusiesen en renta y que con los réditos, se
hiciesen las reparaciones ulteriores.
“Otrosi
hordenamos y mandamos que se dé a la Sanctísima (palabra ilegible) 3 reales y a
la fábrica de Nuestra Señora del dicho lugar 2 reales y medio, y a la luminaria
del Sanctísimo Sacramento 2 reales, a las Animas del Purgatorio 2 reales y
medio, y a Nuestra Señora de Yerga y a San Pedro del Baño y a San Balentín y a
San Sebastián y a Santa Lucía les den sendos reales[1]”.
La
existencia de estas ermitas y santuarios se confirma por el testamento de los
esposos, Julio de Bea y María de Atienza, fechado en Fitero, el 28 de
septiembre de 1582. En él se dejan, entre otras cosas “sendas tarjas a la Sanctísima Hermandad, a la ermita de Nuestra Señora
de Yerga y al señor San Pedro y a San Sebastián y a San Balentín y a la capilla
de nuestra Señora Santa Lucía[2]”.
Ahora
bien, parece contradecir estos testamentos una de las mandas del Abad, Fr.
Marcos de Villalba, dictadas el 11 de diciembre de 1591, dos días antes de su
muerte. Dice así: “Item por la devoción
del bienaventurado San Marcos Evangelistas y por la necesidad que en este
pueblo hay de alguna ermita, doy 100 ducados para ello, la cual se haga en el
cabecillo que está en la era de Pedro Andrés, camino de Corella[3]”.
La
contradicción es solo aparente, pues los anteriores santuarios y ermitas no
estaban en este pueblo, o sea, en sus aledaños, sino lejos de él; a saber,
Ntra. Sra. de Yerga, en la sierra de este nombre; San Pedro, en el Baño Viejo
(hoy Virrey Palafox); San Sebastián, en el término de La Mayor; San Valentín,
en los alrededores del castillo; Santa Lucía, en el término de este nombre.
¿Se
construyó por fin la ermita de San Marcos…? Es seguro, pues consta en el Tumbo
de Fitero que, en 1634, salía a la procesión de San Marcos toda la Comunidad[4].
Por
lo demás, parece que, en adelante, se opuso terminantemente el Monasterio a que
se construyese en su territorio ninguna ermita, a juzgar por la prohibición del
Abad, Fr. Plácido Corral y Guzmán, en 1631, de erigir una en las Peñas del
Baño, a la Virgen de la Soledad, que intentó Pedro Navarro, el salvador del
Venerable Palafox, a pesar de la recomendación de éste siendo ya Fiscal de
Indias[5].
Las Bulas
Entre
las diversas fuentes de ingresos de la Parroquia, figuraban antaño las Bulas:
documentos eclesiásticos que concedían ciertos privilegios a sus compradores.
Las había de diferentes clases: Bula de carne o de vivos, por la que el Papa
autorizaba comer carne, en ciertos días de vigilia; Bula de composición, dada
por el Comisario General de Cruzada a los poseedores de bienes ajenos, cuando
el dueño de éstos era desconocido; Bula de difuntos, que se tomaba para aplicar
a un difunto indulgencia determinadas; Bula de la Cruzada o de la Santa
Cruzada, por la que se concedían diferentes indulgencias a los fieles de España
que contribuían con determinada limosna, al culto divino y al socorro de las
iglesias españolas; Bula de lacticinios, que autorizaba a los eclesiásticos a
tomar lacticinios (leche y manjares hechos con ella), en ocasiones en que les
estaba prohibido; Bula de Ilustres o de Prelados, que les concedía ciertos
privilegios; Y siempre Indultos o remisiones de algunas penas eclesiales.
Las
Bulas eran distribuidas por los buleros a domicilio y eran nombrados cada año
por el Ayuntamiento al que tenían que entregar el importe de las mismas, en el
mes de septiembre.
Siendo
Fitero un pueblo de abadengo, la distribución de bulas era considerable. Repasando
los Padrones de Bulas del siglo XVII, que anota fielmente el escribano real, D.
Miguel Urquizu y sus sucesores, observamos que en 1618, se distribuyeron 725
bulas; en 1630, ascendieron a 1267; en 1682, a 1370, etc. La vigencia de las
bulas era solamente anual y en 1600, las de carne costaban 2 reales[6],
con el tiempo, fue aumentando el número de bulas y sus precios respectivos.
Veamos un ejemplo. En la sesión del Ayuntamiento, celebrada el 6 de febrero de
1817, fue nombra bulero Vicente Agreda, quien repartió 2.483 bulas de Vivos,
por 3.858 reales f. y 32 maravedís; 220 bulas de Difuntos, por 530 reales f. 25
maravedís; 2 bulas de Lacticinios, por 7 reales f.; 1 bula de Ilustres por 17
reales f.; y 650 indultos, por 650 reales f.[7].
Las
bulas desaparecieron en la década de los 60 de este siglo, con motivo de las
reformas introducidas por el Concilio Vaticano II.
Generalidades sobre las Cofradías
Las
Cofradías fundadas en la Parroquia, desde el siglo XVI, sobrepasan la veintena,
datando la mayoría de la época abacial. Ahora bien, hay que puntualizar que la
imagen estatutaria del Santo Patrono de cada una y, a menudo, su mismo altar
fueron costeados por los cofrades y no por la Abadía.
Datan
del siglo XVI, las Cofradías de San Miguel, Santa Lucía, Santísimo Sacramente y
Santa Veracruz. Fueron fundadas en el siglo XVII, las Cofradías de la Asunción,
San José, San Blas, la Purísima Concepción, Virgen del Rosario. Son del siglo
XVIII, la Cofradía del Sagrado Corazón de Jesús y probablemente, la de la
Virgen del Carmen. Y del siglo XIX, antes de la exclaustración de los monjes,
la de San Isidro Labrador. Algunas de ellas fueron suprimidas, a raíz de la
expulsión de los frailes; pero fueron establecidas posteriormente; sobre todo,
por el párroco, Fr. Joaquín Aliaga, como la del Corazón de Jesús en 1853, y la
de la Inmaculada Concepción, en 1864. Finalmente son posteriores a la extinción
del Convento las Hijas de María, la Adoración Nocturna, los Tarsicios, la
Cofradía del Santo Sepulcro, los Jueves Eucarísticos, la Sagrada Familia, San
Antón y Santísima Trinidad.
Según
una comunicación de D. Jesús Jiménez Torrecilla, en 1964, quedaban en la
Parroquia las 14 siguientes: Adoración Nocturna, Hijas de María, Apostolado de
la Oración (o Archicofradía del Sagrado Corazón de Jesús), Jueves Eucarísticos,
San José, Virgen del Carmen, Virgen del Rosario, Santa Lucía, Santísima
Trinidad, Cristo de la Cruz a cuestas, Cristo de la Columna, San Isidro,
Sagrada Familia y San Antón.
Las visitas abaciales de las
Cofradías
Eran
inspecciones o exámenes de los Libros de las Cofradías que empezaron a realizar
los Abades, por lo menos, desde el siglo XVII. Al principio no eran regulares,
sino esporádicas; pero se regularizaron y se realizaron casi anuales, en el
siglo XVIII, siendo, al parecer, pagadas, pues en la de 1689, la Cofradía de
Santa Lucía pagó 4 reales de derechos, y la de la Asunción, 2. Las primeras
Visitas de las Cofradías fundadas recientemente eran gratuitas.
Estas
visitas fueron interrumpidas, desde el otoño de 1809 hasta 1815, por haber sido
disuelto el Monasterio por José Bonaparte; y desde 1820 a 1824, porque los
cofrades se negaron a presentarlas y el Gobierno Constitucional volvió a
exclaustrar a los frailes.
Al
principio, las Cofradías más antiguas se resistieron a aceptar tales visitas,
como ocurrió en 1627 en que los mayordomos respectivos de la de Sta. Veracruz
Joseph de Zufías, del Smo. Sacramento, Juan de Yanguas; de S. Miguel, Bertol de
Barea; y de Santa Lucía, Juan Salvador se opusieron resueltamente a la Visita
del Abad, Fr. Plácido de Corral y Guzmán. En vano éste los amenazó de excomunión mayor, si no lo prestaban sus
libros, en el término de tres días. Los Mayordomos contestaron que no se creían
obligados a ello por varias razones que adujeron a continuación. En
consecuencia, se enzarzaron en un pleito ante la Audiencia de Pamplona, que fue
resuelto a favor del Monasterio, por decreto del Consejo Real del 2-X-1627. Con
que el 24 del mismo mes y año, el Abad Corral hizo, por fin, la Visita de los
Libros de las mismas. En la de Santa Lucía se encontró con la sorpresa de que
los cofrades habían arrancado las hojas en que constaba tal fundación por el
despótico y odiado Abad, Fr. Martín de Egüés y de Gante, y habían borrado todas
sus firmas. El Abad Corral les conminó a
que las repusieran, condenando a las cuatro Cofradías rebeldes al pago de ocho
reales por las asesorías y de cuatro reales por los derechos del sello.
A
propósito de tales Visitas, el Abad Fray Bernardo de Erviti ordenó, el 28 de
marzo de 1661, que en adelante “se pasen las cuentas con asistencias de persona
pública, de manera que hagan fe, como siempre se ha acostumbrado (pero no se
había hecho desde 1645 a 1659), con apercibimiento que se les hace de que no
cumpliendo con ello, se darán por nulas”[8].
Breve historia de las Cofradías
fiteranas
Cofradía de San Miguel
Fue
la más antigua de la Parroquia. Su nombre completo era San Miguel de los
Ballesteros y fue fundada en 1529 en el que se dictaron sus Ordenanzas, siendo
Abad, Fray Martín de Egüés y Pasquier. Sobre ella damos ya suficientes noticias
en nuestro libro LA IGLESIA CISTERCIENESE DE FITERO (pág. 157), por lo que solo
diremos, resumiéndolas, que sus cofrades eran siempre 60, a saber, 30
escopeteros o arcabuceros y 30 ballesteros. Cada año, el día de San Miguel, el
Abad del Monasterio les decía una misa solemne y ellos ofrecían, cuando menos,
dos cornados para los vecinos pobres. El mismo día se reunían en cabildo y
elegían un nuevo Prior y Mayordomo para el año siguiente, haciendo a la salida
un alarde o parada y recibiendo los escopeteros 1 libra de pólvora. La Cofradía
tuvo en la Hoya del Puente una finca, a censo enfitéutico perpetuo, de 11 robos
de sembradura, por la que se pagaba anualmente al Monasterio una blanca por
cada robo y la séptima parte de todos los frutos que recogía en ella.
La Cofradía de Santa Lucía
Fue
fundada en 1543 por el Abad, Martín Egüés y de Gante[9].
Por el testamento, ya citado, de los esposos, Julio de Bea y María de Atienza
en 1582, se ve que esta Santa, cuya imagen era una tabla pintada y coronada,
tenía por entonces una capilla. Más tarde, anduvo incorporada a otros altares,
hasta que, a mediados del siglo XIX, se le erigió un altar propio, en el
testero del arco izquierdo del segundo tramo de la nave central, siendo
desmantelado en 1865 por el párroco, D. Jesús Jiménez Torrecilla.
La
Cofradía debió poseer antaño hacienda propia, como la de San Miguel, pues en
1613, su Alcalde, Juan de Bea, vendió un corral de la misma a José de Zufías,
con un censo de 6 reales anuales[10].
La Cofradía tiene un número fijo de cofrades.
La Cofradía del Santísimo
Sacramento
Data
del siglo XVI, aunque ignoramos la fecha fija de su fundación, pero en el Libro
de Autos de Visita de las Cofradías, Hospitales, etc., se la compara en
antiüedad a la de Santa Lucía. Debió tener mucha importancia, pues los
mayordomos que la regían anualmente, eran elegidos por el Ayuntamiento. Así, en
la sesión del 29 de septiembre de 1713, se eligieron para regirla en 1714 a los
vecinos Pedro calleja Gómara y Pedro Calleja Ximénez[11].
Esta costumbre seguía todavía en la primera mitad del siglo XIX, nombrándose
entonces 1 Abad y 2 Mayordomos, con la intervención del Ayuntamiento y de la
Veintena de Mayores Contribuyentes.
La Cofradía de la Santa Veracruz
Tampoco
sabemos la fecha exacta de su fundación, pero data probablemente del penúltimo
decenio del siglo XVI, pues, en una Memoria de los trabajos hechos para la
Iglesia y el Monasterio por Diego Pérez de Bidangoz, desde1585 a 1592, figura “la cruz grande la Vera Cruz[12]”
que se conserva todavía en la Sacristía.
Con
el paso de los siglos, se ve que sus cofrades decayeron bastante en su fervor
primitivo, pues en el acta de la sesión del Ayuntamiento del 5 de marzo de
1817, presidida por el Alcalde, D. Santos Sanz, se lee lo siguiente: “Con motivo de la función que en la Semana
Santa, celebra en obsequio al Señor, la Cofradía de la Santa Vera Cruz, son
notables los desórdenes y escándalos que se advierten, especialmente en el
Jueves en el que muchas gentes se embriagan, a favor de que los Mayordomos
establecen en sus casas fuentes públicas de vino, con pan y aceitunas[13]”.
En vista de ello, el Ayuntamiento y la Veintena de M. C. prohibieron en
adelante semejante costumbre.
Cofradía de la Asunción
Solo
sabemos que data de la primera mitad del siglo XVII, pues su Libro fue visitado
por el Abad, Fr. Atanasio de Cucho en 1644; y por el Abad, Fr. Bernardo
Martínez de Artieda en 1689, pagando por esta última visita 2 reales de
derechos[14].
Hermandad de Esclavos de la Virgen
Santísima
Lo
único que consta de ella es que fue fundada el 20 de octubre de 1648, mediante
una bula del Papa Inocencio X[15].
Ahora bien, sospechamos que es la misma llamada posteriormente de la Natividad
y de la Purísima Concepción, como veremos al ocuparnos de esta última.
Cofradía de San José
Fue
fundada el 15 de julio de 1645, siendo Abad, Fr. Atanasio de Cucho, y la
escritura correspondiente fue firmada por el Prior, Fr. Juan de Urdín y 28
monjes más, así como por cinco cofrades fundadores, encabezados por José Ruiz,
aunque estuvieron presentes 2 cofrades fundadores, que no sabían escribir.
Consta de 20 apartados y lleva anejo el auto de constitución, con las firmas
antedichas. De sus 4 primeros apartados se deduce que en 1645 no tenían los cofrades
una imagen de bulto del Santo Patriarca y que, cuando la adquirieron, no
dispusieron inmediatamente de un altar propio donde colocarla, exponiéndola a
la veneración de los fieles en el segundo tramo de la nave lateral
septentrional, al lado y fuera del altar actual del Santo Cristo de la Cruz a
Cuestas. Pero solamente lo hacían desde la víspera de la festividad de San José
hasta su Octava, así como en las fiestas del Corpus Christi, San Bernardo, San
Benito, las Pascual y días de procesiones generales. Los demás días del año, la
imagen era guardada en la casa de un cofrade.
