lunes, 28 de diciembre de 2015

La estrella verde

LA ESTRELLA VERDE

Manuel G. Sesma

Saint-Maurice d´Ibie, 1941

- ¿Qué le parecen estas fotos...?
-  ¡Magníficas! ¡Estupendas! ¿Pero quién es esta niña tan deliciosa..?
-  Mi hija.
- ¿Su hija..? ¡Caray!, González: le felicito. No sabía que tuviera V. una hija. Y menos, una chiquilla tan encantadora. Por cierto que, si ella es, en realidad, tan bonita, tan simpática y tan vivaracha como aparece en estos retratos, no tiene V. más que presentarla en una agencia de la Paramount o de la Ufa y ya ha hecho V. su fortuna. Ahora que Shirley Temple acaba de ser licenciada como "star" infantil, la ocasión no puede ser más propicia......     Fernando González Guardiola sonrió con satisfacción, acentuando los rasgos salientes de su rostro alargado y anguloso: una boca grande, unos pómulos abultados y unos ojos un poco tiernos o blandos. En sus pupilas claras, cabrilleaban, al escucharme, el orgullo y la dicha paternales. Porque, desde luego, González era el primer convencido de la gracia extraordinaria de la criatura. Es verdad que, para un padre, no hay hija fea, pues el amor paternal es como un prisma que descompone la luz más pálida en una bella policromía. Pero, en el caso de mi compañero, no se trataba de una simple ilusión de padre, sino de una realidad patente e innegable, pues, su hija era, en efecto, una verdadera preciosidad.
- "Mon Dieu, qu´elle est mignonne!".(¡Dios mío, qué linda es!) - exclamaban boquiabiertas las "dames" y las "demoiselles" de Saint-Maurice d´Ibie, al examinar las fotografías de la niña. Y tenían razón, pues, con su tipito estilizado, su nariz chatilla, sus ojillos negros chispeantes e ingenuos, su graciosa boquita, en la que estallaba una eterna sonrisa, y sus dos trencitas finas y cortas, ora adornando su cabecita, como una diadema, ora cayendo graciosamente sobre sus hombros, como dos orlas, la hija de mi compañero constituía una encarnación viviente de la gracia infantil femenina. Era sencillamente una infantita de maravilla. De ordinario, en presencia de una bonita nena, exclamamos entusiasmados: ¡Qué linda muñequita! Pues bien, a la vista de la hija de González, a ninguno se le ocurría este comentario. ¿ Por qué...? Porque una muñeca representa algo infantil y bello, pero inerte, por no decir, muerto. Es lo más corriente; y cabalmente el rasgo predominante y el secreto del atractivo irresistible que tenía aquella niña deliciosa lo constituía la sensación que daba de vitalidad. Sus facciones delicadas, sin ser, ni mucho menos, incorrectas, tampoco eran de una perfección absoluta; pero, en cambio, si que eran poco corrientes el resplandor, la animación y la alegría que irradiaba toda su encantadora personilla. Sus ojillos parecían dotados de fuerza magnética; sus mejillas eran una eclosión de clavelinas; y su boquita fresca entonaba sin palabras, un vibrante himno a la vida. Vibración: he aquí la palabra exacta para  designar el efecto que producía aquella  chiquilla. Vibración  de la carne en flor y del alma en formación. Por otra parte, la hija de González era extraordinariamente fotogénica. En todos los retratos, salía estupendamente. Su padre guardaba, como oro en paño, una numerosa colección de ellos y realmente era difícil determinar cuál era el mejor. En Sabadell, donde vivía, a la sazón, la niña con su madre, constituía la debilidad de los fotógrafos, y uno de ellos le había hecho una magnífica ampliación, para exponerla en el escaparate de su tienda. Diana -que así se llamaba la chiquilla- tenía, a la sazón, cinco años cumplidos. Su padre, expatriado en Francia, desde 1939, es decir, desde la terminación de la Guerra civil no la veía, desde hacia dos años y pico. Cerca de mil días sin poder ver a una niña tan hechicera que, por añadidura, era hija única, debían constituir para mi camarada una terrible pesadilla; y en efecto, la constituían. Bajo su serenidad y calma aparentes, el pobre González ocultaba discretamente un tremendo drama. Eso sí, muy discretamente, pues jamás aludía a él. Era muy prudente y reservado, y tenía el pudor de su dolor. Pero yo lo adiviné. He aquí cómo.





Pero antes, situemos un poco, en el tiempo y en el espacio, la acción de este relato. Saint-Maurice d´Ibie es un pequeño pueblo del departamento del Ardèche, situado al S. E. de Francia. La "commune" o municipio comprende dicha localidad y la aldea de Salelles, que está a unos tres kilómetros de distancia de aquélla. En 1941, Saint-Maurice d´Ibie solo tenía 147 habitantes; y Les Salelles, 53. Unos y otros eran pequeños propietarios campesinos, laboriosos, excelentes personas y nada incultos. Entre ellos no había analfabetos. Leían la prensa diaria, escuchaban la radio y estaban al corriente de lo que pasaba en el mundo, aunque la censura oficial ocultase o deformase muchas noticias. Incluso tenían unas bibliotecas circulantes de las que nos servimos algunos españoles. Un detalle curioso: los vecinos de Saint-Maurice d´lbie eran casi todos católicos; y los de Salelles, en su mayoría, protestantes; pero se respetaban mutuamente y mantenían buenas relaciones, como gentes verdaderamente civilizadas. Cuando moría alguno, acudían a su entierro todos: católicos y protestantes. En el otoño de 1940, vino a instalarse en dicha "commune" el 160 Grupo de Trabajadores Españoles, formado por compatriotas, reclutados forzosamente por las autoridades francesas, en el campo de concentración de Argelès-sur-Mer (departamento de los Pirineos Orientales). Entre ellos, se encontraba el autor de estas líneas. Al principio, solo éramos unos 200; pero en mayo de 1941, la policía del Gobierno de Vichy, controlada por los ocupantes alemanes, hizo una razzia en los arrabales de Marsella e incorporó a nuestro Grupo unos 150 individuos más de diferentes nacionalidades (griegos, armenios, rusos blancos, etc.); y entre ellos, unas tres docenas de judíos, algunos de los cuales eran comerciantes ricos, los que fueron arrancados de sus establecimientos con lo puesto: tal como estaban. Los infelices hijos de Israel no duraron en el Grupo mucho tiempo, pues un día se presentaron en él unos agentes de la Gestapo y se los llevaron hacia el Este de Europa. Lo más probable es que fueran a parar, como millones de su raza, a los hornos crematorios que tenían los nazis, en varios campos de concentración de Checoslovaquia y Polonia. Yo lo sentí sinceramente por todos; pero, especialmente, por Elías Schatberger, un viejo cultísimo, amigo mío, que hacía la limpieza del "bureau" y que había sido apoderado de la principal Compañía de Seguros de Viena, antes de que Austria hubiera sido invadida por Hitler.