Los
16 apartados siguientes de la escritura se refieren a los cofrades. La víspera
del Santo el Convento diría “una misa
cantada con órgano” y segundas vísperas, pagándole la Cofradía 1 ducado; y
el día de San José, otra misa cantada, precedida de una procesión general. Se
diría asimismo una misa rezada, cuando muriese un cofrade y otra cada mes, por
los cofrades difuntos, “a real cada una”.
Todos los frailes del Monasterio serían cofrades, “sin pagar cosa alguna”. En cambio, los cofrades varones pagarían de
entrada 6 reales; y si fuesen casados, la mujer y los hijos solamente tres
reales. Por otra parte, todos los cofrades pagarían a los Mayordomos, el día
del Santo, 1 tarja y media y todos –hombres y mujeres,-salvo los enfermos o ausentes,
estarían obligados a asistir a las misas de entierro de los cofrades, así como
a las funciones de la víspera y del día de San José y “mientras se dice la misa han de estar con sus velas encendidas, so pena
de 1 libra de cera para la dicha Cofradía”.
Si
algún cofrade estuviere ”enfermo en cama y con necesidad urgente” sería
socorrido por los demás con media tarja cada domingo. La Cofradía no daría
velas al Santo Convento, en ningún tiempo, sino solo a los cofrades seglares.
Los candidatos a la cofradía serían admitidos por el voto favorable de los
cofrades varones, sin intervención de los monjes. Los cofrades asistirían a las
procesiones del Santísimo y de San Bernardo, sacando a San José “y el que no fuere, se le multe en media
libra de cera[16]”.
Tales
fueron las principales disposiciones del acta de fundación.
Las
primitivas listas de cofrades que trae el Libro de la Cofradía de San José del
Archivo Parroquial están destrozadas. De todos modos, parece que al principio
tuvo casi medio centenar. No tardaron muchos años en adquirir una bella imagen
barroca del Santo, para el que erigieron un magnífico altar del mismo estilo
que hasta 1965, estuvo instalado en el testero del arco meridional del quinto
tramo de la nave central del templo.
En
1652, tenía un Alcalde y 4 Mayordomos, elegidos anualmente, los cuales tenían
entonces la obligación de “salir a pedir
su primera limosna de aceite, lana, grano por las eras y vino de prensa”. ¡Curiosa
manera de allegar recursos! El Cargo (ingresos) de las Cuentas de dicho año fue
de 214 reales y 4 maravedís; y el Descargo (gastos) de 366 reales y 33
maravedís. Entre los ingresos figuraban 50 reales por 20 cántaros de vino,
vendidos a 2 reales y 18 maravedis el cántaro; 71 reales y 18 maravedis de 11
robos de trigo, a 6 reales y 18 maravedis el robo; 20 reales por 5 robos de
centeno, a 4 reales el robo; 27 reales y 18 maravedis el robo; 20 reales por 11
robos de avena y cebada, a 2 reales y medio; 13 reales y 16 maravedís, de 22
libras de lana; y 4 reales y 24 mareavedís, de 8 libras de aceite. Además 27
reales por el ingreso de 4 nuevos cofrades: 3 de ellos a 6 reales cada uno, y
otro, a 9 reales.
No
menos curiosos fueron los gastos de aquel año: 12 reales fuertes al Gaytero del
pueblo; 4 reales a 2 gaiteros de Corella (2 a cada uno); 24 reales a la mujer que
se ocupó de pedir limosna en las eras; 11 reales f., por la misa cantada el día
Dominica in albis; 1 16 reales f., por 16 misas rezadas (13 por todo el año; y
2, por tres cofrades difuntos).
Además
de los gaiteros, se solían traer de fuera para la fiesta de San José algunos
danzantes. El 18 de abril de 1784, el Provisor y Vicario General, Fr. Malaquías
de Huguet y dispuso que en adelante, cada Hermano pagaría anualmente 2 reales
f.
En
1886, había 90 cofrades; y en 1893, 166 (61 varones y 105 mujeres)[17].
El
28 de mayo de 1911, se hicieron unos nuevos Estatutos de la Cofradía con 18
artículos, siendo párroco D. Antonino Fernández Mateo y secretario de la
Cofradía, D. Julián Tovías.
En
1967, la Cofradía tenía 97 Hermanos y 77 Hermanas. Sus ingresos fueron 1.137,
50 pesetas; y los gastos, 1.028,86, de los que 200 pesetas, por el panegírico
del Santo. Las cuotas anuales de los cofrades eran entonces de 5 pesetas[18].
La Cofradía del Santo Cristo de la
Cruz a Cuestas
Fue
fundada el 17 de julio de 1650, siendo Abad, Fr. Pedro Jalón. Según su Libro
Viejo, se dispuso en un principio, que pudiesen entrar en ellos los vecinos que
quisieran, pagando 8 reales fuertes. Se fundarían 2 aniversarios en el
Monasterio y los cofrades alumbrarían, pudiendo hacerlo, con una hacha propia,
en determinadas funciones. Dicho Libro Viejo desapareció, y el Reglamento de la
Cofradía que copia el Libro actual, data del 15 de marzo de 1658. Consta de 21 artículos,
siendo sus principales disposiciones que se nombrarían cada año 2 Mayordomos,
el Domingo 1º de Cuaresma; que se pagarían de entrada 6 reales fuertes; que la
Hermandad tendría 4 hachas o cirios, para acompañar al Hermano o Hermana que
muriese, “hasta que le den tierra; y que no habría más de 100 cofrades, cuando
entonces había ya 112.”
Como
de ordinario, la Imagen fue costeada por los cofrades, quienes eligieron el
tipo de imagen-armazón, porque les salía más barato, encargándosela al escultor
flamenco, Pedro Soliber y Lanoa, establecido en Corella, hacia mediados del
siglo XVII.
Con
el tiempo, los Mayordomos aumentaron a 4, teniendo además un presidente,
llamado Alcalde, siendo elegidos anualmente por mayoría de votos. Por Auto de
la Hermandad, del 15 de marzo de 1885, se acordó que “habiendo traído tres estandartes, arreglados el viejo (llamado el
Trapo) y 14 faroles, en representación de las 14 estaciones del Calvario”,
los estandartes se guardarían todo el año en casa del Alcalde de la Cofradía, y
solamente del Miércoles al Viernes Santo, en las casas de los Mayordomos. Los
estandartes representaban, como hoy, al Cireneo, la Primera Caída de Jesucristo
en el camino de Clavario, y sus encuentros con la Verónica y con la Virgen
María.
A
la sazón, era Alcalde de la Hermandad, D. Pío Gómez.
En
las páginas 50, 51 y 55 de nuestra MISCELANEA
FITERANA, referimos detalladamente las subastas que hacía la Cofradía, por
llevar el tambor y los faroles, a sus alquileres de túnicas y de hachas y al
orden en que marcaban en la procesión del Santo Entierro. En 1881, estos
arriendos le produjeron 460 reales y 25 maravedís.
El
balance de 1882 arrojó 1.447 reales y 35 maravedís de Cargo; y 1.794 reales y
20 maravedís de Descargo.
En
el cargo, figuraban entre otros ingresos, 16 reales, por cuota de entrada de
Pascual Andrés; 94 reales, por las túnicas arrendadas y 366 reales con 35
maravedís, por los cirios a mermas (los de la cara y espalda del Santo Cristo)
y el arriendo del tambor, para la procesión del Jueves Santo.
En
el Descargo constaban 16 reales al Mayordomo primero; 9 reales por la
conducción del cadáver de Isidra Aréjula al cementerio; 588 reales, por un par
de arañas para el altar, y 60 reales, a Antonio subirán por las gradas del
altar y por barnizar la urna.
El
Libro de la Cofradía que examinamos y extractamos llegaba hasta 1946 y en él
figuraban las listas nominales de los cofrades, que eran 103 Hermanos y 35
Hermanas.
El
actual secretario de la Cofradía, Sr. Matías Muro nos permitió consultar el
último Cuaderno de la misma, del que tomamos las notas siguientes.
En
1986, los cofrades eran 341, los cuales pagaban una cuota anual de 100 pesetas;
pero tenían otras fuentes de ingresos, pues recogieron de la Cajeta del Cristo
12.085 pesetas; de 2 bandejas, a la entrada de la iglesia, 11.000; del alquiler
de túnicas, 800, etc. Por otra parte, el remanente de 1985 había ascendido a
73.331 pesetas. En cuanto a los gastos, el único importante fue de 500 pesetas,
por unas andas para la Dolorosa.
Su
Junta Directiva la formaban en 1986, los siguientes señores: Alfonso Fernández,
presidente; José González, tesorero; Matías Muro, secretario; y 4 Vocales:
Miguel Aguirre, Carmelo Vergara, Manuel Andrés y Juan Cruz Jiménez.
Cofradía del Santo Cristo de la
Columna
Data
probablemente de mediados del siglo XVII, como el de la Cruz a Cuestas; pero no
sabemos la fecha exacta. El Libro de la Cofradía, que se conserva en el Archivo
Parroquial –un manuscritos sin foliar, encuadernado en pergamino- se inicia con
los Estatutos del 8 de enero de 1674, reformando las Constituciones primitivas,
y en su preámbulo, se consigna que los fundadores de la Hermandad fueron Miguel
de Sánchez Pina y su esposa, quienes donaron “la Santa hechura del Santo
Cristo” y los primitivos estandartes.
Las
nuevas Constituciones constan de 13 artículos, siendo sus principales
disposiciones las siguientes. La cuota de entada sería de 15 reales por marido
y mujer, y de 9 por los hijos.
Al
morir un hermano o hermana, los hermanos darían 1 real, y las hermanas, medio,
para decir misas por el difunto. A los entierros de los cofrades, asistirían
todos los demás, “haciendo tocar los Mayordomos la campanilla por las calles, para
que todos asistan… y recen 30 paternostes y 3 Avemarías, en recuerdo de los 33
años que Cristo, Nuestro Señor, anduvo en el mundo”, llevando encendidas 4
hachas que tiene la Hermandad en dichos entierros, “hasta que se le haya dado
tierra al cuerpo”. El Alcalde y los dos Mayordomos de la Hermandad serían
nombrados cada año, el Domingo de Quasimodo. No se admitirían en la Hermandad
más de 60 hermanos.
En
una “Razón de las tierras que tiene la Cofradía”, testificada por el escribano,
Felipe Berdusán y Remón, el 18 de mayo de
1763, constan las siguientes fincas: 1) un tablar en la Nava Alta que
anteriormente fue de 1 robo y medio, y “habiendo echado el camino o carretera
nueva de Madrid por medio”, se quedó en 9 almudes y medio; 2) una finca en
Valdelafuente (término que debe su nombre a “una fuente que sale de una peña”),
con era y corral, de 19 robos; 3) un corral con 16 robos y medio, en el término
de las Aguas Saladas, “que hoy conserva el nombre del Corral del Christo”; 4)
una pieza de 4 robos en Vallas del Buey; 5) una era detrás de las Tejerías,
donde llaman el Olivarete, con 8 almudes. En total, 40 robos y 1 almud y medio.
Por
su parte, el escribano Joaquín Huarte anota que el 6 de abril de 1800, fue
nombrado Prior de la Cofradía Manuel Atienza Langarica; Mayordomos, Antonio
Fernández y Domingo Berrozpe; Estandarte (portaes-tandarte), Tomás Marina,
designándose a 6 Hermanos para llevar el Passo, en la procesión de la Semana
Santa.
En
las Cuentas de dicho año, figuran en el Cargo 18 reales con 4 maravedis de
multas que se echaron el Jueves Santo a los que faltaron a la procesión. Y en
el Descargo, 63 reales, con 27 maravedis, por un Estandarte nuevo que se
compró; y 173 reales, con 6 maravedis, pagados al cerero Manuel Bayo, por la
iluminación.
En
1885, fue nombrado Presidente (ya no se decía Alcalde ni Prior) Marcelo
Fernández, bajo 9 condiciones relativas al ejercicio de su cargo. Con este
motivo, se hizo un Inventario de las “alhajas” (en realidad, efectos) que
poseía la Cofradía y que eran las siguientes: el Cristo, las sacras diarias y
de fiesta, los trajes de los Judíos, las cortinas para el altar, 12 faroles de
vara, 2 estandartes (viejo y nuevo), 1 tambor, 2 campanas, 7 paños para el
altar, 4 ramos con sus jarras, 1 columna nueva, 6 candeleros de metal, 4
usuales, 4 de lata, 4 de hierro y 2 de palo; 4 muletas, 1 lazo blanco y 2
morados, 2 cordones plateados, 2 alfombras para la tarima, 4 hacheros viejos y
4 modernos, 2 arcas para la cera y 2 paños para recibirla.
Por
lo que se ve, la Cofradía no tenía todavía los 4 estandartes de los Mayordomos,
que pintó posteriormente Julián Bayo: la Oración del Huerto, el Prendimiento,
la Flagelación y el Ecce Homo.
En
1889, la Cofradía tenía 121 hermanos y ninguna hermana[1].
Desde entonces, ha transcurrido un siglo, y la Cofradía no ha decaído, sino al
contrario, pues, en 1987, tenía 350 cofrades (275 hombres y 75 mujeres), los
cuales pagaban una cuota nula de 100 pesetas. Su Junta Directiva estaba formada
por un Presidente (Julián Bayo), un Secretario (José María Vergara Pérez), un
Tesorero (Juan Bayo Atienza) y 5 Vocales: Manuel Escudero, Florencio Vergara,
José Pina, Alfredo Forcada y Jesús Romano.
Cofradía de Santa Teresa de Jesús
El
Acta de su fundación y sus primeros estatutos datan del 30 de mayor de 1696. En
el preámbulo se hacía constar que era fundada por el Prior, Veedores y Maestros
del oficio de Alpargateros y Cordeleros, que eran respectivamente aquel año
Domingo Sánchez Yanguas y los hermanos, Miguel y Xavier Ximénez Barea, los
cuales firmaron el Acta, seguidos de 24 nombres más, “todos Maestros de dichos
oficios”. Los Estatutos constan de 29 capítulos, que ya resumimos en nuestro
libro anterior INVESTIGACIONES HISTÓRICAS SOBRE FITERO, volumen I (pp. 168-169)
por lo que solo recordamos que la cuota de los cofrades se fijó en 2 dineros
cada sábado o 1 tarja y media, cada mes, y que los casados que ingresaran en
adelante, pagarían 8 reales por los 2 cónyuges; y 4 reales, los solteros.
Anejo
al documento notarial correspondiente iban dos más: la aprobación del Provisor
y Vicario General del Monasterio, Fr. Francisco Jordán, firmada el 9 de junio
de 1686, por la que concedían a los cofrades indulgencias plenarias y remisión
de todos sus pecados el día de su recepción en la Cofradía, in articulo mortis
y en Santa Teresa de Jesús (15 de octubre); asimismo 7 años de indulgencia y
otras tantas cuarentenas a los que confesaren y comulgaren en las fiestas de
San Miguel, San Juan Bautista, San Fermín y San Francisco Javier; y 60 días, a
los que hiciesen diversas obras pías[2].
La
Cofradía de Santa Teresa también llevaba su Libro de Cuentas e Informes y de él
entresacamos las notas siguientes.