Los trabajos del 160 Grupo de Trabajadores Españoles consistían en cortar árboles y hacer leña y carbón vegetal para la XI Conservación de Aguas y Bosques (Eaux et Fôrets) del Estado francés. La labor era dura, pero lo peor eran las circunstancias penosas en que se realizaba, pues el tajo estaba a 3´5 kilómetros de distancia de los barracones del alojamiento, con un declive de 100 metros de altura, y había que recorrerlo a pie, a la ida y a la vuelta. Por supuesto, se salía y se volvía del "chantier" o tajo, casi de noche; sobre todo, en el otoño y en el invierno, que eran muy fríos. Por otra parte, la comida era la siguiente: 315 gramos de pan al día; una tacita de café, como desayuno; y dos sardinas arenques, como almuerzo o "casse-croûte", hacia media mañana. Al mediodía, unos pocos macarrones, cocidos sin grasa; un cazo de zanahorias, con mucha agua; un vasito de vino, un minúsculo quesito y, a veces, un trocito de carne. Por la noche, análogo banquete… Con tal esfuerzo alimenticio, había que cortar tres o cuatro estéreos de leña diarios por individuo, cargar o descargar cinco o seis carretadas y hacer y arrojar cien fajos por el cable. Ni que decir tiene que "Eaux et Fôrets" se aprovechaba de lo lindo, de la triste situación de larvada esclavitud de los trabajadores, pagándoles menos de la mitad que las empresas similares de explotación forestal. Por ejemplo, éstas últimas daban a los destajistas 50 francos por cada estéreo que cortaban de leña; y 90 francos, a los jornaleros ordinarios. Pues bien, “Eaux et Fôrets” pagaba a los primeros 24 francos por estéreo; y a los segundos, 32 francos diarios. Afortunadamente, yo no pasé por semejante calvario, pues, aunque viví algunos meses en Les Salelles, mal comido, vestido y alojado, y empleado asimismo en rudas faenas, con la primera expedición de españoles que vinimos de Argelès, a realizar los trabajos previos para la instalación del Grupo, cuando llegó el grueso de éste, pasé al "bureau" de la Jefatura francesa, instalado en Saint-Maurice d´Ibie, donde la vida era más llevadera. Allí comencé a trabajar con Fernando González Guardiola y con otro Catalán de Lérida: Bartolomé Cabré Fiol, muerto heroicamente en 1944, luchando contra los nazis, en el "maquis" del Ardèche, como comandante de F. F. I. (Fuerzas Francesas del Interior). Hacia mediados de junio de 1941, González, Cabré y media docena más de compatriotas alquilamos, por un precio simbólico, una modesta casita deshabitada, en las afueras del pueblo. Conchita Andreu, una joven linda y hacendosa, casada con un compañero: Rafael Gil, nos servía admirablemente de ama de casa. Yo dormía en el mismo cuarto que González, con otros dos compañeros. En él, había un viejo armario de nogal, con varios estantes, en los que guardábamos nuestros pobres efectos. Desde el primer día, comenzó a llamarme la atención, en el estante de González, una chapa pentagonal de aluminio, colocada debajo de un paquetito, que contenía brocas y limas. Inscrita en el pentágono, pero sin terminar todavía, se veía una estrella en relieve. ¿Qué significaba aquella extraña placa..? ¿Qué trabajo estaba realizando mi compañero...?
Saint-Maurice d´Ibie era un pueblo ordinariamente aburrido, como casi todos los pueblos pequeños; pero se animaba extraordinariamente los días festivos, en que llegaban los compañeros de los montes de Salelles y llenaban las calles y los tres cafetines que había en el lugar: el Café de la France, el de Mr. Ozil y el de Mr. Arsac. El preferido por los bullangueros era el de Ozil, servido por una guapa moza, llamada Juliette, hija del dueño, la cual simpatizaba mucho con los españoles. También simpatizaban los otros establecimientos, pero en ellos había más seriedad. "Chez Juliette", se bebía, se fumaba, se discutía, se jugaba al mus o al dominó y se organizaban sesiones de canciones españolas, acompañadas, a menudo, por el violín de Mateo o el saxofón de Miguel Franch. En éstas, se hacían aplaudir, sobre todo, Guillermo Vaquero, un chaval del Puente de Vallecas, que cantaba fandanguillos y milongas; Cerezo, a quien llamaban irónicamente "La Voz de Oro", especializado en tangos argentinos; Tajes, un norteño, que cantaba aires asturianos y gallegos; Perico Izquierdo, un aragonés, que se arrancaba por jotas, etc. Los demás extranjeros no eran tan bulliciosos, aunque tampoco faltaban tipos pintorescos, como un griego de Andrinópolis, en la Turquía europea, llamado Evangelos Ditpsis y apodado "Moustache", por su enorme bigotazo. Cuando se cargaba bien de morapio -lo que le ocurría con frecuencia-, canturreaba, a solas, unas melopeas turcas, tan tristes  como monótonas, capaces de adormecer a un hospital entero de niños de baja edad, atacados de sarampión. Pero no todos frecuentábamos aquellos lugares de bulliciosa consolación, y Fernando González era uno de ellos. Sin duda, se consolaba de otra madera. ¿Cómo…? Lo descubrí casualmente, una tarde de domingo, pues, habiendo bajado a buscar una sierra a la Carpintería del Grupo, que estaba instalada en la bodega de nuestra casa, lo sorprendí trabajando, en su misteriosa chapa de aluminio. No le pregunté nada. Me contuve. Soy algo curioso, pero lo sé disimular. Prefiero enterarme indirectamente; y en los días sucesivos, observé cómo iban apareciendo, poco a poco, entre las puntas de la estrella unas misteriosas letras. Por fin, un día, a finales del verano, aprovechando la ausencia de mi camarada, examiné un momento su artefacto y leí con gran sorpresa: DIANA. ¡ Diana ! ¡ El nombre de su hija! ¡Qué revelación! Resulta que mi camarada se pasaba las horas y los días de fiesta, cincelando pacientemente en el metal el nombre de su hija adorada. Precisamente, por aquellas fechas, andaba González terriblemente preocupado. Cabré me lo hizo observar, un poco intrigado.
-¿Te  has  fijado  en  González...?  Le  hablas  y  no  te contesta.  No se da cuenta. Anda como ensimismado. Hace tiempo que le pasa algo grave. Sin duda, asuntos familiares.  La mujer y la hija lo van a volver loco. No me extrañaría que, el  día   menos  pensado, sin consecuencias, nos  sorprenda con la noticia de que regresa a España. En efecto, nuestro  discreto  compañero debía atravesar aquellos días, una crisis moral de las que dejan huellas físicas. Se le veía enflaquecer. El que dormía ordinariamente como un leño, me confesaba, por las mañanas, que no había podido pegar un ojo, en toda la noche. Sin duda, aquella niña seductora le robaba el sueño; y el apetito; y el humor; y hasta la noción del tiempo y del espacio. Era un caso patético de embrujamiento. Verdaderamente aquella linda nena era una peligrosa hechicera. Con todo, al cabo de algún tiempo, pareció haber vencido la crisis, pues era un hombre entero e inteligente. Pero no modificó su género de vida. Siguió sin ir a los cafés y encerrándose solitariamente en la carpintería, los dias de fiesta. Me supuse que continuaba pacientemente su misterioso trabajo. Por fin, una tarde, lo sorprendí en nuestra habitación, de pie, sobre una cama, y con una máquina fotográfica en la mano. Por supuesto, no era suya, sino prestada por un vecino del pueblo, y con ella, se disponía a fotografiar su famosa obra, que acababa determinar. La tenía depositada sobre una mesa, y he aquí sus detalles. La estrella estaba pintada de verde y suspendida entre dos pequeños soportes verticales de aluminio. A su vez, éstos estaban sujetos, por la base, a una pequeña plataforma cuadrangular de nogal, barnizada, que llevaba encima una concha marina. Finalmente, en el centro de la estrella, campeaba un pequeño retrato circular: el de su mujer; y entre las puntas, el nombre en relieve de la hija. Esta vez, no pude contener mi curiosidad y le pedí explicaciones. Pues bien, la obra era sencillamente un cenicero. ¿Sencillamente...? ¡Caramba! Yo no sé si mi camarada, que en España había sido un modesto pintor de coches, había oído hablar del surrealismo; pero aquel singular cenicero era ni más ni menos que una obra de arte surrealista: una obra que traducía simbólicamente las preocupaciones fundamentales de su subconsciente. Desde luego, ni el nombre da la hija ni el retrato de su mujer necesitaban aclaraciones de ningún género. Tampoco necesitaba de ellas la concha marina, recogida, en 1939, en la playa del campo de concentración de Barcarès, y que constituía el cenicero propiamente dicho. Pero la estrella, la estrella... ¿qué demonios significaba aquella estrella pintada de verde..? González me lo explicó. La estrella verde es el emblema de los esperantistas. ¡Acabáramos! Mi compañero era, en efecto, un esperantista entusiasta. En Saint-Maurice d´lbie, recibía una curiosa revista, tirada en multicopista y titulada COMPRENDRE -Bulletin périodique du Cercle Espérantiste Universitaire de Lyon" (COMPRENDER - Boletín periódico del Circulo Esperantista Universitario de Lyon). Lo dirigía una mujer: Madame Blondel.
- Pues bien, González tenía, por lo menos, la fe esperantista de Madame Blondel. Aún me parece verlo, todas las tardes, durante el verano de 1940, en el campo de concentración de Argelès-sur-Mer, rodeado de una media docena de compatriotas a los que enseñaba gratuitamente el idioma del Dr. ruso Luis Lázaro Zamenhof. La clase era pintoresca: un marino gallego, un minero asturiano, tres campesinos andaluces y un albañil catalán. El material no lo era menos: una mesita enana, hecha con cuatro tablas; una vieja gramática de esperanto en francés, prestada por un ex-combatiente italiano de la Brigada Garibaldi; un pequeño vocabulario o "Llave del esperanto", perteneciente al marino gallego; y cartones de cajas de pasta para sopas y papeles de envolver paquetes de tabaco, para escribir en ellos al dictado...! Con todo, no era el esperanto la única preocupación de González por esta época, puesto que ya tenía "in mente" otra más grave: su obra de arte surrealista. Pero entonces estaba todavía en los trabajos preliminares de la misma; a saber, la fundición de dos cantimploras y de dos vasos de campaña que le hicieron, en un alto horno en miniatura, unos camaradas austriacos de las brigadas Internacionales; y a continuación, el vaciado de la chapa de aluminio, que empezó él mismo, con una lima y unos destornilladores, que le dejaron otros compañeros. Pero tuvo que devolver estas herramientas, al salir al campo de Argelès, encuadrado en el 160 Grupo de Trabajadores Españoles. Entonces, con el primer dinero que ganó en el Grupo, compró, en la cercana ciudad de Villeneuve-de-Berg, dos hojas de sierra, dos brocas y un juego de limas de cerrajero. Y con estos flamantes útiles, consiguió, al fin, terminar su obra, en el otoño de 1941; es decir, un año más tarde. Casi nada: ¡doce meses de trabajo paciente, para construir un modesto cenicero..! ¿No era verdaderamente un récord de paciencia...? Sin duda; y también de un sentimiento más delicado: de amor. Porque aquella larga y curiosa tarea no era precisamente un ejercicio del ingenio y de la paciencia de un artesano, sino del cariño y de la solicitud de un padre y de un esposo ejemplar. No era una manera como otra cualquiera de pasar el tiempo, sino de pasarlo precisamente en continuo y secreto coloquio con los seres queridos y ausentes, que ocupaban constantemente su pensamiento. Por eso hizo tal vez con inconsciencia, una obra altamente simbólica: un cenicero; es decir, un recipiente de nácar, para recoger las cenizas de todas aquellas horas de amargura, quemadas silenciosamente en el destierro, con el corazón clavado en aquella estrella, símbolo de otra lengua universal que, antes y después de Zamenjof, ha hablado y habla elocuentemente la humanidad entera: la del amor paternal.
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En  las  Navidades  de  1941, González hubo  de  abandonar Saint-Maurice d´Ibie, por haber sido trasladado al 133 Grupo de Trabajadores Españoles. Yo sentí cordialmente esta  separación, por  tratarse  de  un excelente  amigo  y compañero. Hasta aquel momento, habíamos vivido en familia: su pobre cubierto, junto al mío; y su humilde catre, detrás del mío. Entre los dos, González había colocado, hacía algunos meses, un magnífico retrato de Dianita. Y naturalmente, al ser trasladado a otro lugar, se lo llevó consigo. La partida de mi camarada, una mañana fría de enero, me heló el alma. Más fue, sobre todo, por la noche, al meterme en la cama, cuando sentí plegarse sobre mi corazón las alas de la melancolía y de la tristeza. ¿Por qué...? Miré instintivamente hacia el sitio que había ocupado hasta aquel día el retrato de la encantadora hija de González y... caí en la cuenta.

Del frío firmamento de mi destierro, había desaparecido una linda estrella.


jueves, 24 de diciembre de 2015

Noël du Prisonnier

Noël du Prisonnier


Aux villageois de Saint Maurice d´Ibie à l´occasion de la Noël 1941

24 décembre 1940

Manuel G. Sesma

Noël...? Au Stalag on ne connaît pas les fêtes. Pas de jours fériés et de jours de travail. Des jours de captivité. Tout simplement. 
En haut, les disques du Soleil et de la Lune, faisant chaque journée  silencieusement, indifféremment, leurs jours éternels, à travers un horizon étroit, coupé aux yeux du Captif, par une longue grille de ... barbelés... En bas, un troupeau de spectres humains, enfermés dans de sales étables, sous la gardes des baïonnettes menaçantes...
Quel crime horrible et exécrable on-ils commis, tous ces hommes, pour être traités comme des bêtes féroces...?
Quelques mois avant, ils ont essayé de défendre leur pays, leurs foyers,  leurs familles. Voilà tout. Mais, hélas! ils n´y ont pas réussi. Et c´est pour cela qu´ils sont à présent établis comme des moutons, qu´ils traînent des haillons comme des mendiants, qu´ils mangent, des rendus comme des cochons, qu´ils sont rongés de poux comme des chiens misérables. Captivité veut dire tout cela: esclavage, disette, misère, abandon, désespérance...
Désespérance aussi?... Oh! non. Rectifions. Comme le croyant musulman vers la Mecque, le captif tourne aussi chaque jour ses yeux fiévreux vers l´horizon occidental. L´Occident est pour lui la France: c´est-à-dire l´Espérance.  Et la France c´est la liberté, c´est le bonheur, c´est le travail. La France c´est le village natal, c´est le foyer, c´est la mère, c´est la femme, ce sont les enfants. La France c´est la patrie, c´est-à-dire la somme de tous les êtres et de toutes les choses spécialement chéries.
C´est pour cela que ce jour de Noël, s´il est en apparence, dehors, extérieurement, une journée fade comme toutes les autres, il ne l´est pas dedans, intérieurement, dans la conscience de chaque prisonnier. Et au fur et à mesure que le soir tombe on remarque sur les graves visages une ombre étrange et comme un air croissant de mélancolie, de préoccupation et de cafard.
Même Gaston, -ce jeune homme corpulent, optimiste, et bavard– montre ce soir une réserve suspecte, révélatrice d´un trouble mystérieux, profond, mais évident.
Pourquoi...?  
Gaston est un paysan, un paysan ardéchois. Du Bas-Vivarais. Lors de la  guerre, il était engagé dans un régiment d´Infanterie. Et il est fait prisonnier  sur le front de la Somme. C´était le 10 Juin.
A 2 heures du soir.
A 3 heures, il marchait déjà encadré dans une colonne de prisonniers en route vers la captivité. Pour commencer, 25 kilomètres à pied. Sans arrêt. Sans égards pour les faibles ou les âgés.
Pas d´égards pour un prisonnier...? Mais un prisonnier n´est pas un homme. C´est simplement un numéro. Et comme tel, il est effacé tranquillement le cas échéant…
Les marches continuèrent pendant quelques jours. Bien entendu, à un rythme plus accéléré. Et jusqu´en  Allemagne.
D´ailleurs le viatique était bizarre. Pour chaque journée, quelques onces de pain et des conserves. Ça suffit. Pendant la nuit, quelques heures de repos dans la cour d´une caserne ou sur le sol d´un garage.
Quand enfin il arriva au camp, il se crut libéré d´un affreux cauchemar: le cauchemar des marches. Et cependant l´horrible stalag lui parut même  acceptable. Du moins il ne crèverait pas de fatigue. 
Ah! non, bien sûr...
Il crèverait dorénavant d´immobilité, de faim, de saleté, de froid, de poux, d´ennui, de cafard....
Mais Gaston, le paysan ardéchois, supportait tout cela stoïquement. L´Ardéchois est dur comme sa terre, comme la roche de ses montagnes. Dans les moments les plus difficiles, personne ne l´avait encore vu perdre sa sérénité ni son humeur habituelle. Cependant cette nuit de Noël il ne paraissait pas normal.
Une ombre de tristesse voilait ses yeux bleus clairs. Etait-ce de la fatique...?
D´abord sans rien dire, sans bavarder comme d´habitude avec ses camarades, il s´était couché ce soir de très bonne heure. Pourtant, à l´aube du lendemain, il était encore éveillé. Il n´avait pas pu trouver le sommeil.
Pourquoi...?
Gaston était marié. Là-bas, dans son village natal, demeuraient sa jeune  femme et ses deux enfants. La femme était laborieuse et courageuse, comme la plupart des filles de l´Ardèche. Mais au bout du compte, elle était simplement une femme. Les enfants – Arlette et Janot – étaient âgés de sept et cinq ans. Gaston portait sur lui les portraits de sa famille et il les regardait souvent. Pourtant en ce jour, il les avait regardés à plusieurs reprises. En ce moment de la soirée, Gaston souhaitait surtout dormir. On oublie en sommeillant. Mais Gaston ne pouvait pas oublier; et c´est pour cela, qu´il ne pouvait pas non plus s´endormir.
Il se rappelait, il se rappelait... Quoi...?
Autrefois, cette nuit c´était la fête majeure de son heureux foyer; on s´y réunissait en famille: les aïeux, les parents, le frères avaient préparé en cachette l´arbre de Noël pour les deux enfants. Après on soupait magnifiquement. Au dessert, la surprise: l´arbre classique. C était l´instant divin pour les enfants. Arlette et Janot sautaient, criaient, éclataient en rires de  bonheur et de joie. Les petits étaient transportés. On trinquait, on chantait, on dansait, on s´amusait, on prodiguait le nougat, les liqueurs, la gaîté. Oui: Gaston se souvenait, se souvenait...
Et il comparait aussi. Ah! il ne pouvait pas s´empêcher de comparer les Noël de jadis avec le Noël d´aujourd´hui. Cette nuit, Arlette et Janot n´auraient pas de jouets, de gâteaux, même pas, probablement, d´arbre de Noël. Cette nuit, Charlotte –sa jolie femme– ne serait pas heureuse. Cette nuit, dans son foyer, ce ne serait pas une soirée de fête, mais de deuil…
Oui. Gaston souhaitait dormir. On oublie en sommeillant. Mais cette nuit, il ne savait pas le malheureux, oublier ni dormir…