En
las Cuentas de 1815, el Cargo fue de 656 reales fuertes, con 16 maravedís; y el
Descargo, de 592 reales fuertes, con 33 maravedís, figurando entre los gastos,
11 reales con 24 maravedís para el Gaitero; 7 reales con 16 maravedís, para el
Herrero, por tres llaves para el arca de la iglesia y la arquilla del Oficio; y
13 reales con 29 maravedís, por el costo de la campana nueva.
Para
la cobranza de 1 sueldo feble mensual a los cofrades, existía el Arriendo de
los Sábados que se hacía en enero de cada año, por medio de un remate al que
pedía menos recompensa. En 1830, el rematante fue Juan Yanguas Aliaga, por 12
reales fuertes; en 1837. Tomás Ramos, por 15; y en 1859, Benito Gómara, por 26.
Entre
los Cargos de las Nuevas de 1826, figuraban 112 reales con 19 maravedís de los cobrados
a 75 Maestros del Gremio; 60 reales con 15 maravedís, de 51 Hermanos; 26
maravedís, por el arriendo de los telares y 12 reales con 19 maravedís, por el
arriendo de las hachas.
En
1900, formaban la Cofradía 26 Hermanos de primera clase; 16, de segunda y 24
Hermanas y viudas devotas[3].
La Cofradía desapareció hacia mediados del siglo actual.
Cofradía de San Blas
No
sabemos cuándo se fundó. Nos consta que la devoción del vecindario fiterano a
San Blas se remonta a 1520, en que el Abad, Fr. Martín de Egüés y Pasquier
trajo al pueblo una reliquia del Santo; que, en 1622, el Abad, Fr. Hernando de
Andrade declaró fiesta de precepto el día de San Blas (3 de febrero); y que le
Papa Urbano VIII concedió a San Blas un altar privilegiado en la iglesia de
Fitero, durante 7 años, por bula del 5 de septiembre de 1633. Así, pues,
conjeturamos que su cofradía debe datar de los últimos años del abadiato de Fr.
Hernando de Andrade (1615-1524). Por lo demás, no hemos podido averiguar de
esta Cofradía, sino únicamente que, en efecto, existió, pues consta que, en
1725, el Abad, Fr. Antonio de Acedo visitó el Libro de los Tundidores[4],
cuyo Patrono era San Blas, porque su martirio consistió en lacerarle las
costillas con unos peines de hierro. El tal libro desapareció sin dejar rastro.
Cofradía de la Inmaculada
Concepción
No
sabemos, a ciencia cierta, cuándo fue fundada esta Cofradía; pero es el caso
que, el 19 de agosto de 1643, los monjes y el Ayuntamiento de Fitero
proclamaron Patrona de la Villa a la Virgen de la Concepción, celebrando su
fiesta el 8 de diciembre, con procesión, como el día del Corpus[5].
A la sazón, era Presidente de la Abadía, en sede vacante, el distinguido
investigador histórico, Fr. Jerónimo de Álava. Se puede, pues, conjeturar que
la Cofradía de la Inmaculada fue fundada en el mismo siglo, antes o después de
dicha proclamación. ¿No sería la misma que se erigió el 30 de octubre de 1648,
mediante una bula del Papa Inocencio X, con el nombre de Hermandad de Esclavos
de la Virgen Santísima…?[6]
Tal vez; pero no estamos seguros. En todo caso, lo que consta documentalmente
es que la Cofradía de la Inmaculada
Concepción fue fundada por el Gremio de los Pelaires (cardadores de paños), que
era el más importante de la época, tomándola como su Patrona. En el “Libro de
Autos de Visita de las Cofradías”, se llama más de una vez a la Cofradía de la
Concepción, Cofradía de la Natividad; pero en la visita de 1830, se aclara este
embrollo de las denominaciones, llamándola claramente Cofradía de la Natividad
o Virgen de los Pelaires[7].
Desgraciadamente se perdió su libro primitivo, que nos hubiera aclarado todo y
el manuscrito actual que se conserva en la Parroquia, se refiere únicamente al
restablecimiento de “la antigua Hermandad de la Inmaculada Virgen María”,
realizado en 1862, por el párroco, Fr. Joaquín Aliaga.
En
el preámbulo de los 12 apartados de que consta el Reglamento, se dice que la
antigua Hermandad había caducado desde 18543, “por la decadencia del oficio de
pelaires”, que la componían en su mayor parte. Al resucitarla diez años
después, entraron a formarla 116 cofrades de ambos sexos… El cargo de ese año fue
de 595 reales vellón; y el descargo, de 624; o sea, un déficit de 29 reales
vellón.
En
las cuentas de 1900, figuran en el cargo 40 pesetas, cobradas a 20 hermanos (a
2 pesetas cada uno), y 10 pesetas a 10 hermanas (a 1 peseta cada una). Y en el
descargo, 5 pesetas, pagadas a Hilario Falces, por mermas de 2 hachas que
trajeron para la función y la procesión de la Inmaculada; 3,60 pesetas por 6
velas para la Virgen; 20 pesetas pagadas por el sermón; y 11 pesetas por la
función[8].
Archicofradía de las Hijas de María
Orígenes y documentación
Desconocemos
el año de su fundación, aunque conjeturamos con fundamento que fue en el último
decenio del siglo XIX, cuando todavía no se había extinguido la cofradía
anterior de la Inmaculada Concepción; de manera que hubo, a la vez, dos
cofradías con la misma Patrona: la vieja de la Inmaculada, que tenía, como
hemos visto, cofrades de ambos sexos, y la nueva de las Hijas de María,
compuesta exclusivamente de mujeres solteras. Al casarse, quedaban excluidas.
Las Hijas de María acabaron por sustituir a la cofradía de la Inmaculada, en la
primera década del siglo XX.
Se
conserva una numerosa documentación sobre esta Archicofradía que nos
permitieron consultar las Srtas. Joaquina Andrés Vergara y Dorita Sanz Maza. Son
cinco cuadernos: 3 de Cuentas y 2 de Personal. Los más interesantes son los de
Cuentas. El más viejo está mutilado y solo lleva anotaciones en 18 hojas, que
comprenden desde el 2 de febrero de 1898 hasta el final de 1912. El segundo y
el tercero son dos gruesos volúmenes de 400 páginas cada uno y sus anotaciones
respectivas van desde 1913 a 1972; y desde 1973 a 1986, constituyendo un
verdadero arsenal de noticias para escribir la historia, no solo de las Hijas
de María, sino de la evolución económica de la Parroquia en lo que va del siglo
XX.
Organización y dirección de las
Hijas de María
Al
frente de la Asociación, estaba, ya en la segunda década de este siglo, una
Junta Directiva, formada por el Párroco, como Director, y un Coadjutor, como
Subdirector, más bien honorarios que efectivos, pues la actividad de la misma
era regida por una Presidenta y una Vicepresidenta, por una Secretaria y una
Vicesecretaria, por una Tesorera y una Vicetesorera; y dos o más Camareras. Las
congregantes estaban encuadradas en Coros o Secciones –ordinariamente de 8 a
10, a cuyo frente figuraba una Directora o Celadora y varias Auxiliares. El
número de socias incluídas en cada Coro era variable; pero dentro de él, cada
Auxiliadora estaba encargada de unas 10 congregantes.
El
Registro General de Asociadaas, en enero de 1913, comprendía 390; de manera que
fue la más numerosa e importante de
todas las Cofradías habidas hasta entonces.
La
Junta Directiva era elegida anualmente en asamblea general, siendo a menudo
reelegidas las Presidentas, Secretarias y Tesoreras. Entre las Presidentas de
las seis primeras décadas de este siglo, figuraron las Srtas. Isabel Huarte,
Pilar Martínez Labarga, Asunción Agreda, Rosalía Francés, Eugenia Armas, Genara
Urtasun, Joaquina Pina, Rosario Yanguas, y Margarita Yanguas.
Entre
las Secretarias, María Fe (1910), María Yanguas (1914), Victoria Yanguas (1917)
y Asunción Huete, desde 1920 hasta su muerte en 1956; o sea, 30 años seguidos.
Y entre las Tesoreras, Pantaleona Carrillo, Concha Huarte, Angela Bozal, Eladia
Calleja, Ángela Gainza, Rosalía Francés y, sobre todo, Mercedes Francés, quien,
desde 1917, ostentó el cargo ininterrumpidamente, durante más de medio siglo.
Entre
las Camareras más antiguas, se cuentas Inés Hernández y Raimunda Atienza.
Gastos de las Misas mensuales de
Comunión General
Estas
Misas eran estatutarias y se celebraban el segundo domingo de cada mes, a las
ocho de la mañana (hora solar). Eran rezadas y de un solo celebrante. Sin
embargo, en ellas interpretaba el Organista música religiosa y se cantaban
motetes, durante la distribución de la Sagrada Comunión. En el primer decenio
de este siglo, solo se celebraban en ocho meses, exceptuando los de marzo,
abril, junio y noviembre. En 1912, se empezó a exceptuar únicamente junio; y
desde 1917, se celebraron en adelante, todos los meses del año.
En
1900, solo pagaban al celebrante 2 pesetas; en 1912, 2,50; en 1939, 3 pesetas;
en 1946, 6; en 1959, 30; en 1972, 59; y en 1981, 18 pesetas.
A
su vez, el organista solo percibía en 1901, por dicha misa, 0,50 pesetas; en
1916, 1,50; en 1940, 5; en 1970, 15; y en 1980, 18 pesetas.
Las Flores de Mayo
El
oficio religioso de las Flores era muy concurrido y se celebraba diariamente al
atardecer. En él se rezaba el Rosario, seguido de la Letanía Lauretana. A
continuación, se leía el ejercicio devoto correspondiente y algunas cantoras –a
veces, cantores-, con acompañamiento del organista, interpretaban diversos
cánticos marianos que, empezaban con la conocida invitación: “Venid, y vamos
todos –con flores a porfía,- con flores a María,- que madre nuestra es”.
Precisamente
entre los gastos de la Asociación en 1911, figura la compra de un libro,
titulado “Flores a María -34 cánticos”, que costó 8,50 pesetas[9].
Ni
que decir tiene que el mes de mayo era siempre el más costoso para la
Archicofradía. En 1906, la Señorita Concepción Huarte Agreda, que era entonces
la Tesorera, hizo las siguientes anotaciones en el capítulo de gastos del
personal de la Parroquia, en el mes de mayo.
Para
el organista, 15 pesetas; al Cristóbal (sacristán mayor), 5 pesetas; Música, 5
pesetas; a los Señores Curas, 5,50; al fuellero-campanero, 2,50: a Pedro Moreno
(cantor), 4 pesetas; al Pobilla (sacristán menor), 2,50; y al Raña (el
silenciero), 0,50. Se compró un regalo para uno de los cantores cuyo importe
fue de 1,50 pesetas[10]”.
Añadamos, por nuestra cuenta que, en el mes de mayo de 1916, se dieron al
organista otras 15 pesetas; en el de 1940, 60; en el de 1958, 300; y en el de
1970, 500.
Por
su parte, los Sres. Curas cobraron en el mismo mes de dichos años, 6, 12, 100 y
otras 100 respectivamente. El sacristán, 5, 5, 15 y 30 pesetas; y el campanero,
2,50, 13, 15 y 30. En cambio, en 1980, se dieron al sacristán, por el mes de
mayo, 30 pesetas; y al campamento, 150 pesetas[11].
La Novena y Fiesta de Diciembre
Como
es sabido, la Novena emieza siempre el 29 de noviembre y termina el 7 de
diciembre, celebrándose la Fiesta el día 8, con misa solemne, panegírico,
comunión general y procesión. Esta última se celebraba por la mañana, como el
resto de la fiesta, hasta que, al comienzo de la década de 1970, se trasladó a
la tarde. En 1923, se introdujo la costumbre de exponer, durante la Novena, al
Santísimo Sacramento, por cuya exposición se empezar a pagar 10 pesetas.
En
1910, la Tesorera Angelita Bozal hizo las siguientes anotaciones, sobre las
retribuciones al personal de la Parroquia, en el mes de diciembre.
A
D. Antonino (el Párroco), por el sermón, 20 pesetas; a los Sres. Curas, por la
Novena y la Fiesta, 6 pesetas; al Sacristán Mayor, 5; al Sacristán Menor, 1,50;
al Organista, 5; y al campanero, 0,50[12].
Una imagen moderna de la Purísima
En
1911, las Hijas de María cometieron piadosamente un grave pecado artístico:
retirar del culto la antigua (y actual) talla de la Inmaculada, que armoniza
perfectamente con el magnífico retablo de su altar, para sustituirla con otra
“más bonita y más moderna”: una bella reproducción en escayola de la murillesca
Inmaculada de Soult, llamada así por haber pertenecido al mariscal napoleónico,
Nicolás Soult, quien la robó en Sevilla, durante la Francesada. La nueva imagen
costó a la Asociación 522,50 pesetas, más 3,40 de portes, y procedía de los
talleres de “El Arte Cristiano” de Olot[13].
Para exponerla en el Altar Mayor, en los meses de mayo y diciembre, compraron
en 1914 un dosel, que les costó 360 pesetas, pagando además 40,55 por
transportes e instalación[14],
y en 1929, dos angelotes de compañía a la Casa Matos de Olot por 608 pesetas[15].
Hacia 1970, la Institución Príncipe de Viana mandó retirar del viejo altar esta
imagen moderna, que desentonaba completamente con él, restituyendo la antigua.
Cuotas de las asociadas
En
un principio, solo hubo cuotas de entrada, las s cuales no eran fijas ni
obligatorias, oscilando entre 0,15; 0,50 y 1,25 pesetas. Así, en 1899,
ingresaron dos muchachas por 0,50 cada una, y otras dos, por 1,25. En 1933, una
entrada sin escapulario costaba 0,75; y con él, 1,50 pesetas.
Todavía
en 1952, entraron 6 chicas por 6 pesetas (a 1 peseta, cada una) y en cambio,
Mari-Paz San Miguel pagó 5 pesetas[16].
En
1922, se introdujeron las cuotas anuales, a base de 0,50 pesetas, como mínimo,
las cuales importaron ese año 116,50. En 1924, se implantó la costumbre de que
algunas congregantes acomodadas costeasesn el gasto de un día de la novena,
como lo hicieron ese año Eugenia Armas, Victoria Yanguas, Mercedes Francés,
Josefina Sanz y otras, pagango 2 pesetas cada una[17].
Más
tarde, se extendió esta costumbre a los días de las Flores de Mayo, como en 1929
en que Felisa Bermejo, Mercedes Agreda, Eugenia Aguinaga, Joaquina Pina y otras
pagaron unos días, contribuyendo asimismo con 2 pesetas cada una[18].
Por fin, se introdujo la cuota mensual, de cuantía voluntaria, dejando que las
socias más ricas la aumentaran a discreción y la pagaran de una vez.
Veladas teatrales
Fueron
organizadas, por lo menos, cinco, siendo Presidenta, la Srta. Pilar Martínez
Labarga.
Se
celebraron en la gran Galería del Colegio de las Hermanas de la Caridad de
Santa Ana, en la que se levantó un espacioso tablado y se trasladaron butacas
del aledaño Teatro Moderno. La primera Velada tuvo lugar el 10 de abril de 1911
y estuvo a cargo de varios jóvenes de la localidad y foranos. Se recaudaron
cerca de 180 pesetas; pero el producto líquido fue de 135,45 pesetas[19].