****
24 Décembre 1941

Gaston ne reste plus dans l´ancien stalag. Il travaille à présent dans une  ferme. Et il soupe cette nuit chez la fermière.  On l´a invité charitablement. Le repas est frugal et morne. La fermière a trois petits enfants et une très vieille maman. L´année précédente, les fils de la fermière avaient eu des jouets de Paris, des gâteau d´Amsterdam, des fleurs du Luxembourg, des vêtements de Bruxelles, des chaperons de Norvège.
Ah! c´étaient les enfants du vainqueur...!
Cependant ce Noël-ci ils n´avaient rien de ces dons variés. Justement comme les enfants des vaincus. Pas de jouets, pas de gâteaux, pas de fleurs, pas de chaperons. En un mot, pas de fête.
Alors Gaston se rappelle son foyer ardéchois, et se console. Entre celui-là et celui-ci, entre les foyers des vainqueurs et de vaincus, plus de différence.
Plus...? Mais si: il y en a une. Il vit encore. Ses enfants ont encore un  père. Mais les pauvres enfants de sa patronne l´ont-ils encore...?
Le fermier est sur le front de l´Est. Ces jours-ci les journaux parlent de 50 dégrés au-dessous de zéro, de combats acharnés, de replis stratégiques, de froid terrible...
Gaston connaît parfaitement la valeur dramatique de ces mots... Alors il oublie un moment sa femme et ses enfants, il regarde avec pitié et même avec attendrissement la famille de son ennemi.
De son ennemi...? Pourquoi...?
Pour quelle raison, deux pauvres paysans, qui ne se connaissent pas du tout, qui ne se sont jamais vus, qui ne savent que cultiver laborieusement leurs terres, et élever honnêtement leur famille, pourquoi ces hommes seront-ils ennemis?
Peut-être leurs fils, leurs femmes, eux-mêmes, ne sont-ils pas aussi des victimes innocentes de la folie, de l´ambition et de la méchanceté d´autres hommes...?
Gaston est troublé mais il cache discrètement son émotion. Après le repas, il amuse affectueusement les enfants de la fermière, et prodigue des mots d´espérance aux deux femmes. Enfin, un peu avant minuit, il salue et s´en va.
Dehors la nuit est froide et étoilée. Le vent hurle. On entend confusément carillonner. C´est la messe de minuit. Gaston est saisi tout à coup d´une profonde émotion religieuse. Et, de tout son coeur, il élève vers le ciel, comme une prière d´angoisse et d´espoir, la parole légendaire qui, justement cette nuit, il y a 1941 ans, descendait vers la terre comme un message angélique de joie:

“Gloire à Dieux au plus haut des cieux
Et paix sur la terre

Aux hommes de bonne volonté”

domingo, 13 de diciembre de 2015

Lever de Soleil sur la Loire, Saumur 1944

Lever de Soleil sur la Loire

A Madame Ivonne Rchel

Saumur, le 15 décembre 1944

Manuel G. Sesma

Si vous voulez jouir à Saumur d´un spectacle naturel ravissant,  quittez de bonne heure votre lit et allez voir le soleil sur la lame coulante de  la Loire.[1]
Pendant l´automne 1944, j´avais le plaisir d´en jouir presque tous les  matins; c´est-à-dire, les matins pas couverts. Je dois ajouter en honneur de  la vérité que je ne quittais nullement ma couche à l´aurore par pur  romantisme, mais hélas! obligé par le plus vulgaire prosaïsme. “In sudore  vultuus tui vesceris pane...[2] Voilà.  
Alors je travaillais au quartier des Ponts; c´est-à-dire, entre les deux  bras de la Loire. Justement dans l´ancienne Ile d´Or. A côté de la maison de  la Reine Yolande d´Anjou.
De la maison..?
Bien plus qu´une maison, vous êtes un autel, Palais de l´Ile d´Or...”,  a chanté une illustre écrivain. [3]
Mais oui: palais et autel à la fois. Palais de la Duchesse la plus insigne de l´Anjou; autel de la sainte la plus vénérable de la France.
C´est juste de cet endroit, à savoir de la gorge de la rue Montcel,  qu´on est le mieux placé pour contempler les levers de soleil. Du moins aux aurores automnales.
La nostalgie du soleil d´Espagne prenant certainement plus d´une fois  la Reine des Siècles, celle-ci sut bien choisir à ce sujet l´emplacement de sa demeure. Le nom sonore d´Ile d´Or fut-il jadis donné à ce parage, à cause de  l´or solaire qui l´inonde aux levers diaphanes..? Il n´est pas improbable.   
J´aime passionnement les levers de soleil. Ils comptent parmi les   spectacles les plus beaux de la Nature. Et j´aime spécialement les levers de   l´automne. Pourquoi? Parce que ceux-ci sont non seulement beaux, mais en  outre touchants. Ils traduisent dans leurs teintes la froideur de la saison et  la tristesse des paysages. Surtout les levers de soleil aux bords de la mer ou  des grandes rivières. Ils me font toujours l´impression que l´Astre-Roi a pris, avant de sortir, un bain tiède de Mélancolie. La brume qui les accompagne  très souvent, accentue encore cette expression touchante. On dirait le châle  transparent recouvrant les épaules d´une belle souffrante. Et bien, la Terre aux levers de soleil n´est-elle pas en réalité une frêle accouchée..?
Voyez pourquoi les levers de Soleil sur la Loire me saisissaient  toujours profondément. Ajoutez que l´état déprimé de mon esprit, après six  années d´esclavage et d´exil, et le panorama sinistre des quartiers  saumurois de la rive droite, tout à fait en ruines, contribuaient déjà très largement à me rendre mélancolique le paysage.
L´un de ces levers de soleil automnaux me fit particulièrement  impression: celui du 8 décembre. Je m´en souviens parfaitement. Le ciel  parut ce matin habillé de blanc et bleu, comme la fête religieuse de la  journée. Etait-ce un hommage de la Nature à la Vierge Immaculée..?
Au-dessous du Viaduc on apercevait un amas de nuages, ayant la  forme d´un escabeau. Cet amas se mit tout d´abord à rougir; puis, à jaunir,   comme les flammes d´un immense incendie. Le soleil commença par la suite à se lever sur l´horizon, comme une hostie d´or.
Cette élévation quotidienne du roi des astres n´est-elle pas aussi une  mystique offrande..?
La voûte céleste miroitait en ce moment comme un manteau d´azur,  constellé de topazes. Et sur la Loire ruisselait la lumière, ainsi qu´une  cascade pétillante de perles.
Quand le Soleil finit enfin de sortir de la Terre, il se pencha sur le  balcon du Viaduc et à l´égal d´une belle coquette, il se regarda avec volupté  dans les eaux de la rivière. Il était, certes, beau, ce matin-là, comme un  Apollon chatoyant.
Et quoi? Apollon n´est-il pas à la fois le dieu de la Beauté, de la Poésie  et du Soleil..?
Exalté par l´éblouissante féerie, je me plongeai dans une étrange  rêverie.
C´était un autre lever de soleil sur la Loire. Dans ce même parage,   mais il y a 515 ans. Une jeune fille grande et belle s´acheminait petit à petit  vers le Palais. Celui-ci n´offrait pas, c´est entendu, l´aspect délabré  d´aujourd´hui. Il venait à peine de sortir ... et beau des mains d´André  Levesque, maître d´oeuvres du Roi René. Aucun bâtiment ne lui faisait  ombrage. La rue Montzol n´était à cette époque qu´un petit bras de la  rivière: le bras du Moulin-Pendu. Sous l´illumination du soleil levant, le  petit palais pétillait en ce moment comme une aurore boréale. Ses rayons  incendiaient les gracieuses croisées … de moulures, irisaient les choux rampants de son joli pignon et éclairaient le minois infantile de la petite vierge de la porte. Sur l´écusson avec l´ordre du Croissant éclatait la devise  galante du Roi René, composée en honneur d´Isabelle de Lorraine: “Dévot  lui suis.”
La jeune fille grande et belle venait ce matin visiter dans ce logis sa  maîtresse la Reine de Sicile. Les deux femmes illustres –l´ancienne bergère  de Douzeny et l´ancienne princesse de Saragosse –formaient en ce moment  un complot grandiose: celui de transformer un pays envahi, divisé et appauvri en une nation libre, unie et fleurissante. Ce pays était la France.
Ce matin printanier de 1429 le soleil sortait aussi d´un grand escabeau en flammes et s´élevait comme une hostie d´or sur la lune coulante de la  Loire.
C´était un symbole. Le symbole de la vie et de l´oeuvre qu´allait  accomplir à court délai cette jeune fille grande et belle. Celle-ci en eut  soudainement l´intuition et s´arrêta avec émotion pendant quelque temps pour contempler le spectacle. Ses yeux brillants d´illuminée se mouillèrent   d´une petite larme.
Mais oui: remontant le cours de la Loire, un autre soleil d´or allait  briller bientôt sur l´horizon: celui de la Libération de la France.
Malheureusement pour la jeune fille, ce soleil surgirait lui-même d´un autre escabeau en flammes: le sinistre bûcher de Rouen, dressé pour  l´héroïne nationale par les occupants et les collaborateurs de 1431...
Justement comme l´escabeau sanglant des martyrs de la Résistance  sur lequel s´élevait à nouveau le soleil de la Liberté française ce blanc et  bleu 8 Décembre 1944...




[1] Un remarquable historien de l´art, L. Courajod, a écrit sur la valeur esthétique des paysages de la Loire la page suivante: “Le paysage de la Loire est, surtout dans  le voisinage des villes, d´un grand effet et d´un grand style à cause de sa vaste et profonde ceinture des collines et des longues lignes horizontales, des levées, des bancs de sable et des quais. Il y a, dans ses perspectives, une combinaison  harmonieuse et une note dominante de lignes horizontales qui reposent l´esprit; en  même temps, un sentiment de paresse se dégage des eaux, en apparence épuisée , qui glissent plutôt qu´elles ne roulent sur un lit sablonneux affectant les allures  d´un estuaire et donnant à l´imagination l´impression mélancolique d´une grève  abandonnée par la marée. La Loire c´est presque un fleuve italien. A la tombée de la nuit et au lever du soleil, le paysage de la Loire a vraiment une tournure  héroïque, mais d´un héroïsme sans violence, d´une largeur adoucie, amollie,  détendue.” Louis Courajod, Origines de l´Art roman et gothique, de la Renaissance  et moderne.
Les appréciations esthétiques valent spécialement pour le paysage de la Loire à  Saumur. Ardouin-Dumazet a remarqué très justement: “De toutes les cités  riveraines de la Loire, Saumur présente sur le fleuve le plus grandiose aspect. Vue  des ponts, Saumur, avec ses quais bordés de belles maisons, ses collines abruptes,  sur lesquelles se dresse le château, est véritablement superbe.” Ardouin-Dumazet, Voyage en France. 56è série. Touraine et Anjou, ch. XXIV. Berger. Levrault, Paris, 1910.
[2]Tu mangeras du pain à la sueur de ton visage”. Génèse, III, 19. 
[3]Au Palais de l´Ile d´Or”, poème par Jehanne d´Orbiac. Voir le Bulletin de la Société des Lettres, Sciences et Arts du Saumurois”, nº 86, Octobre 1938.

viernes, 4 de diciembre de 2015

La caverne des Embusqués

LA CAVERNE DES EMBUSQUÉS

A M. M. Maurice Cochy et Teodoro Martínez
Saumur, le 6 mai 1946[1]