La segunda Velada se celebró el 2 de febrero de 1913, repitiéndose el 9, y el
producto líquido de las dos ascendió a 222,90. La cuarta y quinta Veladas se
efectuaron en marzo de 1914 con un producto neto total de 200,80 pesetas[20].
El
alma de estas representaciones fue D. Alberto Pelairea Garbayo. La más notable
fue la segunda, cuyos precios de entrada fueron los siguientes: Butaca, 1
peseta; General, 0,50 e Hijas de María, 0.15. En cuanto al Programa, anunciado
por la VOZ DE FITERO, nº 44, fue el que sigue.
1)
Sinfonía; 2) Cuadro vivo y saludo a
la Virgen; 3) Discurso por la Srta. María Yanguas; 4) Bendita sea tu pureza; 5)
Poesía INMACULADA de Gabriel y Galán, declamada por la Srta. María Fe; 6) Danza
de las Vírgenes; 7) El Poder de María, melodrama en 3 cuadros de la Srta.
Natalia Rincón, representado por las Srtas. Amusátegui Agreda, Gainza, Jiménez,
Armas, Maculet y Frías; 8) La Muñeca, diálogo lírico cantado por las niñas
Isabelita Palacio y Asunción García, acompañadas al piano por la Srta. Rosa
Herrero; 9) FANTASMAS Y COMPAÑÍA, obra de D. Alberto Pelairea, representada por
las Srtas. Angelita Gainza, Gregoria Frías, Isabel Armas, Manolita de
Amusátegui y las niñas Merceditas Francés y Engracia Yanguas; 10) Discurso
final por la Presidenta, Srta. Pilar Martínez Labarga.
Hojitas
Celestes
Las HOJITAS CELESTES eran unas
hojitas mensuales de propaganda mariana, editadas en Sevilla por la imprenta de
Eulogio de las Heras (calle de las Sierpes, nº 13) y cuya administración, dependiente
del Arzobispado, estaba en la calle Plasencia, nº 8. Las había de dos clases:
ordinarias y extraordinarias. Las primeras eran de 14 por 8 centímetros; y las
segundas, de 16 por 8,5 cms. Las ordinarias se vendían a 0,05 pesetas y
aparecieron por primera vez en 1908, en cuyo mes de mayo, se recogieron 15
pesetas, y en diciembre, 11. En total, 26 pesetas, correspondientes a una venta
de 520 hojitas, anotándose que las hojitas del año costaron 18 pesetas, de
manera que el beneficio neto del año fue tan solo de 8 pesetas.
En
1925, se recogieron 27 pesetas de hojitas ordinarias y 9 pesetas de
extraordinarias. Por las Hojitas de los años 1936-1940 inclusive, pagaron las
Hijas de María a Sevilla 147 pesetas; y en 1952, por la suscripción a 425
mensuales, 127,30 pesetas anuales.
La Hojita Celeste desapareció en
1970, siendo sustituida por la suscripción de la Asociación a la Hoja diocesana
semanal LA VERDAD, por la que pagaron en ese año 120 pesetas.
Balances
anuales
Los primitivos fueron
insignificantes. En 1900, los ingresos importaron 81,05 pesetas; y los gastos,
71,75. En 1930, los primeros sumaron 844,30 pesetas; y los segundos, 525,42; en
1950, los ingresos, 4.051,95; y los gastos, 2.119; y en 1986, 59.978 y 32.770
pesetas, respectivamente.
Estado
de la Archicofradía en 1987
Estaba en franca decadencia de
personal, pero no económica. En 1986 tenía 212 socias; es decir, 178 menos que
en 1913. Ya no se celebraban Juntas Generales ni elecciones de Presidentas ni
demás cargos, habiendo sido la última Presidenta la Srta. Eloísa Pina Muro,
desde 1967 a 1986.
En 1987, estuvieron encargadas de
la Asociación las Señoritas Joaquina Andrés Vergara y Dorita Sanz Maza,
quedándose únicamente la segunda, desde el 3 de abril de 1987, por enfermedad
incurable de la primera.
COFRADÍA DE LA VIRGEN DEL ROSARIO
Fue fundada el 20-04-1692,
por 13 sastres, a la vez que su Gremio. La escritura correspondiente
protocolizada por el escribano, Miguel de Aroche y Beaumont, lleva el número
166 y ocupa las páginas 257-261 del protocolo de aquel año. La lista de los
cofrades va encabezada por Martín Blas y José Carrillo y consta 21 apartados,
referentes a la Cofradía, son en resumen, los siguientes.
Pertenecerían
a la Cofradía los sastres, sus mujeres y viudas; y también los que, sin ser del
oficio, fueran admitidos en ella, por mayoría de votos. El que entrare a ser
“cofrade riguroso” pagaría 4 u 8 reales, según que fuere o no hijo de sastre; y
si fuese un matrimonio, 6 o 12 reales, según que fuera o no del oficio. Todos
los cofrades asistirían con velas encendidas, so pena de 2 reales, a los
viáticos de los cofrades, “enfermos de peligro”; a la conducción a la iglesia
del cuerpo de los cofrades fallecidos, llevándolo al 4 de ellos; y a la misa
rezada que se les diría el día siguiente o el primero de fiesta, en el altar de
la Virgen del Rosario.
Cada
cofrade daría cada año a la Cofradía 4 reales; y los matrimonios, 6; y por cada
cofrade que muriese, 1 tarja o tarja y media respectivamente, “por vía de
limosna por el alma del difunto”. Los cofrades solo pagarían los gastos
relativos al adorno del Altar, fiestas del Rosario, misas que se dijeren y cera
que se gastase, entendiéndose por Fiesta del Rosario solo la Misa cantada o
rezada que se dijere, y la procesión, en el caso que se dispusiere. Finalmente
todos los primeros domingos de mes, se diría una Misa rezada en dicho altar a
la que acudirían todos los cofrades, so pena de medio real por cada vez.
Los
artículos principales, referentes al Gremio de los Sastres, eran, en resumen,
los siguientes. Al frente de la Cofradía y del Gremio estarían un Prior y dos
Veedores, que se elegirían, por mayoría de votos de los cofrades, reunidos en
casa del Prior, el 2º domingo de octubre de cada año. En el Gremio, había tres
categorías: Aprendices, Oficiales y Maestros, ascendiéndose a las dos últimas,
mediante un examen. Para hacerse Maestro Sastre, los fociales lo harían ante el
Prior, los dos Veedores y los dos más antiguos del Gremio, bastando para su aprobación
el obtener 3 votos a su favor. Pagarían como derechos de examen 4 reales al
Prior; y 2, a cada uno de los otros cuatro examinadores. Los oficiales que
abrieren tienda pública, sin estar examinados de Maestros o trabajasen en casas
particulares, pagarían una multa de 3 reales de a 8. Los Oficiales examinados
que trabajasen en casas particulares, ganarían 2 reales al día, y su jornada de
trabajo sería de 6 de la mañana a 6 de la tarde en verano; y de 7 a 7, en invierno.
El Prior y los Veedores podrían visitar a los demás Oficiales y reconocer su
obra, “a solas o con un Ministro de Justicia” y “si hallaren algún vestido
travesado o pieza a contrapelo”, sin consentimiento del dueño del vestido,
aunque éste lo llevase ya puesto, pagarían 2 reales de multa por cada pieza, a
beneficio de la Cofradía. La Cofradía llevaría dos libros: uno de Cofrades y
Agremiados, y otro, de Cuentas de los mismos. Los Cofrades podrían elegir como
Prior a cualquiera de los admitidos en la Cofradía, aunque no fuese sastre,
pero, en este caso, el Prior anterior continuaría en su ejercicio, en lo
tocante al gobierno y administración del Gremio. Finalmente se pediría la
aprobación y confirmación de estas Ordenanzas al Real Consejo del Reino de
Navarra y el Vicario General de Fitero.
La
Primitiva Virgen del Rosario fue una imagen-armazón muy agraciada que, hasta
1965, ocupó un bello altar en el testero del arco izquierdo del 5º tramo de la
nave central. Databa del último decenio del siglo XVII. El Libro primitivo de
la Cofradía desapareció y hoy solo se guarda en el Archivo Parroquial, un
manuscrito moderno empastado y sin paginar, el cual abarca las cuentas de la
Hermandad, desde 1853 a 1915. En 1853, el administrador de sus fondos y
limosnas era el presbítero, D. Manuel Aliaga, y el cargo importó 1.085 reales;
y el descargo o data, 946 reales con 24 maravedís.
En
1900, la lista de Hermanos comprendía 165 varones y 396 mujeres. Esta vez, el
cargo ascendió a 510,82 pesetas; y la Data, a 233,50. En el primero figuraban
229 pesetas, cobradas de 136 devotos y 161 devotas (a 0,50 c/u). Y en la
segunda, 25 pesetas por la Novena; 30 pesetas, por la función de la fiesta del
Rosario; 25, por el sermón; y 22, por un oficio de Requiém de la primera clase.
Además, 30 pesetas a la Orquesta, por tocar en tres rosarios y en la Aurora;
1,50 al carpintero, Anselmo Pérez por poner y quitar el solio de la Virgen[1].
La
Cofradía desaparición en la década de 1960-1970, siendo restablecida en 1985.
CONGREGACIÓN DEL SAGRADO CORAZÓN DE
JESÚS Y APOSTOLADO DE LA ORACIÓN
Fue
fundada en octubre de 1741, suspendida durante algunos años del siglo XIX y
restablecida en 1853 por el párroco Fr. Joaquín Aliaga, con más de medio
centenar de socios. Se conservan dos libros manuscritos sin foliar de la misma.
El primero alcanza hasta el 24 de junio de 1817, en que fueron presentadas las
últimas cuentas del mismo, por el Depositario, Vicente Ximénez Ibero, con un
cargo total de 546 reales fuertes y seis maravedís, y un Descargo de 86 reales
fuertes y 19 maravedís.
El
segundo, que está encuadernado en pergamino, solo tiene 35 folios que van desde
1831 hasta el 31 de diciembre de 1860. En él constan los censalistas de la
Congregación, encabezados por Matías Rupérez y su mujer, Manuel Alfaro, los
cuales tomaron a censo 390 reales fuertes y 3 maravedís, con el rédito anual de
19 reales fuertes y 19 y ½, que es lo que debían pagar cada año a la
Congregación.
En
las Cuentas de 1818, figuran en el Cargo 19 reales fuertes y 18 maravedís, recogidos
de limosna, así como 4 1/2, procedentes de la venta de 6 almudes de trigo,
recogidos también de limosna, el 2 de septiembre de 1817; y en el Descargo, 32
reales fuertes, pagadas al predicador por el sermón; 5 reales fuertes, al P.
Vicario por la Misa; y 93 reales fuertes a Felipe González, por la cera,
“después de rebajados los esperducios”.
En
1838, el sermón y la misa costaron como en 1818; pero en 1860, se elevaron a 72
reales vellón, habiéndose recogido de limosna, en todo el año, “9 duros”. El balance
de este año, hecho el 31 de diciembre, arrojó de Cargo 477 reales vellón y 35
céntimos, siendo el último que figura en el Libro II.
En
la Parroquia, no queda ningún otro libro ni cuaderno que continúe los dos
anteriores. (O al menos, no quedaba en 1974, en el que hicimos nosotros una
revisión completa del Archivo Parroquial). Sin embargo, es bien posible que
conserve uno o varios algún vecino, pues no consta que la Congregación se
extinguiese en 1860. En todo caso, fue remplazada, ya en el siglo actual, por
la sección local del Apostolado de la Oración fundado en 1844 por el Papa,
Gregorio XVI. También es conocido con el nombre de Archicofradía del Sagrado
Corazón de Jesús, de la que solo examinamos el Libro III de Actas, que conserva
y utiliza su secretario, D. Matías Muro. (¿Y dónde paran los dos libros
anteriores…? Lo ignoramos). Este Libro III tiene 20 páginas y empieza el 19 de
marzo de 1933, siendo párroco D. Alfonso Bozal. Comprende dos etapas: la
estatutaria, hasta la mitad de la sexta década del siglo actual, y la
posconciliar, en adelante.
Los
dos tenían, y tienen cofrades de ambos sexos, los cuales, en la etapa
estatutaria, estaban encuadrados en coros, que constaban de los socios y socias
de cada calle, con sus celadores y celadoras correspondientes. Unos y otras, en
el tercer domingo de octubre de cada año, elegían, en votación secreta, por un
bienio, a los miembros de sus Juntas respectivas, haciéndolo los hombres en los
años pares; y las mujeres, en los impares; y los elegidos componían el
Directorio del Apostolado de la Oración. La Junta directiva masculina constaba
de un Presidente, un Vicepresidente y un Secretario; y la femenina, de tres
Vocales: 1ª, 2ª y 3ª. El 29 de octubre de 1933, fueron elegidas para las
Vocalías respectivamente las Sras. Isabel Huarte, por 22 votos. Nicolasa
Agreda, por 27; y Vicenta Galindo, por 11 votos.
En
realidad, las renovaciones bienales del Directorio solían ser teóricas, pues,
de ordinario, eran reelegidas las mismas personas. Así se explica que, desde 1933
a 1966, solo hubiese tres presidentes: los Sres. Hilario Falces, José María
Yanguas y Ángel Melero; y tres secretarios: los Señores Elías Falces, Teodoro
Fernández y Luis Bozal Jiménez. (D. Julián Tovías solo lo fue provisionalmente
algunos meses de 1959). Los párrocos eran presidentes honorarios y actuaban de
consiliarios.
Los
celadores y celadoras celebraban una Junta General Ordinaria cada mes. En ellas
se repartían las quincenas, que eran unas Hojillas del Sagrado Corazón de Jesús,
análogas a las de las Hijas de María; se escuchaban a los consiliarios y se
hacía una colecta entre los presentes. Sus recaudaciones, o más bien, limosnas,
eran ordinariamente raquíticas. Así, en la colecta del 16 de abril de 1933, se
recogieron 23,40 pesetas; en la del 26 de octubre de 1947, 29,50 pesetas; y en
la del 20 de junio de 1954, 19 pesetas. Ello se debía, en parte, a que la
asistencia de los celadores a las Juntas Ordinarias era escasa, según se
quejaba el Párroco, D. Julián Martínez en 1938, “no sabiendo a qué atribuirla”.
Por otra parte, las fuentes de ingreso del Apostolado tampoco eran abundantes.
La venta de las Hojillas, en la primera quincena de 1942, solo ascendió a 24,80
pesetas; la pequeña divisa circular de la Cofradía que ostentaban los socios en
la solapa izquierda de la chaqueta, valía por entonces, 5 pesetas; y el escapulario
de las socias, 10. La cuota primitiva anual era de 3,50 pesetas, en 1963, se
elevó a 5, y posteriormente, a 25 y 50 pesetas.
Para aumentar los ingresos, se recurrió en
1940 al alquiler de velas den las procesiones, a 2 pesetas para los socios del
Apostolado, pues, a la sazón, guardaba en su arca alrededor de un centenar. A
pesar de ello, el secretario, D Elías Falces, en la Junta General Ordinaria del
16 de noviembre de 1941, lamentó “la falta de celadores y la limosna que se
recolecta, pues hay meses en que apenas ha llegado, o sobado muy poco después
del estipendio de la Santa Misa y del organistas; así que llega el mes de junio
y andamos muy mal para solemnizar los cultos de este mes”. Por eso, en 1942, se
subió el alquiler de las velas a 3 pesetas. La verdad del caso es que la
situación económica de la Archicofradía jamás fue boyante, pues el balance de
1932-1933 arrojó 523,35 pesetas de ingresos, y 431,75 de gastos; y el de
1953-1954, 3.020,665 pesetas de ingresos y 2.372,35 de gastos.
He
aquí otro detalle de su penuria. La Cofradía estaba suscrita a un ejemplar de
EL MENSJAERO DEL CORAZÓN DE JESÚS, revista centenaria, editada por los P.P.
Jesuitas de Bilbao.
Actualmente
un ejemplar cuesta125 pesetas; pero en 1941, no llegaría probablemente a las
10.
Ahora
bien, como no la leían los celadores, se acordó, el 27 de julio de se año, que
s hiciera una lista de todos ellos y que cada tres días la tuviera un celador y
la pasase al siguiente[2].
En
1993, siendo párroco D. Santos Asensio, se hicieron nuevos Estatutos de la
Archicofradía, y en ellos se estableció que se hiciese una colecta pública, con
mesa petitoria por las “quincenas”, en la misa de comunión de los terceros
domingos de cada mes; que se pagaran 15 pesetas por la intención de la misa; y
20 pesetas, al sacerdote que la dijera[3].
Las
actividades estrictamente religiosas del Apostolado eran las siguientes: En
octubre comenzaban la devoción de los Nueve Primeros Viernes, de cada mes, que
terminaban el primer Viernes de Junio. En ellos se celebraba una Misa solemne
de comunión general, con sermón y exposición del Santísimo, al que se hacían
velaciones de media hora, las cuales terminaban en con la bendición del mismo y
la recitación de las jaculatorias: Bendito sea Dios Bendito sea su Santo
Nombre… De igual modo, celebraban la Fiesta de Cristo Rey en octubre.
El
mes de Junio estaba dedicado especialmente al Sagrado Corazón de Jesús y todos
los días se celebraba al atardecer un oficio religioso, análogo
estructuralmente al de las Hijas de María, en el mes de Mayo, con las
diferencias correspondientes. Los cánticos que entonaban en estas funciones
eran: “Corazón Santo – Tu reinarás…”; “Nuestro Apostolado Avanza…”; “Fiterano,
de Cristo queridos…”, que cantaban sobre todo por las calles en las procesiones
del Corazón de Jesús, y en las del Corpus Christi y su Octava.
Por
cierto que las procesiones del Apostolado de la Oración fueron, en un
principio, poco concurridas, hasta el punto que D. Alfonso Bozal decía en la
Junta General Ordinaria del 16 de junio de 1835, que “no tiene gracia que
salgamos a ellas y no vayamos más que unos chicos, muy pocos hombres y algunas
mujeres[4]”.
Años después se rectificó esa inasistencia.
En
la década de los 60, con la implantación de la reforma litúrgica del Concilio
Vaticano II, desapareció la organización precedente del Apostolado, pero
todavía subsiste la Cofradía.
En
1986, su presidente era D. Ángel Melero; su tesorero, D. Luis Yanguas; y su
secretario, D. Matías Muro. A la sazón, tenía 364 socios, que pagaban 100
pesetas anuales. Por tanto la recaudación por cuotas de ese año ascendió a
36.400 pesetas.
COFRADÍA DE SAN ISIDRO LABRADOR
Fue
fundada el 22 de abril de 1806 por 15 labradores, encabezados por el Alcalde
Ordinario, D. Félix Latorre; pero el número de socios ascendió el mismo año a
78. Sus constituciones primitivas comprendían 17 apartados de cuyas
disposiciones destacamos las siguientes:
Los
cofrades asistirán a las funciones del día de San Isidro (Misa Mayor, procesión
y vísperas) “con capa, zapatos y corbatín”. Llevarían en la procesión “vela
encendida a sus propias expensas”. Cuando muriese un cofrade, se daría a su
familia 1 doblón (moneda de oro equivalente a 4 duros) de los fondos de la
Cofradía, para su entierro.
La
Cofradía tendría 1 Alcalde y 4 Mayordomos, nombrados por sorteo, al día
siguiente de la fiesta del Santo. El primer Alcalde de la Cofradía fue Gabriel
Yanguas y el primer Mayordomo, Nicolás Atienza.
En
las Cuentas de 1806 y 1807, o sea, del primer año, figuran en la Data las
siguientes cantidades: 2 y ½ reales fuertes por la vara del Pendón o Estandarte
del Santo; 29 reales fuertes, pagados al sastre Fermín Carrillo, por los
“suplimentos y hechura” del Estandarte”; 120 reales fuertes al platero, Manuel
de Ochoa” por el coste de la Oz (hoz), colocada en el pendón, 453 reales
fuertes y 16 maravedís, a D. Bernardo Octavio de Toledo, por el coste del
damasco, cordones, franja y bajuncito del pendón”; y 8 reales, a dos propios
enviados a Cascante y Tudela, sobre la hoz y la estampa. En fin de cuentas, les
salió el Pendón de San Isidro por 712 reales fuertes y 49 maravedís.
En
la Cofradía de San Isidro había Hermanos y Hermanas que pagaban de entrada 16 y
5 reales fuertes; y el Descargo, de 1.693. En 1818, se hizo una suscripción
voluntaria “a beneficio del Santo y su culto”, que dio buen resultado.
Suponemos que sería para costear una talla del Santo, pues no tenían más que el
estandarte; pero no se dice claramente.
Las
Constituciones de la Cofradía fueron reformadas en 1896, reduciéndolas a 11
artículos.
En
el 2º se disponía que el pago del sermón de San Isidro no excedería de 25
pesetas; en el 7º, que los mayordomos quedaban obligados a poner cada uno una
persona “para llevar al Santo en la procesión”; y en el 11º, que la Cofradía
pagaría “cinco pesetas a los músicos que vayan tocando durante la procesión”.
No se especifica si era un duro para cada músico o para todos.
En
1922 había 88 cofrades. Un recibo suelto del hojalatero Aquilino Fernández,
firmado el 5 de mayo de 1923, consignaba que le habían dado una peseta, “por
arreglar un farol[1]”.
LA
ADORACIÓN NOCTURNA
Documentación
Existe
sobre esta Asociación una documentación abundante, que consiste en un Libro de
Caja, 5 Libros de Actas y un Cuaderno, hecho a mano en 1909, que contiene un
resumen del Ritual para una Vigilia ordinaria de 1 turno, con asistencia de
Capellán. Los libros son cuadernos manuscritos empastados, de 30 por 20
centímetros y de 100 ó 200 páginas, con un total de 1.000. Llegan hasta 1966 y
los guarda el presbítero fiterano, Don Ángel Fernández Gracia.
Fundación
La
institución de la Adoración Nocturna, en general, data de 1874, siendo Papa Pío
IX, y la sección Adoradora Nocturna de Fitero, de 1909, en que fue fundada por
el Párroco, D. Martín Corella y 41 vecinos más, encabezados por el tenedor de
Libros, D. Juan Olóndriz, que fue su primer Presidente. Sus nombres se
conservan en un cuadro de la época. La Sección de Fitero dependió hasta 1955
inclusive del Consejo Superior Diocesano de Tarazona; y desde 1956, del de
Pamplona.
Vigilias
Sus
celebraciones religiosoas se llaman Vigilias, porque los Adoradores velan, sudrante
la noche, al Santísimo Sacramento. En un principio, las había fijas y
variables, ordinarias y extraordinarias. Eran fijas las del Año Nuevo, Jueves
Santo, San Pascual Bailón, Santiago, la Asunción, y Todos los Santos; y
variables, las restantes. Las ordinarias eran dos al mes, y se celebraban
comúnmente la noche del 2º Domingo, por los Adoradores del Primer Turno; y la
noche del 4º Domingo, por los Adoradores del Segundo Turno. Las extraordinarias
no tenían fecha fija.
Los
turnos de vela lo hacían generalmente 4 Adoradores y duraban, al principio, 45
minutos; y más tarde, 1 hora.
Ritual primitivo
El
Oficio religioso duraba regularmente 7 horas, desde las 1º0 de la noche hasta
las cinco de la mañana siguiente. Empezaba con la salida y presentación de la
Guardia de los Adoradores, enarbolando su bandera y entonando los cánticos
Vexilla Regis y Sacris solemniis. Los principales actos sucesivos eran la
Exposición del Santísimo y el Primer Nocturno hasta las 11; y el 2º y 3º, hasta
las 12, en que se iniciaba el Trisagio de la Santísima Trinidad. A la 1 de la
madrugada, daba comienzo la hora canónica de las Laudes; a las 2, las de Prima
y Tercia; a las tres, las de Sexta y Nona; y a las 4, las de Vísperas y
Completas.
A
continuación, se hacía la Reserva del Santísimo Sacramento, se celebraba la
Misa, si había capellán, y comulgaban los Adoradores, finalizando con la Acción
de Gracias y la retirada de la Guardia con su bandera.
Organización
Del
Acta de la Junta General de 3º de enero de 1915m se deduce que, al frente de la
Asociación, estaba un Consejo Directivo, formado por 1 Director Espiritual, que
era Presidente Honorario; 1 Presidente civil que lo era efectivo; 1 Secretario,
1 Tesorero, 4 Vocales, 1 Jefe y 1 Secretario del Primer turno, y 1 Jefe y 1
Secretario del 2º. Posteriormente los Vocales se redujeron a 3, y los Jefes y Secretarios
de Turno, a 1. En cambio, se crearon loso cargos de Vicepresidente (en 1922) de
Vicesecretario y Vicetesorero (en 1953) y Vicedirector Espiritual (en 1962).
Los
Adoradores en general estaban encuadrados en turnos y secciones, con sus
Delegados respectivos (de ordinario, 2 de turno y 8 de sección). También había
Delegados Natos del Consejo Directivo, que se nombraban cada año por sorteo, en
nº de 7 u 8. Su misión era denunciar y oponerse a las disposiciones
antirreglamentarias que pudiera tomar el Consejo Directivo.
Los
Presidentes de la S.A.N. (Sección Adoradora Nocturna), desde 1909 hasta 1966,
fueron D. Juan Olóndriz, D. Vicente García Albericio, D. Federico Giménez, D.
Florencio Bozal, D. Aquilino Fernández, D. Teodoro Fernández Vergara, D. José
María Pérez Aguirre y D. Joaquín González Alfaro. El que más tiempo desempeñó
el cargo, fue D. Teodoro Fernández Vergara, que fue Presidente, durante 27 años
seguidos (1935-1962). En cuanto a los Secretarios, el ma´s duradero fue D.
Manuel Pina REzábal, que lo fue desde 1909 a 1943, salvo un intermedio de dos
años: 1919 y 1920, en los que fue sustituido por D. Aquilino Fernández. De
manera que el Sr. Pina Rezábal ejerció el cargo, durante 32 años. Le sucedieron
en el mismo D. Javier Falces (1943-1955) y D. Ignacio Bermejo (1955-1965). En
papeles sueltos del Libro de Actas nº 5, hemos visto que en 1966-1967-1968, lo
fue D. Javier Fernández Gracia.
En
cuanto a los Tesoreros, el más durable fue D. Manuel Guarás, quien lo fue
durante 28 años seguidos (1922-1950).
El
Consejo Directivo solía reunirse, junto con los Delegados del Consejo y de
Turno, unas seis veces al año, sin fecha fija, previa convocatoria del
Presidente; y la Junta General de los socios activos, una vez al año: en el mes
de enero o febrero. Todos los cargos eran de elección de los socios activos, la
cual se hacía en un principio anualmente; y más tarde, cada tres años, siendo
corriente la reelección de los cargos principales del Consejo Directivo.
Clasificación de los Adoradores
Los
había de dos clases principales: Activos, que asistían a las vigilias y
cotizaban reglamentariamente; y Honorarios, que cotizaban libremente y no
asistían a las vigilias.
A
su vez, los Activos se subdividían en 4 categorías, atendiendo al número de
vigilias a que habían asistido: a) Veteranos Constantes Ejemplares (de 550
vigilias en adelante); b) Veteranos Constantes (de 250 a 550); c) Veteranos (de
150 a 250): d) Adoradores (de 1 a 150). Pongamos un ejemplo. El 31 de diciembre
de 1965, había 34 socios Activos, distribuidos así: 1 Veterano Constante
Ejemplar, D. Manuel Fernández Gil, con 641 asistencias; 11 Veteranos
Constantes, encabezados por D. Teodoro Fernández Vergara, con 479; 6 Veteranos,
encabezados por D. Ángel Falces Calleja, con 244; y 16 Adoradores, encabezados
por D. Javier Fernández Gracia, con 140. En la misma fecha, 173 Adoradores
Honorarios. También había Aspirantes, que se sometían, para ser admitidos, a tres
vigilias de prueba.
Desenvolvimiento económico
Está
reflejado especialmente en el Libro de Caja de 1923 a 1966, sucesor de otro
primitivo desaparecido, que iba desde 1909 a 1922 inclusive. Tiene 200 páginas.
Examinándolo con atención se observa que la situación económica de la S.A.N.
fue, en general, bastante precaria; no por falta de personal, sino por la
exigüidad de los ingresos, empezando por las cuotas de los socios activos que,
en un principio, se reducían a los 10 céntimos de los asistentes a las
Vigilias, los cuales eran recogidos en una boina por el Adorador más joven.
Estas cuotas fueron subiendo lentamente, de manera que hasta 1940. No llegaron
a 50 céntimos. Menos mal que las aportaciones de los socios honorarios
sobrepasaban con mucho las de los activos. He aquí tres ejemplos de diferentes
décadas. En 1923, las cuotas anuales de los Activos solo sumaron 16 pesetas; y
las de los Honorarios, 275. En 1944, las de los Activos ascendieron a 151,45; y
las de los Honorarios, a 458,30. Y en 1965, las de los Activos alcanzaron
768,95, frente a las de los Honorarios, que ascendieron a 1.507 pesetas[2].
Esta
información se completa con la comparación de los Ingresos y Gastos de algunos
años de diferentes decenios.
Los
Ingresos anuales de 1923 ascendieron a 789,15 pesetas; y los gastos, a 702,25.
Entre éstos figuraban 5 pesetas por la suscripción anual a la revista LA
LÁMAPARA DEL SANTUARIO (que en 1953, costaba ya 25): y a 3,60 por la compra al
Consejo Supremo de Madrid, de 12 Reglamentos de la Adoración Nocturna.
En
1935, los ingresos sumaron 531,05; y los Gastos, 333,90 pesetas.
La
penuria de la S.A.N. llegó a ser crítica en 1940, como lo demuestra el hecho de
que las existencias tenían el 1 de Enero de ese año, solo eran de 11,35 pesetas[3].