Manuel G. Sesma

Il n´était pas agréable de travailler en Normandie pendant l´hiver 1943-1944. Du moins, dans les chantiers d´Esclavelles aus environs de Neufchâtel-en-Bray (Seine Inférieure). Il y tombait presque tous les jours de l´eau et des bombes. On y risquait sa peau à tout instant.
J´ai toujours eu une foi aveugle dans mon étoile qui m´a tiré sain et sauf de je ne sais combien de situations dangereuses. Naturellement, je n´ai pas non plus épargné, au besoin, ma décision ni mes jambes. Mais le jour des Rois 1944, l´aviation anglaise arriva sur le chantier tellement à l´improviste que je n´eus pas le temps de me sauver. Alors je me jetai instinctivement dans un grand trou voisin, creusé par le bombardement de la veille. Une fois de plus, je m´en tirai miraculeusement sans même une égratignure. Cependant mon pardessus en cuir fut complètement déchiré par les éclats. Joli cadeau des Rois!
Quand les avions s´éloignèrent et que je pus quitter le trou, je regardai mes loques, me grattai la tête et me dis philosophiquement:
-         “Pardi! Il me semble que mon étoile commence à pâlir. Il va falloir changer de ciel avant qu´elle ne s´éclipse...”
Mais où aller à ce moment...? Voilà le problème. Je me trouvais à cette époque tout à fait isolé, c´est-à-dire, sans relation avec aucun compatriote ou ami français. D´autre part, je ne connaissais pas d´autres chantiers plus tranquilles, au nord de la France. Partout c´était pareil. On était pris entre la Todt [2] et l´aviation.
-         Et pourquoi ne pas changer de latitude...?, pensai-je. Une aventure de plus...? Bah!, ça sera sans importance.”
Alors je me souvins de deux anciens amis français que j´avais connus en 1940 dans un village de l´Anjou: une institutrice et un curé. Je leur écrivis. Du reste, je ne savais pas s´ils vivaient toujours au village, ou même tout simplement s´ils vivaient encore. Je n´avais jamais échangé une lettre avec eux. Malgré tout, leurs réponses ne se firent pas attendre.
-         “Venez – me dirent-ils, tous les deux. Ici tout est calme. On vous trouvera quelque occupation.”
Je ne me fis pas répéter l´invitation.
À ce moment, le bureau de la firme Arge Wieshaden à Dieppe – une filiale de l´organisation Todt, pour laquelle j´étais contraint de travailler en qualité de terrassier – m´était redevable d´environ deux mille francs, retenait ma carte textile et devait me fournir incessamment un complet de travail et une paire de souliers dont j´avais un besoin urgent. Eh bien, je filai à l´anglaise sans rien attendre, ni réclamer. Á quoi me serviraient l´argent, la carte textile, les souliers et le bleu de travail, si l´aviation anglaise me parachutait, un de ces jours, un complet en bois, c´est-à-dire, un cercueil...? D´autre part, il n´était pas possible de quitter les chantiers de la Todt d´une façon chevaleresque. Surtout quand on était sous la garde des argousins S. S., comme dans les chantiers d´Esclavelles.
Alors, un matin de Février 1944, je quittai la Normandie et arrivai à Montreuil-Bellay, au département du Maine et Loire.
            Mon idée était de me rendre le lendemain à Méron, pour rencontrer mes amis français: l´institutrice Madame Madeleine Bossard et Monsieur l´Abbé François Jollet. Ayant appris dans l´hôtel où je me logeai, qu´il y avait dans la contrée une famille espagnole, j´allai lui rendre visite avant dîner.
-         “N´y a-t-il pas dans la région un chantier quelconque où je puisse me mettre à travailler...? – lui demanai-je. Le “boulot” m´est indifférent. J´accepte n´importe lequel.
-         Mais oui – me dit-elle. On vous embauchera probablement à la Perrière.
-         Et où est-ce chantier...?
-         A St-Cyr-en-Bourg, un village à quelque dix kilomètres d´ici. Là vous trouverez des camarades qui vous fourniront toute sorte de renseignements. Vous pouvez prendre le train demain matin. Adressez-vous au restaurant Maslard où ils mangent.”
            Je pris bonne note de cette précieuse information, et le lendemain, au lieu d´aller à Méron, je me rendis à St.-Cyr-en-Bourg.
            Là je rencontrai en effet cinq compatriotes réfugiés, dont je reconnus immédiatement un: Blasco Polo, un aragonais, qui trois ans auparavant avait été enrolé par force, comme moi, dans le 160 Groupe de Travailleurs Étrangers et confiné dans les montagnes de l´Ardèche, pour couper du bois et faire du charbon, au profit de la 11ème Conservation des Eaux et Forêts.
-         “ Que faites-vous ici...? dis-je, après les saluts de rigueur.
-         Pas grand´chose. Nous bricolons dans une cave.
-         Profonde…?
-         Elle a par endroits jusqu´à vingt mètres.
-         Alors vous ne craignez pas ici l´aviation. (A ce moment on ne connaissait pas encore la bombe atomique.)
-         Pas du tout... En outre, l´aviation ne vient jamais par ici.
-         Heureuse Arcadie! Par contre en Normandie j´en avais la visite tous les jours.
-         Et pour quelle entreprise travaillez-vous?
-         Pour l´entreprise Schaller.
-         Française ou allemande?
-         Française, quoique tu sais, au service des allemands.
-         Et que fait-on pour les “boches” dans cette cave?
-         On y emmagasine du matériel de sousmarins. On l´amène de Nantes, de St. Nazaire, de Brest, de Lorient, enfin de toutes les bases qui sont attaquées par l´aviation alliée. On veut faire de cette cave le dépôt central de la Kriegamarine. Nous l´aménageons à cet effet.
-         M´embauchera-t-on ici...?
-         Oh! Oui. Mais que sais-tu faire...?
-         Moi? Tout et rien. Blasco me connaît déjà. J´aimerais entrer dans le bureau. Je connais assez les mathématiques et j´écris correctement le français.
-         On ne le croira pas en t´écoutant – m´interrompit Saez, l´un de mes compatriotes. Tu parles le français, comme une vache espagnole...
-         En effet, j´ai un accent affreux.
-         En tout cas, on t´embauchera, du moins comme manoeuvre, ajoute-t-il. On en a besoin.
-         Mais j´en ai “marre” d´être manoeuvre. Le manoeuvre est la bête de somme des chantiers: celui qui “bosse” le plus et qui gagne le moins. Est-ce qu´il n´y a pas ici de spécialistes...?
-         Oui, il y en a: des charpentiers, des cimentiers, des maçons et des ferrailleurs. Nous sommes des charpentiers.
-         Et bien, si le bureau ne “colle” pas, je veux au moins être embauché comme ouvrier spécialisé.
-         Mais quelle spécialité vas-tu faire ici...?
-         Que sais-je! Voyons.
Charpentier...? Impossible. Je ne sais pas faire même un tabouret.
Cimentier...? Horreur! Cela ne me va pas du tout. Je l´ai déjà fait par force en Normandie et j´en ai assez. C´est un métier sale et dur.
Maçon...? Diable! Mais je ne sais pas manier une truelle.
Alors il ne me reste que d´être ferrailleur… Ça y est.
-         Oui, c´est le travail le plus facile et le plus reposant. Quoique ici personne ne se fatigue trop, tu sais.
-         Tant mieux. Mais... en quoi consiste le “boulot” des ferrailleurs?
-         À préparer des baguettes de fer pour le coffrage.
-         Vous savez, je n´en ai pas, franchement, la moindre idée; mais je me tirerai, au besoin, d´affaire.”
            A ce moment, un jeune homme élégant entra au restaurant. Nous y étions attablés dès le début de cette conversation.
            C´était midi. Mes camarades saluèrent respectueusement le nouvel arrivant. Saez me dit à voix basse:
-         “C´est le chef des travaux de l´entreprise. Veux-tu que je te présente...?
            Il est très sympathique avec nous. Je soupçonnne qu´il n´est pas du tout germanophile, quoique naturellement il n´en parle pas.
-         Volontiers.”
            Par la suite, je fus présenté et admis en principe dans la firme.
-         Allez au bureau cet après-midi, à partir de deux heures, et vous pourrez commencer à travailler demain matin – conclut-il.
-         Merci bien, Monsieur.”
            De retour à notre table, je dis à mes camarades:
-         “Abordons à présent d´autres questions.
            Que gagne-t-on ici...?
-         9´20 francs l´heure, les manoeuvres; 10´30 francs l´heure, les spécialistes.
-         Pas plus...?
-         De surcroît, si tu es marié, tu touches 32 francs par jour d´allocations; et si tu habites Paris, 40 francs en plus de déplacement.
-         Par jour aussi...?
-         Naturellement.
-         Alors je suis marié, et j´ai mon domicile à Paris. Il est vrai que je ne sais même pas le nom de ma femme ni celui de mon propiétaire parisien; mais cela n´a aucune importance. Je connais bien l´art de donner le change à toutes ces entreprises improvisées de profiteurs, travaillant pour les allemands. Il faut être malin avec les malins. Autrement ils te roulent bien...
-         Mais, as-tu des papiers?
-         Mais oui, mon vieux. Tant que tu voudras. Je suis en très bonnes relations avec Madame Paperasse.
            D´abord, j´ai pour les français un récépissé en règle et un certificat de bonne conduite, délivré par le maire de Bouelles d´où je viens à présent.
            Et pour les allemands et leurs acolytes, j´ai un flambant certificat de travail, soutiré à une “garce” du bureau de la Weisbaden à Dieppe où on dit que j´ai été débauché par l´entreprise, le 5 du mois courant, et que j´ai mon domicile à Paris (XIè), 9 Rue Omer Talon.
-         Caramba! Mais tu es un débrouillard!
-         L´unique inconvénient de ces papiers est qu´on y dit aussi que je suis manoeuvre, ce qui ne vas pas assurément m´aider à ce qu´on m´embauche comme ouvrier spécialisé. En tout cas, le certificat allemand ajoute: “Erlernter Beruf: Professeur”, et ceci peut me servir pour être admis dans le bureau. Enfin, on verra.”
            En effet, je ne tardai pas à le voir. Dès que mes camarades rentrèrent au chantier, je me rendis au bureau de l´entreprise. Là je rencontrai un petit vieillard, maigre et presbyte avec une jambe de bois. C´était le chef du bureau. Il avait un air bonasse et m´accueillit avec bienveillance; mais il m´embaucha comme manoeuvre.
“ – Pour le moment, me dit-il, l´entreprise n´a pas besoin de ferrailleurs ni de bureaucrates.”
            Malchance!
            J´avais encore deux problèmes urgents à résoudre: manger et coucher. Le premier fut vite réglé. On m´accepta comme pensionnaire au restaurant Maslard. 80 frs. par jour. Ce n´était pas un cadeau. Mais enfin... Pour coucher ce fut une autre histoire. Mes camarades avaient eu de la peine à trouver une chambre avec deux lits où ils devaient coucher deux ensemble.
“ – Tu sais – m´expliquèrent-ils – Ce village est tout à fait dominé par le curé pour qui les “rouges” espagnols sont le diable en personne. Alors nul ne veut nous louer des chambres. Penses-tu, loger chez soi le diable...!
-         Ah! Oui...? fis-je, vous allez voir. Avant trois jours, c´est le curé même qui va me procurer une chambre.
-         Tu es fou, toi – s´écrièrent-ils.
-         Vous me le direz avant la fin de cette semaine.
            Effectivement, le lendemain j´écrivis une lettre à mon ami l´Abbé Jollet pour lui demander une recommandation auprès de son collègue de St-Cyr-en-Bourg, et trois jours après, j´avais déjà une chambre pour moi seul, chez une veuve de la rue Foucault.