Por lo que el 20 de mayo del mismo año, lanzó una proclama al vecindario,
redactada por el Sr. Pina Rezábal, que comenzaba así: “La Adoración Nocturna de
Fitero languidece, se consume, muere… ¿Causas? La desproporción enorme entre lo
que recauda y lo que se gasta, especialmente en alumbrado?” Y terminaba con un
boletín recortable de suscripción, invitando a los vecinos a hacerse socios
honorarios de la S.A.N.
Solemnidades históricas de la S. A.
N.
Por
supuesto, la más antigua fue la de su inauguración, en la noche del 22-23 de
mayo de 1909; pero no podemos dar detalles de la misma, porque desapareció el
Libro 1º de actas. (Ha aparecido posteriormente). La siguió la Fiesta de las
Espigas, celebrada en la noche del 21-22 de mayo de 1921, siendo presidente del
Consejo Directivo, D. Federico Giménez, y párroco, D. Gregorio Pérez. En ella,
los turnos devela fueron cinco, a cargo de los Adoradores del pueblo y de los
llegados de Cintruénigo, Tudela, Cascante, Fustiñana, Alfaro, Cervera,
Tarazona, Calatayud, Ablitas, Novalllas y Borja. A las 4 de la madrugada del
día 22, se celebró una Misa de terno, cantando el pueblo la Misa de Angelis; se
administraron 1.100 comuniones; y a las 5,30 horas recorrió la procesión las
calles de la Villa, “con un esplendor jamás conocido en el pueblo”, asistiendo
el Ayuntamiento en pleno, presidido por el Alcalde, D. Donaciano Andrés, y la Guardia
Civil, que dio escolta al Santísimo Sacramento.
Las
Bodas de Oro de la Asociación, en 1959, resultaron apoteósicas. En esta
ocasión, el Párroco era D. Jesús Jiménez Torrecilla, y el Presidente de la
S.A.N., D. Teodoro Fernández Vergara. El secretario, D. Ignacio Bermejo dedica
nada menos que las 38 páginas primeras del Libro de ÇActas nº 6 a la narración de este acontecimiento, que
culminó en la Vigilia del 23 y 24 de mayo, presidida por el Obispo fiterano,
titular de Zela, D. José María García Lahiguera. Para dar una idea de su
grandiosidad, vamos a copiar algunos datos que consigna el Sr. Bermejo en su
Resumen (pp. 34-35).
Asistieron
representantes abanderados de 93 secciones de Adoradores Nocturnos y 7 de
Tarsicios, con 100 banderas. Figuraron en la procesión de las mismas más de mil
hombres, de los que 850, con velas encendidas. En la procesión del Santísimo
fueron asimismo alumbrando 700 hombres y muchas mujeres, y en ambas
procesiones, figuraron más de medio centenera de sacerdotes. Se distribuyeron
unas 2.000 comuniones y se recaudaron para la Fiesta 43.345,50 pesetas, de las
que 2.500 en metálico, del Ayuntamiento; 5600, del señor Obispo; 17.849,50, de
colectas domiciliarias, etc. Los gastos ascendieron a 24.538,95 pesetas, de
manera que quedó un sobrante de 18.806,55. Figuran entre los gastos 6.498,50,
de propaganda impresa: 4.987,50, de desayunos; 2.700, de cera; 1.850, de
altavoces; 1.660,85 de arcos y guirnaldas; y 545 pesetas, de música y cohetes.
Decadencia y resurgimiento
El
año de 1959 marcó el apogeo de la S.A.N. de Fitero, y todavía siguió la bonanza
en el decenio siguiente, pues, en el 1 de enero de 1967, disponía de una existencia
de fondos, de 9.178,95 pesetas y contaba con 31 Adoradores Activos y 174
Honorarios. Pero entró en franca decadencia en la década de 1970, de manera
que, en 1980, solo contaba con 7 Adoradores Activos: el mínimo para poder
celebrar una Vigilia. Afortunadamente, gracias al celo del presbítero fiterano,
D. Ángel Fernández Gracia, adscrito, a la sazón, a la Parroquia, empezó a
recuperarse de su postración, logrando celebrar, con bastante esplendor, las
Bodas de Diamante (los 75 años) de la S.A.N. en la noche del 28 de abril de
1984. A ellas acudieron numerosas representaciones de las Secciones de
Adoradores Nocturnos y de Tarsicios de otros pueblos, y acompañaron, en la
procesión al Santísimo Sacramento 800 fieles, con velas encendidas. Presidió la
celebración el Arzobispo de Pamplona, Monseñor José María Cirarda.
Por
supuesto, este resurgimiento, no fue la resurrección completa de su pasado,
sino una simplificación, en todos sus aspectos, del viejo Ritual, de acuerdo
con la mentalidad y las exigencias de los tiempos actuales.
Del
mismo año de 1984, data la fundación de la SECCIÓN FEMENINA DE LA ADORACIÓN
NOCTURNA; por iniciativa del mismo D. Ángel. Su inauguración se celebró
solemnemente el 8 de diciembre de 1984, con 51 Adoradoras de Fitero y 3 de Pamplona,
encabezando la lista, por orden alfabético de apellidos, Presentación Acarreta
Rupérez, que era la más joven, pues solo tenía 15 años, mientras que la más
anciana, Doña Mercedes Gracia Rupérez, madre del fundador, había cumplido los
85.
Adoradores
y Adoradoras tomaron el buen acuerdo de actuar en adelante conjuntamente y así
lo siguen haciendo. En 1987, la Asociación tenía 95 adoradores activos de ambos
sexos y 105 honorarios-as. Los activos pagaban una cuota anual de 100 pesetas,
y celebraban una Vigilia al mes, que comenzaba hacía las 22,30 horas y
terminaba, poco más o menos, hacia la una. El Presidente de la Sección masculina
entonces D. Ignacio Bermejo; y la Presidenta de la femenina, Doña Conchita
Fernández Ortega.
LOS TARSICIOS
Fundación e inauguración
La
Sección Tarsicia (S.T.) fue fundada, el 12 de mayo de 1912, por iniciativa del
Párroco, D. Antonino Fernández Mateo y de D. Manuel Pina Rezábal, con 104 niños
y niñas. Pero no se inauguró solemnemente, hasta el 16 de junio del mismo año,
siendo presidida por el Sr. Obispo de Tarazona, D. Santiago Ozcoidi y Udave. A
las siete de la mañana (hora solar), celebró el Prelado una Misa de Comunión
General, que recibieron más de mil personas. Al terminarla, se retiró el Sr.
Obispo y acto seguido, el Párroco, D. Antonino procedió a bendecir la bandera
de los Tarsicios, apadrinada por D. Manuel Pina; a la imposición de medallas y
a la jura de la bandera por 66 niños. Y a las 8, bajo la presidencia del mismo
Prelado y la asistencia del Ayuntamiento, celebró el Párroco la Misa Mayor,
pronunciando el panegírico de San Tarsicio D Bernardo Aroz, Directivo del Consejo
Diocesano de la Adoración Nocturna de Tarazona.
A
las tres de la tarde, reanudóse la fiesta religiosa y después de rezado el
Santo Rosario, salieron de la Sacristía la Guardia de los Adoradores Nocturnos y
la de los Tarsicios, ocupando el presbiterio los 9 alabarderos, con sus respectivas
banderas, pues habían llegado representantes de Tarazona, Tudela, Corella y
Cintruénigo. Oficio de nuevo D. Antonino y dio principio la Vigilia propiamente
dicha; pero solo se cantaron solemnemente las Vísperas. Finalmente se organizó
la procesión con el Santísimo Sacramento, recorriendo las calles de la Patrona,
Furriel, Luchana, Mayor, Villa, plazuela del Barrio Bajo, Paseo de San
Raimundo, Calatrava, Alfaro y Patrona (Libro de Actas de los Tarsicios, pp.
3-6). Al llegar al Paseo de San Raimundo, esperaban a su Divina Majestad junto
a un artístico templete, levantado bajo los árboles, un grupo de niñas vestidas
de blanco, portando ramos de azucenas. La cronista Mis Teriosa, que describió
el acontecimiento en LA VOZ DE FITERO, nos ha dejado sus nombres. Fueron
Isabelita Palacios, Engracia Yanguas, Joaquina Pérez, Dolores Calleja, Teresa
Lauroba, Victoria Pérez, Villar Rupérez y Rosario Royo (LA VOZ DE FITERO del 23
de junio de 1912, nº 12.)
Organización
En
un principio, se trató de dar a los Tarsicios una organización parecida a la de
los Adoradores Nocturnos de quienes eran una filias. Así, el 12 de mayo de
1912, se nombró un Consejo Directivo, formado por los siguientes niños:
Casimiro Giménez, Presidente; Luis Falces, Secretario; Mariano Pequeño,
Tesorero y 4 Vocales: Eliseo Fernández, Julio Yanguas Bermejo, Claudio Giménez
Forcada y Rafael Alvero, Jefe de Turno: Luis Falces; Secretario de Turno;
Francisco Berrozpe; Director Espiritual: D. Jacinto Ilarri. Su primer acuerdo
fue establecer una cuota mínima mensual de 5 céntimos.
Dada
la mentalidad de los niños, inquieta, versátil e irresponsable, esta pretendida
organización no tardó en fracasar, pues, según el testimonio de D. Javier
Falces, que ingresó en los Tarsicios en 1918, ya no existía tal Consejo, sino
que el factótum de los mismos hasta 1943, ya no existía tal Consejo, sino que
el factótum de los mismos hasta 1943, fue don Manuel Pina Rezábal. La S. T. se
componía de niños de ambos sexos, reclutados sobre todo entre los de Primera
Comunión. Las Tarsicias empezaron a pagar desde 1913, una cuota de 10 céntimos
mensuales.
Celebraciones
Los
Tarsicios celebraban una Vigilia el primer domingo de algunos meses; pero no de
todos, pues, por ejemplo, en 1922, la celebraron en marzo, junio, julio,
agosto, noviembre y diciembre. Y en 1942, solo en junio y agosto. Las Vigilias
eran vespertinas; pero el domingo en que hacían una, asistían por la mañana a
una Misa de Comunión General.
Movimiento de socios
En
1917, había 69 niños y 19 niñas; en 1929, eran 107 (73 y 34); en 1928,
figuraban 94 (65 y 29); en 1943 ascendían a 156 (94 y 52) y en 1952, habían
descendido a 89 (47 y 42). En adelante, su descenso fue rápido, pues en 1956
solo celebraron dos actos colectivos en mayo y junio, con una colecta total de
5,45 pesetas[1].
Las Rifas
Constituyeron
el principal aliciente de los Tarsicios y ocupan la mayor parte de su Libro de
Actas. Primitivamente solo hubo rifas en enero y en julio: pero en abril de
1948, el Consejo Directivo de la S.A.N., “con el fin de estimular la asistencia
de los Tarsicios”, acordó hacer cuatro sorteos anuales: en enero, abril, julio
y octubre.
Las
Rifas se celebraban los domingos de Vigilia por la tarde, en el sobreclaustro:
la de las niñas en la galería N. y las de los niños, en la S. Previamente, al
acabar la Vigilia, los Tarsicios se reunían en la Sacristía, donde se pasaba lista
y se repartían los billetes. Estos eran de pago y de asistencia. En la rifa de
agosto de 1928, los billetes expedidos entre los niños fueron 1.200; y entre
las niñas, 146. Los objetos rifados entre los niños consistían en pelotas,
rompecabezas, relojes, balones de futbol, etc.; y entre las niñas, abanicos,
devocionarios, cajas de aseo, etc. Los niños preferían las pelotas. Así, el 9
de enero de 1925, se les rifaron 10 pelotas: 6, de 0,75; 1, de 1 peseta; 1, de
1,25; y 2, de 1,50. Durante bastantes años, a las niñas se les rifaron dinero
en monedas, que sumaban 3 o 2 pesetas, para que se compraran lo que les gustase
en las tiendas de Vilches, Aurelio Ruiz, Falces y Bozal, etc.
He
aquí algunos ejemplos curiosos.
En
el sorteo del 4 de febrero de 1914, le tocó al niño José Pérez, un reloj, de 7
pesetas; y a la niña María Escudero, una caja de aseo, de 5. El 30 de junio de
1917, a Remedios Liñán, un libro de 2,50; el 4 de agosto de 1918, a Gregorio
Calleja y José Burgos, sendas pelotas de pegote, de 0,75; el 1 de febrero de
1921, a Miguel Aguirre, un reloj de Larraondo, de 11,25 pesetas; el 3 de julio
de 1921, a Julia Moreno y Remedios Giménez, sendos abanicos de 5 pesetas. Y el
5 de julio de 1928, a Guillermo Agreda, un reloj de 7 pesetas, y a Marcelina Luis
y María Bozal, 3 y 2 pesetas, en moneda, respectivamente.
Extinción y restauración de los
Tarsicios
La
Sección tarsicia de Fitero quedó extinguida en 1952 y en vano los Adoradores
Nocturnos trataron de reorganizarla, en los diez años siguientes, pues los
resultados fueron nulos.
Pasaron
más de 30 años hasta que fue restaurada por iniciativa del presbítero fiterano,
D. Ángel Fernández Gracia. En 1987, se cumplieron 75 años de su fundación y por
eso, en la noche del 25 y 26 de julio, se celebraron solemnemente sus Bodas de
Diamante. En lo esencial, la fiesta fue análoga a la de su inauguración en
1912. Ateniéndonos a los datos publicados por F. J. Romera en el DIARIO DE
NAVARRA del 8 de agosto de 1987, asistieron “60 banderas de otras tantas
diócesis españolas”, una representación del Ayuntamiento con la Banda Municipal
y una cifra cercana a las 1.500 personas”. Presidió la fiesta el Sr. Arzobispo
de Pamplona, D. José María Cirarda, quien celebró la Misa solemne, acompañada
al órgano por la Srtas. Elvira Guarás, y actuó de Maestro de Ceremonias, D.
Ángel Fernández. Juraron bandera 77 nuevos Tarsicios y 35 Adoradores Nocturnos,
y el Prelado entregó unas medallas conmemorativas a una pequeña representación
de los Tarsicios supervivientes de 1912. Concluida la Misa, fue expuesto el
Santísimo Sacramento, ante el cual se efectuaron dos turnos de vela, y a las
2,30 horas se organizó la procesión presidida por Monseñor Cirarda, quien
portaba bajo palio al Santísimo, con el que dio la bendición al pueblo, desde el
quiosco de la Música.
Terminada
la función religiosa, se obsequió a los asistentes, en el Frontón Calatrava,
con un desayuno, preparado por las Hermanas de la Caridad de Santa Ana.
Las
Bodas de Diamante vinieron a costar unas 50.000 pesetas, pero los organizadores
habían recaudado ya, “a través de sobres, colectas y donativos, 230.000”.
ARCHICOFRADÍA DE LOS JUEVES
EUCARÍSTICOS
No
hemos encontrado ningún documento relativo a esta asociación, de manera que nos
hemos atenido a las referencias de algunas señoras que pertenecieron a ella.
Según sus informaciones, fue introducida, siendo Párroco D. Antonino Fernández
Mateo, antes de 1918, en que falleció; es decir, en la segunda década del siglo
actual. Se componía únicamente de mujeres, encuadradas en coros de 12, a cuyo
frente estaba una celadora. Llegó a tener medio centenar de socias. Su primera
Presidenta fue la maestra Doña Vicenta Galindo; la primera Tesorera, Doña
Isabel Huarte; y al primera Camarera, la Srta. Victoria Yanguas Pérez. En un
principio huyo dos Camareras, siendo la más duradera, la Srta. Socorro Jiménez,
que lo fue desde 1922 hasta la extinción de la Archicofradía. Otras señoras que
figuraron en la dirección, fueron Doña Isabel Calleja y Doña Enriqueta Huarte.
Las
socias no pagaban ninguna cuota, pero la Misa y la Hora Santa de los Jueves
Eucarísticos eran sufragadas por algunas de las socias más acomodadas a cuyas
intenciones se celebraban.
En
la Misa, solían poner una mesa petitoria, en la que solo caían algunas monedas
de bronce.
Durante
sus funciones religiosas, ostentaban una medalla del Santísimo Sacramento,
pendiente de una cinta roja, si eran de la Junta Directiva; y de una blanca,
las demás socias. Otro detalle curioso. La bandera de la Archicofradía era
portada por una asociada, dentro de la iglesia; pero en las procesiones, fuera
de ella, la llevaba un hombre, flanqueado por dos socias con unas velas
encendidas.
Cada
jueves, celebraban una Misa de Comunión, a las 8 horas solares de la mañana, y
la Hora Santa, al atardecer. Para la comunión, disponían de 4 reclinatorios de
tres plazas cada uno, forrados de terciopelo granate, los cuales eran ocupados
sucesivamente por cada coro, a una palmada de la celadora sobre su
devocionario.
La
Hora Santa comprendía los siguientes actos: Exposición del Santísimo, rezo del
Santo Rosario, lectura de la 1ª Meditación eucarística, rezo de una Estación,
cántico del “Alma de Cristo, santifícame…”, lectura de la segunda Meditación
eucarística, reserva del Santísimo, precedida del Pange, lingua y del Tantum
ergo y finalmente cántico oracional por el Sumo Pontífice y sus intenciones.
La
Archicofradía llegó a gozar de bastante preponderancia, pues en nuestra revista
FITERO del 10 de septiembre de 1922, insertamos una foto de un artístico arco
que levantaron sus socias, en la puerta de la iglesia, para la recepción del
flamante Obispo, D. Miguel de los Santos Díaz y Gómara, con esta llamativa
inscripción:
LOS JUEVES EUCARÍSTICOS
SALUDAN AL ILMO. SR. OBISPO DE TAGORA
Los
Jueves Eucarísticos desaparecieron en la década de 1960-1970.
ASOCIACIÓN DE LA SAGRADA FAMILIA
El
culto a la Sagrada Familia fue promovido especialmente por el Papa León XIII
(1878-1903); quien instituyó la Pía Asociación Universal de Familias
consagradas a la Sagrada Familia de Nazaret. Todas las familias cristianas
podían pertenecer a ella, con estas cuatro condiciones: 1) tener una imagen o
estampa de la Sagrada Familia, expuesta en su casa; 2) practicar un acto de
consagración al año, en la iglesia o en la familia, según la fórmula propuesta
por León XIII; 3) rezar una bree oración diaria, dicha “en familia”, ante la
imagen; 4) hacer la inscripción correspondiente en el Registro Parroquial.
Para
organizar este culto, los “Religiosos de la Congregación de Hijos de la Sagrada
Familia” instituyeron la Visita mensual domiciliaria de la Sagrada Familia,
práctica de culto doméstico en que se honraba a Jesús, María y José, en unas
imágenes colocadas en una urna o capillita que, por turno, era llevada por una
Celadora a cada una de las 30 familias que componían un coro. La capillita
tenía al fondo una alcancía por cuya ranura echaban su óbolo los visitados.
El
primer coro se organizó en Fitero hacia 1915, D. Javier Falces, cuya familia
perteneció a él, nos dejó consultar un viejo opúsculo de la época, titulado
“Asociación de la Sagrada Familia con Visita Mensual Domiciliaria” y editado en
Barcelona por la tipografía Jutglar. Contiene todas las instrucciones
reglamentarias y las oraciones que debían rezar las familias, el Día de la
Visita domiciliaria, así como su Recibimiento y Despedida. Costaba 0,25 pesetas.
La primera capillita que se usó en Fitero, representaba escultóricamente la
Huida a Egipto, con la Virgen montada en el borriquillo tradicional.
Posteriormente se formó otra asociación análoga, con el mismo título y otras 30
familias, pero su grupo no representaba la Huida a Egipto y por lo mismo, no
tenía el borriquillo. Más tarde se formaron nuevos coros con la misma
estructura.
La
Sagrada Familia no había tenido anteriormente –que nosotros sepamos- ningún
altar en el templo, pero en 1921 sus devotos adquirieron un grupo escultórico
vistoso y de buen tamaño y lo plantaron sobre la mesa del altar de San Joaquín,
el cual se erguía en el muro occidental del brazo derecho del crucero, frente
al altar de San Miguel, y desde entonces empezó a llamarse asimismo altar de la
Sagrada Familia; más sólo duró hasta 1972 en que fue desmontado el altar
completo, por orden de la Institución Príncipe de Viana.
[1] Libro
de la Cofradía de San Isidro Labrador. Manuscrito encuadernado en pergamino,
sin foliar. A.P.F.
[2] Libro de Caja, pp. 2 y 4;
Idem, pp. 118, 120 y 122; Id., pp. 196 y 198.
[3] Libro IV de Actas, p. 83.
[1] Libro de Cuentas de la
Hermandad del Rosario. A.P.F.
[2] Id., p. 72.
[3] Id. de id., p. 163
[4] Id. p. 24.
[1] Libro de la Cofradía del
Santo Cristo de la Columna. A. P. F.
[2] Mateo Peralta y Monseñor
Protocolo de 1696, nº 12, ff. 188-193. A.P.T.
[3] Libro de la Cofradía de
Santa Teresa de Jesús, manuscrito empastado sin foliar. A.P.F.
[4] Libro de Autos de Visita
de las Cofradías, etc., 62. A.P.F.
[5] José Goñi Gaztambide, Obr.
cit., Separata, p. 11, nota 64.
[6] Idem, ibídem.
[7] Libro de Autos de Visita
de las Cofradías, et., p. 135. A.P.F.
[8] Libro de la Cofradía de la
Inmaculada Concepción. Manuscrito encuadernado en pasta, sin foliar ni paginar.
A. P. F.
[9] Cuaderno 1º de Cuentas de
la Archicofradía de las Hijas de María, p. 29.
[10] Idem, p. 16.
[11] Libro III de Cuentas de
la misma Archicofradía, p. 27.
[12] Cuaderno I de Cuentas de
Id., p. 27.
[13] Idem de id., p. 31.
[14] Libro II de Id., pp. 13 y
15.
[15] Id. de id., p. 179.
[16] Id. de id., p. 322.
[17] Id. de id., p. 116.
[18] Id. de id., p. 176.
[19] Cuaderno I de Cuentas de
Id., p. 30.
[20] Libro II de id., pp. 2 y
10.
[1] Sebastián Navarro,
Protocolo de 1558, nº 24, f. 54. A. P.T.
[2] Idem, Protocolo de 1582.
Extravagantes, ff. 593-595. A. P.T.
[3] Miguel de Urquizu,
Protocolo de 1591. Extravagantes, ff. Primit. 829-832, y posteriores 453-456.
A.P.T.
[4] Tumbo de Fitero, capítulo
V, nb1 7, f. 136. A.P.T.
[5] Miguel de Urquizu,
Protocolo de 1631, f. 21. A.P.T.
[6] Idem. Protocolo de 1600,
ff. 353-355. A.P.T.
[7] Libro de Acuerdos del
Ayuntamiento, desde el 26 de mayo de 1901 al 21 de enero de 1826, f. 165.
A.M.F.
[8] Libro de Autos de Visita
de las Cofradías, etc., ff. 5, 9, 10, 47 y 131. A.P.F.
[9] Idem., f. 10.
[10] Miguel de Urquizu,
Protocolo de 1613, f. 201. A.P.T.
[11] Juan Francisco Llorente,
Protocolo de 1713, nº 58, f. 105. A.P.T.
[12] Miguel de Urquizu,
Protocolo de 1592, ff. 495 y siguientes. A.P.T.
[13] Libro de Sesiones del
Ayuntamiento desde 1801 a 1826, ff. 171 v. – 172. A.M.F
[14] Libro de Autos de Visita
de las Cofradías, etc. ff. 29 y 47. A.P.F.
[15]José Gaztambide, obra
cit., p. II de la Separata, nota número 64.
[16] Diego Ximénez, Protocolo
de 1645, ff. Anteriores. 279-282, y posteriores 195-198. A.P.T.
[17] Libro I de la Cofradía de
San José, ff. 98, 127 y 136. A.P.F.
[18] Libro II de Id. A.P.F.
[1] José Goñi Gaztambide, Ob.
Citada, Separata p. 2.
[2] Idem,
ib., p. 3.
[3] Juan
Francisco Volante de Ocáriz, “Pedimento de la Villa de Fitero para la
edificación de una iglesia parroquial, independiente del Monasterio y
dependiente del Obispado de Tarazona”, p. 75. A. P. F.
[4] José
Goñi Gaztambide, Ob. Cit., Separata, p. 13.
[5] Miguel de Urquizu,
Protocolo de 1624, f. 144. A.P.T.
[6] Libro de Autos de Visita
de las Cofradías, etc., f. 28. A.P.F.
[7] Miguel de Urquizu,
Protocolo de 1615, f. 47. A. P. T.
[8] Libro de Autos de Visita
de las Cofradías, etc., ff. 103, 114, 123 y 125. A. P. F.
[9] Tumbo de Fitero, c. XIII,
f. 560. A. H. N.
[10] Celestino Huarte,
Protocolo de 1835, número 40, ff. 188 y siguientes. A. P. T.
[11] Mateo Peralta Mons.,
Protocolo de 1694, f. 103. A. P. T.
[12] Libro de Acuerdos del
Ayuntamiento de 1914-1915, f. 320. A.M.F.
[13] Ricardo Fernández Gracia,
“A propósito de Rogativas”, en la
revista FITERO-83. A. M. F.
[1] José Goñi Gaztambide,
Historia del Monasterio Cisterciense de Fitero, p. 9 de la citada Separata.
[2] Entre
las atrocidades más conocidas de Mosen Pierres de Peralta II, figrua el
asesinato alevoso a lanzadas del Obispo de Pamplona, D. Nicolás de Echávarri,
el 23 de noviembre de 1468. En cuanto a Fr. Miguel de Peralta, no fue hermano
de este Mosen Pierres, como afirma D. José Goñi Gaztambide, en su Historia de
Monastrio Cistercienese de Fitero (p. 9 de la Separata de la revista “Príncipe
de Viana”, nº 100 y 101), sino hijo ilegítimo, pues Mosen Pierres de Peralta I
murió en 1442, y Fr. Miguel nació en 1460.
[3] Idem.
ibídem, p. 10.
[4] El
gremial era un paño que se ponían los Obispos sobre las rodillas, en algunas
ceremonias, cuando oficiaban de pontifical.
[5] Fr. Miguel Baptista Ros, Tumbo
de Fitero, f. 559 v. A.H.N.”.
[7] En
realidad, Veremundo debe escribirse con V y no con B, como se firmaba dicho
párroco; pero resulta que Veremundo es la forma epentética con que pasó al
santoral el antropónimo Bermundo, que es de origen germánico y no latino, y se
escribe con B.
[1] Juan Maluquer de Motes, Notas estratigráficas del poblado
celtibérico de Fitero – Revista “Príncipe de Viana”, año 26, nº 100 y 101,
p. 342 Pamplona.
[2] Ramón
Menéndez Pidal, La España del Cid, Mapas de 1065 y 1086 – Madrid, 1929.
[3]
Manuel Abella, Diccionario Geográfico-Histórico de España, por la Real Academia
de la Historia, Sección I, t. I, p. 282 – Madrid, Viuda de Joaquín Ibarra,
1802.
[4]
Vicente de la Fuente, en la España Sagrada del P. Flórez, t. 50, pp. 411-412 –
Edic. de 1866.
[5]
Archivo General de Navarra, sec. Monasterios – Fitero, nº 234.
[6] Josep
Moret, Annales del Reyno de Navarra, t. III, Libro XX, cap. VII, p. 325 –
Edición de la “Gran Enciclopedia Vasca” – Bilbao, 1969.
[7] José
Goñi Gaztambide, Historia del Monasterio
Cistercienese de Fitero, p. 4. Separata de la revista “Príncipe de Viana”,
año 25, nº 100 y 101.
[8] Josep Moret, Ob. Cit., t. III, Libro XXIX, c.
III, pp. 622-630. Edit. cit.
[9] Idem, ib.; t. III, Lib.
XXIX, c. IV, pp. 631-634.
[10] José
Yanguas y Mianda, Diccionario de Antigûedades del Reino de Navarra, t. I, p.
382. Edic. de la Diputación Foral. Pamplona, 1964.
[11] José Goñi Gaztambide, Ob.
Cit. p. 8.
[12] Jerónimo de Álava, Relación
de la Fundación y privilegios del Monasterio de Fitero, A. H. N. Códice 371 B,
2ª parte – 1639.
[13] Miguel de Urquizu y
Uterga, Protocolo de 1591, ff. 627 y 636; de 1593; f. 159, de 1609, f. 447; de
1615, f. 325; y de 1631, f. 80 A.P.T.
[14] Diego Ximénez, Protocolos
de 1642, f. 382; y de 1645, f. 276. A.P.T.
[15] Miguel Aroche y
FGernández, Protocolos de 1689, ff. 90 y 112; y de 1691, f. 198. A. P.T.
[16] Florencio Idoate,
Rincones de la Historia de Navarra, t. I, p. 240.
[17] Mateo Peralta y Mons.,
Protocolos de 1695, f. 90; y de 1697, f. 33 v. del Inventario de 1802.
[18] Joaquín Huarte,
Protocolos de 1794, ff. 288-314; y de 1795, f. 330. A.P.T.
[19]
Mariano Sáinz y Pérez de Laborda, Apuntes
Tudelanos, pp. 225-227. 3ª edición, corregida y anotada por José Ramón
Castro – Tudela, Gráficas Mar, 1969. Para redactar su trabajo sobre la Guerra
de la Independencia en Tudela. D. Mariano Sáinz tuvo a la vista, según el Dr.
Castro, un manuscrito de un testigo de excepción: D. José Yanguas y Miranda.
Dicho manuscrito se conserva en el Archivo de Tudela (Libro 19, nº 73) y se
titula: Relación de los principales sucesos ocurridos en Tudela, desde el
principio de la Guerra de Bonaparte, hasta la expulsión de los franceses de
España.
[21] Idem. ff. 173-174.
[22] Idem, ff. 171 v. – 172.
[23] Idem, f. 94.
[24] Idem, ff. 96 v. – 97.
[25] Idem, ff. 117 v. – 118.