-         “Mon vieux, tu as de la veine, toi – me dirent-ils.
-         Vous comprendrez – fis-je – que je n´allais pas dormir éternellement avec vous (je le faisais provisoirement). Je n´aime pas coucher avec les hommes, et les dévotes n´ont pas toujours crainte du diable...”
            Drôle de boîte que cette authentique boîte de la Perrière! Pendant les années d´occupation allemande, je connus des chantiers pittoresques sur tous les points cardinaux de la France, mais aucun ne l´était plus que celui de la Perrière. Et cela à tous les points de vue: local, personnages et travail.
Le chantier était d´abord constitué par deux galeries souterraines, longues d´environ 350 m., et larges de 4 m., formant un angle à peu près droit. C´était la piste centrale. Dans le sens de l´angle convexe, s´ouvrait un véritable labyrinthe de nouvelles galeries en train d´être aménagées; et perpendiculairement au deuxième côté, une douzaine de magasins. Toutes ces caves furent à l´origine des carrières de tuf. Puis, on les transforma en champignonnières; et enfin, pendant “la drôle de guerre”, on les convertit en usines d´aviation.
Adjacentes au corps des immeubles extérieurs, il y avait en outre des caves de vin mousseux qui firent la réputation de la Perrière, avant la guerre du 40. Naturellement l´affaire était, à ce moment, paralysée.
Les édifices étaient occupés par des allemands de la Kriegamarine. Les soldats et les sous-officiers étaient confortablement installés dans le bâtiment principal; les chefs, dans les pavillons donnant sur la route. Aux bas, fonctionnaient en outre les bureaux. Les “boches” avaient aussi réquisitionné des chambres à Saint-Cyr et une autre belle propriété à Saumoussay.
Dans deux petites pièces attenantes au grand pavillon de l´entrée Nord, transformé en magasin de réception et magasin de papier, étaient logés les bureaux des firmes collaboratrices: La Schaller et la Niethammer.
Il y avait, donc, à ce moment à la Perrière trois entreprises. La Kriegasmarine commandait en principe tous les travaux, mais elle se chargeait spécialement de la garde et du contrôle du matériel. L´entreprise Schaller s´occupait surtout du nettoyage et de l´aménagement des galeries; et la Niethammer, de l´installation électrique.
Le monde qui y travaillait, ne pouvait être plus bigarré. Il comprenait environ deux centaines et demie d´individus de tout âge, sexe, condition et nationalité. Il y avait, d´abord, la colonie “boche”, composée d´allemands, autrichiens, tchèques, polonais, etc.; puis, la colonie française, la colonie espagnole, la colonie italienne, la colonie belge et je ne sais pas encore.
En tout cas, tous – sauf les femmes – y avaient un dénominateur commun: celui de camouflés. Les allemands, pour ne pas aller au front; et les civils, pour ne pas aller an Allemagne.
C´est pourquoi je baptisai le chantier de la Perrière “La caverne des camouflés.”
La colonie la plus nombreuse, était, bien entendu, la française, et spécialement la Saumuroise. Parmi les saumurois qui y travaillèrent à cette époque, je me rappelle un fabriquant de chapelets, Jean Mayaud; un épicier, Gérard Bernier; un tapissier, Roger Boulestreau; un électricien, Gérard Daveau; un menuisier, Paul Degoulet; deux coiffeurs: Bernard Chandoineau et Gérard Maloubier; un photographe, René Mignon; un bureaucrate, René Nugues – et son frère Paul -; un garçon de droguerie, Michel Demion et un employé de manège à l´Ecole de Cavalerie, Jules Ruf. Pour compléter la liste, il n´y manquait qu´un comédien, un prêtre et un hongreur...
La colonie italienne se composait d´environ un douzaine d´ouvriers (les frères Locca, Valivero, Quaglio, Carli, Gentile, Dosso, etc...); la plupart, des maçons.
Une des colonies les plus pittoresques était la féminine. Un de mes compatriotes l´appelait “le poulailler”, parce que la plupart étaient des “poules”.
Au moment de la libération, quelques-unes furent arrêtées et tondues. Il y avait parmi les dactylos une brune très pâle qui était une jeune divorcée; une blonde parisienne, qui était fille-mère; deux autres brunes de Nantes qui étaient en train de le devenir, et une rouquine, je ne sais pas d´où, qui n´était encore qu´aspirante... Et parmi les bonnes à tout faire – ou plutôt à rien faire de beau – ressortaient une bretonne sale, la peau constellée de croûtes; “Belle cuisse”, une petite balayeuse des environs aux jambes rhomboïdales; un dondon de Lorient qui avait l´allure et l´appétit d´une jument, et un paillasson de Loudun qui se barbouillait comme un pantin et couchait avec tout le monde.
Les pachas de cet harem bon marché étaient, il va de soi, les allemands. Il y en eut aux derniers temps environ une trentaine, et il faut déclarer en honneur de la vérité qu´ils ne se conduisaiente pas mal avec nous, ce qui ne veut pas dire évidemment qu´ils étaient des personnes recommandables. Il y avait par exemple, parmi eux une méchante bête, appelée Gayer, qui à Brest, où il avait été inspecteur de travaux, avait sauvagement brutalisé des compatriotes, mis sous ses ordres. Par contre, il y avait aussi des types tout à fait innoffensifs comme le soldat Charlie, chargé du magasin “Verdun” (matériel d´électricité), qui avait des allures de frère lai.
D´autres types “boches” caractérisés étaient Dupré, le chef d´intendance, à l´air distrait et taciturne et aux yeux clairs de chat constipé; Kreinke, le chef du cantonnement, un capitaine de la Marine nerveux, élégant et gueulard; l´interpète Puwoulik, un mastodonte myope qui se disait ancien député du Centre au Reichstag, et le petit colonel Frimmel, qui avait l´air d´un pauvre diable bourgeois, déguisé en guerrier de parade.
Quant au travail que nous faisions à la Perrière, il était franchement supportable. Je ne me suis jamais fatigué dans ses catacombes. Ni moi, ni la plupart des employés. Sauf quelques avaricieux ou nécessiteux, qui prenaient des travaux de terrassement à la tâche.
Par contre, il y avait des ouvrièrs qui ne faisaient absolument rien. Dès qu´ils entraient au travail, ils se mouflaient au fond d´une galerie, mal éclairée, ou qui ne l´était pas du tout, et là ils passaient la journée à bavarder, à fumer et à boire. Le mousse Jean Barthe, un gamin à la mine d´accolyte, leur servait du blanc et du rouge à domicile. Plus d´un finissait la journée tout à fait soûle. C´était la bonne vie. Parmi les spécialistes du camouflage je me rappelle un corse nommé Mocali; un jouvenceau de Chacé appelé Hubert, et deux autres de St-Cyr-en-Bourg, nommés Expert et Guiberteau. Ceux-ci, comme ils connaissaient bien toutes les sorties du chantier, disparaissaient de la cave et ils n´y revenaient qu´à l´heure du pointage. Vraiment les contre-maîtres n´étaient pas du tout méchants. J´en avais un, Fregona, un italien, qui s´énivraiet aussi la plupart du temps. Mais le véritable roi des “cuites” était un algérien appelé Djidel. Il était toujours plein comme un tonneau. Son salut à n´importe qui était invariablement celui-ci: “Tu paies une chopine...?” Il dépensait tout son argent en chopines et naturellement il n´avait jamais un sou. Je m´amusais bien à Saint-Cyr-en-Bourg avec toute cette faune pittoresque. Surtout chez Maslard où je prenais pension. C´était le lieu de rendez-vous des allemands, et des français, des italiens, et des espagnols, des poules et des ivrognes. On y payait un peu cher, mais on était d´ordinaire bien servi. C´était un petit café-restaurant, composé de trois pièces, toujours très propres, et où les filles de la maison possédaient l´art de conquérir immédiatement la sympathie des clients, tout en sachant se faire respecter. Celles-ci s´appelaient Jeannette et Marguerite, l´une brune et l´autre châtaine. Là il y avait un appareil de radio où nous prenions tous les jours les communiqués de la B.B.C. de Londres. Bien entendu, quand il n´y avait pas d´Allemands dans l´établissement. Autrement c´était le patron même de la maison – germanophobe enragé – qui nous les donnait particulièrement. Surtout aux espagnols, auxquels il faisait spécialement confiance.
Naturellement nos sentiments antifascistes et antiallemands ne faisaient aucun doute pour personne. Un caporal des S. S. – ou de la Section de Sauvages, comme traduisait un camarade de Madrid – avec lequel je dus travailler, pendant trois semaines, à entourer la Perrière de fils de fer barbelés, me disait un jour:
-         “Toi espagnol rouge...? Ja, ja.”
Et je lui répondis avec ironie:
-         “Oh! Non, Monsieur. Vous avez tort. Vous ne connaissez pas du tout les espagnols. Vous nous avez pris, en effet, pour des peaux rouges... Mais nous sommes des blancs, Monsieur. Regardez-moi...”
En ma qualité de manoeuvre, je fis à la Perrière toute sorte de métiers: débardeur, charpentier, ferrailleur, terraissier, balayeur... Des métiers très intellectuels, quoi. Et en effet, au lieu de débarder, de piocher, d´enfoncer des clous, de préparer du mortier, de ranger du matériel, de rouler la brouette ou de balayer, ce que j´y fis surtout, fut de la littérature sentimentale et satirique. A ce propos, je portais toujours en poche un cahier minuscule et un bout de crayon et quand je n´avais pas devant moi d´Allemands ou de contre-maîtres – ce qui arrivait souvent -, j´écrivais à la lueur des ampoules. C´était un peu exposé, puisque je courais le risque d´être surpris et d´être suspecté comme espion, ce qui m´était déjà arrivé à Hennebont (Morbihan), Bernay (Eure) et Bouelles (Seine Inférieure). Mais comme je m´étais toujours très bien tiré d´affaire, j´avais confiance.
Pendant quelque temps on m´employa au magasin de papier avec mon compatriote Albero – un ancien étudiant de médecine à Madrid – et un coiffeur et un photographe Saumurois, et là j´eus tout mon loisir pour grifonner des récits et des nouvelles. A la porte d´entrée, un malin écrivit à la craie: “Maison de repos.” Et ce n´était pas vrai. Moi, du moins, je travaillais; mais non pour les allemands.
Pendant une autre époque, on m´occupa à transporter des rouleaux de cable. Naturellement le “boulon” était roulant et tordant. L´entrée de la cave formant une descente de quelque cent mètres, quand les “boches” ne nous voyaient pas – et l´on s´arrangeait pour qu´ils ne nous surprissent jamais -, nous nous amusions à organiser des courses de rouleaux en les lâchant du haut. Comme la piste n´était pas droite, les rouleaux heurtaient violemment les murs et ils les détérioraient et se détérioraient; mais cela nous était indifférent.
La deuxième partie du spectacle finissait au fond de la galerie où on les déposait. Comme celle-ci n´était presqu´éclairée, on y faisait toujours des arrêts de vingt minutes ou d´une demi-heure – pardi! il fallait se reposer... – dont on profitait pour fumer, boire, bavarder et même chanter et apprendre à danser le “swing”. Notre professeur de chant et de danse était le coiffeur saumurois Chandouineau. Nous chantions surtout une chanson hawaïenne de Jacques Pills – tout-à-fait idiote, du reste – intitulée “Avec son ukulele.”
On l´avait adoptée, sur ma proposition, comme l´hymne des rouleurs.

Ell´gagne sa petit´vie
avec son ukulele.
Tous les matins sur la plage
Elle revend ses coquillages,
Avec son uku, avec son uku,
Avec son ukulele...

Je ne sais pas qu´est-ce qu´un ukulele; mais franchement je crois que nous gagnions notre petite vie du moins aussi gaiement et facilement que la jeune fille de la chanson. Pourtant il y avait encore des grognons qui s´en plaignaient. Mon Dieu! Je me demande ce qu´il leur fallait pour s´estimer heureux à cette époque calamiteuse. Il semble qu´à Buchenwald et à Matthausen la vie n´était pas si amusante...
Mon occupation favorite à la Perrière fut celle de balayer. Cela me donnait de l´indépendance, ne m´obligeait pas à faire le moindre effort et surtout me permettait de me camoufler à mon gré et d´avoir toujours la “plume” à la main.
Un jour, le magasinier de l´entreprise Schaller, Félix Berthe – un saumurois âgé à l´air de chanoine – me demanda:
“ – Mais pourquoi tenez-vous tellement au balai, Monsieur Sesma...?
-         Oh! c´est simple, Monsieur – répondis-je. Connaissez-vous par hasard le célèbre roman anglais de Jonattan Swift “Les voyages de Gulliver?”
-         Et bien, une fois Gulliver expliqua à un professeur de Balnivarbi qu´au royaume de Langden, le mot balai était un euphémisme servant à désigner la révolution. Alors vous comprenez, Monsieur... Je m´entraîne... Après la guerre, il faudra “balayer” beaucoup en Europe... Ou l´Europe se perdra irrémédiablement.”
Cette explication subversive fit fortune parmi les ouvriers de la cave, mais si elle était parvenue aux oreilles des “boches”, la boutade aurait pu me coûter chère.
Heureusement il n´y avait pas de mouchards à la Perrière. Ou du moins, on ne les connaissait pas. On ne s´y méfiait que d´Alphonse Müller – un interprète alsacien qui dut se promener, pendant quelques semaines, avec un oeil bandé, à la suite d´un superbe coup de poing – et d´un italien, Antonio Motta – chef de chantier de l´Entreprise Schaller, qui, au moment de la libération, fut pour deux fois arrêté et relâché. – De toute façon, je n´ai pas connaissance qu´ils dénonçassent personne à la Perrière, et le dernier se conduisit à mon égard avec une particulière bienveillance.
Mais s´il n´y avait pas de mouchards à St-Cyr, par contre les saboteurs y abondaient incroyablement. Oh – là-là! On peut affirmer qu´à la Perrière tout le monde sabotait.
      Que la quantité de matériel de toute sorte y détérioré et mis hors d´usage fut extraordinaire! Il est oisif de signaler que les pannes d´électricité, dues au sabotage, y étaient presque journalières. Pourtant les électriciens n´y manquaient pas; mais parfois c´était des électriciens d´occasion qui ne savaient même pas arrager un plomb.
      Cette équipe pittoresque était commandée par un belge flamand nommé Aertz – et surnommé Fernandel -, lequel, quand il se saoulait, se passait des heures entières à fredonner “Ambiance”, un “swing” en vogue.
      “Ta-ra-ri-ra-ro-re. “Ta-ra-ri-ra-ro-ra...
      “Ta-ra-ri-ra-ro-re. “Ta-ra-ri-ra-ro-ra...
      Et ainsi jusqu´à ce qu´il roulât sous la table. Parfois il venait dîner au restaurant avec quelques camarades: Bacon, un boxeur; Pierru, un borgne; Deguines, un blond taciturne, et Battez, une gueule de lièvre qui nasillait comme un saxophone.
      La fin de cette entreprise fut aussi une autre panne: la dernière. Un beau jour, le chef et sa secrétaire disparurent sans laisser de traces et – ce qui est pire – sans payer les ouvriers. On sut après qu´ils se trouvaient à Marseille, faisant joyeusement la bombe. Scheneider et Jeanne – le chef et sa secrétaire – formaient un couple caricatural. Lui, c´était un ivrogne funèbre comme un croque-mort, jaune et maigre comme un squelette; elle, une “grue” laide, vieille et enrouée, les cheveux coupés à la garçonne et la cigarette collée toujours aux lèvres. Quand ils eurent liquidé tout l´argent des ouvriers aux “bistrots” marseillais, la poule revint; puis, on la tondit et on l´écroua à Châteaubriant. Joli numéro!
      A la Perrière non seulement on faisait du sabotage, mais surtout du brigandage. En détail et en gros. On allait du larcin au vol sur une grande échelle.
Dans ce sens, la Caverne des Embusqués était aussi la Caverne d´Ali-Baba.
      Mais il me semble qu´à la Perrière il y avait plus de quarante voleurs. On y pillait le jour et la nuit; c´est-à-dire, à toutes les heures. Pour parer au brigandage nocturne, les allemands – qui, soit dit en passant, étaient les premiers saccageurs – posèrent des mines dans les entrées secrètes de la cave et, une nuit, un pauvre diable chargé de gosses, fut déchiqueté par une explosion. – Une autre anecdote – celle-ci picaresque – à ce sujet. A la veille des premières élections municipales célébrées après la libération, la gauche de St-Cyr-en-Bourg, pour donner le coup de grâce à la droite, appela les gendarmes de Saumur pour perquitionner chez certains voisins réactionnaires, accusés de cacher du matériel, provenant du pillage de la Perrière. Le coup électoral réussst; la gauche l´emporta.
      A combien se montait la valeur du matériel emmagasiné? Je ne sais pas exactement. Bien sûr, à plus d´un milliard. En tout cas, rien ne se sauva finalement – sauf ce qui avait été volé au préalable. La veille de s´en aller (25 août 1944), les allemands brûlèrent et firent sauter la Perrière. Il semble que le colonnel Frimmel et le capitaine Dreinke étaient partisans de l´épargner et de se rendre eux-mêmes à une armée régulière; mais un nouveau chef arrivé dans les dernières semaines, imposa et la destruction et la retraite. Détail piquant! Puwoulik, l´interprète “boche”, qui était catholique pratiquant, recommanda, avant de partir, sa maîtressse aux bons soins de Monsieur le Curé du Village...
      Les derniers jours de la Perrière furent mornes et mouvementés. L´aviation arrivait à chaque instant et alors c´était la course éperdue des ouvriers à travers les champs. Heureusement nous n´étions plus très nombreux. La plupart s´étaient déjà sauvés. La débandade avait commencé au moment du débarquement (le 6 juin 1944).
      Pendant le reste de ce mois, seulement 23 ouvriers sur 135 abandonnèrent l´entreprise Schaller. Aux derniers jours, il n´en restait à peu près qu´une quinzaine: ceux qui n´avaient pas de famille ou d´amis dans la région et ne savaient où aller. Même les embusqués du bureau s´étaient dispersés. Sauf Maurice Cochy, un garçon très distingué et spirituel, véritable merle blanc dans cette cage d´oiseaux rapaces, gallinacés et coureurs.
      Par contre, les allemands y étaient plus nombreux que jamais. Ils avaient transformé la Perrière en un fortin. On l´avait entouré de fils de fer barbelés, de chevaux de frise, de mines et de nids de mitrailleuse. On avait multiplié les postes de garde et on leur avait donné des consignes sévères. Peut-être pensaient-ils y résister...? C´est le bruit qui courait. Mais, en réalité, ils étaient démoralisés et consternés.
      En parlant un soir avec un soldat tchèque faisant la garde en haut de la butte, il me dit tout excité:
-         “Hitler, kaput! S. S. Kaput! “, et il faisait avec son mousqueton le geste de les fusiller.
      Notre dernière occupation à la Perrière fut de dresser un grand soupirail près du chemin de Saumoussay. Je dis sarcastiquement à mes compatriotes:
-         C´en est fait. C´est la tour de Babel. Avant de la finir, viendra la dispersion...”
      Et en effet, sur le point d´achever le soupirail, s´écroula la Caverne des Embusqués. Elle fut dynamitée.
      J´ignore si, au moment de s´en aller, les “boches” levèrent le bras et s´écrièrent encore: Hein Hitler...!


(1) Après la libération, on inculpa judiciairement 25 individus ; mais la Chambre Correctionnelle de Saumur leur appliqua la loi d´armistice au cours de la séance du 19 Juillet 1946. Voir « La Nouvelle République » du 20 juillet 1946.


           







[1] En el manuscrito (cuaderno 4): Saumur, le 1 Mai 1945 (corregido 1946).
[2] La Todt, c´était l´Organisation Todt (ou de travailleurs forcés) des nazis.