[26] Idem, f. 119.
[27] Idem, f. 130 v.
[28] Idem, f. 122.
[29] Idem, f. 128.
[30] Idem, f. 129.
[31] Idem, f. 129.
[32] Idem, f. 150 v. – 152.
[33] Idem, ff. 232-233
[1] Diccionario Geográfico-Histórico de España por la Real Academia de
la Historia, Sewcción I, t. I p. 283.
[2] Fr. Manuel de Calatayud, Memorias del Monasterio de Fitero, p.
36.
[3] Florencio Idoate, Catálogo Documental de la Ciudad de Corella,
nº 645, p. 137.
[4] A.P.F., Libro de I de
Difunto, f. 275.
[5] Inventario de los bienes del Monasterio de Fitero, Protocolo de
Celestino Huarte de 1835, f. 100.
[6] Isaac López-Mendizabal, Etimología de apellidos vascos, p. 308.
[7]
Alfredo Floristán Samanes da una superficie total, en números redondos, de “unas 28.000 hectáreas”, en La Ribera de
Navarra, p. 92.
[8]
Florencio Idoate, Ob. Cit., nº 257, p. 65.
[9]
Saturnino Sagasti, Apuntes y Documentos
relativos a la Villa de Fitero, 1º P., número 29, página 93.
[10] José
Yanguas y Miranda da la cifra exacta de 1.191 ducados, 7 reales y 17 maravedís,
en su Diccionario de Antigüedades del
Reino de Navarra, t. I, p. 173.
[11] Idem ibid., nº 38, pp.
568-569.
[12] José María Iribarren, Burlas y Chanzas, p. 108.
[13] Julio Altadill, Geografía
General del País Vasco-Navarro – Provincia de Navarra, t. I, p. 942.
[14] Alfredo Floristán
Samanes, Ob. Cit., p. 94.
[15] Alonso de Bea, Protocolo
de 1524, ff. A 15-23 y m. 247-255. También en A.G.N., Sección Monasterio
Fitero, número 402.
[16] Cuentas Generales del
Monasterio de 1783 a 1819 – A.G.N., Sección idem. Fitero, número 458.
[17] Libro de Actas del
Ayuntamiento de 1882 a 1887, f. 200 v – Sesión del 16 de mayo de 1886. A.M.F.
[18] Idem, del 13 de junio de
1904, f. 201 – Sesión del 15 de julio de 1903.
[19] Idem, de 1882 a 1887, f.
88 – Sesión del 25 de marzo de 1883. A. M. F.
[20] Idem de 1901 a 1904, ffr.
79 v y 80 – Sesión del 23 de marzo de 1902.
[21] Idem, ff. 208, 210 y 211.
A. M. F.
[22] LA VOZ DE FITERO, del 30
de marzo de 1913.
[23] Libro de Actas del
Ayuntamiento de 1901 a 1904, ff. 99, 105 v. y 106 – A.M.F.
[24] Idem, f. 100.
[25] Idem, f. 207.
[26] LA VOZ DE FITERO, nº 30,
del 27 de octubre de 1912.
[27] Libro de Actas del
Ayuntamiento de 1901 a 1904, f. 28. A.M.F.
[28] Idem. f. 148.
[29] Saturnino Sagasti,
Apuntes y Documentos relativos a la Villa de Fitero, p. 5. A.M.F.
[30] Libro de Actas del
Ayuntamiento de 1901 a 1904, f. 148.
[31] S. Sagasti, Obr. cit.,
pp. 549-552.
[32] Idem, ib., pp. 583-584.
[33] Id. ib., p. 635.
[34] Id. ib., p. 647.
[35] Id. ib., p. 763.
[36] Id. ib., pp. 891-892.
[1] Miguel de Urquizu,
Protocolo de 1615, f. 46. A.P.T., Sección Fitero.
[2] Mateo Peralta y Mons.
Prot. de.
[3] Libro de Actas y Acuerdos
del Ayuntamiento de Fitero (1843-1871), f. 198. A. M. F.
[4] Idem de 1872-1875, f. 13
v.
[5] Idem de 1843-1871, f. 326
v. y 327.
[6] Id., ibídem, f. 367.
[7] Idem de 1882-1887, f. 559
y 261.
[8] Establecimiento de Priores
de Barrio y Ordenanzas, p. 24 (Pamplona, Ezquerro, 1169). A.M.F.
[9] Miguel de Urquizu, Protocolo de 1614, ff. 554-556.
A.P.T. Sección Fitero.
[1] Miguel de Urquizu y
Uterga, Protocolo de 1614, f. 564. A. P. T.
[2] Gracián Navarro, Protocolo
de 1584, f. 1. A.P.T.
[3] Tumbo de Fitero, c. IV, f.
732 v. A.H.N.
[4] Florencio Idoate, Catálogo
Documental de la ciudad de Corella, lámina XXII.
[5] Pascual Madoz, Diccionario
Geográfico-Estadístico, etc., t. VIII, p. 104 – Madrid.
[6] Idem, ib., p. 105.
[7]
Miguel de Urquizu, Protocolo de 1615. Libro de recibos y gasto del espolio y
Rentas del Abad, Fr. Phelipe de Tassis. A.P.T.
[8]
Miguel de Aroche y Beaumont. Protocolo de 1676, nº 98, ff. 151-157. A.P.T.
[9] Juan
Francisco Llorente. Protocolo de 1721, ff. 33v. – 36. A.P.T.
[10] José
Samper, Protocolo de 1728, f. 101. A.P.T.
[11]
Libro de Actas de las sesiones del Ayuntamiento de 1801 a 1826, ff. 182 v. –
183. Sesión del 15 de febrero de 1808. A.M.F.
[12] Idem, ib., f. 219. Sesión
del 23 de septiembre de 1824. A. M. F.
[13] Idem. Ib., f. 219. Sesión
del 23 de septiembre de 1824. A. M. F.
[14] Libro de cobranza de
sepulturas, etc., ff. 88, 90, 93, 96 v. y 97. A.P.F.
[15] Libro de Actas de las
sesiones del Ayuntamiento de 1843 a 1871, f. 153. Sesión del 29 de enero de
1853. A.M.F.
[16] Idem. Ibídem, f. 164 v.
Sesión del 22 de agosto de 1858.
[17] Idem de 1901 a 1904, ff. 265 v. – 266. Sesión del 20
de abril de 1904.
[18] Id. ib, f. 277. Sesión del 2 de junio de 1904.
[1] José María Jimeno Jurío,
FITERO, pp. 16-17. Colecc. NAVARRA-Temas de Cultura popular, nº 72.
[2] Pedro Garcés, Probanzas
del Fiscal etc. – A.G.N., Sección Monasterios, Fitero, Nº 5, ff. 49-58.
[3] Rafael Gil, Manuscrito. A.
P. F.
[4] José Goñi Gaztambide, Historia del Monasterio de Fitero,
Separata de la revista Príncipe de Viana,
nº 100-101, pp. 11-12.
[5] Libro de autos de Visita
de las Cofradías, etc., f. 10. A.P.F.
[6] Florencio Idoate, Rincones
de la Historia de Navarra, t. III, p. 359.
[7] Fr. Luis Álvarez de Solís,
Cuaderno y lugar de citados.
[8] Vicente de la Fuente, t.
50 de la España Sagrada del P. Flórez, Tratado 87, cap. 23.
[9] Sagasti, Apuntes y docum. relativos a la Villa de
Fitero, pp. 303-317.
[10] Idem, ibídem.
[11] A.G.N., Sección
Monasterios – Fitero, nº 172.
[12] Libro citado de los Autos
de las Cofradías, etc., f. 10. A. P. F.
[13] V. de la Fuente. Ob.
Cit., t. 50, Trat. 87
[14] José Uranga, revista
PREGÓN – Pamplona, diciembre de 1947.
[15] Libro de Autos de las
Cofradías… y testamento, ff. 70, 77 y 103. A.P.F.
[16] Jerónimo Blasco, Notario
de Tarazona, Protocolo de 1540.
[17] José María Jimeno. Obr.
Cit, p. 19.
[18] Saturnino Sagasti. Ob. Cit. pp. 22-23.
[19] José Goñi Gaztambide, Ob.
Cit. p. 24.
[20] Sebastián María de
Aliaga. Manuscrito, f. 142 v.
[21] F. Idoate. Ob. Cit. t. I, pp. 235-241.
[22] Rafael Gil, Manuscrito,
II. 46 v. – 47. A.P.F.
[23] Idem. Ib., f. 45 v.
[24] José María Jimeno. Ob.
Cit. p. 21; y Rafael Gil, Manuscrito, f. 46.
[25] F. Idoate, Ob. Cit., t. I, pp. 239-240.
[26] Miguel de Urquizu.
Protocolo de 1633, f. I. A.P.T.
[27] F. Idoate. Ob. Cit. t. I,
p. 241.
[28] Juan
Francisco Volante de Ocáriz, Pedimento de la Villa de Fitero para la edificación
de una iglesia parroquial, independiente del Monasterio y dependiente de la diócesis
de Tarazona. Se trata de un documento interesantísimo, de 110 páginas que se
conserva en triple copia, en el Archivo Parroquial de Fitero. La más clara fue
paginada por nosotros, hace años.
[29] Idem, ibid., p. 87.
[30] Libro de Actas de las
sesiones del Ayuntamiento de Fitero del 25 de junio de 1801 al 25 de enero de
1826, ff. 141 y 142.
[31] José María Mutiloa, La
desamortización eclesiástica en Navarra, pp. 270-271. Pamplona, 1972.
[1] Gracián Navarro, Protocolo de 1584, f. 14. A. P. T.
[2] Archivo General de Navarra, secc. Monasterios –
Fitero, nº 404, Cuaderno 2º, f.
[3] Juan Francisco Volante de Ocáriz, Apoderado de la
Villa, Pedimento de la villa de Fitero para la edificación de una iglesia
parroquial, independiente del Monasterio, pp. 96-97. A.P.F.
[4] A. G. N., secc. Monasterio: Fitero, nº 404. Cuaderno
2º, f. 318.
[5] Sebastián Navarro, Protoc. De 1558, ff. 24 y 24 v. A.
P. T.
[6] Miguel de Urquizu, Protoc.
De 1591, ff. 829-632. Extravagantes,
A. P. T.
[7] Idem. Prot. de 1595, ff. 302-303. A. P. T.
[8] A. g. N. Sec. Monasterios – Fitero, nº 404.
Cuaderno 2º, f. 318.
[9] Sebastián María de Aliaga, Manuscrito, f. 73.
[10] Libro de
Actas de las sesiones del Ayuntamiento de 1882-1887, número 12, ff. 193v y 194
A. M. F.
[11] Idem de 1901-1904, ff. 84 v y 85. A. M. F.
[12] Id,. folio 39 v.
[13] Libro de Actas de la Beneficencia Municipal, desde el
7 de julio de 1853 al 5 de enero de 1902, f. f. Manuscrito encuadernado en
pergamino, sin foliar, menos las 5 primeras hojas. A. M. F.
[14] Idem, f. 4.
[15] Libro de Actas de las sesiones
del Ayuntamiento de 1920-1922. P. 262.
[1] José Martínez Sesma, Protocolo de 1774, f. I. archivo
de Protocolos de Tudela, sec. De Fitero.
[2] Josquín Huarte, Prot. De 1791, f. 363 A. P. T.
[3] Miguel de Urquizu y
Uterga, Protocolo de 1609, f. 474 A. P. T.
[4] Juan Francisco Volante de Ocáriz: Pedimento de la
Villa de Fitero para la edificación de una iglesia independiente del
Monasterio, f. 101. Año 1772. A.P.T.
[5] Libro de Actas del Ayuntamiento de Fitero del
26-v-1801 al 25-01-1826, f. 63. A. M. F.
[6] Idem. F. 47
[7] Idem. F. 115.
[8] Id. Ff.
137-138.
[9] Id. ff. 158-161.
[10] Id. ff 196-199.
[11] Id. folio 2018.
[12] Id. ff. 231-232.
[13] Id. ff. 226v-228; 236v-237.
[14] Id., desde 1843 a 1871, ff. 110-111. Sesión del 25 de
febrero de 1849.
[15] Id. f. 143. Sesión del 16 de mayo de 1854.
[16] Saturnino Sagasti: Apuntes y documentos relativos a la villa de Fitero, p. 65. A.M.F.
[17]Libro de Actas del Ayuntamiento desde 1882 a 1887, f.
49. Sesión del 8 de julio de 1883.
[18] Idem. Folio 134.
[19] Id. folios 151v-152.
Sesión del 12 de julio de 1885.
[20] Id. f. 153. Sesión del 26 de julio de 1885.
[21] Id. f. 154. Sesión del 8 de agosto de 1885.
[22] Id. f. 165. Sesión del 25 de octubre de 1885.
[23] Libro de Actas desde 1901 a 1904, f. 39.
[24] Mateo Peralta y Mons. Prot. De 1696, f. 234.
[25] Juan Francisco Llorente, Protoc. de 1720, f. 163.
[26] José Samper, Prof. De
1722, ff. 141-144.
[27] Libro 2º de Difuntos de la Parroquia de Fitero.
Partida del 27 de junio de 1751.
[28] Libro de Actas del Ayuntamiento de Fitero desde 1801
a 1826, ff. 14 v-15.
[29] Id. ff. 41 y 63.
[30] Id. ff. 135-136.
[31] Id. ff. 221v-222.
[32] Libro de Actas del Ayuntamiento desde 1843 a 1871,
ff. 102-103. Sesión del 8 de octubre de 1848.
[33] Id. desde 1882
1887, f. 164.
[34] Id. desde 1843 a 1871, ff, 218v-219. Sesión del 10 de
enero de 1869.
[35] Miguel de Urquizu, Prot.
De 1593. F. 300.
[36] José Samper, Prot. De 1736, f. 50.
[37] Libro de Actas desde e1801 a 1826, f. 215.
[38] Id. desde 1882 a 1887, f. 203.
[39] Id. desde 1901 a 1904, f. 131.
[40] Miguel de Urquizu, Prot.
De Extravagantes, f. 288.
[41] Miguel de Aroche y
Beaumont, Protoc. De 1655, f. 60.
[42] Francisco Ramón Caseda, Protoc. De 1748, nº 4.
[43] Libro de Actas del 1801 al 1826, ff. 74-75v. Sesión
del 1 de noviembre de 1806.
[44] Id. folio 99.
[45] Id. f. 126v-127. Sesión del 16 de diciembre de 1810.
[46] Id. ff. 161-162.
[47] Id. f. 229v. Sesión del 27 de abril de 1825.
[48] Id. desde 1901 a 1904, f. 225 v.
[49] Sesión del 13 de mayo de 1921.
[50] Miguel de Urquizu. Libro de recibos y gastos del
Espolio y Rentas del Sr. Abad D. Fr. Felipe de Tassis, Prot. de Extravagantes,
recibos del 10-III y del 22-Iv de 1615.
[51] Nueva Enciclopedia Sopena, Barcelona, 1960 - T. III,
p. 272 y t. II, p. 1120.
[52] Libro de Actas del Ayuntamiento desde 1801 a 1826,
ff. 97-98.
[53] Idem. ff. 184-185.
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